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Los chicos lloran lágrimas celestes [en REEDICIÓN] por DianaMichelleBerlin

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Notas del capitulo:

Mis adorados!!

 

¿Qué tal el capítulo de ayer? ¿Cómo estuvo su sábado?

 

Bien, ya entramos a la segunda parte de la historia. A partir de aquí los capítulos ya son un tantito más largos a mi percepción. Oh, y ahondaremos en la vida de Misha (no sé si lo notaron pero siempre me incliné un poquito más por el lado de Ian. Ahora será en partes iguales). 

 

Mrs. Hunter, este fic ya es tuyo

 

Va!...

–Papa…
–Zatknis’ (Cállate).
–Papa…
–…
–Papa…
–…
–Papa…Pozhaluista…

Jalaba del abrigo al señor, desesperado. El pequeño nunca había sentido tanto miedo en su vida, lo sabía. Pero era su culpa. O eso sentía.

–Papa…

Al papa no lo estaba dejando conducir a gusto, así que papa le dio un golpe en la cara que lo estrelló con la puerta de su lado. Con eso tuvo para callarlo. Lo dejó inconsciente.
Al fin y al cabo, “se lo merecía”.

El señor Pavel Nikolaiévich Lébedev había sido siempre un gran señor; era respetable, admirable y un orgullo para su familia. Había servido en su juventud al ejército, dejando la vida militar para trabajar en otras cosas y poder llegar a casa más temprano para atender su familia. Ortodoxo fiel a Dios y firme como una montaña en sus creencias y decisiones. De pequeño, se había formado con mano dura y por ello, mano más que dura aplicaba con sus dos hijos cuando lo creía necesario.

Pero después de la noche anterior, el gran señor Lébedev se había quedado con hijo y medio.

La entera era su hija. El que valía la mitad, era el chico.

Pero lo haría recuperar su valor.
Amaba a su hombrecito.

Si no lo amara, desde el primer momento le hubiera pegado un tiro en la cabeza.

 

– – – – – – – –

 

Escuchar eso cada mañana otra vez era como despertar para tener la pesadilla.

–¡NOOOOOOO!!!

 

Era su nueva alarma. Era aterradora.

–¡NOOOOOOO!!! ¡POR FAVOOOOR!!... ¡NOOOOOOOO!!!

 

Eran una punzada en el corazón.

–¡¡¡NOOOOOO, NOOOOO, NOOOOO!!!!

 

Tenía que correr hacia su cuarto para despertarlo ella misma.

–¡DÉJENMEEE!!!

 

Entraba como una súper heroína, casi tumbando la puerta, para sentarse a su lado en la cama y moverlo y zarandearlo hasta que se despertara.

 

–(¡Aquí estoy!! ¡Aquí estoy, hermano!!) –Exclamó casi gritando– (¡¡Por favor!!)
–¡¡AAAHHHHH!!!
–(¡Misha!! ¡Tranquilo, estás en la casa!!! ¡Tranquilo!!!)
–¡¡AUXILIO!!!
–(¡Misha, por favor!!! ¡Por favor ya despierta!!!)

 

Lo jalaba, lo zarandeaba y lo agitaba, hasta que poco a poco, por fin, él despertaba de sus horrendos sueños, bañado en lágrimas.

Ya más o menos en sí, él la abrazaba como a un niño pequeño, asustado del monstruo que había visto en un sueño salir de su clóset.
Ella lo sostenía contra su pecho. Lo tranquilizaba, le daba palabras de cariño y lo consolaba hasta que lograba calmarse por completo.

 

Este procedimiento tardaba poco menos de media hora.

A los quince años, el suplicante en sueños llegaba a mojar la cama. Ahora ya no, pero no había que dejarle cosas cerca, porque con el movimiento y los golpes que tiraba, las rompía.

 

–(Ya fueron demasiadas veces) –comentó ella, mientras le acariciaba la cabeza– (Ya habías dejado casi de tener los sueños).

Contrario a todo el escándalo anterior, él se mantenía calmado, recibiendo las caricias.

–(Tienen sus temporadas) –Respondió, todavía acostado.
–(No. Ya hace mucho no regresaban) –refutó ella.
–…
–(¿Es por lo de Ian?)
–(No).
–(Yo creo que sí).

 

Él negó con la cabeza.

–(No tiene nada que ver) –Dijo a su hermana– ( He soñado con esto aunque él no haya estado en mi vida).
–(Pero también eres mucho más propenso a que te pase cuando estás bajo de ánimo).

 

El rubio se quedó callado. No tenía cómo refutar la coincidencia de la partida de Ian con el regreso de sus padecimientos.

La rubia le revolvió y le alborotó los rizos.

 

–(¿Qué te dijo él?) –Preguntó– (Te vi llamándolo).
–(¿Cómo sabes que era él?).
–(…Por favor…) –Contestó ella, volteando los ojos.
–…
–…
–(…No contesta) –Respondió él al fin.
–(… ¿Por ningún lado?)
–(No. Me bloqueó de todas partes).
–…
–(No lo culpo).

 

Ella tronó la boca.

–(…Lo detesto) –Espetó. Su mellizo negó con la cabeza.

–(No digas eso, defectuosa) –Sentenció– (Sabes que no).
–(No te dio una oportunidad de explicarte).
–(Me la dio) –El ruso suspiró profundo– (Me dio muchas).

 

Ella sabía que eso era cierto, pero… también sabía sobre el dolor de su hermano.

–(Pues una cosa como ésta necesita muchas oportunidades) –Soltó la rusa– (Una más no le habría costado).
–(Eso no fue lo que dijiste ése día).
–(Ese día estaba enojada contigo).
–(¿Y por qué estabas enojada conmigo?...).
–…
–(Estabas enojada conmigo porque desperdicié mi última oportunidad).
–…
–(No me hablaste hasta que tuve pesadilla).
–(…Perdóname) –Ella le dio un beso en la frente.
–(No. Te entiendo. Tenías razón en estar enojada. Llevo una novia cuando prometo poner todo en su lugar…)
–…
–(Ian tiene razón en no quererme volver a ver).
–(…Ya te verá).
–(… No me digas mentiras sólo para hacerme sentir mejor).
–…

 

La de apellido Lébedeva siguió acurrucándolo, hasta que pasó otra media hora y ella se levantó para hacer de desayunar. La melliza también tenía que encargarse de que Misha comiera bien, porque estaba alimentándose como pájaro.

 

Habían pasado dos semanas de aquella fiesta.

Al día siguiente de ella, Misha fue a la casa de Ian. El moreno abrió casual la puerta pero, en cuanto vio que era él, le sonrió y le cerró la puerta en la cara. No volvió a abrir.

Cuando se le ocurrió llamarlo, se dio cuenta de que Ian ya le llevaba un paso adelante. Colgaba sus llamadas, no contestaba sus mensajes; pidió a sus padres que no le abrieran y fijarse en el número que llamaba al teléfono de la casa y si terminaba en 3976 (los últimos dígitos de su teléfono) o en 7700 (los de su casa) no contestaran. Lo bloqueó de toda red social, borró sus estados juntos y todo lo que significara una manera potencial de obtener contacto con él. Estaba bloqueado de su mundo.

También intentó medidas clásicas, como escribir una carta. Al día siguiente de habérsela dejado en su puerta, vio pedacitos reconocibles del papel quemados a la orilla de su propia banqueta. Así le dio a entender, definitivamente, que no quería volver a hablar ni a toparse con él nunca jamás en toda su vida.

 

Pavlovna tenía razón porque, a raíz de esto, el estado de ánimo de Misha había ido de mal en peor.
Los primeros cuatro días sólo se encerraba en su cuarto para llorar mares sin sentir vergüenza por sus lágrimas de hombre. Para el quinto día, salió de su reclutamiento, estuvo calmado y dijo que ya estaba mucho mejor. Pero no, porque para el sexto día, se le habían formado unas ojeras que daban miedo. Si ya venía comiendo mal ésos días, ahora Pavlovna tenía que obligarlo a que comiera por lo menos algo más que una manzana en el día. Lo hizo pesarse para que tomara conciencia y descubrió que bajó cuatro kilos de un golpe; a ella la asustó, pero él no lo tomó ni un poco en cuenta.
Para fortuna del muerto en vida, el fin de semana pasado el café en el que trabajaba seguía en remodelación, pero quedaban dos días antes del siguiente sábado y no mejoraba nada. Tenía pesadillas diario y tenía también tres días sin bañarse. Él lo atribuía todo a un “ligero” cambio de ánimo y los sueños, pero Pavlovna sabía que, además de los sueños, se estaba dejando en el abandono porque estaba deprimido, porque se sentía culpable.

 

La rusa había tenido que lidiar los primeros tres días sola. No podía llamarles a sus padres porque… ¿Qué iba a decir respecto al estado de Misha? Sus calificaciones estaban bien, sus amistades estaban bien, su trabajo (aún) estaba bien, Amy (la aún novia hasta donde sabían los padres) iba a verlo casi diario a la casa y no tenía ningún historial clínico de depresión… ¿Les iba a decir que estaba enamorado y se estaba “muriendo de amor”? ¿Por qué, de quién?

 

Llamó a Ari para el cuarto día, la última vez que él se encerró a llorar. Ari también estaba enojada pero en cuanto llegó a la casa, todo el asunto se le olvidó. Lo calmaron y le dieron de comer y ahora ella también lo visitaba. La pelinegra de rizos se quedó sin terapeuta y junto con las chicas de su colectivo trataron de conseguir otro para que lo atendiera. Lo consiguieron dos días atrás. Las tres primeras consultas las pagarían ellas y después correría por cuenta de Pavlovna y él mismo. Empezaba mañana.

 

Ari le había llamado a Ian el mismo día que vio a Misha así, pero Ian, en calma, le contestó: “Me importa un demonio” y colgó el teléfono. No estaba dispuesto a verlo, ni siquiera porque ella se lo pidiera. Desde que se cumplieron los primeros 7 días, el propio Misha pedía que no le hablaran. Él mismo lo hacía, pero a escondidas, sabiendo que no iba a conseguir nada. Hasta parecía que lo hacía para autolesionarse.

 

La rubia también estaba muy triste. El ritmo que llevaba atendiendo a su hermano hizo que dejara de maquillarse y se la pasara todos los días en ropas anticuadas, al contrario de siempre, que iba como para posar para un catálogo. Llevaba una semana sin ir al jazz y se perdió dos coreografías. Andaba de nervios todo el día y estaba cansada, estresada de ver el estado de su hermano y despertar a base de gritos que parecían sacados del infierno. Por eso ya sentía que detestaba a Ian. Se argumentaba con la vez en que no había querido ir a ver a su hermano. Ella misma escuchó el “Me importa un demonio”.

 

Dejó a su hermano dormido otra vez (realmente no había descansado nada) y bajó las escaleras para hacer de desayunar. Ari y Amy iban a llegar en un rato. Luego, lo haría Owen, porque ya eran muy raras dos semanas sin que saliera y contestara los mensajes secos y raros.
Ella ya también había llegado a límites de su comprensión. Quería que esa etapa horrible ya se acabara. Sólo eso pedía.

 

Buscó su teléfono y luego en sus contactos. Iba a desobedecer a Misha.

 

El tono de la línea sonó en su oreja.

–¿Bueno? –contestó Ian del otro lado.
–¿Cuándo vas a venir? Por favor –le respondió en tono dulce, como una súplica.
–…
–¿Cuándo vas a venir?
–Nunca.
–…Misha está…
–No me interesa.

Los nervios la alteraron y la dulzura se le volvió amargura.

 

–…Vete al rábano–Colgó y aventó el celular al sillón.

 

Se fue a la cocina a preparar unos…No, blinis no.
Haría unos huevos revueltos.

 

Hasta parecía que eran los viejos tiempos.

 

– – – – – – – –

 

Le gustaba mucho escuchar ciertos tipos principales de música: su metal industrial y demás ramas pesadas relacionadas, electrónica e industrial en sí, un poco de experimental y canciones muy raras y tristes de letra. Cuando Ian desapareció de su vida hace años, no volvió a escuchar muchas de las canciones que solía compartir con él, lo que hizo que buscara canciones del tipo de las mencionadas anteriormente.

Inmediatamente después de que llegó de “su tiempo fuera”, comenzó a escuchar melodías de ira y de depresión, principalmente. Iban perfectamente con el tipo de chico que se volvió a partir de eso.

 

Estaba encerrado, sumido en sus lamentos, oyendo una de aquellas canciones a volumen considerable mediante sus audífonos, tumbado en la cama. La madurez de los diecisiete le enseñó que estar así era una estupidez, pero no tenía el más mínimo ánimo por hacer otra cosa.

A veces sentía como si no tuviera voluntad sobre su propio cuerpo y sus propias decisiones. Le hablaba su estómago, pero no escuchaba. Le hablaban sus ojos rojos y su mente cansada, pero él no escuchaba. Le hablaban sus malestares físicos y tampoco escuchaba. Le hablaban Ari, su hermana, Amy, un par de amigos que habían ido a verlo luego de varios días de no saber de él; tampoco escuchaba. Lo único que podía oír desde su posición eran los juegos de voces de su propia mente:
Su madre, su padre, sus sueños, él mismo escupiéndose maldiciones.

Y al final, Ian…

 

Inseguro de mierda.
Dime qué se siente fracasar. En tus pendejadas.
¿Qué es esto?
¿Esto sí es demasiado para ti?
¿Pero qué putas madres quieres???
¿No ves que si no todo se va a ir a la mierda??
Suéltame.
Tú eres el que va a vivir toda su vida pensando en lo que mandó a la mierda.

 

Un ruso jamás rompe una promesa. Pero él había roto varias. Y por miedo.
Se daba vergüenza.

 

Venía el cambio de humor…

Se hubiera quedado odiándolo con todas sus fuerzas. Como a sus catorce años.
Pinche maricón que se había cruzado por su vida.

Sabía que su enamoramiento gay no había sido lo primero, pero jamás lo había reconocido. Nunca antes de eso lo hizo propiamente.
Siempre le encantaron las mujeres, como a cualquier otro, pero la curiosidad latente que había tenido desde niño y el beso que se dio con su mejor amigo a los diez años en pro de saber qué se sentía, era algo que había pasado en la realidad.

 

Aún así, su mayor error siempre había sido Ian. Por mucho. En él se había materializado la parte de sexualidad “errónea” que también venía dentro de su cerebro, junto con la heterosexual. Ian era el dueño de esa parte de su ser. Lo confirmó la noche cuando tenía quince años en la que estaba disfrutándose a sí mismo pensando en chicas de revista adulta y de pronto apareció en sus fantasías el pelinegro, o al menos la proyección estimada que se hacía de él teniendo ya trece años, aunque un poco feminizada.
Acabó extasiado, pero el remordimiento le arruinó la noche. Lo odiaba a él y se odiaba también.

 

Venía otro cambio de humor…

¡Lo amaba!

Le había fallado. Había prometido que jamás le pasaría nada. Y mientras él mismo había desperdiciado años distanciado de él en su casa, su chico especial era golpeado por imbéciles.
¡Cómo deseaba estrellarse la cabeza contra la pared, pensando en que no estuvo allí para defender a Ian!
Juró protegerlo.
Sus promesas valían menos que un pepino.
Se lo llevaba su puta madre.

 

Otro cambio de humor…

Ay, no. Mejor apagó la música.

 

Dejó su aparato recargado en el cojín peludo, luego miró el plato de sopa borsch fría que Pavlovna había dejado en la mañana.

 

Su hermana.
Su dulce hermana.

Ella había sido su psicóloga y enfermera en ese tiempo; lo estaba volviendo a ser. A ella le debía no haber tocado el mero fondo enfermizo al que una persona con sus vivencias puede llegar.
Durante las noches con pesadillas y gritos que tuvo desde sus catorce hasta sus dieciséis, sus padres acudían también; la diferencia era que su mamá se limitaba a calmarlo y decirle “(Es una pesadilla, tranquilízate)” y su padre decía todo con la mirada y su actitud de piedra: “(Cállate, duerme bien y sé hombre)”.
Aunque, en defensa de los señores, ellos jamás habían sabido todos los detalles. Pavlovna sí, y si hubiera sabido apenas la mitad de todo eso, de todas formas habría sido su cuidadora.

Ella lo ayudaba a lavar las cobijas mojadas de orina a pesar del silencio de la noche y le quitaba las cosas con las que se lastimaba. Ella lo obligaba a hacer las tareas y los trabajos con los que compensaba sus ausencias en clase, sus exámenes reprobados y sus problemas a base de pésima conducta (gustaba de ser violento). Lo reprendía y lo hacía pensar diferente cuando empezaba a decir cosas horrendas de todo tipo y se aseguraba de que no probara drogas o alguna otra cosa destructiva. Ella lo sacó adelante.

 

Le dio una mirada más al plato de comida que ella le había dado con la esperanza de verlo mejor.

Ya había sido demasiado para ella.

Se levantó.

 

 

Para cuando llegaron Ari y Amy, ya estaba bañado y cambiado de ropa. Estaban junto con Pavlovna hablando en la sala cuando lo vieron bajar. Todas se le quedaron viendo con una cara de espera, en guardia.
Reaccionaban por lo general en cuanto él dijera la primera cosa.

 

–¿Cómo te sientes?– le preguntó Ari.
–Creo que un poco mejor– respondió.

Esa respuesta le cayó bien a todas.

–¿De verdad? –le sonrió su melliza. Ella era la más contenta con las mejoras.
–Bueno –comenzó Amy– Ya parece otra vez de pintura del barroco europeo, no de cartel de película de terror.
–Ja ja ja, qué cruel eres –reaccionó el ruso. Era pequeña y apenas audible, pero era su primera risa en dos semanas.

Todas se mostraron muy felices con el cambio.

 

–¿Ya listo para mañana? –le preguntó Ari. Mañana era su primera sesión con el terapeuta.

Misha se quedó callado unos instantes. Respiró profundo y se sentó en el sillón pequeño, al frente de la pelinegra rizada.

 

–¿Te digo la verdad? –Suspiró.
–¿Qué?
–…No sé si estoy listo para decirle todo eso a un extraño.
–Dejan de ser extraños cuando empiezas tu cambio, cariño –Le sonrió ella– Vas a ver que te vas a adaptar. Lo importante es que comencemos a lograr que estés bien.
–Gracias –las miró– Gracias a todas.

 

Ellas le dieron una sonrisa que le hizo ver que levantarse había sido la mejor decisión que pudo tomar.

 

–A tu hermana, sobre todo– dijo Amy– Se luce, pobrecita. Parece fodonga dominguera.

 

Todos se rieron y Pavlovna le dio un zape a Amy. También era el primer momento alegre en las dos semanas.
Luego Pavlovna se acercó a su mellizo, lo besó en la cabeza y acarició su pelo.

 

–¿Te comiste la sopa? –preguntó la rubia.
–Sí, antes de bajar. Gracias.

Su hermana sonrió. Estaba feliz. Corrió con una linda sonrisa a su lugar.

 

–Mañana vengo por ti a las ocho de la mañana, para ir allá –le indicó Ari.
–Sí, está bien.
–Te bañas.
–Obviamente, je je…

Ella le sonrió y él le correspondió la sonrisa. Se quedaron así.

 

–Es bonito ver que ya se llevan bien –intervino Pavlovna– No como siempre, ¡ay, peor que perros y gatos!

Ari y Misha rieron juntos. La morena de rizos se levantó de su lugar y corrió a abrazar y a sentarse en las piernas del rubio.

–Eran puras peleas tontas, quiero a este zoncito –rio Ari.
–Yo te quiero a ti, feminazi –rio Misha.

 

Todos rieron.
De pronto, Amy se acordó de un asunto importante y distrajo a Pavlovna; se pusieron a hablar algo sobre una amiga cercana.

 

Ari y Misha siguieron en lo suyo.

–Te quiero mucho, bestiecita –Dijo Ari tiernamente, apretándole un cachete pecoso al rubio.
–Igualmente, lesbianita.

Ari lo miró y lo apuntó con el dedo.
–Ah no– dijo, negando con el índice– Ya no me puedes decir nada de eso, compañero bisexual.

La cara de Misha perdió toda la alegría. Ari lo notó.
Lo miró a los ojos en forma seria.

 

–Misha, oye… –Lo miró seria– Es hora de que empieces a aceptarte tú mismo.
–…
–No puedes ser feliz si no estás bien contigo. Y para eso tienes que quererte como eres.
–Yo no soy nada –contestó Misha, en un tono seco.
–…
–…
–Yo me parecía a ti. Decía lo mismo, cariño… Y ya sabes lo que pasó.
–…
–Si no quieres terminar como yo con Owen, que ahorita me tengo que ir para que él esté bien, tienes que…
–Ya estoy así.
–…No.
–Ya hice mis propias idioteces.
–…
–…

Ari suspiró y se acomodó mejor.

 

–De acuerdo –dijo ella– Dices que ya estás así y creo que sí, tienes razón –tomó aire– Pero creo que esto que pasó con Ian, más que remorderte en la conciencia, deberías tomarlo como una lección. Misha, por algo pasan las cosas. Y si esto pasó así es por algo.
–…
–Tenías que aprender una lección antes.
–…
–Si no pudiste estar con él, aprende a mejorar –le sonrió–…para que la próxima persona que ames, sea lo que sea, se lleve la mejor parte de ti.

Misha le sonrió, pero no demasiado.
–…Él la merecía.
–…
–…
–Las cosas no siempre pueden salir bien, cariño. Pero no por eso vas a lamentarte toda tu vida. Ya no.

 

Volvieron a sonreírse y Ari le dio otro abrazo.

Cuando se soltaron, Misha hizo la pregunta que se hacía diario, casi como un rezo devoto en las mañanas y en las noches.

 

–¿Cómo está Ian?
–…Ian…–empezó Ari.
–…
–Está triste también, yo lo noto…Pero ahí la lleva. Trata de no ponerse mal. Por lo demás está normal. Él es muy fuerte.
–…
–No te agobies pensando en eso. Él está sano y está bien. Y así también tú vas a estar.
–…Gracias.
–No me agradezcas. Lo hago de corazón.

 

Se sonrieron amigablemente. Él de agradecimiento y ella para darle ánimos.

Pero en la sonrisa del pecoso, se dibujó un dejo de tristeza.

 

–No va a volver… ¿Verdad? –Preguntó. Ella quitó su sonrisa.
–…
–…
–No ganas nada torturándote, cariño. Es hora de pasar a otra etapa.
–…Lo haré.
–Lo harás, corazón.
–Gracias.

 

–¿Tienen hambre chicos?– preguntó en voz alta Pavlovna, que al haber visto el milagro guadalupano de ver a su hermano bajar de buenas por propia voluntad (casi sentía el aire celestial), ya estaba millón de veces más contenta y animada. Se daba los últimos retoques de maquillaje y se había hecho un lindo chonguito.

–Ay ¡Yo!– respondió Ari– En la mañana nada más comí un sándwich y una bolsa de pasas.

 

Pavlovna se dirigió a la cocina, no sin antes llevarse jalando de la mano a su hermano, porque ya había pasado mucho tiempo de patrón. Hicieron más borsch y unas rápidas quesadillas.

 

El resto del día pasó de forma muy agradable. Misha parecía cada rato más estar mejor y eso le dio batería a todas.
Sin embargo, eso no fue suficiente para olvidarse de todo.

Ari le dijo de una forma muy amable que no podía hacer nada. 

La última esperanza se murió.
Estaba roto de muchas partes por dentro, pero tenía que reponerse.


Su chico estaba bien. Estaría bien.
Eso era lo único que importaba.

 

Notas finales:

Recuerden que estoy en Instagram como dianamichidaiiann. 

 

Ayer se me fue el internet xd así que no pude subir dibujo, pero dentro de un ratillo sí que lo haré. 

 

Bendiciones y que estén muy bien. Que todos pasen bien su semanita. Coman rico, disfruten y chicos de México: ¡Fuerza!

 

¡Hasta el viernes! <3


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