Login
Amor Yaoi
Fanfics yaoi en español

Los chicos lloran lágrimas celestes [en REEDICIÓN] por DianaMichelleBerlin

[Reviews - 34]   LISTA DE CAPITULOS
- Tamaño del texto +

Notas del capitulo:

Volvemos a las actualizaciones regulares :)

 

Les dije que este capítulo ya sería lágrima de nuevo... Bueno no es lágrima, pero sí es drama xD 

 

Mrs. Hunter, dedicado a ti!

 

Por cierto, les aviso que hasta el capítulo 6 ya está reeditado y homologado con Guatpad (xD). Les recuerdo que no cambia la escencia del capítulo o la historia, sólo unas pequeñas cosas en cómo sucede la acción.  

Dejo el capítulo.

Va!

 

 


–Somos novios.

–¿Cómo así?? Si yo había visto a este muchacho con una chica, que es hija de cómo se llama este señor… ¿Tú te acuerdas, negra?


–Eso no es problema, señora. Él es así.

 

Mientras las señoras no podían dejar de abrir la boca de la sorpresa, él lo miró desde la distancia, mientras el apuesto príncipe de la Luna compraba una bolsa de dulces de nuez a un ambulante con una carreta llena de antojos. Lo miraba con profundo cariño.

Pero ninguna de las dos vio eso.

 

Lo miraba con orgullo; orgullo de estar con él, tomarse de la mano y salir como dos jóvenes enamorados, ahora por fin oficialmente. Se ganaron un par de problemas, pero había valido la pena.

Hasta ahora.

 

–Qué barbaridad… –dijo una de ellas; – ¿Tus papás saben? Yo no te conocía así, hijo.

No vivía tan lejos de su casa, ¿De verdad no sabía nada ni se lo imaginaba de él?

 

–Mis padres saben desde que yo era un niño, señora Griselda –contestó.

–¿Y tus suegros saben?

–…

–Digo, es que yo... Pues, uno escucha las noticias. Aquí todavía pasa de que no te gritan unas cosas, y ya sabes tú que se te respeta y aquí, la negra y yo somos conocidas de tus papitos.

–Sí, señora.

–Tenemos nuestras ideas –aclaró la misma mujer– Claro que sí… Pero pues aquí, ya sabemos que eres buen niño. Pero… ¿Y este chico? Allá en su patria le habrá de ir de otra forma.

–No, ya no digas en su patria– intervino la otra señora– En su casa.

–…Pues… no sé, señora.

 

Él alzó los hombros, realmente la primera vez que pensó en eso fue cuando Amy se lo dijo; pero… el amor lo puede todo. Cuando hay amor, todo se puede.

¿No?

 

–No hijo, pues entonces –comenzó otra vez la señora Hilda– yo creo que tú estás cometiendo una irresponsabilidad con este niño.

–…

–Mira hijo… Así como nosotras te vemos en la calle con tu novio y de la mano y bien contentos… Así te pueden ver tus suegros y yo creo que… eso no va a estar bonito –hizo énfasis en su contacto visual con el moreno– ¿Verdad?

–No, negra, imagínate que les dicen: “Oiga usted señor ruso, su hijo anda con acá…” ¡Uy!

–¡Uy, no! Les va muy feo, ¿verdad, Ian?

–…

–Y digo, también para tu seguridad, porque te vayan a querer hacer algo, los güeros estos.

–No seño –rio él– Sus papás casi no se cruzan por aquí, tranquila –argumentó– Además, si vienen, sabemos que no podemos hacer estas cosas.

Las dos señoras se miraron.

 

–Es que, mi vida –empezó de nuevo la vieja Hilda– Mira, fíjate. Aquí nadie te asegura que nadie va a decir nada, o que el de la tienda no les diga nada un día, o que uno de estos malandros que se pone por aquí vaya por su casa y les diga “Su hijo anda con un niño que es morenito y andan de mariconcitos”.

–Señora…

–Nadie te va a asegurar eso.

–Sí hijo –apoyó Griselda a su amiga– No seas tan confiado en la gente. La gente no es de fiar.

–…

–Este niño grandote –añadió Griselda, señalando a Misha a lo lejos– Hijito… a lo mejor está muy guapo y es así… ¡Rubio, de ojos azules, alto! Y toda la cosa, pero… ¿Para qué te buscas problemas?

–…

–¿Para qué te metes en problemas, Ian?

–Yo lo amo, señora –sentenció el moreno, ya harto, pero cortés.

–…

–Yo… nosotros sabremos cuidarnos. Pero no voy a dejar de estar con él por eso.

 

Y la señora Hilda jaló aire otra vez:

–¿Y para qué lo metes en problemas a él?

–…

–Cuídate hijo.

–Cuídate mucho –secundó Griselda– Y si no quieres cuidarte tú, cuídalo a él.

–…

–Bueno, ya nos vamos. Nos saludas a tus papis.

–…Sí, señoras.

–Hasta luego –terminaron las dos. Se marcharon con sus bolsas de víveres en la mano, a paso lento. Lo dejaron a media calle, silencioso.

 

Mientras tanto, Misha compró tres bolsas y se hizo pelotas mentales con el cambio (vuelto) del billete que usó para pagar. Pero luego de tanta tardanza, caminó hacia su chico moreno con una sonrisa.

 

–Tú tienes la culpa de que esto me encante –le dijo el ruso, metiéndose un par de dulces en la boca al mismo tiempo.

Ian lo miró detenidamente, como si fuera una obra de arte abstracto.

Misha se confundió.

 

–Ah… –soltó el rubio, acercándole la bolsa de las golosinas– ¿Quieres?

–…

–Ian…

–Te amo. Gracias, no quiero.

–… ¿Sucede algo?

 

Él era una obra de arte. Tal y como Amy lo llamó en la fiesta.

 

–No. Estaba platicando aquí con unas doñas.

–¿Dijeron algo?

–…

–Ian.

–Que saludara a mis papás y que iban a hacer unas costillas de cerdo en chile verde para comer.

–Oh… –Misha volteó los ojos– Interesante.

Ian le sonrió– Oh, sí –dijo sarcásticamente.

–Y tú… ¿comida rusa o mexicana?

 

Él era una obra de arte en todos los sentidos.
Qué triste sería si la hicieran añicos…

 

–Strogonoff –decidió Ian.

–Ah… –Misha arqueó una ceja– Vamos ya a apurarnos entonces a comprar y llegar a casa, porque eso tarda. ¿Qué quieres usar?

–Pollo… No, res.

–Vamos entonces.

 

Misha alcanzó la mano de Ian, pero no tuvo respuesta. Lo sintió al instante.

–Ian, ¿Qué te sucede? –El rubio lo miró enseguida, Ian nunca era indiferente a su contacto.

–… Perdón.

 

Él era su obra de arte.

 

Le tomó el brazo.

La palabra impacta.

La palabra se reflexiona.

Las palabras duelen, cuando pinchan tu globo y tienen algo de verdad.

 

 

Misha lo tomó de la mano otra vez y él se dejó. Ciertamente, amaba ese contacto.

Pero ahora había palabra. Otra vez. Había palabras en su cabeza. Verdad o no, lo dejaron un poco aturdido.

Se sentía estúpido; eran chismes de vieja. Pero esos chismes eran la voz popular. Voz de un mundo que no se lo comía, pero hablaba a sus espaldas. Y lo harían durante mucho tiempo.

Y no sería siempre su aliado.

 

<<Amy, mamá, las señoras, Joaquín, los amigos de Misha…>>

 

Él mismo se importaba un demonio. Sabía moverse.
Pero… Mijaíl.

 

–Ja ja… llevo aquí viviendo mucho tiempo –comentó alegre el ruso– Pero siempre alguien se me queda viendo por mi apariencia. México es hermoso, no sé porque se extrañan de que uno como extranjero se quede aquí.

–No te ven sólo por eso.

 

La alegría de Misha se vio nublada por unos segundos y volteó hacia la gente con otros ojos.

Él ya no tenía miedo de nada.

 

Sujetó más fuerte la mano de Ian, la aprisionó.
–Que miren entonces.

Él estaba tan feliz, tan contento de ser libre, que parecía haberse cegado.

 

Caminaron a través del tianguis (mercado ambulante) y hablaron sólo de verduras y carnes durante un rato. Compraron lo suficiente para Pavlovna, Amy y Ari, que iban a estar presentes también.

Ian ése día aprendió a cocinar strogonoff.

Pero esa no fue la lección más resonante que el día le dejó.

 

 

– – – – – – – – –

 

 

Habían pasado dos meses desde aquel día del amor. Las cosas en ese par de corazones nunca habían estado tan pero tan bien.

 

Luego del día de su cumpleaños, Ian venía notando a Misha más cariñoso de lo que ya era. Le preguntó incluso a qué sa debía el cambio, y Misha le contestó que simplemente ya se estaba sintiendo tan pleno que dejó de tener vergüenza de muchas cosas. Seguía siendo un galán y un hombre atentísimo cuando se trataba de defenderlo y de mostrarse como la parte más masculina, pero en la intimidad había veces en que también parecía un minino, buscando estar entre esos morenos y delgados brazos que amaba. El amor crecía, parecía un arbolito regado, abonado y protegido cada día con esmero. Los primeros meses de una relación suelen transcurrir así y ellos no fueron la excepción a la regla. Salvo la pequeña fricción que tuvo Ian con Amy, todo estaba muy tranquilo; un poco más de parte de Misha, pues el moreno poco a poco empezó a darse un poco más de cuenta sobre las nuevas responsabilidades que asumió desde que le dio el Sí a Misha, con ese ramo de flores nones enfrente.

Estaba pensando en hablar propiamente con Misha sobre el asunto de su familia un día de aquellos, pero no era tampoco como si le apurara mucho.

 

Y bueno; dije que hasta este apartado hablaría de cosas menos alegres, así que es hora de hablar de esos asuntos.

 

Sí, el amor florecía, pero como todo buen arbusto de florecitas, todo eso no cabía en una maceta; todo ello no cabía en una o dos simples casas.

 

Comenzaron a salir juntos a la calle al casi cumplirse el primer mes; ya lo habían hecho, pero ahora no tomaban cautela, regla o precaución alguna. Actuaban como una pareja más dentro de la masa de gente, con besos y gestos incluidos.

Ello empezó a ponerles los pies por fin en terreno más real. Su lugar en el panorama del mundo.

 

Había en sus paseos muchísimas personas que los ignoraban, unos más los miraban con orgullo del progreso y algunas niñas los admiraban como si fueran estrellas. Pero así también, apareció un puñado de gente que prefiere acabar con el encanto de una pareja inofensiva antes de mirar hacia otro lado, cual si fuera la calle de su propiedad.

 

La primera pequeña piedra que les cayó fue: “Pinches maricones, ya no hay valores”. Ignorada.

La segunda fue: “Qué desperdicio”, de una chica a la que se le habían ido los ojos con Misha y luego vio a Ian de su mano. El moreno la vio con ojos de metralleta.

La tercera: “Puto asco”. Ignorada de campeonato.

La cuarta, de dos amigos susurrando: “Ja ja ja, tantas viejas guapas y ese güero viene por putos”. De no haber sido por Ian, Misha habría mandado a alguien al hospital ése día.

 

No siempre que salían escuchaban comentarios, pero siempre había alguien mirando. Una pareja homosexual joven ya llama un poco la atención, no demasiada en ciudades como ésta; sin embargo, sumada la atención que causaba la apariencia de Misha y su caminar híper contrastante junto a un chico común y corriente que parecía casi un niño ante tal caucásica estatura, les daba como resultado ser hasta un punto de referencia: Una ocasión, alguien que llamaba por teléfono cerca de ellos le dijo al oyente “Estoy donde hay unos gays, que uno es un güero alto”. Aquello les dio risa. Las demás miradas, no tanto.

 

Los días más tristes fueron cuando los señores Lébedev estuvieron en casa. Se escondió toda evidencia del romance entre esas paredes y cortaron toda comunicación durante todo ese periodo. Los padres llegaron agotados y se dedicaron a permanecer en su hogar y pasar tiempo con sus hijos; casi no salieron de la casa por aquellos días. Los enamorados se extrañaron intensamente, padeciendo las lunas y los soles de cada día, resistiendo.

Al día final, por la tarde después de que se marcharan los jefes del hogar y Pavlovna fuera al jazz, moreno y rubio se recibieron en la puerta como si tuvieran cien años sin verse. Se volvieron locos de amor en la habitación.

Empero, Ian se quedó largo rato pensando en los padres y esas cuestiones, aunque a la larga no dijo nada.

 

Los días de dos meses se pasan como agua, cuando se disfrutan en compañía de una persona como esa. Los problemas parecen pequeños, insignificantes; las malas experiencias se vuelven risas al final. Es un trance celestial que parece imposible de romper.
Pero las cosas no pueden ser buenas ni hermosas para siempre.

Después de dos bellos meses en una cúpula de nubes, vino el primer problema serio.

 

 

Sucedió que un día, mientras reían de la mano en la banca de un parque, una pareja de adultos jóvenes con niños pequeños apareció y se posó en la banca más próxima, justo la de frente. Iban quejándose enérgicamente de problemas de dinero, los chismes de una tía y de que el hombre había gastado algo que no debía en copas y cigarros. Los chicos no les hicieron caso alguno.

Unos minutos después, la misma pareja se les acercó a sermonearlos de manera muy intensa, insistiendo en q
ue sus adorables hijos se iban a contaminar la mente; pedían que salieran por lo menos de 3 metros de la periferia del lugar. Ian se puso a argumentar y recibía insultos de parte del matrimonio, hasta que Misha estalló y retó furioso al padre a sacarlos de allí, obviamente con amenaza entendible. A la familia se le unió una anciana, luego un chico que pasaba por allí quiso grabar y el ruso se enojó aún más. Tuvieron que retirarse de ahí, dejando a los impertinentes padres y la anciana sintiéndose victoriosos.

 

–¿Por qué no me dejas patear a esos jodidos metiches?? –le reclamó Misha a Ian, caminando fuera del lugar.

–Tienes que acostumbrarte a ellos, Misha –le respondió el moreno, tratando de serenarlo. Él también estaba irritado, pero ya mucho más acostumbrado. Lo vivió con Carlitos y Joaquín antes– Luego se agarran de estas pendejadas para dárselas de ofendidos.

–No quiero –respondió tajante el ruso– Se meten contigo y deben irse a la mierda, nadie los llama.

Él estaba nuevo en estas cosas.

 

–No quiero que te metas en problemas –habló Ian.

–¡Ellos se meten en putos problemas!

–Es más fácil darles el avión cuando te agarran en bola así, mi amor.

–¿Cómo puedes pensar eso?? –La respuesta de Ian había terminado de hacer rabiar a Misha– ¡No te puedes quedar así cuando estos imbéciles se creen con derecho a pasar sobre ti!! ¿No vale defenderte??

 

Ian también se molestó por la respuesta que tuvo.

–Te lo estoy diciendo porque en primera, ya me las he visto muy negras con estas gentes y en segunda, porque no quiero que nos graben y nos pongan en alguna pendeja página de mochos o hablen de ti y te ubiquen fácil por ser como eres ¿Sí?

–¡Mierda! –estalló el pecoso otra vez, rascándose las pecas– ¿Qué putas tengo en la cara?? ¿No han visto a un extranjero en su puta estúpida vida??

–Uno con tu acento no se ve todos los días y no hay muchos. No se les va a hacer difícil ubicarte en la calle un día si te metes con la gente equivocada.

 

La tensión se hizo pelea.

–¿Por qué eres así???

Misha estaba acostumbrado a hacer lo que quisiera y actuar directo con la multitud, no a esconderse ni reservarse. Así también, su cabeza enamorada y sedada no se detenía a pensar en las advertencias; sólo veía al mundo atacando a Ian y a sus sentimientos, y ya estaba por demás cansado de eso. Estaba dispuesto a hacer su voluntad le pesara a quien le pesara. Quería libertad, por una vez en su vida.

No entendía.

 

Ian no ayudó.

–Misha ¿De qué te quejas? ¡Así también son tus paisanos allá en Rusia y peor! Esto no es nada –soltó sin pensar– Deberías aprenderles algo. Agradece que aquí puedes estar conmigo y sólo hay idiotas aislados.

 

Se soltaron la mano.
Detuvieron su caminar.

Misha lo miró. Se miraron.
Y no era una mirada de amor.

 

–Esos pendejos no son rusos –espetó Misha.

–…

–¡Todas las putas desgracias que me han pasado con esto, me han pasado aquí!!

–Porque aquí vives.

–¡Exacto!! ¿Qué no se supone que se indignan hablando de Rusia porque aquí tenemos que estar mejor??

 

Formalmente una pelea.

–¿Sí? –Dijo el moreno– Pues a ver, quiero verte que te pongas así un día que vayamos allá.

–…

–Tienes que…

–Me pongo a repartir cagada con quien sea con tal de defenderte, Ian.

 

Una romántica declaración que suponía un millón de cosas.

Ian negó con la cabeza.

 

–Ay Mijaíl –suspiró el pelinegro– Primero arreglamos las cosas en tu casa y luego te peleas con toda la ex Unión Soviética, si quieres.

–…

–Los hijos de puta que te hicieron cosas no se llamaron solos, el mayor problema que tienes es tu propia familia. ¿Les quieres decir??

–…

–¿Les decimos?

–Algún día lo haré por ti…

 

Dos millones de cosas.

 

–…Qué dices… –Ian sacudió la cabeza.

–…Y ése día –continuó Misha– querrán matarme.

–…

–Y pasarán sobre de mí antes de hacerte algo.

–No lo vas a hacer.

–…

 

Cientos de millones de cosas.

 

–¿Ése es tu plan de vida, Ian? –Misha se agachó para enfatizar su mirada.

–¿Cuál?

–¿Estar escondido toda la vida??

–…

–¿O me vas a dejar? ¿Para eso jodiste tanto con que fuéramos novios??

– ¿Piensas que fue una joda?

 

Misha se desesperó.

–¿¿Quieres que sea un mediocre de mierda con niños y una mujer a la que no amaré por ti?? –interrogó.

–No te adelantes a las cosas.

–¿O nos vamos a ver a escondidas, vas a ser mi amante? –rio el ruso, de forma sarcástica.

–Deja de decir tonterías.

–Ésa no es la vida que quiero.

 

Miradas cruzadas; utopías descabelladas salidas de delirios de amor.

Un niño contra el mundo, en una ciudad silenciosa.

Tenía que estar bromeando.

No lo hacía.

 

–No la tendrás, porque vamos a estar juntos –trató Ian de conciliarse.

 

Lo tomó de las manos.

Esos potentes ojos azules, encendidos de adrenalina.

 

–Entonces déjame mandar a la mierda a quien quiera meterse.

 

Ian suspiró.

Su chico quería imponerse ante medio mundo, millones de personas. Él había cedido a un par de malos padres y una anciana. Quedaba mal.

Pero es que había tantas cosas detrás de aquellas tres personas.

Habían muchos más. Estaba la familia Lébedev.

Habían precauciones qué tomar. Medidas qué obedecer.

Él no conocía ese mundo.

 

–Sólo… –empezó Ian.

–¿Qué?

–No mandes a nadie a su tumba.

Ahora sí Misha se tranquilizó un poco.

 

–…No, está bien –accedió– No me meteré en problemas.

–Gracias.

–Me conformo con mandarlos al diablo.

–De acuerdo.

Vino la paz en forma de un beso y caminaron juntos de la mano otra vez.

 

Misha tenía que aprender un par de lecciones que Ian había aprendido a las malas.

El mundo no es como quieres siempre, sólo porque tú lo deseas.

 

Un niño, dos niños contra el mundo poco pueden hacer en la vida real. Algún día lo entendería.

 

Ojalá no se lo hicieran entender, como a él se lo hicieron entender sus abusones, su director, las instituciones que no contestaban el teléfono, y el maestro de Inglés.

 

 

– – – – – – – –

 

 

Y hablando de niños, Ian era uno muy enamorado y pocas cosas le eran tan importantes como tema de conversación que la persona que lo hacía tener esa enorme sonrisa.

 

Había días en que volvía a Misha el tema del día; no le bastaba con irlo a ver después de pasar una hora en la estética martes y jueves, también tenía que aburrir a la asamblea describiendo las cualidades de cada una de sus pecas.

Y no es que fuera demasiado difícil, pero a veces no se daba cuenta de todo lo que pasaba alrededor.

Y uno de ellos, un chileno llamado Antonio, era una de esas cosas.

 

Cuando los dos amigos gays y el hetero se dieron cuenta de que Ian no iba a callarse, Antonio se levantó y se retiró temprano, con la excusa de que tenía que llegar a hacer la tarea y ver yaoi. Pero no puso su sonrisa maliciosa de siempre. Demasiado notorio para que Ian lo dejara pasar.

Ya era hora, en tres meses.

 

–Ian, tú le gustas –le confesó Joaquín, luego de que vieron marchar al chileno en absoluto silencio.

El moreno se quedó perplejo, con ojos de plato grande.

Nunca le había dado señal alguna.

 

–Ahí vas otra vez de pinche víbora, tú… –le soltó Tomás a Joaquín, dándole un zape.

–¡Ay, pendejo! –el rubio teñido se masajeó la cabeza y le tiró un manotazo al de cabello rapado– ¡Pues qué quieres que le diga! ¡Mira cómo se va la estúpida de tristona, bien obvia la idiota!

–¿Y por qué pinches nunca me dijeron?? –Reclamó Ian, molesto– No hubiera llegado tan alegre.

–¿Y tú por qué no te diste cuenta? –respondió Joaquín.

–¿Y cómo iba a saber eso?? ¿Se comporta como si le gustara??

–La verdad no –lo apoyó Tomás.

–¡Pero se le nota a kilómetros! –alegó Joaquín.

 

Tomás negó con la cabeza.

–Ese güey se comporta raro con todos –dijo– Al que se le notaba que algo traía con el Ajonjolovsky era a Ian. También, pinche Toño. Ya debería haberse hecho a la idea.

–Pues como sea –Joaquín se acomodó en su asiento. Se estaba pintando las uñas– Antonio era mucho mejor prospecto que el pinche güero que me cae tan gordo, y tú sabes por qué, Ian.

 

El moreno se enojó.

–¿No te lo traje para que arreglaran sus cosas?? –gritó.

–Me valen madres sus disculpas, desde que te usó de juguetito.

–Bueno, ya es mi novio ¿No?? Gracias pero no fui ningún juguete.

–¿Ya te reconoció ante notario? Dime…

–¿Qué mierda??

–¡Ay! –Joaquín se exasperó. Se le descontroló el barniz– ¡Que si ya te presentó con sus padres, cara de pendejo!!

–…

–¡Ah! ¿Verdad que no?

–¡Pero no es porque le de vergüenza, ridícula!!

–¿Entonces?? –Joaquín cerró y azotó el barniz en la mesita. Le tiró una mirada furiosa que jamás le había visto.

Él seguía viendo a Misha de la misma forma.

 

–¡No puede, tonta!! –contestó Ian.

–¿Por qué??

–¡Porque sus padres lo matan, reverenda tonta!! –Ian explotó– ¡No todos los padres son como los míos, estúpida!!

–¡Ja ja ja, Ian, tú quieres contarme de eso! Entonces creo que yo los tengo más puestos que tu bebito cara de bollo, debe ser eso.

–¡Es ruso, pendeja! –el moreno se exasperó– ¡No sabes la cantidad de malditas mierdas por las que Misha ha tenido que pasar con sus padres nada más por sospechar que algo traía conmigo cuando se fue! ¡Si tus padres que no te pueden mandar a Siberia están todos pendejos por no aceptarte, ése es tu maldito problema!

–…

–Tarada.

 

La estética quedó en completo silencio.

Ian le había dado a Joaquín en una zona donde dolía.

 

Producto de eso, Joaquín se serenó y suavizó su voz.

–…Oye, Ian… –lo llamó.

–¿Qué quieres?

–¿Entonces por qué estás con él??

 

Palabra.

 

–… ¿Cómo que por qué estoy con él?

–…Ian… ¿Tan así es? Oye… ¿Tanto lo quieres para cargarte problemas… como ése?

–… ¿Qué problemas?

–No te hagas idiota.

–…

–Ian –El castaño habló seriamente– Sí sabes que esas cosas no se tapan toda la vida, ¿verdad?

–…

–¿Qué vas a hacer cuando se destape esto en su casa?

–…

–¿Qué te va a pasar a ti?

 


Palabras.

 

–…Nada.

–¿Qué le va a pasar a él?

–…

–¿No oyes?

–¿Sabes qué? Ya me tienes hasta la madre –respondió Ian, en un modo que pocas veces había usado con su antiguo y reparador amor, a ése que dejó sólo por un pequeño detalle que no pudo pasar por alto.

 

Tomó su mochila y se la acomodó en el hombro, para salir a pisotadas del pequeño local.

 

Antes de que pudiera alejarse por completo, oyó la voz delicada de Joaquín gritándole desde adentro.

 

–¡Te lo dejo de tarea!!

–¡Cállate!!

 

Se fue hecho una fiera de allí. Ya era el colmo. Primero su madre, luego un amigo de Misha, y ahora Joaquín se sentía con la plena autoridad de plantearle esas horrorosas dudas que, cuya parte más odiosa de todas ellas era que… sí, estaban diciendo la verdad.

 

Se fue con las palabras en la cabeza. No había contestado ninguna pregunta.

 

¿Había manera de contestarlas?

 

Notas finales:

 

Este (si mis definiciones no me fallan) es un nuevo arco en la historia. 

Es hora de decir que en esta historia, yo no tengo personajes todos buenos o todos malos, todos adorables o todos detestables (Bueno, sí, el señor Pavel xD pero eso lo verán muuucho más adelante). 

 

Si por todo el primer arco de la historia pensaron que Misha es como de esos semes que siempre es el malote y el que se porta medio bruto con el pobrecito... vayan abriendo sus mentes, bellos. 

Lo van a necesitar. 

 

Nos vemos el viernes, criaturas bellas. Pasen una hermosa semanita <3

Att: Diana Michelle, que ya se va a portar bien. 


Si quieres dejar un comentario al autor debes login (registrase).