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Los chicos lloran lágrimas celestes [en REEDICIÓN] por DianaMichelleBerlin

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Notas del capitulo:

¿Cómo están? ¿Todo bien?

 

Gracias por seguir aquí.

 

Va el capítulo!

 

Mrs. Hunter, dedicado a ti, el fic es tuyo jaja <3

 

Ya el joven y popular Guillermo estaba muy cansado de sus materias y sus tareas y eso que apenas iba para concluir la segunda mitad de su semestre, más o menos. Era feroz e implacable en internet y haciendo chistes y memes en la red; sin embargo el chico, fuera de poses y sarcasmo, en la realidad era un adolescente bastante tranquilo y familiar. Estaba pasando la hora de la comida que compartía con sus padres en compañía de un invitado especial, su amigo Manuel, preparándose para pasar tres horas trabajando en un proyecto de tarea.

 

–¿Y cómo se la pasaron, el sábado? ¿Completaron su tarea? –preguntó la madre a los dos muchachos, dejando en paz el teléfono por un rato.

–Ah, sí, bien –contestó Guillermo, sin mucho entusiasmo. Los pedacitos de yerba de especia en la comida se le estaban empezando a pegar en los dientes– Después de ir al museo salimos un rato a caminar por Calzada de las Acuarelas.

–¿Y ya?

–Mmm… no –rememoró el hijo– También fuimos por donde está la plaza, pero el “tortas” se empezó a sentir mal. Por eso nos regresamos temprano.

–Ah ya, ya se me hacía raro.

–Sí.

–¿Y qué había de interesante por allá, o qué…?

–Mmm nada –Guillermo respondía aún con un bocado pequeño en la boca– Pues la exposición estuvo padre. Luego afuera en la calzada habían unos como mimos o actores haciendo un acto. Había un montón de gente, ¿verdad? –miró a su amigo y le concedió la palabra.

 

Manuel tragó el bocado que traía para responder claramente.

–Sí, es que estaban como haciendo entre una obra y trucos así como de magia. Yareli se acercó y la estaban jalando de voluntaria…

–¡Ah, sí, ja ja! –señaló Guillermo– Y ella con su cara de “¡Ah, me cagan los payasos!”…

–¡Guillermo! –lo llamó el papá con dureza, para que se acordara de respetar la mesa.

–Perdón –contestó el hijo.

–Te voy a dar en tu pinche jeta, ¿eh? –Amenazó la mamá– Por grosero.

–¡Perdón!

–Bueno… –Manuel tomó de nuevo la palabra– Estuvo padre, señora.

–Ah, qué bueno, chicos –le dijo la señora.

 

Todos se llevaron más comida a la boca. Pasaron unos segundos.

 

–¡Ah! Ah, y luego… –recordó Manuel de repente– Luego se armó la pelea con unos gays.

–¡Ah, sí! –ratificó Guillermo, feliz por recordar lo mismo que su amigo.

–¿Y eso? –preguntó la madre.

 

Los chicos se habían comido otro bocado y dieron una pausa corta antes de relatar.

–Mmm pues –tragó Guillermo el último pedazo– Estábamos sentados todos en bolita y vimos a unos gays así… Ya sabes ¿no? Pues en sus cosas de gays –hizo una pausa– Y entonces vimos a unos chavos que también iban pasando –comió una pequeña porción– Y yo vi cuando uno de ellos pasó y empujó a los gays y ahí los chavos que iban con él se empezaron a reír.

–Al más chaparro le tiraron su gorra –agregó Manuel.

–Ah, sí, mamá –asintió Guillermo– Porque uno era así pues, un chavo normal de por aquí y el otro era… –se rascó la cabeza– como alemán, ruso… bueno de esos que hablan así como con las erres, porque lo oímos hablar; era alto, blanco…

–Sí, ¿Y luego? –preguntó la mamá.

–Señora, pues que… –continuó Manuel el relato– El alemán se da la media vuelta… y que se regresa y agarra del cuello al chavo que le tiró la gorra al otro ¡Y que se arma un griterío!

–Ah no, pero no era alemán, era ruso, güey –le corrigió el otro chico.

–¿Y tú cómo sabes, güey?

–Porque hasta el poli que se acercó le dijo al chavo que si en su país nadie les pedía un poco de respeto en la calle que se regresara. Y ya el otro policía le preguntó que de dónde venía y el chavo dijo que venía de Rusia. Ya fue cuando el poli le dijo que allá los cosacos no andaban al contentillo y que se alegrara de que ellos nada más les iban a pedir para el refresco.

–Pues sí, pinches gentes –intervino el papá, con cuchara en mano– Ya para todo se quieren andar exhibiendo en la calle y no respetan a los demás.

–Pero pues, los chavos iban en lo suyo, señor –dijo Manuel– Los otros hasta se fueron riendo de ellos.

–No pues, la neta sí, papá –agregó Guillermo– No iban teniendo así nada, nada más estaban caminando de la mano. La neta sí se me hizo mala onda de los otros.

 

El padre arrugó la frente como si un bicho le hubiera picado.

–Su pinche madre –respondió enérgicamente– Los pinches putos no tienen por qué andar mostrando sus vergüenzas en la calle. Pasa uno con niños y estos enfermos se andan besuqueando y no se preocupan porque a uno le da asco. Y luego preguntan por qué les dan sus correctivos. Luego les dicen que están mal como es y se ofenden los maricones.

–Pero pues, papá, si no le hacen daño a nadie.

–¡Cómo no! Si a uno no le gusta verlos, por qué a la de a sus pinches calzones hay que aguantárselos.

–…

–A este pinche mundo se lo está cargando la chingada.

Allí se acabó la conversación de las anécdotas del sábado.

 

Día normal, familia dentro de lo común. El guisado acabándose y la mamá en silencio recogiendo los platos.

El papá reprobando la prueba de confianza.

 

Y los chicos se quedaron callados.
Definitivamente, callados.

¿Quién no ha lanzado preguntas o anécdotas ajenas, como botellas al mar, para ver si el barco en el horizonte trae bandera blanca, o es una amenaza con todo y piratas?

Sus manos se dieron consuelo bajo el cobijo del mantel.

 

 

– – – – – – – – –

 

 

–Es que… ¿por qué no me hablaron a mí o a una de las chicas? –preguntó Ari con un tono muy dulce. Lo preguntó con cuidado y despacito; ya los había visto enojados a cada uno lo suficiente para saber que ya no debía echar ninguna leña al fuego.

–Carajo, ya te dije… –respondió Ian, en un soplo de fastidio– Como si fuera tu maldita obligación andar tras de nosotros para saber si algo nos pasa.

–Bueno, no, pero sabes que te puedo ayudar.

–Mejor a ver si ahorita le dicen algo que le ayude con esas pinches reacciones.

–…

 

Estaban esperando en la banqueta, mirando pasar los pocos coches que cruzaban frente a ellos y a niños con sus padres salir y entrar de la clínica. Desde adentro salía un olorcito entre medicina y aromatizante de pisos. A Ian ya le había fastidiado la nariz.

Vieron al ruso salir, en compañía de una chica de las mayores de edad del colectivo. Ella se despidió a los pocos minutos y los demás caminaron para irse juntos.

 

–¿Cómo fueron las cosas? –se acercó Ari al pecoso, con una sonrisa de bienvenida al exterior.

–Nada nuevo –respondió él– Me dijo que debía descansar más. Pero tengo proyecto de Historia para el jueves. Me voy a desvelar toda la semana.

–Ah…

 

El eslavo, que siempre salía más relajado de las sesiones, estaba haciendo una excepción ése día. Venía casi igual de enojado que antes de entrar.

Mala combinación con la cara de Ian. Caminaron unos metros hablando morena y rubio sobre la sesión. Pero el pelinegro no abrió la boca. El otro lo notó.

 

–Sí, y también le conté a Iván de la gente malagradecida.

Ari se quedó callada y miró a otro lado.

 

Caminaban.

–Igual que Pavlovna con lo de su maldito novio –añadió Misha, en indirecta– Personas que prefieren quedarse calladas cuando las agreden y te culpan por defender tu vida y la de ellas.

 

Ian apretó el puño, pero no dijo nada.

–Ya sabes, Ariadna –continuó– Probablemente mañana, en lugar de tres sean diez. Quién sabe si a esos diez también quiera que los ignore cuando los tengamos encima…

–Me lleva el diablo –susurró Ian.

–Sí, Ariadna, eso es lo único que saben decir a su favor. Que los lleva el diablo.

 

Ian perdió los estribos.
Se paró frente al ruso.

 

–¡Me lleva el puto diablo, Misha!! –estalló– ¡¡Una pendeja en la banca de enfrente te estaba grabando!!

 

Esta vez Misha se contuvo.

–Me importa un demonio –soltó.

–¡Sí, te importa un demonio! ¡Deja que quieran subir un chingado video tuyo en internet y lo vean cien gentes! ¡A ver si te da puto gusto que lo compartan y tus padres se enteren!!

–¿Y mis padres cuándo lo van a ver?? ¿No crees que ya te excediste con tus jodidos aires de paranoico??

 

Como Pavlovna aquella vez en la cocina, Ari también se quiso hacer agua para escurrirse lejos de ahí.

 

–¿No piensas más allá de lo que nos pinches puede pasar??

–¿No te dije que me importa un demonio?? ¡Me importa un demonio, Ian!!

–¿No te importa??

 

Misha ahora se puso rojo de coraje.

–¡¡Ya te dije que no quiero putas esconderme toda la vida!!

–¡Te van a…!!

–¡¡¡ME IMPORTA UN DEMONIO!!! –se exasperó el eslavo– ¡Además dónde mierda me van a ver!! ¡Mis padres están muy ocupados!

–¡La gente les va a hablar de nosotros, idiota!!

–¿Sí?? ¡Que lo disfruten!

 

Ian de verdad se exasperó.

–¿¿Estás loco o ya se te olvidó lo que te han hecho??? –No se percataba de que los gritos también llamaban la atención.

–¡Ya pasé una vez por ahí y lo puedo volver a pasar por ti!!

–…

–¿Por qué tanta estúpida obsesión con lo que la gente vea o no vea?? ¿¿Crees que sabes guardar apariencias??

–…

–¿No te fue ya suficiente de malditas apariencias???

–Las apariencias nos protegen, idiota.

–¿Como lo del botiquín en tu baño??

 

Ian sintió el golpe.

 

–¿Te sentías bien sin decirle a nadie que te daban una golpiza diaria?? –siguió Misha– ¿Para qué lo hacías??

–…

–¿Por qué no querías que nadie se enterara?? ¿Por vergüenza??

–…

–Yo no fui el único imbécil que se tragó las cosas por años, entonces.

–Tú no hiciste hasta lo imposible porque no te grabaran y jodieran más tu vida –respondió el moreno al fin.

–…

–Tener que hacer tratos para que el resto del mundo te dejara en paz y ellos pudieran divertirse contigo.

 

Misha soltó una risotada sarcástica.

–Ja ja ja… ¿¿Ah, no lo hice??

–…

–Dices puras estupideces.

–…

–No soy el único que debería venir a esta casa de locos.

 

El moreno suspiró. –¿Ah sí??

 

Ian enfatizó su mirada en el azul de los ojos de Misha. Tomó el teléfono del ruso del bolsillo de éste y se lo colocó y lo apretó en su mano blanca y grande.

 

–¿Mucho valor? –preguntó– ¿Por qué no les dices ahorita a tus papás??

El rubio se quedó en silencio.

 

–¿Por qué no les dijiste cuando vinieron, Mijaíl?
–…

 

El contacto visual era tan tenso, tan irritante, que dolía.
Ninguno de los dos soñó alguna vez con lo que vendría después del beso y el día del verdadero amor.

Se lo estaban demostrando.

 

–Me voy a trabajar –Misha cortó la mirada, la pelea y se dio la media vuelta.

 

Quién sabe si su mente contestó la pregunta de Ian, pero por lo mientras, decidió abandonar la discusión antes de perder más la paciencia.

Ian no dijo nada.

 

–¡Oye, Misha! –intervino por fin Ariadna– ¿Y cómo te vas a ir desde acá??

–Por aquí pasa el mismo microbús que por allá –le contestó el ruso, en un mejor tono.

–¿No dijiste que ibas a llegar a ver a Limonchik? ¡Y además vas a llegar muy temprano!

–Le hablaré a Pavlovna para que vaya a darle su comida –dijo él, apartando el precio del pasaje del resto del dinero en su bolsillo trasero– Y lo otro… como si nunca hubiera llegado temprano. El señor Kunin va a estar feliz de que trabaje horas gratis y les sirva pirozhki a todas las que llegan a preguntar si conozco a algún Viktor desde temprano.

–…Está bien.

–Nos vemos después.

–Cuídate.

–Adiós.

 

Misha caminó por la calle, hasta que dobló por una esquina y desapareció.

Ella volteó hacia el moreno.

 

–Ni siquiera te despediste de él –le dijo.

–…

– Oye, tal vez deberías pensar que si él no lo ha hecho en su casa es porque no es tonto.

–…

–No está listo. Pero lo hará. Un día. Y parece que no a largo plazo.

 

Ian la miró.

–¿Y cuando esté listo, qué? -se quejó él.

–…

–Vamos a huir en un puto tren como las t.A.T.u, ¿no??

–…

–¿No??

–Ese era un camión… el de t.A.T.u

–¿Y qué?? –siguió Ian– ¿Huimos en un microbús… en el pinche metro??

–…

–Así deben huir los rusos de sus problemas.

–Pues... –suspiró Ariadna– Él no está huyendo, al contrario.

–¿¿Y entonces??

–…

–…

–No lo sé, Ian.

–…

–Te entiendo también –Ari asintió levemente y, al ver su expresión tan serena, Ian inhaló y exhaló profundo. Recargó bruscamente su cuerpo contra la pared de la casa a su costado, y se puso a pensar.

 

El sol iba y venía tras de las nubes.

 

–Van a venir muchos días malos, cariño –continuó la pelinegra– Ni modo –suspiró de nuevo– Esto es lo que, por desgracia, nos toca a todos nosotros. Tú lo sabes perfecto, igual que yo.

–…

–Tú sabes lo que es tener miedo de lo que puede pasar cuando amamos a alguien… –hizo una pausa–… Cuando necesitamos romper la burbuja de todos los que nos conocen… a la gente que queremos. Y tenerle miedo a las consecuencias.

–…

–Tú ya has pasado por eso.

–… Precisamente –dijo Ian, con tristeza.

–Sí, te entiendo.

 

Ella se acercó a él, para acariciar su hombro.

 

–Quisieras proteger a esa persona con toda tu vida… para que nada nunca, ni siquiera abriéndole las puertas al mundo, le pasara algo –continuó– Ian, todo eso yo lo sé, todo mundo lo sabe.

–Menos él…

 

El sol golpeaba con fuerza en la piel, pero las nubes lo cubrieron y sintieron frío repentino.

 

–Ian, yo creo que él sí ha de saber.

–¿Te acuerdas de cuando te conté de la primera vez que salí con Joaquín?

–…No mucho.

–Se puso a gritar –recordó el moreno– Gritaba y lloraba, mientras los abortos me tiraban al piso y de Joaquín… lo último que vi antes de quedar inconsciente fue que le dieron una patada y rodaba por unas escaleras.

–…

–No salimos casi después de ése día. Cuando lo hacíamos, usaba sus vestidos y se arreglaba. Nada raro en su cuerpo se notaba nunca. Hasta algunos pensaron que me había cambiado de banqueta.

–…

–Era muy hermosa, la chica más linda… Pero…

–Tú no querías eso, no te gusta. Ya lo sé.

–Eso no tuvo que ver, no ahí –Ian ladeó la cabeza– Es que era hermosa por miedo.

–…

–Salir con Misha en público también fue algo nuevo para mí. Yo también superé miedos viejos.

–… Pues –habló ella– Creo que no del todo.

–… ¿Tú crees?

–Joaquín fue valiente –Ari miró las nubes viajar sobre su cabeza– Vivió esas cosas malas contigo, y nunca se quejó. Ganas no le faltaron, pero tú no la dejaste. Y las afrontó contigo hasta que igual recibió apoyo en su casa y su papá salió en su defensa. Pero ahí siguió, hasta que terminaron. Y ahora ya ves, sigue a su manera.

–Y se lo agradezco –Ian miró el color gris de la nube más grande.

–Y Joaquín a ti. Por estar ahí, aún cuando no pudieran seguir.

–…

 

El sol no volvía.

 

–Pero es que, Ian… Misha es valiente a su manera.

 

Ian recibió un rayo de luz directo en sus ojos y lo lastimó.

–Esa no es la valentía que necesita tener, por su bien, Ariadna.

–Lo hace porque te ama.

–Ay, Ariadna…

–Ian…

–¿No ves que por eso está viniendo aquí?? –exclamó él, señalando en dirección ya lejana a la clínica.

–…

–¡No quiero verlo así otra vez por mi culpa!!

– ¿Crees que es tu culpa?

–¡La culpa de quien sea!! –exclamó él con todo su coraje– ¡No quiero que lo jodan otra vez!!

–…

–¡Yo prefiero una vida escondido, que una vida de verlo así como lo dejaron!!

–Él ya lo sabe, Ian –habló Ari.

–…

–Y te quiere más que eso. ¿Por qué no afrontar las consecuencias juntos?

Ian respiró profundo.

 

Tenía el corazón oprimido.

–Es que no van a ser iguales para los dos –explicó.

 

Ari lo miró.
Fue hacia él y le dio un abrazo enorme, estrujándolo. Lo necesitaba.

 

–Entonces tú vas a ser su Joaquín –le susurró.

–…

–Ánimo –Se separaron.

 

Ella misma alguna vez se vio en la situación de Ian y en verdad entendía muy claro lo que él sentía.

Pero también estaba viendo los ojos ansiosos y tristes de Noriko, reflejados en los nervios de Misha.

 

Libertad, dulce droga.
Una vez la pruebas, quieres llenar tu vida de ella.

 

–Ian –dijo la pelinegra– Así es esto. Y ni modo. Así será al menos veinte años más.

–…

–Esperaron años para estar juntos –le tomó la mano– Disfruta esto.

 

El sol volvió a aparecer y, junto con él, pareció haber traído consigo la tranquilidad al cuerpo de Ian.

 

–Haré lo posible –prometió el moreno.

–Muy bien, cariño.

–…Sí.

 

Todo quedó en calma.

Un gato cruzó corriendo la calle. Se rieron a volumen fuerte.

 

–¿Mejor? –sonrió Ariadna.

–Sí… creo que sí.

–Ve a su trabajo. Alégrale el día.

 

El pelinegro hizo una mueca.

–No –contestó– Lo voy a meter en problemas, no. Su jefe es igual ruso.

–¡Ay, Ian! –rio su amiga– Ya conoces al señor Kunin. Ése señor no tiene cara de matar a nadie. Si se lo explicas, no creo que pase de que te corra a escobazos para que dejes a Misha trabajar.

–Ja ja ja, tienes razón… Está bien.

–Tú tranquilo. Ve a arreglar las cosas.

–…Sí, bueno.

–Te veo después.

–Te veo.

–Cuídense los dos.

–Te quiero, Ari.

 

Se despidieron y el moreno, como su chico, desapareció en una esquina.

 

Seguía con las palabras en la cabeza. Indiscutiblemente, las cosas malas seguirían sucediendo. Y serían más cada vez.

Pero así es la vida. Las partes malas no se pueden saltar.

 

Tenía que asimilar todo.
Estar seguros, o ser como Joaquín. Con todas las consecuencias.

 

Por hoy, se daría el día para dejar de pensar en eso.

 

 

– – – – – – – – –

 

 

Estaba bien ubicado, en los principios de una de esas zonas hermosas, con muchos árboles y sin basura de la ciudad, donde se piensa en gente rica pero la gente de clase media y un poco baja va a pasear y a mirar los comercios. Allá donde los hipsters les gusta reunirse para tomar un helado y pasear por una placita, como para según agarrar aires de pueblo.

 

Era un local pequeño, apenas lo suficientemente ancho para seis mesas cuadradas, el mostrador, los estantes llenos de cosas rusas y una cocina chiquita por detrás de un muro junto a la caja.

Aunque pequeño, estaba calientito y adornado de manera preciosa, con motivos que desde la primera vista recordaban al país más grande del mundo.

 

Entre semana estaba una chica llamada Linda, que de rusa no tenía nada, pero sí tenía que sostenerse de algo habiéndose escapado de casa con su novio y, con su rubia y blanca apariencia ya llamaba mucho la atención; el sábado estaba Misha y el domingo estaba Román, un chico que estaba de intercambio en la Universidad. Ya se iba y el dueño, el señor Stanislav Kunin, ya andaba otra vez colocando anuncios en la web. Como en los cafés de chinos, al señor le gustaba que hasta sus empleados contribuyeran a la ambientación. Cuidaba cada detalle, por eso siempre le había ido muy bien en su negocio. Entre semana estaba Linda porque la clientela era más moderada; el día de oro era el sábado, cuando muchos intelectuales, chicas y curiosos iban a dejar ganancia.

 

Misha, más que encargado de atenderlos, a veces parecía víctima.

 

–¿Qué opinas tú, muchacho…? –le preguntó el hombre, alto, de vestir sofisticado y con lentes de sol– ¿Cómo dijiste que te llamabas?

–Mijaíl, señor.

–¿Cómo ves esto que estamos platicando?

 

Misha miró a los cuatro sabiondos sentados alrededor de él, con su café y sus platos de pelmeni casi intactos, porque se la habían pasado hablando casi todo el tiempo. Por alguna razón, aquellos tipos pensaban que el apoyo a su punto de vista de un ruso auténtico era un sello de validez para su “amor” a la política rusa. Aunque fuera un chico de diecisiete en su trabajo de fin de semana.

 

Él tenía criterios propios, pero siempre se inclinaba del lado del cliente, para no discutir mucho y zafarse fácil de allí por si alguien arribaba. Estaba ahí para trabajar, no para sentarse a hablar de la vida con extraños que casi nunca entendían de qué hablaban y posaban como si supieran todo.

 

–Pues… sí señor –afirmó– Usted sabe. Washington sabía perfectamente de esos fondos ocultos y Rusia siempre lo denunció, Naciones Unidas nunca hizo nada… Los yanquis siempre echándole la culpa a nuestro país, pero todo mundo sabe que sólo ellos hacen estas trampas, ellos siempre son los sucios.

Con esa contestación, el tipo de lentes quedó encantado.

 

–¡Ah, mira, qué muchacho tan inteligente! –clamó, casi le aplaude a Misha.

–Gracias, señor.

–Pues claro, allá hasta la juventud es culta –dijo uno de los otros sujetos– No que aquí, pinches mocosos reggaetoneros, todos.

 

Misha se escurría como podía de las mesas donde lo agarraban de rehén y el señor Kunin a veces se caía de la risa desde el mostrador, mirando cómo lo martirizaban. Sólo intervenía para pedir que lo dejaran trabajar cuando lo requería para la mercancía o había más gente o cosas por hacer. En ese momento no había nadie y se estaba riendo tranquilo. En la otra mesa, una chica le tomó una foto discreta a Misha, comentando a sus amigas que se veía lindo. Hasta creían que él no se daba cuenta.

 

Así estaban las cosas cuando el de pecas, con el rabillo del ojo en un vistazo de pena ajena a la chica, divisó una sombra marcada por alguien entrando al local. No necesitaba más.

 

–Señores, con su permiso –dijo levantándose de la silla.

–Adelante, Mijaíl, gracias por compartirnos tu punto de vista. Te decimos si se nos ofrece otra cosa.

–De acuerdo, señor.

 

Se alejó gustoso de ahí, para ir hacia la entrada.

 

–¡Zdravstvuit…!

 

No terminó de dar el saludo de cortesía. En lugar de eso…

 

–¿Qué quieres?

–Vine a hablar contigo.

 

Ian intentaba verlo a los ojos, pero Misha desviaba la mirada.

 

–Estoy ocupado –le advirtió el rubio, sin mirarlo.

–No te voy a quitar mucho tiempo.

–…

–Ya no quiero estar así.

–…

El moreno le tomó la mano.

 

–No tenía que decirte eso –se disculpó– Después de todo, por ti nos han dejado en paz.

–…

–Pero es que me preocupas.

Misha lo miró por fin.

Guardaron un poquito de silencio.

 

–…Sí, entiendo –dijo después el rubio, al fin. Se miraron y apretaron sus manos.

 

–Olvidemos esto, ¿Sí?

–…Sí, está bien.

 

Misha acercó su cara de repente y le dio un beso sencillo y cariñoso. Fue tan dulce que les hizo mucho bien a los dos. Se sonrieron…

 

Se oyó un cubierto caerse estruendosamente en un plato. Entonces Ian cayó en la cuenta y se espantó.

 

Fuck!

–No, no te preocupes –Misha le sonrió y lo calmó– El señor Kunin ya sabe.

Ian se quedó con ojos de plato.

 

–¡Misha! –escucharon al señor ruso desde el mostrador. Lo miraron y él dio una seña para que ambos se acercaran a él.
Atravesaron el lugar por entre las mesas y notaron que el ruido del cubierto había sido de uno de los intelectuales, porque todos en esa mesa (y también las chicas, discretamente), se quedaron como piedras mirándolos mientras pasaban. Ésa no se la esperaban.

 

Ya una vez cerca del mostrador, el señor acomodó un banco frente a una silla que ocupó. Les pidió que pasaran y que Ian se sentara.

 

–Sean más discretos, chamacos –les susurró el señor– Por mí no hay problema, pero hay clientes que sí –miró al moreno– Quédate aquí sentado, hijo.

–Perdón por venir, señor –se disculpó Ian.

–Procura no ser tan evidente cuando vengas de visita, sólo eso.

–Sí señor.

–Misha, ve y pregúntales si se les ofrece algo.

 

A Misha se le pusieron los pelos de punta. Los clientes lo acababan de mover de un pedestal a quién sabe qué lugar. Y ni modo que se peleara con ellos.

 

–Señor…

–Ándale, no te van a comer.

 

Misha puso cara de que no se lo iban a comer, pero sí a verlo muy feo–…Sí, señor.

Efectivamente, los intelectuales ya sólo le pidieron café sin más interacción y la chica de la foto no lo miró más. Pero una de sus amigas lo vio como las chicas que lo miraban en la calle junto a Ian como estrella de cine. Una tercera amiga le dio un zape a esta segunda cuando el pecoso se alejó...

 

Aún era temprano y la jornada estaba tranquila. Las chicas y los intelectuales se marcharon casi al mismo tiempo, unos quince minutos después. El lugar quedó en calma después de que un chico entrara a comprar comida para llevar. Para entonces, el maduro señor ruso, robusto y rubio pero ya con canas le había sacado un banco a Misha.

 

–Siéntate, Misha –le indicó el señor– Me interesa hablar con los dos.

–(Usted perdone, señor Semionóvich) –se disculpó el pecoso, hablándole en su lengua– (Fue sin pensar).

El hombre abrió de más los ojos y arrugó la frente.

 

–¿Pero qué te sucede, muchacho? –Le reclamó– ¿Qué no tienes respeto por tu chico? No me hables como si él no estuviera aquí, habla en español. Hombre o mujer, tú tienes que ser un caballero, así debes ser.

–(Él entiende, señor) –respondió el rubio, alegre– (Ya habla muchísimo de nuestro idioma).

 

El señor Kunin se volteó hacia Ian, asombrado. – (¿Tú sabes ruso, hijo?)

–(Lo suficiente para conversar, señor) –respondió el latino con una sonrisa.

 

Ante esa respuesta, el canoso rubio de ojos marrones mostró una sonrisa de complacencia y se acomodó mejor en su silla.

–(¡Ah, muy bien, Ian! Me sorprendes. La última vez que estuviste aquí hace ya meses algo me dijo Misha, pero me comentó sólo por encima. Dijo que te había enseñado unas palabras y las aprendiste rápido. Pero ¿Tan rápido el idioma?)

–(Él es muy talentoso con los idiomas, señor) –dijo Misha, mirando a Ian orgulloso. A éste le brillaron los ojos.

–(¿Eso es cierto, Ian?)

–(Eh… así creo, señor) –respondió el pelinegro– (De hecho, he participado en concursos de escuela. Tengo un par de reconocimientos en eso…)

–(Tiene una pared de medallas, señor) –agregó Misha.

–(¡Vaya!) –Exclamó el señor– (Te felicito).

–(Gracias) –contestó Ian.

 

El teléfono del hombre vibró encima del mostrador y se detuvo unos instantes a revisarlo, luego volvió con los dos chicos.

 

–(Bueno, Ian) –continuó– (Entonces, asumo que…) –se acomodó el cinturón para sentarse mejor– (…como somos dos rusos aquí, podemos seguir hablando en la lengua de la mayoría, ¿está bien?)

–(Sí, por supuesto).

–(Está muy bien) –respiró hondo el señor Kunin– (Bueno, muchachos, entonces ahora sí pasemos a mi duda… ¿Son una pareja formal?)

–(Así es, señor) –respondió Ian.

–(¿Pero, desde cuándo?)

–(Llevamos poco más de dos meses, señor Semionóvich) –dijo el pecoso.

–(¿No se lo contó Misha?) –preguntó el moreno.

–(Me contó hace medio mes que eran novios, aunque no me dijo de cuánto tiempo. Pero… ya llevaba hablando de ti un buen tiempo. Una vez vino especialmente distraído a trabajar y le pregunté qué lo tenía así. No me supo decir otra cosa que eran unos asuntos contigo. Aunque, bueno… Por la cara que tenía, creo que ahí fue el primer indicio que me dio de ustedes)

–(¿En serio?) –soltó Ian. Misha se sonrió de pena.

–(De verdad. Éste muchacho es demasiado expresivo).

–(No diga eso, señor) –pidió el rubio.

–(¿Y por qué no? Él ya te ha de conocer tus caras, niño. No le dije nada nuevo).

–(Señor) –llamó Ian al hombre maduro.

–(Dime, Ian).

 

El chico de ojos negros titubeó al principio, pero se decidió a hacer su pregunta.

 

–(Usted… usted entonces ya sabía sobre esto)

–(¿Qué te acabo de decir?)

–(Bueno…) –dudó Ian– (Es que yo sé que usted es… ruso).

–…

–…

–(¿Y eso, qué?)

–…

–(Oh…) –exclamó el hombre– (¿Entonces yo como ruso tengo que sacarlos a patadas de aquí en nombre de Rusia y el patriarca? ¿Quieres eso?)

–(No).

–(Hijo… Que sea de una nación u otra no me hace más o menos abierto a las personas) –ladeó la cabeza el de nombre Stanislav y patronímico Semionóvich– (Sí, yo también he escuchado todo eso. No me consta cómo estén ahora las cosas allá, pero sí sé que, así como a una nación la hace su gente, igual que aquí o allá o en todas partes, nosotros también somos individuos, y cada uno somos diferentes. Bajo tu lógica tendría que pensar que tú eres igual que los irrespetuosos que vinieron a rayar cuando el presidente sacó esas leyes tan escandalosas, pero yo creo que así no eres tú, ¿estoy en lo correcto?).

–… (Sí).

 

El señor volvió a acomodarse en la silla.

 

–(Yo vine aquí en… 2000, 2001, ya no recuerdo bien las fechas) –comenzó a relatar– (Era un hombre enamorado… con una cara igual que la de este tonto) –Señaló a Misha– (Yo me enamoré de una mujer muy linda, morena, mexicana. La vine siguiendo y… bueno… ella me duró un par de años hasta que se me murió en un accidente, y de eso no les voy a dar detalles. Yo no tenía el suficiente dinero para regresar a Rusia, tenía un trabajo promedio y no había ahorrado casi nada. Cuando me fue mejor, comencé a vender unas cuantas comidas rusas que yo noté que llamaban la atención, hasta que por fin pude poner todo esto) –señaló ahora el perímetro del café– (Fue un trabajo duro, pero ustedes pueden ver que ha estado funcionando. Nunca me ha faltado lo suficiente para vivir bien. Ni siquiera me han faltado compatriotas, lo pueden ver).

 

Los dos jóvenes escuchaban con atención, atentos a cada palabra.

 

–(En fin, abreviando esto) –continuó el señor– (Yo ya he tenido mucho más de una década para aprender de la gente, muchachos. Yo he hablado con mucha gente y me he sentado a comer con tantas otras. Así me fui dando cuenta de que algunas cosas que yo pensaba sobre tales o cuales personas no eran ciertas o al menos no todo era cierto. Había un joven, mucho más grande que ustedes, que tenía unos treinta años. Él trabajó conmigo y yo, un día, supe que tenía un novio y que uno de los abuelos o los padres, no recuerdo, lo había echado de su casa apenas poniendo un pie adentro. Yo les confieso que sí pensaba de otras formas y poco me faltó para hacerle lo mismo, pero al final tuve que pensar y meditarlo, porque era alguien a quien apreciaba y nunca me dio muestras de ser mala persona. Así me pasó con mucha gente, de muchas personalidades. Y, de esta manera, yo aprendí que las personas se definen por lo que hacen en beneficio de los demás, no por lo que son. Ahora éste joven está casado con ése novio y ellos mismos me invitaron a la boda).

 

Tanto Ian como Misha se sorprendieron del detalle.

Luego el señor se acomodó de tal forma que hacía énfasis en Ian.

 

–(No todos somos de esa gente que miras en las noticias. Tu país es libre en leyes y no por eso toda la gente te recibe con los brazos abiertos) – le dijo– (Te pido que no vuelvas a juzgarme por adelantado, como yo hice alguna vez con la gente como tú). –Se dio una pausa– (Aquí nunca yo voy a juzgarlos, ni a insinuar que no deberían estar juntos, como una vez me hicieron a mí con Rosalía. Que yo tenga mis ideas no es excusa para que yo me meta entre ustedes; eso poca gente lo entiende, pero tengan seguro que yo sí).

–… (Gracias, señor) –le dijo Ian.

–(No es nada, Ian) –apuntó Kunin– (Lo único que me incomodó fue que yo conocí una vez a los padres de tu novio y no se veían tan abiertos como yo).

 

El moreno volteó hacia Misha y el rubio asintió con la cabeza.

 

–(Este muchacho, Ian, tiene que ser valiente para ti, del mismo modo tú tienes que ser valiente para él) –les dijo el hombre a los dos– (De hecho, yo ya hablé de esto contigo, Misha)

–(Así es, señor) –confirmó el rubio.

–(Sí) –nuevamente Kunin se dirigió a Ian– (Él me contó sus intenciones y yo le dije… que si todo se volvía un desastre y lo despreciaban de casa, yo le tenía un espacio para pasar un tiempo…).

 

Ian se quedó perplejo– (¿De verdad??)

 

El señor asintió– (Dios nos pone en el camino para que ayudemos a nuestros hermanos, no para arrojarles piedras) –concluyó.

–(¡Usted es increíble!) –exclamó Ian, con una sonrisa. Casi se le va encima al señor para abrazarlo.

–(No, sólo quiero hacer el bien, muchachos).

–(¡Gracias!)

–(Les deseo mucha felicidad, tienen que cuidarse el uno al otro).

 

Los dos enamorados se tomaron fuertemente de la mano y el señor alzó las cejas.

–(¡Sólo no me asusten clientes, niños!) –exclamó.

–(Le asustaremos muy pocos, ya verá) –le bromeó Ian.

 

El señor le dio un pequeño zape al moreno y Misha soltó una risa. ¡Qué bien estaban saliendo las cosas! ...

 

Tocaron el vidrio del mostrador.

Su risa le duró tres segundos, porque al local llegaron un grupo de niñas preguntando por empanadas y riéndose por lo bajo.

Tarde fue para el de ojos azules para soltar la mano de Ian, porque los vieron y todas se quedaron con cara de olla a presión, rojas, contenidas y casi soltando humo.

El señor Kunin aguantó una nueva risa.

 

–(Oh, y ya que estás aquí) –le dijo a Ian– (ayúdale a Misha a atender a estas chicas).

–(Claro que sí, señor) –contestó el latino. Pero las miró y ya sabía qué clase de chicas eran.

Eran un montón de Antonios en chica.

 

–¿Qué buscan? –les dijo.

–¿Es tu novio? –preguntó una de ellas, señalando a Misha.

–Sí.

–¿Preguntaron por empanadas? –cambió de tema el ruso.

–…

–Siéntense chicas –les ofreció Ian– Ahorita se las llevamos.

Misha lo miró.

 

–Te amo –le dijo el moreno, brincando para darle un beso en la mejilla y apurándolo a trabajar.

 

Fue una tarde ocupada para ellos, y provechosa para el señor Kunin.

 

Entre todas sus convicciones, que eran reales, cómo no iba a quererlos y protegerlos. Le cayeron bien hasta a su bolsillo.

 

 

 

Notas finales:

No les voy a mentir, voy a cerrar algo complicado este año. Perdonen si eso se nota en mi escritura. 

 

Se les quiere, nos vemos mañana <3


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