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Los chicos lloran lágrimas celestes [en REEDICIÓN] por DianaMichelleBerlin

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Notas del capitulo:

¿Cómo los trata el sábado, cosas bellas? 

 

Hoy vamos a tratar el capítulo desde tres perspectivas: una de Ian y otra de Misha... y otra más de cierta personita especial para lo que vendrá con esta historia. 

Tal vez no se los había mencionado, pero como bien dice la sinopsis, esta historia abarca desde que todos son unos niños hasta que... digamos que llegan a cierta edad (No les haré spoiler). Notarán que en los capítulos reeditados menciono a una chica "x" como narradora y le escribe a una tal "Yulia". Eso se descubrirá hasta más adelante. 

En resumen, esta cosa va para muuuuuy largo. Esta es una "primera temporada". 

 

Sin más por ahora, los dejo con el capítulo XD

 

Va!!

 

 

–Te extraño.

Su sonrisa era más para aguantarse la tristeza que por otra cosa.

 

–Yo también te extraño mucho.

Los rusos no sonríen por apariencia.

 

La sonrisa de Ian no tuvo más sostén y se derrumbó.

 

–El próximo viernes será nuestro día –lo animó su ruso especial, recogiéndose los rizos que le pegaban en la nariz.

 

Ian revivió la sonrisa por un segundo.

–Te amo –contestó.

–Y yo a ti –sonrió el otro.

–Mi Misha.

–Mi Ian…

 

Pero el ruso volteó hacia atrás y se escuchó la voz de su madre, subiendo por las escaleras. Terminó la video llamada, así, abruptamente. Para Ian y su joven corazón en carne viva, eso fue una patada del destino. Se acurrucó en sus cobijas y se las subió hasta las orejas.

El pastel que había comprado no iba a sobrevivir fresco siete días.

 

Los señores Lébedev habían avisado, dos semanas atrás, que no iban a poder estar presentes para el cumpleaños número dieciocho de sus mellizos. Sin embargo, decidieron que extrañaban mucho a sus hijos y que una familia siempre debía estar unida en los momentos más importantes; así que convinieron quedarse en casa una semana completa, desbaratando con la noticia, una noche antes del cumpleaños, todos los planes que los amantes tenían para pasar el día y toda la semana juntos; sobre todo esa noche. En ése mismo momento, Ian tenía que estar mirando las estrellas junto a Misha en su jardín, listos para dormir en una tienda y pasar la noche allí, con la coartada de estudiar con Pía.

 

Lo peor de todo el asunto, era que Ari y Alex, Owen, Amy y sus amigas, Tomás, todos los amigos de su escuela y hasta Alejandro el novio incómodo de Pavlovna, habían podido partir un pastel junto a los hermanos Lébedev dos horas atrás, con gran alegría. Todo mundo podía estar ahí… menos él.
Menos la persona que más quería estar al lado de Misha ese día.

 

En ese momento, deseó que de verdad fueran con los padres de Misha a hacerles estallar la bomba. Deseó cumplir esa fantasía de entrar a la casa rusa y estar con su príncipe de la Luna sí porque sí, y que los padres no tuvieran otra que cerrar la boca.

Luego recapacitó. ¿En qué pensaba? No hubiera habido ningún cumpleaños. Habría un drama. Habría un escándalo y habría un Mijaíl yendo directo a una clínica o a un templo ortodoxo.

 

Era simple: no había espacio para él todavía en ese cumpleaños. Y se aguantaba.

 

Desde el día en el café, Ian y Misha habían quedado en una especie de acuerdo, que era una media aceptación de los puntos del otro.

Ian dejaría de ser tan psicótico y pasivo y se defendería con Misha de la misma manera que él; era cierto, ya estaba hasta los cabellos del copete de que la gente que no estaba de acuerdo quisiera opinar, agredirlos o reírse de ellos en su cara, era indispensable un alto. Por otro lado, Misha cuidaría las situaciones y analizaría el peligro latente de ser descubiertos antes de armar un escándalo; si bien ya estaba tomada la decisión de dar el brinco a la transparencia y sincerarse con todos, hasta con los señores rusos, tal paso quedaría pospuesto, por lo menos, hasta que estuvieran seguros de que la ocasión y el panorama sean correctos.

Todavía no era la ocasión, ni el panorama.

 

Dolía mucho. Sí, dolía en su muy jovencito corazón ser excluído. Pero ésa era la parte mala de amar a alguien que se supone que no es para ti.

Soportar el dolor es parte de ser valiente.

 

Y de pronto, como un remedio de abuela, apareció un mensaje en su teléfono.

–“Esta semana será el infierno sin ti, pero algo aprendí contigo y es que tú me das el cielo después del infierno”.

 

Otro más.

–“Este cumpleaños fue una basura. Aquí estaré pensando en ti.
Buenas noches, mi Ian”

 

Un suspiro salió de los labios del latino y sus dedos se posicionaron para escribir:

–“No digas eso. Después de todo, es el primer cumpleaños que pasas en el que puedes decir que estamos juntos.
Aquí te estoy pensando también. Estás en mi corazón”.

 

Misha respondió al punto. Le siguió Ian:

–“Te quería conmigo hoy” –escribió el rubio.

–“Esta es sólo una prueba. Nos esperan muchos cumpleaños juntos”.

–“Ésos serán verdaderos cumpleaños para mí”.

Fue como un premio de consolación. Uno muy bonito.

 

–“Jajaja… Mi amor…” –escribió un Ian flotando en su cama– “Te amaré tanto, que nunca vas a darte cuenta cuándo cumples años o no”.

–“Siempre me daré cuenta, porque voy a acordarme de que tú eres un regalo permanente”.

Quince palabras de su ruso favorito bastaron para sacarle una sonrisa que no se quitaría el resto de la noche.

 

–“Te amo, mi Misha”.

–“Ya tebya luyblyu, vsem cerdcem, moi Ian” (Te amo con todo mi corazón, mi Ian) –escribió el enamorado eslavo, en su propio alfabeto.

La maravilla de hacer latir un corazón de alegría con una conversación escrita.

 

–“Spokoinoi nochi, lyubymij” (Buenas noches, cariño mío) –correspondió Ian, también en cirílico.

–“Buenas noches, amor mío”.

 

Y con este mensaje final del dueño de las doscientas cincuenta y siete pecas más hermosas que vio en su vida, Ian consiguió sentirse mucho mejor con la vida y dentro de su corazón.

 

Durante la espera del sueño, se dedicó a imaginar que el peso de Misha se sentía sobre la cama y su contacto tibio cerca de su cuerpo. Imaginó las estrellas que verían esa noche y el sabor de las fresas del pastel perfectamente impregnado sobre los labios del dueño de su amor. Imaginó las canciones perfectas y el agitar hermoso de ese pecho blanco a la hora de recorrerlo con sus manos. Imaginó las posibilidades.

Tanta espera valdría la pena.

Tanta espera haría de oro el momento, cuando llegara.

 

Ésa era su motivación para ser valiente.

 

 

– – – – – – – – –

 

 

Cuando despertó y bajó a desayunar, se dio cuenta que esa escena ya era extraña para él; luego Pavlovna le diría que para ella también.

 

Al bajar, la señora Inessa estaba haciendo syrnikis para todos, Pavlovna la ayudaba un poco y el señor Pavel esperaba paciente en la mesa, leyendo un par de noticias a través de una tableta. Las noticias tenían que estar muy interesantes, porque parecía demasiado concentrado y no notó a su hijo pasar a su lado hasta que la mamá lo saludó con mucho entusiasmo.

 

–(Buenos días, hombre guapo) –sonrió la señora, abrazando a su hijo.

–(Buenos días, mamá) –saludó él, intentando sonar lo menos somnoliento posible. Por lo general tardaba media hora en despabilarse por completo después de haber despertado.

–(Es bueno estar de nuevo en casa para desayunar en familia. Buenos días, hijo) –dijo el señor, levantando la vista de su dispositivo para darle una cortés sonrisa a Misha. Él le correspondió.

 

El desayuno no tardó mucho en estar listo. Los mellizos cocinaban bien, pero el toque de sazón de la madre tenía un detalle sabroso. Todos comieron muy a gusto, en el cuarto día de convivencia familiar. Ya habían hablado sobre la escuela, los amigos, las relaciones amorosas (la de Pavlovna) y sobre el trabajo de los señores; ya sólo se estaban dedicando a hablar de trivialidades y cosas que quedaran por allí pendientes.

 

En esos días, Misha había podido notar muchas cosas de sus padres; como que la señora Lébedeva ya había agarrado mucha costumbre por amarrarse el pelo en un chongo, el señor estaba más sereno que de costumbre y de que sólo él (el padre) se había mantenido en constante comunicación con las personas de su trabajo; la señora ya ni siquiera hablaba de eso. Tal vez ella se había tomado más en serio lo del receso para dedicarse a la familia.

Se dieron media hora para desayunar y conversar pacientemente hasta que dio el tiempo justo para que los mellizos se fueran a la escuela. Los hermanos se despidieron de los padres a las seis de la mañana en punto y tomaron sus cosas para salir rápidamente por la puerta. Los jefes de la casa habían comentado que se iban a dar el día para pasear por la ciudad y un par de museos a los que querían ir. Ya iban a estar de regreso para la hora de preparar la comida.

 

 

El día empezó flojo. El horrendo frío de la mañana casi durmió a todos en la primera clase de Misha. Recibió una regañiza junto con Owen y compañía de un maestro por platicadores y el resto de la jornada de clase pasó completamente normal. La única novedad fue que pudo salir un poco temprano, pero de todas formas esperó a que Pavlovna saliera, porque ése día no tendría clase de jazz. Todo conspiraba para que estuviera acompañado de su familia mucho más de lo normal. Le agradaba, pero lo sentía raro.

 

Los dos hermanos se fueron a paso lento, hablando sobre sus propias cosas. Misha extrañaba a Ian y Pavlovna estaba teniendo muchos problemas y se estaba cansando de Alejandro; ahora más que nunca estaba pensando seriamente en romper. El mellizo se portó calmado, pero por dentro casi bailó de alegría. Por fin Pavlovna estaba reaccionando, ya iba a dejarse ayudar.
A pesar de que pasaban mucho tiempo juntos en casa, hacía tiempo que no conversaban tan profundamente interesados uno en los asuntos del otro, desde las primeras terapias de Misha. Y sobre eso, tenían que comunicarle a Iván que la cita de ése sábado se cancelaba, por la presencia de los señores Lébedev.

 

Gracias a sus esfuerzos meticulosos, Inessa Filimonovna Lébedeva y Pavel Nikolaiévich Lébedev ya no habían visto nada fuera de lo normal con su crío. Hasta se dio el lujo de contarles que Amy regresó con él por un cortísimo tiempo y les habló de Ana, la chica que conoció en el café y en la que traía un poco puestos los ojos hace un año atrás… justo antes de que su chico de ojos dulces y sonrisa de miel cortara de tajo toda mirada posible hacia otra persona que no fuera él. Misha le pintó aquella situación a sus papás como si apenas la niña en cuestión le estuviera llamando la atención; la verdad es que Anita fue una clienta regular del señor Kunin sólo para ver al rubio, pero desde que Ian apareció y se sintió repentina y radicalmente ignorada, se fue sin dejar rastro muchos meses atrás.

 

Cuando los mellizos cubiertos de pequitas en el rostro llegaron a casa la señora, tal y como lo imaginaban, ya estaba preparando la comida y el señor estaba viendo las noticias de un periódico en su sillón. Les pareció que estaban viendo una cápsula del pasado de su niñez, allá en la casa de Nóvgorod.

Todavía pasó el tiempo para que todo estuviera listo y la hora de servirse para que esa hermosa cápsula se rompiera, como las de medicina, cuando se les salen las bolitas.

 

El delicioso sabor del strogonoff que hacía la señora no alcanzaría para distraer del quinto punto que trataron en la mesa.

 

–Misha –empezó Inessa, arrugando el entrecejo mientras se llevaba un poquito de carne a la boca– (tu papá y yo tenemos una duda desde que regresamos).

–(¿Qué duda?) –preguntó el chico de pelo rubio del mismo tono que su padre. En verdad estaba disfrutando el plato.

–(¿Ana es tu novia?)

–(No) –Misha se comió otro bocado. Contestó muy seguro de sí mismo y de la historia de la chica– (Sólo hablamos en el café. Casi la invito a salir, pero todavía no se ha dado).

–(¿Cómo es ella?)

–(De piel clara, de cabello pintado de café) –hizo como si por su mente se estuviera proyectando una imagen de ella– (Tiene ojos café, cabello largo y es alta).

 

Ahí fue cuando notó que algo no estaba bien, porque en lugar de lanzar un comentario, su mamá alzó una ceja.

 

–(Tiene…) –se rió como travieso– (…tiene bonitas piernas).

Su papá quiso dar una risa, pero algo no lo dejó. Ahora sí comenzó a sentirse nervioso.

 

–(Vimos a uno de tus amigos de la escuela a la salida del segundo museo).

–(¿Quién?)

–(Creo que se llamaba… ¿Martín?)

Misha arqueó también la ceja –(Hace año y medio que ya no tomo clases con él, no somos del mismo grupo).

–(Pero ¿Es tu amigo?)

–(…En ocasiones. ¿Le pasa algo?)

 

La señora se dio la oportunidad de pasarse lo que tenía masticando para contestar.

–(Nos pidió que te saludara…).

–(Me ve todos los días pero… está bien).

 

Inessa tomó aire y puso una mueca.

–(Nos pidió que te saludara a ti y a tu “jugada morena”).

...

 

Misha sintió que el techo se le caía encima. Rápido a poner una cara de extrañeza.

–(… ¿Mi “jugada”?) –arqueó una ceja, como si no supiera de qué hablaba su madre.

–(Eso fue lo que dijo. ¿Quién es?)

 

¿Qué iba a decir?

 

–(¿A quién se refería?)

–(Queda claro que no se refería a Ana, por lo que nos dices) –intervino al fin el papá– (¿A quién se refiere tu amigo entonces?)

–…

 

Pavlovna se quedó callada, comiendo pero helada. Tampoco se le había ocurrido nada.

–(¿Misha?)

–…

–(¿Es Amy?)

 

“¿Es Amy?”

¡La oportunidad!!

 

El pecoso vio clara la salida de emergencia dada por sus mismos padres.

–(Sí, debe ser ella…) –mintió– (Porque a otras chicas morenas sí les gusto, pero sólo a Amy le he hecho caso).

 

Los señores abrieron bien los ojos.

–(¿Sigues con ella??)

–(Yo…)

Pavel se quedó con las dos cejas levantadas– (¿Vas a invitar a Ana a salir y aún sigues en secreto con América?)

Le estaba haciendo una pregunta seria, pero era la pregunta más infinitamente aliviadora de su historia. Respiró de alivio, con cuidado de no delatarse.

 

–(No, papá. Pero él debe pensar que sí. Recuerden que hace no mucho regresé y terminé con ella).

–(Entonces debes cuidar mejor tus amistades, Misha) –comentó la señora– (Porque ese chico lanzó la oración con toda la intención de que nos plantáramos una duda sobre ti).

–(… ¿Por qué lo dices, mamá?).

–(Por la forma en que lo dijo, cariño).

–…

–(Le preguntamos inmediatamente a quién se refería y se hizo el sordo hasta que estuvo bien lejos de nosotros).

–…

–(¿Pasa algo, hijo?)

 

Le cayó un glaciar, el techo y se volvió una estufa en sólo cinco minutos de charla. Como si tuviera superpoderes.

–(Nada).

– (¿Seguro?)

–(Sí, sólo…) –fingió pensar– (…A él le gustaba Amy. Tal vez lo dijo porque me tenía envidia).

–(Hazle saber a tu amigo lo que tienes que ver con cuál chica y con cuál no. Así se hacen las malas lenguas. No te vayas a buscar un malentendido con Ana).

–(Claro).

 

Y estufa se quedaría para quemarle la mano a alguien hasta el día siguiente. Por bocón.

 

 

– – – – – – – – –

 

 

Tuvo que esperarse al final de la jornada, donde las autoridades escolares no se entrometieran, para lograr verlo salir por la entrada principal. Si te preguntas si el tiempo, el sueño o las distracciones habían reducido en algo su enojo…

No.

 

Martín fue un amigo suyo en el primer semestre. Si hubieran sido mucho más unidos, en algo le habría afectado a Misha perder su amistad cuando se supo que andaba con Ian y Martín mismo le dijo “para mí no eres hombre” y que no quería juntarse con él.

No le había afectado en nada hasta ahora. Por haber tenido la evidente intención de meterlo en problemas, el tipo iba a cerrar muy mal el día de escuela.

 

El delgado, moreno y alto chico de pelo negro corto peinado en una cresta ondulada al centro iba solo, directo a ver a su novia.

Caminaba tranquilo e ingenuo por la calle próxima al plantel como muchos chicos a su alrededor. Por eso no notaba cuando alguien se le acercaba demasiado y luego se alejaba para tomar otra ruta. No notó cuando unos pasos firmes y furiosos se le estaban acercando por detrás; ni siquiera cuando los tenía justo detrás de sí.

No los notó hasta que sintió que lo tomaban por el hombro y tuvo que darse media vuelta.

Se quiso hacer el valiente.

 

–¿Qué quieres, ruso pendejo?? –fanfarroneó el sujeto.

Eso fue todo lo que atinó a decir antes de recibir un puño directo en el ojo.

 

El estruendo fue tal que todos los chicos que cruzaban por allí miraron al instante, justo para ver a Martín caer al piso poniendo torpemente las manos, sólo para que Misha se abalanzara sobre él a terminar de colorearle de morado el rostro.

 

El príncipe de la Luna se volvió un salvaje del inframundo.

Los primeros diez golpes fueron realmente para Martín.

Luego, tres a nombre del matrimonio del parque, de la anciana, de las risas en la calle, el trío de la plaza, los oficiales, los insultos, los amigos perdidos, la rabia, los corajes con Ian, el mundo que lo trató todavía más normal fumando a los quince con una novia drogadicta que paseando a sus dieciocho con un chico, las cosas nuevas… Se desahogó.

 

Misha sintió que cuatro manos lo jalaban por detrás y, como lo tomaron por absoluta sorpresa, lo hicieron perder el equilibrio sobre los cuerpos de dos de los amigos de Martín, que le dieron a ése la oportunidad de levantarse y desquitarse. Luego el ruso logró zafarse del agarre de uno y lo mandó de una patada a retorcerse. Por desgracia, el otro de los amigos logró tirarlo y ponerle una fuerte patada que le sacó el aire. Martín se divertiría sintiendo las entrañas del rubio al contacto con la punta de su tenis, hasta que éste consiguió extender un brazo para golpearlo en la pantorrilla y después en el estómago.

Una vez que Misha se levantó, vio a Owen y otros de sus amigos aproximarse en su ayuda y abalanzarse prontos hacia los amigos de Martín; así se fue agregando gente. Aquello duraría otros cinco minutos, antes de que unos maestros que iban cerca se detuvieran para parar la cosa.

 

Y en ese momento, Misha hizo una demostración de una regla importantísima en la vida…

 

Martín estaba en el suelo y él estaba a punto de ponerle el golpe final.

Pero el de cabello ondeado logró alcanzar un tubo de plástico duro tirado cerca de él; algo así como un desecho de una construcción cercana. Le cayó como arma divina.

Con la fuerza que aún tenía para dar, le dio a Misha un golpe potente y directo en la nuca.

Lo hizo desplomarse.

 

…Nunca te declares vencedor hasta que todo termine.

 

Las consecuencias pronosticadas vendrían por él al encarnarse en el peor de sus miedos.

 

 

– – – – – – –

 

 

–Me las tiró.

–¿Qué?

–Mis cosas.

 

Una lágrima salió por su ojo y le rodó por la mejilla. Hasta sus lágrimas eran bonitas, porque salió redondita y en línea recta. En cuanto la vio, Ian la abrazó con todas sus fuerzas.

Sólo la veían así su familia directa y un número muy selecto de sus amigos, en especial él. El moreno era una amistad muy sólida, de ésas que se siente en seguida que van a durar mucho tiempo. Cuando la veía, siempre la trataba como una princesa. A Pavlovna y a muchas mujeres se los decía; lo gay no quita lo cortés.

Pero sólo ella era una verdadera princesa a sus ojos.

 

Él le decía “Pequeña”, pero la verdad no sabía su nombre. Ian la conoció a los doce en la secundaria, junto con Joaquín, Carlitos y unos amigos más, pero no la notó hasta que ella misma lo saludó. A ella le gustó él desde el principio, pero estaba consciente de que Ian era amigo de Joaquín y lo había conocido precisamente por ser de “su mundo”, así que nunca intentó nada; al contrario, siempre le echó porras.

Lo vio salir con Carlitos y mucho después con Joaquín. Incluso lo vio intentar salir con otra chica a sus trece años y fracasar de campeonato: las niñas no eran lo suyo y él lo había constatado. Siempre deseó en su mente que la eligiera a ella para estar con una, pero de todos modos ella lo recibió ése día en su casa después de terminar con su intento de novia, hablando pestes de su experimento heterosexual y con caras infantiles de asco. Ella, para su consuelo (aunque tal vez más para consuelo propio), le dijo que apenas eran unos niños y todavía podía estar confundido. Él la miró como una traidora y no le habló bien durante una semana.

 

Apenas antes de cumplir quince, Ian se enteró del daño que le había hecho. Se disculpó casi hasta de rodillas, pero también le dijo que no podía ya ser ni su amigo; se sentía muy raro, confundido, culpable y triste. Por suerte, eso no pasó más allá de tres días. Después de eso hablaron, llegaron a ser muy amigos y se apoyaron el uno al otro, porque ella tenía varios problemas de familia y con ella misma. Alcanzaron a quererse muchísimo y a contarse los secretos. Ian mismo la ayudó a tener el valor de hacerle frente a las cosas malas por las que tuvo que pasar y seguía haciéndolo. Ari era su salvadora, pero la “Pequeña” era todavía más especial para él. La vio llorar, caerse en pedazos, intentar ser cosas que no era y vivir con base en eso. Ella solía fingir con los demás todavía, usaba un personaje, porque hasta tiempos muy recientes no había querido cambiar las cosas que seguían sin dejarla vivir como quería.

 

Su caso era muy triste. Y cuando por fin parecía que había mejorado y que su familia era bonita después de tanto, un tío que no la quería llegó de visita y justo después de hacer del baño le lanzó por el excusado unas cosas muy especiales que su mamá le regaló en su cumpleaños. Esos regalos significaban mucho para la Pequeña.

Luego de eso el tío le dijo que la mataría si la volvía a ver y sus padres se pelearon con él y con la familia que venía con él hasta sacarlos de su casa.

 

Después de esa primera lagrimita, la Pequeña se acurrucó en las piernas de Ian y se puso a llorar como loca.

–Ya no quiero seguir –habló con su vocecita baja.

– ¿Con qué? –preguntó él.

–Con mi vida.

El pantalón de Ian se iba humedeciendo con la minúscula lluvia de esos ojitos claros. A él no le gustaba verla así.

 

–No digas eso –la consoló.

–Es la maldita verdad.

Ella lloraba desde el fondo de su alma y se sentía. Ian se deprimió sólo de sentirla. Pero no se le unió.

 

–Oye, pequeña– le acarició la cabeza como a una niña chiquita– ¿Me quieres dejar solo?

–Tú tienes a Misha.

Él le regaló una sonrisa. – ¿Y no me vas a ayudar cuando tenga problemas?

–…

 

Pequeña se le quedó viendo con sus ojos vidriosos, llenos de gotas.

–¿Y qué quieres que yo haga? –tosió amargamente– ¡No puedo ni con mi propia vida!

–No es cierto –Ian siguió sonriendo y le sacudió la nariz– Eres una mentirosa.

–No…

–Todos te necesitamos.

–Nadie necesita a un adefesio como yo.

–¿Adefesio?? Adefesio tus pinches tíos, no tú. Tú eres una flor de la pradera, je je.

–Le traigo mal a las personas.

–Pues a las personas pendejas, pequeña, porque a mí no.

–…

–Te tiraron tus cosas, pero no te van a tirar a ti. No los dejes. Tú no eres así.

–…

–Tú eres la primera mitotera que sale en friega cuando ves que me hacen algo.

 

Ella soltó una risa. Ver eso se le hizo a Ian como una cucharadita de felicidad.

–No ya no. Ari me quitó ese lugar –le hizo una cara de reproche.

El moreno ya sabía que diría eso. A veces la Pequeña se sentía celosa de Ariadna.

 

–Nee… Ari aboga por todos. Pero tú abogas por mí.

–…

–En serio, no me puedes dejar solo.

–Ja… –ella otra vez bajó la cabeza y se puso triste– Ni siquiera Antonio me quiere…

–¿Antonio??

–…

–¿Te gusta Antonio?? –Ian se quedó con ojos de plato– ¿En serio ese pendejo?

–¡No le digas así!... Y a “ése pendejo” le gustas tú. Y me lo dejó bien claro.

–¿Se lo dijiste??

–…

–Pues por eso –bufó él– Por eso está pendejo. Porque anda tras de mí y no de ti. Él debería fijarse en ti, siquiera por la figurita de su anime favorito que le regalaste.

–Ian, él no tiene la culpa.

 

El pelinegro estuvo a punto de agregar otra cosa, pero ella no lo dejó; le puso un dedo frente a sus labios y él se contuvo.

Sabía que tenía razón. Antonio no tendría la culpa…

 

–Es que, Pequeña –negó con la cabeza– También ya deja de fijarte en gays pendejos como yo o como Antonio. Échale ganas a tus cosas y arréglate, y busca chavos heteros. Somos tus amigos, no tus prospectos. Sal de tu círculo, si sigues así te vas a hacer daño.

–¿Y qué chico me va a querer, Ian??

–Eres más bonita de lo que piensas, hablas muy feo de ti.

–Porque soy fea.

–No es cierto.

–¡Maldita sea, Ian!!

 

La Pequeña se levantó de golpe y frente a él se quitó la blusa que traía. Ahí había marcas de nacimiento con las que había intentado vivir y quererse toda su vida, pero la limitaban y la lastimaban, como si fueran tumores de cáncer. La hacían ser una especie de monstruo, a los ojos de la gente. Le habían dicho que tenía que aceptarlas, pero nadie acepta resignado un tumor o una deformidad sólo porque son parte del cuerpo, en especial cuando todo el mundo te excluye, se burla y te trata exactamente como tú no quieres, precisamente por esas cosas.

 

–¿Qué quieres que vea? –le preguntó Ian, sin inmutarse.

–¡Que soy un fenómeno!! ¡Esto no soy yo!!

–…

–…

 

Él se levantó, tomó la blusa color durazno con un panquecito pintado en el centro y la acomodó entre sus manos, para volvérsela a poner a ella, delicado, como si vistiera una muñeca de un millón de dólares.

 

–Pues con todo eso, eres bonita –le dijo suave.

–…

–Eres una princesa.

Ella lo apretó en un abrazo, mientras que empezó a mojar su hombro con lágrimas.

 

Por eso, a pesar de que nunca la eligió, lo quería tanto. Él siempre encontraba las palabras correctas.

–No sé qué haría sin ti –sollozó, dándole gracias a la vida por tener a alguien con quién llorar, no todo el mundo lo tenía.

–Yo no sé qué haría sin ti, hermosa –la separó Ian de él, para secarle la cara y sonreírle.

–Gracias.

–No quiero que vuelvas a decir esas cosas.

–No, ya no –rio ella– Estoy pendeja.

–Sí, mucho.

–Ja ja, no, mejor pendejo tú. Yo soy una princesa –Pequeña se rio de nuevo– Tú mismo lo dijiste.

 

Hizo reír a Ian.

–Ja ja… pues entonces, si yo estoy pendejo, tú tienes que seguir aquí. Para cuidarme.

 

Hay sonrisas que son como alivio para el alma.

–Te voy a cuidar –prometió ella.

–…Gracias.

 

–¡¡Ian!!

Se escuchó cerca la voz de Tomás llamando al moreno. Se aproximaba desde la calle de enfrente. Venía corriendo y no como si fuera a taclearlo de juego. Llegó con ellos.

 

–¿Qué pasó? –preguntó el de ojos negros.

–¡Córrele en chinga a la casa de tu novio! –El de pelo rapado le tronó los dedos– ¡Pero así en chinga güey!! Me acaba de hablar su hermana. No contestas, pinche Ian.

–¿Por qué??

–Tienes como dos horas y contando para verlo. Se puso en la madre con unos tipos de su escuela.

–¿Qué???

–¡Pero muévete, cabrón, que sus papás nada más salieron un rato, dice la güera!!!

 

Con lo de “se dio en la madre” supo que iba a ir a pegar un coraje después, pero primero estaba aterrado, muerto por ver qué daño se había hecho.

Accionó por inercia dando tres pasos, pero entonces se acordó de qué estaba haciendo. Volteó a mirarla a ella y se acercó.

 

–Perdón, me voy.

–No te preocupes –le sonrió ella– Ya me hiciste mucho bien, estoy contenta.

–Qué bueno, princesa.

–¿Quieres que vaya contigo?

–Eh… voy a tener que hablar unas cosas con él –suspiró Ian– Pero sabes que voy a contarte en la noche.

–Gracias.

–¿Ya ves que me haces falta? ¿Me dejas solo aguantando a Misha?

–No, je je…

–Que le corras, güey –le recordó Tomás al pelinegro– ¿A este pendejo qué le ves?

–¡Pendejo tú, pelón! –respondió ella.

–Luego los veo –dijo entonces Ian, antes de salir volando por la calle.

 

Tomás y la Pequeña lo vieron alejarse como un Fórmula 1 por la avenida próxima.

Luego, él la miró.

 

–¿Estabas llorando, güey? –le habló.

–No.

–¿A quién me madreo? ¿Qué te pasó?

–Ay, nada, qué quieres que me pase –ella hizo pucheros– ¡Nada!

–¿Seguro?

–Sí…

Tomás la miró de fijo, con cara de rareza.

 

–¿Qué? –preguntó ella.

Ya era el personaje de nuevo. El que todos conocían.

Él se rió, convencido de que le sonreía a un amigo.

 

–A veces más que gay pareces pinche vieja, Joaquín.

Ella se puso en el papel y le sonrió.

 

–¿Una vieja? Tomás… Yo soy una princesa.

 

 

 

Notas finales:

Les aviso que es probable que suba el siguiente capítulo el miércoles, ya que este fin de semana que viene no podré adelantar. Les estaré avisando ese mismo día. 

 

Tengan un bonito inicio de semana <3

 

Se les quiere!!


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