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Los chicos lloran lágrimas celestes [en REEDICIÓN] por DianaMichelleBerlin

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Notas del capitulo:

Dije que actualizaría hoy... bueno, ya es Miércoles pero aún así cuenta xD 

(Esta tardanza fue patrocinada por mi tarea de la facultad)

 

Se admiten quejas y comentarios sobre mi precario chileno (estudié :c lo siento si no me salió tan bien).

 

Ya el capítulo, bellos. 

 

De nada le servía que el director de la secundaria se pasara de lambiscón y los profesores lo llenaran de flores, diciendo que era un genio en el arte de los lenguajes. Querían los premios y su maldita lona de “Escuela ganadora” en la entrada.  

 

Caminaba un día más, por la salida del plantel, resignado a que le pasara lo peor como siempre.  


De nada le servía que su madre le hubiera cultivado ese gusto por los idiomas, hablar inglés y ser estudioso de varios otros.  


Caminaba sacando el celular del bolsillo del uniforme, victorioso por haberlo conservado pese a las redadas de revisión de mochilas. Desenredó los audífonos.  

 

De nada le servía que los padres más intolerantes se callaran la boca ante él, so pena de ser apaleados contestándoles en inglés, portugués y francés.  


Encendió el reproductor de música y comenzó la canción que habla de una casa y un sol naciente.  

 

De nada le servía caerle “bien” a todos en el salón. Este punto no era tan relevante, ya sabía que sólo querían que les hiciera un descuento por hacerles las tareas de Inglés.  

 

Siguió "Nancy boy", esa canción que Placebo tituló con uno de los apodos con los que su futuro profesor de Inglés en bachillerato le llamaría, por homosexual. Sonaba como si hablara sobre algo parecido a esa vida que aún no había experimentado, pero que el mundo, la televisión y el cine le decían a gritos que tendría alguna vez, simplemente por ser quien era.  

¿Era una obligación? 

 

De nada le servía ese apoyo de plástico que le habían pregonado en una plática en el auditorio, dada por esos representantes de aquel instituto de la ciudad. Los llamó una vez y le dieron puras largas.  


No vio nada en los primeros minutos. Por un momento, se imaginó como si no fuera a pasar nada por un día. Soñó en su cabeza.  

 

De nada le servía que sus padres lo respaldaran. Toda la escuela lo conocería por chillón y por los videos que se soltarían. Un hombre debía enfrentar las cosas como un cabrón, sobre todo siendo gay. No quería que lo vieran como el cobarde que creían que era. Tampoco quería ver a su madre llorar por él.  

 

La canción estaba a punto de terminar, como aquella calle angosta y despoblada que siempre debía de cruzar para llegar a casa. Ya estaba cerca.  


Una voz lo llamó.  

De nada servía nadie, cuando en lo único en que siempre se fijaría la gente, era en que le gustaban los hombres.  

 

Sintió ese escalofrío. Ya era casi tradición, pero jamás se volvió ni un poco mejor.  

 

–¡Preciosa! –La misma voz de ese tipo, con una mochila muy parecida a la de él y el mismo uniforme, rodeado de otros cuatro sujetos vestidos así. Unas caras de niño subdesarrollado con algunos dientes de leche aún en la boca, pero con la malicia de los adultos que los criaban.  

 

Ya sabía que lo iban a detener, pero como siempre, fingió que intentaba ignorarlos para escapar.  

 

–¿A dónde vas, putito? ¿A dónde vas? 

–Ja ja ja no entiende.  


 

Él siempre se terminaba resignando. 

–Quítate, pendejo.  


Ellos lo sabían, lo tenían bajo advertencias. 

 

–¡Me dijo pendejo! ¡Ja ja ja! 

–Ya empezó con sus homosexualidades el putito este.  

–Que no entiende, cabrón. Hasta le gusta, sigue pasando por aquí. 


Si no había videos, la escuela no vería su debilidad y no se le iría encima. Era un trato. 

–Da igual por donde pase pendejos, si no es ahorita es en la pinche tarde y así no quiero que me vean en mi casa. 


Era como si el cosmos lo castigara. 

 

–¿No quieres que vean cómo te damos en tu madre? 


Pero ante todo, él mostraba carácter. 

–No quiero que vean sus pinches caras de culo, pedazo de idiota. –… 

 

El creador, quien fuera, no le había dado el físico suficiente para cinco. Ni con técnicas de defensa.  

Pero él no mostraba miedo, aunque estuviera pálido.  

–¿Qué me ves, pendejo? 

–Ya te la ganaste, pinche mariconcito.  


Era una cosa de todos los días.  


Le lanzaban el primer golpe y él lo correspondía. Los primeros veinte segundos resistía y podía dejarles algún morete y casi salir libre. Pero eran cinco. Una vez fueron seis.  

 

Siempre terminaba en el piso, con las manos en la cabeza o en el estómago. Pero nunca lloraba. No hasta llegar a su baño. 


–¡Me la van a pagar, putos!! 

–¡JA JA JA JA!!! 

 

El trato no duró siempre. Pronto, el quinto individuo fue reemplazado y el acoso fue evidente en clase, con más vejaciones.  

Pero él nunca lloró, asumía que era asunto de él.  

Como si hubiera nacido con un sello en la frente.  

 

No era el primero. Muchos atrás en la Historia pasaron por esas mismas golpizas; los valientes que habían logrado que por lo menos pudiera salir del clóset.  


Sin embargo, Ian no peleaba por nadie, no fue valiente más que por él mismo. Veía por su cuenta.  


Luego llegaba algún papá en la firma de boletas, echando su peste, culpándolo de tener bonitas calificaciones que no veía en la papeleta de su propio hijo.  

“Pues sí, seguro por ser maricón o si no lo discriminan. Ya tienen muchos privilegios”. 


A veces se reía en medio de los golpes, recordando esas caras barbudas. 

 

– – – – – – – – 

 

 

Cuando Ariadna lo encontró tirado en un basurero, en condiciones deplorables luego de una sesión de abuso, ella encontró alguien diferente al que era ahora.  

 

Si bien ya ahora en el bachillerato seguía soportando lamebotas que le hablaban para pedirle casi que les ayudara a pasar toda la materia de Inglés (a cambio de una cuota razonable), se había hecho de muchas más amistades sinceras y pasó de ser el medio sonado caso del bullying en la secundaria 67, a un chico mucho más extrovertido y amigable. Ya podía decir que tenía con quién pasar los ratos libres entre clase.  

 

Ariadna y las raras amigas feministas hicieron algo extra por él durante todo el proceso de acusación de abusivos: le dieron la seguridad.  

Y no era que no la tuviera, simplemente le hicieron saber y comprender que, así toda la escuela se enterara de los abusos y se comentara de él y de su pedida de ayuda, lo que la gente pudiera decir venía valiendo un severo pepino. Nadie debía quedarse callado ante la agresión. La mejor forma de corresponderle los golpes a los cinco abusones fue ver su sudorosa cara de miedo y nervios cuando se les expuso ante maestros, director, policías, funcionarios de instituto contra la discriminación, feministas y unas cuantas gentes más; la parte en que los expulsaron fue la más divertida.  

 

Ahora, tenía toda la libertad de ser un joven abiertamente gay, divirtiéndose con viejos y nuevos amigos y sonriéndole bonito a uno que otro chico que le sonreía a lo lejos en la escuela.

Un buen día uno de ésos hizo más que dedicarle una sonrisa; las amigas lo habían animado a que le mandara un beso. Ian no era feo y el susodicho lo notó. Tenían amigos en común y unos de ellos se acercaron y así, juntaron ambos grupos de amigos para charlar todos juntos y reírse de la coquetería de los dos gays. 

 

Los compañeros que tenía en su nueva escuela, del flamante Instituto Politécnico Nacional, también eran más tolerantes que los que tenía en la secundaria. 

 

Cuando la hora de clase llegó, el segundo grupo de amigos se coló al salón de Ian y compañía, donde el despistado y descuidado maestro (de Inglés, precisamente), no notó a los infiltrados (ni le importaron) hasta que vio que Lima Valdés, el alumno que menos le agradaba porque ya sabía sobre sus gustos, parecía hacerle gestos bonitos a un compañero. Ni siquiera se fijó en que dicho compañero no pertenecía a su clase, simplemente ladeó la cabeza y se regocijó mentalmente; le tenía una sorpresa preparada.  

 

O eso creyó.  

Ian nunca, nunca de los nuncas, había sacado una calificación menor a 9 en un examen de inglés, era un hablante nato del idioma. Por ello, cuando el confiado moreno fue llamado al escritorio del profesor para recoger su evaluación y noto un enorme 5 marcado con rojo vivo en el 30 % de la hoja, casi grita de la sorpresa. Se limitó a hacer una mueca y abrir la boca para apelar.  


Pero en cuanto vio la sonrisa malévola del maestro que ya todos sabían que apoyaba los movimientos de la familia tradicional como si se le fuera la vida en ello, lo único que hizo fue respirar profundo y retirarse a su lugar con un “gracias”. Ya venía su revancha.  


Le pidió los exámenes a sus amigos para comparar. Estaba a punto de impresionar a su prospecto, que lo miraba desde su banca, mientras el piel canela iba analizando cosas de las hojas y anotando en su cuaderno. Ian retiró un segundo la mirada de todo eso para sonreírle.  


En cuestión de unos veinte minutos, el pelinegro se levantó de su propia banca, devolvió los exámenes, caminó hasta llegar al frente del salón, tomó uno de los marcadores puestos en la orilla del pintarrón y, con su color rojo carmín, comenzó a tachar, anotar y corregir en general la lista de “Respuestas Correctas” que el profesor había escrito allí.  


Muy pronto, llamó la atención de sus compañeros. Para cuando el maestro, uno de esos docentes que hacen preguntarse cómo es que dan clases donde están, notó las acciones de Ian, su alumno experto en idiomas ya les estaba hablando a los demás: 


–Miren chavos, yo no sé el maestro, pero así es como se conjuga este verbo, y no como lo puso él, miren. 


Iba explicando preciso y orgulloso.  


“Esta palabra es incorrecta”, “No le pongan esto”, “Esto ya nadie lo dice, si le hablan así a un gringo va a pensar que tienen cincuenta años” “Miren”. 


Los chicos estaban todos fascinados, no tanto por la explicación, sino porque sabían que Ian lo estaba haciendo por dejar a su (nada) querido maestro por debajo del ridículo. Lo estaban viendo ganar una batalla. Era intenso. 


El profesor intentó alegar unas cosas, pero nada pudo hacer. Ian terminó de explicar cerca de treinta correcciones a las respuestas del teacher y, una vez que culminó por completo, sonrió ampliamente.  

 

–Y así, compañeros, podemos saber bien fácil… –señaló al pintarrón–…que el profe está equivocado.  


¡Pum! 

Los ojos de los jóvenes no daban crédito a tan increíble acto de pelea y victoria frente al maestro Heriberto. Quedaba claro quién era realmente el experto del inglés en esa clase.  


 –¡Es que tú no me vas a corregir a mí, muchacho! –Heriberto el viejo de sesenta años se levantó de su escritorio y azotó una pluma contra la madera– ¡No me vas a venir a calificar como si yo fuera tu alumno! Esto es una falta de respeto. 

 

-A lo mejor por eso me sacó cinco, profe –respondió pronto Ian, con otra sonrisa– Porque no entendió lo que escribí.  

–¡Yo no tengo porqué entender nada! Tú sacaste cinco, y fue por algo.  

–Pero no entiendo porqué, profe. Yo sabía que su examen era mediocre, y de todos modos lo contesté como enseñó en la clase. ¿Quiere ver? –señaló al grupo. 

–…

–Mire, por allá está circulando mi examen, y hasta ahora nadie me ha dicho que tenga algún error, ¿verdad chavos? 

 

Varios compañeros negaron con la cabeza y dijeron que no notaban nada. Las respuestas eran correctas.  


–Por algo te puse cinco, Lima, no estoy loco. 

–Mire, compárelo con el examen de Pam, a ella le sacó diez y tiene las mismas respuestas. 

–Ajá…

–Y mire, ya deje eso, porque de todas formas, su examen está mal, muy mal y las respuestas que da también está mal.  

 


Las cámaras ocultas de teléfono que estaban comenzando a sacar captaron justo el momento en el que el profesor se asomó al pintarrón y pudo ver con sus propios ojos los errores que había tenido.  

Pero Ian tenía razón, él no los entendía. No entendía tampoco las correcciones.  

 

–¡Esto no viene en mis libros de gramática! –Se defendió– ¿De dónde lo sacaste?? 

–Tal vez no venga en sus libros viejos, profe, pero yo hablo todos los días por internet con gente de Estados Unidos e Inglaterra, son mis amigos y hablo en inglés. Y no le hablo sólo de chavos, señor, le hablo de gente a la que también le ayudo a aprender español. Fui asesor oficial en un curso online de idiomas, profe, he ganado concursos, tengo una beca de eso. Hablo inglés hasta en mi casa. ¿Y usted?

 

En las video grabaciones quedaría registrado el murmullo que se armó entre el grupo después de esa contestación. El maestro estaba rojo de coraje.  


–¿Sí? Pues qué crees, así no viene mi examen –contestó, sintiendo el poder de ser el docente– Así que tu cinco no se va. Estás reprobado en mi examen, punto.  

 

Pero ya había un claro vencedor en la contienda. 


–Me da igual –replicó Ian, gustoso y triunfante– Quédese con su examen. Yo ya le abrí la mente a mis compañeros y le acabo de demostrar que yo tengo más conocimiento del inglés que usted en toda su carrera, por muy mal que le caiga, porque no crea que no sé por qué hace esto. Yo tomo esta clase por puro trámite.  


El golpe final. Después de esto, se sabría quién mandaba entre maestro y mariquita. 


–So… better luck next time! (Mejor suerte la próxima) –le guiñó el ojo– Mr. Dumbass (Señor Idiota). 


Y se retiró a su banca.   


 – – – – – – – – 

 

 

–¡¡Pero qué gran PERRA, ex amortz!!! ¡En perra, mi vida!!! 

La vocecita aguda de Joaquín a veces podía sonar un poquito irritante, pero era tan divertida. 

 

Tomás, uno de sus mejores amigos en la secundaria 67, acababa de contar la hazaña de Ian, de la que se había enterado por su boca y por los videos en internet. Desde hace días el moreno era una estrella de su escuela.  

Se encontraban él, Ian y Joaquín reunidos, como casi todas las tardes a las tres, en la estética de la madre de éste último; habían sido alguna vez buenos amigos en la secundaria y ahora ése era su punto de reunión. Ahí podían ver al afeminado y alegre ex novio de Ian, que ya no asistía a estudiar y se quedaba de aprendiz y vigilante en el negocio familiar.  

 

Y aunque Tomás presumía de ser un macho bien masculino, rapero y rudo como era, Joaquín le caía muy bien, Ian era un mejor amigo y no tenía ningún problema en estar allí entre pláticas gays; no tendría por qué.  

Lo que sí, es que no soportaba la música que Joaquín ponía.  

 

–Oye –le dijo al glamuroso castaño– ¿Le puedo bajar a tu Lady Gárgaras??

–¡Lady Gaga, pendejo!! –reclamó Joaquín.  

–Me vale madres, ¿Le puedo bajar?? 

–NO. 

–… 

–Que yo sepa estás en la estética de mi mamá y aquí respetas a mi diosa, baboso, así que ¡bájale pero tú a tu intensidad! ¿sí? 

–Puta… 


Era muy gracioso verlos discutir así. Ian se reía siempre. Pero hoy no. 


 –Mira, bruto –Joaquín, de ojos cafés claro, piel blanca rosada y cabello color capuchino señaló al moreno– Ve cómo está Ian, aprende. A él tampoco le gusta mi música y él se queda calladito y no jode.  

–Sí, pero yo tuve casi seis meses de andar contigo para acostumbrarme, Joaquín, no tortures a Tomás. Bájale.  

 

Ante esa respuesta de Ian, Joaquín volteó los ojos. 

–¡Ash! Grosero –dijo– Está bien, pero poquito. 

 


El castaño bajito de estatura se paró de su silla y rodó la perilla de volumen del estéreo, junto a Tomás.  


Fue ahí cuando pudo ver mejor la cara consternada de su antiguo amor, que ahora era una amistad de oro. Ian no acostumbraba nunca a estar serio, ni cuando venía de pelearse con alguien que lo molestara.  

Tenía otra cosa. 


–¿Sabes, Ian? –Empezó Joaquín– Yo también tuve seis meses para aprender cosas de ti, cariño. Y por esa cara te puedo asegurar que algo malo te pasó hace días. 

–…

–¿Por qué no estás contento, mi vida? ¡Oye, le diste su merecido a un vejete homofóbico! ¡Y siendo tu maestro! ¡Deberías estar celebrando! 

 

Ni se movía. 

–…

–¿Qué te ocurrió mi cielo? 

 

Antes de que Ian contestara algo (ni iba a hacerlo), una cabeza se asomó y un chico de pelo negro, piel blanco tostado por el sol, ojos pardos y lentes hizo acto de presencia. Venía vestido de negro con una playera de anime. 


–Hola, reina –Saludó Joaquín. 

–Hola, Joaquín oye…  

 

Apenas entró, el chico, de nombre Antonio, le dio una mirada a todos. 


–¡Qué huea! –Exclamó, dejando escuchar su lindo acento chileno– ¿Por qué no me avisaron que hoy había asamblea de gays? 

–Sí te dije, estúpida. 


La “asamblea de gays” era como llamaban a cuando los cuatro estaban reunidos en la estética. Ian, Tomás y el ya no tan recién llegado al país Antonio se desocupaban de la escuela y Joaquín tenía tranquilo el trabajo. Era “de gays” porque todos, a excepción de Tomás, eran chicos homosexuales.  


–¿Cuál?? A mí no me cuentes –se manifestó el hetero de pelo rasurado y piel vainilla, como ejemplo de lo que acabo de escribir– Yo no soy puto.  

–Dices… –contestó Joaquín.

–Cállate. 

–Tommy, ya todos aquí sabemos que te quieres comer la de Owen entera –Hablaba del mejor amigo de Tomás. 

–Que ya te calles pendejo, Owen es mi hermano.  

–Si tú dices. 

–Pendejo. 

–Bueno ya cállense un poco –anunció el castaño, volviéndose a parar para apagar definitivamente el sonido– mi precioso ex amortz nos iba a contar por qué está triste.  

 

Ian volteó rápidamente– ¿Yo qué?? 

–¿Qué tiene Ian? –Preguntó Antonio– ¿Qué pasa? 

–A ver qué nos dice –respondió Joaquín. 

–¿Por qué sigues usando lentes si ya te dijeron que no los necesitas? –cuestionó Ian a Antonio. No le salió cambiar de tema. 

–Dinos. 

 

No tenía remedio. 

Ian había estado mucho tiempo sin decir nada y huyendo de las preguntas. En muchas cuestiones, como con lo de la clase de Inglés, podía ser muy valiente y hasta sublime regresando las ofensas; no obstante, con ciertas cosas ya mucho más personales como sus antiguos amores, prefería mantenerse un poco más cerrado.  

Ya había estado demasiado cerrado.  


–Lo volví a ver. 

–¿A quién? –preguntó su ex. 

–…A alguien que no quería ver en la vida. 

Poquito bastó para que Joaquín entendiera. 


–¡Ay, corazón! –le dijo con tono triste–… ¿Fue “la persona”? 

–¿Qué chucha? ¿Qué es eso de la persona? –se alarmó Antonio. 

–“La persona”… –Explicó el afeminado–… es un hijo de puta que hace años Ian amaba mucho y el muy desgraciado se fue de su vida un día como si nada.  

–Oh… 

–Así nada más se fue el maldito. Desde entonces mi morenito bello se la ha pasado evitando los lugares donde sabe que se lo puede encontrar y así…Bueno, parece que ya no funciona.  


Antonio miró a Ian. Quiso hacer contacto visual, pero el pelinegro de gorra sólo miraba un punto perdido.  


 –¿Vive por aquí? –preguntó Tomás– Por aquí lo encontraste, en el parque, ¿no es así? 

–¿Ya te había contado a ti?? ¿Por qué a él sí y a nosotras no, pinche ex amortz?? 


 –Algo me contó Ariadna cuando fui a ver a Alex –aclaró Tomás, que era novio de la hermana gemela de Ari– Le pregunté si sabía algo y me dijo que había encontrado a alguien en el parque que le caía muy mal, pero que Ian tenía que decirme lo demás. Y ni te enojes, pendeja, porque yo le insistí como tú y no quiso decirme nada.  


-Bueno… Cariño –Joaquín se dirigió a Ian -¿Sí era “la persona”? 


Ian no contestó nada. 

 

-Eso es un sí.  

-… 

-¿Vive por aquí, hermano?- volvió a preguntar Tommy- Si quieres dime quién es y ahorita mismo le partimos su cara, no hay ningún problema. 

-Vive como a quince minutos más de aquí, casi por el Eje Pinceles –respondió Ian.  

-¿Por la orilla, casi llegando a la zona Pastel? 

-Exacto.  

-En bonita zona vive el cagón. 

-… 

-¿Quién es? 

-… 

-Ian. 


¿Alguna vez te ha dado una fea sensación cuando debes mencionar un nombre indeseable? 

 

-Bueno… –Joaquín levantó una ceja- Ian, ahora que lo pienso, nunca te lo pregunté porque no pensé que ese perro viviera todavía por acá, pero… ahora que lo sé, me da mucha curiosidad. Nunca nos dijiste quién es.  

-… 

-Anda, corazón. 

-… 


A Ian le gustaba mucho tomar aire cuando iba a decir cosas que sabía que no le agradaban. 


-Se llama Mijaíl, Mijaíl Lébedev. Es ruso. 

-Ah, es ru…  


De pronto fue como si hubieran encendido una alarma sísmica, porque a Tomás y especialmente a Joaquín, se le pararon los cabellos. 

 

-¡AH, SU PUTA MADRE!!- Exclamó Tomás- ¡NO JODAS!!

Lo conocía muy bien. 


-¿¿EL AJONJOLOVSKY MISHA LÉBEDEV??? –Gritó Joaquín- ¡¡¡AY NO, ME MUERO, QUÉ ESCÁAANDALAAAA!!!! 


Él también lo ubicaba bastante y perfecto.  

Y cómo no, viviendo a quince minutos de su casa. Y por otras cosas. 


-¡No griten, pendejos!! –reclamó Ian. Realmente no tenía mucho derecho a reclamar. No estaba hablando de cualquier chico. Todos sabían quién era el único ruso joven por ahí, y cómo era.  


-Puta la… ¿¿Quién chucha es eso, cabros hueones?? –preguntó Antonio. Quizá, solamente casi todos sabían quién era.  

-¿¿Pero cómo no vas a saber, estúpida??? –le contestó Joaquín, casi zarandeándolo por los hombros. 

-¡Yo llevo cinco meses viviendo aquí, conchetumare!!!  

-¡Pues ya deberías conocerlo, estúpida, vive cerca de ti también!!! ¡Esto te pasa por no salir de tu casa y encerrarte a ver jotas chinas como alienado!! 

-¡¡Te voy a sacar la cresta, cara de poto!!

 

-Por eso nunca les cuento nada de eso, idiotas –Ian se regodeaba en su mal humor en la comodidad del sillón que ocupaba. Cuando dijo eso, todos se calmaron y volvieron a sus lugares. 

-Oye güey –Lo llamó Tomás- ¿Te das cuenta de quién estás hablando?  

 

Ian lo ignoró. Se apresuró a contestarle a Antonio, que ya abría la boca para indagar de nuevo.  

 

-Mijaíl es un sujeto que tuve la mala suerte de conocer, Antonio –Le expuso- Hace ya casi seis años.  

-¿Era algo tuyo? 

-Era mi amigo. Lo conocí como a ti, por mi mamá. 

-¿Sus padres también eran amigos de intercambio de tu mamá? 

-No. De acuerdo, no lo conocí exactamente como a ti, pero mi mamá fue intérprete personal de sus papás y los ayudaba a familiarizarse con el país.  

-Pero tu madre no habla ruso.

-No, pero los padres de Mijaíl hablan inglés y se la recomendaron tanto que no importó lo del ruso.  

-Oh… 

-Luego sí –Continuó Ian- Mi mamá se hizo amiga de Inessa, la mamá de Mijaíl… 

 

-Yo la conozco, está buenísima, ja ja –Irrumpió Tommy en la conversación. 

-¿Conoces a la mamá de Mijaíl?? –Ian frunció el entrecejo. 

-Güey, yo he entrado a su casa.

-… 

-El Ajonjolovsky… le decimos así por su cara. Él es el otro mejor amigo de Owen; van juntos en la escuela. Por eso me toca verlo con frecuencia, a él y a su hermana.  

-… 

-Puta… no sabía esto, Ian –resopló el de pelo rasurado- Pero ahora me alegro de que no hayas podido ir a lo del cumpleaños del Pollo hace dos meses. Te lo hubieras encontrado… ¡Te lo hubieras encontrado muchas veces si no hubieras sido tan aferrado a no salir a las fiestas en la secu! 

-Era por los pendejos que me golpeaban, hermano.  

-Nunca me dejaste partirles su madre.  

-… 

-Hermano, ¿Ese güey te hizo algo?? ¿El pinche ruso? 

-¿Qué no estás oyendo que lo dejó, pendeja?? –Intervino Joaquín. 

-Que te dejó… ¿¿Anduvo contigo??? 

-No –respondió Ian. 

-¿Entonces?

-Era mi mejor amigo… 

-… 

-… 

-¿Y luego? –interrogó Tommy- Güey, todos los días hay gente que se deja de hablar. A lo mejor alguien más le habló y ya estuvo. ¿A poco tú nunca le has dejado de hablar a nadie? 

-No me dejó de hablar por otros pendejos, Tomás –replicó el moreno- No entiendes.  

-¿Qué no entiendo? 

-… 

-Un día se mudó y no me dijo un carajo.  

-…Pero… 

-Él no era cualquier amigo para mí. 

-… 

-No tienes una idea.  

-… 

-¿Qué sentirías si mañana Owen te deja de hablar y te dicen que se levantó con ganas de irse lejos de ti? 

 

Y en efecto, no estaba hablando de cualquier amistad pasajera. Tomás lo pudo ver en su mirada.  

Nadie pone esa cara de profundo resentimiento, simplemente por perder algo muy pequeño. 

 

-Así como su madre confió en la mía, él confiaba en mí… -Continuó Ian- O creo que confiaba en mí.  

-… 

-Yo fui el primer amigo que tuvo cuando llegó… 

 

 

- - - - - - - - 

 

Seis años atrás. 

 

-¡No quieeeerooooo!!! 

-¡Ya cállate, Ian!

-¡No quiero, no quiero, no quieeeeeeroooo!!! 

La mamá de Ian lo traía arrastrando de una mano directo a la casa de los raros y desconcertantes nuevos vecinos extranjeros. Lo único que había visto de la familia Lébedev, hasta ese día, eran la mamá y su hija Galina, de diez años. Ambas eran rubias pecosas ojiazules y Pavlovna (patronímico de Galina, que todos pensaban que era su segundo nombre y por ello la llamaban así) se parecía mucho a su mamá, le daba un gran aire, pero en chiquita.  

 

Ian sabía que, además de un papá, Pavlovna tenía un hermano mellizo y que él todavía vivía en el óblast de Nizhni Nóvgorod, Rusia, junto al jefe de familia. Por mucho tiempo le dio una enorme curiosidad conocer al niño y ver qué tan parecido era a su amiguita; sin embargo, mientras su mamá lo arreaba pensaba que a tal niño no se le había ocurrido mayor manera de echar a perder su día que llegando justo esa mañana a su ciudad, cuando tenía previsto ir con su mamá al aeropuerto a recoger a unos japoneses (Japón era su país favorito).  

Hubiera sido buena idea que la señora le dijera bien claro desde el principio que de ninguna manera lo iba a acompañar, pero creyó que podía suavizar la situación si simplemente dejaba al pequeño moreno en casa de Pavlovna y su hermano recién llegado para jugar; las familias se llevaban muy bien. Error. 


-¡No quiero!!

-¿Sí? ¡Pues no me interesa, señor Lima Valdés! –le contestó su mamá, tocando el timbre de la casa rusa, junto a un lindo adorno en forma de matrioshka- No siempre te puedo llevar al trabajo y a conocer extranjeros. Éstos ya los conocemos y te cae bien la niña ¿no? Pues ya llegó su hermano, juega con ellos un rato. Y si te sigues quejando nos arreglamos en la casa ¿Entendido?? 


El pequeño cruzó los brazos e hizo la típica cara de berrinche que acostumbraba cuando se enojaba. Tendría que tragarse su enojo o recibiría un pellizco, porque la señora Lébedeva ya estaba abriendo la puerta. Compuso su cara justo a tiempo. 

 


-¡Hola!! –Saludó la rubia y joven señora, con una sonrisa de modelo- ¡Qué gusto Nubia! 

-Hola, Ine –Correspondió la mamá de Ian- Ya te lo traigo, gracias por el favor. 

-¡Oh, no te preocupes! 

-¡Qué linda, ya avanzando en el español! 

-Ja ja… ¡Ah, debería escuchar a Gala! –Rió la rusa. Gala es el diminutivo de Galina- Ella ya es mucho muy buena en español… ¡Hola, Ian! 

-Buenas tardes, señora –Saludó el niño. 

-¡Pasa, ya pasa! –La rubia le señaló el interior del hogar- Mi Misha ya llegó y está muy enojado, parece. ¿Puedes subir y calmar un poquito? 


La señora estaba gustosa de tener a Ian en su casa. Fue el primer amigo de Pavlovna a su llegada y pasaban varias tardes juntos, cuando podían; le servía a la niña para practicar su español (aunque no lo necesitaba demasiado, era realmente buena y aprendía muy rápido). Inessa estaba muy esperanzada en que Ian tuviera los mismos efectos positivos en su hijo.  


-Sí, señora –afirmó Ian- Ya voy. ¿Está arriba? 

-Sí, pasa.  

-Gracias.  


 La melliza Pavlovna salió disparada desde la sala y cuando vio a Ian lo saludó con la mano.  

-¡Hola, Ian!! ¡Ya llegaste!! 

-Hola Pavlovna.  

-Ja ja ja, oye… Llegaste a tiempo para ver el berrinche de mi hermano.  


Se oyó un ruido fuerte de algo cayéndose en la planta alta. Hizo que la mamá Lébedeva mirara a las escaleras y negara con la cabeza.  

 

-¿Qué de verdad está muy enojado??

-Ja ja ja…

-Deja, nada más lo bajo y jugamos afuera con el balón. 

-Va. 

-Ya voy. 

-Cuidado, no te vaya a pegar con algo, está loquito –Siguió riéndose la pequeña.  

-Ahorita se le quita.  


Cuando la señora Valdés vio que su crío subía las escaleras se despidió y le anunció que lo recogería a las ocho de la noche. Ian le contestó por inercia y caminó haciendo cada vez menos ruido hasta el cuarto de Mijaíl, el mellizo del que le venían contando de poquito en poquito desde un año atrás, el día en que las rusas llegaron. Adivinó que su habitación sería el cuarto que siempre mantenían bajo llave y sólo hasta hacía una semana atrás habían abierto para meter unos muebles.  

También lo supuso porque se oía un escándalo de ropa y cosas lanzadas a las paredes.  

 

-Debe ser aquí, donde se oye que hay alguien muy enojado con la vida –se dijo a sí mismo. Con cuidado, se acercó a la puerta; giró la perilla y fue abriendo como contando los centímetros, asomando de poquito la cabeza para ver algo.  

Efectivamente, alguien estaba haciendo un muladar tirando cosas de maletas; había una vacía tirada con el cierre abierto.  


Y ahí lo oyó. 


Blyad!!! (¡¡Puta!!) 

 

Ian tenía miedo de entrar y que le cayera una maleta entera encima. 

 

-¿Hola? –Se asomó.  

 

El lanzar de cosas se calmó cuando dijo eso e Ian se paralizó.

-¿Hola?

 

Se armó de valor y abrió toda la puerta para entrar. Cruzó un medio metro. El cuarto estaba hecho un desastre, parecía víctima de huracán.  

 

Una vez más.  

-¿Hola?? 

-KTO TY??? (¿QUIÉN ERES???)

-¡AAAAYYYY!!!! 

 

Una voz le gritó casi en el oído e Ian saltó pegando otro, agudo y flemoso, por la sorpresa. Como una flauta descompuesta. 

Y de pronto, un niño rubio, pecoso de ojos azules más intensos que los de las mujeres. 

 

-JA JA JA JA JA JA JA…. 

 

Este niño estalló en risas después de oírlo gritar. Ian sólo se le quedó viendo.  


El pequeño ruso no se parecía tanto a su madre, sólo en las pecas. Su cabello era una madeja de cabellos ondeados, brillante como hecho de oro. El moreno no supo deducir en el momento si era parte de su piel o sólo era porque se moría de risa, pero su cara estaba rosa, sobre todo en sus mejillas. Tenía una risa agradable, pero a Ian no le daba gracia. Se estaba burlando de él.  

El rubiecito se tomó sus tres largos minutos para parar de reír.  

 

-Ay, Pavlovna –suspiró Ian- ¿Por qué no me dijiste que tu hermano salió retrasado? 

-Kto ty? 

-¿Ah? 

-Kto? 

-… 

 

Se concentró demasiado en imaginárselo retrasado, que no se dio cuenta a la primera que el niño intentaba establecer comunicación.  

Quiso hablarle. 

 

-Ah, hola. Oye… No te entiendo nada, pero tú debes ser Misha.  

-… 

-Yo me llamo Ian Lima Valdés y tengo casi nueve años, me han hablado un poco de ti… 

-… 

-¿Me entiendes? 

-…

 

El niño ruso puso cara de incomodidad. 

 

-Oye… 

-Ah… Ya ne govoryu po ispanski, ty menya ponimayesh? Yo no ispanol… Yo yo ruso… Rrrruso, yo ne… 

 

Misha había querido decir: “Yo no hablo español, ¿me entiendes?”; y sí, de alguna forma Ian entendió… Era evidente que si le estaba hablando en ruso y en algo extraño que intentaba ser español, el ruso no hablaba más que su lengua materna. Ian recordó entonces que algo de eso le habían avisado. ¿Cómo esperaban que jugaran juntos si ni siquiera se podían saludar?? 

 

Entonces se le ocurrió una idea. 


-Ok… -Dijo-… A ver, hagamos esto. 


Aprovechando que se tenían uno frente al otro, Ian tomó la manita derecha de Misha con la suya y, tal y como había visto en una película del hombre de la selva, puso la manita blanca sobre su propio pecho, cerca de su corazón. 


Y repitió: 

-Ian… Yo… Soy… Iiiiiaaaaannnn…. ¡Ian, Ian, Ian! 

-… 

-¡Ian! 

-Ty… (Tú) 

-Ian… 

 

Misha lo miraba atento, con sus pupilas azules puestas directo en las suyas. Era un color muy bonito, jamás lo había visto.  


Y de pronto, como por arte de magia… 

 

-Ian…

-¡Ahhh!! ¡Ah!! Ty Ian!! (¡Tú eres Ian!) ¡Hola!! 

-… 

-Da, da… Ty Ian! Privet!! Kak dela?? (¡Tú eres Ian! ¡Hola! ¿Cómo estás??) 

 

Pavlovna era una buena niña. No sólo le había contado un poco a Ian sobre Misha. Ella también le contó unas cosas de Ian a su hermano. En diez segundos ya lo conocía más. Todo por la magia de un toque en el pecho y una repetición.  

Le tocó hacer lo mismo, pensó el rusito. Ahora él tomó la mano morena de Ian e imitó sus movimientos. El morenito pudo tocar por primera vez el pechito tibio del que, no lo sabía, pero iba a cambiar su vida.  


-Ya Mikhail Pavlovich. Pavlovich Lebedev –Se presentó ahora sí.  

-Hola.  

-Ian, ochen’ priatna!! (Ian, ¡Encantado!). 


Y sonrió. Esa fue la primera vez que Ian vio sonreír a ese chico.  

No lo supo, pero ese día, algo había quedado sellado.  


 

- - - - - - - - 

 

-Mmm… Mi ex amor ya se perdió entre sus recuerdos. 

-¡Sí te estoy oyendo, idiota! 

-¡Pues contesta! 


Ya varias veces Joaquín le había preguntado lo mismo, pero Ian viajó por unos segundos a sus memorias.  


-¿Qué quieres?  

-Cariño… ¿Él de verdad alguna vez fue lindo contigo? 

-… 

-Lindo en el sentido… ¿Alguna vez te hizo pensar que le gustabas?  

-… 

-¿Te abrazaba, te besaba y te tomaba la mano, como me dijiste la última vez? 

-…Supongo que sí.  

-… 

-Si no me lo dices no me la creo… -soltó Tomás. 

-La verdad, yo tampoco –agregó Joaquín- Horrible tipo. Cobarde, estúpido y ahora resulta que de clóset. 

-Ya dejen de hablar de eso –pidió Ian.  

-Y pensar que a ti –continuó el rapero, dirigiéndose a Joaquín- casi te agarra de costal de box esa vez por pasarte de joterías.  


Oyendo eso, Ian miró a la cara a su ex con un gesto de sorpresa.  

-¿Cómo??? –preguntó. 

-¿No sabías, güey?? –replicó Tomás.  

-¿No sabías??? –exclamó Joaquín- ¡Ah, ex amortz, me saliste más tonto que la estúpida!! 

-… 

-¿No sabes cómo se pone de cavernícola ese idiota conmigo??

-… 

-Una vez que Tomás nos invitó a una fiesta y no quisiste, me fui de vestida ¡y el maldito se embriagó, me vio y me zarandeó hasta que me arruinó!! 

-¿De verdad??? 

-¡Si no lo detienen, me golpea!!

-… 

-Pinche frustrado que es… 

-Él no era así. 

-Pues ya es, pobre de ti, mi vida.  

-… 


El afeminado se paró de un brinco de la silla, poniendo una cara contenta y aplaudiendo. 


-¡Uy, pero ahora que sé de sus mañas… -Dijo- … lo voy a traer de rodillitas al cabrón!!! ¡Viva!! 

-Si lo vas a chantajear, usa otra cosa –le reclamó el moreno- De lo que te dije, no puedes decir nada.  


-¿Qué???

-… 

-¿Y por qué??? ¿Qué no ves que…? 

-No quiero volver a tener que tenerlo enfrente, tonta, ¡No vayas de chismosa! 

-… 

-Si se te escapa algo, no quiero tener que verle la cara a ese pendejo para explicarle nada, ¿Entendiste? Lo quiero lejos.  

-Pero… 

-¿Qué??? 

-… 


Ian estaba realmente afectado. No estaba para juegos.  

 

-Fue algo muy triste para ti, ¿Verdad, cariño? –se calmó el castaño. 

-… 

-Lo siento. 

-… 

-Nadie diga nada, ¿oyeron? –Joaquín vio hacia los demás. Ellos asintieron.  

-No tengo cinco minutos de saber que el gil existe y ya lo odio… -suspiró Antonio. Ian también era mucho de su aprecio. No le gustaba verlo así.  

-Tú no sabes más que de tus monas chinas gays violadoras, estúpida –le dijo Joaquín. Se miraron feo.  

 

Llegó de repente Pía, una molesta compañera de Ian y espantó a todos. Venía buscando  a Ian para arrastrarlo a hacer la tarea. Ahí quedó la conversación sobre sus infortunios con Misha el homofóbico salvaje, como de los videos de la homofobia en Rusia.  

No confiaba demasiado en la boca de Joaquín, pero al menos podía imaginar que había entendido y no diría nada.  

 


Pero si quieres que un secreto se guarde, jamás se lo digas a las personas equivocadas.  

 

  

 

 

 

Notas finales:

Hasta el viernes, preciosos <3


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