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Los chicos lloran lágrimas celestes [en REEDICIÓN] por DianaMichelleBerlin

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Notas del capitulo:

Les traigo capítulo con sangre, sudor y lágrimas :') (el editor de guatpad).

 

¿Cómo están, bebés? <3 

 

Mrs. Hunter, se te ama!!!

 

Va!!

–¿A qué hora, joven?
–…
–Dígame.
–… Mamáaaa…
–¡Mamá tus… pinches calzones! ¿A qué horas??
–Apenas son las nueve.

 

La señora Nubia se esforzaba por contener su coraje en contra de su vástago, pero con esa respuesta sólo pudo gritar:

–¡No, yo no te autoricé ni tu padre para que llegaras más allá de las ocho, hijo de la guayaba!
–Señoraaa…
–¿Dónde estás a estas horas?? ¿Ahora a qué casa te vas a perder??
–A ninguna, mamá, ay… Fui con Joaquín.
–¿Y por qué Joaquín vino y me dejó tu libreta de chino mandarín hace hora y media si estabas con ella??
–…
–Ian Lima Valdés, ¿Dónde chingados andabas?
–…Con Misha.
–¿No que ya no andabas con él?? ¿Dónde andabas??
–¿Y mi papá?
–Fue a la farmacia a comprar un talco… ¡Te estoy hablando!!
–Fui a arreglar las cosas con Misha.
–…

 

Nubia cambió su expresión de mamá endemoniada por una de sorpresa.

–Volví con él, mamá –le dijo Ian.

 

La señora suspiró y volteó los ojos, luego de una pausa silenciosa.

–Ay, señor Lima…
–…
–Ya decía yo que el Pelos de elote no se podía ir así de tu vida.
–Mamá…
–Ay hijo… –dijo la mamá, agitando la mano– Si me he cansado de verte sufrir y babear por ese güero zonzo cara de bollo de hamburguesa desde que estabas chiquito.
–…

Nubia ladeó la cabeza– ¿Pues qué tanto tiene que te trae como perrito atrás de él??
–¡Mujer, yo no soy un perro!... –el moreno se rio de pena– Él me gusta.
–¡Ay, qué notición!!
–Ya me va a hacer burla otra vez mujer, ¿no le digo?
–Bueno, ¿y qué te dijo?
–…
–…

 

Ian le sonrió como tonto salido de una nube de humo de mariguana.

–Me dijo que me ama.
–…
–…
– “Mi diji qui mi imi”…Qué cara traes.
–Oh…
–Ya, ya… –Nubia volvió a negar con la cabeza y le señaló a su hijo las escaleras– Mira, yo sé que andas turbo contento y no te quiero arruinar el día, mañana te regaño. Lárgate a tu cuarto, ándale.
–Gracias, mamá.
–¡Ah, no, ningún gracias! Ya sabes cómo te va mañana.
–Ay…
–Córrele.

 

Ian caminó rápido hacia las escaleras y subió por ellas en dirección a su habitación.

Ya llevaba la mitad de los escalones cuando…

 

–Ian.

La señora se asomó al pie del primer escalón.

–Mande…
–Me alegro mucho, mi vida.
–…
–…Me encanta verte con esa sonrisa.
–La amo, señora.
–Yo lo amo más, señor Lima –subió unos escalones para darle un beso en la mejilla– Váyase.

 

Ian le sonrió a su madre una vez más antes de reanudar su camino. Llegó a su habitación y, una vez en completo silencio y soledad, dio un largo suspiro y puso una enorme sonrisa antes de dar un brinco de alegría, que resumía su estado de completa felicidad.

 

 

No había otra palabra. Felicidad.

Sus mejillas se prendieron y sus ojos se iluminaron (más aún). Celebró para sí mismo, sacó el teléfono de su pantalón, le quitó los auriculares y puso, ahora por medio de la bocinilla del aparato, la canción de O. Torvald que venía oyendo en el trayecto. Se quitó la chaqueta; sintió el contraste de la temperatura de su cuerpo con la del ambiente, pero no le importó en lo más mínimo. Se desvistió a toda velocidad y cuando quedó en trusa se sumergió en sus cómodas y calientes cobijas, soñando despierto. Reía mentalmente, sonreía y suspiraba como cuando Cupido le lanza flechas a los incautos en las caricaturas. Se sentía igual, si pudiera haber salido de su cama flotando, lo habría hecho.

 

Sus planes, sus sueños, sus metas junto a Misha habían vuelto a ser válidas y volvían a brillar en su mente y su corazón. De pronto el mundo volvía a ser un lugar agradable y Misha era el centro de ello.

El lugar de una chica preciosa dentro de la cabeza revoloteadora de un chico heterosexual, era entero para Misha en la de él. Cuando su memoria repasaba esa cara pecosa, ese cuerpo deliciosamente varonil y la mirada intensa de aquellos ojos azules, era cuando más estaba convencido, más que siempre, de que en ésa y en todas las vidas que pudo haber tenido, de haber podido elegir, elegiría ser el mismo. Los problemas que se había topado toda su vida por ser quien era valían todos y cada uno el doble de la pena desde el momento en que Misha Pávlovich Lébedev, dieciochoañero de Nóvgorod, Rusia, el chico más increíble, apuesto y adorable de todos, era el que besaba sus labios y lo traería loco día tras día, hasta que su corazón dejara de latir. ¿Quién necesita ser normal ante el resto, aceptable ante el mundo, cuando se tiene un tesoro de ese tamaño? ¿Quién lo necesita? Él, no. Ni en un millón de años.

 

Más rápido que inmediatamente, publicó en el “feis” de nuevo que tenía una relación; aunque tal y como antes estaba, no indicaba con quién (porque quien lo tenía que saber, lo sabía perfectamente). Le llegó un mensaje de un chico de la escuela y habló unos diez minutos con él, contando los minutos para que llegara la hora en la que normalmente Misha se ponía en línea cuando sus padres estaban.

 

Para cuando las conversaciones pararon, se dio cuenta que en su lista de reproducción ya había pasado Kings of Leon, Arch Enemy, Bullet for my Valentine, Paramore y hasta su secretamente amada Katy Perry del primer álbum con “Fingerprints”. Ya se acercaba la hora y ansiaba tanto el momento, que de una buena vez le mandó el primer mensaje.

“Cuando creía no volver a mandarte un mensaje, sucede hoy. Mi Misha… Te amo” “Te amo como un loco”.

 

Rogaba porque su horario no se hubiera alterado de nuevo, o no haberlo enviado en mal momento. También rogaba porque, tal vez en un dejo de suerte, el ruso de las pecas pudiera contestar antes de la hora.

 

Y tan emocionado estaba, que cuando dejó el teléfono sobre la almohada y tres minutos después volvió a sonar, el pulso se le alteró.

Pero no, era Joaquín.

 

–“Mira, ex amors… No quiero saber hasta mañana los detalles con el mastodonte porque mañana DEBES pasar a la estética a contarme todo el chisme así bien completo” –había escrito ella.

 

Quería asesinarla por la falsa alarma, pero luego rió.
–“Jajaja” “¿Entonces qué quieres?”

 

La castaña le envió muchos corazones, arcoíris y caritas felices antes de mandar el mensaje aclaratorio:

–“¡Ya lo tengo!”
–“¿Qué?”

Volvió a mandar un par de corazones.

–“¡Mi nombre!”
–“¿Ya lo decidiste?”

 

Al parecer, la chica chismosa y alegre que tanto apreciaba Ian ya había elegido su nombre definitivo; el que realmente usaría el resto de su vida. El cambio ya estaba empezando bien. Estaba sumamente contenta. Pronto ya no tendría que usar a “Joaquín” como una máscara.

 

–“Bueno” –escribió el moreno– “¿Entonces, bella dama, cómo la vamos a llamar desde ahora?”

Y al darle el nombre, Ian le dio su aprobación. Ella le explicó que se decidió por uno que compartiera la misma inicial que su nombre masculino (J), pues su madre tenía un collar con esa letra en su honor y, además, quería seguir usando las mismas iniciales.

 

–“No podía esperar a mañana” –escribió ella– “Es que estoy tan feliz”
–“Así debes estar, princesa. Me alegro mucho por ti”
–“Gracias, ex amors, eres un sol (corazón y un pequeño sol)”
–“Mañana te platico de Misha”
–“NO le cuentes a Ariadna antes que a mí”
–“Jajajaja, no claro que no”
–“Muy bien. Y que sean buenas noticias porque si no lo mato”
–“Jajajaja… estás loca”

Y ella le envió una carita con un guiño, seguida de una durmiendo.

 

–“Nos vemos mañana sin falta, Ian. ¡Te quiero!”

Y él le contestó con una sonrisa.

–“Ya estás. Hasta mañana, Jessica.”

 

Y así Ian dejó la conversación con la ahora Jessie, y volvió a taparse hasta las orejas con el edredón, mientras ya sonaba Blink 182 y seguía con su cuenta regresiva.

No tuvo que esperar mucho ya, antes de que la tan esperada campana de notificación sonó como el llamado del cielo en sus oídos. Se apresuró a ver.

 

Lo que vio le heló la sangre por completo.

 

 

“¡Soy la señora Inessa, Ian!!! ¿POR QUÉ LE ENVÍAS MENSAJES A MISHA??? ¿POR QUÉ LE HABLAS DE NUEVO??? ¡DESPÍDETE DE ÉL PORQUE MAÑANA MISMO VUELVE A RUSIA Y NO LO VOLVERÁS A VER NUNCA!!!”

 

Se quedó petrificado frente a la pantalla.
No podía ser cierto. Quería pensar que todo era imaginación suya.

Pero el mensaje estaba allí, frente a sus ojos...

Antes de que pudiera pensar algo para contestar, vio que estaban por escribir algo más.

Él mismo estaba por escribir lo primero que se le ocurrió, cuando…

 

“Xaxaxaxa… Yo también te amo”.

 

La sangre se le descongeló en un segundo y pasó de estar helado de miedo a caliente de furia y de alivio.

 

–“Idiota” –le escribió a Misha.
–“Xaxaxaxaxa”.
–“¡Casi me infarto por tu maldita culpa!”
–“Ya lo sé, xaxaxaxa”
–“¿Quieres que me muera??”

Misha paró con sus risas escritas.

 

–“No” –escribió– “Muero junto a ti”, “Lo siento”.
–“¿Qué sentirías si te mando un mensaje fingiendo ser mi mamá??”
–“Nada. Tu mamá sabe bien que estamos juntos”.
–“…Ya perdí (una carita triste)”.

 

Misha tardó un minuto entero en contestar.

–“Oye, Ian”
–“¿Mi Misha?”
–“Tenemos que hablar sobre eso”.

Ian sabía perfecto a qué se refería.

 

De nuevo estaban juntos, de nuevo todo era amor.
Pero no todo podría volver a ser como antes.

 

La cama de Misha y los blinis en su cocina, las visitas y las salidas juntos habían dejado de ser posibles. Los detalles escandalosos, las tardes y las noches de la mano. Ya no dispondrían de tanto tiempo como antes. Las excusas como la de ausentarse por estar en casas de otros amigos o en otros lugares podrían funcionarle al eslavo, pero no para todos los días y menos cuando estuvieran los dos padres; tampoco era muy seguro dejarlos sin vigilancia, porque ahora el señor de la tienda y los vecinos realmente eran una amenaza inminente.

No habían previsto nada como eso.

 

–“¿Estás ahí?” –escribió el ruso.
–“Aquí sigo”.

–“¿Qué vamos a hacer?”
–“No lo sé, amor”.

–“¿Desde cuándo está allí tu madre, amor?”
–“Casi desde que te fuiste”.
–… “¿No ha notado nada?”
–“No”.
–“¿Nadie le ha dicho nada?”
–“Un día le dijeron por la calle que yo me veía muy decaído y si me había pasado algo. Pero ella supuso que estaban hablando de Amy y dijo que tal vez estaba pasando por confusiones. Le hice una cara al tipo que preguntó y creo que entendió, y se calló”.
–“¿Sólo eso?”
–“Trato de acompañarla siempre que va a la calle y cuando alguien quiere decir algo sobre esto, desvío la conversación. Mis amigos ya saben cómo es el asunto y me siguen el juego cuando hablo de Ana y Amy”.
–“Qué alivio”…
–“Pero hay un problema estos días, Ian”
–“¿Qué pasa?”
–“Quiere conocer a Ana”.

La señora Lébedeva había venido insistiendo con la petición.

 

–“¿Por qué?”
–“Porque le dije que era mi novia”.

Ian frunció el ceño–“¿Por qué dijiste eso??”
–“Porque no me quedaba de otra”.

–“Me veía un poco ido y tuve que decir que era por ella. Me criticó por no ser hombre suficiente para ir y decirle a Ana que fuera mi novia, y luego dijo que estaba empezando a dudar de que fuera cierto. Al día siguiente le dije que ya lo había hecho y contaba con una amiga para que me ayudara en eso y le dije a mamá que iría con ella el jueves”

–“¿Va a ir tu amiga a tu casa?” –la escena proyectada le daba celos a Ian, pero razonó.
–“No, Ian”.
–“¿Por qué no?”
–“Ella ya no quiere”.
–“¿Por qué??”
–“Ayer un chico se le declaró y quiere ser su novia. Él es muy celoso y le dijo que no quería que me hiciera ese favor”… “Yo le insistí pero ella me dijo que no quiere pelear con él y me aconsejó que mejor fuera directo con mamá y le contara la verdad”.
–“¿Puedes conseguir alguien más?”
–“Era la única persona que conozco que encajaba con la descripción que le di a mi madre de Ana”

–“¿Cómo es Ana?” –preguntó el moreno, preparándose para mapear mentalmente entre sus amigos y conocidos y buscar una chica parecida.
–“No, Ian. Le mostré fotos de mi amiga a mi madre”.

Caso perdido.

 

–“¿Qué hacemos entonces, Misha?”
–“¿Tú crees que sé??”
–“¿Qué tenías pensado hacer?”

–“¿Misha?”
–“Estaba rogándole a mi amiga cuando llegaste”

–“¿Hablaste después con ella?”
–“Sólo me dejó esto:”

 

Misha adjuntó capturas de pantalla con los largos mensajes de una chica llamada Angélica.

Decía:

“Sí ya sé Ajonjo y te pido que me disculpes pero de verdad no puedo y la verdad es que no puedes vivírtela creando esta mentira. Mira piensa, un día tu mami va a querer conocer a mi familia y ni modo que a ellos les diga que me llamen Ana y que iba a verte a un café cuando se supone que estaba atendiendo la papelería. Ahí yo me estaría metiendo en problemas con ellos y peor tú igual te metes en más problemas”

“Yo sé que tienes problemas pero si no los afrontas ahorita al rato será peor”.

“Perdón”

7:35 pm: “Voy a bloquearte un rato para que Héctor vea que no hablamos, disculpa”

“No se puede responder a esta conversación”.

Quedaba claro que Angélica estaba fuera de todo plan.

 

–“Dile a tu mamá el miércoles que está enferma y que no puede ir”
–“¿Por cuánto tiempo?”

–“Es que para qué dices eso…”
–“Si no lo hubiera dicho, habría comenzado a investigar cosas y habría valido mierda ya hace una semana, Ian”.
–“Ya valió…”

–“No sé qué vamos a hacer”.

 

Ian activó todas las zonas de su cerebro para buscar alternativas.

–“Podemos ver si hay alguien que se parezca a tu amiga”.
–“No tengo a nadie así”.
–“Pásame su foto”.

 

Misha le envió la foto de alguien que, efectivamente, destacaba mucho. Una chica blanca, de cara ovalada, preciosos ojos cafés, cabello castaño claro y largo, delgada, caderona, fina y sonriente.

–“También le dije a mamá que ella era alta, sobre el 1. 70” –agregó el rubio.

Ian suspiró de frustración.

 

La única chica de pelo castaño, blanca y de ojos así de cafés que conocía era Pía. Y Pía tenía la cara redonda, era tosca de complexión y una expresión de amargada que muy poco se parecía a Angélica. Ni poniéndole maquillaje y entrenándola para sonreír lo lograrían. Y aunque así fuera, su lamentable metro con cincuenta y nueve no convencería a Inessa de nada.

Pensó en Natalie, la amiga de Ariadna, con pupilentes cafés y tinte castaño, pero la cara no se parecía en nada y Natalie era más bien delgada y bien proporcionada. Los pechos grandes, mucho más grandes que la plana de Angélica, la delatarían aún apretándolos. Y eso implicando que ella fuera tan buena gente como para acceder a hacerse un cambio así sólo por favor.

Ari tenía ojos cafés, pero nada más. Lo mismo Alex.
Noriko era alta y de piel clara, pero demasiado curvilínea.
Jessie… ¡Jessie! Jessica era castaña, de ojos cafés, blanca, fina, delgada y disimulaba bien su baja estatura y sus rasgos físicos… Pero aunque accediera si Ian le suplicaba, era sumamente conocida. Se arriesgaban mucho y peor porque a ella aún se le salía su voz masculina si le daban nervios; si Inessa descubría quién era poco le valdrían sus vestidos para evitar que Misha tuviera pase directo a otra clínica y ni siquiera por la persona correcta.

 

Pensaba en una, era morena. Pensaba en otra, era fea comparada con la foto. Pensaba en otra, era una pulga. Otra más, le daban asco los gays. Otra, ¡Sí, ella!... La buscó y descubrió que no había cursado el semestre pasado porque traía una enorme barriga de embarazo.

 

Buscó hasta desconocidas en internet. Le dijo a Misha que hiciera lo mismo. Incluso rogaron al cielo porque, en un suceso milagroso, encontraran a la mismísima Ana… ¿De verdad creían que ella haría eso por el chico que la dejó olvidada a medio proceso de ligue y su novio homosexual??

 

Por parte de Misha, estaba Linda, la del café del señor Kunin, pero era tan insoportable que se llevaba muy mal con ella cuando la veía; nunca lo haría. Sus compañeras de clase y sus amigas eran casi todas morenas, pequeñitas o simplemente no encajaban con las fotos. De hecho, entre ellas, Angélica era “la más guapa” según sus amigos de la escuela, por su perfil fuera del común. Le pasaba lo que a él con muchas chicas, por sus atributos europeos.

 

Al final, ninguna. Estaban pidiendo algo muy específico. No iban a encontrar a alguien lo suficientemente parecida a Angélica; menos a las diez y media de la noche de un domingo en vacaciones. Incluso le dijo a Ian que podrían preguntar a sus contactos si conocían a una chica así. Su desesperación era mucha. Era eso o que la señora se enterara de que no tenía ninguna nuera, y sufrir las consecuencias que se desencadenarían de ello.

Pero, ninguna. Ninguna, ninguna, ninguna.
Ninguna.

 

–“¿Le preguntamos a Ari?” –sugirió Ian.
–“Pregúntale”.

Alrededor de las once y diez, Ari todavía no emitía respuesta.

 

De lo único que hablaron durante esos casi cuarenta minutos fue de su consternación. Los contactos se les acabaron; la aplastante mayoría negó conocer una chica así, otra gran porción pasó fotos de chicas que no cuadraban y el último, simplemente, dejó a Misha con el mensaje visto.

–“Me siento estúpido haciendo esto” –escribió el ruso.
–“No tenemos otra opción” –le respondió el latino.
–“¿También te sientes estúpido?”

 

Ambos, contacto con contacto sin resultado, idea a idea fracasada y búsqueda a búsqueda sin frutos, fueron sintiéndose como un par de gallinas sin dignidad, buscando una aguja en un pajar para salvar sus cabezas, tratando de construir una mentira para ocultarse como ratas.

 

–“Ari contestó” –escribió Ian, casi rondando las doce de la noche.
–“¿Y?”
–“Espera”.

Y el rubio esperó cinco minutos pendiente a la pequeña pantalla del teléfono. Todo porque no conseguía una chica para complacer a su madre.

Todo porque tenía que taparse como un cobarde.

 

¿Qué estaban haciendo?

 

–“¿Misha?”
Recibió un nuevo mensaje. Era Ari.

–“Hola”.
–“¿Qué pasó??”.
–“Necesitamos algo así” –respondió, al tiempo que le enviaba las fotografías de Angélica.

–“No sé si Ian me contó bien ¿O sea es para pantalla?”.
–“Para el jueves”.
–“¿Pero cómo o qué pasó?? ¿Tu mamá te presionó?” “Oye, perdón, se me olvidó decirle a Ian que ya no podía ir a tu casa, disculpas (una carita de pena)”.
–“No lo vio”.
–“Fiu…”.
–“Mi madre empezó a dudar de lo que le dije y tuve que decir que Ana era mi novia”.
–“Ah, entonces por eso la chica… Momento ¿Para el jueves?? (una carita de susto) ”.
–“Sí”.
–“¿Por qué no me dijiste desde hace días?”.
–“Porque una chica me iba a hacer el favor Ariadna. Pero ya no cuento con eso”.
–“¿Y qué ibas a hacer?”… “¿Misha?”.

Ni siquiera él sabía qué era lo que iba a proceder si Angélica lo hubiera bloqueado aunque se quedara a hablar con ella horas atrás.

Había pensado en lo que le propuso la castaña misma, pero una vez que tuvo de nuevo a Ian, se apanicó de lo mismo que había estado defendiendo durante todo el tiempo antes de la pelea.

Quizá porque todavía dudaba de que Ian hablara totalmente en serio cuando dijo que se pudriría con él.

Si se tratara de él solo, hubiera podido considerar esa propuesta.

Con Ian aún no.

Y es que tampoco era el momento.

 

La idea le resonó en el inconsciente, pero la calló en el consciente.

Todavía quedaba la respuesta de Ari.

–“No sé Ariadna, pero lo que fuera ya no puedo hacerlo porque ya no estoy solo otra vez”.
–“¡OOOOOH!”… “¿O sea que volvieron ya así 100%??”
–“Por algo Ian me está hablando ¿no?”
–“¡Wiiiiiiiiii!!”
–“Sí sí… ¿Conoces a alguien parecida?”

Cada vez la búsqueda se le hacía más frustrante.

 

–“Ay, ¡Creo que sí! ¡Esperen!”
–“¡Gracias!”

Al tiempo en que se permitió exhalar de alivio un poco antes de tiempo, Ian volvió a escribir.

 

–“Dice Ari que conoce a una chava de sus feministas que se parece”.
–“Eso me dijo”.
–“Sí bueno… hay que esperar”.
–“Sí”.

 

Todavía estaba pendiente, aunque Ari la encontrara, el que la chica quisiera.

Se lo estaban comiendo los nervios, el cansancio, la vergüenza y la sensación de ser un cobarde, todo al mismo tiempo.

 

Y en la pantalla, Ian.

–“Todo va a estar bien, amor”.

 

Se sintió justo como evitó sentirse, cada vez que sacaba su agresividad para defenderse frente a los demás, aunque después eso le costara pelear con su chico.
Se estaba fallando a sí mismo, y a todo lo que ahora creía.

 

Y es que no era el momento.

Pero después de mentirle a su madre y de tener que alargar el engaño durante tiempo indefinido (porque tendría que hacerlo), supo que iba a odiarse a sí mismo.

 

Era como volver a tener trece años y decir que estaba haciendo mariconadas, como tener dieciséis y decirle a Amy que existía una Ianina; era como seguir el mismo cuento con el que alejó una vez a Ian y del que tuvo que desprenderse cuando supo que quería ser feliz con él.

 

Después de esto, tendría que exponerlo a un teatro más.

–“Perdóname Ian”.
–“¿Por qué?”
–“Por cobarde”.
–“¿Por qué cobarde, mi Misha?”
–“Por esto”.

 

Ian entendió muy bien a qué se refería. Pero no lo culpó de nada.

–“No hay nada qué perdonar, no seas tan duro contigo mismo”.
–“Sabes que esto me parece muy marica, Ian”.
–“Si tú estuvieras en mi lugar harías lo mismo, mi Misha”.

–“Pero no soy yo, Ian”.
–“Todo esto y más vale la pena por ti, mi amor”.
–“Esto no será cosa sólo del jueves, Ian”.
–“Ya lo sé”.

–“¿Aún así quieres que hagamos esto?”.
–“Ya te perdí dos veces y no quiero perderte otra vez”.

–“¿De verdad quieres hacer esto?”.
–“Ahora quiero hacer todo lo que sea necesario para ser feliz contigo, Misha”.
–“¿Lo que fuera?”.
–…“Lo que fuera”.
–“¿De verdad?”
–“Te amo”.

 

Tal vez Ian estaba hablando más en serio de lo que le creyó.

 

Ari escribió “Ya voy no desesperen, la estoy llamando”.

 

Ian escribió: “Te dije que me pudriría contigo, jaja. Es cierto”.

“Es totalmente cierto, amor mío”.

 

En su propio cuarto sonaba Slipknot, pero ni siquiera la música a un nivel moderado impidió que la idea le rebotara a Misha en el consciente de nuevo.

 

Ian parecía bien dispuesto a un nuevo periodo de engaños, por amor. Por salvación, por tenerlo a él a su lado, aunque fuera en las ocasionales veces en que la madre y la mentira les dejaran verse. Sabía lo que vendría.

Tal vez Ian no estaba totalmente consciente de eso. Tal vez una nueva mentira terminaría haciéndolo pensar en que tanto desgaste no valdría la pena.

O simplemente, tal vez, Ian no merecía eso.

 

Ian merecía lo mejor del mundo.

Pero no se consigue lo mejor del mundo, sin arriesgarse. Sin hacer sacrificios.

La idea se quedó esta vez en su cabeza.

 

–“Ian” –escribió.
–“Mande”.
–“¿Y si no hacemos esto?”.

En esta ocasión, Ian pareció no entender a la primera lo que estaba diciendo.

 

–“¿A qué te refieres?”.
–“A dejar de hacer esto. Tú sabes”.

–“¿No quieres que estemos juntos?”

–“Ian, no me refiero a eso. Tú sabes que yo quiero estar contigo toda la vida”.

–“¿Y entonces?”

 

Dudó de decírselo, pero al final, lo escribió.

–“Tú sabes”.


–“Dímelo”.
–“¿Y si decimos la verdad?”.

 

En el cuarto de Ian sonaban sus amados Foo Fighters, pero se volvieron inaudibles cuando recibió ese mensaje. Se petrificó.

 

Y es que no era el momento.

Pero de momento también entendió completamente lo que Misha estaba sintiendo.

 

–“¿Es en serio?”
–“En serio, Ian”.

–“Eso nos traería muchos problemas ahora, Misha”.
–“Esto también”.

 

Y es que no era el momento.

Ari le contestó a Misha.

 

“Oye, ya hablé con ella”.

Aún había una salida.

 

–“¿Qué te dijo?” –respondió el ruso.
–“Cree que puede ayudarlos, ¿Se parece mucho a tu amiga?”

Ella le envió tres fotografías de la chica. Se llamaba Esmeralda. Leyó su nombre en la parte superior de las capturas de pantalla.

Era perfecta. Sólo tenía la cara un poco diferente a Angélica. Por lo demás, se parecía mucho. Era la indicada.

Y es que no era el momento.

 

–“Ari, dile que gracias, pero no”.
–“¿Por qué?”

Y él accionó sus dedos para escribir su respuesta.

 

Y es que no era el momento.

Pero todas las cosas que rondaban por su mente y su razonamiento, le hicieron sentirse más listo que nunca.

 

Si habría de correr un riesgo para ganarse toda una vida con Ian, éste sería el momento.
Ahora mismo, que apenas todo empezaba.

Y es que éste, y no cuando tuvieran una larga historia de años ocultándose, cuando las cosas fueran peores y más difíciles de romper, era el momento.

Éste, cuando tenía que decidir entre seguir todo del mismo modo en que hizo siempre las cosas, o hacerle ver a Ian que todas esas peleas y proclamaciones de lucha contra el mundo no fueron en vano. Ya no importaba el acuerdo, porque de todas formas ya lo había roto con lo de Martín. Se demostró a sí mismo que no podía contenerse por siempre. No tenía el temperamento para eso. No iba a esperar a estallar frente a su madre o su padre, con una madeja de mentiras que le pesaran más en la espalda.

Si iba a cargar con algo sobre su espina, sería con la furia de sus padres, y no con la pena de tener que ver a Ian oculto en una esquina, con su libertad a medias, esperando salir de las sombras, a ver cuándo llegaba el momento correcto.

Eso era lo que hacían todos, esperar un momento prudente, con las cosas perfectamente calculadas.

 

Pero él no.

Él sentía que, si de cualquier forma, se lo iba a cargar la tragedia, era bueno desde ahora. Él no aguantaba las presiones.

Él ya quería ser libre, después de tanto tiempo.

Ya había probado un poco. No estaba dispuesto a soltarla de nuevo.

El momento ya había llegado.

 

Se dio cuenta de que Ian le estuvo mandando mensajes como loco.

 

“Pero sabes que te van a matar ¡NOS van a matar!”
“Yo no quiero que te maten, Misha”
“¡Te acabo de recuperar!!”
“¿Qué tienes planeado?? ¿Lo vamos a hacer así nada más??”
“¿Es por lo que te dijo el señor Kunin?? ¿Y lo demás??”
“Es mejor que esperemos”
“¿Te fuiste???”
“¡Contesta!!!”
“Aún tenemos cosas que pasar”
“Ari dice que la chica sí puede”
“¡Carajo, Misha, contesta!!!”
“¿Qué estás haciendo???”
“¿Te estás volviendo demente???”
“¡Misha!!!”

 

Le acababa de llegar el último, cuando dejó a Ari perpleja de saber su decisión e igualmente mandándole un montón de mensajes por minuto.

“¿Estás seguro?”
“No mira, Esme sí puede”
“Oye cariño estas cosas se piensan bien. Entiendo que te sientas así pero no puedes ponerte así, ya sabemos de qué es capaz tu papá”.
“Mañana iremos Esme y yo a hablar”.
“¿Misha?”
“No vayas a cometer una tontería”
“¿Ya le dijiste a Ian lo que piensas hacer?”
“Piensa en los problemas en los que se van a meter y lo vas a meter a él”
“¡Oye!”
“¡Contesta!”

 

Misha no hizo caso, y leyó los mensajes de Ian.

El moreno estaba hecho un manojo de nervios en su habitación. Paró la música. El silencio volvía todo más angustiante. Pero al fin recibió su respuesta.

Misha mandó un mensaje:

 

“Ya estoy listo”.
“Por favor”.
“No quiero estar encerrado”.

 

Ian se quedó mirando la pantalla, y de repente el miedo le caló por los huesos y le subió hasta el pecho.

 

–“Te van a encerrar si lo haces”.
–“Si le mentimos a mi mamá, ya estaría encerrado”.

–“Pero ¿Y si yo no estoy listo?” –Trató de persuadirlo.
No funcionó.
–“Yo soy el que tiene que hacerlo de todas formas, Ian” “Yo soy el que no es libre”.

 

No supo qué más responder para evitar que lo hiciera.

–“No quiero que te encierren” “No quiero que nada te pase, Misha”.

–“Me va a pasar si no lo hago, Ian”.
–“¿De verdad?”.

–“No quiero verte encerrado conmigo. Pero más allá de eso, es por mí, Ian”.
–“¿Por qué?”

–“Porque quiero ser libre como tú”.

 

Y el corazón se le sacudió a Ian.

Tanto como el de Misha, escribiendo todo eso, con el alma a través de sus dedos.

 

Y es que no era el momento.

Pero como fuera, impulso estúpido de chico, enojo con la vida, desesperación, resignación, euforia, dolor, todo junto…

Nada iba a hacer a Misha sentirse tan bien consigo mismo, aunque volviera a estar encerrado una eternidad.

 

En realidad no estaría preso.

Estaría saliendo de su jaula.

Eso, independientemente de Ian (y ahora lo veía), era algo que tenía que hacer por sí mismo.

Su anciano Yo en cincuenta años, sabría que era la decisión correcta. Su anciano Yo, cuando amaneciera al lado de Ian o lo tuviera en sus memorias como el recuerdo más hermoso del mundo, se lo iba a agradecer.

Jamás se había sentido tan bien en su vida, por tomar esa decisión.

 

–“Tengo que hacerlo” –le dijo a los ojos negros que lo habían animado a llegar hasta ahí, desde que tenía once ingenuos y cobardes años.

 

Ya no tenía once, ni trece.

Todavía tenía miedo, claro que sí, estaba aterrado.

La diferencia, fue que ya no era un niño haciendo mariconadas.

Ni lo sería nunca otra vez.

 

–“Estoy contigo” –le respondió Ian. Y la felicidad se le potenció y le recorrió el cuerpo.

–“Te amo”.
–“Te amo”.

 

Sentía tantas ganas de reír y llorar a la vez. Pero sólo escribió.

–“Mi Ian”.
–“Mi Misha”.
–“El jueves”…
–“El miércoles quiero estar contigo, mi Misha”.

 

Se sentía en las nubes.

–“El miércoles estaremos juntos, mi Ian”.

El miércoles era el hermoso fin del mundo, antes del juicio final.

 

–“Te amo” –escribió Ian. –“Te amo hasta el fin, chico valiente”.
–“Gracias”.
–“¿Por qué?”
–“Porque estás conmigo y me das fuerza”.
...
–“Estoy para ti”.

 

Estaban listos para ser valientes y construir su propio mundo.

–“Nunca lo hubiera hecho sin ti”.
–“Aquí estaré siempre, estés donde estés”.

 

Sabían que seguramente todo iría muy mal. Era casi un hecho.

Pero la vida no se deja de vivir por las cosas difíciles.

Se transforma.

Siempre encontrarían la manera de estar juntos.

Se lo prometieron muchas veces, sin decirlo.

 

–“Tú me haces valiente”.

El momento había llegado, desde que su corazón le dijo que latiría siempre por Ian.

 

“Sujétame fuerte cuando sea valiente”.

Notas finales:

Subiré el siguiente capítulo mañana temprano o el domingo dulzuras. Ya va siendo tiempo de que regrese a la cruda realidad (la facultad).

 

Se les ama!! <3


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