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Los chicos lloran lágrimas celestes [en REEDICIÓN] por DianaMichelleBerlin

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Notas del capitulo:

Vengo a actualizar de rápido. 

¿Cómo han estado, adoraciones? <3

 

Va!!


Cuatro años y otro poco atrás. 15 de agosto de 2009

 

–¿Terminamos?
–Sí, ya. Eres bien flojo.
–¿Por qué todavía hacemos esto? –el rubio se estiró y se dejó caer en el colchón, bostezando– Ya hablo bien español.
–¿Me puedes decir el significado de “taciturno”, “parsimonia”, “circunspecto”?...
–…
–…
–¿Qué?
–Ja ja ja, ¿Ya ves?
–Ah…puta madre.
–Ah… las pinches groserías qué rápido te las aprendiste.
–Blyad…
–Ja ja ja ja…

 

Misha se sacudió los rizos y se los quitó de la cara. Ian se tumbó justo al lado de él y exhaló para relajarse. Movió la mochila y la aventó hasta que cayó por su propio peso en el piso. Tomó otros dos chocolates de la caja, se puso uno en la boca y le extendió el otro al ruso.

 

–No, gracias –le dijo Misha. Sacó la lengua y le enseñó el dulce de nuez que traía saboreando. Pero Ian le metió el chocolate a fuerzas.

–Ja ja ja…
–…Mmm, sabe bien –comentó el rubio.
–Traes la cara llena de chocolate –se rió Ian.
–Los escogí bien… ¿Te gustaron?
–¿Por qué no me los diste allá abajo? ¿Por lo del corazón? Ja ja ja…
–…Algo así.

 

La caja de chocolates traía impreso un corazón gigante en la presentación. Misha vio que el producto era de buen tamaño y quiso pedirlos desde que los vio aquel día en la chocolatería junto a su mamá, pero apenas ella vio que él fijó su atención en la caja se apresuró a decir:

“(Es un muy, muy buen regalo para una chica. Es como para pedir que sea tu novia. No podrías regalarlos más que a una chica muy linda. Tienes buenas ideas, bebé)”.

Quizá fue simple intuición, una alerta de madre; pero quizá también fue porque la señora sabía que entonces faltaban cerca de dos semanas para que Ian cumpliera doce años. Como fuera, no querría ver eso en las manos de su hijo, entregándoselo a su mejor amigo. Mejor amigo que ya la hacía arquear la ceja recurrentes veces. Ya no permitía tanto que los dos chicos estuvieran solos en la habitación del pecoso. Si se habían escapado a comerse los chocolates, fue porque la insistente señora Nubia le hacía una feliz e interminable plática en la sala.

Muy raro eso, porque no se llevaban del todo bien ya.

 

La señora Valdés le hizo de su cómplice, pues Misha se acercó con ella días atrás a decirle que tenía un regalo especial para Ian en su habitación y necesitaba que distrajeran a su mamá.
Nubia siempre fue mucho más deductiva. No le dijo ni le preguntó nada, pero sabía que él necesitaba de verdad que mantuviera ocupada a la pecosa Inessa.

 

Eran las cuatro de la tarde apenas. Faltaba media hora para que los amigos de Ian llegaran a la casa rusa para la comida (Misha insistió mucho en que fuera en su casa). El señor David había ido a recogerlos junto con Pavlovna. El papá de Ian era paciente para manejar así que el rubio estaba seguro de poder tener a Ian para él solo la justa media hora que esperaba. Y la estaba disfrutando.

 

El pequeño ruso compró la caja de chocolates tres días atrás y los guardó debajo de su cama, para dárselos exactamente como Inessa no quería: de mano a mano, con las mejillas rosas e Ian riendo de pena y de alegría. Se habría puesto mal viendo aquello.

Para taparse las intenciones, Misha le regaló ante sus ojos el más reciente álbum de Green Day a Ian. Ambos amaban ese grupo, a Placebo, Lumen, Panda, My Chemical Romance y a otros parecidos a ésos. El morenillo casi se le va encima en un abrazo, pero recordó que, frente a padre y madre rusos (¡menos el padre!!), las mariconadas, ni aún llamándolas así, en ninguna circunstancia, eran válidas.

 

El disco de música estaba puesto de fondo en la habitación y los dos tarareaban la letra de las canciones, moviendo la cabeza.
Iban ya por la sexta canción cuando Ian, de momento, saltó de la cama y fue hacia el mini componente de Misha y quitó el disco.

 

–¿Por qué lo quitaste? –el ruso levantó la cabeza y lo miró de fijo, justo para ver cómo Ian reemplazaba el álbum nuevo por otro que ponían más casualmente. Misha lo había grabado con mucha música que los dos adoraban.

–Es que ahorita ya viene mi papá con todos –se explicó Ian– Quiero escucharlo mañana, contigo, cuando tengamos toda la tarde.

–Papá estará mañana acá. Va a llegar en noche.
–¿Y qué?
–Ya sabes cómo se pone con este sonido. Su pinche música aburrida de cuando era militar es ley acá.
–Pues lo escuchamos en mi casa, y ya.
–…De acuerdo.

Se sonrieron el uno al otro y la música comenzó. Tararearon unos segundos y movieron la cabeza antes de que Ian volviera a echarse junto con Misha y se quedaran viendo al techo.

 

–Ian, tú sabes inglés…
–Yeah…
–¿Qué significa cuando pasa ésa línea de la letra? Oye, ésa…

Callaron unos segundos, mientras prestaban atención a diez segundos de la canción que sonaba.

–Te sabes la letra.
–Sí, Ian, pero no entiendo… ¿Qué quiere decir con eso?

 

Ian suspiró y se acomodó mejor en el colchón.

–Que por más que te escondas, siempre saldrá a flote lo que lleves adentro de ti.

–…
–Sí. La metáfora es…
–Está bien así, Ian.
–…De acuerdo.
–…
–…
–Amo esa canción –exhaló el pequeño latino, sonriendo.
–Yo también.
–…
–…
–Misha, un día la pondré y te contaré algo.
–¿Qué cosa?
–…Algo.
–¿Es muy importante?
–…No.
–¿Por qué no me cuentas ahora?
–…No es el momento.
–¿Y cuándo?
–…Un día.
–…Entonces sí es importante.
–…No para que te lo tenga que decir ahora.
–… ¿Seguro?
–De verdad.
–Bien…

 

Siguieron viendo al techo y hablaron sobre una serie de televisión, el disco, música en general y la resonante charla de las señoras en la planta de abajo. Todo perfectamente normal.

Todo, hasta que sonó una canción que los dos adoraban y tenían como una de sus favoritas.

 

–¡Súbele!

 

Y Misha obedeció a Ian. Saltó del colchón hacia el aparato y giró la perilla del volumen.

Ian comenzó a cantar y el ruso se le unió. Brincó nuevamente en la cama y los dos se agitaron enérgicamente, a coro.

 

La música era algo que amaban compartir, entre muchas otras cosas. De hecho, compartían casi todo.

Los gustos de Ian de dieciséis y Misha de dieciocho, aunque concordaban en algunas bandas y ciertas cosas, ya eran notablemente diferentes. Ian no gustaba demasiado del metal ultra pesado de Misha ni de la electrónica rara que había pescado de Amy; y Misha se burlaba de las tres canciones de Ariana Grande que Ian había adoptado de Jessica. Ruso odiaba la actitud de desagrado a los animales de latino y éste la insistente y firme idea de ruso de tener tres mascotas al vivir juntos. La comida favorita de pecoso, la sopa borsch, era lo que cuerpo de fideo más odiaba comer en la vida. Practicar idiomas obsesivamente y ver videos de curiosidades no eran pasatiempos muy compatibles con destrozar gente en videojuegos de guerra y devorar a Dostoyevski y Voltaire como si no hubiera un mañana; se tenían que turnar.

 

Eso no pasaba antes, a menos que fuera un día extraordinario entre lo extraordinario.

Y prueba de ello, era el coro improvisado de aquella tarde, con la música a todo volumen.

 

Y entonces, algo casi pasó.

–Ja ja ja, ¡Te equivocaste! –se carcajeó Ian.
–¡Cállate, me importa un rábano!
–Ja ja ja ja…
–¡Estás arruinando la canción!! Ja ja ja…

 

Misha le dio un empujón a Ian y el moreno le dio otro para regresárselo. Comenzaron a cantar de nuevo, pero les ganaba la risa y sonaban peor que minutos antes. No obstante, entre ellos, se escuchaban genial.

Uno de esos empujones fue más fuerte y el pelinegro golpeó directo al rubio en el hombro.

 

–Ja ja ja… ¡La vamos a repetir! –Ian no aguantaba la risa y se la contagió a Misha.
–Sí, y luego te enseñaré algo en la computadora.
–¿Eh?
–¡Encontré una versión en ruso de la canción!!
–¿Sí??
–Ja ja ja…
–A ver, cántala en ruso, ja ja ja…

 

Y justo para acabar la segunda estrofa, Misha empezó a canturrear algo en su idioma. Ian lo miró atento, pero cuando al ruso se le salió un gallo de voz, volvió a carcajearse hasta que se dobló de risa.

–¡No te rías de mí, idiota!!
–¡Ja ja ja ja!
–¡Que no te rías!!

Misha volvió a golpear a Ian y él, sin poner resistencia por la risa, se cayó de espaldas en el piso y jaló de la playera al güero para llevárselo con él en la caída.

 

La canción hizo su pausa, ya casi llegaba el puente instrumental.
El chico de ojos azules cayó intencionalmente arriba de Ian, justo para simular que se peleaban a puñetazos, que más bien se sentían como cosquillas.

En algún punto, los puñetazos cesaron, y así de repente, dieron paso a la calma.

 

Ian soltó el último “Ja ja…” y le pareció que la música sonaba más intensa. Ésa era, en realidad, la sensación que le causaba ver el mar en los ojos de Misha, que lo miraban justo en sus noches llenas de estrellas.

–Misha…
Eso fue lo que dijo en su mente, pero la voz no le alcanzó.

Y Misha… Misha estaba perdido.

 

Se sentía justo como se sintió unos meses atrás, cuando las ansias y el antojo casi hacen que se equivocara, mientras peleaba con Ian igual que en ese momento; cuando casi sus pequeños y puros labios lo traicionan y lo animan a perder su pureza y hacerle perder a Ian la de los suyos.

Es decir, no era la primera vez que ese chico creciente sentía esos impulsos nuevos. No era ni la primera, ni la segunda, ni la tercera. Él mismo ya sabía que estaba enamorado.

Pero sí fue la primera vez que Ian, dando vestigios de lo que parecían sus propios primeros deseos (tampoco lo eran), lo rodeó con sus bracitos por el cuello.

 

¿Qué estaba haciendo?

 

No se lo preguntó en ese momento, porque el mundo y las excusas parecieron irse de sus pensares.

 

El puente instrumental estaba en su punto más intenso y ellos también, acercando sus cabezas como si contaran los milímetros. Ni siquiera estaban pensando en lo que hacían. No había etiquetas de “mejores amigos”, de “le gusto” o “no le gusto a él”… mucho menos de todo eso que las mentes más conservadoras se empeñan en imaginar. Lo único que sabían, era que una corriente misteriosa los estaba llevando a acercarse lentamente, parecido a cuando el príncipe se acerca a la princesa dormida. Despacio, con ternura, con impulso…

Con algo… lo mismo que los llevaba a tomarse de la mano, regalarse chocolates de empaques molestamadres y, pasara lo que pasara, siempre buscar estar juntos como dos dulces pegajosos, a pesar de que para el uno, el otro simplemente estuviera jugando; eso no importaba, ellos entregaban su corazón. Siempre juntos, siempre unidos.

Siempre queriéndose el uno al otro.

 

Estaban a medio centímetro uno de la boca del otro y ya podían percibir sus alientos chocando, olía a nueces y chocolate.

Ya cerca. Ya casi. Ya estaban en el momento. De hecho, Ian ya estaba cerrando los ojos.

 

Se oyeron pasos en el corredor.

 

 

Misha lanzó rápidamente a Ian a un costado y se aventó a sí mismo al piso, del lado contrario.
Ian no entendió esa acción tan decepcionante, hasta que vio a la señora Inessa entrar por la puerta.

 

–¿Qué escándalo es? –dijo, girando la perilla de volumen hasta que la canción se dejó de escuchar– Niños, ya llegó Pavlovna con los chicos.

 

Sonreía mucho a pesar de lo de la música, hasta que miró en la cama y vio una caja con cinco chocolates encima.

–¿Le compraste…?? –Inessa frunció el ceño y tomó aire, se estaba enojando.

–Eran para una chica de mi escuela –dijo pronto Misha, salvándose de la situación.
–…
–Pero… tiene novio.

 

El semblante de la señora cambió con eso.

–…¿Tiene novio?
–No me lo dijo, es una tonta –se inventó el rusito– Por eso se los di a Ian.
–…¿Cómo??
–No iba a acabármelos yo solo y es su cumpleaños, mamá.
–…
–…

La rubia señora sacó el aire y arqueó una ceja.

 

No estaba del todo convencida de la historia, pero eso bastaba para calmarse y bajar tranquila con los dos chicos para estar con los demás.

–Está bien, pero límpiense la cara antes de bajar. Tu padre llegó temprano.

 

Ian seguía algo atolondrado y confundido en el piso, pero cuando oyó “padre”, supo que se iba a quedar con la duda al menos hasta el día siguiente.

 

¿Seguía siendo eso una travesura?

¿Significaba algo eso que había pasado?

 

El resto del día, aunque intentaron hacer como que nada pasó; morían de pena, cada uno porque les parecía que habían “expuesto” demasiado sus sentimientos; porque sentían que habían llegado demasiado lejos sin el permiso del otro.

No se quedaban solos, no se sonrieron y no pudieron mirarse casi a los ojos, salvo cuando fue la hora de la despedida y los nervios se los comían.

 

Hasta el día siguiente, Ian estaba dispuesto a aclarar todas las dudas.

¿Qué era lo que había pasado?

¿Qué sería lo que pasaría después?

 

Si hubieran sabido… si tan solo lo hubieran sabido, se habrían despedido con ese beso.

 

Nunca hay que pensar demasiado en cuándo es el momento, porque cuando menos te lo imaginas, éste se puede ir sin que siquiera te des cuenta.

El beso llegó años después, en una tarde nublada, pero la nostalgia y la falta de amor de Ian irrumpió en la magia, lo mismo que el miedo de Misha por ser pateado y rechazado por el alguien que ya no lo miraba igual.

Ya no más, ya no más momentos desperdiciados…

 

– – – – – – –

-¿Cuánto miedo tienes?

...

Esa misma canción volvía a sonar este decisivo día, en el teléfono de Ian conectado a la bocinilla de Misha, como si armaran un homenaje a aquel día de cuatro años atrás, donde a la hora de la despedida, los miedos y los nervios pudieron más que las emociones.

No más. No más. No más.

 

El 15 de agosto de 2009 se trasladaba a este ya lejano 19 de diciembre de 2013. Pero ahora, diferente de aquella vez, estaban decididos a que las emociones triunfaran por encima de todos los miedos. No más besos esfumados por los pasos de una madre aproximándose al cuarto.

No más besos escapándose por nada.

 

–¿De verdad había una versión en ruso? –preguntó Ian, recargado en la suavidad del suéter que cubría el pecho de Misha, donde, desde su posición, podía sentir su latido agitado de terror, pero también de adrenalina, por lo que estaba a media hora de pasar.

–Sí –respondió el ruso, apacible, guardando excelentemente la calma– La había.
–¿Todavía la tienes?
–…No. Jamás la volví a buscar.
–…
–Desde que te fuiste de mi vida, ya jamás quise oír esta canción.
–…
–Es la primera vez en cuatro años que la escucho completa, Ian.
–…
–Desde que tú te fuiste, mi música no fue la misma. Ni siquiera mi vida.

 

Ian se quedó quieto.

 

–¿Por qué escondiste la caja de chocolates? –le preguntó.
–…Mi madre. Dijo que era el regalo perfecto para una chica. Si entiendes a lo que se refería.
–…Gracias.
–…
–¿Te gustaba tanto? –el moreno le sonrió y le apretó la mano un poco más.
–…Ian, estaba loco por ti.
–…Y yo por ti.
–…
–¿Ibas a besarme?

 

La mano helada de Misha lo delataba, estaba aterrado en definitiva. Ian deseó poder darle un poco de calor con la suya, pero también estaba gélida de pánico.

–Claro que iba a besarte.
–¿Aún cuando no supieras que yo quería?
–…Ya te dije. Hay cosas que tienes que hacer, o si no te mueres, Ian.
–…
–Ojalá lo hubiera hecho. Aunque sea por un segundo, en lugar de esperar demasiado a acercarme.
–Yo también lo hubiera hecho.
–…
–Es que nunca sabes qué va a pasar después.
–… Por eso las cosas se hacen, aunque después te mueras de todos modos.

 

Llegó el puente instrumental… otra vez.
La canción llevaba repitiéndose cerca de una hora completa. Y sin embargo, esos mismos segundos les erizaban la piel como la primera vez.

Y aunque Ian ya se lo había pedido unas diez veces, se lo pidió una vez más.

–Acércate.

 

Porque cuando Misha acercaba su cabeza, Ian aproximaba la suya y, como si intentaran compensar ese momento perdido en el tiempo, se besaban con la misma ternura con la que, al menos deducían, lo habrían hecho ese 15 de agosto tan lejano.

Era una cursilería empalagosa, pero no importaba nada, porque después de la próxima hora, no sabrían en cuánto tiempo volverían a besarse, a tocarse o a estar juntos…

 

Pero de que volverían a hacerlo, eso no quedaba duda. Siempre volverían a estar juntos. Eso era más que un pacto, era un hecho para ellos. Siempre se buscarían, donde quiera que estuvieran.

 

Faltaban quince minutos ya para que la señora Inessa Lébedeva volviera de las compras para la “cena con Ana”. Y lo sabían perfectamente.

Algo tuvo el beso de esta vez, porque cuando iban a soltarse, Ian volvió a ver la hora en el teléfono de Misha, y el miedo lo hizo preso de un momento a otro.

 

–Te amo –le dijo, en un tono desesperado que hizo que Misha volteara a la pantalla también, y el corazón se le rebelara en una taquicardia.

–¡Te amo!!

Misha volvió a los labios de Ian, vueltos locos como imanes.

 

Estaban muertos de miedo, pero comparado eso con toda una vida libre, libre en el sentido de sombra, esto sólo era un momento pequeño y amargo en su existencia entera.

 

Los momentos amargos de la vida como éste, son los padres de todos los otros momentos después. Si se enfrentan y se vencen, el resto del camino es bastante más dulce; en este, o en el otro mundo. A veces más tarde que temprano…

Siempre terminarán teniendo su recompensa.

 

Se abrazaron fuerte, se levantaron y escucharon de la mano el último final de la canción, antes de apagar la música y marcharse abajo por las escaleras.

Un momento, por toda una vida.

 

Esta vez, dejarían que los pasos se acercaran por el corredor.

 

 

– – – – – – – –

 

 

Ariadna les dio días atrás algunos teléfonos útiles por si la situación se ponía demasiado fea, pero ambos decidieron que sólo llamarían si de verdad era un asunto de vida o muerte; el resto lo enfrentarían los dos solos. Ian no le dijo nada a su madre porque sabía que querría pararse a hablar junto a ellos con Inessa, y tampoco le dijo nada a su padre porque además de lo mismo que Nubia, si el señor Pavel llegaba, no quería ver a su gordito y suave papá tratando de pelear con un ex militar entrenado como energúmeno de acero. Esto era asunto sólo de él y de Misha.

 

Sólo se lo comentaron a sus círculos de amigos más cercanos. El martes Jessica los abrazó fuerte, Antonio dejó atrás su enojo y les dijo que les deseaba buena suerte; Owen les hizo prometer avisar si había algún problema grande y lo mismo hizo Tomás. Amy les mandó cálidos mensajes con sus bendiciones y a Ian, además, le pidió que la perdonara por todo, que cuidara que nada le pasara a Misha y que no lo dejara solo jamás.

Pavlovna, cuando supo el plan el pasado lunes, intentó detenerlos casi rogándoles, pero después de que Misha hablara largo y tendido con ella esa noche, la melliza lloró; intentó pedir estar presente en el momento, pero al final se conformó con la promesa de que la llamarían a las cinco y media de la tarde para asegurarse de que todo estaba bien. Misha tenía planeado decir que su hermana no sabía nada acerca del asunto, evitando que volcaran su ira contra ella en algún punto.

 

El miércoles fue sólo para Ian y él, de mañana a noche, con la excusa del ruso de pasarse el día en casa de unos amigos.

 

Sabían que lo más seguro era que Inessa llamara en tres segundos a Pavel para que llegara y les diera el verdadero castigo. Por lo demás, no sabían qué esperar con certeza. La ubicación laboral del señor era un misterio ahora, hasta para la señora; lo mismo podía estar cerca que lejos de la ciudad. De Inessa, por lo pronto, se esperaban algo muy escandaloso.

 

Hace mucho ninguno de los dos había acumulado tanto miedo y adrenalina en su cuerpo.

 

El carro de la señora Lébedeva estaba arribando a la casa en ese mismo instante.

 

El momento había tocado a sus puertas...

Notas finales:

Les comento que ya faltan solamente unos cuatro capítulos, contando el epílogo. 

 

No me despido bien ya que hoy me puedo dar algunas escapadas para actualizar xD estén pendientes. 

 

 

Se les quiere!! <3


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