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Los chicos lloran lágrimas celestes [en REEDICIÓN] por DianaMichelleBerlin

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Notas del capitulo:

Dije en el anterior capítulo que no tardaría en actualizar y aquí me tienen xD

Cumpliendo una promesa :'v (le tiran piedras)

 

En cuanto al cap, creo sinceramente que este es uno de los más significativos de toda la historia. Abarca una de las razones centrales por las cuales escribí esto y también fue uno de los que más disfruté hacer. Originalmente esto no pasaba hasta mucho después pero creí conveniente abordarlo ahora, porque en la tercera parte de la historia (que será como la temp. 2) habrán cosas para las que será necesario que pase esto. 

 

Espero que lo disfruten tanto como yo. 

 

Va!!

La señora Inessa era tan hermosa y aún se veía tan joven, aunque ya con ese aire de señora, adecuado a sus cuarenta y un años. Lograba que el señor Pavel, de cincuenta y tres, se viera aún un poco más desgastado a su lado; pero no se casó con él por sus arrugas, sino porque él le dio y le construyó una vida de cariño y tranquilidad hace ya muchos años, alejándola de ese destino de chica rebelde y extremista que su familia le advirtió que le traería muchos problemas. Cuando se los trajo, Pavel estaba para ella, con un gran ramo de flores y un anillo de compromiso esperando. Ella decía que había empezado una nueva vida desde que su esposo se cruzó en su camino, pero nunca decía por qué. Se avergonzaba de sí misma.

 

La Inessa de veinte años era toda una crítica del sistema, agresiva, demente, una mujer poco propia; incluso a Ariadna le hubiera causado poner los ojos como plato, porque más allá de sus acciones desmedidas de lo que ella llamaba “activismo”, a Amy le hubiera caído mucho mejor como compañera de juergas. Más que ir en contra del sistema represivo y patriarcal en los plenos noventa, iba en contra de su propia familia, que no desperdiciaba una sola oportunidad para hacerle ver que era una vergüenza de chica, que tenía que dejarse de tonterías y de vicios, que se enfocara en la universidad y que consiguiera un marido para casarse, antes de que la vida loca que tenía le diera un puñetazo con el que entendería las cosas por las malas. Ella reía y les escupía sus pocas ganas de ser una esposa abnegada en la cara. Si alguna vez pensaste que la rebeldía ante la represión y el gusto por los temas políticos de Misha habían salido de su padre… No. La madre siempre fue el gen dominante en todos los sentidos; aunque claro, el dominante en la casa siempre era el señor.

 

Pero claro también, Pavlovna sabía que había heredado la belleza y la feminidad; Misha no sabía que heredó algo más que las pecas y unos rasgos de la cara. No se imaginaban a su mamá, la señora impecable y correcta, haciendo los desfiguros que hacía cuando joven. Ni siquiera la misma familia que la había visto, quería acordarse.

¿Por qué te estoy contando esto en un punto crítico como éste?

Lo verás en un rato.

 

Ni siquiera la señora misma quería acordarse nunca de lo que había pasado, y había muchas razones poderosas para no hacerlo. Pero una de ellas, la más grande de todas, era que, tal y como lo había dicho la señora Klavdia, su madre y abuela de los mellizos, la vida le dio ese puñetazo seco que la cambiaría para el resto de la existencia.

Estando en uno de esos reventones, en compañía de amigos, ella tomó demasiado y se quedó profundamente dormida. Estaba enojada y deprimida porque su familia le había dicho que el vecino (Pavel), acabado de retirar de la milicia, tenía intenciones de casarse con ella y absolutamente todos querían que la boda se llevara a cabo. Le dijeron que él la pondría en el lugar que le correspondía y le arreglaría la cabeza. Tomó con sus compañeros de causa hasta que se hartó y quedó en aquel estado.

¿Puedes adivinar cuál causa era por la que estaba reunida con tales amigos, al punto de que ella se sentía segura de dormir entre ellos?

 

Ella no estaba demasiado metida en esos temas, pero el intento de pretendiente que tenía entonces era un tipo que se hacía llamar bisexual y colaboraba mucho con ellos, aunque ninguno tenía tanta pinta de activista como sí de viciosos. Se rodeaba de gente a la que le había ido mal en la vida, más que auténtica masa que de verdad quisiera cambiar en algo su situación. El problema era que ella los veía a todos por igual, no estableció distinción alguna.

 

Cuando estaba dispuesta a dormir, un tipo al lado suyo comenzaba a trepársele a un amigo de ella dormido en el otro sillón, aunque estuviera inconsciente. Quiso detenerlo, pero el sujeto le lanzó un manotazo y antes de que pudiera reaccionar, lo que consumió y la cosa extraña que su mismo intento de pretendiente le puso en su bebida terminaron de derrumbarla.

 

Cuando despertó, se vio a sí misma gritando de auxilio, porque una chica mucho más corpulenta y fuerte la había atado a una cama, lista para aplicar en ella su voluntad. Su “pretendiente” yacía tirado de borracho en el piso, y parecía que nadie más la escuchaba. Fue en ese mismo instante que, mientras que le gritaba a la tipa todo el diccionario de insultos para lesbianas en ruso, comenzó a implorarle a Dios y a la madre Theotokos que llegara algo para salvarla de ahí.

Cuatro minutos de horror le bastaron para anular todo rastro de empatía con todas las personas con las que había estado ese día, con todas las que se parecían y con cualquiera de su estirpe.

 

Y bueno… como ángel del paraíso en un rayo de luz, llegó Pavel, que averiguó su paradero y fue corriendo a buscarla. Le regaló una golpiza a la mujer rolliza y de paso pateó al pretendiente, antes de vestir y llevarse cargando a la rubia pecosa en brazos como el héroe musculoso de una película.

 

Treinta y siete minutos que pasaron desde que él la encontró y llegaron en coche a su casa le bastaron a Inessa para saber que el mito del puñetazo era real. Y también algo real, era que Pavel no era un castigo, sino un ángel salvador que el destino le había regalado para que terminara de comprender que debía ser su esposa y debía ser una mujer de bien, con todo lo que implicaba ese fuerte y radical cambio de parecer.

 

Y así, Pavel consiguió casarse con una chica totalmente renovada, enamorada perdidamente de él y gustosa de convertirse en la madre de sus hijos; pero más que eso, consiguió a una chica totalmente dispuesta, como si fuera una hoja en blanco, a aprender y adoptar todo lo que viniera de él. Era como una tarjeta de memoria recién formateada, en la que el ruso altísimo, casi ultraconservador y firme con las reglas pudo meter sus propios pensares y mucha parte de su forma de ser. La hizo ser una madre dulce y una mujer obediente y estricta, una compañera ideal para él. Pasó de ser el caso perdido, a una señora elegante, guapa, trabajadora y ejemplar. De eso y de ser madre, era de lo que más estaba orgullosa.

Por ello, ser madre para ella era una tarea noble y revitalizadora. Amaba demasiado a sus hijos y desde que nacieron, ella juró adorarlos, cuidarlos y protegerlos de todo aquello en el mundo que resultara una amenaza para ellos, empezando por las cosas que ella creyó que tal vez la habían llevado, más que su propia voluntad, a tomar todas esas malas decisiones que la acercaron día con día al día del puñetazo final.

 

Fue muy cuidadosa con los programas de televisión que veían, la música que escuchaban y las amistades que tenían. Cuando sus hijos tenían alguna duda acerca del mundo, ella les daba una respuesta lo suficientemente sólida en materia de protección de niños, para evitar que vieran las inmundicias del planeta, “las mismas a las que se expuso”, como algo remotamente favorable.

La música rebelde de Misha la permitió sólo porque Ian había sido detectado muy tarde en su radar como un elemento sospechoso y verlos agitar la cabeza y llevarse a golpecitos al ritmo de las canciones como chicos normales la hacía suspirar de alivio (además de que a su inconsciente el sonido no le parecía del todo malo).

El cabello largo hasta la parte inferior de las orejas fue por un capricho de su orgullo al ver la bonita herencia suya en el hijo; era incapaz de cortar demasiado esos rizos que las niñas a su alrededor le alborotaban y les gustaban tanto… Aunque también tuvo la tentación de mandárselos a cortar porque un día asomándose afuera en la banqueta pudo ver que, más que a las niñas, a Ian también le gustaban demasiado y le encantaba revolvérselos.

 

Ella hizo todo en sus manos para que sus adorados mellizos de oro crecieran sanos y salvos del mundo. Madres como ella se gastan vidas que no tienen en eso. Madres como ella le atribuyen todo lo que ven malo en sus hijos al mundo de afuera.

 

Madres como ella, en cualquier dimensión, culparían a chicos como Ian, influencias como la música y errores como el cabello largo de alguna descompostura que presentaran sus críos.

Madres como Inessa Lébedeva, tocadas por experiencias a medio digerir y a poco analizar, empujadas por circunstancias de la vida y por las personas del entorno que la rodea… madres como ella, piensan que deben darlo todo para cubrir de plástico a su manzanita, para alejarla de las frutas podridas como Ian, como todo aquel que se pareciera, con todo aquel de su estirpe.

Madres como Inessa son incapaces de ver que a veces los defectos que tanto persiguen, se tienen desde antes de salir de la fábrica. Ella era ese tipo de madre que, al toparse con la cruda y maravillosa realidad, se da de topes contra la pared y se pudre, más que en su fracaso, en la asimilación de la idea de que, sea como sea, la naturaleza humana sigue su curso. No importan las protecciones ni los filtros, no importa la más grande de las cárceles ni los castigos.

 

Madres como ella, precisamente como ella… son las que más fuerte caen sobre el concreto, cuando se tiran desde el techo.
Antes estrellarse en el piso y hacer a sus hijos caerse con ellas, a quedarse en el techo a salvo con ellos, mientras ven cómo sonríen orgullosos de ser un Frankenstein.

 

– – – – – – – –

 

Apagó el auto y retiró las llaves de su lugar. Antes de tomar las bolsas del mercado y abrir la puerta, se tomó unos minutos para quitarse los guantes y calentarse las manos con aliento; ni aunque los mitones fueran gruesos y calientes las yemas de los dedos permanecían tibias. Muy posiblemente la gripa que traía Misha se le pasaría a ella en los próximos días; lo sentía, porque comenzaba a sentirse ligeramente con menos fuerzas que lo habitual.

 

Si Ana no gustaba de la solianka de pescado, sería una lástima, porque era el platillo que preparaba en las ocasiones más especiales y eso le restaría puntos en la evaluación de la suegra.

Pintaba de ser muy bonita y refinada; si se estiraba demasiado el cuello en la casa rusa, reprobaría por completo el examen. Sabía que no era bueno juzgar a una pareja de sus hijos por su mera cara (así le había hecho con Alejandro el guapo y se había equivocado), pero Anita tenía expresiones de mucho alardeo, con esa pose de modelo y los tres kilos de cejas y labial de una de las fotos. Ojalá Misha le llevara algo digno de quitarle el puesto a Amy de la nuera perfecta: cuando la muñeca cenaba en la casa iba muy femenina y perfumada y se portaba como una damita. La vara estaba muy alta… A ver qué pasaba.

 

Misha le dijo que Anita y él llegarían juntos a las cinco; faltaban dos minutos para la hora. No tuvo la comida lista, porque pondría a prueba a la chica, a ver si resultaba tan buena mujercita como modelo de fotografías. Ana tendría su primer contacto con la cocina rusa; si quería permanecer en la familia (por el tiempo que fuera), tendría que empezar por quitarse los zapatos en la casa y saber preparar soliankas, blinis y strogonoff.

 

Cuando salió del coche, la brisa fría de la tarde la hizo tener un escalofrío, o eso le pareció, como si el aire le hubiera llegado a los huesos y un poco al corazón. Se detuvo cinco segundos para que el efecto pasara, pero no pasó por completo. Algo muy raro tenía el clima de hoy, pero de pronto, así como pasa la gente sombra por la vista, le pasó por la piel algo extraño cuando miró la puerta de su casa.

Así de repente se dio cuenta de lo que Pavlovna le dijo esa mañana, cuando estaba tan ocupada preparando el desayuno, que no le hizo caso. Le dijo que tenía clase de jazz y no estaría para la comida… pero siete días atrás le avisó que no tendría clase por dos semanas. No una.

 

El instinto materno es poderoso, las computadoras les tienen envidia. La puerta de su casa le hizo analizar inmediatamente lo de Pavlovna y supo que algo en el día iba a ir mal. ¿Sería que Ana resultaría ser una chica idiota? ¿Su hija la estaba evitando? ¿Era otra cosa? Quién sabe. Lo único que supo, cuando caminó hacia los escaloncitos de la puerta y tocó la perilla, era que algo estaba a punto de sorprenderla y lo más probable era que lo hiciera como si fuera un pastelazo en la cara.

 

Cuando entró por fin en la casa con las bolsas y se quitó los zapatos para alcanzar sus pantuflas, notó la primera mala señal.

No cantaba ni un grillo, pero los tenis de su hijo allí estaban en la entrada y no sus pantuflas: había entrado, pero nunca salido; estaba adentro. Misha nunca dejaba que hubiera un silencio tan sepulcral, ni siquiera cuando estaba dormido.

 

Dio ocho pasos adentro y cerró la puerta; allí descubrió la segunda mala señal. El teléfono del vástago estaba en uno de los sillones. Fue hacia él para tomarlo y ver la hora, así se dio cuenta de que estaba tibio. No sólo estaba en la casa, no hacía mucho que había estado sentado en la sala. Pero en los asientos sólo había la huella de una persona.

La casa Lébedev no era para nada fría, pero de inmediato sintió cómo una gélida brisa le recorría la espina, cuando oyó pasos que se percibían desde la cocina.

 

–Mama?

 

Reconoció de inmediato la voz de Misha y tuvo un poco de tranquilidad cuando lo vio asomarse por la puerta con un ventanal en forma de tenedor.

 

–(Ah… Mishka) –Respiró profundo– (Por un momento pensé que no había nadie).
–(Hace media hora que llegué) –dijo él, saliendo de la cocina.
–(¿Dónde está Ana?)
–…

Esta fue la tercera mala señal.

 

–(¿Misha?)

No fue el silencio de su hijo lo que prendió sus alarmas otra vez. Peor aún que eso, lo que le hizo saber que no sería un día tan especial, fue la cara que Misha le puso una vez que preguntó por Ana.

 

–(Ana no vendrá hoy, mamá).
–… (¿Algo pasó?).
–(Siéntate, por favor).

Le pareció que Misha tragó saliva tratando de que no se diera cuenta. Se asustó.

 

Los dos tomaron asiento en el sillón más largo.

–(¿Sucedió algo malo con ella?).
–(Ella no vendrá nunca, mamá).

 

La intuición de madre es poderosa, pero no anula la necesidad del ser humano de encontrar lo más pronto la respuesta más lógica.

Sintió que ya podía descansar.

 

–(Oh… ¡Ah, Mishka, mi amor!) –lo miró con una dulce expresión de madre comprensiva– (No es la chica que esperabas, ¿Verdad?).
–(…No…).
–(Pobre de ti, mi niño).
–…

Inessa tomó la mano de su hijo y acarició las pecas de su mejilla derecha. Ignoró que ante esas acciones no hubo intento de Misha por acercarse a ella a encontrar consuelo. Ignoró que su mano estaba helada. Lo atribuyó al frío.

Ahora sabría por qué.

 

–(Mamá…) –empezó el rubio– (Tengo que contarte algo).
–…
–(Es un secreto).
–(…De acuerdo).
–(…Bien).

Misha no miraba a los ojos a su madre. Veía hacia el piso y echaba algunos vistazos a la cocina, como si distinguiera una presencia adentro de allí. Intentaba desesperadamente acomodarse las manos en una u otra posición. Sintió también la necesidad de abrazarlo, pero por la distancia de una regla que él guardaba con ella en el asiento, adivinó que su abrazo no era requerido.

No ahora.

 

Misha respiró profundo y luego tomó aire una vez más, para empezar con las palabras.

–(Yo estoy enamorado de alguien que no es Ana…)

Las manos le temblaban como si hubieran envejecido sesenta años de un golpe.

 

–… (Y ella lo supo, ¿no es así?).
–… (De alguna manera).
–(Ay, Misha)...
–…
–(Te metiste en un problema, ¿verdad, cariño mío?)

Estas últimas palabras parecieron calarle a su hijo, tal cual le hubiera dicho la frase del siglo. Lo supo, porque a pesar de que el jovencito parecía querer guardar la calma, su fachada estaba empezando a descarapelarse.

 

–(Sí, mamá).
–…

Lo escuchó un poco quebrado.

–(Me metí en un gran problema, mamá querida).
–(Mishka)…
–(Mi problema es que esto que siento me trae problemas a donde vaya) …
–(… ¿Por qué?) …
–(Porque la persona que amo… Mamá, dicen que esa persona no es para mí).

La señora frunció el ceño.

–(¿Quién te ha dicho semejantes tonterías, mi niño?? ¿Por qué, quiénes te lo dicen??)
–(Me lo han dicho sus amigos, mis amigos… la gente que sabe que quiero estar con mi persona).
–(¿Y qué es lo que te impide estar con ella, Misha?)
–…

 

La señora pudo reconocer en el rostro de su triste y avergonzado niño el mismo dolor de su propio primer amor, a los quince años; un chico que se llamaba Eduard y que era tan guapo y popular que las niñas se burlaban de ella porque le entregó una carta el día de los enamorados y por ese entonces la guapa pecosa era una chica que ellas consideraban “fea”, porque no fue la adolescencia sino la mayoría de edad la que le hizo el favor de embellecerla; hasta su hermana Nadezhda y un vecino le dijeron que dejara de intentar con un chico tan distinto a ella. También pudo reconocer un poquito de la voz quebrada de Pavlovna años atrás, llorando sin consuelo por dejar a un chico de una familia hiper protectora, que la acosaba casi diario para que dejara a su crío en paz. Pudo reconocer el corazón roto de un mejor amigo de la secundaria, víctima de burlas por la misma chica que lo tenía todas las noches en vela. Hasta vio en sus ojos azules una pizquita de su querido Pavel, una vez en que ella llegó ebria a casa y él se quedó discutiendo fuera de su habitación con la madre Klavdia: “(Esta muchacha no es para ti, tú eres bueno, ella se me echó a perder, ¡Consigue otra, por el amor de Dios!)”

 

Había visto muchos ojos y corazones tristes en su vida; nunca creyó que su hijo, siendo tan lindo y con un historial de chicas que se paraban en su puerta para ver si salían con él, se vería en esa misma situación. Y le dolía. Nadie tenía derecho a hacerle creer a su niño que era demasiada poca cosa para estar con quien a él le pareciera correcto.

Ignoró que eso no explicaba el terror.

 

–Misha…
–…
La amorosa mamá tomó a su hijo de la mano y le dirigió una mirada de ternura.
–(Mi niño…) –le sonrió– (Los chicos buenos como tú no deben llorar nunca por estas cosas).
–(No estoy llorando, mamá).
–(Yo sé… Eres todo un hombre, pero a veces ni siquiera un hombre puede esconderse las ganas de sacar una lágrima).
–…
–(Mishka, Mishka, Mishka)… –le dio un beso justo al centro de la frente– (¿Quién es el mundo para decirte que puedes estar o no con la chica que tú quieres, amor mío?)
–… (Mamá)…
–(¿Ella te quiere, mi vida?)
–…
–(¿Te quiere esta persona, mi amor?)

 

Misha tenía una cara muy triste. Le dio justo en su amor de madre.

–(Sí, mamá. Me quiere. Me ama).
–(Eso es algo hermoso, Misha).
–(Su amor por mí es tan grande como el mío).
–(¿Y lo sabe?).
–(Lo sabe perfectamente, desde hace mucho tiempo).
–(¿Hace cuánto?)
–(Hace ya muchos meses, mamá).
–(¿Están juntos?)
–(Sí, mamá).
–(¡Oh!) –Exclamó la cariñosa señora– (¡Así que de eso estaba hablando Martín! ¿No es así?)
–(Justo eso es de lo que Martín hablaba, mamá).
–(Claro… Y Martín sabía lo de Ana… ¿O lo dijo sólo porque él te dice que no puedes estar con tu chica?)
–(Lo segundo).
–(Misha… Ay, Misha) … –Ladeó la cabeza– (¿Por qué te molestaste con todo esto de Ana entonces??)
–…
–(No querías que supiéramos nosotros) …
–…
–(¿Creíste que tu padre y yo íbamos a rechazarla?)
–…
–Misha…
–(Sí).
–(Pero, ¿por qué?)
–…
–(¿No te hemos dado la suficiente confianza?... ¿O es que esta chica es una decepción como el Alejandro de Pavlovna??)
–(Ja ja ja, ¡Alejandro es como la basura podrida en la suela del zapato de quien amo, mamá!).
–(¿Es una chica de bien?)
–(Lo tiene todo, mamá).
–…

 

Por primera vez en lo que iba de la conversación, a Misha se le iluminó la mirada, tal cual fuera a describir la cosa más linda del mundo.

–(Inteligencia, talento, valores, cariño, compromiso… Unos ojos hermosos, mamá) –describía el pecoso, con la mirada en el techo y unas manos haciendo gesto de estar detallando algo supremo– (¡Una sonrisa preciosa! ¡Un cabello, una piel!, ¡Una risa!… Mamá, estoy enamorado de algo increíble… ¡Encontré lo mejor que puede haber en este mundo! Lo encontré yo, mamá. ¡Yo!)…
–…
–(Y lo mejor es que me ama… Mamá, mi amor me ama. Desde que me ama soy tan feliz)… –dijo el ruso, tratando de no atorarse con el torrente de palabras hermosas que le causaba ese sentimiento– (Jamás había sido tan feliz en toda mi vida…Nunca).
–(Estás muy enamorado, cariño mío).
–…
–(Entonces, si este nuevo amor es tan bonito y es tan bueno… ¿Cuál es el problema?)
–…
–(Misha, ¿Esta chica tiene novio?)
–… (No).
–(¿Y entonces?)
–…
–(¿Tan grave es?)

Al rubio se le desvaneció toda chispa de alegría que tenía de momentos atrás.

 

–(Mamá)… –bajó la cabeza y exhaló– (¿Crees que deba importar mucho si no tiene lo que yo quería?)
–… (¿De qué estamos hablando? ¿Dinero?)
–(No).
–(¿Es algo físico?)
–… (No se parece a la chica que siempre te conté que quería).
–… (Esto me confunde, Misha)… –Inessa alzó una ceja– (¿No es bonita? Acabas de decir que sí).
–…
–(¿Tiene algo malo?)
–(Mamá… Yo no le veo nada de malo).
–… (El problema es algo de su cuerpo, ¿no es así?)
–…
–(¿Te importa mucho si ella no es como te la imaginabas?)
–(No).
–(¿Es alguna malformación, un defecto?)
–…
–Misha…
–(Mamá… ¿Qué puedo hacer si encontré a la persona que tanto buscaba… pero nadie puede ver eso?)
–(¿Yo te he enseñado a dejar relaciones por cosas físicas?? ¿Esa educación te he dado?)
–…
–(Claramente no).
–(Mamá… yo no quiero dejar este amor. No quiero).
–…
–(Y es por eso que estoy hablando ahora, contigo, sentado aquí).
–(Misha) …
–(Mamá yo) …
–(¡Misha!)
–…
–(Tranquilo).

El pecoso se estaba alterando un poco. La chica en cuestión debía de tener algo muy malo para tener reacciones como esas.

 

–(¿Qué tiene esta muchacha que tienes tanto miedo de que tus propios padres te vean con ella??) –le dijo, en un tono de suave regaño– (¿Crees que tu madre es tan monstruosa para rechazar a alguien a quien tú dices que te ha hecho tan feliz?)
–…
–(¿Eso es lo que temes tanto??)
–(Tú no necesitas esta clase de cosas, Misha) –sentenció– (Yo no soy ningún monstruo ni tampoco tu padre. Y definitivamente no me gusta que te sientas con la necesidad de hacer cosas como lo de Ana, en lugar de traer a esa persona, véase como se vea, a comer hoy a esta casa).
–…
–(¿Ella te hace feliz? Misha) …
–…
–(Misha).
–(Me hace más feliz que nada en el mundo, mamá) …
–… (Entonces nada más en el mundo importa, mi cariño. Nada).

Las palabras le salieron a Inessa desde lo profundo de su sentir. Se sentía como acabada de dar una conclusión efectiva, que hiciera que su niño recobrara la calma. Y era cierto, nada mejor en el mundo que ver a Misha con los ojos iluminados hablando de amor puro.

 

Sin embargo…

–(Mamá).
–(Dime).
–(Me encantaría que no olvidaras las palabras que estás diciendo en este momento).
–…

 

Ahora sí, la pecosa señora se quedó sin saber qué decir.

Más que tranquilidad, parecía como si Misha se estuviera armando de mucho más valor, después de haberlo buscado por muy buen rato.

–(Porque no estoy hablando así contigo porque quiera hacerlo).
–…

 

El rubio se levantó de su lugar, y se puso frente a ella, mirándola a los ojos.

–(Pero tengo que hacerlo, porque, aunque tú grites y me odies desde ahora, voy a ser el mismo hombre valiente que papá siempre quiso… aún… para esto) …

 

Esto no era miedo a ninguna malformación, a una mancha o a una cara fea.

Misha se había armado de valor, pero no para encontrar consuelo. Se había puesto en guardia para ella, como si, contrario a encontrar aprobación, se enfrentara a la muerte, encarnada en su madre misma.

La estaba viendo como a un verdugo.

Eso le fastidió.

 

–(Misha, ¿De qué estamos hablando??) –preguntó con el ceño fruncido. La dulzura de madre había desaparecido.
–(Lo siento, mamá).
–…
–…
–(¿Quién es esa chica??)

Y Misha llenó sus pulmones antes de contestar.

–(Ése es precisamente mi problema, madre).
–…
–(Mi problema es justo eso).

 

Y de repente, así como una chispa de razonamiento nueva, tan pronto como había llegado lo de las clases de Pavlovna, su mente la azotó contra pared.

 

No podía ser cierto…

 

–(Mijaíl… ¿Quién es esa persona??)

 

Y Misha sacó algo del bolso más grande de su pantalón holgado.

 

Y la pared le estrelló el cráneo a la dulce madre. La mató.

Quedó sólo la estricta, implacable Inessa Lébedeva.

La esposa de Pavel Lébedev.

Se le olvidó todo el discurso.

 

Misha le mostró un disco, un disco polvoriento y viejo, que se había almacenado en un cajón abandonado de la casa, porque Misha mismo dijo que jamás lo volvería a escuchar. Era un compilado de su música vieja. Lo escuchó por última vez un día en que lo había atrapado con la cara llena de chocolate.

 

Ese disco se había ido con una persona.

Ese disco había de regresar sólo con una persona…

 

–(Tú sabes quién es, madre).
–…
–(Nunca he podido dejar lo que yo soy en el olvido).
–…
–(Nunca se fue esto, madre).
–…
–(Nunca me fui).

 

 

Quedó sólo la estricta, implacable Inessa Lébedeva.

La esposa de Pavel Lébedev.

Se le olvidó todo el discurso.

 

Misha lo vio en esos ojos de odio, los que no había visto desde hacía más de cuatro años.

Tan llenos de ira, como aquella vez.

 

–(¡¡¡ASQUEROSO!!!)

 

La voz se le dañó a ella en aquel grito de furia pura. Se levantó de un brinco y, sin terminar de haber gritado, le arrebató el disco a su hijo y se lo estrelló en la mejilla con la fuerza de una cachetada.

 

–(¡¡¡ERES UNA ABERRACIÓN!!) –Continuó Inessa.

La fuerza del golpe hizo que la caja del álbum se agrietara, pero Misha ya no tenía catorce años y el impacto, aunque lo hizo doblarse, no consiguió tumbarlo. Encolerizada, Inessa lo golpeó reiteradamente donde cayera, hasta que la cajita se quebró en dos junto con el CD y ella lo lanzó lejos hasta que se hizo mil pedazos contra una silla del comedor.

Ahí había quedado ese objeto tan icónico en la vida de su hijo.

 

Mientras seguía golpeándolo con sus manos, la iracunda señora escuchó cómo la puerta de la cocina se abría y unos pasos se dirigían a toda velocidad; pero su vista sólo les hizo caso hasta que sintió que dos delgados brazos la tomaban por la cintura para hacer que retrocediera.

 

–¡Déjelo en paz!!!

Inessa pudo escuchar esto, antes de ser jalada hasta caer en el sillón.

 

Allí lo pudo ver, por primera vez en mucho tiempo, tocando a su hijo (ayudándolo a recuperarse de los golpes), interponiéndose entre él y ella (sirviéndole de escudo humano si ella se levantaba), mirándola con esos ojos (suplicantes de su piedad) que parecían objetos de brujería.

 

Ian y la señora Inessa se miraron por primera vez en años, y el moreno pudo sentir cómo los ojos inyectados de rojo de la madre querían asesinarlo.

Entonces la estrategia de Inessa cambió.

 

–¡¡TÚ ENFERMASTE A MI HIJO!!! –Exclamó– ¡¡MALDITA CRIATURA INFECTA!!!

Se levantó de nuevo y se abalanzó contra Ian, repitiendo el ataque de la cachetada y los golpes. Logró lanzarlo contra el sillón adyacente y pudo alcanzar a darle un par de arañazos también, cuando Misha la apartó de él por los hombros y le detuvo las manos en el aire.

 

Mama!!
–(¡¡No me llames madre, asqueroso desviado!!!)

Misha no ponía demasiada resistencia con su madre y ella pudo lanzarlo también al otro sillón, cayendo el rubio sobre Ian, aplastándolo.

 

–¡¡MALDITOS MARICONES!! –les gritó a ambos, antes de salir disparada por las escaleras gritando como la loca de un manicomio:

“(¡¡ESTO NO SE VA A QUEDAR ASÍ!! ¡¡ESTO NO SE VA A QUEDAR ASÍ!!)”

 

Inessa llegó al piso de arriba y abrió desesperada la puerta del cuarto de su hijo. Una vez que entró, abrió el clóset de la ropa, tomó la vieja maleta más grande con la que Misha había llegado de Nóvgorod y comenzó a arrancar la ropa colgada en los ganchos y a saquear los cajones para meter lo más que pudo de las prendas del pecoso dentro del equipaje.

 

Ian y Misha llegaron al marco de la puerta y se detuvieron un segundo a reconocer qué era lo que la señora estaba haciendo.

En cuanto lo supieron, Ian entró corriendo y de un aventón hizo que la valija cayera al piso y la ropa se derramara.

 

–¡NO!! –exclamó el moreno, mirándola. Ella le dio tres nuevas bofetadas y lo tumbó en la cama. Misha pudo ver a su madre roja de la cara mientras metía de nuevo la ropa en la maleta.

 

–¡¡Señora, no lo haga!!! –suplicó Ian una vez se recuperó, inclinándose para sacar las prendas que Inessa iba metiendo. Ella le dio una patada en el estómago.

–¡¡LARGO DE AQUÍ, ESTÚPIDO FOCO DE INFECCIÓN!!! ¡¡VOY A SALVAR A MI HIJO!!
–(¿Cómo harás eso, mamá??) …

 

Al decir eso, Misha consiguió que su madre le fijara la vista.

–(¿¿Cómo crees que lo haré, vergüenza andante??) –le respondió ella, apuntándole con el dedo. Estaba hasta despeinada de rabia– (¡Te voy a reclutar en la misma maldita clínica de donde nunca debiste haber salido!! ¡¡Y allí haré que te encierren años o hasta que de verdad te cures de ser un degenerado!!! ¡Animal!!!)
–(¿Qué pasó con lo que dijiste en la sala, madre?)
–(¡¡Sácalo de tu cabeza!!! ¡¡Tú no puedes ser feliz con esta basura!!!) –le apuntó a Ian– (¡¡Tú NO puedes ser feliz!!!)
–…

Eso último lo quebró. 

 

Ya sin la intervención de Ian, que aún trataba de recuperar el aire en el suelo, Inessa logró terminar de armar el equipaje. Cerró el cierre y el broche y la puso sobre las ruedas; así caminó hasta su hijo y lo tomó del brazo, arrastrándolo hacia el corredor.

 

–(¡Vamos en este mismo instante!!!) –Iba la señora diciéndole al rubio– (¡Y agradece que no le diré a tu padre hasta mañana!!! ¡No dejaré que pierda ese contrato que tanto esperaba por culpa de tus idioteces!!! ¡Camina!!!)
–(¡Mamá!)
–(¡¡CAMINA!!!)

Lo guio a empujones, patadas y arañazos hasta las escaleras, abajo, la sala y finalmente hasta la puerta de entrada. Mientras tanto, Ian logró ponerse de pie, aferrándose de la cama.

Apenas recuperó el aire, salió disparado del cuarto.

 

–¡Misha!!! –gritó como loco– ¡¡Misha!!!

Y como loco también, cruzó el corredor y, justo cuando iba a la mitad de las escaleras, vio cómo el resplandor de la luz del día que emanaba de la puerta principal abierta se apagaba, junto con el horrendo ruido de un portazo lleno de agresividad.

 

Cuando llegó a la puerta y consiguió salir de la casa, simplemente pudo alcanzar a ver cómo la puerta, ahora del auto de Inessa, se cerraba, llevando a bordo el vehículo a Misha. El latino corrió y azotó contra el cristal.

El rubio lo pudo ver también desde su ventana, y aunque Ian no pudo escuchar lo que le decía, pudo leer perfectamente esos labios color fresa y esa mano apuntándole.

 

“¡Voy a volver, amor!! ¡Te lo prometo!!”

 

Ian corrió, con el corazón en la garganta, junto al auto que ya había iniciado su movimiento. El moreno golpeó el cristal de la ventana y trató de seguirle la marcha al carro, los primeros segundos en que aún iba lento.

Pero en cuanto Inessa aceleró, Ian no tuvo oportunidad.

 

Se quedó viendo cómo la madre hecha monstruo se llevaba lejos por la calle al chico de sus ojos.

Ahora tenía que pensar rápido, si quería rescatarlo.

 

 

Era la primera vez que Misha le decía, oral y explícitamente, “Amor”.

 

Notas finales:

Les comento que ya hice mi inventario xD y el que viene es el penúltimo capítulo, que lo subiría el viernes en la noche o algo así. 

 

Terminen rico su semana, tápense bien del frío y nos vemos próximamente. 

 

Se les ama y gracias por seguir <3


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