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El circo de las sombras por AndromedaShunL

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Notas del capitulo:

Un comentario muy lindo me obligó a subir el siguiente capítulo.

                Después de aquellas palabras tan dulces que asomaron de los labios de Shun, Hyoga no supo cómo reaccionar. Quería besarlo, abrazarlo, tenerlo eternamente a su lado. Nunca hubiera pensado que perdería tanto la cabeza como en aquel momento. Sus mejillas se tornaron rojas y giró la cabeza hacia un lado, tímido.

—¿Qué te ocurre? —Preguntó Shun preocupado.

—Nada, solo que... jamás pensé que me sentiría así por unas palabras... —dijo sin atreverse a mirarlo aún.

                El peliverde se puso colorado también. Él jamás hubiera pensado que diría eso a nadie.

—¿Qué me enseñará ese espejo? —Preguntó, rompiendo el hielo y dirigiéndose hacia él.

                Se trataba de un espejo que a simple vista parecía normal, con un marco dorado, incrustado en la pared de la carpa.

—No lo sé. Asómate —lo invitó Hyoga.

                Shun se aproximó, un poco más nervioso. Según le había dicho Hyoga, los espejos podrían mostrar cualquier cosa, y lo que menos necesitaba ahora era que le mostrase su peor pesadilla. Aun así, se plantó delante del cristal y esperó a que su reflejo se transformase en algo. Se mantuvo inmóvil durante unos segundos y al ver que no ocurría nada fue a darse la vuelta. A medio giro el espejo comenzó a cambiar, y Shun clavó la mirada en él, más nervioso que antes.

                Lo que apareció ante sus ojos lo confundió: estaban Hyoga y él en una carpa circular en la que la lona cambiaba constantemente de color. Primero era rosa, luego rojo, luego naranja, amarillo, verde, azul... y volvía a repetirse. Era muy hermosa. Ambos se miraban a los ojos e iban aproximando sus rostros despacio, hasta que quedaban sumidos en un tierno beso. Entonces, los colores de la carpa comenzaron a cambiar más rápido que antes y el cuerpo de Hyoga iba adquiriendo transparencia hasta desaparecer por completo. Él se caía al suelo de rodillas, impotente, y las lágrimas se adueñaban de sus ojos. Las paredes giraban tan rápido que la carpa se volvió de un color blanco deslumbrante que fue consumiendo todo el reflejo hasta que no se vio nada más.

                Shun se separó del espejo con un paso hacia atrás y la mirada aún clavada en el cristal que volvía a devolverle su reflejo.

—¿Qué has visto? —Le preguntó Hyoga, curioso.

—No lo sé, Hyoga. Pero no me ha gustado —contestó con la mirada ausente.

—¿Un sueño, un recuerdo, una pesadilla?

—Se parecía más a una pesadilla. Una pesadilla muy deslumbrante —contestó.

                Hyoga se acercó a él y le apoyó una mano en el hombro. No sabía lo que había visto, y por su mente pasó la idea de asomarse él también al espejo, pero el miedo le pudo y no fue capaz siquiera de decirle nada al peliverde.

—Hyoga, no sé si quiero asomarme a otro... —Una brisa helada le recorrió el cuerpo y no le dejó terminar la frase que tenía en los labios.

—Shun, corre.

—¿Qué? ¿Por qué? —Preguntó, confuso.

—¡¡Corre!! —Gritó el rubio, empujándolo hacia adelante.

                Shun comenzó a correr mirando cada poco hacia atrás para asegurarse de que Hyoga le seguía. Este lo miraba serio y con ojos preocupados corriendo un poco más alejado de él.

                En una de sus vistas atrás, vio con terror lo que le preocupaba a Hyoga: una sombra que cubría prácticamente todo el pasillo se acercaba a ellos convirtiéndolo todo en oscuridad. Cada espejo por el que pasaba se rompía en pedazos que se precipitaban al suelo. Shun casi cayó varias veces. Le empezaban a temblar las piernas. Por suerte, la sombra se movía mucho más despacio que ellos y podrían escapar fácilmente. Pero Hyoga tropezó y cayó, y a Shun casi se le partió el corazón.

                El joven se había estrellado contra el suelo paralelo a uno de los espejos, y cuando quiso levantarse clavó su mirada sin querer en el reflejo del cristal, y este comenzó a cambiar casi al instante, haciendo que no pudiese apartar los ojos de él.

                Shun no supo qué hacer. Se quedó quieto en el sitio mientras la sombra iba acercándose más y más a Hyoga. Las lágrimas asomaron a sus ojos y sin apenas pensar, empezó a correr hacia el rubio.

 

                Lo que vio en el espejo era una mezcla de secuencias que aparecían y desaparecían en apenas unos segundos. Podía verse a sí mismo de niño con dos adultos a su lado que debían de ser sus padres. Era de noche, y la luna llena brillaba sin tener nada que envidiar a la luz de las estrellas.

                Se encontraban en un descampado en el que empezaba a erigirse lo que sería un circo. Había una carpa en el centro, la de mayor tamaño, del color del hielo, y alrededor se extendían más carpas de cada uno de los colores habidos y por haber, más pequeñas que la otra.

                El que parecía ser su padre admiraba con ojos soñadores la gran carpa azul, y la mujer se apoyaba en él rodeándolo con los brazos. Hyoga se acercó a ellos y se quedó a su lado.

—Por fin podemos ver nuestro sueño hecho realidad —dijo su padre.

—Hacía mucho tiempo que deseábamos que este proyecto saliese adelante —susurró su madre.

—Y lo hemos conseguido —sonrió el hombre—. Hyoga, ¿no te parece asombroso? ¿Crees que será divertido?

—¡Claro que sí! —Contestó el Hyoga de niño.

                Su madre lo abrazó y quedaron los tres allí, contemplando lo que tanto tiempo y esmero les había tomado. El circo tenía una esencia muy atractiva a simple vista, y prometía mucho más por dentro.

                Algo empezó a cambiar en el ambiente: llegaron nubes de la nada que taparon las estrellas y la luna, haciendo llegar más la oscuridad a aquel lugar. Su padre miró en todas direcciones y su madre se puso muy nerviosa. Ambos abrían mucho los ojos y mostraban un semblante de terror absoluto.

—Otra vez no —susurró la mujer sin mover apenas los labios.

                El joven Hyoga no sabía lo que estaba pasando. Se encontraba completamente paralizado y desconcertado. Su padre, en cambio, los agarró del brazo y los hizo correr fuera del lugar, pero antes de llegar a ninguna parte una sombra cruzó entre ellos como un rayo llevándose por delante la vida de su madre, quien cayó al suelo, inerte.

—¡¡¡NO!!! —Gritó el padre con lágrimas en los ojos.

                Hyoga seguía sin saber qué estaba sucediendo, y su rostro era como una máscara de hielo que no presentaba más expresión que el desconcierto. Tenía que llorar, pero no podía. Tenía que tener miedo, pero no temblaba. Simplemente estaba paralizado física y psicológicamente.

                Su padre volvió a tirar de él y lo llevó hacia atrás, hacia la gran carpa de color azul. Pero antes de entrar la sombra volvió a aparecer derribándolo.

—¡¡Hyoga!! —Lo llamó desesperadamente—, ¡entra en la carpa, Hyoga! —Le indicó, intentando levantarse de nuevo.

                Consiguió sacar fuerzas de alguna parte de su cuerpo y llevó, malherido, a Hyoga dentro de la carpa. En el centro de aquel lugar había un orbe de color azul cristalino que daba vueltas sobre un soporte que parecía de oro.

—Coge ese bastón, Hyoga —le indicó, agonizante, el lugar donde se encontraba un bastón con una calavera de plata en su final —Toca el orbe —dijo, tosiendo.

                El joven Hyoga se acercó al orbe con el bastón entre las manos y los ojos húmedos. Se suponía que dentro de unos días iban a abrir al público el circo de su padre, y se lo pasarían muy bien con ello. Se suponía que habían encontrado por fin la motivación y la manera que les faltaba para hacer brillar su proyecto y, de repente, sin saber por qué, como si apareciese de la nada, como una fuerte brisa o una neblina que no te deja ver, le habían arrebatado su sueño, y el sueño de sus padres.

—Sálvate —le pidió su padre antes de bajar la cabeza y morir.

                El niño miró hacia donde se encontraba el cuerpo de quien había sido su padre, y miró también hacia la entrada, donde la sombra que los había atacado aparecía amenazante de nuevo para acabar también con su vida.

                Sin apenas meditarlo, alargó el brazo para tocar la superficie del orbe. Su cuerpo se fue transparentando hasta desaparecer de allí justo en el momento en el que la sombra se abalanzaba sobre él.

                El circo quedó vacío y gris, sin vida, sin colores, sin nada. Sólo sombras adornando lo que iba a ser la felicidad de una familia.

                               

                Apenas unos segundos después de caer al suelo y perder la mirada en el espejo, Hyoga volvió en sí. Shun corría hacia él para ayudarle. Le parecía que había pasado toda una eternidad desde que se había perdido en el reflejo.

                El rubio miró hacia atrás y vio la sombra que ya casi se echaba sobre él. Se levantó con agilidad del suelo e interpuso su bastón entre la oscuridad y él. Lo alzó sobre su cabeza y concentró toda la energía que fue capaz de sacar de sí mismo en la calavera.

                Justo antes de que lo engullera, descargó toda esa energía contra la sombra, que emitió un chillido antes de ir desapareciendo poco a poco.

                Hyoga cayó sobre sus rodillas completamente agotado, y Shun lo sujetó entre sus brazos antes de que cayera al suelo por completo. El peliverde tenía los ojos  húmedos y le temblaba todo el cuerpo. Hyoga lo miraba intensamente, con los labios y párpados semiabiertos.

—Hyoga —lo llamó Shun entrecortadamente.

—Shun —susurró este cerrando los ojos poco a poco—. Ya sé quién soy.

Notas finales:

He de confesar que mi inactividad durante tantísimo tiempo se debe a que perdí las ganas de seguir publicando en esta página. ¿Por qué? Me agobié muchísimo pensando en qué quiere leer la gente, cómo hacer que mis historias sean atractivas para el público, como lo fueron unas pocas de las que tuve hace ya años. Pero, a pesar de mis últimos esfuerzos, no fui capaz de recibir las visitas y reviews mínimas que esperaba, mientras que veía que muchos fanfics (no me voy a reprimir diciéndolo) que daban bastante pena, conseguían el triple ya no solo que los míos, sino que muchos otros que sí que merecerían tener esa respuesta posivita.

Este fanfic, confieso también, no lo he terminado de escribir todavía, pero tengo hechos, me parece, que hasta el capítulo 10. Sé que hay algunas personas (si no desistieron ya de verlo actualizado), a las que les encantaba. 

Solo diré: espero terminarlo algún día.


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