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Mi rojo cielo por 1827kratSN

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Le costó algo de trabajo llegar a la mansión. No porque Tsuna pesara demasiado o por la falta de transporte en esa lluvia, nada de eso; lo que le impedía volver de inmediato era la condición en la que Tsuna estaría al despertar. Pero no tuvo opción, tenía que volver para que nadie se preocupase por el castaño y además este estuviera en un sitio seguro hasta que se verificara que la amenaza de los Yasen se extinguió completamente. Fue por eso que, aun con la lluvia empapándolos, con Tsuna inconsciente en sus brazos, Fon miró a los guardias y les pidió la autorización para entrar sin que avisaran a alguien o que siquiera dijeran que de alguna forma él y Tsuna salieron de la mansión sin ser detectados.

Quería algo de calma por unas horas.

Pero pidió demasiado.

Cuando se halló frente a la puerta principal fue recibido por una de las sirvientas y junto a esta Diana, quien al parecer fue informada por Skull sobre la usencia en la mansión. No pudo decirles mucho, en realidad no tuvo que decir nada porque Diana pasó por algo similar con Enma —según dijo—. Lo ayudaron a pasar casi desapercibido hasta que llegó al cuarto del jefe y le cedieron privacidad. Fon secó y arregló lo más rápido que pudo a Tsuna antes de dejarlo en su lecho para que descansara todo lo necesario. Pero eso sólo sería el inicio.

 

—Pediré que los médicos lo… —Diana estaba preocupada por Tsuna.

—En realidad —Fon suspiró—, quisiera que llamemos al doctor Shamal.

 

Fon sabía que Tsuna no sólo necesitaba ayuda médica, sino psicológica, y según recordaba Tsuna confiaba en aquel médico desde hace mucho, así que lo necesitaba. Shamal seguramente tardaría un poco en llegar así que permitió que el personal médico de la mansión revisara al castaño, lo evaluara, recetara algunas cosas y finalmente se fuera dejándolos tranquilos.

Ambos jefes —Simon y Vongola—, habían colapsado ante el cansancio poco después de su arribo a Italia. Los pesares morales y el estrés fueron demasiado para aquellos dos. Ese fue el resultado de todo ese caos. Un pequeño precio para algunos, pero para otros eso significaba un sacrificio de tamaño colosal; porque las luces que daban guía a las familias se estaban debilitando más rápido de lo planeado…, de lo deseado.

Fon se quedó junto al castaño, no le importó siquiera que muchos de los que llegaban a la mansión visitaran a Tsuna y le brindaran miradas escrutadoras o intentaran preguntarle cosas que él no deseaba contestar. Los atendía a todos con paciencia, desviando el sendero de las preguntas y centrándose en colocar los pañitos de agua tibia en la frente de aquel castaño, porque como secuela de todo lo sucedido le había subido la temperatura corporal.

No sintió el cansancio propio, en su mente sólo Tsuna estaba como prioridad.

 

—Buenos días, Tsuna-kun.

 

Nadie podría imaginar la felicidad de Fon al ver esos párpados separarse y pestañear repetitivamente. Sonrió con emoción mientras retiraba el paño húmedo y con sus dedos quitaba suavemente los mechones pegados a la frente de Tsuna. Repasó con su pulgar la cicatriz que cursaba por aquella piel y lo deslizó con dulzura hasta el pómulo de quien lo miraba interrogante.

 

—Estoy en casa —el tono de voz de Tsuna detonó dos cosas: el aviso acostumbrado cuando regresaba a su hogar y la pregunta que quería sea respondida.

—Bienvenido —fue la corta respuesta del azabache.

 

Un largo silencio se dio entre ellos mientras se miraban, ambos ocultando la extraña sensación de al fin poder estar tranquilos en aquel hogar formado y la incomodidad dada tras los recuerdos que poco a poco se materializaban en sus mentes. Fon se dedicó a sonreír, esperando a que fuese el castaño quien le diera pista de qué deseaba hacer. Tsuna, en cambio, no sabía cómo empezar con aquello que le carcomía en pecho.

 

—Lo siento —murmuró cuando su mirada se centró en la ahora rojiza de Fon—. Yo de verdad…

 

Fon negó antes de acercarse al castaño, negó incluso cuando su rostro estuvo a pocos centímetros del de aquel jovenzuelo, y suspiró cuando juntó su frente con la ajena. Con sus ojos cerrados negó una vez más sintiendo la clara diferencia de temperatura entre sus pieles y la suave respiración de Tsuna chocando contra sus labios.

 

—Gracias por volver a tu hogar. Gracias por quedarte conmigo, Tsuna.

—Deberías estar enojado conmigo, Fon —susurró como un secreto—. Volví a decaer.

—Volviste a mi lado —respondió antes de separarse, pero quedándose muy cerca, apoyando sus brazos en el espacio libre sobre la cama de Tsuna.

—Recrimíname lo que hice —apretó ligeramente sus labios—. Hazlo.

—No haría algo así, no cuando no tengo idea de las cosas por las que pasaste para que volvieses a intentar alejarte de todos los problemas para siempre.

—Fue horrible —el castaño apretó los dientes y tragó la saliva que se le acumulaba con prisa—. Y yo… estoy asustado.

—El miedo puede derrumbar a cualquiera.

—No a un jefe mafioso.

—Eres humano, Tsuna —buscó la mano del castaño para sujetarla entre las suyas—. No lo olvides.

—No creo poder seguir con esto —cerró sus ojos un momento antes de respirar profundo.

—Yo te ayudaré.

—¿Por qué? —Tsuna necesitaba escuchar la respuesta.

 

Pero no pudo escuchar la voz de Fon, y aun así no le molestó en absoluto. Su puerta fue abierta con sigilo, cuidado y tan lentamente que tuvo tiempo para sentarse y junto a Fon centrar su mirada en la entrada. Dos pares de ojitos se asomaron y se diferenció las hebras desordenadas castañas y rubias de las personas más ansiosas en esa mansión. Tsuna sonrió, se olvidó de todo por ese instante y extendió sus brazos en indicación para que aquel par de angelitos pudiese acercarse.

El grito de Isabella retumbó en su habitación a la par de la voz de Taiki que lo llamaba con emoción. Habían estado separados por mucho tiempo, habían tenido que alejarse por meses desgarradores, habían tenido que dejar de lado sus rutinas tan prácticas y mutuas. Pero se acabó. Tsuna recibió entre sus brazos a sus dos hijos y les besó las cabecitas despeinadas una y otra vez hasta saciar su dolido corazón. Sus lágrimas surgieron a la par que las de Taiki quien tal vez fue el que más sintió su ausencia porque tenía la edad para entender que detrás de todo eso había algo más que sólo trabajo.

 

—Te extrañamos mucho, papá.

—No tienen idea de la falta que me hicieron —los apretó un poco más a la par que intentaba ahogar sus recuerdos—. Mis pequeños príncipes —rio suavemente para desviar sus lágrimas e intentar ceder a la felicidad. Cosa muy difícil.

—Ya no te irás, ¿verdad?

—Ya no —besó la cabecita de su castañita—. Papá se quedará en casa durante un largo tiempo.

—Gracias.

 

El que debería agradecer era Tsuna, y no se cansaría de hacerlo. Sus hijos eran el calmante momentáneo que necesitaba, eran la razón por la que intentaba con todas sus fuerzas no ceder ante el horror que su mente trataba de forjar en base a las memorias de esa masacre. Se centró en ellos tanto como pudo, los escuchó con atención, les otorgó caricias y les dejó acostarse con él durante un rato mientras Fon guardaba y ordenaba todo lo usado en esa noche para que después participara en la plática familiar.

 

—Mamá cuidó todos los días de nosotros —la oratoria de Taiki era tranquila, centrada, demostrando de vez en cuando una sonrisa—. Fue bueno que se mudara a la mansión porque mientras tú no estabas, mamá se hizo cargo de todo.

—Fon es una buena mamá —Tsuna rio divertido porque aun sonaba muy raro.

—Lo es —Isabella sonrió mientras gateaba hacia Fon quien la cargó sin problemas.

—¿Y los demás? —Tsuna miró al azabache con inquietud, ni siquiera sabía en qué día o la hora en la que estaba, así que estaba ansioso.

—Leo fue a ver al tío Enma —Taiki se bajó con prisa de la cama—. Franco se despertó más temprano, pero la tía Diana lo dejó con las dos bebitas que llegaron…, aun no me aprendo sus nombres, pero debes conocerlas, papá.

—Ya las conozco —Tsuna sintió su piel erizarse—, yo…

—¿Y si vamos a desayunar con todos los demás? —Fon dejó a la castañita en el suelo e invitó a Taiki a que la sujetara de la mano.

—¡Sí! ¡Despertaremos a los demás!

—Se los encargo —los vigiló atentamente hasta que los vio desaparecer tras cerrar la puerta.

 

Tsuna instintivamente se sujetó el brazo derecho con fuerza, apretando los dientes, cerrando los ojos y presionando tan fuerte como pudo, dejando una marca con sus uñas. Estaba auto hiriéndose para mantenerse en calma, centrado, sin dejar su realidad. Respiró profundo, contó hasta diez, murmuró en su cabeza para que todos sus recuerdos se alejaran. No podía tener un episodio de ansiedad en ese instante, no con sus hijos rondando por los pasillos y su familia recién instaurada nuevamente en la mansión.

Pero era tan difícil.

Jadeó, se sujetó la cabeza mientras su mente jugaba con él para hacerlo percibir el aroma de la sangre, la textura de los cuerpos que tuvo que pisar para avanzar, podía incluso sentir la gelatinosa textura de la sangre en sus manos, el arma que sujetó, lograba claramente visualizar la muerte y…

 

—Quédate conmigo.

 

No se dio cuenta de en qué momento Fon se acercó, sólo sintió los brazos del azabache rodearlo y la respiración que removía sus cabellos. Soltó todo el aire que contuvo y se aferró con desesperación a esa persona, se escabulló hasta que su mejilla se pegó a la tela que lo separaba de ese pecho, lo rodeó con sus brazos, aspiró el aroma a té verde que se desprendía de Fon y trató de regular su respiración. Le tomó un rato, pero lo logró, se calmó y volvió a pisar la tierra.

 

—¿Estás mareado?

—Un poco —carraspeó para liberarse del nudo en su garganta.

—Tus mejillas siguen rojas.

—Estoy avergonzado.

—No es eso —Fon deslizó sus dedos por aquella espalda en una caricia amable—, tienes algo de fiebre.

 

Sólo ahí Tsuna se dio cuenta de que el calor en su cuerpo era extraño, que su bochorno no desapareció ni cuando estuvo a punto de ceder ante una crisis, y que le dolían los pulmones. Seguramente su cuerpo estaba enfermando, pero su mente estaba en otro lugar, despierta, divagante y dispuesta a traerle problemas. Odiaba eso, y no sabía cómo controlarlo.

 

—Tsuna —Fon murmuró muy suavecito—, tengo que hacer algo para que no creas que tu mente juega contigo.

—¿Eh? —abrió sus ojos con lentitud.

—¿Recuerdas todo lo que pasó ayer? —poco a poco deshizo su abrazo.

—Creo que sí.

—Aun así —se separó lentamente del castaño y lo miró—, quiero confirmarte algo.

—¿Qué cosa?

 

Fon sonrió ante la duda de aquel cielo nublado, le sujetó la quijada y lo hizo mirarlo durante unos segundos. Deslizó su pulgar por aquella piel hasta rozar el labio inferior de Tsuna, se acercó con cautela, verificando que no rechazaba su cercanía, y dejó que sus labios rozaran con los del castaño. Tsuna lo miraba, él también, tenían una visión muy rara del rostro ajeno y aun así no era impedimento para su accionar. Fon unió sus labios con los de su cielo, un toque sutil, un roce muy suave, unos segundos muy íntimos entre ellos dos.

Fon escuchó jadear al castaño, sintió la lejanía dada por un par de centímetros instaurados por su cielo, lo vio tensarse, sujetarle los brazos y detalló un vano intento por pronunciar algo. Pero nada se dijo. La confusión en esa mirada achocolatada era vidente, la sorpresa en ese cuerpo, la incapacidad de procesar lo sucedido. Ante ojos de Fon fue la reacción más bonita que había visto. Se acercó despacio hasta terminar con el espacio entre sus rostros una vez más, y repitió aquel pequeño ósculo que ocasionó una separación un poco sonora.

 

—No fue un juego de tu mente, Tsuna.

 

Tardó sólo dos segundos antes de que el leve rubor de aquel castaño aumentara hasta que incluso se expandió hasta sus oídos. Aquellos ojos marrones opacados por el cansancio, los miedos y las lágrimas, cobraron algo de vida. Aquel cuerpo se tensó más, pero no se alejó del contrario.

Fon sonrió antes de deslizar su brazo para rodear la cintura de Tsuna, lo acercó más hacia sí y una vez más unió sus labios en un beso humedecido por el vaho de sus exhalaciones. En esa ocasión el castaño cerró sus ojos, se relajó lo suficiente y le correspondió con un ligero movimiento para separar sus labios y acoplarse a los de Fon.

Se besaron de verdad.

Acoplaron sus labios hasta sentir la leve humedad de sus pieles internas y un sutil roce entre sus dientes, movieron sus labios lentamente para atrapar los contrarios, inclinaron un poco sus rostros para tener una mejor posición y finalmente disfrutaron de aquel acto y momento. Fue un poco torpe, algo inexperto pues ambos habían olvidado cómo sucumbir a un gesto tan bonito para compartir con una persona especial, pero fue maravilloso también. Y al separarse, cuando se miraron fijamente, ambos curvaron sus labios en una sonrisa que reflejaba vergüenza y emoción al mismo tiempo.

En parte, estaban listos para enfrentar la realidad.

Pero no era tan fácil, no cuando las secuelas eran tan evidentes en los rostros de quienes llegaban a dar sus informes y tenían que volver a salir para colaborar con las misiones restantes en pro barrer todo el territorio recién adquirido. Tsuna pudo ver a sus amigos, familia, su todo, desquebrajarse de nuevo. El dolor en su persona volvió. Aun así, las miradas de esas mismas personas no eran tan opacas como rememoraba en veces anteriores, no, en esa ocasión cuando lo miraban despedían un poco de calidez… y compasión.

Tal vez fue el hecho de que esta vez se manchó las manos a la par que sus guardianes y aliados, tal vez fue su forma de liderar y terminar con toda esa crueldad, tal vez fue porque él mismo dio aviso a toda su gente sobre su autoría como causante de la muerte de Ivano, no sabía, pero algo había hecho bien. La familia que había vuelto a renacer no se volvió cenizas, sólo tenía algunas grietas que con un poco de descanso y dedicación se podrían parchar y disimular casi perfectamente.

No sabía si sentirse feliz o desdichado.

 

—Quiero saber… sobre los que quedaron.

—Los Yasen fueron exterminados como se exigió.

 

El pecho de Tsuna punzó una vez más, su piel se erizó, sus manos sudaron y sintió su garganta seca. Cerró los ojos, se aferró a su silla, bajó la mirada hacia las carpetas que debía inspeccionar y que Hayato redactó. Quería llorar una vez más porque recordó las palabras que salieron de su boca, mismas que dictaban el exterminio de todo aquel que tuviera conexión con la mafia rusa de Ivano y Akim… Quiso gritar porque estaba claro que vidas inocentes también sucumbieron ante tal atroz orden.

 

—Y los niños fueron reunidos en albergues. Los colocaremos en orfanatos y priorizaremos su tratamiento psicológico para reparar cualquier secuela.

—Los niños —Tsuna miró a Hayato con necesidad, sin poder vocalizar esa pregunta importante.

Juudaime —su tormenta sonrió— todos estábamos conscientes de que usted jamás hubiese deseado asesinar a esos niños. Obedecimos la orden de acabar con los Yasen, pero rescatamos a los niños que pudimos.

—O sea que…

—Se les aplicará tratamientos con llamas niebla para bloquear todo recuerdo que tengan sobre los Yasen o las actividades de sus padres, eliminaremos la peligrosidad que podrían representar a futuro y los reinsertaremos a la sociedad. Ellos no tenían la culpa de nada —sonrió—, ni usted tampoco, juudaime.

—Gracias.

—Para eso estamos todos —le reverenció con respeto—, para ayudarlo a enfrentar todo esto y quitarle todo el peso que nos sea posible.

—Gracias —cerró sus ojos y se reclinó en su asiento. Ahogó la tos que lo aquejaba desde que despertó.

—Nos haremos cargo de todo lo demás, dejaremos el papeleo para usted…, pero primero trate de recuperarse en totalidad, juudaime.

 

Como secuela de esos meses, de la noche que casi lo envuelve en negrura, y la lluvia que congeló su cuerpo…, enfermó. Pero era algo tan insignificante en comparación a todo lo que los civiles sufrieron, que ni siquiera podía quejarse. Una gripe se podía sanar, la muerte no… y por eso no se cansaría de agradecer a todos quienes lo ayudaron a sobrevivir y a conservar su existencia.

Tuvo fiebre, alucinaciones, dolor en casi todo su cuerpo, apenas al tercer día tuvo la suficiente fuerza como para levantarse y averiguar por sí mismo sobre su amigo, los guardianes que aún no veía, y las dos pequeñas que aún tenían su futuro incierto. Tosía, estornudaba, Enma sufría algunos síntomas semejantes —pero menos agresivos que los del cielo de Vongola—, y, aun así, aquel pelirrojo se recluyó en su habitación al igual que Tsuna. Fue gracioso en parte.

 

—Te ves terrible, Tsuna-kun.

—Mira quien habla —rio bajito al ver a aquel pelirrojo con el cabello desordenado y con un pijama de ositos obsequiado como una broma por parte de Skull.

—Es cómoda —rio mientras presumía su atuendo—, además, no es como si tuviera más que ponerme.

—Pensé que trajiste todas tus cosas.

—Lo que traje a tu mansión fueron las cosas de Diana y mis hijos —tosió levemente—, recuerda que casi no pasaba aquí, así que sólo necesitaba de mis trajes formales.

—Lo sé —Tsuna se sentó junto a su amigo y se quitó el cubre bocas que usaba para no regar sus gérmenes en medio de sus cortas caminatas.

—Tsuna-kun… —se habían quedado en silencio durante un rato, pero era hora de aclarar algunas cosas—, yo cuidaré de Luna y Dasha —suspiró y miró al techo—. Puedo con eso, muy al contrario de ti que ni siquiera puedes mirarlas sin tener un episodio.

—¿Fon te lo contó? —estaba avergonzado por su comportamiento tan cobarde.

—En realidad fue Diana —se limpió la nariz con uno de los pañuelitos desechables que le cedieron—, al parecer te estaba espiando en una de tus visitas.

—Lo siento —suspiró—, pero verlas me recuerda a Ivano y Akim.

—Tranquilo —sonrió—. También me los recuerdan, pero sé que puedo superarlo y cuidarlas como si fueran hijas mías. Además, tengo a Diana y estoy seguro de que ella no va a querer separarse de sus sobrinas… Ellas son el último recuerdo que quiere guardar de su lado paterno.

—Si Dayane estuviera con nosotros —Tsuna sonrió— ella hubiese deseado cuidar a una de ellas.

—Pero no está —Enma lo miró antes de palmearle suavemente la espalda— y por eso no voy a dejarte toda esa carga. Mucho menos ahora que te veo más dispuesto a seguir con tu vida —le codeó—. Me han llegado rumores. Dicen que Fon te ha cuidado sin descanso desde que llegaste.

—Debería prohibir los rumores en esta mansión —rió divertido antes de que lo aquejara un ataque de tos.

—Buena suerte con Fon, Tsuna-kun… —sonrió con sinceridad, emocionado por su amigo—. Espero seas muy feliz.

—¿No crees que es muy pronto? —en el fondo sabía que toda esa guerra que duró meses y el largo proceso de su acople fue suficiente, pero no quería admitirlo.

—No. Ya casi completamos los dos años desde ese ataque, y un año desde que Dayane se fue —respiró profundo—. Yo creo que es el momento adecuado.

—Aun así, yo…

—Deja de dudar, Tsuna-kun… —golpeó el brazo del castaño levemente—. Visita a Dayane, cuéntale lo que pasa…, y piensa en dejar de usar tu argolla de matrimonio.

—No podría —acarició esa joya en su dedo—. Es mi más preciado recuerdo.

—Lo sé…, pero no debes atarte con sus memorias, Tsuna-kun.

—Aun la veo en mis sueños —confesó.

—Y la seguirás viendo, pero ella no desearía que te martirizaras con sus memorias.

—Qué buen consejo —intentó reír, pero no pudo.

—Te los daré siempre que pueda… y Diana te dará otros más —rio—. No nos obligues a empujarte para que empieces a construirte un nuevo sendero, Tsuna-kun.

—Son malvados a veces.

—Sólo creemos que tú y Fon se merecen empezar algo muy bonito.

—¿Bonito? —rio divertido esta vez.

—Bonito —certificó—, porque cuando los veo me da la sensación de que volviste a ser un adolescente, Tsuna-kun…, uno que está en las nubes.

 

Tsuna creía que Enma exageraba —demasiado—, lo creyó hasta que a cierta hora de la tarde y después de que sus hijos lo visitaran antes de irse a las tutorías de defensa personal con Iemitsu, se halló mirando a Fon mientras este dormía a su lado. Era cierto que dormían juntos muchas noches, pero jamás lo habían hecho a media tarde, con la luz iluminando cada esquina y con sus rostros tan cerca el uno del otro.

Tsuna había fingido dormir, en cambio Fon se había rendido al cansancio. El castaño bien estaba consciente de que el azabache se había desvelado todos esos días por cuidarlo, por eso no le extrañaba lo profundo del sueño ajeno, tanto que Fon ni siquiera notó los dedos que repasaban su frente. Tsuna estaba removiendo los mechones que ocultaban la frente de Fon, deslizaba sus dedos por las hebras sueltas de ese cabello atado en una trenza, perfilaba los oídos, pómulos y mejillas ajenas con fascinación.

 

—Sí —murmuró—, estoy en las nubes.

 

Tsuna se sintió demasiado avergonzado en ese punto porque no supo cuánto tiempo pasó observando el rostro del antiguo arcobaleno o jugando con las hebras negras de este. No sabía cómo enfrentar lo que estaba pasando, no si recordaba que fue él quien inicio eso y de la peor forma. Era tan incómodo recordar que lo hirió en su primer beso, que los demás fueron cedidos por Fon de la forma más dulce y que… se sentía tan feliz al sentirse así de amado.

No deberían tenerle tanto tacto o paciencia.

Tenía tantas cosas en la cabeza todavía, tantas memorias trágicas y remordimientos por las acciones de su vida. Todavía se sentía tan ligado a Dayane y se sentía un traidor al amor que ella le ofreció y que correspondió en forma desigual. Sentía tanta culpa por muchas cosas que terminaba así, luchando con sus demonios internos en silencio. Sin embargo, cada que eso pasaba, los brazos de aquel hombre lo rodeaban, le daban la protección y la calma que necesitaba.

Terminaba sintiéndose un egoísta y repetía un ciclo extraño entre dolor y alivio.

 

—¿No puedes dormir? —fue el susurro de Fon y Tsuna volvió a sentirse un desgraciado.

—Perdón por despertarlo —se había movido mucho en medio de sus meditaciones y supuso que eso despertó a Fon.

—¿Tienes pesadillas? —restregó uno de sus ojos antes de enfocar bien al castaño a su lado.

—¿Por qué me cuida tanto?

—Porque eres especial para mí —sonrió— y me gusta cuidarte también, Tsuna.

—No deberías quererme tanto. No creo merecerlo.

—No es cuestión de merecerlo —acarició la mejilla de Tsuna—, es algo que no puedes controlar o ganarte, porque soy yo el que quiere cederte cada una de mis atenciones.

—¿Y si te pido que te detengas?

—No lo haré.

—Estoy a punto de enfadarme debido a tu terquedad.

—Eso es bueno —Fon rio bajito por la confusión del castaño—, porque esta sería nuestra primera pelea como pareja… y habremos ascendido un escalón en nuestra relación.

—Relación —susurró mientras sentía sus mejillas calentarse y tuvo que desviar su mirada lejos de la de Fon.

—Sí, relación.

—Ni siquiera he aceptado tener una —sonrió divertido y sintió el brazo de Fon rodearlo para brindarle un cálido abrazo.

—Deberías aceptarlo —besó los cabellos de Tsuna y se acomodó hasta que la cercanía era absoluta— pues tú fuiste el que exigió que yo diera el paso faltante para que haya algo entre nosotros —susurró.

—Estaba fuera de mí.

—Pero me diste el empujón que necesitaba.

—No estoy listo para esto.

—Sé que tienes dudas y miedos, Tsuna… y yo esperaré el tiempo que sea necesario hasta que dejes eso atrás.

—Pero quiero que esto sea una relación desde ahora.

—Eso me haría muy feliz.

 

Fue una rara aceptación, una plática en medio de aquella paz dada en la privacidad del cuarto del cielo de Vongola, en medio de la calidez de las mantas que los cubrían, mientras se refugiaban entre el sonido de sus respiraciones y sutilmente se daban caricias amables. Se quedaron ahí, juntando sus manos de vez en vez, susurrando secretos, planeando qué hacer luego, dictando lo que deseaban que sucediera con la familia, volviendo a la rutina que dejaron atrás debido a esa guerra.

Habían empezado algo en secreto.

Era una relación, Tsuna la consideraba como tal y aun así no podía permitirse demostrarlo ante su familia o ante sus aliados, no después de tanta muerte y desolación. Era y sería su secreto temporal. Eso a pesar de que algunos ya supieran qué había detrás de esas miradas y la compañía mutua que Tsuna y Fon se brindaban. Pero, hasta que Tsunayoshi pudiese certificar que Vongola estaba en pie y que sus fuerzas estaban totalmente recuperadas, él no podía decirle al mundo que estaba intentando ser feliz.

Seguía usando su anillo de bodas, asistiendo a los almuerzos junto a su familia, retomó sus labores en la mansión, recibió a cada guardián que llegaba tras sus misiones, contabilizó los daños, brindó una ceremonia para honrar a los caídos, dirigió parte de la fortuna de Vongola y las empresas que administraba como accionista —empresas que servían como fachada de sus ganancias—, para compensar a las familias que habían perdido a uno de los suyos. Empezó a reconstruir lo que los Yasen le quitaron. Todo eso lo hizo en el día y en la noche se refugiaba en los brazos de la única persona que podía calmar sus pesadillas y otorgarle la paz suficiente para que durmiera al menos cinco horas y el insomnio no lo destruyera de a poco.

 

—Te recetaré y te daré el medicamento —bufó—, pero sólo porque sé que lo que pasó en Rusia fue grave…, pero promete que no te volverás dependiente. Déjalo progresivamente en los siguientes tres meses.

—Lo haré.

—Que los antidepresivos sean sólo una ayuda, y no una vía de escape.

—Gracias.

 

Shamal llegó un día, Tsuna ni siquiera lo previó, pero Fon le comentó que fue él quien lo llamó. Fue una dicha que acalló, porque necesitaba de esas pastillas para no ceder ante las constantes muestras de pánico por memorias que de repente invadían su mente y lo hundían en una depresión evidente. Se sintió más confiado con esas cápsulas a consumir cada cierto tiempo. No caería de nuevo en sus ataques de ansiedad, no quería hacerlo y por eso seguiría las recomendaciones al pie de la letra.

 

—¿Quieres tener una cita conmigo?

—¿A qué viene esa invitación tan repentina? —Tsuna rio al dejar unos papeles de lado para mirar a Fon.

—Han sido dos meses muy ajetreados —sonrió tras beber de su té—, te mereces un descanso.

—No puedo simplemente salir contigo y…

—No levantaremos rumores —añadió previendo la duda más grande que tenía aquel castaño—, porque iremos con los niños.

—¿Y a donde planeas llevarnos?

—A visitar a Franchesca, la abuela de Alex —sonrió—. Ha pasado tiempo desde la última vez… y pensé que sería buena idea.

—¿Y por qué con los niños?

—Ya que te considera como su nieto…, ¿no sería bueno decirle que ya es bisabuela?

—¿Y cómo le explicaré a mis hijos lo que pasa? Cuando Franchesca me llame Alex…, ¿qué les diré?

—Diles que es tu apodo y que aquella ancianita es para ti como una abuela amable que te brindó un abrazo cuando lo necesitaste.

—No sé si sea buena idea —se despeinó los cabellos—, porque no quiero mentirles más.

—No será mentira… porque tú la consideras una abuela y ella te curó el alma cuando lo necesitaste, Tsuna.

—¿Es fácil convencerme? —miró a Fon con ternura—. Y no me estoy quejando, ¿sabes?

—No es fácil —dejó su taza de lado—, pero lo intento.

—¿Por qué?

—Porque te quiero… —rio suavemente ante el sonrojo instantáneo de aquel castaño—, y quiero verte sonreír.

—Bien —negó divertido—. Aceptaré con una condición.

—¿Cuál?

—Bésame —lo dijo bajito.

 

No era algo que pidiera, así como así, es más, jamás pensó en que de su boca saliesen esas palabras…, pero había días en que tenía que pedirlo.

Habían estado tan ajetreados que a veces simplemente no podían tener un momento juntos más que cuando él caía rendido y Fon se quedaba a su lado para abrazarlo y dormir. No habían tenido ningún roce en esos días y Tsuna estaba algo impaciente. Porque cada beso que compartía con Fon era como un pequeño lapso en que tocaba las nubes —así de cursi—, donde todo desaparecía y sólo eran ellos dos.

Le gustaba aquellos besos inocentes que Fon le daba.

No pasaban de ser simples roces y movimientos suaves de sus labios, a veces sonreían entre los tactos mariposas, en otras susurraban cosas antes de un abrazo. No era nada más allá de eso y aun así era tan especial. Le daba la razón a Enma quien los denominó como una pareja de segundaria.

En esa ocasión Tsuna estaba sentado tras su escritorio, en su cómoda silla giratoria de ejecutivo, y no se movió, siendo un capricho para ver qué hacía Fon. El azabache sólo sonrió divertido antes de acercarse, colocarse junto a su cielo, inclinarse para rozar sus narices inicialmente y después cederle un besito que repitió las veces necesarias hasta que ambos rieron en complicidad.

 

—Chrome, ¡fotografía!

 

Y sonó un leve clic dado por la cámara digital que la niebla menor sostenía. Ambos adolescentes tenían una sonrisa pícara adornando sus rostros, Lambo siendo quien mostraba sus dientes en una exagerada sonrisa llena de emoción, mientras que Chrome tenía las mejillas sonrojadas al tomar una fotografía más.

 

—La llamaremos “después de” —susurró Lambo y Chrome asintió.

—¡Debieron tocar! —el bochorno de Tsuna fue evidente a la par que Fon se enderezaba y cubría sus labios con la manga de su qipao para reír por aquella travesura.

—Pero qué bueno que no lo hicimos —Lambo rio al ver la imagen y dar su aprobación—, así certificamos que por fin ustedes tienen algo.

—Lambo no vayas a divulgar eso —el castaño no podía creer lo que estaba pasando.

—Claro que no, al menos no por ahora —se rascó la nuca—, porque es obvio que ustedes lo están escondiendo.

—Guardaremos el secreto, boss.

—Pero trata de colocar el seguro cuando vayan a besarse o hagan otras cosas —Lambo movió sus cejas de arriba hacia debajo de forma pícara—. Ya sabes.

—¡Lambo! —Tsuna advirtió.

—Ya se habían demorado mucho —suspiró—, ahora dejen que seamos felices con sólo una fotografía. No exageres, Tsuna-nii.

—¿Están armando un álbum? —Fon miró a esos dos—, ¿puedo verlo?

—Claro —Chrome sonrió—, pero en otra ocasión. Ahora nos iremos.

 

Tsuna suspiró muchas veces mientras ocultaba su rostro entre sus manos. No había pasado una vergüenza así desde que Takeshi entró sin tocar y él y Dayane estaban… No, no quería recordar cosas que no venían al caso.

No quería creer que lo que estaba haciendo estaba mal. No quería mirar a Fon quien le restó importancia al suceso y le extendió la mano para guiarlo fuera de esa oficina.

No era tan mala idea irse de ahí.

Quería escapar un rato de las miradas acusadoras y divertidas de Lambo, o de los sonrojos avergonzados de Chrome. Así que aceptó ir a visitar a aquella ancianita.

Aplicó el plan que armó con Fon y en medio de ese paseo donde empujaban la silla de ruedas de Franchesca, se dio el lujo de presentar a Fon como su pareja, sólo a ella, porque sabía que no sería juzgado y por el contrario sería bien recibido y bendecido. Tsuna quería que todo el mundo fuese como aquella abuelita, tan simple y risueña, sin reproches hacia los ajenos.

 

—Ustedes tendrán una vida muy feliz juntos. Y mira que tienen dos niños muy hermosos que completan su dicha.

—Ellos son lo más importante que tengo, abuelita.

—No menosprecies a este hombre —golpeó suavemente la mano de Fon—. Yo te dije que era una buena opción —Tsuna se sonrojó y Fon rio—. Guapo, dulce y un buen padre también. Es perfecto.

—Gracias —Fon sonrió.

—Sigan con su relación a pesar de que la gente tonta diga cosas feas. Si una anciana como yo entiende y acepta su amor, todos deberían seguir mis pasos y olvidar sus prejuicios.

—Has sido un apoyo importante para mí, abuelita —Tsuna le brindó un abrazo—. Gracias.

—Gracias a ti, mi pequeño —rió llena de felicidad—. Has hecho de mi vejez una linda experiencia. Además, me quedo en paz sabiendo que al fin encontraste a tu hombre ideal y has formado tu familia.

 

El castaño disfrutó mucho la visita. Sus hijos estuvieron muy felices de conocer a su nueva bisabuelita, convivieron con los demás ancianos dándoles algo de alegría, llenando el lugar de risas y galletitas que regalaron por doquier. Los vio jugar y escuchar historias, aprender de la gente sabia. Caminó junto a Fon por aquellos jardines, enredando su meñique con el ajeno en una muestra sutil de su relación y felicidad.

Se dio el lujo de un día tranquilo y sin problemas.

Dos días después recibió la noticia de que Franchesca dejó ese mundo, pero no fue algo triste. La enfermera le dijo que falleció mientras dormía y que la noche anterior le había contado de lo feliz que era al saber que su nieto estaba bien y feliz, que sonrió y presumió de su familia durante días. Franchesca se fue en paz, y aunque se fue creyendo que Tsuna fue su querido Alex, todos reconocieron que tuvo una vejez digna y tranquila gracias a las visitas del castaño.

 

 

Celos…

 

 

Muchos se dieron cuenta de aquella nueva interacción de su cielo y el antiguo arcobaleno de la tormenta. Muchos no estaban seguros en totalidad, pero afirmaban que algo había cambiado. Incluso Hibari —quien pocas veces llegó de visita para dejar algunos informes y charlar sobre el funcionamiento de la CEDEF—, lo notó y reclamó a Reborn por no hacer nada para detener eso.

Unos estuvieron felices, otros extrañados, y sólo tres se molestaron.

 

—¿Qué crees que haces, Fon? —Reborn intervino en una de esas visitas de Fon al cuarto de Tsuna, casi entrada la noche.

—Voy a recordarle a Tsuna que debe tomar su medicina —sonrió.

—No te hagas el idiota —frunció su ceño.

—Si no me explicas bien tu reclamo, no puedo responder adecuadamente, Reborn.

—¡Has dormido con mi alumno todas estas noches! Todas, sin excepción.

—Lo he hecho —no tenía que mentir sobre algo tan obvio—, se me ha permitido hacerlo.

—¡Deja de hacerlo!

—No.

—Tomaré las malditas medidas para que te largues antes de que causes un…

—No me iré, Reborn —Fon detuvo esos reclamos y la furia creciente de su amigo—. Puedes intentar echarme, pero no lo haré.

—Eres un inconveniente para…

—No lo es —Tsuna miraba a su tutor con seriedad. Había salido a averiguar porqué de la demora de Fon y también por su intuición que le advertía de eso—. No es un inconveniente ni mucho menos. Fon es… —se mordió el labio.

—¿Es qué, dame-Tsuna? —retó con su mirada.

—Es mi… —tenía que decirlo, pero su voz no salía.

—Soy su guardián de los sueños —ayudó Fon, aunque no fue la mejor excusa de su vida.

—Qué estupidez es esa.

—No es eso —Tsuna suspiró intentando no reírse por la cara de indignación Reborn o por la rara excusa de Fon. Negó, debía ser sincero con su antiguo tutor—. Reborn, te presento a mi… novio —fue más difícil y vergonzoso de lo que pensó, pero al fin… lo dijo.

—¿Qué?

—Lo que escuchaste.

—No puedes, dame-Tsuna.

—Puedo —elevó una ceja extrañado por esa negativa tan rígida, pero a la vez débil.

—Te atreves a decir eso usando el anillo de bodas de Dayane, kufufu… ¡Qué osado, Tsunayoshi-kun! —Mukuro apareció entre una ligera niebla surgida de una de las paredes.

—Sabía que me espiaban —suspiró antes de frotar sus sienes.

—No armen un escándalo, los niños acaban de dormirse —pidió Fon sin perder su calma habitual.

—No lo acepto, ¡es intolerable! No es un comportamiento aceptable, Tsuna —Reborn estaba fúrico, controlándose apenas.

—No te creí tan traidor, Vongola, hacerle eso a la memoria de tu esposa. ¿Qué dirá tu cuñada de esto? ¿Qué engañas a su hermana con otro hombre? —Mukuro perdió el control, atacando por todos los lados posibles, apelando a un daño que en realidad no quería forjar en su cielo. Estaba desesperado por negar lo que ya no podía ser negado.

—Saben… No voy a discutir con ustedes porque justo ahora parecen un par de niños —Tsuna negó antes de sujetar la muñeca de Fon y tirar levemente de él para que lo siguiera.

 

Pero fue obvio que ese par no se iba a quedar de brazos cruzados. Mukuro apuntó al cuello del antiguo arcobaleno con su tridente, Reborn sacó su arma y apuntó a la frente de Fon. El azabache ni se inmutó, permaneció impasible, sereno, ni siquiera intentó defenderse y sólo se detuvo ante los que querían cortarle el paso. Él no iba a pelear porque era innecesario.

 

—Si no quieren ser congelados —Tsuna tampoco tenía la suficiente paciencia ese día—, bajarán sus armas, ahora.

—No, dame-Tsuna. No hasta que entres en razón.

—Matarlo es más fácil, exarcobaleno del sol, kufufu.

—Segunda advertencia —Tsuna los miró con fastidio—. Bajen sus armas.

—No.

—Genial… Voy a decorar la mansión con ustedes —se acomodó las mangas.

—¡No hace falta! Yo te ayudo, Tsuna-nii.

 

Tsuna miró con gracia como, de la nada, la mano de Lambo surgió y le quitó al fedora al hitman quien cambió de objetivo instantáneamente, pero chocó contra Mukuro quien fue jalado —muy fuerte—, por las manos de Chrome que quería internarlo en medio de su niebla. Fue un ataque muy sencillo, instantáneo, tal vez muy improvisado por parte de esos dos, pero fue efectivo también.

Lambo y Chrome separaron a los atacantes, dejaron libre a Fon, armaron un pequeño escándalo al que se unieron Takeshi y Ryohei. Pero al final todos tuvieron que regresar a sus habitaciones por órdenes expresas de un muy molesto cielo que los amenazó con sus llamas.

Otro día más en Vongola.

Enma dio gracias al cielo que aún seguía en esa mansión como huésped exclusivo, porque pudo ver todo eso en primera fila, preparado para actuar si fuese extremadamente necesario, pero no lo hizo porque Tsuna logró controlar todo por sí solo. Se rio de lo sucedido y finalmente felicitó a su amigo por haber mantenido la calma y controlado todo con perfección. Era un amigo orgulloso de que su querido compañero de batalla diera muestras de no estar afectado por la guerra que hace poco superaron. Estaba feliz.

 

—Ya lo has hecho oficial —sonrió Enma—. Felicidades, Fon. ¡Ya lo convenciste!

—En realidad… —Fon sabía que nada estaba dicho, pero lo entendía.

—Aun no es oficial —Tsuna se rascó la mejilla—. Primero tengo que hacer algo antes de decirles a todos.

—Pues Reborn y Mukuro se adelantaron —Enma rió bajito porque le dio gracia ser testigo de los celos de ese par—. ¿Quieres que los reúna mañana a todos?

—No, aun no… —Tsuna tuvo que adelantar sus planes un poco—. Pero lo haremos antes de que regreses a tu mansión, Enma-kun.

—Esperaré ansioso —se encogió de hombros—. Es que quiero ver cómo reaccionan todos ante tu nuevo noviazgo.

—No es necesario hacerlo oficial si no te sientes preparado, Tsuna-kun —añadió Fon.

—Sí, es necesario… Ya no quiero ocultar esto, Fon —sonrió con seguridad—. No más porque me siento muy mal al esconderte.

—No me escondes —rio divertido—. Sólo… es nuestro pequeño secreto.

—Digamos que ya no debe haber secretos en esta familia.

—Pero sí le diré a Diana —Enma hizo una mueca rara—. Se pondrá feliz al ser una de las primeras en saberlo.

 

 

Continuará…

 

 

Notas finales:

 

Wow, es el capítulo 29, y pensar que todo esto nació de una petición sencilla, pero como Krat es novelera pues… ¡aquí estamos! jajajja.

Fue todo lo cursi y lindo que pude hacer en medio de mi inspiración y sinceramente espero les haya gustado~

Krat los ama~

Besitos~


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