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La Manzana de Oro por Juan de las nieves

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Notas del capitulo:

https://www.youtube.com/watch?v=ZJpGHR6ofus

(Canción famosa de Frank Sinatra de 1950; Luck be a lady)

Capítulo 3:


La profesora Ingram revisó que todas las alumnas estuvieran alistándose correctamente. Pasó por los largos pasillos de ostentosa riqueza y clase donde las chicas pasaban de un lado a otro, tal vez, en otro momento y situación las habría reñido por armar tanto escándalo, pero dadas las circunstancias y que era el primer día en que volvían al internado, pasaría de largo. Las alumnas de primer año, niñas de once años estaban ilusionadas con una mirada cargada de sorpresa donde no podía evitar mirar con asombro el lugar donde crecerían y pasarían parte de su vida en ese castillo que tantos secretos escondían.


Las paredes estaban revestidas de papel pintado con estampados geométricos que no resultaban desagradables a los ojos, más bien,todo lo contrario. Eran suaves, de la misma gama del color teja que tenían de fondo. El inmobiliario era austero y distinguido, propio de la categoría de Myldfiel Leonard. Los cuadros de bodegones pintados junto a las largas filas de esculturas hacían del pasillo algo sumamente ostentoso y caro. Por suerte, la directora Seymour se encargó que que cada objeto tuviera seguro, de lo contrario hacía tiempo que ya se habrían arruinado.


Caminó por los largos pasillos, donde la madera crujía con fuerza. A veces, era una molestia, en cambio, en la mayoría de los casos era una ventaja, el ruido les avisaba sobre alguna osada alumna se había atrevido a caminar a altas horas de la noche. Aunque, en el fondo, la profesora Ingram, como alumna del internado que fue en su día, sabía perfectamente donde tenía que pisar y en que tablas de madera debía de hacerlo para que no crujiera y que no se oyese por donde caminaba y de tal forma poder pasear con total libertad por la noches sin que la descubrieran.


—Buenas tardes profesora Ingram.


Aún estando de espaldas de la colegiala a la que la había saludado, la mujer reconoció la voz, era suave y cristalina. De inmediato se giró y la entregó una radiante sonrisa, aunque sus ojos siguieran igual de fríos de lo que solían estar.


Coraline Pemberton.


Era probablemente la alumna más brillante que el internado había tenido desde décadas y probablemente fuera su alumna favorita. Buenas notas, buena estudiante, buena compañera. Lo tenía absolutamente todo. Para aumentar dicha perfección era portadora de una gran belleza. Su cabello rubio junto a sus elegantes facciones la daban un aire puramente inglés. La nariz era ligeramente respingona, sus labios era finos y delgados. Mientras que sus cejas eran delicadas y perfiladas, casi como si hubiesen sido esculpidas por maestros canteros. Su piel era tan blanca como la de todas las alumnas, pero de alguna forma se hacía de notar. Sus rasgos eran perfectos, simétricos de portaban galantería. Era plausible que Marlene Dietrich la hubiese usado como doble suyo si la hubiese conocido. Como pensó y pensaba en ese entonces, Coraline era la chica perfecta.


—Coraline, ¡que alegría verte de nuevo! —exclamó entusiasmada la profesora —¿que tal has pasado las vacaciones?


—Muy bien profesora Ingram, mi familia y yo viajamos a la India y estuvimos la mayor parte del verano —explicó con entusiasmo. —fue más bien un viaje de negocios, pero fue divertido. Aunque el calor era insoportable. —profirió con un largo suspiro. —¡Casi tengo quemaduras de tercer grado! —exclamó recordando las fuertes manchas rojizas que comenzó a tener días más tarde tras haberse asentado en el país.


La mujer sonrió mientras seguía caminando por el pasillo viendo corretear a algunas alumnas de catorce años, persiguiendo a otras compañeras que bromeaban con prendas de vestir o libros que las habían quitado.


—Me alegra oír eso señorita Pemberton —dijo con una suave sonrisa —deberías la próxima vez visitar México, es un lugar muy hermoso.


—Suena bien, pero usted hará de intérprete de Español ¿la parece? —declaró con astucia la rubia.


La profesora Ingram sintió como la mano de la colegiala se envolvía en su brazo con confianza.


—Mmm, suena divertido, te podría enseñar a ti y a tu familia las lagunas de Montebello, en Chiapas. Te encantará, es un lugar hermoso, lleno de magia. —explicó medio absorta ante los recuerdos del pasado, recordando la primera y la última vez que piso tan bello país.


—Ja, ja, ja ¡Si! ¡suena interesante! —rió de una manera que sonaba demasiado coqueta para ser una risa natural.


La profesora Ingram se deshizo con delicadeza del agarre del la señorita Pemberton.


—¿Se va ahora? ¿tan pronto? —preguntó casi como si la doliera esa acción.


—Si, tengo a una nueva alumna a la que tengo que enseñarla el colegio.


—Pero si está la señora Prince para enseñarla cada lugar del castillo. —dijo confusa Coraline.


—Lo sé, pero esa nueva compañera no conoce nuestro idioma.


—Y usted conoce el suyo ¿verdad?


—Así es, español en concreto. —dijo apoyándose en el pasamanos de una escalera que daba al piso superior donde la señorita de Rivera se hospedaba.


La rubia profirió un fuerte bufido. Sonaba molesta y desilusionada.


—¿Es de mi curso? —preguntó la joven desde abajo, quedándose estática en ella alfombra de estilo marroquí.


La profesora Ingram asintió con lentitud.


—Podrías ayudarla a asentarse en el internado. —explicó Elizabeth al ver la expresión de molestia que asaltaba en el rostro de la chica.


—Ya veremos profesora Ingram, depende de como sea su actitud, es sabido que los españoles son de naturaleza arrogante.


La mujer dejó que unas suaves risas salieran de su boca mientras subía por las escaleras en dirección este, ignorando a sus espaldas a la preciosa estudiante de cabellos rubios que se quedó en una bruma de molestia y disgusto.


La profesora, se fue hacia la habitación de Carmen.


La mujer subió con rapidez, quería vigilar a esa chica en todo momento, un instinto profundo y natural desarrollado tras años de experiencia como profesora la avisaba con fuegos artificiales que esa niña era una bomba de relojería andante. Y que desde luego, la pacífica institución que fue tan caracterizada por todo el sistema educativo de Inglaterra se terminaría de un momento para otro. No pensaba que aquella Carmen fuese de naturaleza ociosa, pero si de una chispeante, una flama de fuego imposible de moderar y ni mucho menos de calmar.


Cuando puso el pie en el larguísimo pasillo con la fila de caballeros a modo de maniquíes pudo escuchar a lo lejos una música de fondo. Sonaba lejana y suave y no estaba del todo segura el género al que pertenecía, pero sonaba rimbombante y bulliciosa, con el poder absoluto de las trompetas y una voz grave pero de indudable alegría. Algo extrañada por acción como esa aceleró el paso, entró por la puerta de madera sintiendo de pronto el gélido aire propio de un aposento oscuro y de piedra caliza. En la puerta tres, en la que se hospedaba Carmen se escucharon una perfecta melodía de risas junto a la música de Frank Sinatra; Luck be a lady Elizabeth comprendió la situación al ver que la puerta cinco estaba abierta de par en par.


Carmen ya había echo amistad con su compañera de habitación.


Si que es rápida” pensó para sus adentros. No había pasado ni un día y ya había echo amistad con la alumna más problemática de todo el colegio.


La puerta estaba entre abierta, dejando que un suave rayo de luz se asomara por la recámara. La profesora se acercó a la puerta con lentitud, sin prisas y con un profundo sigilo, con la misma discreción que lo haría un gato para observar a su presa. Miró la pequeña franja de visión que se la permitió observar lo que sucedía en aquella habitación, examinó con cierto desacuerdo como aquellas dos chicas se lo pasaban en grande dando saltos sobre la cama mientras cantaban al son de la música de aquel cantante mientras bailaban encima del colchón donde no estaba muy segura si los muelles aguantarían más marcha de la que estaban teniendo, especialmente por el modo en que rechinaban donde anunciaban que más pronto que tarde se romperían en pedazos y no era de extrañar si se tenía en cuenta que esa habitación se había quedado sola durante décadas.


En el estribillo de la canción, cuando sonaban las trompetas junto con los saxos y la voz de aquel seductor cantante Americano, fue tal la euforia que Katherin se cayó de la cama dándose un fuerte golpe en el trasero. Y lo único que lograron con esa situación fue que Carmen y Prince rieran con más fuerza, a tal punto que la propia Sevillana se tuvo que sentar en el suelo del semejante ataque de risa que la estaba dando. La profesora Ingram se dio cuenta de que la risa natural de Carmen era la más… escandalosa.


Parecía una foca con retraso mental.


—¡Oh Dios mío! ¿estabas saludando al suelo? —profirió la española como pudo mientras tartamudeaba por las incesantes carcajadas.


Creo que mi real culo necesitaba saludar al real suelo, al real internado, con su real estilo Británico—explicó en Ingles.


Y eso la sorprendió y a la vez la pareció extraño. No era que cada una hablase en su idioma, si no el modo en que se entendían. Ninguna de ellas dos sabía la lengua materna de cada una, ni mucho menos la habían aprendido a hablar o al menos lo suficiente como para poderse entender y sin embargo… habían logrado congeniar de tal forma, que eran capaces de repetir, de manera simultánea y entenderse mutuamente sin necesidad de un intérprete.


Wow.


Se quedó sin palabras.


Veo os lo estáis pasando bien.


Al escuchar la poderosa voz de la profesora Ingram la chica pelirroja, dejó de reír gradualmente mientras era levantada del suelo por la ayuda de Carmen. Miró a la profesora Ingram y su rostro se volvió frío y duro como el acero. Ella se limitó a darla un saludo seco con la cabeza, como si el hacerlo fuera por mera obligación, parecía incluso, que el echo de estar saludándola era por que la estaban apuntando con una escopeta en la nuca amenazándola con que si no obedecía harían un holocausto de conejitos blancos.


Ingram y Prince se miraron fijamente.


Ugh, era la alumna más problemática que había tenido en mucho tiempo. Déspota, peleona y contestona. Siempre que ella tomaba medidas que ella consideraba necesarias y aptas según la situación acorde al mal comportamiento de una alumna, esta salía a defenderla como si fuera su protectora, más bien como abogado del diablo, más de una y más de dos tuvo que ceder ante los astutos argumentos de esa chica. Para colmo, la señorita Prince sacaba sobresalientes en todas las materias menos en la suya, donde se dedicaba a aprobar lo justo y necesario, encima tenía el descaro de dibujar en sus exámenes donde reinaba caricaturas sobre ella. ¿Lo peor? Tenía cierta inmunidad, aunque la directora la echase un sermón que hasta ella misma temblaría, la joven Prince seguía con las mismas, incluyendo su comportamiento caótico y maleducado e incluso tenía el descaro de saltarse sus clases, solo las de ella. Y ni si quiera quería pensar en como la veían el resto de las alumnas, en la mayor parte, o al menos la novena parte de todo el internado prefería mantenerse a raya con esa chica. Tan pronto te ayudaba como te bufaba sin reparo.


Nada comparable a su madre, la ama de llaves, de carácter afable y sincero.


—Buenas tardes profesora Ingram—saludó cortésmente Carmen, algo nerviosa y con una expresión de claro sobresalto… y miedo.


¿Pero por qué miedo?


Katherin fue testigo de esa expresión como lo fue la profesora Ingram, algo, que decidió sacarle partido.


Oye Carmen, —dijo su nombre llamando la atención de su nueva compañera —ten cuidado con la estirada de Ingram, tiene mal carácter, más te vale no estar en su lista negra —la dijo en voz alta, ignorando olímpicamente a la tutora que tenían frente a ella. —de echo, parece que la han metido una estaca por el…


¡Katherin Prince! ¡Lárguese ahora mismo! —exclamó en Inglés la profesora Ingram con una notable furia.


La mirada de odio lanzada por la joven Katherin fue devuelta con la misma intensidad por la profesora. Una lucha interna surgía entre ambas, si por ellas fueran no quedaría rastro del castillo de los golpes que se habrían dado. Elizabeth estaba preparada para una larga retahíla de dardos envenenados procedentes de su legua que impactarían contra ella, sin embargo, para sorpresa suya, la chica pelirroja se marchó de la habitación con una cálida mirada que iba dirigida hacia la española.


Feicfimid a chéile arís unicorn beag—dijo en Irlandés con un profundo cariño.


Y con eso, se marchó hacia su habitación dando un sonoro portazo, no sin antes lanzar a la profesora una mirada cargada de odio en su estado más puro.


Haber, haber, haber, tenía que rebobinar. Una de las alumnas con el carácter más difícil y agrio de todo Myldfield Leonard había entablado una especie de… amistad, por llamarlo de alguna manera con su nueva compañera de cuarto que era una extranjera que no entendía ni torta del idioma y que para colmo tenían la extraña capacidad de entenderse aún cuando sus jergas no se lo permitían.


Algo la cedía a la profesora Ingram que la tranquilidad y un año pacífico iban a ser erradicados por la presencia de aquellas dos chicas.


Que Dios se apiadase de ella.


—Mmm, puedo suponer por su tono y por tus gestos que no se agradan mutuamente… —la española miró hacia el techo quedándose pensativa —aunque por la sensación que tengo, puedo decir con completa seguridad, que estoy aliviada de no saberlo. —dijo tratando de quitar el pesado ambiente que se había conformado en su habitación.


La profesora la miró con una torrente de frialdad que provocó que la chica se encogiera y bajase la mirada al suelo. Debía de calmarse,tenía que hacerlo. La joven española no tenía ni idea de lo que ocurría en aquel internado y ni mucho menos la situación que corrían la mayoría de los alumnos y las relaciones de amor-odio que se profesaban entre ellos. No tenía que pagar con esa chica el estrés que acometía con ímpetu cada rastro de su ser, y ni mucho menos el intimidarla al punto de que bajase la cabeza y tratase de evitar su mirada.


Y ahora que se daba cuenta, Carmen tenía la extraña costumbre de no mirar hacia los ojos de las personas. ¿por qué ocurría eso? ¿por que esa rara costumbre? Aunque su mente la decía que la chica no era culpable de ninguna situación y ni mucho menos del imperturbable caos que rebosaba en sus venas, su lengua fue incapaz de hacer caso, y arremetió contra ella como un animal furioso.


—¿No sabe que no mirar a los ojos de las personas es de mala educación? —dijo con un tono tan despectivo y acusatorio que haría que la moral de uno se bajase por los suelos.


La Sevillana se encogió aún más.


—Lo siento. —se disculpó con nerviosismo.


Sin embargo, eso lo único que hizo fue enfurecerla aún más. “Lo sentía”, pero no hacía ningún reparo en solucionarlo, y para colmo se quedaba callada como si fuera una mosquita muerta, como si careciera de personalidad.


—Esos guantes de tela… no pensará llevarlos continuamente ¿verdad?


La chica alzó la cabeza con rapidez, mirando a los ojos de la profesora, directamente a los ojos. Y una vez más, la profesora Ingram volvió a sentir que estaba bajo el poder de la muchacha, la misma sensación que tuvo en la estación de tren.


Sus ardientes ojos castaños desbordaban un pánico atroz, un nivel de terror que no estaba escrito, sus ojos que siempre estaban brillando de calidez junto con el despiste se transformaron en miedo despiadado que barnizaban sus ojos. ¿Por qué esa mirada de desesperación? ¿por qué tenía la agonizante sensación de que por su culpa la chica estaba en ese estado? ¿por qué se sentía culpable? ¿por qué esas emociones que emanaban desde lo más profundo de su estómago como si se tratase de mariposas caducadas? ¿por qué quería esconder sus manos?


—N… no por favor, la directora me dijo que podía estar con estos guantes en clase si así lo deseaba. —explicó con rapidez, temblando ligeramente a punto de tener un ataque de pánico.


La profesora Ingram, al darse cuenta de la gravedad emocional que estaba padeciendo la chica optó por tener una tregua. No era cuestión de someterla a un nivel absurdo de miedo.


De eso ya se encargarían de endurecerla sus compañeras de clase.


—¿Quiere acompañarme?


—¿A… a donde?


—A ver unicornios, ¿usted que cree? —respondió con cierta rudeza.


La chica asintió algo cohibida y salió de la habitación cerrando la puerta tras de sí.


Elizabeth la entregó un folio donde estaba escrito en español y en inglés cada asignatura que tendría a lo largo del día.


—Las clases empiezan a las siete de la mañana y terminan a las dos y media, y habrás clases extras por la tarde si así las deseas tomar.


—¿Que clases son esas? —preguntó con curiosidad mientras seguía el rápido paso de la profesora.


—Podrás tomar clases de piano, pintura, danza, natación, escritura, jardinería, lacrosse, teatro y equitación.


—¡¿Hay caballos?!


La profesora Ingram se sorprendió de lo fácil que era alegrar a Carmen. No pudo evitar sonreír para si misma al ver el brillo aniñado que barnizaba sus infantiles ojos castaños.


—Si, más tarde te guiaré por la otra parte del castillo donde está el equipo de equitación. ¿te gustan los caballos?


—Me encanta, la verdad es que desde que era niña estuve rodeada de ellos.


Elizabeth estaba tentada en preguntar sobre la vida de Carmen, parecía de todo menos aburrida, más aún si era esa chica como protagonista. Pero optó por no hacerlo, tampoco era de su incumbrencia lo que hiciera o dejara de hacer.


—Cómo iba diciendo, dichas clases son optativas, pero se ha de elegir un mínimo de dos y un máximo de seis. —la expresión de Carmen era puro asombro y demasiado graciosa como para no admitirlo.


—¿Y cómo dan de sí los profesores y los estudiantes?


—Hay profesores para cada asignatura.


La señorita de Rivera asintió con la cabeza, entendiendo así que habría un gran numero de profesores en todo el internado.


—Ha dicho antes algo como crosse.


—Lacrosse —corrigió Elizabeth.


—Eso, ¿que es?


La profesora Ingram tuvo que parar su caminar por unos instantes, buscando el modo en que podría explicar aquel deporte sin que su alumna se quedase con más dudas de las que ya tenía.


—Lacrosse es un juego rápido y divertido entre dos equipos de diez jugadores, cada uno que usan un palo con una red en la parte superior, denominados "palos" o sticksen inglés que sirven para pasar y recibir una pelota de goma con el objetivo de meter goles embocando la pelota en la red del equipo contrario.


La expresión de Carmen era todo un poema.


—Claro, claro, entiendo. Algo así como tener una red en un palo y salir corriendo como si fueran una jauría de perros hambrientos por que tu tienes la pelota.


Elizabeth tuvo que admitir que en parte técnica, el juego se trataba de eso.


—Si, algo así, solo que no suelen salir heridos.


—¿Suelen? —enarcó una ceja con cierta duda.


—Por norma general, siempre y cuando el equipo sea civilizado.


—Profesora Ingram, el ser humano es competitivo de naturaleza si se tiene que golpear para ganar el premio se hará, además si mal no me equivoco el rugby anteriormente, en sus inicios se llevó varias vidas por delante. En definitiva, dale a un hombre un pescado y no lo tocará, dile que el pescado es un premio y se volverá el más fuerte del mundo.


La profesora Ingram se quedó por unos instantes en silencio, sorprendida ante ese razonamiento, tenía razón, el ser humano era competitivo por naturaleza pero no esperó a oír una explicación tan divertida como esa.


—Tengo que darla la razón señorita de Rivera.


—Mejor llámeme Rivera, quite el “de”, lo digo únicamente por mera comodidad, aparte de que tengo la firme sensación de que a la mayoría del profesora como del alumnado se olvidarán de ese pequeño detalle.—acotó mientras releía con rapidez el folio donde estaban escrito todos los horarios.


Bien visto”, pensó para sus adentros.


—Un segundo, ¿tenemos ocho clases? —preguntó con asombro la chica.


—Así es, se a de compaginar con el gran número de asignaturas. Inglés, Latín, Francés y Alemán. Música, historia y filosofía, mientras que en ciencias estudiaras sus derivadas; biología, física y química, geología, astronomía y en matemáticas se darán varias ramas como; álgebra, geometría y álgebra de segundo grado.


Parecía que a medida que hablaba a Carmen sobre sus intensivos estudios más pálida se ponía.


—P… pero eso son más de… de… ¡quince asignaturas!


Ya lo sabía, por eso era tan difícil ya no solo acceder a esa escuela si no seguir el ritmo de los estudios, que eran poco menos que intensivos al punto de expremir la mente a más no poder. Por eso estaba tan molesta con la joven española, venía a ese internado sin saber lo que la esperaba, sin tener idea alguna de lo difícil que era el plan de estudios acometidos por aquella institución. Y para colmo, no tenía idea alguna del idioma.


—Y… ¿usted que asignatura imparte, si puedo saberlo? —preguntó Carmen con cierta timidez.


—Historia y filosofía.


Fue solo una décima de segundo, puede que incluso menor que eso, pero pudo atisbar en aquel océano de café un atisbo de alegría, pudo suponer por ello que debía de ser una asignatura que la gustaba lo suficiente como para mostrar interés.


Las dos bajaron por una larga escalinata de madera envuelta por una alfombra roja, similar a las que tenía en el largo pasillo donde se hospedaba Carmen, aún así no eran tan elegantes y mágicos al parecer de la Andaluza.


La llevó por varios pasillos largos y suntuosos, donde los ventanales abundaban con una brutal insistencia. De echo, a ojos de la española parecía más el interior de una catedral que el de un castillos. Había ábsides, acicalado por contrafuertes que conformaban perfectas formas geométricas y de un talle que el propio Miguel Ángel habría aplaudido. Eran de piedra caliza que contorneaban la cúpula, dando un aire religioso de una pureza vigorosa que acaudillaba cada centímetro del castillo.


Elizabeth de vez en cuando miraba de reojo a su alumna, que miraba asombrada cada paso que daban con unos ojos que desprendían un brillo infantiloide que no dejaba de emanar como si se tratase de una cascada. La mejor comparación que podía hacer la profesora acerca de la expresión que portaba su joven alumna era la misma que el brío vivaz de un niño en un una tienda de dulces, mirando embelesado cada golosina que había en las estanterías.


La mujer la llevó a una enorme puerta de madera que daba respeto con solo verla, abrió ligeramente y las dos entraron dejándola ver una gigantesca biblioteca que parecía la versión inglesa de la biblioteca de Alejandría. La ingente cantidad de libros rebosaban como manantiales de conocimiento. Las enormes estanterías que llegaban casi al techo estaban repletas de libros antiguos donde todavía se usaba pan de oro para adornar las portadas. La atmósfera que residía en la biblioteca era viejo, antiguo. Como a Carmen la gustaba, era miles y miles de hojas llenas información, lugares lejanos, libros informativos donde podías conocer culturas que estaban a miles de kilómetros y saber de ellos como si estuviera presente. Los lánguidos y casi kilométricos ventanales portaban al lugar un fuerte misticismo, algo mágico y asombroso que parecía que arrastraba a Carmen para no dejarla salir de allí.


—Esto es la biblioteca. —dijo la profesora Ingram.


La chica no pudo contestar, se quedó sin habla, mirando a todos aquellos libros que estaban dispuestos a ser devorados por el insaciable conocimiento de las multitudes, esperando a ser leídos por mentes privilegiadas.


—¿No puedo quedarme aquí el resto de mi vida? —profirió con un suave susurro, apenas perceptible al oído humano, casi como si estuviera contando un secreto inconfesable. Como si el hablar haría que la magia de aquella estancia se perdiera con las palabras.


La profesora Ingram observó la silueta de la Andaluza, esa fue su misma expresión cuando conoció por primera vez la estancia, cuando vio cada habitación maravillándose por los elementos mágicos que eran invisibles para muchos, incluso para ella. Pero que, sin embargo, fue capaz de sentir en su corazón, ese frágil aleteo de una mariposa que iba en busca de la mejor flor, esa sensación pura de estar en otro mundo pese a que los objetos eran tan mundanos como el resto de la gente. Sin embargo, la rebosante energía junto al misterio que cubría cada pared del castillo hacía que tuviera “algo” que hechizaba a unas pocas personas.


Entendía perfectamente a Carmen, comprendía su inocente emoción y la urgente necesidad de sentarse y comenzar a leer, de investigar cada rincón del castillo con la sensación de encontrar alguna criatura mística sacada de un cuento medieval. Algún duendecillo verde, vestido con colores chillones que haría de un momento a otro algún truco de magia, puede que incluso, algún unicornio que llevase a un mundo paralelo. Cualesquiera que fuera las criaturas que rondasen por ese castillo, ya fueran reales o no, era innegable la magia natural que desprendía este.


—Sígame señorita de Rivera.


La Andaluza asintió, y se fue del lugar casi como si la arrastraran con dolencia, un suspiro robado al ver a un amante pasar a su lado. Se sintió triste, casi desolada. Era como probar un trozo del paraíso para que luego te lo quitasen. Un deliciosos bocado de pastel de limón para ser arrancado de la boca junto con su delicioso sabor.


Terrible.


La profesora Ingram observó cómo se había decaído Carmen, una mirada angustiada y ligeramente triste. Más que entenderla, tuvo que hacer un esfuerzo por no sonreír, especialmente al ver que su expresión era muy similar al de un niño después de una rabieta. Estuvo tentada en burlarse de ella, no por fastidio ni tampoco por crueldad desmedida, si no por querer ver más expresiones de la cara de Carmen. Aquella chica se desvivía por el día a día, sin tener ningún tipo de contemplación en emocionarse por pequeñas cosas, las disfrutaba como una niña si era necesario. Una montaña rusa de emociones que abarcaban los expresivos ojos de la chica.


Elizabeth vio en Carmen su vivo reflejo cuando era joven. La misma cara, la misma inocencia.


Solo esperaba que tardase mucho tiempo en tener que quitarse esa venda de los ojos y ver el mundo real, tan crudo y cruel como era. Se notaba que ese chica había nacido en una cuna de oro, llena de privilegios y riquezas.


Como todas las alumnas.


La profesora Ingram la llevó por unos largos pasillos donde la indico cada clase y las asignaturas que se impartían en esas. La mostró la clase de astronomía, donde los telescopios junto con una gran vidriera y mapas dibujados envolvían a la clase de cierto encanto descubridor, la piedra caliza hacía de la clase un lugar algo frío, sin embargo, la chimenea junto con todos los radiadores que habían sido instalados en su momento fueron una buena forma de decirla a Carmen que no podrían pasar frío en la clase, lo cual, era un alivio para ella. Había un enorme ventanal redondo que daba cara directamente al cielo. Y ahora, que un manto negro se había echo con el cielo azul que horas antes había gobernado el lugar dio paso a ciertos estelas luminosas, puntos brillantes del cielo infinito que la invitaban a quedarse inmersa en ellos.


—Esto es enorme, madre mía esto es… ¡gigantesco!


La chica tuvo que reprimir sus ganas de investigar cada parte de la clase, tocar y mirar. Cerciorarse de que no estaba en un elaborado sueño. Aunque tuviese la imaginación suficiente para hacerlo, y ese era el tema, faltaban criaturas volando de un lado para otro, lo que para la Sevillana, en cierto aspecto fue un alivio.


Tras varios minutos de puro asombro, la profesora Ingram la llevó escaleras abajo al comedor.


Y esa fue la zona favorita de Carmen.


Era de bufé libre, las cocineras ya estaban dejando en las bandejas de hierro todo tipo de de deliciosos alimentos calientes y apetitosos. El comedor era enorme, casi tan grande como la gigantesca biblioteca, aunque no la extrañó, el internado albergaba a casi mil estudiantes, por lo que no la pareció del todo extraño. Había mesas que se repartían a lo largo de todo el refectorio, donde claramente una podía elegir la mesa donde una quisiera sentarse.


Miró hacia arriba al notar que un pequeño reflejo impactaba contra su ojo. Al hacerlo vio una enorme lámpara que colgaba del techo, todo era tan suntuoso y perfecto que sintió que estaba en un palacio mágico, lleno de vida y criaturas mágicas. Algo, que su mente no tardó mucho en hacer de esa brillantes luces criaturas luminosas que iban y venían de un lugar a otro.


—Aquí es donde me despido de usted señorita de Rivera.


—¿Ya se va? Pero todavía falta por ver más de la mitad del castillo.


—Lo sé, pero falta poco para cenar.


Aquello la dejó realmente aturdida.


—¡Pero si son solo las ocho! —exclamó con sorpresa.


La profesora Ingram recordó que en España se cenaba mucho más tarde así que tuvo que comprender su desorientación con los horarios de Inglaterra.


—Aquí se cena más pronto, tenga en cuenta que se contrasta con la hora de levantarse que es más pronto que en su país.


Carmen asintió aún con unas permanentes dudas que asaltaban en su cabeza, tenía más preguntas y tenía intención de bombardearla con cientos cuestiones que debían de ser aclaradas. Sin embargo que en mitad de tu visión se te cruzara una subespecie de libélula de cristal del tamaño de tu cabeza con los mofletes inflados de color rosado mientras hacía acrobacias… no era precisamente idílico que ella comenzase con sus preguntas. Lo mejor era callar, y asentir con la cabeza, si su mente lograba calmarse tal vez comenzaría a resolver sus dudas sin que su caótica imaginación la invadiera, y no era por el hecho de verlos, si no por que empezaría a discutir con ellos. Y lo que ella veía no se acercaba ni de lejos a lo que el resto de los mundanos veía. ¿Que les iba a decir?; “Estoy hablando con una criatura creada por mi cerebro”


Ya se veía a si misma a las puertas de un loquero.


No, gracias.


—Tengo que irme, como habrá visto esto es un bufé libre, así que puede elegir lo que desea cenar. Siéntese en cualquier sitio donde usted esté más cómoda, si tiene alguna duda, no tardaré mucho en aparecer por aquí, me verá sentada junto con el resto del profesorado.


La chica asintió sin ninguna pregunta y algo que notó con cierta particularidad la profesora Ingram fue el hecho de que Carmen parecía que quería huir del lugar o al menos quedarse sola cuanto antes. No le dio más vueltas y se fue del lugar, tenía que ver a la directora, que por algún motivo importante la había echo llamar.


Caminó con rapidez, tratando de ignorar el modo en que aquella niña española irradiaba una mirada sagaz a cada paso que daba. Y sabía que definitivamente, aquella; “chica sin lengua” iba a ser un verdadero dolor de cabeza. No estaba sel todo segura el porqué de esa sensación, pero los innegables pálpitos de su corazón donde desbordaban una continua alarma de advertencia sobre esa chica, la hacía entender que debía de andarse con ojo.


Abrió la puerta del despacho de la directora. Ahí estaba, con su clásico vestido negro de intachable reputación. Bebiendo té como si eso fuera su elixir de la vida.


Tampoco es que fuera una mala adicción.


—Me llamaste Alexandra, ¿que es lo que quieres? —preguntó Elizabeth de manera informal.


La directora, que estaba de espaldas a ella mirando por la ventana la oscuridad que se había echo con el internado sonrió al reflejo del cristal que hacía a modo de espejo.


—Oh querida, solo quería preguntar, ya sabes, saciar la curiosidad de esta vieja directora.


Huy, miedo la daba a la profesora Ingram cuando la directora usaba ese tipo de adjetivos para describirse así misma. Mucho miedo.


Aún con los buenos años de amistad que se llevaban la una a la otra, eso no significaba que Elizabeth no tuviera reparo alguno en bufarla y rebatirla si así lo veía necesario, y siempre que empezaba con la frase; “Oh querida” era significado de alerta máxima, y con eso, quería decir un cabreo monumental hacia su persona. Que Dios le diera un poco de paciencia.


—Siéntate por favor, no te haré esperar mucho.


La joven mujer obedeció y se sentó en una de las sillas que estaban cara al escritorio de la directora Seymour a la vez que está tomaba asiento en la cabecera de la mesa, como si fuera la señora topoderosa del castillo, que realmente lo era.


—Cuéntame sobre la chica, Carmen de Rivera. —aleccionó con suavidad mientras removía con su cucharía su té de naranja amarga. —¿cómo es?


La expresión de la profesora Ingram era topo un poema, no terminaba de creer lo que estaba escuchando. ¿La directora Seymour, propietaria del castillo la había echo venir solo para saber cómo era la nueva alumna que había entrado al internad? ¿que demonios estaba ocurriendo? ¿se había tomado algún tipo de sustancia no muy recomendable y de uso ciertamente ilegal y no se había enterado? Por que desde luego que lógica no tenía mucho la situación.


—¿Perdón? —pregunto confusa con una ceja enarcada sin saber muy bien cómo iba a tomar rumbo la conversación.


La directora Seymour sonrió de lado mientras daba otro sorbo a su té.


—Pregunto que cómo es la nueva alumna.


—Debo estar escuchando mal —ironizó mientras simulaba que se limpiaba el oído. —de echo, tiene que ser una broma de mal gusto.


—¿Por qué iba a bromear? —preguntó haciéndose la tonta la directora, como si no fuera conocedora del enojo de su ex alumna.


—¡Por qué no tiene sentido!


—¿Qué es lo que no tiene sentido? —replicó con falsa estulticia.


—¡Que tengas interés por una alumna que no conoces! —exclamó airada la profesora Ingram —Alexandra, en ningún momento, de mis doce años de profesión te e escuchado tener un mínimo de interés por ni una sola alumna del internado. ¡Ni una! Ni siquiera preguntaste por una de las sobrinas de la reina. Jamás has mostrado interés por ella a no ser que fueran por temas académicos. Y ahora llega una nueva chica, una extranjera que apenas logra hacer una frase correctamente en inglés con unas notas miserables ¿y muestras interés en ella?


—Oh, no, no me malinterpretes, solo quiero causar una buena impresión a alumnas extranjeras, de esa forma vendrán más chicas procedentes de otro países y así, ganaremos más publicidad.


—Claro y yo nací ayer en un bosque dorado donde lobos alados me han criado con faisanes de plata.


La directora abrió los ojos con sorpresa.


—Eso nunca me lo habías dicho Elizabeth, esas cosas no se guardan. —renegó con la cabeza mientras se ponía una mano en el pecho con un aparente dolor en el pecho.


—¡Oh por Dios! Han estado las hijas de condes, reyes, duques extranjeros y jamás has mostrado un mísero ápice de atención hacia ellas. Así que Alexandra, ¿qué diablos está pasando? ¿por qué ese interés en la señorita de Rivera?


La directora sin inmutarse tan siquiera por las fuertes palabras de Elizabeth siguió removiendo su té sin mostrar rastro de perturbación, que por ironías de la vida, esto provocada un desespero aún mayor en la profesora Ingram.


—No has contestado a mi pregunta Elizabeth, —dijo con una arrolladora tranquilidad —por qué, quien hace primero la pregunta a de ser contestada, no sermoneada. —añadió con una sonrisa picarona, molestando aún más a la profesora.


Rendida y conociendo de antemano la terquedad de aquella directora finalmente tuvo que ceder, incluso se recostó en la silla como una alumna castigada viendo que por muchas quejas que ponga será irremediable una llamada a casa.


—Es… educada, algo cohibida, tiene sentido del humor pero se asusta con facilidad y hay algo raro en ella, parece ida, a veces es como si no estuviera ella, se que es extraño de decir, pero, es como si algo la absorbiese cada cinco minutos.


—Ya veo ¿hay algo que halla dicho que la moleste o que la incomode?


—¿Por qué ese afán de hacer a la señorita de Rivera un camino de rosas?


—Elizabeth, no me respondas con otra pregunta —aludió con seriedad.


La profesora se quedó congelada por varios segundos. Realmente iba en serio con esa chica, realmente quería saber de ella y por motivos que parecían realmente serios.


—No, por ahora no… bueno, ahora que hago memoria, suele llevar guantes de tela, parece ser que no se los quieres quitar.


—En ese caso, déjala. Si quiere llevarlos que los lleve, no creo que haga diferencia alguna. —la directora Seymour pegó otro sorbo al humeante té —quiero que empiece cuanto antes sus clases de inglés, cómo no podrá seguir a sus compañeras la darás las clases por la tarde, de tres y media hasta la hora de cenar.


—Eso son muchas horas.—Incluso ella misma tuvo que admitir que eso era demasiada presión.— dudo que pueda aguantar. Además, ¿que sentido tiene que esté en asignaturas que no entenderá?


La directora la miró por unos segundos, confundida, sin estar del todo segura a que venía esa repentina preocupación por ella y cuando lo entendió rió con fuerza.


—No, no —dijo entre suaves carcajadas —no tengo intención de que esté como un objeto en todas las clases, es más, no está en mis deseos que esté por las mañanas, no hasta que tenga cierto dominio sobre el idioma. —la mujer, ya adulta y con el cabello blanco se enderezó de su cómodo sillón de madera de nogal que había pasado de generación en generación. —es por eso que tú la impartirás las clases por la tarde.


—Espera un segundo ¿quiere que trabaje en total cinco horas para enseñar a esa niña inglés? ¡cinco!


—Siempre alabe tu perspicacia Elizabeth, y sí, serán cinco en total, no te preocupes por las horas extras, te las pagaré debidamente.


—Ese no es el problema Alexandra.


—¿Si no es el dinero que puede ser entonces? —inquirió con una sonrisa de oreja a oreja mientras entrelazaba sus manos.


—Alexandra… ¿que diablos tienes con esa niña?


—¿Yo? Si no la conozco de nada. —se defendió alzando las manos en señal de inocencia.


Era eso, eso era lo que tanto la enfurecía de la directora, ese increíble y detestable don de decir y no decir. Ese absurdo juego de palabras donde parecían más estar peleando como el gato y el ratón. ¡Era ridículo! Esa sutil forma que tenía la directora en decirla que tenía buenos motivos para tener ese trato con la joven de Rivera. Esas palabras disfrazadas junto con su tono que no iban acorde con el comportamiento serio y estricto de la gran y afamada directora Seymour.


Pero lo descubriría, lo haría costara lo que costase.


—Por cierto, se a echo amiga de una estudiante en especial, así que no te sorprendas si la ves en tu despacho.


La directora la miró con interés.


—¿De quién se trata entonces?


—Oh, la conoces de sobra; pelirroja y con tendencias a soltar las lengua como una víbora.


La directora pareció sorprendida por unos instantes.


—¿Esa chiquilla pelirroja que hace de salvadora con todas? ¿la misma chica que hasta el mismísimo Lucifer la contrataría para defender su inocencia?—la directora frunció el ceño —ah, no me lo digas; Katherin Prince.


—La misma que viste y calza, las vi a las dos saltando en la cama mientras cantaban una canción de un cantante Americano.


La expresión de la directora fue de puro desconcierto. Una expresión casi automática.


—Estoy sorprendida, no esperaba que se hicieran amigas con semejante rapidez —dijo con una suave sonrisa de incredulidad. —por lo que sé, la señorita Prince no es propensa a hacerse amigos, más bien, diría lo contrario… y tampoco sabía que hablase español —la directora se encogió de hombros —no me sorprendería viniendo de esa muchacha.


Sin embargo, el largo silencio en que se quedó la profesora Ingram hizo que la anciana educadora plantase su atención en la que fue su alumna preferida. Alexandra vislumbró en aquel mar de esmeraldas algo más, algo oculto que parecía martirizarla.


—Hay algo más ¿verdad? ¿que fue lo que ocurrió?


—Fue… algo muy extraño, por que la señorita Prince no habló español en ningún momento. Hablaban entre ellas, parecían amigas de toda la vida, se hablaban como si pudieran entenderse, y de alguna manera sus frases eran acordes a sus conversaciones.


La directora tenía la misma expresión de asombro que la profesora Ingram.


—Que extraño… ¿hubo algo más en especial? ¿algo que enrareciera aún más la situación?


Elizabeth hizo memoria, baya que si lo hubo, cuando la chica problemática se despidió de Carmen.


—Si, hubo algo que me pareció algo fuera de lo normal, cuando se fue, luego de tratar de insultarme como es habitual en ella dijo; Feicfimid a chéile arís unicorn beag. Se que es Irlandés, pero lo tengo olvidado.


—Así que dijo eso ¿eh?, no me sorprende.


—Alexandra, te conozco muy bien y dominas el Irlandés como yo con el español así que; ¿que quiso decir?, quiero saber la traducción.


Sin embargo, lo que desconcertó aún más a la profesora Ingram fue la ancha sonrisa cargada de orgullo y sobre todo, una desbordante felicidad. Estaba sumida en aquel mundo de alegría infinita, sumida en los cosmos, flotaba en una nube masiva de placer y alegría; parecía como si hubiese encontrado un maravillosos tesoro secreto que debía de seguir siendo guardado.


—Alexandra…


—Oh, perdona, simplemente me quedé pensando —profirió con una permanente sonrisa en su cara, con brillo en sus ojos azules que hacía tiempo que no veía en ella —es… es sorprendente. Increíble.


Oh, vaya, cuanta información estaba teniendo, de cuanta utilidad eran sus palabras. Que se note el sarcasmo.


Elizabeth sabía que su directora y “jefa” era una mujer muy culta y elegante. No hubo ni un solo día en que no se arreglara, nunca supo el porqué de esa obsesión con estar tan impecable, como si estuviera esperando a la llegada importante de alguien. La había visto por mucho tiempo, incluso tenía buenos recuerdos cuando era alumna suya. Había crecido con ella y la había visto con sus altibajos, la muerte de su marido hasta la boda de su hijo. Ella lo había visto todo, había sido testigo de cada emoción que pasaba por sus ojos azules. Pero nunca, había visto tanto gozo en ellos, tanto brillo que parecía que iba a llorar de la felicidad, sumida en el orbe de la emoción.


—Alexandra, sigues sin responderme.


La directora la miró, sin despegar su sonrisa de la cara.


—Digamos que la llamada de sangre es muy poderosa.


¿Llamada de sangre? ¿de qué diablos estaba hablando la directora? Cuanto más preguntaba, más dudas tenía. Se suponía que tendría respuestas, pero más que eso, el pozo de la incertidumbre se allanaba cada vez más y más. ¿Por qué ese secretismo? ¿por qué esa extraña alegría? El interés de la directora Seymour era de lo más extraño ni que decir de aquellas extrañas palabras; “La llamada de sangre” las dudas en la mente de la profesora Ingram asaltaban cada segundo con más fuerza y las preguntas como sus propias teorías acrecentaban aún más su hesitación.


—Dime una cosa Alexandra ¿por qué decidiste colocarla en esa habitación? ¿por qué en la ala Oeste?


—Oh, por lo que sé, esa chica tiene serios problemas para dormir y a la vez es propensa al sonambulismo. Pensé que si la colocaba con el resto de las chicas podrían burlarse de ella, sin embargo, con alguien como la señorita Prince de compañera que ignora a cada ser vivo de este planeta, pensé que sería un buen partido. —alzó las cejas con sorpresa —lo que no me esperaba es que naciera una amistad entre ellas.


Eureka” pensó victoriosa. Ella misma se había delatado, eso confirmó sus sospechas, Alexandra Seymour conocía de algo a Carmen de Rivera, no sabía el qué, ni el porqué, pero cuales quieran que fueran su conexión, debía de ser algo muy fuerte para tomarse tantas molestias. Ahora, sabía que por mucho que preguntase a la directora, ella no hablaría directamente con ella, evadiría sus preguntas como la había estado haciendo. Lo único que tenía que hacer ella, era tratar de sacarla la máxima información posible, eso si, con la misma sutileza que tenía la directora Saymour en desvelar sus verdaderas intenciones con la señorita de Rivera. El juego del gato y el ratón, así lo haría.


La profesora Ingram escuchó los pasos alborotadores de las alumnas que bajaban con rapidez al comedor, aso sí, con cierto orden.


—Se tiene que marchar al comedor, Ingram —ironizó Alexandra, volviendo al trato formal propio del profesorado.


Elizabeth sonrió de la lado.


—¿Tan rápido quiere echarme?—alegó con una suave sonrisa fingiendo estar ofendida mientras se levantaba de la silla.


Cuando la profesora Ingram se fue de la puerta, la directora Seymour pegó un fuerte suspiro. Nunca pensó que las cosas irían tan rápido y ni mucho menos al fuerte nivel como la profesora Ingram había contado. Se levantó del sillón. Abrió un cajón secreto que había debajo de la mesa y agarró una llave antigua y vieja, tan grande como su mano. Aún, con temor a ser vista, revisó, como costumbre suya que era la presencia de algún infame intruso. Sabía que era absurdo hacer algo como eso, pero el secreto que guardaba había perdurado durante mucho tiempo, no era cuestión de desvelarlo por culpa de un descuido. Cuando se aseguró de que no hubiese nadie presente, únicamente las motas que polvo junto a las tenues luces emitidas de la vieja lámpara de cristal postrada en el techo, se dirigió a su biblioteca personal. Miró cada tómo hasta que encontró el libro secreto que estaba buscando. Tiró de él y una puerta trasera, escondida detrás de la chimenea se abrió.


Alexandra sonrió.


Esto solo era el comienzo.


 

Notas finales:

Por favor, sería de gran ayuda que cometáseis el capítulo, que os pa aparecido o si merece la pena seguirlo. Gracias por vuestra atención y saludos desde España.


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