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Reset por MikaShier

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Segundo día

 

El viernes por la mañana, el sol brillaba oculto tras enormes nubes de tormenta. El cielo se vio cubierto por un gris azulado que parecía resplandecer. Draco aspiró el olor a tierra con gusto, mientras caminaba de regreso al castillo con paso relajado. No podía decirse un amante del aire libre, porque a él definitivamente le gustaba y siempre preferiría estar rodeado de lujos. Una elegante decoración con una tetera de porcelana y un té caliente como cereza del pastel. Casi se le hizo agua la boca, y vaya que tenía ganas de tomar té acompañado de galletitas y una Narcissa que alzara las comisuras de sus labios y bebiera con porte fino. Sí, joder. Extrañaba tanto a su madre, el verla tranquila. El poder disfrutar una taza de té. A la mierda el té, solo quería tiempo. A la mierda la elegancia, el olor a tierra húmeda, las teteras de porcelana, a la mierda todo. Quería su vida de vuelta.

 

Soltó un suspiro con cierto tono melancólico. Entró al castillo, los pasillos estaban vacíos gracias a que, de seguro, todos estarían disfrutando de un delicioso desayuno en el Gran Comedor. Él no tenía tiempo para tal estupidez, claro que no. Esa mañana, cuando aún estaba oscuro, había tomado un vaso de jugo de las cocinas y se había largado al lago con un enorme libro que prometía joderle el hombro si seguía cargándolo en la mochila. Y la solución a todos sus problemas resultó no estar en ese libro.

 

Por supuesto que no, Draco imbécil. La solución a sus problemas estaba en la torre de astronomía.

 

Sus pasos lo guiaron automáticamente a aquél lugar. En completa soledad, como le había gustado estar últimamente. Dejó la mochila descuidadamente a un lado de las escaleras y se estiró, desperezándose. Se peinó el cabello hacia atrás mientras sentía que el viento lo abrazaba. Tomó el barandal y cerró los ojos, sonriendo levemente. Cuando los abrió de nuevo, sintió la determinación brillar en toda su alma. Claro, sonaba estúpido. Pero cuando lo sientes, lo sientes.

 

Bajó la mirada hacia el precipicio. De un salto, estaba sentado en el barandal, con las piernas balanceándose en la nada. Ah, dulce solución. Había leído en alguna parte que el golpe ni siquiera lo sentiría: que estaría muerto antes de tocar el suelo. Si saltaba desde esa altura… La piel se le erizó.

 

—E-esto es lo mejor.

 

Su sonrisa se congeló, al igual que todo su cuerpo. Por una. Puta. Mierda. Arrugó la nariz con desagrado y sintió su alma resplandecer llena de furia. Miró hacia la izquierda y descubrió a un chico parado sobre el barandal. Era alto, muy alto. Chistó suavemente. Otro puñetero imbécil que le arruinaba el jodido día. Miró al cielo en busca de paciencia, entonces bajó del barandal.

 

— ¿Se puede saber qué demonios haces? —preguntó en tono seco. Y mierda, de nuevo. Ni siquiera tenía que detenerlo, es decir… ¡Si el tipo quería suicidarse no era de su puta incumbencia! Ah, pero leer las hazañas de Potty en El Profeta le habían pegado el instinto de héroe de mierda, ¿no?

 

—Yo… Yo no quería —susurró el alto. Draco miró con fastidio las lágrimas descendiendo por sus mejillas—. No quiero hacerlo, no quería hacerlo… Nada de esto… Yo no quería nada de lo que está sucediendo, nada de lo que va a suceder, pero no puedo negarme… No puedo…

 

La ira estalló dentro de Draco. ¿A que no podía el muy hijo de puta? Apretó los puños con tanta fuerza que sus nudillos se volvieron extremadamente pálidos. A Draco le dieron ganas de empujarle.

 

—Estás de broma, tienes que estarlo. ¿No puedes negarte? Parece una excusa demasiado patética. Todos se pueden negar. Nadie controla tu estúpida vida y siempre eres tú quien termina diciendo sí o no. Quizá las personas te condicionan, pero la última palabra siempre la tienes tú —no sonó convencido, no lo estaba. Pero para el chico, parecía estar siendo suficiente—. Mierda, ¿qué no ves? Podrá ser que te dejes llevar, que te venga ser un títere, pero al menos… Al menos hay personas que te aprecian, ¿no? Personas que de verdad valen la pena. El esfuerzo que haces por seguir adelante no es en vano, ¿cierto? —el chico alto lo miró durante unos segundos antes de enrojecer. Bajó del barandal con un salto y se limpió las mejillas.

 

— ¿Ya desayunaste?

 

—Largo —el chico sonrió, con los ojos hinchados de tanta lágrima y la nariz irritada de tanto moquear.

 

—Nos vemos, Malfoy. Gracias.

 

Draco acarició el barandal y volvió a mirar el cielo, escuchando el suave murmullo de la puerta de abajo al cerrarse. Su estómago gruñó.

 

—Hoy puedo darte el gusto, Pansy… —se alejó de la baranda y tomó su mochila.

 

La pelinegra se mostró completamente alegre y a Zabini se le escapó una sonrisa de satisfacción. Draco se sentó junto a ellos en la mesa de Slytherin y se sirvió un poco de comida mientras los ignoraba.

 

—Cariño —canturreó la chica, tomándolo del brazo. Draco entrecerró los ojos y le dedicó una mirada de advertencia que ella, por supuesto, ignoró—, hace tanto que no tenemos una buena charla…

 

—No hay nada de qué hablar. Hazte a un lado, Parkinson —ella lo soltó y Theo rio levemente— ¿Qué?

 

—Nada, nada —comentó—. Es solo que a Potter le impresiona verte aquí —Draco alzó una ceja y, sin poder evitarlo, se giró hacia atrás, topándose con la mirada de Potter, quien se encontraba en la mesa de Gryffindor.

 

—Menudo idiota, ¿de verdad él es el salvador del mundo mágico? —Draco arrugó la nariz, Potter no se inmutó. Lo acusaba con la mirada. El rubio terminó chistando y volviendo a su casi intacto desayuno.

 

—Tiene pinta de que apenas y se sabe vestir —Blaise pinchó una salchichita con su tenedor y la admiró con desinterés—. Necesita que alguien corte esa maleza que le crece en la cabeza.

 

—Parece un nido —debatió Pansy—. Pero creo que es cosa de la sangre sucia. Esas greñas que se carga seguro son contagiosas… ¿Dónde están Crabbe y Goyle?

 

— ¿A quién le importa? Draco, ¿vendrás a clase de transformaciones hoy? Tienes bastantes tareas atrasadas.

 

—Ya lo sé, Theo. Sí, iré. De todas formas…

 

De todas formas, por ahora no puedo hacer mucho.

 

Cuando el día llegó a su fin, Draco arrojó su mochila debajo de la cama y se tiró sobre sus sábanas. Agitó la varita vagamente y las cortinas lo rodearon, regalándole una privacidad que casi le parecía ajena. Sintió un escalofrío recorrerlo y se estremeció, cerrando los ojos con fuerza. Se hizo un ovillo entre las sábanas y casi sollozó.

 

Apretó los labios y se acarició el brazo con lentitud.

 

Ah, cómo lo había deseado. Su piel adquirió otro tono, sus manos ya no eran suyas. Abrió los ojos solo para toparse con otros, unos de un verde brillante que lo miraban con culpa y con algo más. Draco alzó la mano y acarició la mejilla contraria, escuchar el nombre salir de sus propios labios le resultó abrumante.

 

Harry.

 

Y el aludido lo besó. Sus labios se movieron con torpeza y su mano pronto descansaba junto a su cabeza, con los dedos entrelazados a los de Potter y con el moreno encima suyo, besándolo y empujándolo. Sintió la húmeda y resbalosa lengua ajena acariciando sus labios, siendo recibida al instante por la propia sinhueso de Draco. El beso se profundizó y las manos libres se dedicaron a explorar los cuerpos ajenos, conociéndose, reclamándose.

 

¿Odio? ¿Amor? Nada existió esa noche para Potter. Pero todo existió dentro de Draco. Una batalla de sentimientos que dio inicio y solo encontró un fin.

 

Abrió los ojos en la soledad de su habitación y se llevó una mano a los labios, soltando un suspiro. Ojalá todo fuera un sueño húmedo. Ojalá todo fuera una pesadilla.

 

Esa sería la última vez que suspiraría por Harry Potter.


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