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Sobredosis por Ale Moriarty

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Capítulo II. Adicción

Sinceramente no tengo ni puta idea del por qué creí que quedarme con ese imbécil era una buena idea. Sus pesados ronquidos me sacaban de quicio y varias veces intente patearlo para que se callara. Me levanté de la cama con dificultad y me quedé sentado. Observaba la venda en mi pierna y buscaba con la mirada mis pantalones, el imbécil me había dejado en bóxer.

¡Qué horror! Quería llorar de la vergüenza.

La habitación era pequeña y simple. La pintura de las paredes era blanca y lo único que destacaba en el lugar era su falta de muebles, solo tenía un ropero pequeño y un espejo enorme, desvié mis ojos y me enfoqué en el rostro del idiota que dormía a mi lado. Justo cuando me moví se había desparramado sobre la cama y le salía baba de la comisura de sus labios. Puto cerdo.

La ventana estaba abierta y de repente una bola de pelo apareció. Tenía el pelaje atigrado y me miraba detenidamente, alcé una ceja ante el comportamiento del estúpido gato, ¿tenía algo en mi puto rostro?

—¡¿Qué me miras?! —bramé enojado. Me importaba una mierda despertar al bastardo a mi lado, el gato me miro tranquilamente y luego se estiró lentamente, eso me irritó. Era como si le importara una mierda mis maldiciones.

Seguí con la mirada los movimientos de ese felino y al final este terminó metiéndose a la habitación, se trepó en la cama y se acostó en la cara del imbécil que estaba roncando como si fuera su trabajo hacerlo, no me pude contener y empecé a reír.

¿Hace cuánto tiempo que no reía?, mi risa me pareció desconocida.

—Vaya, los idiotas como tú sí que saben reírse escandalosamente —escuché la voz de ese bastardo y cerré la boca. El gato se había bajado de su cara y ahora estaba hecho un ovillo en la mitad de la cama.

—No eres quién para hablar, esa bola de pelos entró solo para poner el culo sobre tu cara. Tus ronquidos perturban hasta a los animales pulgosos —me quejé, ese cabrón sabía sacarme de quicio. Vi la sonrisita burlona que ponía en su cara e hice una mueca, ¡me hacía rabiar!

—Es normal que una mascota quiera fastidiar a su dueño, tú lo estás haciendo —cuando escuché aquello me quede impactado ante el significado de esas palabras. ¿Acaso me estaba comparando con esa bola de pelos?

—¿Disculpa?

—Eres un gatito callejero algo exótico… bueno, ya descansé lo suficiente, tengo que volver a abrir la tienda o los clientes comenzarán a quejarse.

Me quedé estupefacto por sus palabras, parecía hablar otro idioma, ¿por qué me comparaba con un puto gato?

—¡Imbécil! No me compares con tu puto gato —gruñí, pero ni la bola de pelos ni el bastardo se inmutaron, parecían ajenos a mis groserías. Eso me irritaba más.

—Francisco, ese es mi nombre, supongo que los callejeros también tienen nombres ¿no? —me sonreíste y no pude volver a maldecirte.

—Jin Hwan…

En ese momento no comprendí por qué le dije mi nombre, estaba seguro que le quería contestar que se fuera al infierno… pero aquella sonrisa tenía un efecto aturdidor sobre mí. Era como un hechizo.

No estaba llena de la socarronería de antes, era más sincera y afectuosa.

—Wah, entonces tienes apariencia de asiático y nombre de asiático… qué mierda tan complicada de decir… ¿por qué los chinos no tienen un nombre normal? —volví a escuchar esa risa estúpida y mis mejillas ardieron en coraje.

—¡¿Acaso eres retrasado?! Mi nombre es coreano, no puedo con tu nivel de estupidez… ¿además te burlas de mí? Que nombre de mierda es Francisco.

—Es mejor que Jin Hwan ¿cómo mierda se pronuncia eso?

—Se pronuncia con la J de jódete imbécil.

—Oh, entonces es perfecto para un pequeño idiota como tú.

Otra vez apareció esa sonrisa superior y vi cómo te marchabas orgulloso de la habitación. Me quedé pasmado de nuevo.

¡¿Por qué no podía contraatacar a esa pequeña mierda?! Necesitaba un cigarrillo, lidiar con Francisco me había agotado, me levanté con dificultad de la cama y fui al ropero. Rebusqué en los cajones y encontré una cajetilla.

Lo sabía, el imbécil olía a nicotina.

Ahora… la pregunta mágica era: ¿cómo putas iba encenderlo?

.

.

.

Pasaron alrededor de 3 horas y me aburría. Pensaba en los imbéciles que me habían abandonado a pesar de los años que estuvimos juntos, me sentía traicionado… pero, no me sorprendía nuestro desenlace.

—Ellos debieron odiarme todo este tiempo —murmuré. Sentí una calidez en mi estómago y el pequeño felino al cual bauticé “pelusa”, se hizo ovillo en ese lugar. Nunca había tenido una mascota, así que la experiencia de que un animal me diera amor… era curiosa.

Acaricié el suave pelaje y escuché los ronroneos, sonreí. El pulgoso era lindo.

—Mis pequeñas mascotas ya se llevan bien, mi corazón está lleno de alegría —de nuevo, esa voz irritante. Francisco traía una bandeja con lo que parecía comida, hice una mueca.

¿De verdad me estaba cuidando como si fuera un puto gato? Me dejó la bandeja en la cama y llamó a la bola de pelos, este obedeció y maulló con alegría.

Maldita pelusa, apenas me estabas cayendo bien.

—¿Eres del tipo celoso Jin? —me giré para enfrentar a ese imbécil, ¿en serio creía que yo estaba celoso de ese puto felino? Lo que quería era irme.

—¿Celoso? ¿Por qué lo sería?, se supone que si alguien tiene celos es porque le interesa una persona o un objeto —le dije con una sonrisa despectiva mirándole de arriba hacia abajo con arrogancia —Y yo jamás me interesaría en ti, así que metete tus teorías en el culo

—Wow, alguien está muy interesado en mi culo porque no deja de mencionarlo, no te preocupes… te dejaré tocarlo, debe ser difícil ver uno tan hermoso.

—¡¿Por qué nunca cierras la puta boca?!

—Es mi habilidad especial, bonito… así que ríndete si no quieres seguir erizando tu hermoso pelaje rubio… falso —dijiste lo último con burla y quise lanzarte la bandeja encima, pero no era momento de desperdiciar comida.

Tomé la sopa que olía delicioso y le di un sorbo. Me sorprendí, esto sabía excepcionalmente bien. No quise demostrar lo sabrosa que estaba, pero no podía dejar de engullirla con ahínco.

—¿Deliciosa? —me preguntaste y solo solté un “jum” en respuesta. No te daría palabras, imbécil.

Caminaste hasta el ropero y sacaste un plato dorado, al parecer era donde le dabas de comer a la bola de pelos.  Extrajiste una bolsa de comida para gatos del bolsillo de tu delantal y le serviste una gran porción.

Bebí del vaso de agua y decidí enfocarme en mis asuntos. Cuando mi pierna mejorara definitivamente me largaría de esta pocilga, empezaría mi propio negocio de drogas o de robos y le quitaría el negocio a la pandilla. Sí, yo tendría este sueño para vengarme.

—Dame mis cigarros, necesito uno—una mano se extendió ante mis ojos y alcé una ceja mirando su cara fastidiada.

—No tienes que enfurruñarte tanto, imbécil… aquí están tus putos cigarrillos, solo tomé uno, pero no pude fumarlo, ¿dónde escondes el encendedor?

—No vuelvas a tomar cosas sin mi permiso a menos que este lugar vaya a ser tu hogar —volví a quedarme sorprendido, ¿qué cosas balbuceaba este anormal?

—¿De qué hablas? ¿Este mi hogar? Pft, prefiero volver a las calles. Soportarte es una tarea titánica. Haces un enorme lío por un cigarro, maldición —me quejé volviendo a tomar lo restante del agua.

—¿Cuántos años tienes? —después de unos minutos donde el ambiente se mantuvo tenso, Francisco habló e hizo una pregunta estúpida.

—20 años…

—Ah, entonces es ilegal que fumes. No te daré ninguno.

¡Este bastardo! ¡Quién era para ordenarme!

—Claro, lo que tú digas…— dije con notorio sarcasmo y en ese instante la cajetilla de cigarros me fue lanzada junto a un encendedor realmente pesado ya que me dio en la cabeza.

—Debo volver a trabajar… deja la ventana abierta si vas a fumar.

Y tras esas palabras la habitación volvió a ser silenciosa. Este hombre era realmente impredecible.

.

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De alguna forma logré sobrevivir una semana junto al anormal. Me mantenía en esa habitación y cuando quería ir al baño, solo tenía que caminar unos pocos pasos e ir a una habitación que estaba al lado. Por lo que pude notar Francisco tenía un negocio en el primer piso, una tienda de abarrotes. A veces me quedaba recargado en la barandilla de las escaleras y escuchaba las risas de los clientes junto a la del imbécil.

Este lugar era cálido.

Pero no era mi casa.

Yo no tenía nada.

.

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Mi pierna mejoró con los cuidados del idiota. La herida cicatrizó y mi movilidad también.

—Ya mañana estarás mejor, esta será la última vez que lo vende —me dijo con una sonrisa en los labios, ¿tan feliz estaba de que me fuera? —Jin te compré algo de ropa, no soporto lavar las mismas ropas cada vez que las ensucias, así que ten.

Una bolsa me fue lanzada después de que se me vendo la pierna y fingí no ver la sonrisa llena de amabilidad que me dedicaba ese rostro que siempre estaba con expresiones soberbias.

—Hasta los idiotas pueden comportarse como humanos ¿eh? —me burlé mientras abría la bolsa.

—Francisco… —escuché tu débil voz. Me disté la espalda y comenzaste a guardar las cosas. Hoy parecías extrañamente silencioso. Esa era una actitud sospechosa.

—Sí, lo que sea Franky…

Yo era una persona de apodos. Además, seguía pensando que el nombre de Francisco era molestamente largo y raro.

—Alguien ya me está queriendo~

Y allá iba de nuevo esa voz irritante.

—¡Solo lárgate a trabajar!

La puerta se cerró y volví a quedar solo, escuchaba zumbidos en mis oídos, tenía calor en mi rostro y mi corazón latía desquiciadamente.

Definitivamente ese imbécil me estaba pegando sus hábitos extraños.

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Cuando fue de noche espere por Franky, durante una semana me había acostumbrado a dormir con sus ronquidos y de alguna forma, no podía dormir si no sentía su espalda contra la mía. Esa sensación, era embriagante.

Me cuestionaba seriamente si el calor de Franky se comparaba a la adictiva cocaína.

Pelusa se volvió mi compañero de juegos y aprendí a divertirme con una simple bola de estambre, el gato y sus torpes movimientos tratando de atraparla. Escuchamos la puerta abriéndose y apareció Francisco con una bolsa de comida rápida y una expresión cansada, los turnos nocturnos siempre lo fatigaban.

Al parecer era el único que se encargaba de su tienda, no tenía ayudantes.

—Traje comida. Háganme espacio en la cama, fue un día de mierda.

El peso de Francisco cayó sobre la cama y pelusa y yo rebotamos levemente. La cara del idiota estaba hundida sobre el colchón y comencé a escuchar sus fastidiosos ronquidos por lo que rodé mis ojos, ya estaba dormido.

Saqué la hamburguesa con queso y le di una mordida. No dejaba de ver el cuerpo que estaba tirado a mi lado, Francisco tenía una actitud odiosa, pero era bien parecido, ¿por qué no tenía novia aún?

Escuchaba miles de voces féminas cuando curioseaba desde las barandillas de la escalera, parecía realmente popular.

Un trueno retumbó y sentí que la casa se movió levemente ¿o fue mi sensación?, maldición que puto día para llover. Me levanté y cerré la ventana, el cielo parecía romperse en pedazos. La lluvia comenzó a caer despiadada.

Me quedé pensando en que esta sería una representación gráfica de mi vida.

Un total desastre.

Volví a la cama y dejé la hamburguesa en la bolsa de papel. Se me había ido el apetito. Le di la espalda a Franky y miré la pared blanca, era tan simple, pero… comenzaba a agradarme.

¿Por qué me empezaba a gustar este lugar justo cuando debía dejarlo?

¿Por qué este día el frío no se esfumaba?

—Mi pequeño gatito está triste —esa voz burlona. Sentí unos brazos rodeándome la cintura y ese calor volvió a mi cuerpo incluso con más potencia.

El toque de este hombre era poderoso.

Nadie me había abrazado antes por lo que consideraba el acto como algo cursi y absurdo. Pero ahora entendía el por qué las personas querían ser abrazadas, las inseguridades y los miedos se esfumaban.

¿Por qué usaba drogas si esto era más estimulante?

—No llores, estoy contigo.

Recordé aquel sueño que tuve cuando este imbécil me rescató. Esa suave voz llena de cariño si existía y si le pertenecía a Franky.

¿Cuánto tiempo estaremos así?

Me pregunté mientras cerraba los ojos, mis párpados se sentían pesados.

Ahora me había hecho adicto a otro aroma, no era la nicotina, este era más dulce… su perfume.

.

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Siempre sufrí para dormir calmadamente. Me había acostumbrado a tener las mismas pesadillas, los gritos de mi madre, la cara demente de mi padre y el sonido crujiente de mis huesos rompiéndose. Todo sucedía igual a ese día.

Pero específicamente esa noche, unas manos cubrían mis ojos y evitaban aquella vista horripilante. Eran manos grandes que cubrían mi rostro de infante.

—No llores. Estoy contigo Jin.

Yo conocía esa voz, yo sabía de quién era ese calor.

Esto era lo más cercano a un hogar, quería quedarme a su lado por siempre. Cuando las manos se retiraron pude observar la sonrisa de Franky, era cariñosa y no tenía esa arrogancia que me sacaba de casillas.

Abrí mis ojos y me sorprendí de ver el rostro de Francisco tan cerca. No entendí como pasé de darle la espalda a estar frente a frente con él. Era realmente atractivo.

 Lo observé al punto de que podía decir con exactitud cuántas pestañas tenía en los ojos, quería grabar ese rostro en mi memoria.

—No tienes que irte si no quieres…  —sus labios se movieron, pero su rostro siguió igual de tranquilo, aquellos brazos me apretaron con fuerza y me quede anonadado. Este imbécil estaba fingiendo dormir.

—¿Cómo sabes lo que estoy pensando?

Los ojos de Franky se abrieron y observé esos ojos marrones que me volvían adicto. Nos quedamos en silencio y nos miramos por un largo momento. De repente, no sé por qué, mis ojos se volvieron acuosos.

¿Él no me quería echar a patadas de su casa?

—Si me aceptas no podrás echarme, aunque quieras —dije aquello sintiendo como mi voz se quebraba. Yo creí que había crecido demasiado rápido, pero seguía siendo un niño. Uno que necesitaba mucho amor.

Uno que siempre aspiró a tener una casa y una familia.

—Si te quedas, no tienes permitido irte… nunca.

Tal vez, aquellas palabras fueron mi salvación. Por primera vez lloré de alegría, sentía que mi alma se estaba purificando. Me aferré a la ropa de ese idiota que me trataba como si fuera un gato y ahogué mis vergonzosos gimoteos en su pecho.

Nunca olvidaré esa sensación. Era como si en mi mundo frío y gris el sol hubiera brillado por primera vez. Los dedos se paseaban por mi alborotado cabello y sentía como la bola de pelos se auto acariciaba con mi espalda.

En este mundo donde todos me habían abandonado, había dos seres que me querían como si yo fuera un tesoro que valía mucho.

Me quedaría al lado de este hombre, no importaba si su personalidad era un dolor en el culo, podría soportarlo.

.

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Comencé a ayudarle a Franky con la tienda de abarrotes. El nombre del lugar era “Raven” un nombre estúpido que hacía alusión al tatuaje de cuervo que tenía en el cuello.

Incluso los clientes le llamaban así, al parecer habían deducido que Francisco tenía ese nombre.

—Conseguiste a un ayudante muy guapo, Raven —dijo una anciana que era clienta frecuente y a la cual yo apodaba la señora de los sombreros, cada día usaba uno más extravagante que el otro. Tal vez Pelusa amaría jugar con las plumas que tenía el que llevaba puesto ahora mismo.

—¿Eso cree Sra. Smith? —ah, este bastardo… de nuevo comenzaba a dudar de mi belleza innata. Después de dejar de consumir la mierda que inhalaba, fumaba o me inyectaba en las venas, mi apariencia había mejorado. Yo estaba con la confianza por los aires, pero el bastardo de Franky se empeñaba en llevarme la contraria —Solo es un mocoso con cara de bebé, no tiene nada de atractivo.

Rodé los ojos y decidí enfocarme en las latas que estaba acomodando.

—Imbécil… —murmuré en voz baja.

Este era el primer empleo “de verdad” que tenía. No era la gran cosa, pero la sensación de que las personas te pidieran ayuda o te dieran un simple gracias era realmente satisfactoria. Mi corazón se llenaba de una sensación tibia cada vez que sucedían esta clase de cosas.

Habían pasado 3 meses desde que vivía con Francisco Robins, hace poco me había enterado de su apellido porque un ex compañero de clases le había visitado. Franky había sonreído como tonto y se comportaba como un humano decente.

Jum, era un farsante. Las personas deberían de conocer a su verdadero yo, un imbécil que no tenía modales, roncaba como si tuviera una bocina en la garganta, se le caía la baba mientras dormía, era sarcástico, grosero y comía con la boca abierta.

No era ese puto príncipe encantador que las chicas creían que era.

Apreté con saña las malditas latas y abollé una, ah… tendría que acomodarla hasta el fondo o se me rebajaría de mi salario.

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Las cosas fueron cambiando en el segundo piso. La aburrida habitación de Francisco se volvió más entretenida, con mi salario compré un televisor usado y una antena. Cuando nuestros turnos terminaban disfrutábamos de películas de acción y alguna de romance porque Franky tenía una puta manía con las cosas realmente cursis, yo terminaba riendo con esas ridículas tramas.

Su ropero se volvió más grande ya que mi ropa ocupó bastante lugar, yo era un chico en mis 20 así que tenía que tener mi guardarropa a la moda y no ropa sencilla e insípida como la que usaba Franky.

Conseguimos una mesa para que comiéramos sentados en el suelo y después compre unos cómodos cojines ya que mi trasero empezó a doler.

—Eso es porque al no tener carne allá atrás los huesos se te encajan en la poca piel que tienes —el idiota siempre se burlaba con aquellas palabras y yo terminaba golpeándolo con lo primero que encontraba.

Es extraño que, al convivir más con Francisco, aquello que me irritó al inicio, se volvió tolerable. Incluso cuando no usaba su tono mordaz… yo realmente lo extrañaba.

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Ya era octubre y habían pasado 6 meses desde que comencé a vivir con este imbécil. Hoy era domingo así que no trabajábamos, darían una película de zombis en la televisión y yo esperaba a que Franky llegara con las papas fritas y el refresco que me prometió.

Pelusa se había quedado dormido en mi regazo y le acariciaba el pelo lentamente. Él y yo nos habíamos vuelto igual de cercanos y nos entendíamos bien, creo que comencé a entender por qué Francisco me comparaba con un felino.

Pelusa y yo éramos exóticos y orgullos… pero también adorábamos recibir afecto, aunque fingiéramos que no.

Hice una mueca y moví al gato a la cama, iba a buscar a ese idiota. Bajé las escaleras y me dirigí a la puerta trasera del negocio, justo cuando estaba a punto de salir por ella escuché la voz de Franky, parecía molesto, lo sé, estaba gritando como desquiciado.

—¡Se terminó Bobby! No me vengas con excusas… —sonaba más enfadado que la vez que perdí 50 dólares de la caja registradora, los cuales encontramos después de 2 horas debajo de una lata de guisantes.

—Esto no se termina cuando a ti se te antoja Francisco —la voz del otro hombre era más chillona de lo normal, entrecerré la puerta para que no me vieran, pero seguí observando la situación. Aquella pelea tenía una atmosfera extraña.

—Creí que había quedado clara la situación cuando decidiste casarte con esa mujer y abandonar nuestra casa, empecé desde cero, ¿después de ocho años vienes a buscarme? Já, no tienes vergüenza. Ni tengo idea de cómo me encontraste, pero quiero que te largues —mi mente daba miles de vueltas.

Esta pelea se parecía a los dramas de rompimiento que había en las películas románticas. Recuerdo que Matt nos había contado sobre esta clase de situaciones. Sonaban a una pareja homosexual.

¿Franky era gay?

—Francisco… escúchame, todo este tiempo solo pensé en ti —el otro hombre gimoteaba lastimeramente. Lo consideré patético y me molestaba demasiado. Solo escuchaba patrañas de parte de ese imbécil que había abandonado a Franky.

¿Cómo se atrevía a volver? Francisco debía mandarlo a la mierda de inmediato, ya me tenía a mí.

Jin, ¿eres del tipo celoso?”

Aquella pregunta de hace meses se repitió en mi cabeza como un maleficio. Yo había experimentado algo similar a los celos a lo largo de mi vida, pero esta sensación que sentía al ver a esos dos, era más ardiente, más molesta, más irritante.

—Dame otra oportunidad —volví a mis sentidos cuando el imbécil le pidió una segunda oportunidad a Francisco. La mirada de sorpresa de Franky me dejó mudo.

¿Por qué no le decía que se fuera a la mierda? Estaba decepcionado y ahora mismo quería golpearlo en la cara, ¿qué pasaría conmigo si volvía con ese mentiroso?

Él me había dicho que no me dejaría irme, ¿esas también eran mentiras?

Al final todos me abandonaban.

Le di una patada tan fuerte a la puerta que tiré el basurero que estaba al lado cuando la madera azotó contra él. Los dos se voltearon y nuestras miradas chocaron, Franky me miraba como si hubiera visto a un fantasma y sonreí agriamente.

—Eres un puto mentiroso —mi voz se quebró y me sentí como un jodido miserable. Esta sería la última imagen que le daría a Franky, le dejaría ver mi lado más vulnerable para que se burlara con ese hombre que le abandonó por una mujer.

Yo… yo me había quedado a su lado a pesar de que se burlaba de mí, aun cuando me consideraba solamente un mocoso y sobre todo… me había quedado porque dijo que este lugar sería mi casa.

De nuevo, no tenía nada.

¿Por qué escogía a alguien que lo dejó en lugar de a mí que lo escogió con cada uno de sus defectos?

—¡No malentiendas las cosas Jin y entra a la casa!

¿Entrar a la casa? ¡Jódete! No volvería a seguir tus putas órdenes. Mis lágrimas de ira comenzaron a salir y me fui corriendo de allí, no quería volver a ver tu puta cara.

¿Querías quedarte con ese bastardo? ¡Perfecto! Me largaría para no arruinarte la vida. Volvería a vivir en las calles, yo había sobrevivido antes sin conocerte. Podía hacerlo de nuevo.

Aun cuando fuera adicto a ti, me podría reponer.

Las drogas volverían a ser mi hogar.

.

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Corrí hasta que mis piernas no pudieron más. En seis meses ese imbécil había cambiado mi vida y ahora perdería aquello que me costó conseguir. Llegué a un pequeño parque para niños y me senté en uno de los columpios, me escocían los ojos.

Me balanceé lentamente, tenía que comprender mi nueva realidad. Volver a vivir por mi cuenta parecía aterrador en este momento.

—Corres muy rápido…

Detuve mi vaivén en ese columpio y alcé mi rostro, Franky estaba recobrando el aliento, tenía sudor por todo el rostro.

¿Por qué me siguió?

Apreté con fuerza las cadenas de metal del columpio y evadí su mirada inquisitiva. No quería elevar mis esperanzas de nuevo.

—¿Por qué huiste Jin?

Ni yo lo sabía, miles de preguntas y dudas me atacaron cuando lo vi con ese bueno para nada.

—¿Tanto te repugna saber lo que soy? —la pregunta me tomó desprevenido y volví a encararte, tenías una sonrisa amarga, parecías tan vulnerable, ¿dónde estaban tus burlas y tu fachada altanera? —Sí, soy gay. Lamento que lo supieras de esta forma.

¿Creía que eso era lo que me asqueaba?

—Pft… —no pude soportarlo más, Francisco era un imbécil. Yo ya entendía qué me había pasado hace unos minutos atrás, vaya que estaba celoso y este idiota se había mortificado porque yo le odiara ya que descubrí sobre su orientación sexual.

Comencé a reír y mis preocupaciones se fueron. Yo había sucumbido ante esta droga.

Mi narcótico se creaba con amor y se llamaba Franky; su nombre científico era Francisco Robins y los efectos secundarios al consumirlo eran incremento de temperatura, sudor excesivo, adrenalina y falta de aliento.

—¿Te estás burlando de mí? —preguntaste alterado y negué con mi cabeza indicándole con la cabeza que se sentara en el columpio a mi lado, obedeció y comenzó a mecerse lentamente también.

Los dos estábamos silenciosos mientras mirábamos el cielo que no tenía ninguna estrella a la vista, solo era un manto oscuro, tan negro como el cabello de Franky, tan tranquilo como su aliento rebotando en mi nuca, tan claro… como mis sentimientos recién descubiertos.

—No me importa que seas gay —dije finalmente —Seguirás siendo el mismo imbécil seas heterosexual o no.

—¿Por qué huiste? —volviste a preguntar y sentí tu mirada perforando mi perfil.

—Porque soy una persona celosa, Franky —confesé encarándolo. No me interesaba que mi secreto fuera descubierto, ya estaba harto de ocultarme las cosas en mi interior. Tu cara era de sorpresa, al parecer no te esperabas algo así de mi boca.

—¿Es una de tus putas bromas?, porque si es así, te juro que yo…

—¿Crees que bromearía con algo así? —le pregunté de regreso, alcé mi ceja e hice una mueca de incredulidad —Ya es lo suficientemente malo aceptar que un tarado como tú me guste, no hagas las cosas más difíciles para mí.

Aquellas palabras eran fáciles de decir porque había verdad en ellas.

—No puedo creer que el mismo día que descubro mis gustos tengo que lidiar con tus estupideces, ya es horrible tener que declararme Franky-sexual… maldición, debo ser masoquista por querer estar con un grano en el culo como tú.

Mi columpio fue jalado por su mano y nuestras caras se encontraron, Francisco me miró fijamente a los ojos tratando de descifrar mi caótica alma.

—Te lo dije Jin. No tienes permitido irte nunca, eres mío desde el momento en que no te fuiste— aquellos ojos marrones se oscurecieron y le sonreí.

Eso era lo que yo siempre había deseado, a alguien que me cuidara como lo más valioso de su vida.

—Y tú no tienes permitido abandonarme —declaré y entonces me incliné para saborear esos labios que murmuraban tantas cosas que me irritaban día y noche.

Finalmente consumía aquella droga en su estado más puro.

Maldición, de esta adicción yo no me libraba ni con tratamiento.

Era dulce, suave, tóxica… y lo mejor es que yo era el único al que se le permitía consumirla.


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