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Love Affair por MissWriterZK

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Los rayos de sol penetraban por los vidrios de los inmensos ventanales que rodeaban la suite e incidían con delicadeza sobre las amantes que yacían plácidamente dormidas. El sol comenzaba a despertarlas y calentar sus pieles. Esa vez, la primera en despertar fue la pelirrosa, quien sonrió inmediatamente al recordar todo lo que habían experimentado el día anterior.

Una de sus manos viajó al caballo azabache de la roquera y se perdió entre su espesura y suavidad. Sonreía totalmente enternecida ante la vista angelical que tenía ante sus ojos, no todos los días tenía la oportunidad de ver a Marceline con esa expresión tan adorable que hacía peligrar su perfil de chica mala.

«Hoy todo cambiará. Probablemente, para esta hora muchas de las revistas hayan sido vendidas y leídas y la noticia se habrá extendido rápidamente entre los medios y los fans. A partir de ahora comienza una nueva etapa en la que caminaremos la una junto a la otra sin importar nada» pensó para sí misma, mirando la hora en su teléfono móvil. Eran más de las diez.

La morena comenzó a emitir gruñidos bastante adorables y a frotarse los ojos con pereza para ayudarse a despertar, ella, quien estaba in fraganti, decidió permanecer inmóvil. Cuando sus hermosos grises se abrieron, lo primero que encontraron fue la sonrisa radiante de la princesa y su mirada celeste.

—Buenos días, princesa. ¿Has dormido bien? Es algo extraño que hayas despertado antes que yo —saludó somnolienta, acomodándose y arrastrando a la menor a sus brazos.

—Me haces cosquillas —protestó, al sentir su cabello en su espalda, para temblar de pies a cabeza cuando sintió la dulzura con la que la morena besó el hueco de su clavícula.

—Tengo ganas de un buen desayuno mientras disfrutamos del jacuzzi, ¿qué te parece si llamamos al servicio de habitaciones? —propuso con una sonrisa encantadora, olfateando los cabellos rosados de su novia— Hueles tan bien… La dulzura que desprendes no tiene igual.

—¿De qué hablas? Ayer usamos el jabón y champú del hotel —contestó riendo, enlazando sus manos.

—Ningún perfume o gel huele exactamente igual en dos personas diferentes. Cada piel tiene su propio aroma y características y tú, tú hueles dulce…

La princesa salió de su abrazo para dar un pequeño paseo por la habitación con el que estirar sus músculos y despejarse levemente. Mientras tanto, la cantante estaba recostada provocativamente en la enorme cama, deleitándose con aquellas vistas dignas de elogio, tragando saliva al ver todas las marcas en su cuerpo. Esas marcas habían sido provocadas por ella y cada una evocaba un recuerdo diferente.

Rodó sobre la cama con bastante pereza para marcar el número del servicio de habitaciones en el teléfono fijo.

—Buenos días, me gustaría ordenar un desayuno compuesto de todo tipo de frutas, bebidas vegetales, café y pasteles a la suite real. A nombre de Marceline Abadeer, por favor —hablaba, jugando con el cable del teléfono—. El desayuno ya está encargado…

Con esas palabras, salió de su crisálida de sábanas de seda blancas y se puso un simple albornoz de algodón blanco, alborotando su cabello con sensualidad mientras se miraba al espejo y lavaba su rostro para despejarse.

Bonnie estaba sentada en una de las cómodas butacas y miraba el paisaje de la ciudad que se rendía a sus pies. El bullicio, el tráfico, las personas yendo de un lado para otro… Eso era lo único que distinguían las vistas de cualquier obra de arte. Un largo suspiro se escapó de sus labios, no había consultado nada de tecnología y no sabía cuál era la situación de su relación recientemente confirmada de la mejor forma posible.

—Todo estará bien si permanecemos juntas, prometo protegerte. Ahora, descansemos y disfrutemos de un delicioso desayuno… —susurró con dulzura junto a su oído, abrazándola por la espalda y posando su mentón en su hombro, besando su mejilla.

Llamaron a la puerta y se alejó para abrir, descubriendo que se trataba del desayuno recientemente encargado. Agradeció y pasó con el desayuno, llevándolo con absoluta delicadeza a la mesa de café que estaba junto a Bonnie.

—No sabía qué querías, así que pedí un poco de todo. Toma, café y un pastel de nata y fresa.

—Gracias…

Desayunaron disfrutando del silencio y observándose mutuamente, diciendo mucho más con la mirada que con simples palabras. Sus orbes expresaban un universo de intenciones y un mar de sensaciones. Sus sonrisas eran genuinas y su complicidad inaudita… Simplemente, estaban hechas la una para la otra.

Bonnie creció esperando un príncipe azul y se encontró con una princesa vestida de negro, tatuada y con bastantes piercings. Pero esa princesa roquera, la trataba como una diosa, la comprendía mejor que nadie en el mundo y jamás le haría daño. Se sentía segura a su lado.

Volvieron a sumergirse en la bañera de hidromasaje para relajar sus cuerpos, acompañados de exquisita música clásica y de velas aromáticas. Todo era absolutamente perfecto, nada podría estropearlo.

No tardaron demasiado en vestirse para abandonar la habitación y salir de aquella burbuja de confort. Llegó la hora de enfrentarse a la verdad de la realidad y a la forma en la que su relación habría sido afrontada. Marcy llevaba unos jeans negros desgastados y rotos por la rodilla con una camisa gris claro, una chaqueta de cuero negro, botas militares y gafas de aviador; mientras que Bonnie llevaba unos jeans blancos con una camisa rosa maquillaje y una americana crema con unos zapatos blancos y gafas de sol.

Tomaron sus manos antes de abandonar el hotel y, nada más salir, las hordas de periodistas y fans estaban ahí para entrevistarlas y confirmarlo todo.

—Sí, estamos saliendo de nuevo. No, no es por marketing y si hemos pasado la noche juntas o no, no es de su incumbencia. —Marceline contestaba a todas las preguntas con profesionalismo, mientras guiaba a su amante, tomada por la cintura entre la multitud hasta llegar a un taxi.

—Debemos ir a tu reino, primero te dejaremos en casa para que hagas las maletas y luego yo empacaré algo. Iré a recogerte en mi coche y nos iremos, creo que la hora de organizar el baile de máscaras ha llegado ya —decía la morena, enlazando sus dedos con los de ella y besando su mano con ternura.

—De acuerdo, debemos hacerlo oficial con un acto público. ¿Me creerías si te dijera que extrañaba ser perseguida por la prensa rosa?

—¿Acaso los paparazzi acosándonos para obtener fotos subidas de tono no eran suficientes para ti? —bromeó, picando de forma coqueta y llevando su mano libre a colocar bien un mechón de cabello rebelde tras su oído.

—Me va el riesgo, ¿no lo sabías? —Continuó con el juego, dedicándole una mirada seductora y una sonrisa socarrona.

—Querida, estás saliendo conmigo por segunda vez. Creo que eso lo dice todo… Te gustan las chicas malas de gran corazón.

—Te equivocas, solo me gustas tú… —susurró con confidencialidad, antes de robarle un beso fugaz y volver a centrar su mirada en el paisaje.

«Es demasiado linda… No me esperaba eso, siento que mi cara arde. ¡¿Por qué tiene ese efecto en mí?!» pensaba la cantante para sí misma, haciendo una expresión de molestia bastante adorable que consiguió que la princesa soltara una carcajada limpia.

La princesa fue dejada en su residencia y la roquera se puso a hacer las maletas. No sabía por cuánto tiempo debían permanecer en el reino, así que prefirió echar bastante ropa. No tardó demasiado, estaba acostumbrada a empacar gracias a sus giras y conciertos.

Decidió dar media hora de cortesía a Bonnie, preparando unos tentempiés para el viaje tan largo con los que matar el hambre. Contempló su reloj y cogió las llaves del coche, cargó las maletas y arrancó para ir a buscarla.

La avisó con un mensaje antes de salir, por lo que, al llegar a su apartamento, ella ya estaba esperando en la puerta. Salió del coche, la saludó con un tierno beso en la mejilla y cargó sus cosas.

—Por aquí, princesa —dijo abriendo la puerta del copiloto y ofreciendo su mano como soporte para que entrara con glamour y comodidad.

—Gracias, cariño —agradeció, provocando que, con esa palabra, el rostro de la morena se tornara rojo.

—No hay de qué, mi amor. —Ella también sabía jugar a las cursilerías y dijo eso en un susurro, antes de robarle un beso lento y dulce.

«La jugada se volvió contra mí…»

Sonriendo victoriosa, comenzó a conducir rumbo al reino del que su novia era soberana. El largo trayecto pasó con cierta rapidez, aliviado gracias a la exquisita selección de música, el paisaje y las conversaciones que mantenían

Antes de que pudieran darse cuenta, ya estaban entrando por las puertas del palacio cargadas de maletas y rodeadas por el pueblo emocionado. Parecía que la hora de las explicaciones llegó antes de lo previsto.


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