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Love Affair por MissWriterZK

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La cita había sido un completo desastre, ¿cómo se podía ser tan idiota y maleducado? ¿Qué había hecho ella para merecer un castigo así? Lo primero que llegó a su mente fue la idea del karma respecto a cómo se había comportado con su ex. Ni siquiera ella sabía el porqué de su hostilidad, la había superado, ¿verdad? ¿Por qué no podía comportarse como una adulta civilizada y colaborar con ella? ¿Por qué quería que ella sintiera todo el dolor que le había provocado? ¿Acaso era tan difícil pensar de manera racional?

Llegó a su casa totalmente agotada y sin ganas de hacer nada. Las eternas horas que había estado con él fingiendo tener una relación fueron el mayor desperdicio de su vida. El tiempo es oro y en ese sentido, estaba perdiendo millones de dinero.

Solo pudo suspirar con pesadez, dejándose caer en la comodidad de su sillón, al mismo tiempo que miraba el reloj de pared. Eran más de las doce de la noche, solo se echaría unos minutos y luego compondría algo para su nuevo álbum o al menos, eso era lo que tenía pensado. La realidad fue muy diferente, lo que lo despertó fue el sonido del timbre seguido de un terrible dolor de cabeza.

DÍA 2

Desorientada, miró la hora en el reloj de pared y sus ojos se abrieron como dos platos, ¡se había dormido en el sillón! ¡Y lo peor es que había sido totalmente destapada! Debía cuidar de su garganta y esa noche le pasaría factura. Se desperezó mientras caminaba hacia la puerta y abrió frotándose los ojos, encontrándose con su ex, tan impecable como siempre.

—Buenos días… —saludó la recién despertada bostezando.

—¿Te encuentras bien?

—Me dormí en el sillón, nada del otro mundo.

—Veo que sigues manteniendo esa costumbre. —habló con diversión la periodista mientras acompañaba a la morena al salón.

—Ha sido sin querer, solo quería dormir diez minutos, no ocho horas. Acabo de desperdiciar mi día. Si me disculpas, voy a darme una ducha para despejarme.

Con esas palabras se alejó subiendo las escaleras que conducían a la planta superior en la que se encontraba el dormitorio principal, su baño privado, un mini gimnasio y la habitación que había sido suya durante su relación.

Bonnibel se encontraba en un humor algo lamentable después de todo lo que había llorado y gritado el día anterior, pero no podía demostrarlo, debía permanecer profesional, ante todo. Se dirigió a la cocina para prepararle algo de desayunar a la pelinegra, probablemente tendría que enfrentarse a una discusión, pero no quería perder el tiempo.

Cuando la anfitriona regresó de su ducha, pudo encontrar un delicioso desayuno preparado por ella para ella. Eso la hizo sonreír internamente, aunque su orgullo no le permitía ser totalmente sincera.

—Creía que decías que los modales eran algo indispensable, princesa. —dijo con un tono sarcástico, antes de tomar el vaso de zumo de naranja y beber lo suficiente como para calmar su sed.

—No quería perder el tiempo. No te hagas ilusiones.

—¿Ilusiones? ¿Yo? ¡Qué graciosa!

—Come y calla. Tenemos un artículo en el que trabajar.

—Bueno, primero tengo que darte el veredicto. ¿Me dejas ver tu trabajo? —contestó con una voz socarrona, sentándose en su sillón y mordiendo el pan tostado.

—Toma…

La joven de melena azabache, larga y espesa comenzó a leer como si aquello fuera un best seller, no entendía el motivo, pero esas palabras tenían su total atención y concentración. Acababa de descubrir que ese era uno de los caminos para llegar a la ventana del alma de la princesa y periodista, quizá se había equivocado con ella. Esa redacción era impecable y el mensaje que transmitía era claro, cálido, cercano y lleno de sentimientos, en especial la reflexión personal. ¿Intentaba pedirle perdón con eso?

Terminó de leer y lo único que pudo hacer fue mirarla a esos ojos violáceos que una vez la reflejaron en los matices más apasionados de su vida, descubriendo que estaban enrojecidos e hinchados. Había estado llorando durante mucho tiempo, seguía siendo una bebé llorona y el motivo fue casi indudablemente, el artículo que ella le pidió.

—Lo siento… —dijo en un susurro más para sí misma que para su acompañante, aunque llegó a sus oídos.

—¿Por qué?

—Tus ojos. Perdóname, fui egoísta y no pensé en lo que supondría para ti rebuscar en tus recuerdos más personales en soledad.

¿Era cosa suya o Marceline se estaba disculpando con ella? No, no era cosa suya, se estaba disculpando, podía escuchar y ver la sinceridad en sus palabras y ojos. Jamás creyó que volvería a mostrarle esa faceta.

—No pensé que te disculparías. De todas formas, la culpa fue mía por ser tan sentimental.

—Bueno, según reflejas aquí tengo un gran corazón, quizá eso es lo que provoca que me disculpe.

—…

Si algo estaba claro era que nada se resistía a sus ojos, no importaba el tiempo que estuvieran separadas. Se conocían tan bien la una a la otra que eran capaces de saber lo que les ocurría sin tener que conversar, una mirada bastaba. Y ahí se encontraban, una al lado de la otra, sentadas con sus cuerpos en tensión, rogando para que no se rozaran. Porque no sabían cómo reaccionar en su presencia. Eran penosas, lamentables y muy orgullosas.

—Dame diez minutos.

—¡¿Dónde vas en plena entrevista?!

—¡Es una sorpresa! Y, además, todavía no has abierto la boca para preguntarme nada sobre tu trabajo. Aprovecha y relájate, no muerdo.

Esa expresión fue la que trajo a su mente toda clase de recuerdos pasionales de sus encuentros más prohibidos y oscuros, aquellos momentos que la piel jamás olvidaría. El fuego entre sus cuerpos en contacto y el cielo al alcance de sus manos.

—Sí que muerdes y te encanta hacerlo. —protestó algo ruborizada debido a esos recuerdos de alto voltaje.

Marceline agradeció enormemente estar de espaldas a ella, porque no pudo evitar morder su labio con deseo y desesperación, dibujándose una sonrisa ladeada en su rostro. Ella tenía razón, sí que mordía, pero precisamente, no le desagradaban esas muestras de pasión, sino todo lo contrario, ella era siempre la que rogaba más.

—A ti te encantaba sentir mis dientes en tu piel. No es mi culpa. —contestó girando su cabeza para mirarla con intensidad y dedicarle una sonrisa insoportable que consiguió acelerar su corazón.

«¡Maldito corazón! No te aceleres ahora, no queremos que piense algo que no es» pensó llevándose una mano al pecho para intentar calmar el latido frenético de su corazón que amenazaba con salirse de su pecho.

Durante su espera, no dejaba de pensar en qué estaría preparando y por qué en ese momento. Cuando hacía eso siempre era para reírse de ella, ¿sería esa una situación de aquellas? No lo sabía y solo lo comprobaría a su vuelta.

—Disculpa el retraso, pero no encontraba algunas cosas. Toma. Vamos a correr. —habló ofreciéndole algo que provocó que ahora quien abriera los ojos como platos fuera la pelirrosa.

¡Era su ropa! Una ropa deportiva que Marceline le regaló y que ella misma olvidó en su casa cuando todo acabó. Estaba perfectamente doblada y olía a suavizante fresco, seguro que la lavaba periódicamente. Comenzaba a poder ver a través de sus muros.

—¿Qué miras? Solo vístete. ¡Rápido! —ordenó perdiendo la paciencia, para sonrojarse cuando ella fue al baño. Llevándose una de sus manos gélidas a su rostro para ayudar a bajarlo, necesitaba mantener su frialdad.

Volvió a agradecer enormemente llevar sus gafas de sol puestas porque así, pudo contemplarla sin disimulo una vez que salió vestida con esa ropa de compresión. Según su vista de halcón, sus pechos eran mucho más grandes de lo que lo eran entonces, al igual que sus glúteos. Parecía que había terminado de desarrollarse y ahora se entretendría poniéndola contra las cuerdas de manera inconsciente. Nunca se alegró más de sus ropas poco ceñidas, de lo contrario, no prestaría demasiada atención a sus cuestiones.

—¿Me queda bien?

Desconocía el porqué había preguntado eso, ¿para que necesitaba su aprobación si ya no formaba parte de su vida?

—Demasiado bien. Estás perfecta, tal y como siempre. ¿Vamos a correr o quizá prefieres rechazar mi invitación? No de juzgo, no debes de estar nada cómoda conmigo.

—Yo te sigo.

—Dime que relaje el ritmo si voy muy rápido, no quiero que te agotes. No sueles hacer este tipo de ejercicio físico.

—¿Desde cuando eres tan atenta? —preguntó con ironía, quería picarla.

—Tú me volviste así. ¿Es que quieres que te trate como un objeto? No digas tonterías y vamos, estamos perdiendo tiempo.

Esa conversación terminó y comenzaron con el jogging matutino, gracias a que era otoño, la temperatura fresca ayudaba a mantener el ritmo y a no fatigarse. Se sentía tan bien poder disfrutar de momentos así a pesar de su ruptura. Por primera vez la luz seguía a la sombra, contemplando su figura y la espalda a la que tantas veces se había abrazado para llorar o buscando calor.

Marceline se encontraba feliz porque podía compartir su hobby con ella, puede que esa práctica se volviera rutinaria porque, ¿qué mejor manera de comenzar un día llena de energía que corriendo? A veces sentía como si el tiempo no hubiese pasado, pero mirándola, podía comprobar que un abismo las separaba. ¿Acaso se arrepentía? ¿Acaso quería disculparse y retomar las cosas donde lo dejaron?

Solo el tiempo lo diría, de momento se centró en hacerle posible la entrevista, facilitándole cosas y entorpeciendo otras, porque de lo contrario todo sería muy aburrido. Ella necesitaba emoción en su vida, y, siendo realistas, esa emoción y esos sentimientos desaparecieron junto con ella.

Era un día extraño, Bonnie había llorado por ella y había aparecido en sus sueños. No era garantía de que el día siguiente fuera igual de bueno y comunicativo. Eso era lo que las hacía especiales, su espontaneidad.

Llegaron a un parque repleto de césped verde que comenzaba a teñirse de distintos colores como rojo, amarillo y marrón, debido a las hojas de los árboles caducifolios que caían cubriendo el suelo. Amaba el aroma del rocío de la mañana, ese parque era uno de los favoritos de la cantante, no era muy grande, pero era familiar e íntimo, lo que le permitía poder entrenar sin tener que preocuparse por la gente y sus hordas de fans.

Bonnie se sentó en un banco de madera jadeando. Quizá la pelinegra había sido demasiado intensa en su primera vez (no malpenséis XD). Ella se acercó, ofreciéndole agua y una expresión orgullosa.

—Toma, bebe. Lo has hecho bien para ser la primera vez. Puedes respirar tranquila y no te olvides de estirar. Si necesitas ayuda, dímelo.

La periodista solo pudo sonrojarse y beber de su botella. Estaba volviendo a conquistarla con esas sonrisas sinceras, no sabía si prefería la frialdad a esto.

—Espero que me estés mirando para aprender a estirar y no para deleitarte la vista. Tampoco te culpo, soy una diosa. —se burló con diversión, aumentando el rubor de la pelirrosa.

—Justo cuando creía que habías cambiado algo. Eres idiota.

—Eso no te molestó para salir conmigo, ¿me equivoco?

—Y pensar que ayer no podías verme…

—No he dicho lo contrario. Estoy colaborando para regresar a mi tranquilidad habitual lo más rápido posible. —mintió con excelencia. Era una mentirosa compulsiva, no podía dejar que supiera todo lo que pensaba. Su orgullo no lo permitía.

—¡Perfecto! ¡Así podré olvidarme de ti! —gritó enfadada, lanzándole la botella y comenzando a caminar furiosa.

«Mierda… Hemos vuelto a liarla»

—Eh, espera. ¡No te enfades! ¡Te vas a arrugar! —dijo persiguiéndola e intentando suavizar la situación.

—¡No me importa! ¡No tengo a nadie a quien impresionar!

Acababa de tocar una fibra sensible y lo sabía. ¿Podía meter más la pata? Solo había una forma de arreglar la situación y ella suspiró antes de tomarla por la muñeca y voltearla para mirarla a los ojos.

—¿Me vas a escu… Espera, ¿por qué lloras?

—Tú tienes la culpa. ¡Me haces así!

—Llorona, ven aquí. —susurró secando sus lágrimas y abrazándola. Había vencido a su orgullo por unos momentos, no iba a dejar que llorara otra vez.

—Creía que habías dicho que querías deshacerte de mí. —protestó intentando escapar de ese abrazo.

—No puedo verte llorar, no es mi culpa. —confesó atrayéndola de nuevo, el rubor cubría sus mejillas. La situación era incómoda y vergonzosa, pero era la única forma de que dejara de llorar.

—No puedo respirar… —volvió a protestar, estaba siendo sofocada por los grandes senos de la roquera.

Lo que ambas desconocían era que un periodista de una revista rival a la de Bonnie, las había estado siguiendo desde que salieron a correr y tomó fotos de los momentos que podían ser malinterpretados.

—Mañana esta será la noticia del día… —rio con malicia frotándose las manos y desapareciendo de ahí lo más rápido posible.


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