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Las perlas de Agra por EmJa_BL

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Notas del capitulo:

¡Hola a todos!

Este nuevo caso comienza, ¿y quién es la institutriz?

 

La casa de la señora Ehle, de hecho, no estaba muy lejos de Baker Street, podían haber llegado perfectamente sin carruaje pero no parecía que Charlotte tuviese gran gusto por caminar por la calle y mucho menos acompañada del famoso detective. Eso sin duda hubiese llamado mucho más la atención.

 

Al llegar, un sirviente les abrió la puerta, haciendo una reverencia e invitándoles a pasar. Sherlock fue el último en entrar y cuando lo hizo, dijo sin girarse:

 

- Deje la puerta abierta, por favor.

 

El sirviente pareció dubitativo y miró a la señora de la casa esperando una confirmación de la orden. Ella estaba sorprendida y miró a Holmes confusa.

 

- No se preocupe, no será mucho tiempo. - y Sherlock se quedó parado, esperando hasta que oyó unos jadeos detrás de él y no pudo evitar sonreír con satisfacción mientras se giraba, resuelto. - Señora Ehle, le presento al doctor Watson. Ya puede cerrar la puerta si gusta.

 

- ¡El doctor Watson! ¡Dios mio, me encanta "El signo de los cuatro"! ¿Pero usted no se había marchado de Londres?

 

- Señora Ehle, si fuera tan amable de indicarnos dónde sucedió el robo. - se apresuró a cortarla Holmes.

 

Ella los condujo hasta su propia habitación, donde había tenido lugar el suceso. Sherlock sacó su lupa y comenzó con la observación minuciosa. John se arrodilló a su lado y se rascó la nariz molestó, antes de empezar a hablarle en susurros.

 

- Eres un capullo, Sherlock. ¿Por qué no me has esperado?

 

- Sabía que me seguirías y esperarte habría generado una serie de preguntas incómodas. Parece que no eres consciente del revuelo que se va a generar cuando los periodistas se enteren de que has vuelto.

 

- Tampoco será para tanto.

 

- Seguiremos con esta conversación mañana y veremos entonces quién tiene razón. - respondió con una sonrisa satisfecha. Se veía tan contento que resultaba molesto.

 

Primero observó el suelo de madera, en busca de algún indicio. Había huellas pero por la forma y el tamaño parecían ser de la propia señora Ehle y de sus sirvientes, nada especialmente reseñable. Se dirigió hasta el tocador y vio que todo estaba exquisitamente ordenado, incluido el bonito joyero que descansaba sobre él. Quien quiera que fuera el ladrón sabía bien dónde buscar la joya o al menos que esta no podía estar guardada con las demás.

 

La caja que había contenido la diadema robada estaba sobre una mesita auxiliar, abierta, mostrando que se encontraba vacía. Sherlock acercó la lupa a su interior y luego la dejó en el suelo y cogió la caja, cerrándola, y la alzó para mirarla desde distintos ángulos. Era sencilla, de fuerte madera, pequeña y rectangular con un mecanismo de llave que la cerraba.

 

Sin ningún tipo de cuidado, levantó el colchón para descubrir bajo él el compartimento secreto donde solía estar guardada la caja. Era muy estrecho, tanto que parecía difícil que entrase y saliese con comodidad. Sherlock frunció el ceño y después bajo el colchón.

 

- ¿Dónde soléis guardar la llave que abre la caja?

 

- Pues la suelo llevar siempre encima.

 

- ¿Sería tan amable de mostrármela, por favor? - pidió Holmes extendiendo la mano. La mujer asintió y se quitó la larga cadena que escondía su llave debajo de su escote. - Ahora coja la caja y dígame si nota algo extraño en ella.

 

La señora Ehle, muy sorprendida, miró a su guardaespalda y a su sirviente y después al doctor Watson, que se había cruzado de brazos para asistir al espectáculo que a Sherlock siempre le gustaba dar antes de soltar una de sus magníficas deducciones.

 

- Pues... no entiendo a dónde quiere ir a parar. No parece que hayan forzado la caja. Está como nueva.

 

- Es que de hecho es nueva, señorita Ehle. Lo que sostiene usted en sus manos es una réplica de la caja que contenía la diadema, muy bien hecha, a juzgar por su reacción. El ladrón no abrió la caja, se llevó la original y la sustituyó por esta. Eso le ahorraría tiempo, dado que ya perdería bastante con el simple hecho de sacarla con sumo cuidado del sitio en el que se guardaba. Esto nos indica que el ladrón conocía su apariencia, si no no habría podido hacer una copia de la misma y es posible que el robo ni siquiera se produjera anoche, cuando notó la ausencia de la joya al abrirla para hacer la comprobación que suele realizar, ¿cuantas veces? ¿Una vez por semana?

 

- ¿Pero cómo es que pude abrir esta caja con la llave si no es la mía? - preguntó la señorita Ehle y Sherlock alzó la llave ante sus ojos para que la viera.

 

- Esta llave está hecha de hierro. Usted dice que la lleva todo el tiempo consigo y no dudo de su palabra, pero no creo que se la deje puesta cuando va a darse un baño, ya que el agua la estropearía. Alguien la cogió entonces e hizo un molde de ella para que la caja de fabricase pudiese ser abierta con la misma llave. Un trabajo minucioso, no cabe duda.

 

John no pudo evitar sonreír y casi se le escapó una exclamación que admiración que supo contener. La experiencia le estaba enseñando a controlar su euforia cada vez que Sherlock lo sorprendía con una deducción.

 

Dejando a la señora Ehle con la boca abierta, Holmes se marchó a interrogar a los sirvientes. Para ser una casa tan grande y rica no había demasiados. Una cocinera, el mayordomo, una criada y el guardaespaldas.

 

Necesitaba saber qué había sucedido en la casa en ese plazo de una semana en el que podía haber acontecido el robo antes de que se percatasen del mismo.

 

Todos confirmaron que la señora Ehle tenía un total de cinco amantes, la mayoría de gran fortuna, a excepción de uno, y todos habían estado en la casa en al menos una ocasión en esa semana, pero la señora Ehle había permanecido con ellos en todo momento. Sherlock intentó evitar que dirigiesen la conversación a los que ellos consideraban los culpables más obvios y que simplemente relatasen todos los acontecimientos, por estúpidos que pareciese, que habían sucedido.

 

John apuntó en su libreta de cuero todo lo que le parecía relevante mientras Holmes escuchaba, dando vueltas de un lado a otro con las manos juntas a la altura de sus labios, como en posición de rezar.

 

Finalmente anocheció y decidieron que era hora de marcharse.

 

Como John ansiaba volver a sentir el ambiente londinense después de tanto tiempo y hacía una encantadora noche de finales de verano, decidieron volver caminando a casa.

 

Había mucho de qué hablar y aun cuando habían realizado todo el camino de Irlanda a Inglaterra juntos John no se había atrevido a hacer las preguntas que le atormentaban. Un año era bastante tiempo, si lo comparaba con el que habían pasado juntos. ¿Qué había sido de Sherlock durante ese periodo? ¿Qué había estado haciendo? ¿Había pensado en Ella, se había preguntado cómo sería o siquiera se habría preocupado porque creciera sin conocerlo?

 

No había nada que John desease más en el mundo que poder tener una conversación con Sherlock como las que solían mantener cuando se acaban de conocer. Discutir burlándose el uno del otro, olvidarse de comer y tener que ir a un lugar de mala muerte para poder llevarse un bocado a los labios, y fumar juntos, compartiendo el tabaco hasta dejar todo el piso lleno de humo.

 

Watson estaba confundido. Ya no eran solo dos, aunque caminasen por la calle fingiendo ser los mismos compañeros de antes, ahora estaba su hija y Sherlock apenas hacía una semana que la conocía por primera vez y hacía tan solo un día que la niña había consentido por fin que su padre la cogiese en brazos sin entrar en pánico.

 

- ¿Te he hablado del caso del guardia invisible?

 

- ¿Qué? - preguntó sorprendido John, saliendo de su estupefacción y Sherlock sonrió levemente al ver que por fin lo miraba de nuevo.

 

- Lo resolví hace un mes. Ocurrió en esta misma calle. En esa casa de allí. - señaló un edificio que tenían al lado y comenzó a relatar el caso con gran elocuencia, como siempre hacía.

 

- ¡Estás mintiendo, si hubieses tenido un caso así habría salido en los periódicos! - exclamó cuando finalizó Watson, sorprendido por lo ingenioso e inverosímil de su historia.

 

- Lo importante, querido Watson, es que he conseguido mi propósito. - dijo resuelto y se detuvo en la puerta del 221B para darle tiempo a John para darse cuenta de que había conseguido distraerlo todo el camino hasta llegar a casa, consiguiendo que se olvidase durante unos minutos de sus problemas.

 

Aquello había sido muy amable, pensó Watson, y se sonrojó al instante. Sherlock no le dio un segundo para reponerse antes de abrir la puerta y entrar al rellano. Olía maravillosamente a estofado y desde el piso de arriba se oía a Ella riéndose a carcajadas.

 

Holmes se quedó perplejo porque era la primera vez que oía a su hija reír de ese modo. En el escaso tiempo que habían pasado juntos le había parecido un bebé más bien taciturno y sin embargo estaba haciendo aquello.

 

John sonrió ampliamente y subió las escaleras con rapidez mientras exclamaba alegre.

 

- ¡Dios mio, ya ha llegado!

 

- ¡¿Que ha llegado quién?! - preguntó terriblemente molesto Sherlock. No soportaba no saber, igual que no soportaba las sorpresas o que algo se escapase de su control.

 

Siguió a Watson de cerca y cuando llegó al segundo piso vio que la señora Hudson con una sonrisa de oreja a oreja en los labios, sentada al lado de otra mujer, que estaba haciéndole cosquillas a Ella, quien estaba radiante como un rayo de sol, feliz.

 

- ¿Señorita Morstan? - dijo sorprendido Sherlock y la mujer se giró para mirarle con gesto contento y amable e hizo una leve reverencia con la cabeza de manera educada.

 

- Señor Holmes.

 

- ¿Has tenido un buen viaje, Mary? No he tenido tiempo de desalojar mis pertenencias de la habitación de arriba, pero mañana lo dejaré todo despejado para que puedas acomodar tus cosas. - dijo John mientras se acercaba hasta Ella, que se giró para abrazarlo.

 

- ¡Mamá!

 

Watson correspondió al abrazo y cogió a la niña en brazos, besándole las mejillas sonrosadas mientras ella agitaba las piernas alegremente.

 

Sherlock fulminó con la mirada a John, esperando una explicación de sus labios, aunque claramente había deducido de qué iba todo aquello. John posó sus ojos en él, enfrentándolo, pero después suspiró y aún con la niña en brazos se dirigió a la esquina contraria de la habitación para empezar a hablar con Holmes en susurros.

 

- ¿Cómo se te ocurre contratar a una institutriz sin mi permiso? ¡Es mi casa!

 

- También es la mía, Sherlock. Mary me ha estado ayudando todo este tiempo en el que tú no estabas. - escupió sin ocultar su rencor. - Además, Ella la adora, ya lo has visto.

 

- ¡Protesto, John! No tengo constancia de que la señorita Morstan posea el nivel necesario en materias tan básicas como la química o la música.

 

- Nuestra hija tiene menos de dos años, no necesita conocimientos de química, y te aseguro que la señorita Morstan es muy virtuosa con el piano y tiene voz de ángel cuando canta. Y antes de que saques otra excusa estúpida como que su apariencia no es adecuada quiero dejar claro que a mi eso no me importa, del mismo modo que sé que a ti no te importa lo más mínimo. Necesito una persona en la que pueda confiar y de cuya conducta me sienta seguro y Mary es sin duda el modelo de mujer en el que quiero que Ella se fije y una buena amiga.

 

Holmes se giró para mirar a Mary: llevaba un traje castaño compuesto por falda larga, una chaqueta con las mangas de jamón y un sencillo sombrero de igual color. Hablaba con la señora Hudson animadamente. A simple vista no había nada que objetar. Había conocido a Mary lo suficiente como para saber que era una mujer capaz, algo extraña, sin duda, pero eso no era lo que le preocupaba.

 

- No te estoy pidiendo permiso para contratar a Mary. Eso es cosa mía porque he sido yo hasta ahora el único que ha criado a nuestra hija. - la voz de John era áspera y seguía teñida por el reproche, pero todo él se suavizó al ver el rostro dolido de Sherlock. John había cometido el error de pensar que aquello no le importaba ni le afectaba. - Ya no somos solo dos, Sherlock. No puedes pretender que todo siga como antes.

 

Holmes comprendía la actitud de Watson y no le culpaba por ella, aunque no la aceptase. Sabía que lo único que podía hacer para recuperarle era ganarse de nuevo poco a poco su confianza y eso pasaba por aceptar aquella decisión que había tomado unilateralmente, con el sorprendente apoyo de la señora Hudson, por lo que parecía.

 

Sherlock se quedó callado y buscó en su mente la primera impresión que tuvo de la señorita Morstan, sin dejar de mirarla: amante de los gatos, políglota, guardiana, miope, institutriz, beta, hija única, romántica, mentirosa, decepcionada, feminista, inteligente.

 

- Está bien. - dijo por fin Sherlock.

 


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