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The Gift por midhiel

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The Gift

Capítulo Tres

Jean permaneció en el despacho sentada con la cabeza hacia arriba mirando el techo para detener la hemorragia nasal. Hank le hizo las curaciones y le midió la presión sanguínea, además de escucharle los latidos y los pulmones. Quería verificar que estuviera completamente sana, después de todo, Charles lo admiraba por lo obsesivo que era cuando se trataba de la salud de la gente que le importaba.

Jean había leído que él sabía sobre su verdadero origen. Algo esperable ya que era el mejor amigo y compañero de décadas de Charles. También conocía a Erik desde los sesenta.

-¿Qué recuerda de Magneto? – le preguntó Jean sin rodeos.

Hank se acomodó las gafas, al tiempo que guardaba el tensiómetro y el estetoscopio en un maletín.

-Bueno, lo conocí en las instalaciones de la CIA, cuando lo conocimos todos. Teníamos visiones muy distintas, yo siempre fui partidario de formar parte de la sociedad como el profesor y él de construir una propia. Después del asunto de los misiles de Cuba y la separación del grupo, él se alejó de nosotros y yo me mudé definitivamente aquí.

-¿No lo volvió a ver hasta que lo sacaron del Pentágono? – inquirió Jean y bajó lentamente la cabeza a su posición normal. Hank se le acercó para ver que el sangrado se hubiera detenido.

-Así es, y luché contra él cuando atacó la Casa Blanca – continuó -. Raven, perdón, Mystique le disparó y él huyó con el consentimiento de Charl, quiero decir, del profesor.

Jean observó el pañuelo con las manchas de sangre y recordó el aroma con la mezcla de alcohol de su visión en el comedor. Acababa de rememorar sus primeros minutos de vida. Parpadeó anonadada todavía por lo que había sentido. No le quedaban muchas sensaciones ahora: solo el afecto de Erik, su voz enternecida y su piel cálida y reconfortante.

-Usted estuvo aquí cuando él y el profesor continuaron con su – no sabía bien cómo decirlo -, con su romance.

Hank sonrió, advirtiendo lo que la joven buscaba saber: recuerdos de sus padres juntos, y recuerdos de cuando la esperaban. Se acomodó nuevamente el puente de las gafas y se sentó en una punta del escritorio para estar cerca de ella.

-Tus padres se amaron, Jean, y te amaron a ti desde siempre. Fue una desdicha que Magneto no pudiera disfrutarte ni pudiera Charles en tus primeros años. Pero vivieron felices juntos durante tres y los últimos meses, cuando te esperábamos todos, fueron los más dichosos.

Jean sonrió reconfortada.

-¿Qué recuerda de ellos en esa época? ¿Alguna anécdota? ¿Algo divertido o especial?

Hank comenzó a reír.

-Erik tenia antojos de mantequilla de maní y coca cola. Comía toneladas cuando estaba aquí y se llevaba toneladas a Genosha porque no la podía conseguir en medio de la selva. A la coca cola la bebía de a litros y yo me preocupaba y se la trataba de esconder. Se la compraba en botellas de plástico porque a las latas las rastreaba con su don – rio con entusiasmo. Jean rio con él -. Cuando Charles se enteró de que le escondía su bebida favorita, se enojó y me dijo que a un hombre preñado no se le niega nada. A mí me dio tanta gracia que hasta él se rio.

-Me gustan la coca cola y la manteca de maní – opinó Jean, riendo -. Deben ser recuerdos de esa época.

-Me sorprende que él no te haya hecho hastiarlas desde el vientre, comía y bebía demasiado.

Los dos rieron más. Hank se alegró de verla feliz.

-Pero te adoraban, Jean – se puso serio -. Realmente te adoraban los dos. Nunca los vi tan felices juntos. Erik se las pasaba acariciándose la barriga y sonriendo todo el tiempo. Cuando yo lo observaba decía que era porque pateabas demasiado pero yo sabía que lo hacía a modo de cariño. También te cantaba una canción de cuna en polaco, que se la habían cantado a él sus padres. Te llamaba su princesita.

Jean asintió, conmovida. Parpadeó porque tenía los ojos humedecidos.

Hank continuó.

-Tuve muchas diferencias con Magneto, no nos estimábamos, pero sé que te amaba, Jean. Tienes que estar feliz y orgullosa de saberlo.

Jean cruzó los brazos contra su estómago de lo emocionada que estaba. Hank le pasó un vaso con líquido.

-Ahora bebe un poco de agua y acompáñame al despacho de Charles. Él te está esperando desde temprano.

Jean se dio cuenta que a lo largo de la plática Hank había dejado de llamarlo “el profesor” para llamarlo Charles familiarmente. Comprendió que para Hank no tenía sentido seguir haciéndolo cuando sabía que ella y su amigo compartían un vínculo tan cercano. Jean bebió y le devolvió el vaso. Hank se levantó para acompañarla.


………….

Charles la estaba esperando ansioso, ubicado cerca de la mesita donde estaba el juego de ajedrez con las piezas colocadas de la última partida. No iba a sentarse detrás del escritorio sino frente a frente porque era su hija y quería que ella percibiera ese lazo y su afecto.

Jean entró y él le extendió los brazos en un gesto paternal. Ella lo abrazó con fuerza y lloró. Eran demasiadas emociones. Charles aprovechó para transmitirle paz y también su amor. La amaba con locura. Ella dejó que leyera en su mente las visiones que había tenido. Al sentirlas, Charles la apretó más contra él, emocionado.

-¡Oh, Jean! – suspiró -. Él te llamaba su princesita, estaba convencido de que llevaba una niña. Habíamos hecho una apuesta – sonrió -, si eras niña él te llamaría Wanda, si eras niño yo te llamaría David. En cuanto a lo que le propuso Emma, Erik jamás la hubiese escuchado. No iba a sacrificarte y se sacrificó él porque te amaba y quería que vivieras.

Jean se apartó apenas para mirarlo.

-¿Por qué me pasa esto? – cuestionó -. ¿Por qué tengo estas visiones?

Charles le tocó la frente.

-Eres demasiado poderosa, nunca vi una mente como la tuya. Tal vez tu memoria se haya expandido tanto que puedas recordar con nitidez tus primeros minutos de vida, o tu existencia aun antes de nacer.

-¿Y si es otra cosa? – preguntó -. ¿Qué tal si es él tratando de comunicarse conmigo?

Su padre no supo qué decirle. Era también una posibilidad y le produjo una alegría que no pudo disimular. Movió la silla hacia atrás ansioso. Si Erik estaba tratando de establecer un contacto existía la esperanza de que pudiera regresar. Charles quería creer, tenía que creer que podía recuperarlo. Si había recuperado a su hija, ¿por qué no también a su gran amor?

Jean se sentó enfrentada a su padre, en el mismo sillón que ocupara Erik cuando jugaban al ajedrez dieciséis años antes.

-Esto no se lo he contado nadie porque temía que me estuviera enloqueciendo – jugó con sus dedos, nerviosa. Charles asintió, interesado -. Desde hace tres meses, justo a partir del día que cumplí dieciséis, comencé a sentir una presencia conmigo. No me asusta sino que, al contrario, me da protección y siento que me quiere – parpadeó otra vez, conmovida -. Es cálida y dulce, a veces, cuando estoy a punto de dormirme, siento que alguien me acaricia la cara o me besa el pelo. Suelo tener miedo de mi poder, o me siento sola porque los demás no me entienden, y, de pronto, siento dos brazos que me cobijan. Lo siento, sé que lo siento.

Charles quedó sin palabras. No podía creerlo, Erik estaba en Westchester cuidando y protegiendo a la hija de ambos. Se pasó la mano por el rostro y se enjugó los ojos.

-¿Nunca antes la habías sentido?

-Sí – contestó Jean y se mordió el labio. Era su secreto mejor guardado -. Cuando sufrí el accidente, yo no salí herida. Usted creyó que fue porque usé la telekinesis y me mantuvo aislada de los elementos cortantes y de los golpes, pero no fue así. Sobreviví sin un solo rasguño porque alguien, que no podía ver ni oler, solo sentir, me envolvió con su cuerpo y me mantuvo segura hasta que me rescataron del auto.

Charles se echó hacia atrás y recordó el instante en que vio el accidente en las noticias. Hasta ese momento creyó que había sido su intuición de padre la que le había mostrado que esa niñita desprotegida era suya, pero ahora recordaba que había sido una voz a su oído que le susurró.

“Observa, Charles. Esa pequeña es nuestra hija. Búscala y tráela de regreso con nosotros, mi amor.”

-¡Profesor! – exclamó Jean al notar que se notaba perdido -. ¿Está usted bien?

Charles le sonrió.

-Jean, no me llames más así. Soy tu padre y debes tutearme, ¿no te parece?

La joven asintió.

Charles soltó un suspiro y se secó los ojos, bueno, eso es un decir, porque se le siguieron humedeciendo con lágrimas.

-Creo, no, no creo, estoy seguro de que tu padre nos está acompañando. De que te protegió y te protege, de que se comunicó conmigo para que nos encontráramos – suspiró -. ¡Oh Jean! Ven, mi niña.

Jean se levantó y lo abrazó con fuerza. Cerró los ojos, aspiró profundo y sin querer, tuvo otra visión.

Era pequeña otra vez, recién nacida, tenía apenas unas horas, y se mantenía apoyada sobre el pecho de Erik. Él la sostenía con su brazo que ya se sentía débil. Su vida se estaba yendo pero no quería que la apartaran de su lado.

Jean oyó que él les pedía a los que estaban a su alrededor que la llevaran a Westchester con Charles, cuando fuera seguro. Les rogaba que le repitieran a Charles lo mucho que lo amaba y que no lo llorase porque estaba feliz de haber traído al mundo a la princesa que los dos esperaban. Los obligó a jurarlo y Jean escuchó varias voces comprometiéndose a cumplir la promesa.

Después percibió que Erik, con sus pocas fuerzas, se volvió hacia ella. Le acarició la pelusa que tenía por cabello con los dedos y le besó la frente.

-Adiós, mi princesita – lloraba -. Te prometo que encontraré la forma de que volvamos a estar juntos. Te amo.

Y esas fueron sus últimas palabras. Jean lloró contra su piel. Los demás la levantaron pensando que tenía hambre pero ella lloraba porque lo había perdido. Lo sabía, aun con sus pocas horas.

Jean volvió en sí. Estaba respirando entrecortado, emocionada y aturdida. Apretaba tanto a Charles que prácticamente lo estaba arañando. Su padre le masajeó la espalda para consolarla. Cuando la sintió más calmada, la apartó apenas y le secó las mejillas con los pulgares.

-Gracias, hija – sonrió desde el corazón -. Gracias por este hermoso y triste recuerdo que acabas de compartirme. Mira, te está sangrando la nariz – le limpió la sangre arriba del labio -. Espera, pequeña – apartó la silla hacia el escritorio. Buscó en los cajones y entre sus libros. Jean se colocó la mano debajo de la nariz y miró hacia el techo -. Debo tener algún pañuelo por aquí. No te preocupes – él estaba más alterado que ella -. Debo tener algo por aquí para que te seques. No te asustes. Espera que ya vuelvo.

Y tan veloz como la silla se lo permitía, salió del despacho para buscar algún pañuelo o gasa para limpiarla.

Jean sintió que el sangrado se había detenido y bajó con cuidado la cabeza. Volteó hacia el sillón donde había estado sentada y vio a Erik, espigado y esbelto, con su camisa negra con cuello de tortuga y sus pantalones color crema. Tenía esas viejas botas desgastadas, que Charles nunca consiguió que se las cambiase por unas más nuevas, y la miraba sonriendo. Mantenía una pierna cruzada sobre la otra. Era la pose típica que adoptaba cuando disputaba una partida con Charles. Había alzado un alfil y estaba jugando con la pieza entre los dedos.

-¿Cómo estás, mi princesita?

Jean lo miró incrédula. Él le extendió los dos brazos para fundirla en un abrazo. La joven no lo dudó y corrió a refugiarse en ellos. Dócilmente apoyó la cabeza contra el pecho de su padre. Era su misma piel, su mismo aroma y la misma ternura que había sentido recién nacida.

-Perdóname – rogó la joven, llorando. Era lo primero y único que quería decirle -. Por mi culpa, todo lo que te pasó fue mi culpa.

Erik no podía entender lo que le estaba diciendo. La apretó con fuerza y le besó la cabeza. Tenía el cabello rojo como lo había tenido el padre de Charles y los mismos ojos de Magneto, entre verdes y azules.

-¿Qué fue tu culpa, princesita?

-Lo que te pasó – hipó Jean -. Si no hubieses estado esperándome, habrías sobrevivido en el refugio los tres meses y habrías regresado con él.

Erik lagrimeó entre triste y enternecido. Que antepusiera el dolor ajeno al suyo, con todo lo que la joven había tenido que soportar, la declaraba hija legítima de Charles Xavier. Eso lo había heredado de él, y de Erik, sin dudas, la resiliencia para superar tantos sufrimientos y obstáculos.

-No, mi ángel. Tu única culpa fue haberme hecho el hombre más feliz, tu otro padre también tiene la culpa de eso. ¿Podrías decírselo por mí? ¿Podrías recordarle cuánto lo amo?

Jean sintió que lo estaba perdiendo. Erik se estaba poniendo débil y su piel se volvía traslúcida. Jean lo apretó con ganas. No, no iba a dejarlo partir. Su padre también se aferró a su cuerpo para no dejarla. Pero era inútil, ninguno de los dos podía evitar la partida.

Charles llegó justo para observar cómo Erik se evaporaba. Quedó atónito y se le cayó el pañuelo de la mano.

Jean se volvió hacia su padre telépata, arrodillada junto al sillón y llorando desconsolada.

-¡Quiero traerlo de regreso como sea! ¡Lo quiero conmigo! ¡Lo amo y lo necesito, papá!

Charles rodó su silla acelerado para abrazarla. Suspiró y cerró los ojos. Él ansiaba exactamente lo mismo.

…………….


Dieciséis años antes.

Emma observó frustrada el cuerpo de Magneto que se estaba enfriando. Toad le había cerrado los párpados y le había cruzado las manos sobre el pecho. La aborrecible cirugía que el inexperto y angustiado Ink le había hecho le atravesaba el vientre de una punta a la otra. Su calvario había sido cien veces peor que las pesadillas que había imaginado con su fobia. Gitter le había abierto la barriga con un bisturí y le había revuelto las entrañas para quitarle la criatura. Todo sin anestesia. Los alaridos de Erik lo acompañarían por el resto de su vida. Cuatro mutantes habían asido a Magneto para que no se moviese. Nadie podía imaginar el terrible dolor que había soportado. Después, Ink había intentado cerrarle la herida con lo que tenía y cómo podía, con un poco de hilo y alambre cauterizado y una aguja larga desinfectada.

Que Erik no hubiese muerto de agonía durante la operación lo declaraba un sobreviviente. Del pecho hacia abajo, estaba cubierto con su propia sangre y algunas de sus vísceras removidas.

Ahora Ink mecía a la niña, tratando inútilmente de tranquilizarla. La pequeña Wanda lloraba a mares con toda la fuerza de sus pulmoncitos recién estrenados.

Emma se le acercó y le quitó la niña. La acomodó entre sus brazos y le sonrió. La pequeña percibió sus malas intenciones y lloró con más fuerza. La mujer se apartó de todos y la llevó a un rincón alejado, el mismo que Erik solía usar cuando meditaba.

-Ya, ya – le susurró la Reina de Diamante con una sonrisa falsa -. Ya naciste, mocosita, y no hay más papi que te defienda. Erik murió sufriendo por su propia estupidez. Cuando me enamoré de él, creí que era una persona fría y calculadora, pero resultó ser un romántico. ¿Lloras tanto porque sabes que eres la causa de que haya muerto? Debería hacerte pagar ese crimen horrendo, ¿no te parece justo? – le hizo una morisqueta. La pequeña lloraba tanto, que Emma tuvo que alejarse más del grupo -. Sabes, Charles no es la persona indicada para hacerse cargo de ti. ¿Qué me dices si te llevo con una familia que ni siquiera cree en nosotros, los mutantes? Crecerás entre humanos y si alguna vez demuestras algún poder, ellos mismos se encargarán de anularte, o, quizás, eliminarte. ¿Sí, niñita? – rio, acariciándole la nariz -. Elaine y John Grey, esos son sus nombres. Tú serás Jean. Me aseguraré de que ellos te consideren su hija biológica y ya no quedará más rastro de tu pasado, ni existirá más vínculo con Erik o Xavier. Nadie conocerá tu origen verdadero, Jean Grey. Nadie – y la besó en la frente con sus labios fríos, cargados de malicia.

………….

¿Qué les pareció? Ya falta muy poco para que encuentren la manera de que Erik regrese de forma permanente. Es un fic triste pero con final feliz.
















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