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Mil años por Kaiku_kun

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Mary quería decir que no quería oír nada de lo que Alyssa tuviera que decir y poner muchas objeciones lógicas, como “¿Y Dylan y Robbie?”, pero se dejó guiar. Averiguaría cuál era su problema y luego llamaría al loquero si hacía falta para huir de todo aquello.


Alyssa había trasladado todos sus libros a una sala de estudio vacía de las pequeñas, privadas. Mary supuso que ser parte del cuerpo de bibliotecarios tenía sus ventajas.


—Siéntate y mira la imagen —le dijo, con voz tranquila. Mary le hizo caso, pero sólo miró de refilón el libro. No le hacía falta, recordaba ese sueño con claridad—. La has visto antes, ¿verdad?


—Sí.


—Has soñado con ese momento.


—¿Cómo lo sabes?


—¿También oías esa voz en tu sueño? —preguntó, ignorando la incredulidad de Mary.


—Sí, pero no era tan…


—Dolorosa. —terminó Alyssa. Mary asintió lentamente, como si hablar de ella fuera a invocarla de nuevo.


—Esos sueños son retazos de una historia que sucedió hace mucho tiempo, casi mil años. Fíjate.


Mary leyó con toda la atención de la que pudo hacer acopio el texto del libro: Supuestamente, cada vez que la princesa de Escocia y una guerrera de la corte del reino de Noruega se encontraban, acababa en batalla, pues pesaba una maldición sobre ellas, impuesta por la diosa Freya. Siempre que se acercaran, sería para causar un conflicto o que una de las dos entrara en batalla como consecuencia. Decía el libro que era porque las familias habían cometido un sacrilegio, y en una nota también destacaba que por ese motivo los dos reinos siempre estuvieron en pie de guerra por las colonizaciones vikingas en el ahora Reino Unido.


—Está mal, me dijo que era un castigo, y se refería a nosotras —replicó, aunque Mary no tenía mucha idea de historia. Luego miró a Alyssa y enrojeció por un instante. Vio a Ástrid en ella, y verla era recordar que… —. ¡Quiero decir…! No parecía que en el sueño fuera culpa de nadie más.


—También lo he notado. Por desgracia la historia, en general, jamás cuenta toda la verdad. Sólo decora lo que cree que resaltará durante eones. Esconde lo vergonzante, esperando que nunca nadie se acuerde de esa parte.


—Ya, muy filosófico, pero ¿qué hemos hecho nosotras? ¡Nada! Yo sólo soy una chica normal y corriente con su vida, que resulta que se parece a otra chica de hace ¿mil años? ¡Venga ya!


Entonces Alyssa sacó uno de esos libros enormes y viejos que había estado mirando antes, pero por otras páginas. En una de ellas, había un papel moderno con montones de nombres y líneas que aparentemente a Mary le resultaban un caos. La rubia empezó a señalar líneas que conectaban nombres en ese papel hasta que llegó a uno de los finales, y luego saltó al papel viejo del libro, parándose en un nombre que parecía nórdico.


—El abuelo de mi tatarabuelo sale en los registros del censo del reino de Noruega hace más de siglo y medio. Y mira esto.


Alyssa empezó a señalar nombres en varias páginas de esa lista, y giró el papel moderno en busca de los mismos. Señaló hombres y mujeres, uno tras otro, girando páginas hasta que se encontró en el inicio de la lista de ese libro. Podría haber señalado más de cuarenta nombres en total.


—Este nombre es del siglo catorce.


—Vaya, es impresionante. ¿Cuánto tiempo llevas investigando esto?


—Desde que tengo permiso. Hace años ya.


—Y supongo que me dirás que no es una coincidencia.


—No, porque mira…


Entonces sacó otro papel, otro de esos árboles enormes, en los que el último nombre del libro aparecía señalado de nuevo. Alyssa trazó de nuevo siguiendo líneas, más nombres que cada vez le parecían más enrevesados a Mary, hasta que se detuvo en uno.


—Y ahora… fíjate.


Abrió el ordenador, puso una página de Wikipedia en noruego y ese mismo maldito nombre que había señalado aparecía allí. Era un hermano secundario de un príncipe o jefe, o algo así, de Noruega, del que no había entrada. El padre era jefe, y mientras se remontaban más atrás en el tiempo y se acercaban a mil años atrás, el linaje se fue acercando a la realeza hasta encontrar un último nombre, un hombre que no llegó a rey, pero con una hermana.


—Ástrid Hofferson, apenas aparece nombrada. Su padre le echó de la familia real, al exilio, por haber cometido un crimen que no se especifica. No pone nada de lo que le pasó, aunque hay fecha de muerte. Sólo tenía veintiséis años.


—Joder, ¡es familia tuya! Bastante lejana, porque era hermana de tu antepasado, pero… Supongo que crees que es la misma de la imagen.


—Sí. En el sueño, me llamo Ástrid, y me veo exiliada por mi propio padre. Y también me veo en esa batalla.


Mary levantó la mirada. Se había olvidado de que hablaba de una persona que había muerto hace siglos. Se estaba compadeciendo. Luego se recordó lo que significaba que Alyssa hubiera soñado también de esa forma: sabía del romance que tenían esas dos chicas, aunque no lo dijera en ninguna parte. Intentó deshacerse de ese pensamiento embarazoso, buscando respuestas sobre la voz.


—Y ¿qué tendrá que ver con nosotras? Tú eres descendiente lejana, y yo a saber. La voz dijo eso, mil años, pero ¿por qué justamente nosotras? ¿Y cómo lo sabe?


—Bueno, si es Freya la que las castigó, como dice ese mito… Era una diosa muy poderosa, maga. Y los vikingos creían en las Nornas, diosas del destino. Seguro que encontraría alguna manera de saber qué mujeres de nuestras familias serían… bueno, como las originales, destinadas a cumplir parte del castigo.


—¡Es injusto! ¡Es azar!


—El destino es azar, supongo —suspiró, resignada—. Pero lo he comprobado. Casi todas las mujeres que no están casadas antes de los veinte durante los últimos doscientos años mueren jóvenes. En algunos casos hasta dicen cómo.


—¿Y bien?


—Todas ellas en guerras. La última murió en la Segunda Guerra Mundial. Hermana de mi bisabuelo. Y hay algo más…


Alyssa sacó una imagen de su bolsillo. Mary no dejaba de preguntarse durante cuánto tiempo el encuentro con ella se había estado fraguando en la mente de Alyssa.


—Ella es la hermana de mi bisabuelo. ¿Te recuerda a alguien?


—Por el amor de Dios —soltó con pesadez.


Era Ástrid. Bueno, Alyssa. O muy parecida. Tenía algunas pecas, y al ser en blanco y negro apenas se notaba algo más de que el pelo era pálido, pero estaba claro que eran enormemente parecidas. A Mary no le costaba atar cabos.


—Todas las que murieron se parecerían a ti.


—Siempre he oído historias de que los dioses son rencorosos. Freya debe de haber estado castigando a las mujeres que las Nornas provocaron que nacieran en una forma parecida a la nuestra.


—¿A todas?


—Si la voz de Freya es veraz, sólo a las que se acercaron mutuamente de alguna forma.


La frase quedó en el aire, flotando, para que Mary notara que sí que sabía qué había pasado en sus sueños.


—Un castigo milenario. No hay amor sin guerra —musitó. Qué más le daba ya decirlo, se sentía tan derrotada y condenada como sus posibles antepasadas—. Supongo que ahora que ya lo sabemos todo, tendremos que hacer como si no nos conociéramos por el campus. No quiero morir, me da igual lo buena que estuvieras hace mil años.


Alyssa se rio por la brutal franqueza de Mary. A ella también le sentó bien bromear, para ser sincera.


—En realidad, no lo sabemos todo. No sabemos el motivo por el cual fuimos castigadas.


—Mi madre siempre dice que la curiosidad mató al gato, y me temo que esta vez es más que literal. Y no te ofendas, pero que una diosa me haya gritado dentro de mi maldito cerebro para que me aleje de ti es más que un buen motivo para no querer morir.


—Dijo mil años. Casi se han cumplido. Probablemente seamos las últimas en ser castigadas.


—¿Y qué? —preguntó, volviendo a la irritación.


—Estudiando religiones he aprendido que toda historia relacionada con dioses tiene una moraleja detrás para que sus creyentes aprendan. O por lo menos da ejemplo. ¿Y si éste es el caso? ¿Y si el castigo acaba con nosotras, porque de alguna forma nos disculpamos?


—Estupendo, ahora parecemos parvulitos aprendiendo a decir “lo siento”. —Hizo una pausa. Alyssa esperaba haberla convencido, pero la parte rebelde de Mary decía “¡que te den, vieja rencorosa!” a una diosa antigua—. ¿No has soñado el motivo?


—No. ¿Y tú?


—Tampoco. Sólo hay retazos de momentos en los que aparecemos sufriendo —mintió. Y un cuerno iba a decir también que se habían besado. Suficiente vergüenza estaba pasando ya, después de los gritos de loca de manicomio en el baño.


—No te voy a obligar a nada, pero yo quiero saber. Y hay una manera de descubrir qué pasó.


Alyssa era una perfecta estratega, al parecer, porque siempre tenía un as en la manga, algo que hacía que Mary tuviera curiosidad por lo que escondía. Además, cada vez que se sacaba uno de esos ases, sonreía con confianza. La pobre pelirroja caía todas y cada una de las veces, dejándose arrastrar por el ansia de saber. Mary iba a ser un gato muerto muy pronto, a este paso.


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