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La Bella Durmiente por CrawlingFiction

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La Bella Durmiente


Capítulo 3: Ser humano


Al día siguiente, y al siguiente, y al siguiente siempre faltaban manzanas en la cubeta de Binnie. Al negro corcel SiWol le encantaban y el príncipe Leo no tenía mínima intención de enseñarle modales a su caballo. Tener un caballo gamberro era una fortuna para él ahora mismo.


Porque todos los días podía verla a ella. Ver su sonrisa, cada día más suelta y vivaracha, sus ojos tan grandes y transparentes, su cabello volverse fulgor al crepúsculo y por todo ello, el corazón latirle así.


Esos suaves pasos, por el sendero ribeteado de florecillas de campo, le hicieron sonreír.


—Princesa —saludó el príncipe Leo con una innecesaria reverencia.


—Hola —murmuró con las mejillas de arrebol— Perdón por tardar… mi tío y su afán de limpiar me atraparon esta vez.


—Traje mi parte del trato, ¿y el suyo? —burló, recogiendo una cubeta a rebosar de manzanas del suelo. En la demora de su llegada las recolectó él solo.


—Oh… ¡Son muchas! —sonrió asombrada. A su pregunta, rápidamente se sacó el pequeño libro de entre los pliegues de su vestido. Lo único útil de las faldas debía ser esto— ¡Lo debe cuidar con su vida! —chilló, pegándole el librito al pecho— ¡E- ¡Es mi poemario favorito, y tengo hasta pasado mañana para que mi tío lo regrese a la biblioteca!


El príncipe Leo ensanchó su sonrisa y pasó los dedos por el avejentado libro.


—Lo cuidaré con más que mi vida, princesa… —prometió con una sinceridad abrumadora. Binnie tragó grueso y miró a otra parte— Aquí sus manzanas, las más dulces que hallé —le entregó una para que probara.


—A ver qué tal eres buscándolas solo —burló, antes de propinarle un buen mordisco a la fruta. Algo de jugo chorreó por su barbilla, limpiándose rápidamente de un manotazo. La risita dulce de Leo empeoró su bochorno.


Ser para nada una señorita ahora sí que le cobraba factura. Pero, a él pareció no importarle, más bien, tomó otra y la mordió igual, goteándole el jugo del mentón.


—¡Eswtán fuenas! ¡Fufosas! —sonrió a labios cerrados y con las mejillas hinchadas como un animalito. Binnie retorcía las manitas entre risitas.


Con él… ¿podía ser ella misma?


—SiWol se comió la otra mitad, ¿cierto? —señaló con el pie la cubeta.


—¡Bien lo conoce usted, princesa! —sonrió, limpiándose la boca con la capa que colgaba de su espalda— Debí haberme distraído cuando las hurtó… ¡Soy un terrible caballero! —lamentó tan sobreactuado que la hizo carcajear— Las promesas hacia una dama son inquebrantables —sacudió la cabeza y se inclinó en su rodilla, tomando de su mano— ¿Me permite buscarle las restantes? Y… Si es tan indulgente con su servidor —sus ojos brillaron— ¿Permitirme el júbilo de escuchar uno de sus pasajes preferidos de su voz? Así de regreso al castillo podré rememorarlo, antes de entregarme a su plácida lectura.


Binnie suavizó su sonrisa juguetona y apretó esa cálida mano que envolvía la suya, tan chiquita y al resguardo cuando sus dedos se hallaban.


—Bueno, está bien —aceptó, dándole una palmada al adormilado SiWol, que frunció el ceño, algo harto de ese par de idiotas— ¡Pero préstamelo para cargar agua del pozo!


—Será un honor, princesa —sonrió, encogiendo los hombros al recibir esa mirada de reproche de su caballo.


Juntos cruzaron el sendero hasta la fuente de piedra con cubetas en mano. El príncipe Leo se arremangó sus finos ropajes y jalando las poleas, subía la primera cubeta a rebosar de agua fresca. Mientras, Binnie le leía en voz alta su pasaje favorito.


Así es, no volveremos a vagar tan tarde en la noche, aunque el corazón siga amando, y la luna conserve el…—sin embargo, sus ojos se desenfocaron de los versos y notó la espada que pendía de su cinto. Abrió los ojos de impresión y ella impidió a ambos percatarse de quien les observaba desde el fondo de los árboles… —Está bruñido en oro blanco salazarí… ¿cierto?


—¡Eh? —dejó la cubeta en el suelo y se enjugó el sudor. Miró a su espada y enarcó la ceja— Sí… Lo es.


Binnie se acercó, inclinándose a detallar los aditamentos que relucían al sol.


—La empuñadura es propia de una espada salazarí —asintió— Los leones son parte de su sello personal. Fue la herrería real más prestigiosa de todo el Oeste, antes de que el Rey Loco derrocara el imperio de los Lee…


—Es el símbolo de mi Cas-


—Pero estos tienen dos colas —señaló, sobresaltándolo— En representación a las serpientes. La primera arma que herró la probó en un cascabel de dos metros que quiso atacar a su mujer embarazada. La rapidez con la que la mató sólo sería posible con esa aleación de metales del Norte.


El príncipe parpadeó ofuscado. Turnó sus ojitos a la empuñadura y a ella.


—N-No me había fijado de eso… —confesó avergonzado— Ni mi padre, ni mi abuelo, ni mi bisab- ¿C-Cómo sabes todo eso?


Binnie se irguió y retrocedió igual de apenada. La expresión confusa de Leo le hizo entristecer.


—Lo leí en un libro… —admitió mirando al suelo— Mi tío Hyuk me lo dio a escondidas. “Todo sobre espadas, escudos y armaduras imperiales” —encogió de hombros, temerosa de lo que pudiera pensar él ahora.


—Y… —murmuró. Binnie remordió sus labios, esperando lo peor— ¿Has usado una antes?


Subió la cabeza de golpe, encontrándose con esa sonrisa dulce.


—¡No! ¿Cómo crees? —dijo, fingiendo poco interés, es decir, ¡son cosas de hombres! Para nada moría por…— S-Soy una doncella, una bruja, una campesina y yo, n-no me interesa-


Atajó por instinto lo que el príncipe Leo le arrojó.


Su espada.


—Sostenla firme —ensanchó la sonrisa— Te voy a enseñar, princesa.


Binnie lagrimeó y su mano temblorosa se aferró a esa pesada espada de oro y leones indomables.


Con el cariño de un padre, el príncipe Leo le enseñó todo lo que sabía únicamente por libros y sueños despierta. Cómo sostenerla, el movimiento de la muñeca, la fuerza del ataque. Las jugosas manzanas fueron sus primeras víctimas, partiéndolas en el aire cuando él se las lanzaba.


Otra de esas pobres manzanas se dividió en dos y cayó al suelo. SiWol rápidamente se acercó y las comió feliz.


—¡Magnifico! ¡Qué buena asestada! —dijo emocionado— Es usted maravillosa con la espada princesa, ¡tiene un talento natural envidiable!


—¿Tu lo dices? —se enjugó el sudor y peinó su flequillo hacia atrás, sonriendo acalorada.


—¡Sin lugar a dudas! ¿Le confieso algo? ¡Yo era terrible! —confesó entre risitas— La vergüenza de mi padre… Fue hasta los catorce que aprendí siquiera a sostenerla bien —ambos rieron en aquella complicidad— Usted en cambio... Tiene la soltura de una golondrina y la fuerza de un halcón —dijo. Binnie remordió sus labios antes de sonreír tan amplio como nunca antes— Con más práctica será un gran espadachín, ¿por qué su tío no se lo permite?


—Porque soy mujer... —sus hombros flaquearon, dejando la punta de la espada al suelo terroso juntos sus pies. Era una mujer defectuosa, pero mujer, a fin de cuentas. En los libros no se hablaba de guerreras, sólo princesas que sólo necesitaban del amor de un hombre para estar completas.


Una mano a su hombro le hizo subir la cabeza.


—Usted es más que una mujer, si me permite contrariarla, princesa —le dijo. No sonreía en la seriedad de sus palabras, aunque sus ojos brillaban… ¿Podía el color negro ser tan cálido? El negro es abismo y vacío, pero en la mirada de ese hombre era todo lo contrario— Es un ser humano maravilloso, no importa como haya nacido y a cuál convención social deba someterse —apretó suavemente su mano a su hombro, arrugando los volantes de ese sencillo vestido azul— Es más que vestidos y libros, Binnie —y, de repente, soltó una risita apenada— Yo quería ser panadero y me hicieron príncipe. Nací príncipe, no panadero… —ladeó la cabeza y le dedicó una sonrisa para consuelo a sus mejillas encharcadas— Las mujeres son más valientes y fuertes de lo que los cuentos de amor dicen.


—¿Lo crees? —sonrió, a pesar de los riachuelos que se trazaban en su rostro.


—Lo hago, princesa —prometió— Seré su mentor y Lamento de viuda también.


—¿Lamento de viuda...? —enarcó la ceja, mirando a la espada que sostenía.


—Así la consagró mi bisabuelo, no le haga caso estaba loco de remate —carcajeó, desanudándose un delgado puñal de la espalda— Ahora, ¡firme! ¡Veamos qué tan buena es en combate! —dijo. Binnie se puso con torpeza en posición, pero antes de atacarle, Leo la derribó de una ágil barrida con el pie— ¡Ups! —encogió de hombros— Tobillos frágiles —la miró de reojo.


Binnie sonrió y se levantó, sacudiéndose la tierra.


A sus ojos, a su trato, eran iguales.


Era más que una mujer, que una princesa.


—¡Ya vas a ver!


Hasta el día hacerle caleidoscopio cálido, sus risas y gritos de diversión se fundieron al trinar de las aves. Muchísimas veces se cayó y en ninguna el príncipe le ofreció la mano. Se levantó sola una y otra vez, sin evitar sonreír por ello. El cabello enmarañado y sudado, la falda cubierta de tierra y uno que otro moretón, pero no se detuvo hasta el agotamiento ser demasiado.


Se dejaron caer sobre el césped, mirando en ese claro del bosque el cielo coloreándose de distintas tonalidades. Sus pechos subían y bajaban y las armas yacían a un lado de ellos.


Binnie entrecerró los ojos al ardor de una cortada a la mejilla al contacto del sudor. Un ardor gratificante, que le recordaba que no era un sueño.


—Hoy —murmuró, mirando a las primeras estrellas nacer sobre ese manto púrpura, violeta y rosa— …fue el mejor día de mi vida —sonrió.


Leo se giró a mirarla, a pesar de sus ojos cálidos evidenciar preocupación, el orgullo era más. Un golpe en su sien era razón para ello, su princesa espadachín no era tan mala en combate.


—¿Lo fue?


—Sí —asintió enérgica— Me duelen las manos, pero nunca antes el dolor me hizo sonreír tanto —las miró al aire. Estaban acostumbradas al trabajo doméstico, pero esas rojeces advertían dolorosos callos nacer.


Leo envolvió con delicadeza una de ellas entre las suyas y la besó en medio de su palma


—Ya no dolerá... —murmuró contra su piel, mirándola a los ojos. Binnie sintió el corazón colapsar y de un manotazo nervioso, se la quitó.


—Qué creído... —soltó una risita nerviosa y por instinto se la llevó a su pecho. Era plano debajo su vestido de doncella, a menos que esos firmes y tenues pectorales fueran senos, aunque seguramente no. Sn embargo, ese pecho defectuoso tenía un corazón latiendo con fuerza. Y eso era lo que importaba, no senos grandes o pequeños, sino lo que latía debajo de ellos.


El príncipe Leo volvió sus ojos al cielo, cada instante más añil.


—¿Usted conoce de estrellas, princesa? —murmuró, mirando ese cúmulo de luciérnagas celestiales titilar para ellos.


—Quisiera —dijo, mirando al cielo también— Los libros que hablan de estrellas y cosas así están en la sección prohibida… pero son hermosas.


—¿Lo cree? —sonrió, sus dedos jugaban con el frío césped, deseando sentir esa pequeña manita sudada una vez más.


—No sé muy bien que sean, si son ángeles, luciérnagas que cada atardecer vuelan muy alto o diamantes clavados allí... Pero, son hermosas —su mano se deslizó a un lado de su cuerpo, crispándose al sentir tan cerca la suya. Sin embargo, sus dedos como imanes, volvieron a tocarse— No lo sé, pero... —sonrió, entrelazando sus dedos con los de él— No necesitas de libros para saber algo así...


Como el amor.


—Tiene razón, princesa —murmuró, apretando su mano con firmeza.


El firmamento inmenso sobre sus cabezas dejó de serles de interés. Se miraron a los ojos, y Binnie que tampoco sabía de astronomía, creyó por instante ver el cosmos entero en esas pupilas negras. La cercanía de sus rostros se precipitó en un parpadeo, entrecerrando los párpados al calorcillo tenue de su respiración llegar a su nariz.


Si tan solamente los cerrara…


Sabría qué es el amor, las estrellas, ser mujer y ser hombre de una vez por todas.


Ser una persona que quiere amar a la luz de las estrellas.


Estrellas…


¡Maldición!


Binnie se levantó al darse cuenta de que era tan tarde.


—¡M-me tengo que ir! ¡Mis tíos han de estar preocupados! —se sacudió la grava del vestido y se atropelló a tomar sus cubetas con agua a medias.


El príncipe la siguió.


—¿Y si la llevo hasta su hogar y me presento? —preguntó— Así confiarán en que está bajo mi cuidado —quiso tranquilizarla con esa oferta, pero su falta de respuestas supuso una— No era mi intención ocasionarle problemas, princesa…


—N-No es tu culpa mi falta de atención —tomó un junco a orillas del claro y se guindó las pesadas cubetas a los hombros— N-No me fije del tiempo y-y-.


—Yo tampoco —interrumpió con una sonrisa, quitándole las cubetas— La aproximaré a su hogar —de una palmadita despertó a SiWol que bostezó— Vamos, dormilón.


Binnie suspiró y comenzó a andar.


Ojalá tío HakYeon no esté tan enojado…


A mitad del sendero se despidió y corrió hasta llegar. Como era de esperarse, los tres hombres estaban reunidos en la pequeña y humilde mesa de madera. A la puerta abrirse subieron la cabeza con preocupación.


—¡Binnie! —sonrió SangHyuk con alivio. Ken resopló y se derrumbó en la silla.


—¡¿Dónde estabas!? —reclamó HakYeon.


—M-Me quedé mirando las estrellas —excusó rápidamente, disimulando el sucio de su ropa con las manos.


Ken enarcó la ceja a los moretones en su cara. SangHyuk al darse cuenta corrió por agua y ungüento.


—¡¿Sola!? ¡¿En medio del bosque!? ¿Segura que sola? —burló cruel.


—¡Claro, tío! —vaciló, sintiendo que en esa mirada había algo más— ¿¡C-Con quie-


—¡Con ese tal principucho! ¿quizás? —interrumpió dolido— ¡No creí fueras capaz de mentirnos a la cara!


—¡¿Qué!? ¿De qué hablas?


—Los vi en la fuente —gruñó— Le leías un poema… ¿Estás loca? ¡¿Por qué le lees poemas de amor a un desconocido!? ¿No tienes honor? —se atropelló a reclamar. Binnie agachó la cabeza, pero un tirón a su mentón le hizo subirla— ¿Y esos golpes? —parpadeó sorprendido— ¿Dónde se metieron…? ¡Binnie, no me digas qu-!


—¡¿Qué!? —se zafó de su agarre y retrocedió— ¡No! ¡Se llama Leo y es mi amigo! ¡¿Por qué me espiabas!?


—Un amigo que amas… —replicó con esa sorna que dolía tanto en el pecho.


—¡B-bueno amo a todos amigos! ¡bueno al único amigo que tengo! —carcajeó con amargura— ¡Si tuviera más amigos, tal vez, no estarías celoso! ¡Si no me tuvieras encerrada aquí siempre!


—¿¡Para qué!? ¡Si con uno solo ya vienes a estas horas! ¡Estas no son horas de llegar para una señorita! ¡Eres una doncella, no una mujer barata!


Binnie palideció y sus ojos se inundaron de lágrimas.


—¡¿Qué dices!? ¡Sólo veíamos las estrellas! —gritó, odiando escuchar su propia voz gruesa quebrarse lastimera— ¡Y me enseñó a usar la espada!


—¿En serio? ¡Wow! —sonrió SangHyuk.


HakYeon carcajeó.


—¿Me harás creer que un príncipe rufián de esos le enseñará a una pobre campesina a usar su espada? —su expresión de hizo sombría— ¡No me veas la cara! Ya te lo había dicho ¡Es muy peligroso allá afuera! Pones en riesgo tu vida paseándote de noche con un, con un, con un, ¡con un desconocido! ¿Y si te raptaba? ¡¿Si se aprovechaba de ti y al ver que tu…!? —dijo. Binnie deformó su rostro en un rictus adolorido a esa mención. Si viera que…—¡Te podría hasta haber matado, no lo conoces!


—Pues, ¡para ser un desconocido me comprende mejor que tú! —replicó dolida.


El resonar de una bofetada detuvo el griterío.


—HakYeon… —JaeHwan palideció.


—Binnie… — SangHyuk con los ojos llorosos retrocedió.


Binnie se tomó del rostro, crujiendo los dientes al dolor que le derramaba más lágrimas.


—¡Me cansé! Tu lugar es aquí, ¡aquí! —gritó HakYeon— ¡Estás castigada! ¡No saldrás más de casa, es una orden!


—¡Al diablo! —gritó ella, atropellándose a las escaleras a su habitación.


—¡Tu creyendo sus palabras y seguro hasta está prometido con otra en su maldito castillo! —le gritó desde abajo, haciéndola detener en medio de su huida— ¡No seas tonta, él no te puede amar! —Binnie apretó la barandilla y estremeció— ¡Ese hombre apenas te alce la falda huiría asqueado, Binnie!


—¡Cállate, te odio! —lloró desconsolada, pasándose las manos con rabia por el rostro para dejar de hacerlo— ¡Te odio! ¡Nunca has hecho nada por mí, sólo joderme!


El portazo fue el final.


HakYeon parpadeó y se tragó las lágrimas. Se llevó los dedos a esos mechones blancos sobre su flequillo, recordando cuando entregó parte de su alma por él.


Por ella.


Diecisiete años atrás.


SangHyuk subió corriendo las escaleras.


—Le rompiste el corazón —murmuró JaeHwan, posando la mano a su hombro.


—Así estará a salvo… —dijo en un hilo de voz, con las lágrimas pendiendo de su quijada.


—Se lo rompiste dos veces, N.


Binnie derribó la mesita de tablas repleta de libros prestados y se dejó caer en el suelo. Apretó los puños a los volados de su vestido curtido y rompió en llanto. Negaba una y otra vez con la cabeza, pero tenía razón.


HakYeon tenía razón.


Si Leo supiera lo aberrante que es su cuerpo sin esas formas sugestivas y dulces de una doncella…


Huiría asqueado.


El abrigo de SangHyuk cubrió sus hombros estremecidos a cada sollozo.


—¿Quieres pan? —le sonrió el chico, acuclillado a su lado— Lo horneé esta tarde… —le acercó un pedacito.


—No tío… —negó, hundiendo el rostro a sus rodillas— No tengo apetito…


—Aunque sea un poquito, te hará bien comer —acarició su cabello, ensortijándolo en bucles— Traje leche del mercado también… —a su lado, un vaso de leche fresca esperaba su aprobación.


Binnie se tragó las lágrimas y apretó aún más los puños a la tela.


Cuanto quería no tener de esa indulgente tela encima, sino una armadura donde ser débil fuera imposible. Si se supone las mujeres son fuertes y valientes, ¿por qué ella no lo era tampoco?


Como fuera, era un error. Su cuerpo, su mente, sus sentimientos.


—D-Déjame sola, por favor… —lloró.


SangHyuk suspiró, dejó el plato y el vaso a un lado y se fue, cerrando en silencio la puerta.


Las estrellas titilantes, que tiempo atrás habían sido testigos del amor, fueron las que le acompañaron en esa noche larga y de llanto.


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