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EL ROBO por juda

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20,10 hs: Lautaro, Leonel y Lisandro estaban en el auto, Lau tomaba un ibuprofeno y Lisandro le acariciaba el rostro.

Mario estaba en el techo del banco desactivando la alarma.

El walkie talkie sonó: "Listo"

El auto quedó estacionado en la esquina a 30 metros del banco.

Bajaron, amparados en la noche se reunieron como si fueran tres amigos más, llegó Mario y partieron los 4. 

Ingresaron.

Con el primer paso dentro, Leonel tapó a Lisandro con una bolsa negra, lo tomó del cuello con un brazo y con el otro entró apuntando a dos chicas vestidas de policía.

-Abajo las armas o lo mato.

-Esto es un asalto -gritó Lautaro.

Todos se habían puesto sus máscaras de rostros blancos y cada uno le había dado una impronta personal con fibrones de colores. La de Lautaro era un conejito y no había querido tocarla, estaba tal cual, blanca y con un par de orejas que caían largas.

Las dos mujeres policías retrocedieron confusas y Leonel volvió a gritar apuntando directamente a la cabeza del supuesto rehén.

-ABAJO LAS ARMAS O LO MATO!

Mario había corrido con un aerosol y estaba cubriendo las cámaras.

Ante la mínima duda, Leonel obligó al rehén a caer de rodillas y le apuntó a la nuca.

El rehén levantó las manos y pidió ayuda, ellas sacaron sus armas reglamentarias y las extendieron, Lautaro se acercó, las trabó y las puso en su bolso.

Lisandro se levantó, se sacó la bolsa de la cabeza (ya llevaba puesta su máscara) y tomó el arma que su hermano menor tenía guardada en la mochila.

Lautaro estornudó fuerte y Lisandro desvió la mirada un segundo antes de salir directamente hacia los boxer donde Mario ya había alineado a los empleados cerca de una pared.

Tomó al primero que encontró y lo llevó arrastrando hasta la puerta que daba al piso subterráneo.

-Abre! -gritó Mario.

Lautaro había comenzado a sacar el dinero de los cajeros, estaba concentrado en esto, pero eso no le imposibilitó escuchar con horrorosa precisión cuando la voz de su pelinegro contestó:

-No conozco la contraseña!!!

***

Thiago había salido de su cubículo y conversaba con Ramirez.

Ya casi no había clientes y los pocos que quedaban dentro del banco estaban en los cajeros automáticos.

Pegó un salto cuando escuchó "Abajo las armas o lo mato".

Desde sus cubículos no podían ver qué sucedía en la entrada, su compañero lo tomó del brazo y retrocedió espantado cuando un tipo con una máscara ingresó y con un arma les apuntó mientras comenzaba a pintar las cámaras con aerosol.

Thiago miró hacia el último cubículo y pudo ver cuando su compañero accionaba la alarma que tenían debajo del escritorio.

"Esto es un asalto" escuchó que gritaban y juró por todos los dioses del Olimpo que la voz se parecía horrorosamente a la de su peligris.

El tipo alto de la máscara había pintado las cámaras y se fue con paso decidido hasta el último cubículo y le pegó con la culata del arma al empleado que había accionado la alarma. El muchacho cayó estrepitosamente junto a su escritorio y dio con la cabeza en un fichero produciéndose una herida en la frente de la que manaba abundante sangre.

El chico alto lo llevó arrastrando hasta una esquina, les gritó a todos que su pusieran junto a él y tomando a Thiago de un brazo lo trasladó hasta la puerta que daba al subsuelo y le gritó: ABRE.

Desde donde estaba podía ver el centro del banco, un chico de máscara se acercaba a él y otros dos estaban vaciando los cajeros, uno de ellos tenía una máscara de conejito, lo sintió estornudar y se le puso la piel de gallina.

-No conozco la contraseña!!! -gritó cuando el alto lo sacudió por el brazo.

El otro que se acercaba le puso el arma en la cabeza y siseó.

-Ábrela o te vuelo los sesos!

-No la conozco!!! -volvió a gritar horrorizado y con el rabillo del ojo vio cuando el tipo de la máscara de conejo se acercaba corriendo y hacía a un lado al que le apuntaba en la cabeza.

-Tranquilo, trae a otro empleado!

Thiago no paraba de temblar, el de la máscara de conejo se había interpuesto entre él y el otro tipo que le apuntaba.

Dios! tenía la voz de su peligris, desde atrás lo observó, un mechón de cabello negro aparecía por debajo de la máscara, que idiota era, no podía ser él. 

Estornudó de nuevo y a Thiago se le hizo un nudo la garganta.

El de la máscara de conejo lo agarró por el brazo y lo arrastró hasta donde estaban los otros empleados y le apuntó a la cabeza mientras le pasaba el brazo por el cuello.

-Lo voy a matar si no abren la puerta, ¿quien sabe la contraseña?

Ramirez se acercó tropezando con sus propios pies, el tipo alto de la máscara lo agarró de la camisa y lo arrojó hacia la puerta.

Mientras el empleado tecleaba la contraseña, Thiago giró el rostro y miró al hombre de la máscara de conejo que había bajado el arma pero aun lo sostenía firmemente, el brazo lo apretaba contra su pecho y lo escuchaba respirar con fuerza. Podía percibir el calor del cuerpo del hombre que lo sostenía, era un calor inusual.

"Está con fiebre" pensó Thiago y el hombre de la máscara lo miró y vio en sus ojos el desconcierto.

Thiago temblaba, desde donde estaba había logrado ver cuando el pañuelo que el hombre de la máscara de conejo llevaba en el cuello se había deslizado dejando ver unos chupones. Conocía esos chupones.

Cerró los ojos con fuerza y desvió la mirada.

Uno de ellos había vaciado los cajeros y buscaba en los escritorios los cheques, el alto y el otro bajaban al subsuelo, el de la máscara de conejo lo había liberado y se había alejado de él.

Dios. El hombre de la máscara de conejo que estornudaba... era su Perez? Podía ser él?

Eran 4 hombres.

3 de un metro ochenta y uno que podría llegar al metro noventa.

Eran los que estaban con el Sr. Perez en aquel automóvil; por eso se puso tan nervioso cuando le dijo que lo reconoció.

Ahora todo encontraba su encastre perfecto, ahora entendía porqué evadía sus preguntas.

Tragó duro.

Lautaro le había hecho prometer que lo esperaría en su departamento y le había rogado por esa última despedida, ahora sabía que su peligris no tenía pensado verlo de nuevo. Su petición había sido para que no estuviera a esa hora en el lugar en que ahora se encontraba.

¿Era posible que fuera él?

El hombre de la máscara de conejo estornudó nuevamente y pasó un pañuelo por debajo de la máscara para limpiarse la nariz y no pudo evitar descubrirse la mitad del rostro por unos segundos. Esos labios. ¡¡¡Esos labios!!! No había que ser Sherlock para reconocerlo.

Dios!

Dios!!!!

Lautaro. El Sr. Perez, era un ladrón!

Se escuchó un disparo en el subsuelo y los que estaban en esa planta gritaron.

El que seguía saqueando los escritorios se detuvo y el de la máscara de conejo levantó la mano.

-Quédate aquí, iré yo! -gritó el que tenía la voz de su peligris y lo vio correr escaleras abajo.

***

Lisandro y Mario bajaron arrastrando a Ramirez consigo.

Abajo estaba el gerente en estado de shock, ya los había visto por una cámara y sólo era cuestión de tiempo para que bajaran, no le habían dado tiempo a trabar la puerta desde adentro.

-Abre la bóveda -gritó Lisandro mientras lo arrastraba del cuello de la camisa y le ponía la pistola en la cabeza.

El gerente era un hombre de edad y temblaba de manera frenética.

Tecleó los números y dio error.

-Ppppperdón -rogó casi próximo al llanto y tecleó de nuevo... de nuevo dio error.

-QUE LE PASA A ESE VIEJO IMBÉCIL? LO ESTÁ HACIENDO A PROPÓSITO! -gritó Mario arrojando a Ramirez a un costado y dirigiéndose hasta el hombre con el arma en alto.

-Basta! -le gritó Lisandro dirigiendo su propia arma hacia Mario -Está nervioso y harás que no recuerde la contraseña.

Lisandro giró nuevamente y le puso el arma en la espalda al gerente.

-Mi amigo no tiene paciencia así que por favor, piense bien y ponga la contraseña porque caso contrario no podré hacer nada si él decide pegarle un tiro.

El gerente sollozó mientras volvía a teclear un número.

Dio error y se escuchó un pitido largo.

El hombre cayó de rodillas, llorando a lágrima viva, pidiendo piedad.

-LA TRABÓ. -Gritó Mario mientras levantaba el arma para matarlo -Puso tres veces mal la contraseña y trabó la bóveda! 

Lisandro le pegó un manotazo en el brazo y se desvió produciendo que el disparo saliera hacia un costado.

Lautaro bajó corriendo las escaleras justo en el momento en que Mario volvía el brazo armado y lo ponía en la frente de Lisandro.

-MARIO! -gritó desesperado antes de tirarse sobre él.

Y un segundo estampido resonó en el habitáculo.


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