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That blue-eyed boy por ScorpiusMalfoy018

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Albus Potter había oído –mayormente de su tío Ronald– muchas historias de la Familia Malfoy, y todas ellas eran más parecidas a cuentos de terror que de hadas. Pero el ahijado de su padre, Edward, estaba emparentado con ellos, y ni él ni su abuela Andrómeda habían dicho jamás una sola palabra en su contra. Eso le indicaba a Albus que los Malfoy no podían ser tan malos. Y la noche anterior, después de escuchar que el último de aquel aristocrático linaje llevaba también en sus venas la sangre de un Gran Mago Tenebroso, había considerado encontrarlo en el Expreso de Hogwarts y hacer buenas migas con él. Después de despedirse de su familia en la Plataforma 9 ¾, se puso a ello, pero rápidamente se enteró de que grandes cantidades de alumnos –entre ellos, el idiota de James– pasaban por la puerta de su compartimiento para echarle un vistazo. Fue entonces que decidió no ser uno más del montón y guardar distancia. Con un poco de suerte, podrían conocerse mejor en el colegio. Si es que él quería, claro.


Con todo aquel asunto, Albus había olvidado su crisis existencial, provocada por el temor de ser clasificado en la Casa Slytherin, un temor que James le había infundido dos años antes, cuando el Sombrero Seleccionador lo envió a la Casa Gryffindor ni bien le rozó la cabeza, así como le ocurrió a Victoire y a Fred. El terror regresó a su cuerpo, y no lo abandonó hasta que llegó a la estación de Hogsmeade, cuando la emoción fue más fuerte. Al bajar del tren, pudo ver a lo lejos a Rubeus Hagrid, reuniendo a los alumnos de Primer Año.


-¿Hay más alumnos de…? ¡Eh, tú!


Sorprendidos, todos miraron hacia el otro extremo del andén, para ver a quién le hablaba el guardabosques: un niño rubio se encontraba junto a uno de los muchos carruajes, y por cómo movía la mano, parecía como si le estuviera haciendo caricias a algo, pero no había nada delante de él. Entonces Albus recordó: James siempre le decía que tuviera cuidado con los thestrals, que eran invisibles para todo aquel que no hubiera visto morir a alguien.


-¡Los de Primer Año no van en los carruajes! –gritó Hagrid para hacerse oír por encima del gentío.


El chico no dio muestras de haberlo oído, pero le hizo una última caricia al aire antes de regresar junto al grupo de niños y niñas de Primer Año. A medida que avanzaba, los alumnos que se dirigían hacia los carruajes se quedaban mirándolo, y Albus supo de quién se trataba, pero no pudo verlo mejor porque, antes de que llegara, Hagrid exclamó:


-¿Nadie más de Primer Año? ¡Los de Primer Año, síganme!


Junto a sus primas Dominique, Molly, Lucy, Roxanne y Rose –que también trataban de ver a Malfoy–, siguieron a Hagrid por un sendero angosto y oscuro hasta llegar a la orilla del Lago Negro, donde aguardaba una flota de botes que los llevaron hasta los Jardines. Allí, frente a sus ojos, imponente, se encontraba el Colegio Hogwarts de Magia y Hechicería. Hagrid los reunió a todos ante las grandes puertas dobles, de roble, y llamó tres veces con el puño. Las puertas se abrieron de inmediato. Los aguardaba un mago alto, robusto, de cabello rubio y cara redonda, que sonreía con amabilidad.


-Le dejo a los de Primer Año, profesor Longbottom.


-Gracias, Hagrid.


Los niños y niñas siguieron a Neville Longbottom a una habitación pequeña, fuera del Vestíbulo, y que estaba vacía. Allí, el mago se presentó, les dio la bienvenida y una breve reseña acerca de la Ceremonia de Selección, antes de hacerlos formar una fila para que lo siguieran al Gran Salón, donde ya estaba ubicado el resto del alumnado.


-Ay, dios. –susurró Rose, detrás de Albus.


Frente a un chico que estaba a la cabecera de la fila de alumnos de Primer Año, el profesor Longbottom había colocado un taburete, y al Sombrero Seleccionador sobre él. El temor de Albus regresó, y con tanta fuerza que casi ni oyó al famoso artefacto cantando, y solo supo que la canción terminó cuando el Gran Salón se llenó de aplausos. Una vez que se hizo el silencio, Longbottom sacó su varita, hizo aparecer un rollo de pergamino, e indicó que, a medida que fueran oyendo su nombre, avanzaran hasta el taburete, se sentaran en él y se probaran el Sombrero para ser clasificados en alguna de las cuatro Casas. Finalmente, la selección comenzó, y avanzaba bastante rápido. El Sombrero Seleccionador hacía algunas pausas a veces, pero no tardaba demasiado en decidirse. Incluso, con algunos estudiantes, con solo rozar sus cabezas, decidía a qué Casa los enviaría. Y entonces…


-¡Malfoy, Scorpius!


El Gran Salón se llenó de susurros y murmullos. El aludido se adelantó, sin hacer caso de todos los que estiraban el cuello para verlo mejor. Albus notó que incluso los profesores se veían más interesados que con las anteriores selecciones. El rubio pasó a su lado, y había una elegancia indiferente en su andar decidido. Antes de poder verlo mejor, la mitad de su cara quedó cubierta por el Sombrero. La mesa de la Casa Slytherin se tensó, como si se prepararan para aplaudir y vitorear, seguros de que el chico sería enviado a integrar sus filas de forma instantánea. Sin embargo, el artefacto no gritó el nombre de la Casa de las Serpientes; de hecho, no gritó. Los minutos comenzaron a pasar, y todos aguardaban, expectantes, viendo al muchacho que se retorcía las pálidas manos, al parecer nervioso. Lo que sucedió luego de cinco minutos era algo que nadie se hubiera imaginado:


-¡RAVENCLAW!


Un segundo de silencio, y todos en el Gran Salón aplaudieron con cordialidad, casi con timidez, siendo los de la segunda mesa a la izquierda quienes lo hicieron con mayor ímpetu, aunque no fue mucho mayor al del resto del colegio. Malfoy se sacó el Sombrero, lo dejó en el taburete y tomó asiento rápidamente junto a unas chicas mayores de su inesperada Casa, sonrojado. Por todos lados, se oía la palabra Hatstall. Albus sabía lo que era: un antiguo término utilizado para designar a un estudiante de Primer Año cuya clasificación tomara más de cinco minutos, fenómeno que solía presentarse una vez cada cincuenta años. Sin embargo, en aquella oportunidad, ocurriría algo que no había sido registrado en los más de mil años de historia del Colegio Hogwarts de Magia y Hechicería: se presentarían dos casos, y no solo en el mismo cincuentenario, sino en la misma noche.


Y él nunca esperó ser el segundo caso.


-¡Potter, Albus!


Los nervios volvieron al muchacho, que avanzó, sin poder evitar mirar a todos los que se encontraban a su alrededor. Pero, a diferencia de Malfoy, que solo había sido tratado como un objeto en exhibición, a él todos le sonreían, le levantaban los pulgares, y al pasar a su lado le expresaban su deseo de que quedara en determinada Casa. Finalmente, llegó al taburete, se sentó en él y el profesor Longbottom, después de compartir con él una sonrisa cómplice, le puso el Sombrero en sus oscuros y enmarañados cabellos.


-Oh, otro Potter. –dijo una vocecita en su oreja.


Albus cerró los ojos, lamentándose. Iría a Slytherin, no había nada que hacer. Victoire, James y Fred habían sido enviados a Gryffindor ante el simple roce de sus cabezas. Si aquello no sucedía con él…


-¡Cuánta valentía veo! –continuó el Sombrero, al parecer sin hacer caso a sus pensamientos. –Pero no eres como tu hermano, no, no, no. Más bien… Me recuerdas a tu padre… Sí… “No en Slytherin”, fue lo que me pidió. Como tú, ¿no es verdad? Y sin embargo… Noto astucia. Salazar estaría orgulloso. Es la segunda vez en esta noche que me encuentro tan indeciso… No recuerdo que me hubiera sucedido antes…


-¿Malfoy? –preguntó Albus en su cabeza.


-Los hijos pueden ser muy parecidos a los padres, pero tan distintos en sus personalidades… -le respondió el Sombrero misteriosamente, ignorando su pregunta. –No obstante… Yo pienso… No: estoy seguro. Seguro de que estarás más cómodo en… ¡GRYFFINDOR!


Y Albus Potter, como les había ocurrido a su padre veintiséis años antes, y a su hermano solo dos veranos atrás, recibió los saludos más calurosos de la noche hasta el momento. Más feliz y aliviado de lo que nunca se había sentido, Albus dejó el Sombrero en el taburete y se dirigió hacia la mesa más alejada de la izquierda, donde James hizo algo que jamás había hecho: lo abrazó cariñosamente y le expresó el orgullo que sentía por él, y lo asustado que había estado durante los cinco minutos de silencio por parte del Sombrero Seleccionador.


Luego de dos Hatstalls, el resto de las clasificaciones no fueron nada sorprendentes. Dominique, Lucy, Molly, Rose y Roxanne, al igual que él, quedaron en Gryffindor, pero compartieron con Victoire, James y Fred la circunstancia de ser clasificadas en el primer segundo. A Albus le apenó que ni Lorcan ni Lysander Scamander, sus amigos gemelos de la infancia, hubieran sido seleccionados en la Casa de los leones: el primero fue a Ravenclaw, y el segundo a Hufflepuff. Otro de sus amigos de la niñez, Frank Longbottom, ya había sido previamente seleccionado en Gryffindor, y junto a Orson Creevey, Dylan McLaggen y Brendan Wood, compartirían el dormitorio. Todos eran muy buenos, pero demasiado aduladores, y lo miraban como si fuera un ser superior. No parecían querer un amigo, sino un líder, y a Albus nada podía interesarle menos que eso.


Después de que concluyera la Ceremonia de Selección de las Casas, la Directora, Minerva McGonagall, una enérgica bruja octogenaria, se puso de pie y les dio la bienvenida a Hogwarts a los alumnos, antes de hacer aparecer el banquete, que fue espléndido; no había descripción anterior que el menor de los Potter hubiera recibido y que se acercara a lo magnífico que había sido. Albus apenas tuvo espacio para el postre, igual de variado y sabroso que la cena. Al quedar las mesas vacías, y los estómagos llenos, McGonagall se puso de pie y les dedicó una amable sonrisa.


-¡Espero que hayan disfrutado de la cena y del postre! Y ahora, los anuncios de rigor.


De repente, dejó de sonreír y su rostro surcado de arrugas adoptó una expresión de severidad que provocó el estremecimiento de muchos de los niños más pequeños, pero no en Albus y sus primas, que la conocían de toda la vida.


-En primer lugar, los alumnos de Primer Año perdonarán mi redundancia, pero debo advertirles que el Bosque Prohibido se llama así porque el ingreso a sus terrenos se encuentra, justamente, prohibido para todos. Segundo, no está permitido hacer magia en los pasillos ni durante los recreos. En tercer lugar, las pruebas de Quidditch tendrán lugar dentro de dos semanas, y quienes estén interesados en pertenecer al Equipo de sus Casas deben contactarse con Madame Hooch. Y por último, a partir de este año, con el objetivo de promover la unión en el colegio, he decidido que no habrá dos clases por asignatura como ha sido lo habitual (una para Gryffindor y Slytherin, y otra para Hufflepuff y Ravenclaw, por ejemplo), sino solo una, para los alumnos de las cuatro Casas.


 


El cuarto anuncio pareció ser bien recibido a medias: muchos alumnos de Slytherin arrugaron la nariz con disgusto, pero la mayoría de los de Gryffindor, Hufflepuff y Ravenclaw parecían contentos. A Albus aquello le agradó: aparte de sus primas, podría estar con Lorcan y Lysander. Miró hacia adelante, donde estaba la mesa de Ravenclaw. Lorcan se había sentado junto a Scorpius, y aunque no hablaban, su amigo no dejaba de mirarlo. Deseó que no lo hiciera; a veces, los Scamander podían comportarse de formas que incomodaban a los demás.


-Y ahora, ¡a descansar! ¡A la cama, vamos! –ordenó la Directora.


Los Prefectos comenzaron a agrupar a los alumnos de Primer Año para dirigirse hacia sus Salas Comunes. Los de Hufflepuff y Slytherin desaparecieron rápidamente en el Vestíbulo, mientras que los de Gryffindor y Ravenclaw subieron la amplia escalera de mármol, en dirección a los pisos superiores. A veces tomaban caminos diferentes, pero acababan reunidos nuevamente. De pronto, Albus vio a Lorcan caminando junto a él, muy tranquilo.


-¿Qué haces aquí, bobo? –le preguntó Albus, riéndose.


-Las entradas a las Salas Comunes de Ravenclaw y Gryffindor están en el Séptimo Piso. Puedo ir con ustedes hasta llegar allí.


Lorcan hablaba con un tono soñador que a Albus le daba calma. Era un poco más alto que él, de cabello rubio ceniza, ojos color azul oscuro, piel clara, y un cierto aire ausente, como si estuviera dentro de una burbuja. Su gemelo, Lysander, era exactamente idéntico a él.


-Es una pena que no hayas quedado en Gryffindor. –le decía Albus, cuando ya iban por el Sexto Piso.


-Mi familia paterna ha estado en Hufflepuff desde sus inicios, y la materna ha estado siempre en Ravenclaw. Con Lys siempre consideramos la posibilidad de no ser elegidos en la misma Casa, pero sabíamos que no había ninguna posibilidad de ir a Gryffindor o a Slytherin. –le explicó Lorcan con paciencia.


-Bueno, pero el Sombrero Seleccionador no siempre clasifica a los hijos según la Casa a la que asistieron sus padres…


-Al menos compartiremos todas las clases. Podré estar contigo y las Weasley, pero sobre todo con Lys. Nunca nos habíamos separado antes. Será un poco difícil, pero estoy contento por estar en Ravenclaw.


-¿No querías estar en Hufflepuff?


-No es por eso. –para sorpresa de Albus, Lorcan se sonrojó ligeramente, aunque no pareció darse cuenta. –Hay un muchacho de Primer Año que también está en Ravenclaw…


-¿Quién?


-Ya sabes… Ese chico de ojos azules…


-No tengo idea de quién estás hablando, Lorc.


-¿Scorpius Malfoy?


-Oh, él… No conocía el color de sus ojos.


-¿No lo has visto?


-No de cerca. Y aunque hubiera tenido la oportunidad… Al pobre chico todo el mundo lo mira como si fuera un animal del zoológico. Incluso te vi a ti…


-Yo no lo miré como si fuera un animal del zoológico. ¿Por qué lo haría?


-¿No leíste El Profeta esta mañana? ¿O no escuchaste a nadie hablar de él? Es el bisnieto de Gellert Grindelwald.


Lorcan no abandonó su habitual expresión de indiferencia, pero sus ojos azules se abrieron un poco más; era lo máximo que podía demostrar de sorpresa.


-¿De veras? Qué interesante…


-No tienes remedio, Lorc. –le dijo Albus, riéndose de nuevo. -¿Y por qué lo mirabas tanto si no sabías lo de Grindelwald?


El rubor en las mejillas de Lorcan se acentuó un poco más, al tiempo que llegaban al Séptimo Piso. Antes de marcharse con los alumnos de Ravenclaw –y luego de recibir una reprimenda por parte de uno de los Prefectos–, Lorcan le sonrió y le dijo algo tan sencillo y tan inesperado a la vez que lo dejó completamente pasmado:


-Porque es muy lindo.


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