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The good, the cute and the gangsta por MissWriterZK

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Salió de ahí con las manos en sus bolsillos, pero atenta a cualquier movimiento. Nunca se estaba del todo seguro de que no iba a sufrir una emboscada traicionera, todo sería más fácil si llevara su ropa habitual y no el uniforme de camarera elegante. Otro suspiro se escapó de sus labios, al mismo tiempo que volvía a ponerse el casco y a subir a su moto para acelerar hasta ser confundida con el horizonte para ir a casa. Había crecido en una mansión, con todo tipo de lujos y, al mismo tiempo, con unos valores morales inquebrantables. Ser una yakuza no quería decir que fueran malos, maleducados o hipócritas, tenían la misma moral que el resto de nipones, solo que compaginaban un trabajo legal con uno en la sombra.

Cuando llegó a casa, su padre la estaba esperando en la puerta con una sonrisa orgullosa en sus labios. Tuvo mucha suerte de que la adoptara ese hombre bueno, estaba muy solo desde el inesperado fallecimiento de su esposa y ella fue la compañía que necesitaba. Encerró la moto en el garaje y salió a saludar a aquel hombre mientras comenzaba a quitarse prendas de ropa, se sentía agobiada con tanto protocolo. Ella era un espíritu libre, nada formal.

—¿Qué tal fue tu trabajo medio legal? ¿Conseguiste algo importante? Hoy llegas más tarde de lo habitual —preguntó con una voz calmada, caminando hacia la entrada de la casa.

—Estuvo bien, ajetreado y manejando mucho dinero. En la competición que organizamos, uno de los jefes de una mafia vecina intentó ganando haciendo trampas —informó, acabando de quitarse la camisa blanca, revelando su musculatura perfectamente esculpida.

—¿Qué hiciste para impedirlo? —Aquel hombre sabio prefirió no entrar en conflicto por el hecho de que estuviera quitándose la ropa ante él. No merecía la pena, era un hábito que mantenía desde pequeña e incluso él se había acostumbrado. Era una de las pocas veces que no se comportaba siguiendo el código de conducta nipón, junto con su indiscutible sensualidad, sus conquistas y ser toda una mujeriega… Quién le hubiera dicho que aquella chica obediente y tímida acabaría siendo la rebelde y juguetona que era ahora.

—Nada, la partida estaba ganada por un bombón inocente. Dejé que ganara limpiamente y me encargué de castigar al tramposo. Lo amenacé con cortarle el meñique que le quedaba y me dio todas las ganancias de la noche más lo que llevaba antes de empezar. —Sacó el fajo de billetes que no hacía mucho metió en su cartera por motivos de seguridad y su padre sonrió orgulloso.

—Tu sadismo es un excelente detonador, ¿lo sabías? —bromeó, antes de llevar una mano a su cabello corto para revolverlo— ¿Te ves capacitada para darme pelea en nuestro entrenamiento?

—Eso siempre, papá. Deja que me ponga algo cómodo y entrenamos antes de que tome un baño y esté en estado vegetativo hasta la noche.

Dicho y hecho, se alejó del salón para subir las escaleras que llevaban a su parte de la mansión, cruzándose con algunos miembros de su mafia. Ellos también estaban acostumbrados a verla con poca ropa, rodeada de mujeres o bebiendo para olvidar los recuerdos que iban volviendo de su infancia. Su parte era moderna, pero conservaba la tradición y elegancia japonesa. Abrió su armario y se puso un simple top deportivo con unos shorts de compresión, vendando manos y piernas y mordiendo un protector bucal.

Bajó con paso calmado, entrando por las distintas dependencias que daban al patio interior y jardín zen. Ese era su lugar favorito para entrenar, meditar y reflexionar. Él la esperaba cruzado de brazos pacientemente.

—Sorpréndeme, haz todo lo que sepas. No te cortes, demuéstrale a papá todo lo que has aprendido en tus peleas callejeras.

Ella solo asintió, dando un largo suspiro para relajar sus músculos y despejar su mente. Una mente nublada era una mente inútil, siempre tenías que mantener una mente fría para tener éxito, aunque tuvieras que convencerte a ti misma de que estabas bien y estuvieras a punto de morir. Se trataba de un engaño a los demás y a tu persona. Después de haber estirado y calentado, lo miró.

Esa era la señal que esperaba para abalanzarse sobre él, combinando movimientos de karate, defensa personal, judo, kung fu, boxeo, capoeira y taekwondo entre otros… Era una maestra del arte del combate cuerpo a cuerpo, verla combatir era asistir al más bello despliegue de habilidad. Cada movimiento era rápido, fuerte y grácil. Estaba acostumbrada a no dormir demasiado y la fatiga no le pasaba factura, atacaba y esquivaba con maestría.

Cuando el sudor cubría sus cuerpos y estaban jadeantes por un buen combate, los otros miembros lanzaron sus katanas para continuar con el entrenamiento. Ella corrió, tomando impulso y apoyándose en los hombros de su padre para hacer una acrobacia, atrapando y desenvainando su katana en el aire, aterrizando con una voltereta perfectamente ejecutada que le permitió ponerse en guardia al instante.

—Parece que estás impaciente. Nunca dejas de sorprenderme, Mei.

—Sabes que me tomo el entrenamiento muy en serio y que todos los días desarrollo algo nuevo.

Él sonrió, comenzando con una serie de estocadas que eran esquivadas con elegancia, parecía estar bailando sobre un tatami. Sus pies descalzos se deslizaban con suavidad sobre la hierba fresca humedecida por las gotas del rocío de la mañana. No comenzó a atacar, quería poner a prueba sus reflejos con falta de descanso. Esquivaba de todas las formas posibles, hacía fintas, utilizaba el suelo a su favor y acabó barriendo a aquel hombre corpulento, aunque éste utilizó su mano para hacer una voltereta y no recibir daño alguno.

—Has vuelto a caer en la trampa, Mei. Estás acorralada, ríndete —habló su padre, blandiendo la hoja afilada de su espada en su dirección. Era cierto, estaba a menos de medio metro del tronco de un árbol frondoso y rodeada por los muros de la propiedad.

Ella sonrió, llevaba preparando una técnica de escape mucho tiempo en secreto. Calló y se limitó a voltear para correr, caminando sobre el tronco del árbol e impulsándose con un último paso furioso que, con un par de saltos mortales, la llevó a estar tras su rival, aprisionándolo y poniendo el acero justo en su garganta.

—¿Decías algo?

—Que será mejor que empecemos a atacarnos directamente…

—Así me gusta, la verdad por delante —bromeó con un sarcasmo y alejándose con velocidad a base de unos cuantos mortales seguidos, acabando manteniendo el equilibrio sobre una de las piedras del estanque de los kois.

—¿Acaso intentas distraerme con la belleza de tus movimientos? —cuestionó dirigiendo su mirada inconscientemente al sonido de una roca que caía al estanque y rompía el silencio del jardín zen. Cuando se percató, ella no estaba sobre la roca y el frío acero de su katana estaba nuevamente presionado contra la delgada piel de su cuello.

Intentó contrarrestar atacando con su espada, pero su mano fue interceptada por la de ella y acabó desarmándolo sin el más mínimo esfuerzo. La alumna superó al maestro en esa ocasión.

—Creo que gané yo, sensei. Voy a darme un baño relajante, quizá me duermo en la bañera… —habló mientras bostezaba y se estiraba. El sudor cubría su cuerpo y no hacía otra cosa más que destacar sus músculos de acero y sus tatuajes.

Se alejó de ahí con paso lento y frotando sus ojos, el sueño le había vuelto de golpe. Subía las escaleras con parsimonia, ayudándose en la barandilla, como si se tratara de la tarea más ardua que jamás le habían asignado. Entró a su habitación y la cruzó mientras se desnudaba con los primeros rayos del sol que penetraban por los vidrios de las ventanas y creaban unos increíbles juegos de sombras en su cuerpo que, junto con el sudor del entrenamiento, solo podían volverla menos mortal y terrenal. Agradecía enormemente que su padre se hubiera tomado la molestia de prepararle el baño, solo tuvo que destapar la bañera para ser reconfortada con la agradable calidez del agua en su temperatura perfecta.

Humedeció su cuerpo con el agua de la ducha, enjabonó cada rincón de su cuerpo con sumo mimo y se aclaró para meterse en la bañera. El agua se tornaba del color de la sangre cuando tocaba su cabello rojo intenso y eso despertaba una sensación contradictoria. Suspiró placenteramente cuando se introdujo en el agua cálida y comenzó a masajear todos sus músculos, al mismo tiempo que palpaba su cuerpo en busca de posibles heridas derivadas del reciente entrenamiento.

No encontró nada, por lo tanto, se limitó a cerrar sus ojos y dejarse inundar por aquella agradable sensación. En esos momentos podía olvidar lo que fue y lo que era, su pasado casi desconocido y su presente oscuro y oculto. No se arrepentía de sus decisiones, pero se preguntaba cómo hubiera sido su vida si nada de eso hubiera ocurrido. Si siguiera en EEUU, quizá seguiría siendo una estudiante de matrícula o se habría desviado por la fiesta, sería problemática y, solo quizá, hubiera podido enamorarse sin miedo a poner en peligro a ninguna de sus conquistas. En su situación actual, no podía prometer más que algo de una noche o varias, sin sentimientos, detalles o explicaciones.

Era toda una mujeriega porque no podía prometer nada ni disfrutar de una persona en exclusivo, tampoco le importaba. Le encantaba jugar y conquistar, sentirse poderosa y deseada, despertar suspiros y pasiones en cualquier lugar… Aunque era cierto que no debía mostrar sus pasiones de cara al público.

Salió, se envolvió en su albornoz de algodón, se peinó con sus dedos para retirar el cabello húmedo que caía sobre sus ojos y molestaba, y volvió a quitarse el albornoz para meterse en su cama. No tenía fuerzas ni para vestirse. Antes de que pudiera darse cuenta de ello, ya había caído en los brazos de Morfeo.

Ya era domingo y estaba tan agotada que no despertó hasta la tarde. Se vistió con ropa deportiva, comió la comida que habían guardado para ella, bebió té verde y salió a correr. No podía perdonar un día de entrenamiento. Al regresar fue directa al gimnasio de la mansión y aprovechó para hacer pesas, flexiones, abdominales, dominadas… Amaba ejercitarse y esculpir su cuerpo a su gusto. Sus rutinas de ejercicio la hacían muy fuerte y la dotaban de una agilidad y flexibilidad sin igual, junto con una velocidad explosiva difícil de superar.

—Me he enterado de que la pieza de joyería se la llevó una extraña. Debió jugar bastante bien para hacerse con ella. —Quien hablaba era uno de los más jóvenes de la banda, rondaba su edad y eran como hermanos.

—Sí, jugó magistralmente. ¿A qué se debe el honor de que, el guapo y sex symbol, Shinya esté hablando conmigo? —hablaba con una sonrisa socarrona, mientras bebía de su botella de agua con limón y secaba el sudor que se deslizaba por su cuello con una toalla.

—¿Podrías dejar de ser sarcástica?

—Sabes que eso es como pedirme que no sea pervertida o que no me lleve a todas tus conquistas. Tú eres su plato principal y yo soy su postre…

—Dios, deja de recordarme motivos por los que no puedo tener ninguna relación seria —protestó molesto.

—Shin-chan, ¿no me digas que has venido a hablar conmigo porque te interesa la ganadora del premio? No te molestes en negarlo, no puedes… —suspiró, sentándose en el filo de uno de los bancos— Es una auténtica belleza pura e inocente.

—¡Genial! He de suponer que sabes dónde vive, ¿por qué no me das su dirección? Le haré un tour por Tokio.

—Ni se te ocurra. No sabía nada de la yakuza, es inocente. Me aseguré de que llegara bien a casa, nada más.

—¿Y qué? Solo quiero verla…

—¡No puedes! —Por primera vez elevó el tono de su voz— ¿Acaso no ves que podrían vincularla a nosotros? No pienso dejar que le arruines la vida, ¿entendido? —Su voz era autoritaria y fría, lo estaba amenazando y no pensaba retractarse.

—No entiendo qué la hace diferente del resto que hemos traído aquí, Mei. Lo hemos pasado en grande con muchas mujeres, ¿por qué no con ella?

—Ella no sabe nada de las mafias, nuestras chicas sabían perfectamente que éramos unos yakuzas. Es solo una universitaria que quería ver Japón, no merece verse envuelta en una vida de peligro… En cambio, puedo darte el número de uno de mis ligues de anoche… Era una italiana sexy.

Con esa distracción tendría suficiente para dejar a Lauren tranquila. Ya casi era la hora de la cena, por lo que se dio una ducha rápida, se vistió y bajó a ayudar a poner la mesa y terminar la comida. Tenía un hambre voraz, por lo que una vez que estaban todos sentados alrededor de la mesa, no vaciló en empezar a comer.

Recogió sus platos y los fregó, antes de lavarse los dientes, dar las buenas noches a todos y encerrarse en su habitación, mientras encendía una lámpara de aceite. Se sentó en su silla de escritorio y empapó su pincel en la tinta china para empezar a escribir kanjis con la máxima delicadeza y dedicación. Prometió a sus alumnos de artes marciales que les llevaría un par de pergaminos con kanjis hechos por ella. Eso también le ayudaba a relajarse, dejó que se secaran y contempló uno de sus dibujos que estaba sin terminar, se trataba de un dibujo de todo Tokio desde la torre norte de Tochô en un día soleado en el que se veía hasta el monte Fuji.

«Me pregunto cuándo podré acabarlo. Me exaspera tener algo sin acabar…»

Se metió en la cama y esperó a que llegara el sueño mientras leía una novela de seres sobrenaturales. La noche transcurrió con normalidad y por la mañana llegó el momento de enfrentarse a la realidad de su situación. No importaba que llevara más tiempo en Japón que en EEUU, no importaba su perfecto dominio del idioma, ni su educación en sus costumbres o valores… Ella seguiría siendo un soto más, una gaijin… Una extranjera.

Era costumbre madrugar para prepararse el bentô, la base era el arroz que cocía con un poco de sal y semillas de sésamo para que perdiera su textura al enfriarse; tofu a la parrilla, tortilla y makis de aguacate.

Una vez que estaba vestida con unos jeans negros, botas militares del mismo color, una camisa de cuadros roja y negra con una camiseta gris del símbolo de prohibido fumar y un gorro de hilo negro; se aseguró de que llevaba todo lo necesario en su mochila, incluyendo el bento y se fue en moto a la universidad. Prefería no tener que enfrentarse a las miradas extrañas y acusadoras del resto de nipones respecto a su procedencia y aspecto.

Aparcó y se dirigió al despacho en el que tendría la revisión del último examen de su doble grado en Traducción e Interpretación y Estudios del Asia Oriental. La graduación sería en una semana y ya tenía muy claro qué quería hacer con su vida. No podía salir de la yakuza puesto que le dieron todo, lo que haría sería marcharse de Japón y montar su propia mafia en EEUU. Quería vivir sin ser juzgada, escapar de lo moralmente correcto y demostrarle al resto de sus compañeros de la banda que era capaz de prosperar por sí misma.

Mientras esperaba su turno, podía escuchar cómo hablaban sobre ella. No le daba demasiada importancia, era extranjera, llamativa, no se adaptaba a la sociedad y, para colmo, formaba parte de la yakuza. Shinya estaba pasando por esos pasillos, podía afirmarlo al escuchar el revuelo, era un chico muy guapo y musculoso, algo que les encantaba a las mujeres asiáticas. Justo cuando pasaba delante de ella, lo atrajo por la muñeca con fuerza y lo besó delante de todas para provocar sus celos.

Él abrió sus ojos como platos, antes de corresponder gustosamente el beso. No entendía nada de lo que estaba pasando, pero no todos los días tenía el placer de besar a una auténtica belleza exótica como era Mei y toda una rebelde. Cuando se separaron, ella le susurró traviesa al oído.

—Gracias por contribuir a la causa, quería vengarme… Por cierto, besas mejor de lo que pensaba, quizá hago esto más a menudo…

—Muy sádico por tu parte, no esperaba menos de nuestra mejor torturadora, extorsionadora, conductora y jugadora… —contestó con una sonrisa ladeada antes de robarle otro beso para darle más realismo a la escena y ser advertido con una mordida de labio. Se había arriesgado demasiado.

No hubo ningún comentario más, solo un silencio sepulcral y la sonrisa triunfal y traviesa de la mestiza. Una vez que revisó su examen, decidió tomar su bentô en uno de los jardines de la universidad, disfrutando del silencio y la textura del césped. Ya casi era la hora de dar clases de defensa personal a sus pequeños alumnos, por lo que arrancó su moto y puso rumbo a uno de los barrios más marginales dentro de la capital japonesa. Hacía eso por pura caridad y diversión, le encantaba ver sonreír a los niños y ellos en general.

Entró al dojo, descalzándose a la entrada y sacando con absoluto cuidado los pergaminos de su mochila para colgarlos en la pared. Aún era pronto, por lo que se cambió en su kimono, ocultando sus numerosos tatuajes con una camiseta de compresión negra de manga larga. No importaban los movimientos, de esa forma, nadie podría vincularla con la mafia. No le gustaría nada que ellos le tuvieran miedo o que dejaran de asistir a algo tan importante como las clases de defensa personal.

Mientras aprovechaba para meditar, el dojo se fue llenando de sus jóvenes e inquietos alumnos, no abrió sus ojos hasta que no entró el último a la sala. Con un saludo al sol, comenzaron la clase, ese día se dedicaron a aprender a desarmar, a quitar armas de fuego y a esquivar ataques de armas blancas; junto con la correcta forma de dar puñetazos y la ejecución del primer kata del Karate Shotokan.

—Esto es todo por hoy, chicos. Vuestros padres deben de estar esperando. Nos vemos dentro de dos días.

Ella volvió a cambiarse a la ropa que llevaba anteriormente. Estaba anocheciendo, si se daba prisa, conseguiría acabar su dibujo de la vista de Tokio desde uno de los rascacielos más imponentes. Llegó a la torre, sacó lápiz, grafito, carboncillo y borrador y continuó su dibujo hasta que los colores del cielo se tiñeron de negro y era hora de abandonar la torre próxima a su cierre.

Justo cuando levantó su vista del blog y acabó con su concentración se percató de que una figura extremadamente familiar estaba apoyada en la balaustrada y tenía su propio momento Titanic con las luces de la metrópoli como testigo. Solo quedaban ellas dos y no pudo evitar hacer un rápido boceto debido a la belleza de la imagen que tenía ante ella.

Una vez que acabó de garabatear, guardó sus utensilios y se acercó a ella. No pensó que volvería a verla y mucho menos un día después de haberse conocido.

—Lauren… ¿Qué haces aquí?


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