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The good, the cute and the gangsta por MissWriterZK

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Notas del capitulo:

Espero que os guste. Me siento prolífica escribiendo tan seguido jaja. Me siento solita. Si os gusta, no dudéis en comentar, leo y respondo... Me alimento de reviews y tengo hambre xD

Ella se tensó al escuchar una voz grave, rasgada y cálida que no esperaba escuchar más. Volteó con lentitud para encararse a la realidad y atractivo de aquella mujer misteriosa que la llevó a casa y se preocupó por ella. Sus ojos café intenso brillaban con una mezcla de emociones, desde la alegría de verla bien a la sorpresa de haberla encontrado o la preocupación de que pudieran vincularlas.

—Parece que además de ser guapa, sabes apreciar las buenas vistas —susurró con delicadeza, dedicándole una sonrisa dulce. Consiguió que sonriera avergonzada y que soltara una discreta carcajada.

—¿Acaso es esa tu frase preferida para conquistar y llevarme a tu cama? —bromeó con una mirada socarrona, mientras que colocaba uno de los mechones de su cabello tras su oreja. Solo debía mentalizarse de que la gangster no tenía ningún efecto sobre ella, cosa que era mucho más difícil que mantener una cara de póker durante los torneos.

—Qué obstinado por tu parte pensar que quiero llevarte a mi cama, preciosa —habló divertida, acortando la distancia entre ambas e introduciendo una de sus manos en los hilos de fuego de su cabello, sintiendo la forma en que su cuerpo temblaba deliciosamente—. Oye, no deberías ser tan vulnerable. Alguien podría aprovecharse de ti… —suspiró, peinando su corto cabello en una forma de intentar disimular su molestia— Tenías algo enredado, nada más.

—¡¿Y quién ha dicho que yo soy vulnerable?! —protestó, intentando tener una imagen segura y fuerte que no acompañaba a su lenguaje corporal.

—¿Tu lenguaje no verbal quizá? Jamás me aprovecharía de nadie, antes prefiero ejecutar el seppuku. En la nota que te escribí, expliqué lo que debías hacer para no correr peligro, ¿obedeciste mis órdenes?

—¿Te refieres a no hablar ni mostrar la gargantilla y a esconderla en algún seguro como dentro de un joyero enterrado en el jardín?

—Exacto… Dime que lo hiciste. Tú eres una ciudadana normal y ni siquiera japonesa, nadie notaría tu ausencia hasta pasado bastante tiempo…

—Pues… Digamos que lo llevo encima. ¿Qué mejor lugar que conmigo misma? ¡Nadie sabe lo que llevo bajo la ropa!

—Eres idiota —suspiró molesta y masajeando sus sienes en un intento de calmarse. Ya podía notar a las migrañas llamando a la puerta—, ¡¿cómo se te ocurre llevar eso encima?! ¡Vuelvo a repetirte que llevas una joya exclusiva cuyo valor supera el millón de dólares! De hecho, dudo de su seguridad, ya que la consiguieron los chicos de mi banda. Quién sabe si no es robada de algún museo o exposición…

—No es culpa mía…

—Escucha, sé que es difícil de comprender. Ahora mismo estás en peligro de ser atacada por la yakuza, los capos italianos, los narcos latinoamericanos y la mafia rusa; o bien, detenida por la policía por posesión de un bien robado y acabarías en la cárcel por el resto de tus días. Ya te dije lo que tenías que hacer, no es mi problema si quieres jugártela.

—Y yo que creía que mi día iba a ser bueno… Hablas de esta joya como si estuviera maldita. Es demasiado bonita como para no ponérmela, ¡estoy en mi derecho! ¡Yo la gané!

—No lo discuto, princesa… Tú ganaste un juego ilegal con un premio de las mismas características. Eres la primera persona normal que logra entrar a un concurso organizado por y para mafias… —La suavidad regresó a su voz y en sus ojos se podían ver matices de arrepentimiento. Se sentía culpable de la situación en la que estaba la pelirroja— Solo te pido que tengas cuidado, ¿de acuerdo? —La abrazó con delicadeza, aprovechando la situación para sacar su móvil de los bolsillos y memorizar su número. Podría llamarla si se encontraba en peligro.

La pelirroja no dijo nada, su cerebro intentaba procesar toda la información que estaba recibiendo y estaba a punto de necesitar un reinicio forzoso. Esa mujer tenía algo especial que la atraía indudablemente, quizá sus piercings, sus tatuajes que se podían entrever por la ropa, su comportamiento que mezclaba la caballerosidad con el narcisismo y el juego, su aspecto o su aroma avainillado. Cuando sintió que era abrazada en una forma cálida y protectora, no pudo seguir fingiendo estar calmada, no estaba nada calmada… Estaba de todo menos serena.

—Bueno, ya tienes mi número de teléfono, pégame un toque si sientes que estás en peligro. Mi protección será gratuita, me siento responsable al haberte cargado el muerto del collar. Ahora, debo irme a casa y tú también. Por cierto, no vuelvas a desobedecerme o tendré que castigarte.

Esas fueron sus últimas palabras, antes de desaparecer de su vista con la rapidez de un ninja. Dejándola en un estado de reflexión por unos cuantos minutos, hasta que se cansó de pensar en teorías conspiratorias y decidió que era hora de volver a casa. Mañana dedicaría parte de su día libre a dormir y pensar en todo lo sucedido en cuestión de un par de días.

Mei regresó a casa encontrándose con todos los miembros de la banda alrededor de la mesa para cenar. Saludó a todos y cada uno de ellos para unirse y cenar en familia.

—Tu táctica funcionó, ¿no? —Shinya rompió el silencio, refiriéndose al suceso de la mañana.

—Sí, ya no hubo más comentarios. Aunque —cambió su tono de voz a uno seco y amenazante—, vuelve a besarme sin mi consentimiento y morirás en extrañas circunstancias. ¿Entendido?

—¿Estáis saliendo? —cuestionaron todos sorprendidos, soltando la comida que tenían en los palillos. Necesitaban explicaciones sobre esa información tan jugosa.

—¡¿Qué?! ¿Salir con él? ¡Pero si soy lesbiana! Solo lo hice para causar celos… Sabéis de sobra que no me gusta nada seducir a los hombres.

—¡Oye, dijiste que besaba bien y que repetirías! —protestó ofendido, su orgullo varonil estaba por los suelos.

—Bueno, puede que sea homoflexible… —suspiró, poniendo sus ojos en blanco y bebiendo un poco de té verde— ¿Algo que objetar? Pero, quiero que sepas que, entre tú y un bombón, me quedo con el bombón.

—Ojalá pudiera decir lo mismo…

—Oh, vamos. Ya sabes, eres japonés. Busca a una mujer que se adapte a los cánones de la sociedad, se supone que deberían gustarte ese tipo de mujeres. Esas que ocultan su auténtico yo a ojos de la sociedad y están limitadas al ámbito familiar. —Su sarcasmo era mucho más que evidente y reflejaba su disconformidad con la situación de la mujer en ese país y las estupideces de los cánones, prejuicios y estereotipos. Cada persona era única—. Oh, ¿cómo olvidar que, si se interesa por los hombres, quiere encontrar pareja y le gustan los temas relacionados con la sexualidad, recibe el apodo de «carnívora»? Sinceramente, no sé qué hago quejándome con vosotros cuando os oponéis a todo eso y buscáis mujeres auténticas e intentáis liberarlas de la presión social.

—Vaya… Algo debe de estarte molestando demasiado como para que te pongas seria, Mei. ¿Qué te preocupa? Somos una gran familia, tu familia. Cuéntanoslo. No te juzgaremos, te queremos tal y como eres. —Su padre dejó con suavidad la taza de cerámica sobre la mesa antes de hablar con su voz serena. Ese hombre no hablaba demasiado, pero todo lo que decía era cierto y podía calmarla.

—No es nada demasiado importante. De hecho, no sé ni por qué me molesta que una mujer normal ganara la joya en el torneo y sea lo suficientemente estúpida para llevarla encima sin contar con ningún tipo de protección.

—Tus palabras no encajan, se nota que te preocupas por esa joven. Escucha, probablemente te sientas responsable porque tú fuiste la organizadora… Nosotros solemos desentendernos, pero tú no haces eso. No importa el tiempo que pases entre la yakuza, no puedes suprimir ese espíritu protector.

—Volví a verla en una de las torres del ayuntamiento —informó, al mismo tiempo que acababa su bol de arroz y bañaba un poco de tempe en la salsa de soja—. Le di mi número por si se sentía amenazada. Hice lo correcto, no puedo hacer nada más.

Ese fue su último bocado, no tardó nada en incorporarse y recoger para salir al jardín zen y sentarse en forma de mariposa justo delante del estanque de los kois. Un suspiro involuntario se escapó de sus labios, al mismo tiempo que contemplaba ensimismada la belleza del reflejo de la luna en el agua cristalina del estanque. Parecía que la luna estaba al alcance de sus manos.

Lo único que podía escuchar en esos momentos era su respiración regular, los kois que saltaban de vez en cuando y el sonido del agua y de la caña de bambú, cada vez que ascendía o descendía. Se sentía en paz, por lo que cerró sus ojos, enfocándose solo en el ritmo de su respiración y recitando un mantra en su mente para ayudar a relajarse y hacer desaparecer sus preocupaciones del día a día.

Desconocía cuánto llevaba en esa posición y en su propio universo, justo cuando abrió sus ojos al sentir una presencia que se acercaba a ella sigilosamente. Su espalda se crispó inconscientemente y tensó todo su cuerpo, estaba en guardia y preparada para todo, sacando uno de los kunais que llevaba escondidos en las mangas de la yukata que usaba al estar por casa.

—Relájate, soy yo. No quiero pasar parte de la noche recibiendo puntos porque una señorita desconfíe hasta de su propia sombra. —La voz pertenecía a Kenta, un hombre que era como su hermano mayor. Se sentó junto a ella, imitando su postura y posando su gran y cálida mano en el hombro de la joven en una muestra de apoyo moral—. Creo que entiendo el porqué de tu situación. Podría jugarme el cuello afirmando que se trata de una extranjera. ¿Me equivoco?

—No, estás en lo cierto. Tan solo es una joven universitaria que quería conocer Japón más allá de los documentales que ofrecen en los canales de pago…

—Creo que proyectas su situación a la tuya. No quieres que le ocurra nada porque no deseas alejarla de su familia. No quieres que ni ella ni sus familiares experimenten algo semejante a lo que tú has vivido en todo este tiempo.

—Supongo que tienes razón… —contestó después de unos segundos de meditación, antes de encender uno de sus cigarros mentolados y darle una buena calada que ayudara a aclarar sus pensamientos.

—Creía que no fumabas.

—No suelo hacerlo. Solo fumo de vez en cuando, cuando me siento depresiva, melancólica, entretenida… O, simplemente, cuando necesito una ayuda extra para olvidar.

—¿Para qué utilizas el alcohol y el sexo entonces?

—Por eso digo que es una ayuda extra, Kenta. Hay veces en las que estoy perdida y no veo la salida… —hablaba, mientras expulsaba todo el humo blanquecino y mentolado, envolviéndose a sí misma en aquella nube como un elemento de protección inconsciente.

—También podrías hablar con nosotros, tu familia.

—Es complicado, Kenta. Hay veces en las que estoy perdida debido a vosotros y no suelo sincerarme ni abrirme a nadie. Gracias por escucharme, creo que va siendo hora de que me vaya a dormir. Buenas noches.

Se dedicó a la lectura, alumbrada por la luz anaranjada de la lámpara de aceite que lograba reconfortarla. Le encantaba leer libros de fantasía porque sentía que podía escapar del caos de su día a día y satisfacía su curiosidad y creatividad. Su espalda estaba apoyada contra la puerta corredera de papel prensado y se encontraba tapada hasta la cintura, tenía la costumbre de dormir solo con la ropa interior inferior con la excusa de que, de lo contrario, su libertad de movimiento no era la misma.

Estaba inmersa en el libro que hablaba de todo tipo de criaturas sobrenaturales, desde las tradicionales japonesas, a las que estaban universalizadas, como vampiros o licántropos. Poco a poco, iba notando que el cansancio se iba apoderando de ella y sus ojos se cerraban involuntariamente. Cerró con suavidad el libro, extendiendo su brazo en su totalidad para poder dejarlo sobre su escritorio de acero y cristal. Su dormitorio reflejaba más de su personalidad de lo que le gustaría; mezclaba modernidad con tradición japonesa y rebeldía.

Para ayudar a conciliar su sueño sin tener ningún mal sueño comenzó a tararear la melodía de aquella nana que le cantaba su madre cuando aún podía verla. Esa melodía era lo poco que quedaba de su pasado y lo que no le molestaba recordar. Solía intentar olvidar nuevamente todos los recuerdos que iban llegando después de sus traumas, perdiéndose entre los matices del alcohol y las diferentes texturas y calideces de las pieles de todas sus amantes. No quería ahogarse en sus propias lágrimas y recuerdos, no quería experimentar ese dolor.

Mientras que la mestiza empezaba a sumirse en un sueño profundo, la pelirroja estaba acabando de escribir una nota en su diario. Hacía mucho tiempo que ni lo tocaba, pero todos los sucesos recientes eran dignos de escribir para las memorias. Nadie de su familia se creería nada de lo que estaba viviendo. Acabando de redactar el último párrafo de sus experiencias diarias, las palabras y la expresión preocupada de la mafiosa japonesa regresaron a su mente.

Movió su cabeza de un lado a otro, intentando deshacerse de esos pensamientos. Seguro que estaba exagerando o gastándole una broma; era imposible que hubiera ganado un concurso ilegal y que la pieza de joyería que llevaba consigo fuera robada y exclusiva en el mundo entero. Aquella misteriosa joven podría dedicarse a la actuación y estaría acostumbrada a meterse en las mentes de otros para conseguir sus objetivos, pero ella no caería en la trampa de sucumbir a su calidez o sus palabras. Además, eso de haberla abrazado para anotar su propio número de teléfono con la excusa de protegerla, era lo más estúpido que había visto para ligar en mucho tiempo. Quería creer fervientemente que estaba a salvo y que nada ni nadie podría dañarla, hasta el punto de cegarse a la realidad.

El día siguiente era su día libre del trabajo, por lo que se dedicaría a ir de compras y comer fuera. Necesitaba algo fuera de la rutina y que la entretuviera lo suficiente para olvidarse del peligro que, supuestamente, corría. Se metió entre sus sábanas y mantas y se dejó acunar por el sonido de las gotas de lluvia que percutían en el cristal de la ventana. Acababa de empezar a llover de forma suave.

Mei tuvo que madrugar para seguir su riguroso entrenamiento y preparar su dieta vegetariana rica en proteínas y sin demasiados hidratos. Ese día trabajaba en ambos de sus trabajos, de camarera en una cafetería normal y de coctelera en el club nocturno liberal de la yakuza. Su día pintaba ajetreado, así que no había mejor forma de despertar y mantenerse activa por el resto del día que comenzar con una buena sesión de ejercicio matutina y una ducha templada.

Cuando llegó de su entrenamiento y su ducha correspondiente, secándose su cabello húmedo con una toalla negra, vio que su padre ya estaba sentado en la mesa del comedor y que su desayuno estaba minuciosamente preparado. Eso la hizo sonreír inconscientemente, ese hombre la mimaba como a nadie, siempre sería su princesa.

—Gracias por el desayuno, papá. No tenías que haberte molestado… —saludó, dejando la bandeja con la sopa de miso, el bol de arroz y un par de tostadas con aguacate, acompañado de bebida de soja y una taza de té verde caliente y amargo. Se acercó a él y besó su mejilla en un gesto cariñoso que lo hizo sonreír y que apartara sus ojos negros de la tinta del periódico.

—No me cuesta nada hacerlo. Podrías llegar tarde al trabajo si tuvieras que prepararlo y sabes que me gusta cocinar. Me relaja casi tanto como torturar a nuestros rehenes…

—Entonces, prefiero que me hagas la comida a diario antes que maltrates a cualquiera que consideres sospechoso —bromeó, comenzando a comer.

—Parece ser que mañana hay una feria de joyería, deberíamos ir a echar un vistazo. ¿Qué te parece?

—Tú eres el jefe, tú das las órdenes.

—No sin el consentimiento y la aprobación de mi mayor fuente de ingresos. Gracias a ti y a tu habilidad, podemos nadar en dinero. Además, eres la princesa de la casa…

—De acuerdo, de acuerdo —contestó entre risas—, por favor, no más halagos. Vas a aumentar mi narcisismo si es que eso es posible.

—Solo decía la verdad, Mei…

—Y por eso eres el mejor padre que podía pedir.

—Mei, ¡tienes que ver esto! —La templanza característica de ese hombre se vio sustituida por sorpresa e incredibilidad. La rebelde obedeció, echando una ojeada a lo que estaba leyendo el mayor.

Sus ojos se abrieron como platos, era imposible lo que prometía ese anuncio. Decía que contaría con la presencia de la joya que ellos mismos habían dado como primer premio el sábado pasado. Había tres opciones a ese anuncio: una mafia se aseguraría de conseguirlo para ponerlo a precio de mercado y ganarse un buen pellizco, se trataba de una falsificación lo suficientemente buena para convencer a la mayoría de personas que no fueran joyeros o ladrones y compraban a los que supervisaban la veracidad de la joya, o bien solo era un reclamo para los compradores.

—¡No me jodas! Debo hacer algo antes de que la sangre sea derramada. —Acabó de desayunar rápidamente y marcó el número de su jefe en la cafetería, pediría un día libre para poder ocuparse de un asunto personal—. Intentaré ponerme en contacto con la vencedora del torneo. Por favor, ten a los miembros preparados para una posible intervención y rescate.

—Sí, voy a convocarlos y todos nos cambiaremos.

Se levantó y salió corriendo de la habitación hasta llegar a su dormitorio, debería cambiarse para la ocasión. Se quitó toda la ropa, hasta quedar en lencería. Se puso una camiseta blanca de algodón de manga corta para protegerse de posibles rozaduras al ponerse el chaleco antibalas, utilizó el piercing de su ombligo para colocar la cadena de su pistola personalizada, una camiseta suelta de manga larga con la que ocultar las dagas que llevaba en los protectores de sus muñecas, una funda de pistola táctica en sus piernas con dos pistolas de menor calibre que se mimetizaban con unos pantalones de cuero negro, una gabardina larga que tapara las armas y con bolsillos interiores en los que llevar su pistola favorita y, como si se tratara de un samurái, llevaba un arma para matar (katana), otra para defender (kodachi) y otra para suicidarse, si fuera necesario (tantou). Iban escondidas estratégicamente, el arma más corta se escondía en el bolsillo izquierdo interior de la gabardina, la espada defensiva estaba oculta por dentro de su ropa, aprovechando el chaleco antibalas y la katana estaba en su cinturón, siendo ocultada por la gabardina.

Lo que acababa con su atuendo para matar y protegerse era un maquillaje oscuro y atrevido y unas botas militares que escondían en su suela hojas afiladas extraíbles que servían como apoyo a la hora de escalar o como arma en el peor de los casos. Tomó las llaves de su moto deportiva y su casco, deteniéndose en el recibidor para ponerse y anudar dichas botas. Entró al garaje y salió a toda velocidad rumbo a la casa de Lauren. Intentaba contactar con ella llamándola por teléfono, aprovechando el bluetooth de su casco Shark D-Skwal Dharkov negro, azul y violeta.

No contestaba a sus llamadas y se puso en la peor situación. ¡¿Y si se la habían llevado?! ¿Podría estar delirando antes de que su consciencia desapareciera por siempre? Imaginándose lo peor, aceleró quitándole el limitador a la moto y condujo a máxima velocidad, mucha más de la permitida arriesgándose. Solo estaba a un par de manzanas de distancia del apartamento de Lauren y llamó a la yakuza para que esperaran fuera del apartamento como refuerzo.

Se bajó de la moto y no se quitó ni el casco, empezó a observar la edificación y a recordar la orientación del apartamento de la joven que estaba en peligro. No había forma de entrar sin forzar la cerradura y eso alertaría al conserje… Acabó pensando que lo más sencillo, pero no menos peligroso era llegar escalando. Aún era temprano y ni los salaryman estaban por la calle, no debería pasar nada si era lo suficientemente cuidadosa. Dio un largo suspiro para centrar su mente, golpeando el suelo con la puntera de las botas un par de veces para activar las cuchillas que servirían de apoyo para subir cinco plantas.

—A este paso podrían seleccionarme para interpretar a algún personaje en la próxima película de Assassin’s Creed… Escalar se ve mucho más fácil en los videojuegos y se benefician de la arquitectura europea medieval o de la Edad Moderna. Extraño cornisas y muescas a las que aferrarme para mayor seguridad —mascullaba algo molesta mientras ascendía por las paredes de hormigón, alcanzando algunas ventanas o conductos de ventilación. La arquitectura moderna era muy bonita y llamativa, pero un auténtico dolor en el trasero para ese tipo de misiones.

—Perfecto… Ya he llegado a la ventana de su habitación, ahora solo necesito forzar la cerradura y escabullirme dentro sin hacer ningún ruido… —Se encargó de supervisar el interior. Estaba oscuro y no había nada fuera de lugar… No se escuchaba ningún sonido.

«Nota mental, dejar de ponerse en el peor contexto… Parece que está dormida. Aunque eso no significa que no esté en peligro.»

Sacó un pasador de cabello de sus bolsillos y lo utilizó como ganzúa. No le resulto nada difícil, subió la ventana con delicadeza y entró a la habitación con el sigilo de un ninja. Efectivamente, la muchacha yacía totalmente dormida. Se veía tan linda que se sintió culpable al tener que despertarla.

—Hey, dormilona. Despierta —habló zarandeándola con suavidad, no encontrando como respuesta nada más que gruñidos adorables—. Por el amor de dios, despierta… Estás en peligro.

Tampoco hubo respuesta, su caballerosidad y paciencia estaba comenzando a desaparecer y no tenía ideas demasiado buenas para manejar la situación. Suspiró molesta, tendría que llevarla en brazos de nuevo. Abrió el armario de la joven y la sacó de la cama, poniéndole un abrigo con el que evitar que pasara frío y que no se viera que estaba en pijama. Agradeció enormemente el hecho de que no durmiera sin nada como ella.

Tanta delicadeza al moverla para nada, los mafiosos acababan de llegar y derribaron la puerta principal montando un buen estruendo que tampoco hizo que la pelirroja natural despertara. Actuó rápidamente, cerrando la ventana y posicionándose en un lugar estratégico. Su espalda estaba contra el frío acero del escritorio macizo y podía observar la puerta por el espejo. Sacó y se aseguró de que su arma favorita estuviera cargada, antes de ponerle el silenciador y evitar despertar al vecindario.

No tardaron demasiado en entrar, la codicia podía verse en sus ojos, cosa que la puso enferma. No vaciló en apretar el gatillo para disparar a una zona no mortal, pero que le impidiera hacer algo. Con el quejido de su compañero caído, el resto se alertó. Tuvo que soltarla y dejarla en su posición, recostada en el escritorio y protegida, antes de dar una voltereta al mismo tiempo que desenfundaba otra de sus muchas pistolas y comenzaba a disparar y esquivar proyectiles como si estuviera danzando.

Se deshizo de la mayoría de ellos y se dedicó a recoger sus armas y ponerlas en un lugar seguro, antes de luxar sus muñecas y hacer que no pudieran atacar. Cuando miró para comprobar la situación de Lauren, vio la mirada de terror que tenía. Al fin había despertado.

—Buenos días, princesa. De ahora en adelante, te llamaré Aurora, en honor a la Bella Durmiente —saludó con sarcasmo, poniéndose recta y caminando hacia ella con toda la tranquilidad del mundo—. ¡Cuidado! ¡Al suelo! —gritó mientras se lanzaba a protegerla del disparo que acababa de escucharse. Debido a la oscuridad de la habitación, no sabía si había llegado a tiempo o demasiado tarde.

Notas finales:

¿Qué habrá pasado? ¿Se encontrarán bien? ¿Podrán escapar de una pieza?


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