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Lluvia de Oro por Kikyo_Takarai

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Notas del capitulo:

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Había pasado una semana esperando respuesta de su prima, pero lo único que recibió a cambio fue una tarjeta, un dibujo poco agraciado de una vaca, con una línea.


"No te atrevas a casarte antes que yo."


Elliot estaba enojado, pero por sobre todo se sentía traicionado. No sabía que esperaba, quizás una larga reflexión sobre cómo el matrimonio sería grandioso, como ahora podría tener una casa mejor, dinero para comprar ropa nueva o para visitarla siempre que tuviera el deseo de hacerlo. Su primera que era práctica y mucho menos romántica, que le haría entrar en razón. Pero no. Le había mandado la línea más cruel y egoísta que habían intercambiado en toda su vida.


¿En serio pensaba que se casaría por gusto? ¿Qué simplemente se le había olvidado mencionarlo antes? Imposible, se habían dicho todo desde que eran unos niños, no tenían secretos. Elliot sabía cosas que había jurado jamás decir, estaría preocupado de muerte si ella le hubiera anunciado tan abruptamente de su compromiso. Sus hermanas, que no tenían forma de ayudarle, se habían mostrado mucho más comprensivas y no hablaban de Horace Hamilton jamás, ni por error, si estaban a solas. La simple mención del nombre de su... prometido, podía ponerle la piel de gallina. Su madre parecía resignada y u padre satisfecho de sí mismo. Su hermano mayor estaba en completa negación, celoso de su hermano y de entregárselo a un hombre que podría ser su padre.


—Aún podemos evitarlo.


—Edward, no quiere hablar de eso—.Reprochó Charlotte mientras los hermanos pasaban la tarde sentados en el salón de té. Elliot no levantó la vista, estaba fingiendo que bordaba, fingiendo porque las furiosas puntadas que daba parecían más puñaladas que otra cosa.


—Pues qué lástima, yo quiero hacerlo. No logro entender como están tan resignados a lo que está sucediendo.


— ¿Qué otra opción tenemos? No actúes como si esto fuera una gran sorpresa para ti, amado hermano—. La dureza en la voz de Anne le llamó la atención, pero Elliot siguió bordando en silenciosa furia desde su lugar junto a la ventana. — Esto es lo que va a suceder, Elliot va a casarse y mi padre tendrá dinero para reparar la casa y mejorar los negocios. Así para cuando alguien le ofrezca su mano por Charlotte o por mí podrá pedir mucho más y darte los bienes para que tú puedas elegir una bonita chica de la corte con quién tener bonitos bebés que criar aquí sin que tengan que compartir la misma vieja chaqueta durante cinco años cada vez que alguien los invita a una fiesta.


Edward balbuceó una incoherencia antes de salir de la habitación. Charlotte suspiró en su intento de contener una risita tonta y aunque Elliot jamás diría nada pero en momentos como ese sentía un inmenso amor por sus hermanas. No estaba enojado por la situación, contrario a lo que su bordado podría decir de tener el poder de hablar, sabía perfectamente que no podría evitarlo por siempre. Junto con sus hermanas ese era su único medio de aportar a su familia. Nacido omega tenía tanto valor en la política o en el campo como cualquiera de sus hermanas o primas, así que un matrimonio arreglado con un hombre aburrido en realidad no era muy distinto a lo que esperaba sería su vida un día. Era saber que su mejor y más íntima amiga lo había tomado como un insulto o un reto personal lo que le rompía el corazón. Aunque, indudablemente, había en el fondo de su corazón la absurda e infantil esperanza de que conocería a alguien que sacudiría su mundo y ese amor superaría cualquier otra cosa.


No habían decidido aun cuando sería la boda. Lo que era bueno. Haría lo posible por posponerlo, al menos un par de meses. Disfrutar de estar como ahora en silencio entre sus hermanas, dónde no se sentiría solo. Pero no era la soledad lo que más lo asustaba. Era la falsa intimidad que tendría que sentir para poder formar una familia. La sola idea de explorar sus pasiones con un hombre como Hamilton le hacía desear jamás tener hijos, pero era inevitable. Y cuando estuviera en celo sería imposible de contener. No tendría recuerdos claros, no tendría que hacer nada, al menos no tendría que poner de su parte en fingir que era feliz en ese aspecto también.


Hamilton no era un mal hombre, en lo absoluto, sólo no era el tipo de hombre que él deseaba. Lo había hecho darse cuenta de que no tenía idea que tipo de hombre deseaba para casarse. Bueno, sabía que aquél hombre tan mayor, con pasatiempos aburridos, que odiaba a los perros y sólo salía de casa para trabajar definitivamente no lo era, pero eso no podía negar los méritos que tenía. Era considerado y amable, respetuoso, educado y rico. Fue la primera persona en preguntarle que quería. Casualmente, durante un paseo silencioso que habían dado juntos hasta el río más cercano a su hogar, Elliot esperaba una charla sobre pesca, producto de los peces que nadaban y saltaban, viviendo su vida en aquél pasaje sereno.


—¿Alguna vez ha viajado fuera de Whitebury?


—No he llegado muy lejos. —Respondió con vago interés.


—¿Jamás ha visto el mar? — No, Elliot jamás había visto el mar, había leído sobre él, sobre lo salvaje de sus aguas, sobre su inmensidad, sobre cómo la luz reflejaba el sol en miles de puntos a la vez y el bramido del oleaje parece brotar de todas partes y de ninguna al mismo tiempo. Sólo pensar en ello le abrumaba.


—Jamás—. Su respuesta fue corta, pero volteo a mirar a su prometido. No lo miraba, miraba más allá de las montañas.


—Yo le llevaré. Lo prometo. Mi hermana tiene una casa cerca de la costa, después de la boda podemos viajar ahí. Es aún muy joven, es importante conocer el mundo. Creo que viajaremos mucho cuando tengamos la oportunidad.


¿Viajar? Elliot volvió la vista al río. Viajar. Siempre había querido viajar. Quería conocer el mar, quería ir a la capital y conocer una gran ciudad. Quería viajar en un enorme barco y cruzar hasta una tierra desconocida, exótica, casi mágica para él. Sintió una punzada de afecto. Hamilton no era el hombre que podría amar, no con la pasión que merecía, pero podía respetarlo y sentir por él un cariño sincero. Quizás aquello sería suficiente. Con el paso de los años la resignación se volvería costumbre, tendría dinero, viajes, hijos. Habría amor en su vida que no tendría que fingir. Quizás, sólo quizás aún podía ser feliz.


—¿Qué es eso?


—¿Son cascos? ¿Quién vendría a visitar sin avisar? ¡Qué grosería!


Elliot también los escuchaba, era una carreta. Charlotte corrió a la ventana opuesta del salón y empujo la cortina hacia un costado. Anne la siguió rápidamente, metiendo su propia correspondencia en su delantal y mirando sobre su hombro.


—¡No lo puedo creer! ¡Pero sí es la tía Harriet!


—¿La tía Harriet? —Su bordado quedó abandonado mientras saltaba detrás de sus hermanas, tratando de ver el conocido carruaje oscuro de su tía.


—¿Qué hace aquí?


—Dios, por favor, que me haya traído un vestido nuevo...


—Lottie, por favor...


—Un vestido nuevo para mí es un vestido más para ti—. Dijo sin vergüenza. No siguieron discutiendo, en realidad salieron de prisa para recibir a las visitas, en medio del pasillo se reunieron con su madre y con su hermano, tan confundidos como ellos por la súbita aparición de su tía.


—¿Le has invitado tú? —Elliot negó suavemente cuando su madre le dirigió la pregunta.


—Harriet se ha invitado sola, a pesar de mis expresos deseos de que no lo hiciera—. El conde había salido finalmente de la casa, se le veía cansado y en definitiva era el menos emocionado con la visita de su hermana, algo inusual.


—Oh, hermano, recuerdo cuando sentías entusiasmo por mis vistas—. Harriet era una mujer simplona, regordeta y con el rostro más dulce y sonriente que Elliot pudiera recordar jamás. Tenía el cabello largo y rizado arreglado en un complicado peinado y el rubor de sus mejillas era producto de su propia felicidad más que de polvos o cremas. Elliot siempre había visto a su tía como deseaba ver a su madre, sin hambre, llena de color y de vida. Parecía iluminar el gris aspecto de su hogar incluso con su bonito vestido color crema, sencillo pero nuevo, decorado con encaje y rebosante de encanto sencillo, igual que ella.


—Recuerdo cuando eras prudente y recatada—.Replicó el conde, su tía se rio de esa forma cantarina que Elliot recordaba bien.


—¿Cuándo he sido así? Me temo que me has confundido—. El contraste entre su tía y su propia familia se hacía notar de inmediato, su ropa era nueva, de moda y la más bonita que hubieran visto en meses, su padre casi pareció vencerse ante el efusivo abrazo que recibió de ella. Detrás su prima emergió con suavidad. Quizás si no estuviera tan sorprendido Elliot habría podido mantenerse enfadado con ella. Pero pronto estuvo envuelto en un abrazo que correspondió con entusiasmo.


Georgina vestía con mucho menos recato que su tía, simplemente por ser más joven. Su vestido caía recto, de un vivo color verde que hacía relucir sus ojos, llevaba un chal alrededor de los hombros y parecía cómoda en su corpiño. Menuda y delicada como una florecita.


—Lo siento tanto, vine en cuanto pude, dos semanas no es mucho tiempo para pensar en alguna forma de ayudarte—. Su voz era un susurro discreto en su oído.


—¿De qué hablas, George?


—¿Lo has olvidado ya? Me pediste ayuda. ¿No me digas que tu prometido ya se ha ganado tu corazón? No puedes casarte antes de mí, lo prohíbo especialmente si se te ha impuesto semejante cosa. Pero no te preocupes, no me iré de aquí hasta llevarte conmigo.


—¿Contigo...?


—Lo siento, Harriet, pero lo dije en nuestra última carta, Elliot no irá a ninguna parte.


—Oh Jamie, por favor. Elliot es tan joven, no puedes negarle la oportunidad de ver algo más allá de Whitebury, se volverá loco. ¡Todos ellos!


—¿De qué habla? ¿Padre?


—Lo discutiremos en el salón. Anne, Charlotte, a la cocina—. Mando su madre, empujándolas dentro de la casa con un suave golpe de su viejo abanico.


—Pero madre...—Elliot escuchó sus voces perderse en el corredor, su padre no esperaba ser cuestionado por mucho tiempo y no se molestó en moverse más allá del comedor. Partes del servicio del desayuno aún en la mesa. Una sirvienta los quitó rápidamente antes de desaparecer, dejando a Elliot, Edward, su tía Harriet, George y el mismo conde en el tenso ambiente.


—Me han invitado a pasar el verano en Hillmoth House—. Explicó Georgina cuando la puerta se hubo cerrado, tomando a Elliot del brazo con entusiasmo. —Te conté de la señorita Hale, y de lo maravillosa persona que es, pero la pobre está tan sola allá, sin familiares cercanos que puedan hacerle compañía. Me ha invitado a quedarme con ella un tiempo mientras culminan los preparativos para su fiesta de cumpleaños.


—Eso es muy generoso de su parte—. Sin mencionar lo emocionante que debía ser para George que adoraba pasear por ahí, o para la causa de su hermano que esperaba casarse con la misma Señorita Hale. George le sonrió, deleitándolo con el bonito brillo de sus dientes blancos . Llevaba los rizos acomodados tras la cabeza pero los que escapaban por aquí y por allá le daban un aire casual, como una niña que hubiera llegado a casa luego de pasar el día rodando colina abajo.


—Indudablemente lo es, pero Georgina no puede quedarse en casa de ninguna persona, mucho menos en una fiesta, por su cuenta. Sería terriblemente inadecuado—. Dijo su tía Harriet. El conde negó con la cabeza, golpeando la mesa.


—Lo que pides de mi hijo lo sería mucho más. Va a casarse. ¿No es inadecuado que un muchacho como Elliot vaya a exponerse a las mismas situaciones que tu hija?


—¿Me han invitado?


—¡Por supuesto! No puedo quedarme tanto tiempo sin un chaperón y mi propio hermano ha vuelto ya a la escuela, no lograremos sacarle de ahí, mucho menos para algo como esto.


—Y tú lo has dicho, hermano. Elliot va a casarse, está indudablemente prometido con algún amable hombre que has considerado digno de él, un hombre que sabe que es un virtuoso muchacho y que no va a oponerse a que su futuro esposo haga amistad con gente importante, los favoritos de la corte, íntimos amigos de la princesa Caroline y del mismo Rey William.


Elliot se mordió el labio, era lo bastante listo para no arruinar esta oportunidad poniéndose del lado de su tía. Miró a su prima con un brillo en la mirada que creía perdido. Georgina no podía salvarlo, pero lo llevaría a una fiesta, a una hermosa mansión donde podría divertirse antes de quedar por siempre atrapado en el mismo pueblo ordinario al que estaba tristemente acostumbrado, casado con un hombre igual de ordinario.


—Esto está completamente fuera de discusión. ¿Qué diría Horace?


—Podríamos preguntarle—. Las palabras salieron de su boca antes de que pudiera detenerlas. Su padre parecía estar muy cerca de su límite por la forma en que su ceja parecía convulsionarse involuntariamente dándole una expresión confundida. — Es decir... El señor Hamilton es un hombre tan bueno, tan amable y se ha mostrado tan cortés conmigo. Quizás deberíamos preguntarle si quiere o no concederme esta oportunidad. Amigos en la corte sin duda ayudarían a impulsar su negocio y serían los primeros promotores de su intachable reputación.


—Esa es una gran idea, así podremos conocerlo. Es perfecto, debes hacerle venir ya mismo—. Su tía parecía apoyar su idea, su padre podría negarse a su petición pero no a la de su única hermana. Más por su profunda necedad que por un genuino amor por ella.


—Veré que vayan a buscarle. Pero no sé si un hombre tan ocupado esté disponible sin aviso a esta hora—. Elliot casi gritó de la emoción. Su padre estaba cediendo. Hamilton tendría que ser un hombre muy anticuado y muy cuadrado para no ver el potencial en aquella oferta, de primera mano sabía que no lo era.


—Oh, espero que sea así—Dijo Harriet abriendo una silla y quitándose el chal. — No me iré sin Elliot.


Edward salió en Capricornio, el único buen caballo de su familia, en busca del Señor Hamilton, sorprendiendo a su padre con su generoso ofrecimiento, pero no a sus hermanos. Sin duda albergaba la esperanza de que el matrimonio de su hermano quedara olvidado si se ausentaba un par de semanas.


Elliot no era tan ingenuo como para plantar semejantes esperanzas en su mente, pero la idea de ir por ahí a conocer gente nueva le gustaba. Mientras sus hermanas charlaban con su tía, que les había traído un vestido nuevo a cada una, Georgina prácticamente lo obligó a subir a su habitación.


—Estoy segura que no podrás empacar lo suficiente tu solo, así que lo haremos ahora.


—George, aún no sé si podré ir.


—Tonterías, sabes tan bien como yo lo necia que puede ser mi madre, mejor sería pensar que vamos a llevar—. Abrió la puerta de su pequeño armario y miró dentro. Elliot no tenía casi nada, ropa vieja, utilitaria y sombría. Se sintió avergonzado, pero su prima no cambió su expresión lo más mínimo, por el contrario, reviso cada prenda que no estuviera rota o fuera en exceso aburrida y la puso en la cama.


—Bueno, no es mucho, pero mientras te mandamos a hacer algo más tendrá que ser suficiente—Elliot suspiró, mirando el pequeño bulto de ropa. — No, no, quita esa cara. Está todo bien. Hay un par de corpiños en el equipaje, una chaqueta nueva, medias y algo de perfume, estarás más que bien. Te haremos pedir algunas prendas más cuando estemos allá, quizás un par de chalecos y un abrigo nuevo. ¿Era de Edward?


—Sabes que sí.


—Bueno, te verás un poco pequeño en él, pero sin duda nada que un pañuelo y un poco de hilo no puedan corregir. ¿Corset?


—Sólo el que llevo puesto.


—Te daré uno de los míos, no eres mucho más alto, así que...


—George, ¿Qué estás haciendo?— La interrumpió finalmente, sus manos rodeando las de su prima mientras doblaba apresurada su ropa.


—Lo que puedo hacer. No puedo casarme contigo, mucho menos detener tu boda...


—Nadie te ha pedido que hagas algo así. Esperaba más una carta diciéndome que debería aceptar mi destino.


—Pero no es así, mereces mucho más. No tendrías que conformarte.


—Es mi obligación y la cumpliré. El Señor Hamilton no es mal hombre, le ayudará a mi padre. Me ha dicho que quiere llevarme en sus viajes. ¡Podré conocer más cosas!


—Oh, primo—. Una lágrima bajó por su mejilla y Elliot la limpió suavemente con la mano. Sin duda ella era quien peor se sentía. Sabía bien que de poder hacerlo su prima movería cielo y tierra por que el pudiera elegir el resto de su vida. Pero lo que hacía ahora por él era más que suficiente.


—Elliot, el Señor Hamilton está aquí—. La vocecita de Anne hizo retroceder a su prima mientras se secaba las lágrimas. Elliot le sonrió y respondió con un suave movimiento de cabeza.


—Anda, nos esperan abajo.


—Más te vale que sea tan malo como imagino.


—No, no lo es.


Había té y galletas en la mesa, pero nadie parecía querer comer. Elliot asumía que era por el aspecto viejo de las galletas, que debían estar tan duras y viejas como se veían, pero no diría nada en voz alta. Su tía fue muy efusiva en explicarle lo que esperaba que su sobrino hiciera y más aún las maravillas que representarían para su unión. Elliot no quería saber qué sucedía. Miraba por la ventana, había luz, brillante y hermosa, llenando todo. La habitación, la casa, su alma. Podía oler las flores, las que crecían salvajes en el jardín. Olían a lo que eran, hierbas malas. Sucias y maliciosas, que llenaban cada espacio disponible con su belleza incontrolable. Un día Elliot quisiera tener un jardín con flores de verdad, aquellas que están ahí por un motivo, las que florecen con orgullo y no por instinto. Justo como él.


—Honestamente, James, me parece una maravillosa idea.


—¡Horace!


—Yo mismo lo he hablado con el joven Elliot. ¿No es así? —Elliot abrió la boca y la cerró casi de inmediato pero Hamilton continuó, asumiendo ese gesto como su permiso. No era tan tonto como para discutir nada que pudiera beneficiarle.


—Elliot es joven y agradable. Le hará bien visitar un hermoso lugar como es Hillsmoth por su cuenta, los viñedos especialmente, hay una impresionante cultura de vino allá. Muchas posibilidades de amistades para una persona mucho más sociable que yo.


—Tiene usted toda la razón, Señor Hamilton—. Concedió su tía, llena de sonrisas ahora que estaba tan cerca de salirse con la suya. Su padre parecía resignado. —Elliot es joven, apuesto. Hará buenas amistades, con gente muy importante. ¿Quién sabe qué personajes pueda maravillar con su encanto?


—¿No le parece inadecuado que un omega soltero sea chaperón de una dama?


—Pero, Jamie, Elliot ya no es soltero, está comprometido. ¿Quién mejor para mantener a raya a mi dulce hija qué una persona que ha comenzado a prepararse para el compromiso del matrimonio? ¿Es que tu hijo no es de tu confianza?


—¡Claro que lo es! —Musitó, ofendido. Podrían ser pobres, pero eran gente de bien, jamás les había permitido ser menos de lo que esperaba de ellos.


—Entonces no hay problema, Elliot será un invitado más en la casa de la Señorita Hale y podrá comportarse como tal. El beneficio de codearse con personalidades de la corte del Rey sin duda traerá beneficios para todos nosotros.


—Estoy de acuerdo—. Añadió Hamilton finalmente, su expresión pensativa relajándose tras unos minutos de reflexión.— Pero más importante que eso. ¿Deseas ir?


—Sí, en verdad que sí. —Se atrevió a confesar, su prometido era la primera persona en preguntarle qué quería hacer, cómo si eso tuviera algún impacto en su vida. Le llenó el pecho de gratitud. Horace asintió y se volvió hacia su padre.


—Pues está decidido, la juventud es corta, es buena época para viajar y aprender cosas nuevas. La boda puede planearse con correspondencia constante, te pido que escribas con frecuencia. Es mi única condición.


—Lo haré, lo prometo.


—Bien, en ese caso es mejor que los deje, empacar para semejante viaje será sin duda una tarea muy demandante. Le visitaré cuando tenga tiempo y esperaré con ansias su regreso.


—Gracias—. Decir algo más sonaría deshonesto. Pero su voz denotaba por completo que en verdad lo sentía. Hamilton entendía que no era lo que nadie quería a su edad, quería dejarlo vivir un poco y eso era impresionante, especialmente viniendo de un Alfa.


—Si necesita ayuda con algo, le ruego me lo haga saber. Si me disculpan, debo retirarme.


—¿Tan pronto? —Harriet mencionó, sin duda curiosa de aquél pasivo y amable hombre, convencida de que su hermano había hecho bien en decidir por su hijo.


—Oh, sí. Hay muchos asuntos que requieren mi atención.


—Gracias, por tomarse el tiempo de atender trivialidades como esta—. Añadió Elliot, poniéndose de pie para acompañarle a la puerta. El hombre sonrió. Era una sonrisa amable, genuina, casi paternal. Pero tenía cierto encanto.


—No se preocupe, encantado de servirle. Un día esta será mi familia, y los asuntos familiares nunca deben descuidarse. —Le besó la mano nuevamente y Elliot sonrió. Espero a que fuera el otro quién la soltara antes de alejarse. —Le pido mantenga su promesa de escribir. Estoy seguro que disfrutaré de la correspondencia.


—No se preocupe, lo haré sin falta.


—Le deseo un buen día.


—Buen día, Señor Hamilton.

Notas finales:

Muchas gracias por leer! Saludos!


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