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El camino de las leyendas por Kaiku_kun

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Los truenos retumbaban con fuerza en el atardecer gris. La lluvia ensordecía cualquier intento de comunicación a distancia, inundaba los prados del Valle Entrepuentes y creaba torrentes que sólo los Pokémon más resistentes, de agua o voladores podían cruzar.


—¡Busquemos una cueva! —gritó Roxy. Estaba a un metro de Gloria, pero tenía que hacerse oír como si estuviera en un concierto.


—¡¿Dónde diablos está ese Blipbug?!


—¡¿Y yo qué coño sé?! ¡Hay que moverse!


Los grandes puentes que se alzaban metros y metros en el aire con sus grandes arcos de medio punto quedaban ocultos por la cortina de agua, pero daban cierto cobijo si te refugiabas cerca de sus pilares. El problema era que los torrentes amenazaban con rodear los pilares y aislar a las dos entrenadoras, que ya estaban empapadas y no tardarían en enfermar.


Gloria señaló una vía hacia el este, en la que «sólo» te encharcabas en fango hasta los tobillos, y que se dirigía a la Guardería. Por desgracia, ésta quedaba mucho más lejos que lo que los mapas pretendían dar a entender.


—¡Tiene que haber ido por allí! ¡Buscará la vía más fácil!


Roxy estaba que echaba humo y rabiaba con ganas con su expresión facial, pero era incapaz de ponerse a discutir una vez más con ella sobre qué hacer con ese Pokémon extraviado. Roxy había dejado claro que pillarían una pulmonía, y Gloria que no se iba a poner a salvo hasta que no rescatara al Blipbug de las narices.


Por suerte, Gloria podía tener su faceta práctica, como la de salir de debajo del puente antes de que el torrente las arrastrara Área Silvestre abajo.


Un fuerte graznido no pasó por alto a las chicas mientras volvían a mojarse a fondo pese a sus chaquetas-paraguas.


—¡Corvi ya vuelve! —Apodo original de Gloria para su Corviknight—. ¡Tiene que haber encontrado algo!


Las dos miraron al enorme pájaro negro, mientras aleteaba con mucha dificultad por el agua y luego se dirigía justo por donde había venido, desde el sureste.


Corrieron apenas unos segundos, hasta que un relámpago de alerta las frenó en seco. No querían ser objetivos del clima. El rayo cayó al lado norte del puente, y su trueno dejó sorda a Roxy, que gritó con fuerza por el susto. Si Gloria dijo algo, no lo oyó. Corvi dio una vuelta en el aire, esperando a su entrenadora. Ésta tomó con fuerza el brazo de Roxy y la obligó a avanzar sin correr.


Empezó el tramo de fango, una media hora de agua apantanada en la que la lluvia, por suerte, aminoró un tanto. En todo momento pudieron ver los torrentes y se atisbaba la pared sureste de la cuenca. Corvi se dirigía allí probablemente por cobijo, pues era la zona que los Hermanos Pozuelo usaban para excavar y habían creado auténticas cuevas y madrigueras mientras buscaban materiales raros para los entrenadores.


No se hablaron prácticamente. Las dos estaban ojo avizor, buscando al Pokémon perdido y a cualquier otra criatura de su tamaño o menor que se encontrara en apuros. Era fácil caer en la trampa del agua.


Atisbaron la primera cueva cuando Roxy renegaba por tercera vez sobre la tozudez de Gloria por haber seguido adelante en vez de acampar en algún lugar apropiado o volar hasta una ciudad a refugiarse. Las dos sabían que la tormenta se acercaba, pero una pista había aparecido y era necesario seguirla aunque les costara su jodida vida.


—¡Allí! ¡A dentro! —gritó Roxy, esperanzada.


—¡No, Corvi sigue más allá!


—¡Joder, es una puta cueva! ¡¿Qué más da?!


Gloria no aceptó protestas y siguió avanzando, pero al cabo de pocos metros de dejar la cueva atrás (que, por cierto, no tenía aspecto de ser ni estable ni segura), se quedaron atascadas en el fango.


—¡Corvi! —le llamó Gloria, silbando. Un trueno le siguió, muy elocuentemente, aunque sonó más lejos ya.


El gran pájaro usó parte de sus mermadas fuerzas para levantar a las dos entrenadoras del suelo y acercarlas apenas cinco metros a la cueva a la que las estaba guiando. Se tambaleó en el aire justo después y entró hecho un remolino de agua, plumas metálicas y barro en la cueva. Estaba agotado.


—¡Vamos, ya estamos!


—Me meo en las asquerosas patas de todos los bichos de este planeta, joder.


La malhumorada y prácticamente enferma pareja entró en la cueva y se encontraron con una muy agradable sorpresa: había una fogata encendida. A su alrededor, decenas de (malolientes) Pokémon y una entrenadora.


Una entrenadora conocida por su fiereza, por su musculoso cuerpo y lo exigente que era con todos y cada uno de sus rivales, incluyendo sus propios Pokémon: Judith, líder de Pueblo Ladera junto a Alistair, a quien no habrían reconocido bajo la montaña inexorable de abrigos que llevaba encima si no hubiera lanzado una mirada peligrosa a las intrusas antes de relajarse y hablar.


—Vaya, entonces es el Corviknight de la mismísima campeona.


Judith estaba atendiendo al pobre pájaro, que tenía las alas empapadas. Había conseguido enderezarlo y encararlo al fuego.


—¿Estás bien? —le preguntó Gloria a su Pokémon, cuando se acercó corriendo.


—Poneos al alrededor de la fogata. Os daré unas mantas. Quitaos toda esa ropa.


Roxy se acordaba muy bien de Judith. Se había «distraído» un par de veces en ella en pleno combate de gimnasio, no por otra cosa que por su ajustado uniforme (del que siempre rompía algunas costuras durante los combates) y por la energía constante que despedía durante sus peleas. Además, era una persona férrea, a la que tener mucho respeto, y solía poner al límite aliados y enemigos. Roxy aún estaba intentando recordar cómo lo hizo para vencerla.


Judith les pasó dos mantas enormes calentitas y siguió a lo suyo, probablemente para dar intimidad a las dos entrenadoras. Roxy se aseguró de que la manta no se desprendería antes de quitarse jerseyes y vestidos. Joder, si hasta su ropa interior había quedado empapada.


—Dejadla cerca del fuego —sugirió Judith, señalando con la mirada la ropa de Gloria, que volaba libremente por encima de sus cabezas. La campeona empezó a apuntar a un lateral, donde Roxy vio que había el uniforme de gimnasio de Pueblo Ladera. Judith también iba desnuda excepto por esos grandes abrigos.


No entendía como Gloria se quitaba la ropa tan alegremente (ahí iba su sujetador, aterrizando a un metro de Roxy) y Judith estaba tan calmada. Roxy siempre había necesitado mucha intimidad para cambiarse, supongo que porque no se fiaba de los hombres y porque le gustaban las mujeres. Era un bonito combo para esconderse siempre.


Gloria se apretujó con sus mantas, se acuclilló y avanzó arrastrando su manta hasta el fuego como un gusanito gracioso.


—¡Qué gustazo, qué calorcito! Date prisa, Roxy, ¡que esto es el paraíso!


Un trueno sacudió la cuenca y la líder de Crampón se giró hacia la entrada de la cueva, del susto. Seguía diluviando. Estaba acostumbrada a las tormentas de Crampón, pero aquella situación era especial.


En vez de hacer como Gloria y lanzar la ropa por ahí como si usara catapulta, Roxy tomó toda su ropa en una bola, se encogió toda ella y se arrastró hacia un lateral de la fogata, donde dejó toda la ropa (bien ordenada) como si acabara de parir varios huevos. Luego se sentó delante del fuego, a distancias prudenciales de las otras dos entrenadoras.


—Qué bien… —musitó, intentando ocultar su avergonzado rostro entre el calor de las llamas.


—¡Te lo dije! Ya me estoy secando…


Roxy intentó no mirarla directamente. Gloria no se movió un pelo, pero sabía que no llevaba nada debajo de las mantas, y no le gustaba nada que su cabeza lo tuviera presente todo el rato. Le recordaba que ella también iba a pelota picada.


Judith se dio cuenta.


—Ah, vaya, esto ha salido mejor que un juego de verdad o atrevimiento, ¿eh? —se rio un tanto—. Perdón, era una broma fácil.


Gloria tardó un instante en pillarlo y luego despertó a todos los Pokémon de la cueva con su sonora risa. Éstos protestaron un segundo y se callaron a la orden de Judith. Su presencia atemorizaba a cualquiera.


—Menos mal que estamos en confianza, pero, ¿podrías no decir nada a nadie sobre esta situación? —le pidió Gloria—. Da bastante vergüencilla.


«En confianza». ¿Cuándo había trabado Gloria confianza con Judith? Pero por lo menos la campeona sentía vergüenza. Aunque no le cuadraba qué parte de disparar su ropa por toda la cueva se consideraba vergüenza, saber que tampoco era un rato agradable para Gloria la hizo sentir mejor. Por solidaridad.


—Por supuesto. Tampoco es que me guste ir parloteando por ahí sobre la anécdota graciosa de que una tormenta obligó a tres entrenadoras a desnudarse en una cueva —dijo, progresivamente añadiendo un retintín a medias entre de irritación y de risa—. A mí me da igual, pero a los demás no.


—Si… —asintió con una risita conforme Gloria.


Roxy empezó a mirar a su alrededor para intentar que le bajasen por fin los colores. No era capaz ni de hablar. Pero pudo fijarse en que allí había decenas de Pokémon, grandes y pequeños. Un Rhydon, una familia de Machamp (probablemente los Pokémon de Judith), el Corviknight de Gloria y toda una suerte de Pokémon de tamaño medio y pequeño, bichos, pajaritos, y un par de manadas de felinos y canes. Roxy se fijó, en particular, en un Rookidee que picoteaba el barro atascado de su congénere evolucionado, que descansaba detrás de Gloria.


—Bueno, dejémonos de bromitas. ¿A qué habéis venido al Área Silvestre con este temporal? Nadie en su sano juicio estaría deambulando por ahí fuera con todos esos torrentes.


«Entonces Judith no está en su sano juicio», rechistó mentalmente Roxy. Luego miró de reojo a Gloria, esperando a ver qué decía ella.


—¿Y tú? —Decepcionante. Gloria podría haber usado su falta de filtro para soltarle una buena a Judith.


—Pensé que sería un buen entrenamiento para luchar contra Roy, pero no esperaba que escalara a tanto. En cuanto el primer torrente se ha formado, mis Pokémon y yo nos hemos refugiado aquí. Y, como veis, han empezado a venir más.


—Gloria y yo encontramos a un Blipbug muy extraño deambulando solo. Parecía hipnotizado o algo así —explicó Roxy, mirando la base de la fogata.


—¡Estaba herido! Y nada de lo que hacíamos le detenía. Se soltaba si lo tomábamos con las manos, pero es como si no supiera que estábamos ahí. Necesitaba ayuda.


—Y lo habéis perdido durante la tormenta. Ya veo. Ha sido temerario. —Gloria se lo tomó como un halago, mientras que Roxy quería convertirla en puré para Rookidees sólo mirándola—. Estoy con Roxy en esto, no te envalentones.


—Tía, ¿dónde ha quedado la Judith molona? No hace tanto te enfrentabas a Pokémon el doble de grandes que tú a la pata coja.


—Tengo un esguince en la mano derecha por haberme presionado demasiado —dijo, algo afligida. Judith era dura, pero se le notaba enseguida cuando algo la afectaba— y a duras penas escapamos de una avalancha hace unos días, con mis Pokémon. Pasamos horas atrapados en otra cueva, más al noroeste.


—Vaya, lo siento.


Judith suspiró. Roxy lo vio en su mirada: se estaba castigando por lo que había pasado, igual que hacía ella.


—Creo que un grupo de Pokémon de tipo Bicho ha entrado con el Rhydon al inicio de la tormenta —dijo, mirando a su espalda, donde estaba la mayoría de refugiados. Ver a la guerrera Judith arropada delante del brillante fuego con todo un contingente de Pokémon la hacía parecer una diosa de la naturaleza. Roxy tuvo que obligarse a descartar esa poderosa imagen de su cabeza—. ¿Algún rasgo que identifique a vuestro desaparecido?


—Una quemadura leve encima de su ojo derecho —describió Gloria. Era ella la que se había fijado en el paupérrimo estado de ese Blipbug.


—Bien, voy a ver.


Judith se levantó sin esfuerzo. Ella no llevaba mantas, se había atado diferentes abrigos acolchados por todo su cuerpo, lo que convertía su cuerpo en algo así como un saco de boxeo con michelines. Roxy vio que Gloria contenía una risita de niña traviesa.


—Oye, ¿de qué la conoces? —dijo Roxy, acercándose un tanto a Gloria. El pequeño brote de celos ganaba a la vergüenza dela situación. Además, ya se estaba acostumbrando, y quería saber qué demonios estaba pasando allí.


Gloria quedó sorprendida unos segundos, y luego sacó su «sonrisa solar»:


—¡Ay, pobrecilla! —Claramente creyendo que los celos eran adorables.


—¡Que te calles! Y responde.


—¿Me callo o respondo? —Roxy acentuó su cara de mal humor— Vale, vale… Judith se negó a enfrentarse a mí cuando nos encontramos la primera vez. Dijo que yo era como ella, que yo «tenía esa misma intensidad en la mirada». —Roxy estuvo de acuerdo con eso, pero parecía que no era fascinación lo que Judith sentía—. Así que pasamos varias semanas entrenando juntas en las montañas. Trabamos buena amistad. Empezó a tratarme como a su hermana pequeña, siendo dura conmigo para que me hiciera fuerte y todas esas capulladas que supongo que un hermano mayor hace.


—No parece que te trate como tal…


—Bueno, es que hay que pillarla fuera del «chip entreno», que le digo yo. Es un sol de persona cuando está relajada. Cuando no lo está, es lo que ves: muy práctica, le da igual todo, muy estricta. No tiene ningún tipo de vergüenza. —Roxy no quería insistir sobre el tema. Sus celos quedaron casi todos aplacados. Sólo había un poquillo de esa relación de hermanas extraña que la espinaba—. Y antes de que te encierres ahí dentro: no tiene el menor interés en el resto de personas si no es para entrenarlas o combatir. Ni pienses.


Celos aplacados.


Roxy se quedó allí, mirando a Judith entre las sombras. Si sentía celos era porque ella también la había mirado de otra forma. Ahora, sabiendo cómo era… Bueno, era arena de otro costal.


Hacía sólo unos pocos días desde aquel beso tan desastroso. Gloria había aceptado las cosas como eran, le gustaba a Roxy, y Roxy a ella. Roxy sabía que era correspondido (lo poco que Gloria lo demostraba, porque siempre tenía pajarillos en la cabeza y se distraía con cualquier cosa, si nada importante ocurría), pero no se había atrevido a dar más pasos.


Le había dicho que tenía que reflexionar. «¿Sobre qué?», se preguntaba la misma Roxy. Lo único que ocurría era que tenía miedo de ser todo lo vulnerable que se moría por ser con Gloria. La campeona era el sol matinal tan agradable para Roxy, pero no sabía cómo devolvérselo con la intensidad que Gloria se merecía, y las pocas opciones en las que podía pensar eran igual de toscas que ese primer beso. Quería hablarle de eso, o quería demostrarle que ella podía ser igual de dulce, quería decirle «Llámame Marnie si estamos solas y no estoy bien». ¿Por qué era incapaz de hacer eso?


Se estaba exigiendo mucho a sí misma, y lo sabía. Gloria le había demostrado que la sonrisa se contagia, que si una era feliz, la otra también, que estaban juntas en ese viaje. Ni Roxy le tenía que demostrar nada, ni Gloria a ella (como se emperraba en pensar hacía solamente unos días, en Crampón, sobre su rivalidad). ¿Cómo podía convertir ese pensamiento que Roxy notaba muy artificial en algo real?


—Te va a salir humo de la cabeeeeeza —la regañó Gloria con un toque cálido en su voz—. No pasa nada. Todo está bien.


Roxy asintió sin pensar, mirando al fuego. Gloria aprovechó para plantarle un beso en la mejilla, justo cuando Judith volvía con un Blipbug dormido entre sus brazos. Roxy desapareció entre las mantas, con el rostro ardiendo.


—Vaya, lo siento, debería haber tardado un par de segundos más —comentó Judith, como si nada, aunque parecía divertida ante la situación. Roxy jamás iba a salir de su castillo de mantas, ni para ver la luz del sol—. ¿Es este?


—¡Lo es! —susurró, para no despertar al Pokémon—. Nos lo llevaremos con nosotras.


—Quizás también deberíais llevaros ese Rookidee —comentó. Roxy asomó como un Dribur saliendo de su madriguera—. Ha venido solo, y mira, se ha quedado dormido con tu Corviknight.


Roxy miró al pajarillo acomodado entre las plumas de su especie evolucionada. Quería hacerse amiga de uno. Hacía tiempo había intentado atrapar uno, pero no hubo manera.


—Comed algo de lo que no se haya deshecho con la lluvia y descansad —les recomendó Judith—. Esta tormenta va para rato.


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