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El camino de las leyendas por Kaiku_kun

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—No podemos dudar —le dijo Roxy a Liepard—. No es ella. Está poseída. Tenemos que vencerla.


Su voz temblaba. Liepard podía sentir esas mismas dudas. Ni siquiera estaban recuperadas de la avalancha. El resto de Pokémon de Roxy, incluido Rookidee, que no conocía a Morpeko, se habían distraído unos segundos, observando la tensión de un combate que no se iba a decidir por su resistencia, sino por la eficacia de sus golpes más veloces.


Morpeko fue atacado casi sin pedirlo por un Sorpresa de Liepard, su ataque de entrada en cada combate. Eso le permitió a Liepard seguir el ataque con un Alarido que ensordeció a todos los combatientes al alrededor.


—Querrá acercarse. Deja que lo haga —ordenó. Estaba entrando en un estado de máxima concentración y tenía la mirada fija en la de Morpeko, buscando algo que delatara esa hipnosis para vencerla.


Efectivamente, Morpeko usó su Ataque Rápido para embestir a Liepard. Ésta se apartó hasta dos veces, pero a la tercera recibió el impacto. Y cuando Morpeko conseguía ese primer golpe, encadenaba con su Rueda Aural para presionar a su rival. Liepard, acostumbrada a recibir golpes constantemente por esa velocidad pasmosa de Morpeko, corrió a toda velocidad al alrededor del ratón para evitarlo.


—Que te encuentre, y usa Maquinación. Que no haya posibilidad.


Quería recuperar a Morpeko. Haría lo que fuera. No había espacio para el fracaso. Y era su compañera, sabía exactamente lo que haría. En todo caso, quien la estuviera controlando no podía hacerlo mejor que ella misma.


Efectivamente, el Rueda Aural llegó, y vino acompañado de un Semilladora, el disparo de pequeñas esferas de energía que parecían una metralleta. Las semillas castigaron a Liepard allí donde iba y obligó a Roxy a cambiar el plan: tendría que bastar con Alarido, puesto que dudaba que sus otros ataques sirvieran de mucho contra un Pokémon totalmente insensible e inmune a la psicología.


—Se quedará sin energía de un momento al otro. Está gastando más de lo que debe.


La Morpeko de siempre no tenía tanto que ver con la Morpeko hipnotizada que tenía delante. La primera siempre sabía medir sus fuerzas y usar su velocidad igual que Liepard para gastar a su rival. Y no era lo que estaba haciendo en esos momentos. El problema era que no podía terminar un combate con un ataque poco eficaz como Alarido, ni tampoco sabría si el final del combate era suficiente para eliminar la hipnosis del sistema de Morpeko. No parecía que fuera un ataque Hipnosis de los de toda la vida.


Para ello, concentró todos sus esfuerzos en que Morpeko buscara el combate con Liepard, hasta que tuvo a su vieja amiga justo donde quería: entre ella y los combates de su alrededor.


—¡¡AHORA!!


Liepard, Toxicroak, Scrafty y Grimmsnarl usaron sus mejores ataques a la vez, en una mezcla bizarra de movimientos eficaces del que Morpeko sólo recibió el último de todos: el Choque Anímico de su último rival. Morpeko rodó unos metros hacia atrás, chocó contra un derrumbe de rocas y no se volvió a levantar. Roxy corrió hacia ella y la tomó en brazos. Su amiga estaba inconsciente.


—Siento haber hecho trampas —le dijo, besándola en la cabeza— pero no tengo tiempo para dejarme poner a prueba. Tenía que recuperarte.


La abrazó un instante y la metió en su Ocaso Ball, que llevaba ya casi un mes vacía. Se tomó un segundo para respirar, antes de seguir gestionando lo poco que quedaba de los combates contra los hipnotizados. Por suerte, justo en ese momento aparecieron algunos de los entrenadores de Naboru para ayudarla.


—Venimos de parte de…


—Lo sé. Luchad contra los que tengan la mirada morada. Haced que se desmayen y sacadlos de aquí. Cuanto más lejos de las minas, mejor.


Roxy estaba funcionando por intuición, casi de forma mecánica. Eso era lo que creía que les salvaría el día. Ahora que ya no se la necesitaba, apenas, podía pensar en su verdadero plan. Pero necesitaba despedirse.


—Necesito que me levantes —le pidió a Grimmsnarl—. Hacia esas rocas.


Su compañero la alzó por encima de los escombros y la sostuvo, por el riesgo de que las rocas superiores fueran cayendo a los lados.


—¡¡Gloria!! ¡¿Dónde estás?!


Tardó unos segundos hasta avistar a la campeona, que tenía su ropa hecha un desastre de jirones y suciedad, y se peleaba contra tres Pokémon de golpe (y estaba ganando). Se giró justo cuando les despachaba.


—¡¡Roxy!! —Y se giró hacia Sonia—. ¡Cúbreme, tía!


Gloria intentó escalar como pudo la pared de roca triturada, pero solamente alcanzó a darle la mano a Roxy, quien no tenía ninguna fuerza para sostenerla.


—No hay tiempo para cursilerías —le dijo Roxy—. Tengo un plan, y lo tengo que hacer sola. Os he despejado este lado de la cueva, los ayudantes de Naboru han llegado.


—¡Quiero acompañarte!


—¡No seas inocente! Te van a necesitar en todas partes, ¡eres la campeona! Galar no te puede perder.


—¿Y qué hay de lo que quiero yo? Yo tampoco quiero perderte —rechistó Gloria. Roxy sintió un escalofrío de dudas.


—No estamos rompiendo, joder. Ojalá pudieras venir. Pero no tengo ni el tiempo ni el valor de contarte porqué la Negra Noche es algo que puedo solucionar. —Roxy pensó que se pondría a llorar. Estaba renunciando a su felicidad por una posibilidad remota—. Te contaré todo lo que pueda en cuanto pueda. Necesito que seas la primera línea de batalla.


—¡Eso se me da bien! —dijo, sonriendo, con un tembleque de voz.


—Te quiero, pedazo de idiota irresponsable.


Y, antes de que se arrepintiera, se soltó de Gloria y ordenó la retirada de sus Pokémon. Delegó su trabajo en los ayudantes de Naboru, mientras oía a su amor idiota irresponsable gritarle que de esa se iba a acordar, que seguía ganando en su duelo de cursilerías.


—Lo siento… —musitó, mientras corría hacia fuera de la cueva. Miró atrás: eran ya cinco Pokémon enormes los que convertían la cueva en un cráter—. Le tendré que contar mi plan mientras vaya progresando…


Por suerte, allí había muchos Corviknight con sus carrozas al lado, un montón de taxis disponibles. A Roxy no le hizo falta decirle nada al taxista sobre la prisa que había en esos instantes para volver a Ciudad Pistón.


Desde el cielo, aunque fue un trayecto corto, pudo ver el cráter de la mina expulsando una columna de luz morada al cielo. Estaba empezando a formar una pequeña tormenta oscura, igual que las que desprendían los Pokémon dynamaximizados en sus nidos. Y lo peor era que no había sólo una. Había la de la Mina Oeste también, por lo que intuyó que Paul y los demás líderes no estaban consiguiendo mejores resultados; y hasta donde alcanzaba la vista, montones de pequeños focos morados se alzaban, poco a poco formando esas características tormentas. Les superaban en número.


Por primera vez, Roxy se preguntó si esas tormentas oscuras no serían versiones reducidas de la Negra Noche y que cada vez que usaban el Dynamax se estaban poniendo todos en peligro.


El taxi aparcó delante del Centro Pokémon. Roxy dio las gracias por el servicio al taxista y corrió hacia dentro, sacando a la debilitada Morpeko para que las enfermeras se hicieran cargo.


—¿Qué le ha pasado?


—He tenido que vencerla en combate, ha quedado hipnotizada por las Estrellas Deseo. Id con pies de plomo si despierta.


Las enfermeras desaparecieron con Morpeko, una escena que ya tenía demasiado repetida, para el gusto de Roxy. Lejos de quedarse sufriendo impaciente a los resultados, se puso a mirar el mapa, señalando los puntos en los que había aparecido una luz morada. Las dos minas, varios puntos del Área Silvestre, alguna ruta lejana… Había podido ver poco.


El estado de la situación era el siguiente: los dragones y los fantasmas eran los que extraían más energía de las Estrellas Deseo, pero no había visto a ninguno en su forma Dynamax, aún (a parte del Duraludon de Roy y el Gengar de Alistair). Y la luz morada era símbolo de ese segundo tipo, aunque podría ser símbolo del tipo Veneno de Eternatus. Las tormentas emanaban rayos y energía oscura, y aquello sin duda tenía que ser el resto de aquella magia negra que revivió al Pokémon. Reanimar a alguien de entre los muertos no podía ser más del tipo Fantasma. Por tanto, quien estuviera controlando a todos aquellos Pokémon tenía que tener control sobre un Pokémon de esas mismas características.


—Alistair. Él tiene que saber de esto.


No se lo pensó, le llamó. Salió a fuera para poder hablar mejor. Cuando el tímido líder respondió, apenas se le oía por el estruendo de la batalla en las minas y la cantidad de Pokémon enormes gruñendo al mismo tiempo.


—¡¿Me oyes?! —gritó. Roy estaba allí con él, luchando también. Ideal—. ¡Os iré a ver en cuanto pueda! ¡¡NO USÉIS EL DYNAMAX NI SAQUÉIS A DURALUDON Y A GENGAR!!


Los gritos hicieron que la poca gente que había por las calles se girara a mirarla con desgana, y también asustaron a Alistair, que instantáneamente se lo dijo a Roy.


—T-te esperamos…


Y colgó.


Roxy volvió a entrar dentro y se sentó en el mismo sitio. No pensaba que Alistair fuera capaz de hacer nada de aquello, con lo tímido y apagado que era. Quizás pecaba de inocente con él, pero no le contaba. Y Roy era sólo un pirado con un montón de dragones que se creía influencer. No, allí había una tercera persona manejando los hilos.


Supuso que Alistair no sabría mucho del tema, así que trazó otro plan: les envió un mensaje a los pesados de Tizonio y Dargo. ¿Quién mejor que dos aristócratas versados en historia antigua para escarbar entre hipótesis extrañas?


«Tengo que veros lo antes posible. Tengo una teoría sobre lo que está pasando y necesito vuestra ayuda. Encontradme al norte de la mina Oeste, en la ruta 4 en unas horas».


Empezaba a impacientarse ya, le parecía que dos planes no eran suficientes, así que se encaró con el tercero, el que era más descabellado y hacía encajar a su abuelo en todo aquel disparate: ella conocía de primera mano a un Pokémon del tipo Fantasma que quizás, sólo quizás, siguiera en algún punto de Galar, uno del que corrían historias incluso en entradas de la Pokédex que servía de puente entre el mundo de los vivos y el de los muertos.


—No puedo creer que vaya a buscar a mi abuelo después de todo este tiempo —suspiró.


Así era. De primera mano, y quien explicaría ese sueño con su abuelo y ese Pokémon enorme. Si había trazado esos dos primeros planes con Alistair, Dargo y Tizonio era únicamente para tener una base para saber por dónde empezar a buscar e identificar al Pokémon misterioso.


Todo estaba encajado demasiado bien. A la fuerza tenía que estar yendo tarde. Debería haber empezado a buscar antes. «Aunque», reflexionó, «sin deprimirme y perder a Morpeko, nunca habría caído tan bajo como para saber nada de mi abuelo. No sabría nada. Estaríamos ciegos».


Justo cuando se daba cuenta de la enorme casualidad que suponía su mera existencia, las noticias empezaron a transmitir el desastre en varias pantallas. El cráter en el que se había convertido la mina este. El montón de escombros de la mina oeste. Las colinas entre Auriga y los pasos a ciudad Puntera, lugares casi inaccesibles, llenos de Pokémon en sus formas Dynamax, decenas de ellos. El lago de casa de Magnolia también tenía a varios Gyarados enormes (y al excampeón Lionel conteniéndolos si era necesario).


—¡¡Es increíble!! —decía uno de los periodistas en un helicóptero que giraba al alrededor de la mina este. Roxy intentó encontrar a Gloria entre la montaña de Pokémon y escombros, pero no la vio—. ¡Los líderes no dan abasto, llevan a sus aprendices y entrenadores para socorrer a todo aquel que esté en peligro! ¡Hay por lo menos seis Pokémon en su forma Dynamax, y se tragan las Estrellas Deseo para agigantarse!


Roxy se agarraba a la silla como si intentara que se le pasara el vértigo por lo estúpido que estaba siendo quienquiera que estuviera comentando la jugada. ¿Qué hay de «la Campeona Gloria lo tiene controlado»? Los murmullos estaban creciendo por todo el Centro Pokémon, e indicaban pánico. Era lo peor que podían hacer.


Pero lo que más le sorprendía era que los Pokémon que por fin conseguían agigantarse no atacaban, simplemente se quedaban de pie, esperando. Si estaban hipnotizados, sus órdenes eran esperar. Y no le gustaba lo que significaba aquello.


Dio igual, porque en cuanto la cámara cambió a otro punto de Galar en conflicto, la luz se fue en todo el Centro Pokémon. Roxy salió corriendo al exterior y vio todos los comercios sin luz en sus escaparates. No eran los únicos.


—No os preocupéis, hay generadores de emergencia —dijo una de las enfermeras, en cuanto Roxy volvió a entrar—. Se dispararán en cualquier momento. Garantizaremos el servicio de salud básico para todos, personas y Pokémon.


Efectivamente, al cabo de nada una luz rojiza iluminó el Centro Pokémon y todos los aparatos electrónicos enchufados a él que daban soporte a los Pokémon heridos volvieron a sonar.


La televisión, no obstante, estaba encendida pero sin emisión. Eso extrañó a Roxy, y le hizo mirar su móvil: sin cobertura. Tenía batería y podía hacer todo excepto comunicarse. Menos mal que acababa de trazar todos los planes. Pero si aquello seguía de esa forma, esa Negra Noche en ciernes les dejaría permanentemente sin comunicaciones, lo que significaba que tendría que hacer algo para contactar con Gloria.


El tiempo apremiaba y ya sólo había un camino, una sola salida. No podía echarse atrás para asegurarse de que Gloria estuviera bien, tenía que confiar en ello. Tenía que seguir con su plan. Era lo mejor.


—¿Roxy?


—¡Sí!


—Morpeko ha despertado, pasa a verla.


Roxy saltó de inmediato de su silla y entró a paso ligero en el box donde tenían a Morpeko. La pobre estaba sentada en la camilla con mirada algo apagada (quizás sedada) y con una enfermera atendiendo todas sus heridas. Pero no había ni rastro del brillo morado en sus ojos, lo que confirmaba su teoría de que si se debilitaba al Pokémon antes de que se hiciera enorme, se le podía sacar de la hipnosis. Ni que fuera temporalmente.


—Tía, estás para el arrastre —le dijo. Morpeko alzó la mirada, le hizo ascos al comentario y luego sonrió. Roxy no pudo evitar abrazar a su amiga con todo el amor que encontró—. Te he echado de menos.


Morpeko sabía (quizás intuía) que no había tiempo para reencuentros, así que le dio un calambrito de aviso al cabo de tres segundos.


—Vale, vale, hay prisa —se quejó, aunque asomaba una sonrisa en su rostro—. ¿Se puede ir pronto?


—Le vamos a mirar ese golpe en la cabeza, que tiene un buen chichón, pero el resto de heridas son superficiales. No podrá combatir, pero podrás llevártela.


—¡Genial! No vamos a combatir, tenemos una misión que cumplir. —Y miró a Morpeko—. Tienes que venir.


Morpeko asintió de buena gana, como saldando las últimas semanas de caos, depresión y separación. Roxy sabía que aún quedaba trabajo que hacer, pero la mirada de su compañera lo había dicho todo: era hora de ponerse manos a la obra.


Al cabo de aproximadamente dos horas, noche cerrada en Pistón y con el cielo estrellado algo oculto por las luces moradas, Roxy salía del Centro Pokémon con Morpeko entre sus brazos, camino al taxi aéreo que las llevara hacia su primera destinación: a ver a Alistair.


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