Un tiempo después…
Ella estaba soñando tan tranquilamente. Una buena comida, un poco de punk de fondo, los habituales disturbios inofensivos cerca de su casa… Hasta que una mano invisible la empezó a empujar.
—Deja —dijo inconscientemente. Ella seguía dentro del sueño.
Los empujones fueron más insistentes y fuertes. Su casa se deshizo y la música desapareció. En su lugar, notó el duro suelo, la manta calentita y esos malditos empujones. Ya sabía qué pasaba.
—¡Morpeko! Pero qué pesaá te pones cuando te entra el hambre.
Roxy le puso una mano en la cabeza para apartarlo suavemente, y que así no le diera más empujones. Tanteó a su alrededor buscando su bolsa, pero su pequeña compañera insistió, gruñendo con ansia.
—¡Peko! —gritó al final.
A veces a Roxy se le pegaban las sábanas. Cuando pasaba, no sólo tenía un mal despertar, sino que le costaba mucho centrarse y saber dónde se encontraba. Casi tuvo la sensación de que era una de esas veces, hasta que abrió los ojos y se dio cuenta de la oscuridad que la rodeaba dentro de su tienda.
—¡Pero si es de noche! —exclamó, irritada. Luego cambió la cara totalmente—. ¡Mierda, no me digas que…!
Morpeko bufó, viendo que su compañera de viaje por fin entendía la situación.
Ambos salieron de la tienda con prisa, sólo por unos segundos. El aire frío y húmedo de los lagos del Área Silvestre les golpeó en la cara. Había una bruma oscura deslizándose a ras de suelo que le impedía ver las piquetas que sujetaban la tienda. La Antigua Atalaya parecía estar mucho más lejos de lo que en realidad estaba.
—Por fin —dijo, decidida y firme, sin sonreír. Aquel encuentro iba a ser de los que hacen historia, pero no era motivo de ilusión.
Roxy volvió al interior de su tienda a acomodar su pelo en sus dos coletas habituales, se puso su abrigo oscuro y tomó sus Pokéball. Iba a necesitar a todo su equipo. Salió de nuevo y esperó con Morpeko a ver a su objetivo.
—¡Muéstrate! —le llamó a buena voz, pero paciente y preparada.
Una parte de la bruma intentó formar una figura, sin éxito. Roxy preparó una de sus Pokéball, la de Liepard. Necesitaba ser rápida.
«No lucharé contigo, no hace falta —dijo la bruma, dentro de la cabeza de Roxy—. Acompáñame. Sola.»
Roxy mantuvo su postura. Inalterable y firme, sin miedo. Estaba calculando qué posibilidades tenía de resistirse o de trazar un plan alternativo, pero el Pokémon no estaba dándole ninguna opción.
Rápidamente sacó papel y boli y apuntó cuatro palabras clave. Nombres. «Alistair. La Antigua Atalaya. Dargo y Tizonio. En orden. ¡Buscad!». Quizás críptico, pero no había tiempo. Se agachó al nivel de Morpeko.
—Busca a Nerio y a Gloria y dales esto —le dijo, mientras le ataba el papel, enrollado, en uno de sus brazos. La pequeña protestó, pero Roxy la abrazó—. Hazlo. Que sigan todas las pistas, que descubran lo que hemos descubierto. Volveré a tiempo.
Dejó la bolsa y a todos sus compañeros dentro de la tienda, por seguridad y se giró de cara a la bruma. De ésta brotaron dos manos grisáceas enormes que, con movimientos típicos de un fabricante de cerámica, moldearon la bruma al alrededor de Roxy. Ella sólo pudo mirar a Morpeko con cierto temor de no poder volver, mientras ésta ya echaba a correr hacia ciudad Pistón.
Luego, tanto ella como el Pokémon de la bruma desaparecieron sin dejar rastro.