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El camino de las leyendas por Kaiku_kun

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Un cielo límpido de nubes y cubierto de estrellas era todo lo que la naturaleza le ofrecía como cobijo en Espejo del Gigante, en el Área Silvestre. Apenas una brisa, en el resguardo del acantilado de la cuenca que encerraba el vasto territorio. Un anochecer extrañamente calmado.


Sentada en la ribera de un lago, Roxy intentaba ordenar sus ideas de alguna manera que no éstas no intentaran hacerle estallar la cabeza.


En el espacio de treinta y seis horas había descubierto que su abuelo no estaba muerto, había recuperado y perdido a Morpeko una vez más, había tomado una decisión sobre sus sentimientos y teorizado con la firme posibilidad de que la Negra Noche sucediera. Como más se lo miraba, más le parecía que tenía que hacer algo ya, por lo menos en uno de esos problemas, y tenía que forzarse en recordar que a Morpeko no la iba a recuperar por las buenas, y que ya había un plan en marcha para saber más de la Negra Noche.


Roxy metió las yemas de los dedos de su mano derecha en el agua, sólo para que enfriase su sobrecalentada cabeza y le hiciera tocar de pies en el suelo. Siempre había hecho las cosas por su cuenta, desde que era entrenadora, pero si ahora le dijeran que tenía que hacer frente a todo aquello ella sola, se desmoronaría. La realidad estaba actuando como una tapa de olla actuaría si cubriera toda la cuenca del Área Silvestre. Explotaría por la presión.


En el pasado, cuando Roxy se sentía en peligro, su abuelo siempre la llamaba y la abrazaba, diciendo «todo saldrá bien, Marnie». Oír ese nombre viniendo de su abuelo la tranquilizaba y la rescataba de sus peores momentos, calmaba sus nervios, centraba sus sentidos.


—¿Roxy?


La joven aterrizó y se giró de golpe hacia Gloria, que la miraba de pie, apenas un par de metros de distancia.


—Hola.


—Llevas horas sin decir nada.


—No me daba la gana decir nada. —Gloria no se inmutó. No era un comentario borde, viniendo de Roxy—. ¿Ya quieres cenar?


—En un rato, quizás. ¿En qué pensabas?


Roxy dudó. Las preguntas directas solían bloquearla durante horas, a veces. Pensaba cómo articular al detalle una explicación, luego se preguntaba si tendría el valor de hacerlo y, para cuando se decidía, el momento de tensión ideal había desaparecido y tenía que callarse.


—En mi abuelo —dijo, sencillamente—. Cosas que dijo hace años.


Roxy supuso que su cara de póquer no fue tan firme como siempre y se le notó un poco su tristeza oculta. Gloria se sentó a su lado, en silencio. La campeona era bastante inocente e iba al grano en todo, pero retenía muy bien la información (por eso era campeona), así que no le costó recordar los gritos de la noche anterior, cuando dijo que él y su hermano habían crecido casi sin familia.


—Te han pasado muchas cosas en poco tiempo, compa. Es normal que te sientas del asco. Deja que te domine hoy, duerme, y levántate con una sonrisa mañana. —Roxy soltó un bufido ante lo de «sonrisa»—. O bueno, lo que quiera que haga un alien como tú en vez de sonreír.


Gloria se contuvo la risa mientras recibía un puñetazo en el brazo de su compañera de viaje. Roxy estuvo tentada de sonreír también, pero su cuerpo era un campo de batalla en esos momentos, en el que todas sus emociones se peleaban a la vez por salir. Gloria no se fue, pensando que un poco de humor ayudaría a Roxy a abrirse un poquito. Y así fue:


—Mi abuelo me llamaba Marnie cuando aún no era entrenadora. —Evitó por todos los medios decir si estaba vivo o muerto. Posicionarlo sería una suposición y no estaba dispuesta a sentirse ni desolada (de nuevo) ni esperanzada—. Si tenía un mal día, él tenía ese poder de calmarme, y siempre me llamaba por ese nombre. Nadie más podía usarlo, o le reventaba a leches.


—Muy en tu línea —replicó Gloria, sonriendo. Roxy escondió una sonrisa torcida por sus emociones, mirando al lago.


—Antes de petarte los oídos a gritos ayer, soñé con él. No duró mucho, pero el capullo me hizo llorar. —Roxy notó cómo Gloria buscaba en ella algún rastro de lágrimas, o de temblores de voz. Roxy se mantuvo firme, aunque la presión sintió la leve necesidad de derramar alguna lagrimilla—. Supongo que por eso me costó menos gritarte. Lo siento.


—No pasa nada. Para ser que te dije ayer que quería saber más de ti y que eres tan reservada, has tardado poquito en contarme algo tan personal como esto de tu abuelo.


—Sólo lo he nombrado.


—Y revelado un nombre ultramegaprohibido, ¿te parece poco?


Roxy se giró de nuevo para mirarla. O más bien amenazarla:


—Si le cuentas nada de esto a nadie, en Galar van a necesitar un nuevo campeón, ¿estamos?


—Eh, soy parlanchina, no bocazas —repuso, alzando despreocupadamente las manos en pantalla contra Roxy, mirando a un lado como si nada. Ésta se calmó un tanto y se encogió de piernas, cara al lago una vez más—. ¿Quién más conoce este nombre?


—Mi hermano, Masías y Jazz Loza por accidente y, ahora, tú.


—Vaya, que estoy dentro de la élite —se enorgulleció muy teatralmente. Roxy la miró de reojo, aunque esta vez Gloria lo interpretó mal—. Que sí, que sí, que no hablaré. Nombre prohibido. Anotado por encima de «Negra Noche» y «Problemas».


—Nunca he dejado que nadie lo nombre. Mi abuelo era el único que podía —repitió.


Mientras que Gloria no dio demasiado valor a esa repetición, Roxy estaba desesperadamente dando una muy pero que muy indirecta (después de una amenaza, cualquiera la pasaría por alto) de que quería que ella usara ese nombre. Intentando dar alguna señal, se desencogió, intentando demostrar comodidad. Era el momento, tenía que serlo. Jamás había dado pasos tan agigantados para abrirse a nadie.


Si ahora la miraba, sería demasiado evidente, y enrojecería hasta las puntas de los dedos de los pies. Si se quedaba mirando al lago, nada cambiaría, y Roxy ya se había prometido que algo tenía que cambiar. Quizás se estaba precipitando. Quizás era una locura que se había sacado de la manga en dos días.


Gloria la observó el justo instante en el que Roxy dudaba más de esa escenita (aunque lo que es notarse, poco). Roxy la miró de reojo fugazmente, sin ser capaz de pensar por qué lo había hecho. Le pareció que Gloria iba a decir algo, pero no le dio tiempo. Roxy simplemente cerró los ojos y le estampó los morros contra los labios de Gloria en el beso más tosco, ciego y doloroso (por lo menos para Roxy) que todo el Área Silvestre hubiera presenciado. Cuando Roxy se dio cuenta de lo que estaba haciendo, se separó al instante, como a un Pokémon al que retiran de la batalla. Miró a Gloria un microsegundo (en el que pudo ver la gratificante cara de sorpresa que la campeona tenía), se puso tan roja como había predicho y arrancó a correr hasta su bien plantada tienda, ignorando a sus Pokémon, que cenaban por su cuenta. Se encerró allí y no se atrevió siquiera a mirar atrás.


—Me cago en mí —dijo, resoplando por el sprint.


Y se pasó los dedos por sus doloridos labios. Tendría un moratón y valdría la pena. Qué curioso que, al otro lado del muro de lona que era su tienda, aún sentada en el lago, Gloria hacía el mismo gesto, mirando hacia donde Roxy se había escondido.


Por supuesto, Roxy no durmió tranquila. Oía a Gloria hacer su vida fuera, en el campamento, y daba vueltas pensando qué demonios había hecho en un momento tan fuera de lugar como en el que estaban. Malditos fueran los que la habían impulsado a abrirse con ella. Nerio y Jazz pagarían por eso.


Aunque, al final, durmió una cantidad razonable de horas, hasta que el hambre la despertó al amanecer. Un aroma dulzón se infiltraba por los minúsculos poros de su tienda de campaña y la obligaban a levantarse. Se dijo que no podía salir ahí fuera sin tener un plan, o por lo menos disculparse, o decidir ignorarla, algo.


Tardó sus buenos veinte minutos en abrir la cremallera de la puerta de su tienda, rezando por encontrar una fogata vacía. No fue así. Gloria estaba ahí sentada, esperando.


—¡Buenos días! —saludó Gloria alegremente.


—Bu-buenos días… —Roxy salió, midiendo cada paso. Le pasó una mano a la cresta de Scrafty y rascó una oreja a Liepard y cobró el valor para encararse a su drama particular—. Oye, lo de ayer, yo…


—Ni se te ocurra. —Roxy la miró directamente y se encontró con un rostro conocido: la de niña enfurruñada poniendo morritos y cruzada de brazos. Sólo que daba miedo esta vez—. Ni lo sientas, ni digas que hay que olvidarlo ni paparruchas de esas. No huyas. Si hiciste eso, fue porque tiene significado.


Roxy tenía que reconocer que esa opción se le había pasado por la cabeza. Menos mal que la había acabado descartando. Gloria era demasiado tozuda, y no concebía ni aguantaba a alguien que se retractara de ninguna acción importante.


—No, yo… No era eso. Quería decir que tengo que pensar en ello. Lo de ayer quizás cambia un poco las cosas para ti —explicó brevemente, mostrando firmeza ante ese rostro bastante gracioso.


Gloria se deshinchó y respiró, como si poner esa mala cara hubiera sido correr un kilómetro. Sonrió a su manera, se acercó a Roxy cara a cara y le dijo:


—Te tomaré de las manos porque si quisiste darme un beso es que esto me está permitido. —Nada, sin tapujos ni contención. La firmeza de Roxy empezaba a flaquear—. ¿Yo qué te dije ayer? Que dejaras que tus emociones te dominaran, durmieras y hoy despertaras con una sonrisa. ¿Sí o no? —Roxy asintió levemente—. Pues bueno, ¿dónde está esa maldita sonrisa?


Roxy quedó de lo más sorprendida. Gloria le soltó de las manos y le señaló el fuego: unos bollitos con tropezones de bayas y azúcar glaseado se calentaban a cierta distancia de las llamas. Gloria tomó un par, abrasándose los dedos, los puso en un plato y se lo entregó a Roxy.


—¡Te he hecho esto para empezar bien el día!


La radiante sonrisa de Gloria con el sol del amanecer iluminando el lado derecho de su rostro derritió los sesos de Roxy, que logró que una sonrisa asomara tan dulce como le fue posible, casi sin querer. Al instante, el SmartRotom de Gloria captó la belleza y distrajo a Roxy.


—No he podido resistirme a hacer una foto —dijo Gloria, sin dejar de sonreír—. Espero que te acuerdes de cómo has hecho esa sonrisa, porque con una foto no se monta un álbum entero, y quiero ese álbum. ¿Tomarás el dichoso plato?


Roxy, en su incredulidad, hizo caso por fin a los bollitos y suspiró, mucho más tranquila. Había sido tan sencillo… Al final, se reducía a seguir la sonrisa de Gloria. Ésta se sentó cerca del fuego y esperó pacientemente, con los codos sosteniendo su feliz rostro, a que Roxy le diera su veredicto.


—¡Joder, qué bueno!


—¡Eeeyyyyy! ¡Conseguido!


Sobble salió de un rincón y chocó la mano de Gloria, como dos miembros de un equipo que acaba de ganar un partido importante.


—¿Ves? —le dijo a Roxy—. Así es como se empieza un día.


Cuánta razón tenía.


*   *   *


Días después


El Área Silvestre: una vasta extensión de tierra y agua apenas tocada por los humanos en la que había tantos ambientes diferentes que en pocos días de camino podías pasar de estar de un bosque a un desierto. La cuenca, delimitada por las grandes ciudades humanas, tenía igual cantidad de microclimas y recovecos enormes en los que los Pokémon podían esconderse y donde nadie osaría acercarse.


Allí, en uno de esos inhóspitos y vírgenes parajes, un nuevo Pokémon había ocupado su lugar como el más fuerte. Un Pokémon herido.


Sus heridas le molestaban un montón. Por suerte, ya podía rascarse con comodidad, ignorando deliberadamente todas las advertencias tanto de su entrenadora como de las enfermeras. Ya no estaban allí para protegerla ni tampoco para darle órdenes. Podía espabilarse ella sola.


Morpeko había decidido evadir los caminos de los humanos precisamente por eso.


Hacía muchísimo tiempo que no viajaba sola por el mundo, mucho antes de conocer a Roxy. Ella había llegado a Crampón huyendo, siendo una cría, y casi toda su vida se había limitado a vivir en la calle.


Ahora volvía por su cuenta al mundo salvaje, herida, sola por propia voluntad, esperando volverse más fuerte. Tenía que hacerse más fuerte, no podía simplemente huir del hecho de que había perdido en un combate tan importante.


Sus pequeñas garras le habían procurado un buen escondite bajo tierra. Una madriguera pequeña desde la que lanzaba incursiones al espeso bosque de un recóndito lugar en el Área Silvestre. De vez en cuando echaba una ojeada al exterior y esperaba ver algunas hojas resecas caer de sus árboles. Observaba a los pájaros y bichos más pequeños pelearse por las bayas y frutos a su alrededor. Y cuando un fruto salía despedido de una refriega y caía cerca de su madriguera, se lanzaba a por él sin dudar. Los graznidos quejumbrosos de sus rivales la llenaban de satisfacción: era su entrenamiento, que la había vuelto tan rápida y avispada. Nadie tenía nada que hacer contra ella en ese bosque.


Sin embargo, no estaba tentando a la suerte. Seguía herida. Se acordaba vagamente de lo que había pasado esos últimos días que estaba tan llena de furia, pero no había sido nada bueno para su cuerpo. Se pasaba días enteros, a veces, sólo saliendo de su madriguera para robar un poco de comida.


Ese día sí que salió. Había un pequeño estanque que servía de zona de paso para los Pokémon que migraban. Durante el primer día en ese paraje, Morpeko había batallado al Pokémon más fuerte, un Gourgeist bribón pero no demasiado fuerte que tenía aterrorizados a sus vecinos. Desde entonces, el estanque era una zona segura para aclarar sus heridas rascadas.


Entrenando con Roxy, Morpeko había aprendido a analizar su entorno: una brisa refrescaba las copas de los árboles y hacía que el agua del estanque resultara particularmente fría; entre los arbustos y el follaje no había ningún movimiento sospechoso. En los cielos, el silencio era casi total, y las nubes discurrían rápido: se acercaba una tormenta. En general, el paisaje resultaba tranquilo, algo oscuro, y eso inquietaba a Morpeko. No era sólo la tormenta. Podría seguir oyendo a sus rivales de alguna manera. Su oído fino, en cambio, no detectaba nada.


Un Blipbug solitario que ya tenía visto de otras veces se dirigía hacia el exterior del bosque, pasando muy cerca del estanque. Morpeko amenazó levemente para que respetara su espacio vital (ya que se estaba bañando), pero la criatura no se inmutó. La curiosidad pudo a la ratoncita más que su cautela por sus heridas, y se acercó al Pokémon.


Le empujó un tanto. El Blipbug seguía con su parsimoniosa caminata hacia el exterior. Morpeko se irritó y le lanzó una pequeña descarga, que tampoco detuvo al Pokémon (aunque hizo que fuera más lento).


Desde lo de Gourgeist, el resto de Pokémon la respetaba y solía reaccionar de alguna manera en su presencia, así que aquella indiferencia resultaba tan irritante como extraña.


Se puso delante de Blipbug e intentó que centrara su atención en ella, pero ni siquiera había frenado ante el obvio obstáculo y, de hecho, la estaba empujando como si fuera una vulgar piedra.


No le hacía falta ser una humana para entender que ese Pokémon tenía un grave problema. Miró un instante hacia su bien trabajada madriguera y decidió seguir el camino que el Blipbug estaba siguiendo, apenas consciente. Tendría que protegerlo de las inclemencias del Área Silvestre hasta que pudiera despertarlo de ese extraño letargo.


El plan de hacerse más fuerte acababa de cambiar.


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