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Belleza Oculta por HelaXavier

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Erik saboreó su dulzura incluso antes de rozarle los labios con los suyos; él doncel emitió un gemido roto, pidiendo más y, al tiempo, negando el fuego que existía entre ellos, incapaz de no tocarle, puso las manos en sus brazos y él castaño se tambaleó hacia él, fue entonces cuando devoró su boca y el calor lo invadió como una espiral envolvente, que llegó hasta sus huesos.


—Charles —murmuró, y él ojiazul suspiró, clavándole los dedos en el pecho.


—No deberíamos hacerlo —gimió él niñero, pasando la lengua por sus labios y provocando un gruñido.


—Pues lo estamos haciendo —replicó él rubio, Charles deslizó las manos hacia arriba y él rubio lo agarró por las muñecas, apartándolas de su cuerpo y sujetándoselas a la espalda.


—No ... por favor—se quejó ella débilmente y su deseo se convirtió en ira—No puedo hacer esto Erik —apartó la boca a una distancia prudente — No puedo vivir así, entre nosotros no existe nada si no logras confiar en mí —se revolvió y Erik le soltó.


Él doncel corrió hacia el castillo sin volver la vista atrás, con el cuerpo anhelando su contacto y el corazón roto por el dolor que ambos debían afrontar.


Erik lo vio partir, intentando controlar la respiración, tenía el pecho tenso, la sangre le hervía de deseo y su cuerpo palpitaba por el bonito castaño, en ese momento se vio a sí mismo como una patética parodia de lo que fue un día, y se odió más que nunca.


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Tras una carrera que puso a prueba sus desgarrados músculos, Erik volvió as castillo, al pasar por el salón encontró algunos dibujos de Charles sobre la mesita de café, uno es de Wanda durmiendo en una silla con su gatita, otro es de la fachada del castillo y el último, de su hija en el columpio con una sonrisa radiante.


Le sorprendió que fueran extremadamente buenos y también el amor que se percibía en cada curva y cada sombra, sin mencionar el hecho que, estaban hechos a lápiz en un cuaderno rayado, Erik seleccionó uno de Wanda y subió a su habitación, sin preocuparse de que le viera por el pasillo, ya que sospechaba que él ojiazul intentaría evitarlo a toda costa.


El día siguiente confirmó su sospecha.


Charles le dejaba las charolas llenas de comida a los pies de la puerta, llamaba y no decía más de una o dos palabras, sabía que si hablaba con él recordaría cosas que no podían repetirse y su deseo sería demasiado, aunque no era suficiente, necesitaba distanciarse para asentar su mente y su corazón, cada vez que pensaba en Erik le hace sentir confuso y desorientado.


Se concentró en jugar con Wanda, la cual parecía muy feliz, pasearon por la playa recogiendo caracolas en los límites del mar; las cuales lavaron y secaron para pegarlas en un viejo espejo cuadrado que Charles encontró dentro de una caja en el sótano, el cual en una zona se encuentra echa un caos y la otra esta perfectamente ordenada; comprendió que muchas de las cosas debieron pertenecer a la esposa de Erik y eran recuerdos de su boda y vida juntos.


—¿Quieres que lo pintemos a juego con tu dormitorio? —preguntó el doncel a la pequeña, Wanda negó con la cabeza.


—Quiero regalárselo a papá, tal y como esta.


—Seguro que le encantará —sonrió Charles buscando animar a la pequeña.


—Voy a ir a dárselo.


—Cielo, no creo que sea buena idea —protestó el ojiazul, pero Wanda ya corría hacia la casa, con el espejo apretado contra el pecho protegiendo que este se rompiera.


Charles la siguió, alcanzándola antes de que llegara a la escalera— Wanda, para. Aún tiene que secarse ¿Por qué no lo pones en tu habitación de momento?, así cuando este firme, se lo doy a tu padre.


—No, ¡yo quiero dárselo! —Wanda se soltó de un tirón y corrió hacía la escalera; Charles fue más rápido que la pequeña y la sujetó con firmeza, sin pretender lastimarla — ¡Déjame ir Charles!


—Cariño, no puedes verlo, realmente nadie puede.


Wanda gritó enojada, él castaño se sentó en la escalera, la abrazó, y le quitó el espejo colocándolo a un lado, algunas caracolas se despegaron y cayeron al suelo, la pequeña se aferró a su cárdigan y comenzó a llorar como si se le rompiera el corazón.


—¿Qué ocurre allí abajo? —se oyó por el altavoz.


Él doncel haciendo caso omiso al llamado, busco tranquilizar a Wanda y la subió, con todo y el espejo, a su dormitorio, los sollozos de la niña se apagaron y Charles la acomodo en la cama, le quitó los zapatos y la arropo con sus mantas, Wanda, a pesar de ser la hora de la siesta, no quería dormir.


—Quiero a Marina.


—Iré a buscarla —dijo él ojiazul, apartándole el pelo de la cara con la mano y colocándolo tras de su oreja.


Cuando salió de la habitación, Wanda se bajó de la cama, empujó la silla hasta la pared, se subió en ella y pulsó el botón del intercomunicador.


—¿Papi? Tengo un regalo para ti, lo hice con mis manos... Es un espejo —pero no hubo respuesta alguna — ¿Papi? ¿Estás ahí?


—Gracias, cielo, estoy seguro que es precioso.


—¿No lo quieres tener?


—Sí, claro que sí princesa.


—Entonces, ven a buscarlo —dijo Wanda con un timbre de cansancio en la voz.


—No puedo, ir por él cariño.


—¡Sí que puedes! —gritó Wanda molesta— Te he visto hoy en la playa. ¡Te vi! ¡Sí puedes!¡Solo ven por él!


Charles entró a la habitación con la gatita en la mano, había oído lo suficiente para captar lo que ocurría, por el intercomunicador se oyó el gemido de impotencia de Erik.


—Vamos, preciosa, hora de la siesta —dijo él castaño, recogiendo a Wanda de la silla y llevándola de vuelta a la cama, la pequeña se quejó y se le escaparon unas lágrimas, pateó las ropas de cama, rezongando.


—Si eres mala no te daré a Marina —dijo el niñero seriamente, la pequeña soltó un suspiro y la miró a través de una cortina de cabello, con ojos tristes y apesadumbrados.


—Lo siento señor Charles —masculló con hosquedad, él ojiazul se sentó al borde de la cama, sin soltar a la gata.


—No es culpa tuya, sé que estás enfadada porque tu papá no viene a verte — pensó para sí que ella también lo estaba— Pero tienes que calmarte corazón, yo le daré el espejo de tu parte.


—¿Por qué tú puedes verlo y yo no? —sollozó la pequeña molesta.


—Yo tampoco lo he visto.


—¡Estaba en la cocina contigo!


—No había casi luz, no logre verlo.


—Oh.


—Duerme un rato y luego veremos cómo te sientes, quizá podamos dar un paseo a caballo.


—Bueno —estiró los brazos hacia la gatita.


—Marina no tiene ganas de echarse la siesta —negó Charles, la gatita se revolvió en sus brazos y cuando la dejó sobre la cama saltó al suelo y se fue corriendo.


Wanda tenía aspecto de sentirse abandonada y Charles sintió como se le estruja el corazón, no era justo y no podía dejarle sola; simplemente no podía.


Levantó a la niña en brazos, la llevó a su dormitorio, la colocó en el centro de la cama, se quitó los zapatos y se recostó a un lado suyo, Wanda se acurrucó contra ella y el doncel los cubrió con una colcha por encima de ambos, le susurró un montón de palabras tranquilizadoras, con los labios apoyados en su cabeza, buscando el sueño que dejara atrás el dolor de corazón que les provocaba el hombre encerrado en su torre.


—Te quiero mucho Wanda.


—Yo también a ti mami —replicó la niña, Charles no pudo ocultar la sonrisa que se dibujó en su rostro, y la calidez que se instaló en su pecho, la pequeña entre sueños le haba confundido con su madre, lo cual alivio el dolor que el sentía, por no poder hacer feliz del todo a Wanda.


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Erik, de pie en el marco de la puerta del dormitorio de Charles, los contempló dormir, deseaba subirse a la cama con ellos, abrazarles y arroparles, maldijo el momento y la decisión que había provocado que las cuchillas de cristal y metal desgarraran su cuerpo y su alma.


Se siente como un monstruo encadenado, que hacía daño a sus seres queridos cuando se atrevían a acercarse demasiado, daba las gracias porque Charles y Wanda hubieran entrado en su vida, y día a día comprendía lo vacío que había estado hasta que llegaron.


Las emociones embargaban el aire de la casa, sabía de sobra que, cuando él doncel despertara tendría que enfrentarse a su silencio o a sus recriminaciones y no quería ninguna de las dos cosas.


Miró el espejo que tenía en la mano, enmarcado con caracolas grises, blancas, naranjas y una que otra estrella de mar, en la última planta no había espejos, no los necesitaba para que le recordaran su aspecto, ni siquiera utilizaba alguno para afeitarse, cada vez que viera ese, recordaría por qué se mantiene oculto para su pequeña y su niñero, por qué nadie desearía ver su imagen y menos si esta les causara pesadillas.


Pero decidió quedárselo, apreciarlo; en él vería en el reflejo a Wanda y a Charles acurrucados juntos como padre e hija, así recordaría que no podía tener a ninguno de los dos.


Le dejó una nota a Wanda explicándole que se había llevado el regalo el cual le había encantado; salió de la habitación, subió las escaleras de la torre y cerró la puerta tras él, dejando fuera el mundo y deseando poder hacer lo mismo con su corazón.


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El resto de la tarde transcurrió lentamente, Charles cumplió su promesa de montar a caballo, e incluso galopó por la playa con Wanda sentada ante él, a la pequeña le encantó y volvió a sonreír, pero al doncel no le resultó tan fácil.


Tras una cena ligera, un baño, su pijama favorito, y un cuento, Wanda se durmió y él castaño se quedó a solas en la biblioteca.


Había encontrado una caja de fotos, papeles y unas cuantas cosas más, en el sótano; tenía la esperanza de encontrar una foto de Erik y su esposa para enmarcarla y, al menos, ofrecerle a Wanda una referencia de sus padres juntos.


Sentada en el sillón de cuero, con un vaso de wiski al lado, revisó los papeles, algunos eran muy viejos y otros estaban pegados debido a la humedad, encontró un sobre de plástico transparente con recortes de periódico, los extendió sobre el escritorio y miró el titular más grande.


"El empresario Erik Lehnsherr involucrado en un accidente de tren", decía el titular; había una foto del coche, retorcido y enganchado a la parte delantera del tren, habían tenido que cortar un trozo del vehículo para sacar al rubio.


Leyó el artículo, el cual notificaba que una mujer embarazada había tenido un ataque epiléptico y su coche se había quedado parado en mitad de la vía. Erik intentó sacarla, pero tenía los miembros rígidos y no pudo moverla, los testigos afirmaban que había vuelto a su coche y había empujado el de ella hasta sacarlo de la vía y ponerlo a salvo, pero él no tuvo más tiempo para cruzar, el tren chocó contra la parte trasera de su lujoso automóvil, lanzándolo contra la puerta y estrellándolo contra la ventanilla, el tren lo arrastró durante más de un kilómetro antes de detenerse.


A Charles comenzaron a temblarle las manos antes de acabar el artículo, que continuaba describiendo los negocios de Erik, sus premios y sus donaciones benéficas.


Al final había una foto de Erik antes del accidente, guapísimo y de esmoquin; al lado había una de cuando lo metían a la ambulancia en una camilla, el lado izquierdo de su cabeza y de su cuerpo estaban tapados, el brazo colgaba inerte, cubierto de sangre, solo lograba distinguirse su anillo de bodas.


Charles siguió mirando los recortes, "Erik Lehnsherr muy grave", decía otro titular, "Lehnsherr sale del hospital", "cirujanos plásticos declaran que las lesiones son irreversibles"; "Lehnsherr se niega a ser entrevistado", otro mencionaba que la Ciudad de Charleston le había otorgado una placa por su valentía e incluía una foto de la mujer y el niño a os cuales había salvado, la esposa de Erik recogió la placa en su nombre y su único comentario fue "La recuperación de mi marido será lenta y dura, no pensó en las consecuencias cuando ayudó a la señora Frost y, a pesar de sus lesiones, no se arrepiente de los actos realizados".


Incluso sobre el papel, el comentario de Magda Lehnsherr le rezumaba amargura.; miró en la caja y, al fondo, encontró la placa; "Por su desinteresado acto de valentía, sin considerar su propia seguridad... la Ciudad de Charleston otorga a su hijo predilecto... Un héroe".


Había más condecoraciones y reconocimientos, pero Erik no había ido a recoger ni una sola de ellas en persona.


Charles se preguntó quién había guardado los recortes, no se creía que Erik quisiera revivir todo eso, sospechó que debió hacerlo Warren; ya que Magda lo había abandonado tras el accidente y eso implicaba que era incapaz de aceptar al hombre que era cuando le quitaron los vendajes.


Suspiró cansado, quizá se equivocaba, quizá el matrimonio iba mal desde antes y el accidente solo los había distanciado definitivamente, le enfurecía que Magda hubiera lastimado tanto a Erik como para hacerle esconderse en las sombras, probablemente todo habría sido distinto si ella lo hubiera apoyado, en lugar de rechazarle, la maldita mujer debería haberse sentido orgullosa del valor y sacrificio que su marido demostró por hacer el bien común; guardó los artículos y siguió buscando la foto para Wanda; logro encontrar una de Magda y Erik, en lo que parecía la inauguración de alguna edificio, pero cuando miró los ojos del rubio, vio a Wanda, se preguntó si él y la pequeña comparten la misma sonrisa.


De repente, sintió como era observado.


—Eso es espelúznate, Erik, deja de hacerlo, un día de estos me vas a asustar lo suficiente y tendré que hacerte daño, ¿Dónde estás? —dijo, irritado al no lograr descubrirlo en la oscuridad.


—Aquí —él agitó el brazo y lo vio junto a la armadura que había en la esquina, realmente es difícil distinguir qué era metal y qué era hombre.


—¿Apago las luces y enciendo la máquina de humo para que puedas seguir viviendo en la frontera con la vida un poco más?


—Veo que tu ingenio corta como un estoque.


—Entonces no eres tan estúpido como creía.


—¿Qué diablos significa eso Charles?


—De nuevo tengo que decirte que has lastimado a Wanda.


—Debió haberme ayudado, señor Xavier —acercó una silla a la oscuridad y se sentó— Tu sabes que no pretendía hacerle daño —su suspiro con tal dolor que cruzó la habitación y llegó hasta el niñero— Dios, parece que soy incapaz de hacer algo bien últimamente.


—Eso es porque aún no te has acostumbrado a que haya intrusos en tu santuario.


—Pero no he podido evitar hacerle daño a mi pequeña.


—Sé que no ha sido intencional, pero quiero que te des cuenta de lo que ocurre por su cabecita.


—Estoy convencido de que me lo dirás, así que adelante.


—Esta rutina no funciona, tenemos que pensar en otra cosa para que puedas estar con ella, Wanda te perdonará, Erik, ya lo ha hecho, te amara más que a nadie.


—Pero un espejo, Charles, por Dios santo.


—Oh, Erik —el doncel parpadeó varias veces, consiente de la acción— Ni siquiera había pensado en eso —había espejos en su dormitorio y en los baños, pero en ningún otro sitio del castillo —Era solo un proyecto para mantenerla entretenida, regalártelo fue idea suya.


—Ya lo sé, Charles, ya lo sé —dijo él con pesar— Tengo que compensarla de alguna manera.


—Lo harás —concordó el castaño, aunque no sabía cómo— Saber, yo leí sobre lo del accidente —señaló los recortes que siguen esparcidos en la mesa.


—No me gusta que curiosees en mis cosas —Erik se puso tenso.


—Podría haberlo encontrado fácilmente en Internet —apuntó el ojiazul, él asintió, pero seguía sin gustarle que rebuscara en su pasado—Hiciste algo muy valiente y desinteresado.


—Podría haber conseguido que nos matáramos los dos —gruñó él.


—Al contrario, tu rapidez la salvó a ella y a un ser humano que ni siquiera había respirado por primera vez, tú le diste esa oportunidad y la de conocer a su madre Erik.


—Según entiendo nació pocas horas después del accidente.


—¿Has visto a la señora Frost y a su hijo desde entonces?


—Los médicos me dijeron que fue al hospital, pero Magda no la dejó entrar, después me escribió informándome que le puso mi nombre al bebe —explicó él rubio, dándose cuenta de que el niño no era mucho mayor que Wanda.


—¿Magda no le dejó entrar a darte las gracias?


—Yo no estaba de humor para recibirla.


—¿Y quién es el que habla, tú o Magda?


—¿Disculpe señor Xavier? —preguntó él rubio a la defensiva.


—¿Cómo se sintió cuando recupero el conocimiento después del accidente señor Lehnsherr?


—Contento por estar vivo, contento de que ellos lo estuvieran, estaba tan sedado que no recuerdo mucho de esas primeras semanas.


Transcurrieron unos momentos, Charles bebía wiski y Erik seguía en la oscuridad de la biblioteca; la lámpara de la mesa le permitía ver la silueta de la silla, así como su cuerpo de la cintura para abajo, tenía los pies cruzados por los tobillos, unos pies perfectos.


—¿Cómo se sintió Magda?


—No hizo muchos comentarios.


—Sí, supongo que no.


—¿Qué esperabas? A su marido lo arrolló un tren por causa de una mujer desconocida.


—Eso son palabras de ella, no tuyas, deja de defenderla, Erik, por Dios, la mujer no era tu amante, estoy seguro que hubieras hecho lo mismo por un hombre, tu sabías lo que hacías, Magda se enfadó porque arriesgaras tu vida y se enfadó más aún al ver el resultado, que para nada le gusto.


—Tienes razón, maldita sea —asintió él tras una larga pausa dando un fuerte golpe al reposa brazos de la silla —Recuerdo que me preguntó cómo podía haberle hecho eso a ella, a nosotros —soltó una risa amarga— Eso me hizo verla como era en realidad, entonces fue cuando trajo a los mejores expertos en cirugía plástica del país, pidiendo opinión tras opinión, sin obtener la respuesta que deseaba.


—¿Y cuál era?


—... que mi rostro volvería a ser el de antes.


Demonios, en esa frase quedaba claro el egoísmo de Magda hacia su propio marido, pensó el doncel con dolor.


—¿Y entonces termino por marcharse?


—No —él suspiró con disgusto— Se quedó algún tiempo, dormía en la habitación de invitados, con la excusa de que no quería hacerme daño en las heridas.


Charles supuso que para entonces ya se notaría su embarazo y que deseaba ocultárselo —No te dejaba tocarla, ¿verdad?


Erik se quedó inmóvil, tenso, y él castaño percibió su encogimiento de hombros, la oleada de humillación que lo invadió.


—No, pero no podía culparla, no después de ver mi reflejo en un espejo.


—Yo sí lo hubiese permitido.


—¿Perdona?


—Si ella te amaba realmente, no le habría importado.


—En aquella época no era demasiado amable.


—Tampoco lo eres ahora, ¿y qué?


—Ahí está esa mordacidad que adoro —rio él entre dientes, a él ojiazul se le aceleró el corazón— Por favor siga señor Xavier, sé que tiene más que decir.


—Tenías muchos dolores, te estabas recuperando de un horrible trauma, he leído los artículos y visto las fechas —su voz sonó tensa de furia hacia la mujer que había abandonado a tan memorable hombre — Estuviste varias semanas en el hospital, después tuviste que hacer rehabilitación y necesitabas enfermeras que te atendieran a diario, según los periódicos, tienes suerte de estar vivo — se había machacado el fémur, que ahora era una varilla de metal, la cadera y casi todos los huesos del lado izquierdo, habían tenido que sustituir la articulación del hombro con una prótesis de plástico y llevaba clavos en el brazo, los dedos y las costillas—Tu determinación por recuperarte fue admirable.


Erik alzó la cabeza de golpe, aparte de sus médicos, era la primera persona que le decía eso, después del accidente y de que Magda le culpara de su propia desgracia y de las consecuencias que tenía para ella, había decidido luchar.


—Intentaba demostrarle que nada había cambiado entre nosotros —murmuró en la oscuridad— Poco después comprendí que daba igual, ella ya me veía de otra manera.


—¿Cómo te miraba?


—Como un monstruo en vez de un hombre.


—Oh, Erik, eso no está bien —


La compasión de su voz le partió el alma, pero continuó hablando — Magda dormía sola, comía sola y, de pronto, una mañana se marchó, ni siquiera quiso verme para despedirse, me dejó una carta sobre la mesa del comedor.


Charles pensó que era imposible ser más cruel y aséptico, pero se guardó su opinión.


—Comprendí que quizá la había empujado a hacerlo y no te atrevas a defenderme, Charles, por favor, yo solía ser el chico de oro, todo lo que tocaba se convertía en dinero, todo el mundo quería estar cerca de mí —hablaba como si se refiriera a una persona que no conocía y que no deseaba conocer— Daba por sentado el estilo de vida, la libertad, y la gente pendiente de mí, hasta que vi a la señora Frost al volante, embarazada, luchando por respirar mientras el niño pataleaba en su vientre no supe quién era yo en realidad, todo lo demás era pura imagen, la decisión de empujar su auto aunque llegaba el tren... eso definió qué persona era yo en mi interior, en mi alma —se puso un dedo en el pecho, sobre el corazón— Me distanció de la vida que había llevado hasta entonces, fue como si nunca hubiera vivido hasta ese momento, hice lo correcto —masculló, como si intentara reafirmarse—Era lo único que podía hacer y Magda me maldijo por ello, me miraba con repulsión cuando creía que no la veía y yo me enfadé con el mundo por mostrarme a un hombre que no estaba seguro de desear conocer.


—¿Y ahora? —discretamente, él doncel se limpió las lágrimas que corrían por su mejilla.


—No cambiaría nada de lo que hice esa noche —aseveró él rubio, a continuación, le sorprendió lanzando una risita— Excepto quizá, que pisaría el acelerador con más fuerza esta vez.


—Ya, claro, eso no habría estado nada mal —Charles se acabó el wiski y metió el resto de los papeles y fotos en la caja que había en el suelo, se levantó y se acercó hacia él, la bata moldeaba su esbelta figura, y Erik se puso rígido.


—Quédate ahí —ordenó roncamente, el castaño no le obedeció, fundiéndose en las sombras con él, y percibió la fragancia de limón que emitían su piel y su pelo — Charles...— musitó, él castaño alzó la mano y él rubio se la agarró, pero consiguió zafarse y tocó el lado intacto de su rostro y hundió los dedos en su cabello, Erik gimió suavemente.


—Yo no soy Magda, y tú no eres William —dijo él ojiazul posando los labios sobre los suyos, apenas en un roce.


Erik luchó contra el impulso de sentarlo en su regazo y explorar cada milímetro de su piel con la boca y las manos— No me asustas, dragón, además, si crees que seguir siendo un recluso es lo mejor para todos... —se movió, y puso la boca cerca de su oído—... entonces, ¿Por qué siempre te acercas tanto a la luz por mí?


Sin darle tiempo a responder, desapareció en el oscuro vestíbulo, pero Erik sabía la respuesta: empezaba a confiar en Charles, le había contado cosas que nunca le había contado a nadie, y eso era muy peligroso, cuando estaba cerca de él, lo último en lo que pensaba era en la imagen que veía al mirarse en un espejo.


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