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Saber de amor por InuKidGakupo

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Notas del capitulo:

No soy fan de poner San, Kun, chan, sama, sensei, etc, pero no puedo imaginar a Lee decir otra cosa que no sea "Gai-sensei" o "sensei" Así que será mi primera vez poniendo una expresión como esa Xd de antemano perdón por eso.


Al final sí quedó igual de largo. Ya me lo imaginaba, xd

Capítulo 2


Gai sonríe cuando mira la torre. ¡Ha tardado demasiado! Casi se ha pasado la hora de desayunar.


Sonríe, no es suficiente aquella idea para detenerlo y se motiva a sí mismo entre valientes pensamientos que lo llevan en un segundo ante la puerta principal.


Saluda amistosamente a todos con un gesto. Los jóvenes ninjas se han acostumbrado a su presencia y los viejos conocidos apenas reparan en que está o en que se ha ido. Gai los saluda a todos por igual.


Llega a las escaleras y se detiene en seco en el comienzo.


Nadie lo ayuda, no hace falta que lo ayuden, y en un segundo Gai se ha puesto de pie y carga con su silla en un brazo antes de acomodarla sobre su hombro.


No deja de sonreír al hacerlo. Está emocionado, es un reto, aunque también un asunto al que se ha acostumbrado con facilidad.


Se levanta en sus manos en una vertical que cualquiera consideraría peligrosa. Esa maniobra siempre se gana las miradas de algunas personas que pasan y se detienen a mirar con sorpresa sus piruetas.


A Gai le divierte la forma en que lo ven. La sorpresa en sus rostros lo motiva. ¡Está loco! dicen siempre los ojos curiosos, pero Gai se mantiene firme y trepa los tres pisos que hacen falta hasta la torre principal.


Se da apenas unos segundos para descansar antes de darse la vuelta en el pasillo y moverse a la puerta de la oficina del Hokage.


Shikamaru sale en el mismo momento que Gai entra.


Gai ignora el gesto de asco que Shikamaru pone cuando lo ve. Al contrario, lo saluda y se ríe. Gai es consciente de que Shikamaru sabe demasiado y la idea lo perturba, no es una reacción que haga sentir mal a Gai.


El chico apenas responde antes de abandonar la oficina y salirse a prisa por la puerta de doble hoja, sacudiendo la cabeza mientras murmura que no quiere imaginar las cosas que harán.


Gai ríe abiertamente y lo sigue con la mirada unos momentos antes de volverse al dueño de la risa doble que truena al frente.


Kakashi está sentado en su escritorio pero se levanta en cuanto Gai cruza el umbral y cierra la puerta a su espalda.


No dice nada, simplemente sonríe y se alegra, moviéndose a Gai con prisa mientras éste levanta la mano y muestra el almuerzo que ha llevado.


Kakashi lo recibe y coloca las bandejas en su escritorio, sin importancia, sus ojos ansiosos se vuelven a Gai y se inclina. Su rostro cálido y sonrojado se acerca al suyo, sus ojos enamorados brillan, su cabello le hace cosquillas.


Entonces, entonces...


— ¡Gai-sensei! — el grito de Lee suena en sus oídos y lo saca bruscamente de su alucinación.


Gai parpadea, aturdido. Ante él reaparece la fogata, el bosque, las piedras, la cara de Lee que lo mira con un dejo de reproche y extrañeza.


La realidad.


Gai suspira. Su fantasía se desvanece fugazmente entre sus dedos y se une al humo que ondea ante sus ojos y se dispersa sobre el cielo.


Están en una misión. En su primera misión luego de que le hubieran arreglado la pierna, apenas dos semanas después de su intervención.


Había sido una tontería sobre entregar información. No les había costado trabajo. Había sido fácil, demasiado fácil, en un extremo casi ridículo que lo ofendió. Por supuesto, había sido una misión para empezar, o volver a empezar, al menos eso le había dicho Shizune en secreto cuando se habían visto en el hospital unos días atrás.


Como sea, estaba hecho. Ni siquiera habían tenido que emplear más de dos técnicas cuando unos ladrones de pacotilla los habían intentado asaltar.


Estaba decepcionado, si era sincero, Gai tenía ganas de pelear, de sudar, de gritar... de matar.


Niega, ignorando ese pensamiento, y finalmente dispersa su mente lo suficiente para enfrentar a Lee.


Estaban acampando. No era seguro volver a la aldea de noche y habían decidido descansar en ese claro, no muy lejos de la frontera del país.


— ¿Me está escuchando, sensei? — Lee frunce sus bellos ojos redondos y Gai asiente con seguridad.


Ambos saben que miente.


— Continua, por favor — pide y sonríe forzadamente, y aunque Lee no ha dicho ni una palabra aún, Gai lo siente lejos, en un extraño eco, las fantasías y los sueños rascando su mente con ferocidad.


— Tal vez sea hora de levantar la tienda — la voz de Lee se ha vuelto plana y agotada. Sabe tanto como Gai que no tenía sentido continuar.


— Sí, Lee, está bien — dice, pero no se levanta — En realidad, ¿te molesta si doy unas cuentas vueltas?


Lee lo mira unos momentos sobre su hombro. Los dos saben muy bien lo que eso significa y Lee lucha con todas sus fuerzas para no volver los ojos y mirar la pierna de Gai.


— Está bien, sensei, yo me haré cargo — sonríe.


Gai suspira y asiente.


Se pone de pie de un movimiento brusco y se da la vuelta para comenzar.


Gai quiere seguir probando su pierna. Gai quiere entrenar lo que le ha hecho falta, Gai quiere familiarizarse con el nuevo movimiento. Gai está entusiasmado, esa es la realidad, pero nunca sería capaz de decirlo en voz alta. Solo Lee podía entenderlo desde su silencio y cercanía, pero tampoco se lo diría.


Gai comienza de inmediato, marchando. Los dolores que habían atormentado su cuerpo han desaparecido por completo. Se siente nuevo, francamente nuevo, e incluso la fatiga que sentía se ha esfumado, el cansancio parece no forzarlo ahora y se pregunta cómo había podido soportar tanto dolor.


Ahora la sensación parece vieja y extraña. No puede recordar con exactitud el dolor, no puede recrearlo en su cabeza y se pregunta si realmente era tan fuerte como para impedirle moverse, como para haberle arrancado incluso las fuerzas de sus brazos, la resistencia de su otra pierna, su apetito, su alegría, su razón.


Sí. Lo sabe. Era así de fuerte, incluso si ya no lo recuerda, puede rememorar sus propias quejas, la forma en que la espalda le picaba y los brazos se le entumían con cada flexión.


Ahora, nada. Libre. Ni siquiera le dolía el muñón que debía estar escondido bajo la pierna falsa.


Gai suspira cuando llega a la vuelta número cien. Sigue siendo rápido, pero no sabe si la extremidad realmente se acoplará.


Puede con la fuerza de Naruto, le dice su mente, sin duda puede contigo. Y así es.


Gai siente que flota. No se ha atrevido a intentar abrir las puertas pero incluso un necio como él entiende que es lo último que debería intentar hacer. Al menos no próximamente.


Sonríe. No quiere sonreír pero sonríe. El viento le refresca el rostro, el aire que creyó que jamás volvería a pasar por su cabello lo trata con mimo y su corazón le susurra claramente "Estoy vivo".


Se detiene en la vuelta número trescientos.


Apenas ha perdido un poco el aliento pero es bueno considerando su inactividad, considerando el hecho de que había pasado las dos últimas semanas, luego de su intervención, llorando como un niño patético en su habitación.


Ya no había lágrimas ahora, pero el dolor no era menor.


Sacude el rostro, intentando alejar esos pensamientos, y sus ojos caen sobre su pie que ahora es una forma fantasmal cubierta por una venda dura y perturbadoramente cálida.


Se había preguntado vagamente si Naruto podía sentir con esa mano. Ahora sabía que sí. Gai mismo podía sentir en sus dedos la caricia de los pasos y el frío que se colaba entre el calzado y su pie.


Producía calor, tenía cosquillas, le daba comezón, incluso tenía la idea de que si se lastimaba le dolería.


Era una perfecta imitación.


Gai endereza la espalda y se pone serio. No puede permitirse tanta admiración para con esa pieza que lo había torturado de esa manera.


Aún, sobre las delicadas vendas, llevaba escrita la palabra "traición".


Lee ha terminado con la tienda de acampar y lo llama con un brazo.


Gai se acerca, vigoroso. Ha sido un buen trabajo de su alumno y lo felicita unos momentos antes de indicar que debían descansar.


Lee extiende las sábanas rápidamente.


A Gai no le sorprende cuando nota que ha colocado solo una cama. Una cama para dos.  


Sonríe y sacude el rostro. ¡Había consentido demasiado a Lee! Su pequeño y dulce Lee.


— Vamos — dice Gai, medio riendo, y se mete entre las cobijas antes de extender el brazo y esperar por su alumno, quien se hunde bajo la misma sábana y se queda pegado al hombro de Gai, donde se acomoda como si no pesara nada, como si fuera pequeño y Gai le hubiera contando una historia de fantasmas que había terminado por asustar a los dos.


Gai sonríe ante la naturalidad de su gesto y envuelve a Lee en un abrazo paternal.


¡Habían hecho eso tantas veces! Desde que Lee era un pequeño bulto blando y delgado que descansaba en su pecho hasta su última misión como el Equipo Gai.


Recordó con claridad la cara pequeña y redonda de todos sus alumnos; la voz aguda de TenTen, las palabras duras de Neji, el entusiasmo de Lee.


Se quedaban despiertos un rato alrededor de la fogata. TenTen los asustaba y Gai fingía fortaleza hasta que estaba temblando y le rogaba a Neji detenerla. Este solo resoplaba y le pedía a su compañera parar. De otro modo, no nos dejarán dormir, decía. TenTen se detenía con una sonrisa.


Al refugiarse en la tienda Lee lloraba de miedo y Neji se reía de él. Gai había acordado entonces que lo protegería, que daría su vida por él.


Pero lo cierto es que había estado tan asustado como Lee. Eran pretextos para mantenerlo a su lado porque era un cobarde y le asustaban los fantasmas. TenTen se reía de ellos y Neji rodaban los ojos. Pero cuando Gai y Lee se abrazaban juntos bajo la misma sábana, era cuestión de tiempo para que TenTen y Neji también se arrastraran hacia él.


Ahora ya no había nada de eso. Ya no había susurros en la oscuridad, ni tampoco la mano de TenTen deslizándose por debajo de la sábana para tomar su mano, ni tampoco el juramento silencioso de Neji diciendo que si veía un fantasma lo enfrentaría por él.


Ya no existía su equipo. TenTen era una mujer ahora, ocupada, se había olvidado de él.


Y Neji, Neji... Neji aún sangraba en sus recuerdos. Sus brazos flojos en su espalda aún colgaban en su memoria. Su cuerpo delgado envuelto en una sábana blanca contra sus brazos no se había desvanecido aún de su cabeza. Neji estaba muerto ahora.


Gai se aferra al cuerpo de Lee al enfrentarse a esa realidad, como si Lee fuera lo único que le quedaba en la vida. Y quizá lo era, sí, Lee era lo único que conservaba Gai.


Ya no estaban sus alumnos. Y sobre ellos, había perdido a Kakashi también.


Kakashi. Su nombre era una tortura, era ácido sobre su piel. Insoportable. Le dolía recordarlo, le dolía pensarlo. Quería morir cada vez que su rostro se pintaba tras sus párpados.


Para su desgracia, era en lo que más pensaba. Desde la mañana hasta que se ocultaba el sol sus pensamientos eran un fastidioso pitido con el nombre de Kakashi escrito en él.


Aquella idea lo fastidiaba y lo enojaba. Quería olvidarlo, quería que fuera una hoja de papel para arrancarlo. Pero no había podido deshacerse de él. Estaba sentado frente a un bote de basura, mirando con anhelo su horrible espantapájaros pintado en una triste hoja de papel.


Negó. Otra nube de pensamientos cubriendo sus recuerdos.


Sus besos, su respiración, su olor, su piel, su cuerpo...


Gai se encontró a sí mismo moviendo sus manos sobre su silueta. Pero no, no es Kakashi a quien acaricia, es Lee.


Gai abre los ojos al reaccionar y detiene sus manos. La duermevela traicionera lo hizo perderse en su alucinación y había sostenido a su alumno suavemente entre sus manos.


Lee duerme tranquilo sobre su brazo. La culpa inunda a Gai cuando observa sus ojos cerrados a través de la oscuridad.


Sintió ascos de sí mismo y tuvo el impulso de vomitar. ¿Cómo se había atrevido a confundir a Lee con Kakashi? ¿Cómo sus manos habían osado posarse con un dejo de perversión sobre él?


Niega para sí  mismo. Sabe que no es así. Pero la inquietante sensación de Kakashi cosquillea sobre sus manos y sin poder contenerse vuelve sus dedos tentativamente sobre la cintura delgada de Lee.


Es suave, estrecho. Un niño, quiere decir, pero no es cierto.


Se da cuenta hasta ese momento que Lee creció. No ha sido un niño en mucho tiempo.


Ahora era casi tan alto como él, aunque delgado, sus rasgos aún jóvenes y tiernos. Pero Lee ya no es un niño pequeño.


La idea lo entristece. Ya no es su niño. Nunca ciertamente fue su niño. Ahora es un hombre tanto como lo es él y Gai se siente perturbado ante la idea, porque jamás habría visto a alguno de sus alumnos como algo más que un niños que tenía que proteger.


Cierra los ojos intentando dormir, pero la idea acaricia sus pensamientos de forma insistente y se encuentra a sí mismo tirando de Lee contra su cuerpo, frotando su espalda, tomando sus piernas sobre su cadera para sentirlo en profundidad.


No. Se dice, y siente el impulso de apartar a Lee lo suficiente para que pueda dormir tranquilo, porque es lo correcto, porque lo que piensa es algo enfermo.


Pero Lee es un hombre, dice otra parte de su mente.


Gai entiende hasta ese momento que no solo no había visto nunca a Lee como hombre. Lo cierto es que nunca había visto a nadie más como hombre, o como mujer, o como un ser capaz y disponible de estar a su lado, jamás había deseado a nadie, jamás había soñado o mirando a alguien con perversión, con deseo o con amor.


Solo a Kakashi.


Es cierto. Y es tan doloroso como cierto.


Nunca había visto a nadie porque había estado mirando a Kakashi. Siempre mirándolo hasta el punto en el que se había vuelto lo único que ocupaba su mente, lo suficiente como para olvidar todo lo demás. Lo suficiente para olvidarse incluso de sí mismo.


Se siente frustrado de pronto. Enojado consigo mismo por haber dedicado toda su vida a alguien que no lo valía, por haber estado incluso infravalorándose, sobajándose cada que podía, restándole valor a todo lo demás para colocar a Kakashi sobre un altar.


¿Y había servido de algo tanto sacrificio? No.


No había servido de nada. No había tenido sentido. Había sido una broma cruel de la que Kakashi se había reído.


Quiso ponerse a llorar, pero también estaba harto de llorar. ¿A Kakashi le importaría si lloraba o no? ¡Claro que no! Qué tontería.


El enojo volvió a tomar control de su cuerpo, una especie de rebeldía que le hizo desear mostrarle a Kakashi que no le hacía falta, que no lo necesitaba, que era capaz de desear y de amar a otros, de amarse a sí mismo, de preocuparse por sí mismo y no pensar en él, y no sobreponerlo a él.


Su corazón se agitó y su respiración se volvió pesada. ¿Qué iba a hacer entonces? No es como si simplemente fuera a...


Negó. El recuerdo de Kakashi sentado como un fantasma en el fondo de la tienda lo atormenta. Sus ojos, fijos en él. No quiere que sepa que lo extraña de esa manera.


Toma a Lee entonces, moviéndolo hasta dejarlo sobre su cuerpo, como cuando era un niño pequeño.


Su cabeza suelta se recarga en su clavícula y sus piernas se abren a los lados de su cuerpo, una posición que a Gai le facilita colocarlo convenientemente sobre su pelvis, un roce culpable, pero encantadoramente placentero.


Su cuerpo ligeramente más pequeño, su peso... tan parecido al de él.


Aspira su aroma. Pero era otro perfume el que tiene en la boca.


Se aprieta y mueve discretamente bajo su cuerpo en una levísima fricción.


Quiso gemir ante la sensación. Su cintura se sentía igual, sus piernas tenían la misma forma.


Y sin embargo... y sin embargo no lo era.


No había espacio para Kakashi en ese lugar.


[...]


La noche pasa velozmente para Gai.


Al abrir los ojos se encuentra con la tienda. Sus paredes de tela se agitan con el viento frío de la madrugada y el sol permanece lo suficientemente lejos como para que la oscuridad aún reine sobre los dos.


Lee ronca suavemente. Sus pequeños labios se separados en una mueca conmovedora y a Gai le parece que no tiene más de doce años otra vez.


Su peso, que se ha vuelto casi doloroso y asfixiante con el paso de las horas, es un consuelo cuando la conciencia de Gai vuelve lentamente y su mente despertando viaja sin prisas hasta su fantasma, hasta lo que más extraña.


Niega. Se mueve un poco para dejar a Lee de lado y sale apresuradamente de la tienda con un movimiento discreto.


Afuera hace frío y la piel se le eriza cuando su pecho recibe de frente la brisa fresca del bosque. La calidez del cuerpo de Lee se evapora velozmente. No puede frenarlo a partir.


Gai no se detiene a pensar en eso.


Sus piernas saltan de inmediato y antes de que se dé cuenta está corriendo enloquecidamente alrededor del claro.


Dará mil vueltas. No, ¡dará tres mil vueltas! O las vueltas que hagan falta hasta que se encuentre lo suficientemente cansado como para no pensar. Y si no funciona, entonces hará diez mil flexiones, o cinco mil sentadillas, o tres mil abdominales. Lo hará todo con tal de desvanecer cada pensamiento que surge, lo hará cada que sienta deseos de volver a la aldea y lanzarse a los pies de Kakashi, lo hará en cada ocasión en la que sienta la necesidad de ser él quien pida perdón.


No. Se repite con cada vuelta. No sabe cuántas lleva, pero cada vez que sus pies alcanzan la línea de meta su corazón se aprieta y sus músculos se tensan con el deseo de cambiar de dirección, con el impulso de arrastrarse de regreso y buscarlo con desespero, como si fuera a toparlo en el camino, como si Kakashi estuviera escondido detrás de un árbol y simplemente pudiera encontrarlo.


No lo está. Se dice. No hace falta convencerse, no hace falta saber que Kakashi no lo buscará, que no lo sorprenderá de pronto y le dirá que lo extraña, que lo siente, que vuelva a él.


Gai se aflige ante ese pensamiento. Es tan iluso, tan tonto, tan patético al pensar en un escenario similar.


No va a pasar. Le dice su mente. Nunca va a pasar.


Más importante que eso, Gai no quiere que pase. Gai no quiere ver a Kakashi cerca de él porque sabe que no será fuerte, que no va a negarse, que va a creerle y antes de que se dé cuenta su cuerpo reaccionará y se lanzará a abrazarlo. Porque es débil, porque no tiene dignidad, porque Kakashi es lo único que Gai siempre ha podido apreciar.


— ¿Es que estás enamorado de él? — le había dicho Genma en una ocasión—Kakashi, Kakashi. Siempre estás hablando de él, Gai. ¿No sabes decir otra cosa?  


Gai se había enojado con su compañero. Siendo como era Gai de joven, se había lanzado a golpearlo en la cabeza.


Ebisu había intervenido de inmediato y los había separado.


— Déjalo en paz, Genma— Su voz seria había dado en el punto exacto de la discusión.


— ¿Vas a decirme que no te molesta? — Genma lo señaló con furia —. Todo el día es lo mismo. Todos los días es soportar a Gai decir lo genial y único que es Kakashi. Lo superior y habilidoso que es — sus manos se levantaron teatralmente —. El genio, el poderoso, bla, bla, bla.


— Basta Genma — Ebisu se había acomodado los lentes y se había dado la vuelta. —La obsesión que Gai tiene sobre Kakashi no es nuestro asunto.


— ¡No estoy obsesionado con él! — había protestado Gai inútilmente.


— ¿Y cómo llamas a eso? — Genma había gruñido de brazos cruzados —.Todo el día detrás de él, todo el tiempo hablando de él. La palabra que más dices es su nombre. Y estoy harto de oírlo.


— No es obsesión, Kakashi es mi rival, nosotros...


— ¡Rival! Esa estúpida palabra— Genma le había dado la espalda unos momentos antes de mirarlo por sobre su hombro — ¿Por qué no mejor admites que le quieres chupar la polla?


—Genma, no le digas esas cosas al chico— Ebisu había dicho con un dejo de lástima, como si Gai no estuviera ahí.


—Es la maldita verdad, todos lo dicen— Gai apretó los puños y lo miró con extrañeza.


— ¿De qué hablas? — Genma se rió en su cara y Ebisu tomó la palabra.


— Todos lo dicen cuando te ven, Gai. Todos dicen que estás enamorado de Kakashi. Algunos otros incluso dicen que le haces favores sexuales.


— Eso es ridículo — su voz se alarmó. — Nosotros somos amigos, yo...


— ¿Amigos? — Genma había saltado de nuevo. La diminuta pajita bailando al centro de sus labios entreabiertos —. No creo que Kakashi opine lo mismo.


— ¡Claro que lo hace! — las piernas de Gai habían temblando en su lugar.


— ¿Sí? Porque a mí me parce que te evita todo el tiempo, como si fueras una plaga con la que lidiar.


— No es cierto, Kakashi...


— ¿Y sabes porqué, Gai? — Genma se había acercado a él. La irritación en sus ojos brillando de forma clara — Porque todos los demás lo molestan contigo.


— Genma, basta ya, lo vas a hacer llorar — las palabras de Ebisu irritaron más a Gai, pero este actuó indiferente y volvió su atención a Genma, quien se acercaba tentativo a Gai.


— Los demás siempre le dicen cosas a Kakashi como "ahí viene tu novio", "tu perro", "tu admirador", "tu acosador personal" — siseó con burla — Todos le dicen a Kakashi que un día terminarás por violarlo, que no eres más que un pervertido, que estás enfermo respecto a él.


— ¡Nada de eso es cierto! ¡Yo jamás...!


— ¡Pero Kakashi lo cree también! — Genma lo arrinconó — De otro modo, ¿por qué te evitaría? Quizá le das asco, quizá te tiene miedo porque piensa que eres un pervertido — Genma se encogió de hombros — O quizá solo se avergonzaría si lo ven contigo. Ya sabes, estar contigo solo serviría para que lo molesten más.


— No, Kakashi no podría...


¡Pero podía! Maldita sea. Podía tanto como había podido hacer algo tan horrible como lo que había hecho recientemente.


Gai había salido corriendo tan fuerte como corría ahora.


Había terminado llorando solo en algún punto apartado del bosque. Se había repetido incansablemente de que no era así, que todos se equivocaban, que lo malinterpretaban.


Pero Gai había notado que era verdad, al menos una parte era verdad. Si lo pensaba, tenía razón. Todo el tiempo estaba hablando de Kakashi, todo el tiempo estaba pensando en Kakashi, siguiendo a Kakashi, porque Gai no tenía otra cosa en el mundo. Porque Kakashi era toda la vida que conocía, toda la vida que Gai tenía.


Gai había controlado sus impulsos luego de ese día. Su boca se cerraba a tiempo antes de soltarse a hablar como un enfermo desquiciado de su rival.


Por supuesto, apenas alguien lo mencionaba o Gai se sentía lo suficientemente en confianza, su tonta boca se soltaba y sus palabras volvían a convertirse en un portal hacia Kakashi, en un registro vivo de Kakashi, en una obsesión clara y febril.


Ahora, demasiados años tarde, comprendía que  no había sido diferente a aquel niño.


Su interés no se había enfriado realmente, ni un solo segundo de su vida Kakashi había sido menos inferior o diferente para su corazón.


Sin importar lo que pasaba, sin importar a dónde iba, sin importar que tan indiferente, cruel o egoísta Kakashi pudiera ser, ahí estaban sus ojos bobos y soñadores mirándolo con una devoción absurda, con admiración, con calidez, con anhelo, con deseos de algún día alcanzarlo, de caminar a su lado, de sostener su mano.


Que idiota y ridículo se sentía ahora.


Las lágrimas le picaban en la orilla de los ojos mientras pensaba en la forma en la que todos sin duda se habían reído. Por años se habían reído. Kakashi se habla reído.


Parecía ahora un soplo de aire viejo contra su cara. Su mirada esquiva, su rostro fastidiado cuando lo veía, la forma nerviosa en que siempre había tratado de escapar de él, sus evasivas, sus rechazos constantes.


¿Por qué había tenido que ser tan testarudo? ¿Por qué no había aceptado sus negativas? Quizá realmente nunca había dejado de ser una molestia para él. Una carga. Una plaga.


Su necio e iluso corazón gimoteó. Quería mantener una esperanza, quería convencerse de que no era así, de que Kakashi había terminado por aceptarlo, por reconocerlo, por quererlo. Quería pensar que se habían equivocado, que todos se habían equivocado.


Pero, ¿lo habían hecho?


Sí, lo hicieron. Si Kakashi no te hubiera querido, nunca te hubiera tomado de la mano, nunca te hubiera abrazado, nunca te hubiera besado…


La voz en su mente fue suficiente para hacerlo sentir un nudo en la boca del estómago, un revoloteo que sabía de sobra que era el estúpido e inservible rescoldo de su enamoramiento.


Aprieta los ojos, quiere creerlo, quiere creer que sí vivió una historia de amor, quiere creer que sus besos eran reales, quiere convencerse que, de otro modo, alguien como Kakashi nunca hubiera aceptado estar con él de la forma en la que estuvo con él.


Pero la cortina se cae prontamente y el telón de su obra con finales felices se le cae en la cabeza.


Kakashi era lo único que le quedaba a Gai tanto como Gai había sido lo último que le quedaba a Kakashi.


Conformarse.


La idea lo golpea y sus piernas tiemblan cuando da otra vuelta.


Quizá, en realidad, Kakashi estaba con él porque había sido el único que luego de tantos años no había dejado de seguirlo, lo único que no había muerto o perdido en el camino.


Quizá era más fácil así. Más fácil que crear nuevos vínculos, más fácil que buscar a alguien a quien podría perder. Era más fácil tomar a Gai, porque ya lo conocía, porque no iba a exigirle cosas que no podía dar, porque sabía que le daría placeres y cariño a cambio de migajas, porque ya estaba ahí, disponible, siempre a sus pies.


Kakashi simplemente se había resignado y había decidido dejar de luchar contra Gai.


Gai era el recuerdo de todos. Quizá al besarlo Kakashi besaba a Rin, a Obito, a Minato, a su padre. Había aceptado una felicidad a medias con él porque era demasiado cobarde para intentar algo con alguien más, porque era demasiado holgazán para dejar que alguien lo conociera desde el principio, porqué llevaban demasiado tiempo juntos que su compañía se había vuelto natural. Porque se conformaba. Porque no le habían quedado otras opciones al final.


Sí, quizá era así. Gai había sido la última opción que Kakashi habría elegido, pero por coincidencia o desgracia había sido el único que había sobrevivido. El único trozo maltrecho del pasado que Kakashi podía tomar, el único trozo de madera que sobrevive a un incendio y lo conservas como recuerdo de todo lo demás.


Quiere llorar de nuevo y se detesta por eso. Se odia, y por primera vez, se permite a odiar a Kakashi también.


— ¡Gai-sensei! — la voz de Lee lo frena y se gira a un lado.


El chico, con una enorme mochila en su espalda, se acerca animado y entusiasta hacia Gai.


Gai tarda unos momentos en notar que el sol ha salido, que Lee ha levantado la tienda y que no ha quedado un solo rastro de su campamento en el lugar.


— ¡He sido demasiado lento, sensei! — Lee se detiene ante él. Sus ojos brillantes de cachorro se encienden cuando lo mira de cerca y sus cejas tan profundas se levantan en un gesto de inspiradora admiración.


— No hay problema, Lee — Gai le sonríe y levanta un pulgar.


No se siente feliz, no siente tampoco que Lee haya sido lento, pero tiene que decirlo porque sabe que Lee espera que lo diga, porque Lee lo necesita.


— ¡No es suficiente, sensei! — Lee levanta el puño. Su entusiasmo es palpable y por un momento su energía parece revolotear a su alrededor, como una ola que salpica su rostro y lo ondea —. ¡Tendré que dar mil vueltas a la aldea por mi retraso! ¡Así aprenderé a ser más rápido!


Gai ríe con honesta felicidad ante sus palabras. Una chispa orgullosa estalla en su pecho y siente el deseo de abrazar a Lee y soltar lágrimas de entusiasmo mientras promete dar más vueltas y caminar hacia el prometedor sol con él.


Pero Gai calla. Lo cierto es que se siente destrozado, lo cierto es que no quiere ser él quien abrace a Lee, quiere que Lee lo abrace a él, que le diga que todo va a estar bien, que lo consuele, que lo deje recostarse en su hombro y desmoronarse, porque ya no tiene a donde más ir, porque se ha quedado sin hogar al cual volver, porque ya no quiere aparentar fortaleza, porque ciertamente ya no le queda un atisbo de fuerza.


Su rostro decae. Sus labios se tuercen y la vida parece escaparse de su cuerpo a una velocidad sorprendente.


Sin embargo, los ojos de Lee le impiden llorar. Gai se da cuenta de la forma en la que lo mira, como si Gai fuera la persona más admirable en el mundo, como si fuera la fuente misma de toda la inspiración, con una devoción absoluta, con una calidez tan soñadora que lo hace sentirse valioso, que le hace creer que es tan importante como Lee cree firmemente en que lo es.


Esa mirada. La mirada.


La misma estúpida mirada con la que Gai había mirado a Kakashi toda la vida.


Una mezcla de pasión e intensidad, una meta, una gloria. Fervor rebosante, una entera y absoluta sumisión. La cúspide de la admiración.


Gai era el cielo mismo para Lee. Un tesoro perdido. El oasis, el regalo divino.


Pero había inocencia en Lee. Gai lo notaba cuando lo miraba. Había dulzura, había un dejo soñador que volvía a Gai en un ejemplo más que en una musa.


Le faltaba una sola cosa para que fuera la misma mirada. Le faltaba el deseo. Le faltaba al fondo ese gesto diminuto de excitación.


Aun así, el corazón de Gai se agita y una sensación nace dolorosamente en su pecho. Un hilo tenso extendiéndose desde su ombligo hasta su pelvis se tensa al mirar a Lee. Al mirar todo lo que llevaba la mirada de Lee. Su admiración, sus sentimientos. Lo valoraba. Lo admiraba y lo respetaba. Lo quería, y Gai estaba desesperado por sentir qué lo querían. Porque quizá incluso en ese momento ni él mismo se quería.


Todos ahora eran enemigos, todos se habían reído, todos lo habían humillado, Kakashi lo había traicionado, Neji había muerto, TenTen lo había abandonado. Pero ahí estaba Lee. Ahí estaban sus ojos soñadores que todavía lo veían como un admirable ejemplo, ahí estaba Lee creyendo en él, ahí estaba su amado alumno observándolo como lo más grandioso del universo, como si fuera más que perfecto.


— Lee — susurra, se siente conmovido y revuelto, confundido, y de su pecho nacen extraños deseos.


— ¡Es hora de volver a la aldea, sensei! — Lee señala el horizonte con dramatismo — ¡Llevaré las maletas de los dos para mostrar mi compromiso con usted, Gai-sensei! ¡No voy a quedarme detrás!


Lee se mueve, dispuesto a comenzar una cerrera enloquecida de regreso a Konoha. Sin embargo, antes de que pueda dar un paso, Gai lo detiene al tomarlo por la muñeca con delicadeza.


— Espera — sus labios se han movido y las palabras se han escapado de su boca — No hay que volver todavía.


— ¡¿Qué?! — Lee se gira. Su muñeca aun envuelta en los dedos de Gai — ¿Por qué no? Ya acabamos con la misión, así que es momento de volver.


— Lo sé, Lee — Gai permanece serio — Es solo que no quiero volver — las palabras le pican la boca y le queman. Le ha costado admitirlo más de lo que había creído.


Lee parece sorprendido unos momentos antes de cerrar la boca e imitar su seriedad.


No hace falta que Gai diga nada más.


Algunos médicos y enfermaras habían oído a través de las paredes la conversación que Gai había tenido con Kakashi a solas. Habían gritado, al menos él había gritado, y todo el personal se había terminado por enterar.


Los rumores habían envuelto a toda la aldea de inmediato. Otros cuantos médicos que participaron culparon a Kakashi por sus actos, otros tantos lo tacharon a él como malagradecido. No importaba, lo sabía, pero al final, de lo único que todos habían hablado, había sido de su relación.


Ahora todo el pueblo lo sabía. Par de maricones. Decían de ellos. Y más de un valiente se había atrevido a gritárselo en la cara cuando Gai caminó por las calles unos días atrás.


Nadie los quitaba de esa descripción ahora. Todos se habían enterado que entre ellos había habido algo, que habían sido amantes, que había terminado siendo cierto lo del perro faldero y los favores sexuales.


¿Por qué no mejor admites que le quieres chupar la polla?


Tal vez Genma había tenido razón. Había querido hacerlo. Lo había hecho. Quería hacerlo de nuevo.


Kakashi lo había usado para eso al quedarse sin más opciones, pero su juguete se había roto y no lo quería de ese modo, por eso lo había mandado a reparar.


Ahora eran la burla del pueblo. Los raritos. Todos diciendo que siempre lo habían asumido.


Lee, sin duda, había escuchado los rumores. Él mismo había ido de inmediato por Gai al hospital cuando Sakura lo había llamado.


Lee lo sabía, aunque, por supuesto, no se había atrevido a preguntar al respecto.


— Un día más — dice Gai — Solo quedémonos fuera un día más — sus dedos apretaron un poco más la muñeca de Lee.


El suave pulso de Lee golpeó su piel y lo hizo estremecer. Por un momento incluso deseó llevarse la mano de Lee al rostro y sentir con sus labios el ritmo de su corazón. Se limitó a acariciar lentamente el dorso de sus vendas nuevas.


— Nos quedaremos en el pueblo más cercano. Míralo como un nuevo tipo de entrenamiento, Lee — anima Gai, sonriendo.


Lee tarda unos momentos antes de volver a formar una sonrisa y asentir.


Gai sabe que lo consideró con calma, que sabe de su dolor, que lo escuchó gimotear el nombre de Kakashi desde su ventana. Lo entendía, y respetaba su deseo de estar lejos de la aldea, de no ser capaz de enfrentarse al dueño de su dolor. Lee sabe más que nadie que Gai no tiene ganas de ver a Kakashi.


— Bien, sensei — Lee finalmente se relaja y mira al lado opuesto de la dirección de Konoha —. Entonces hagamos una carrera hasta el próximo pueblo.


— ¡Así se habla, Lee! — Gai finalmente lo suelta. Su vista ardiente se va contra el firmamento. En realidad ninguno de los dos sabe dónde queda el próximo pueblo.


— ¡Vamos, sensei!


— ¡Sí, Lee! — Se miran un momento antes de iluminarse bajo la luz del sol —. Uno, dos…


[…]


Había sido un día agotador.


Luego de una carrera alrededor del bosque por casi todo el día habían llegado a un pequeño pueblo en los límites del país del fuego.


Lee no podía parar. Su juventud parecía estar en su punto máximo y había sugerido de inmediato un entrenamiento sumamente estricto y exigente que sin dudarlo un segundo Gai aceptó.


El entusiasmo de Lee le resultó contagioso. Apenas alcanzaron el pueblo Gai se encontró a sí mismo atrapado en un torbellino de ejercicios espontáneos y extraños que a Lee se le ocurrían en ese momento.


¡Sí! No le importaba lo complicado o riesgoso que era, cada movimiento era una gloria para Gai, cada pequeño estiramiento le recordaba que se estaba moviendo, que estaba haciendo algo, que estaba vibrando, sintiendo, caminando soñando. Sentía que podía avanzar una vez más.


En un momento cayó de rostro contra el suelo y se lastimó los brazos contra una pared. Pero todo aquello solo logró emocionarlo más. El dolor significaba que sentía, que podía seguir sintiendo, que había un mañana floreciendo detrás de una cortina vieja y empolvada que finalmente apartaba de su cara.


Estoy vivo. Se decía cuando un nuevo dolor atravesaba su cuerpo. Y cargando de ese sentimiento de victoria y alegría se levantaba entonces y partía, gozando de su movimiento, disfrutando del hecho de que era libre de nuevo, sabiendo que podía lastimarse y que lo disfrutaría tanto como disfrutaba la caricia vigorosa del viento.


Por la tarde había conseguido un cuarto en una pequeña posada para pasar la noche. Sus piernas apenas habían podido sostenerlo lo suficiente para llegar a ese lugar y desplomarse contra el piso frío de madera pulida.


Lee lo había mirado y se había reído. Parecía tan fresco e inmutable, invencible en comparación con él. Gai se negaba a creer que era demasiado viejo ahora como para seguir su entrenamiento, se negaba a creer que Lee lo había superado en todo sentido y era el momento de dejarlo partir.


Tal vez ciertamente lo era. Pero la respuesta no era verdaderamente importante en realidad.


Lee se mete al pequeño cuarto de baño. Su voz, delgada y dulce, canta alguna canción que Gai no conoce, pero que su entonación lo mantiene tranquilo y entretenido algunos hermosos y breves momentos de paz y quietud.


La tranquilidad no dura mucho, como siempre.


Un tirón le recuerda a Gai que ha pasado demasiado tiempo fuera y una cuerda detrás de su cabeza se tensa. El entumecimiento efervescente del ejercicio finalmente se desvanece de su cuerpo y Gai gime torpemente cuando las consecuencias del sobreesfuerzo recaen en él.


No puede evitar quejarse como un chiquillo cuando eso sucede.


El dolor reemplaza de inmediato su satisfacción y se revuelve patéticamente contra la madera.


Sus músculos parecen retorcerse y convulsionar bajo su piel. Una protesta bien merecida de su cuerpo, piensa, y por unos momentos incluso parece convencido de que va a morir de nuevo, de que está agonizando una vez más a los pies de Madara y su cuerpo se ha convertido en una figura oscura y ocre que pronto se va a convertir en papel.


Por supuesto, no está muriendo. Y pese al dolor que lo deja sin aliento Gai se permite sonreír de verdad.


Recarga entonces su cabeza contra el suelo y disfruta la frescura de la madera lisa.


Vivo. Dice su mente, y recorre internamente cada fragmento de su ser, como si tuviera miedo de haber perdido algún pliegue en el camino y necesitara cerciorarse de que aún cargaba cada parte, de que aún era capaz de sentir con cada centímetro de él.


Estoy completo. Suelta victorioso cuando reconoce todo su ser y suspira profundamente.


Quiere dormir. Se siente gratamente satisfecho y sus ojos papalotean unos momentos ante la sensación brumosa de la duermevela que lo envuelve cariñosamente, seduciéndolo, atrayéndolo cómodamente a un lugar donde puede atreverse a descansar, a dormir con necesidad reparadora, a dormir ansiando despertar.


Cierra los ojos y se acomoda en su lugar con las manos extendidas a sus costados. Su piel enfriándose lo arrulla y pronto el dolor se vuelve una salpicadura que se evapora como un diminuto charco bajo la luz del sol.


Entonces, algo sucede.


Hasta ese momento su cuerpo había estado al límite, sudando, esforzándose, exigiéndose con tanta fuerza que había absorbido cada fragmento de su mente hasta silenciarla, hasta romper cada pensamiento que se intentaba formar tercamente como una plaga.


Pero ahora todo vuelve de golpe como una bandeja de agua fría contra su cara.


La adrenalina esfumándose deja el vacío indicado para la agobiante realidad, una realidad que encaja perfectamente con la tenebrosa negrura que escondía dificultosamente bajo el esfuerzo del ejercicio.


Kakashi.


Un nuevo tipo de dolor lo atrapa. Intenta con todas sus fuerzas alejar ese pensamiento y se aferra inútilmente a la suavidad cómoda del sueño que desea llevárselo lejos.


No puede, de pronto las fuerzas vuelven de algún lugar y se siente despierto, incluso el dolor parece inútil y su cuerpo recuperándose velozmente lo abandona con el horror de su propia mente.


Niega y sus puños se cierran con fuerza. No quiere, no quiere pensar en él, no quiere arrastrarse como un tonto al nido donde siempre ha vivido su mente y dedicarse a contar las pajitas tontas de su vida con él.


Las imágenes son más rápidas que su conciencia y frente a sus ojos mira a Kakashi sonreírle. Lo contempla de pie, hablándole, diciéndole algo inteligente, mostrándole alguna nueva técnica, contándole su día, haciéndole promesas, besando su piel.


Gai gimotea contra el piso y siente que todo lo que había logrado ese día se vuelve papel bajo la lluvia.


Todo su esfuerzo minimizado bajo su sonrisa, toda su victoria pisoteada bajo su mirada indiferente, todo su ser reducido a una mancha bajo su pie.


Entiende entonces que no puede huir de Kakashi, no puede hacerlo porque Kakashi vive en él.


La idea lo aterra y Gai tiembla en su lugar. Un nuevo tipo de prisión se cierra a su alrededor y los nuevos y sólidos barrotes lo lastiman.


Había sido prisionero de su pierna, de su cuerpo maltrecho que no lo dejaba vivir, pero ahora la prisión era mucho peor, era más estrecha, más dolorosa, más cruel, mucho, mucho más cruel.


Las lágrimas brotan de sus ojos automáticamente, como si el nombre de Kakashi fuese alguna especie de hechizo que lo hacía quebrarse, que diluía sin dificultad su felicidad y saboteaba sin esfuerzo cada instante de su vida sin importar que tan bien se hubiera sentido un instante atrás.


La verdad es una cadena sólida y se aprieta sobre su cuello. Él solo, a través de los años, por voluntad propia se había vuelto su esclavo. Era su perro. Genma tenía razón. Genma siempre había tenido razón.


La sensación nauseabunda de sentirse hundido y patético lo bofetea. Quiere luchar contra la prisión que él mismo armó, quiere luchar y patalear contra su recuerdo, contra la adicción y dependencia a Kakashi por parte de sus pensamientos, pero Gai había hecho un buen trabajo todos esos años. Gai tenía por corazón un santuario dirigido a él.


Él.


No quiere que su lengua pronuncie su nombre, se resiste al cosquilleo que acaricia su boca y le entume los labios, no quiere ser débil ante el impulso de llamarlo como si fuera a atravesar la puerta de ese lugar.


Pero ahora Gai no puede huir de él. Lo entiende.


No importaba que estuviera al otro lado del mundo, no importaba que corriera con todas sus fuerzas, no importaba que nunca volviera a la aldea, no podía quitarse a Kakashi de encima, no podía porque era una cadena aunada a su ser. Era parte de él.


Derrotado se deja caer nuevamente contra el piso. Las lágrimas caen una a una y le acarician las mejillas con besos tibios que rápidamente se enfrían.


¿Qué estaría haciendo Kakashi ahora? ¿Estaba comiendo bien? ¿Estaba durmiendo sus horas? ¿Había terminado el papeleo urgente? ¿Finalmente había encontrado su libro perdido? ¿Seguía tomando agua como era debido? ¿Pensaba en él? ¿Lo extraña al menos la mitad de lo que Gai lo extrañaba a él?


Que patético era. Que tonto y ridículo era.


Estaba ahí, hecho trizas por su culpa, y todavía era lo suficientemente estúpido para preocuparse por Kakashi, por sentir que debía asegurarse que estaba bien, por desear correr a su lado y suspirar tranquilo al comprender que estaba vivo.


Solo un tonto como él era capaz de torturarse pensando en eso, como si Kakashi dedicara un segundo a él, como si Kakashi fuese un niño y lo necesitara para mantenerse vivo.


No te necesita. Le dice su mente. Es un adulto, puede vivir sin ti. Siempre ha podido vivir sin ti. No le haces falta para existir.


La verdad arde y lo atrapa como un extraño y desconocido fuego frío. Era cierto, Kakashi podía sin él, siempre lo había hecho, no importaba que tanto Gai hubiera deseado que Kakashi lo necesitara, no era así. Nunca había sido así.


Olvídate de él. Le aconseja su mente, pero es una idea tan ridícula que casi lo hace reír.


Pero, ¿entonces qué? ¿Iba a vivir mortificado toda su vida? ¿Iba a pasar el resto de su existencia pensando en lo que Kakashi estaba haciendo a cada momento, imaginándolo, extrañándolo, deseando como un tonto que estuviera bien?


No era su padre. No era nada de él.


Un clic en la puerta lo hace volver en sí.


Lee sale del baño y Gai apenas tiene tiempo de limpiarse las lágrimas apresuradamente con un movimiento casi furioso de su mano.


Es tarde. Otro error. Lee lo ha visto claramente y aparta la mirada al pasar por su lado al otro extremo de la habitación.


— Debería tomar una ducha, sensei — dice Lee. Su voz es suave, pero el ánimo es falso y sabe que Lee esconde la pena y la lástima muy bien.


— Sí — murmura, pero su tono es apretado y la vergüenza lo azota al oírse a sí mismo gemir.


Un silencio los envuelve unos momentos. Gai busca entre sus cosas ropa limpia a toda prisa, porque las lágrimas no paran, porque gimotea sobre su equipaje y su rostro enrojecido no sabe mentir.


Lee lo mira con dolor desde su lugar, sus ojos lo queman y trata de ocultarse torpemente dándole a espalda, pero falla, porque las lágrimas que parecen infinitas lo ciegan y apenas puede mantenerse de rodillas contra el piso en su desfigurada condición.


— Sensei — Lee murmura con pesadumbre y dolor.


Se acerca lo suficiente para tocarlo, y Gai sabe que si lo toca no lo soportará y se desmoronará, se dejará caer en sus brazos y su llanto desconsolado se convertirá en un llanto desgarrador lleno de barridos y gritos, y sabe que en su dolor e incoherencia llamará el nombre que no quiere decir y le confesará a Lee lo mucho que lo extraña y lo mucho que se odia a sí mismo.


Se aparta antes de que sus dedos lo toquen y trastabilla cuando casi desesperado se pone de pie.


Lee no protesta. Non dice nada. Solo sigue su espalda cuando Gai se encierra en el baño a gran velocidad.


Adentro, enciende la regadera. No sabe si el agua está fría o caliente, no la siente, la usa simplemente como un escudo tonto para que cubra sus gemidos y disimule su dolor.


A su mente viene el recuerdo de las duchas tortuosas que tomaba cuando tenía la pierna lastimada. Recordaba que el dolor era horripilante y se quejaba sin poder evitarlo. No quería que Kakashi lo oyera, así que dejaba el agua fluir a pesar de que sabía que podía oírlo, a pesar de que el eco de su voz lo ahogaba y se elevaba sobre el rebote del agua en el piso.


Kakashi. Lo extrañaba como loco.


Extrañaba todo; su voz, su olor, su presencia, su mirada, su cabello, sus manos, su respiración.


Gai gime contra la pared y clava los dedos en la cortina que lo rodea. No puede callarse a sí mismo por más que lo intenta, no puede dejar de suspirar y entre el silbido destruido de su propia voz escucha la risa de Kakashi contra su oreja.


Se ve a sí mismo, sentado en su silla de ruedas frente a la pequeña mesa a la hora de cenar.


Kakashi está al frente y come en silencio. Siempre le ha resultado encantadoramente bello y sus ojos no se separan de aquel diminuto lunar que adorna su rostro coquetamente.


Gai siempre se emociona con la imagen de sus labios, tiene la cereza de que lo hará toda la vida, sin importar los años, sin importar cuántos besos pudieran darse, siempre se sentirá impresionado e infinitamente afortunado.


Kakashi lo mira de reojo. Gai no entiende porque le cuesta mirarlo abiertamente pero supone que esa era una de las cosas que le habían gustado de él, esa forma de tratar de esconderse, esa manera que tenía de fingir frialdad para que no se dieran cuenta de su auténtica calidez y curiosidad.


Pero Gai lo conoce demasiado y a esas alturas Kakashi ya no le puede ocultar nada más.


— Deberías traer tus cosas aquí — comenta Gai tentativamente, sabe que en su ropero ahora hay un espacio para Kakashi y que algunas piezas de ropa están ahí.


Por supuesto, sus palabras significan más que eso, y Kakashi comprende que es una invitación mal disimulada de Gai para pasar la noche ahí.


— Compraré un cepillo de dientes mañana — comenta Kakashi, porque sabe tanto como Gai que no solo será esta noche, que quizá mañana haga falta más ropa y más cosas, porque Gai ya no lo quiere dejar ir jamás.


— Trae ropa limpia también, lavaré mañana y estará húmeda — Kakashi asiente y sus ojos se desvían a la televisión unos momentos.


No parece avergonzado con la idea. Gai ha estado lavando la ropa que deja en su casa, ha estado cocinando para él y se ha quedado fielmente en casa esperando cuando llegue cada tarde y quedándose triste cuando se va por las mañanas.


— Debería ser más fácil en mi departamento — murmura Kakashi antes de volver su vista a Gai — Es más grande — comenta, pero sus manos parecen temblar y luce un tanto arrepentido de lo que ha dicho.


Gai suspira ante su insinuación y se encoge de hombros. No quiere decirlo en voz alta pero le teme al departamento de Kakashi. En el pasado habría saltado de gusto con esa sugerencia y en menos de dos segundos habría armado una maleta para salir corriendo e instalarse en el departamento de su persona especial. Ahora no puede, el departamento está en el quinto piso y Gai tiembla de terror al pensar en las malditas escaleras que lo harían batallar. No puede lidiar con eso y no puede admitirlo. Un solo piso ya era una maldita tortura para él.


De irse con Kakashi necesitaría su ayuda para bajar y subir. ¿Qué clase de ser inútil sería entonces? Estaría atrapado como una princesa en una torre que no es capaz de valerse de sí mismo para salir de ahí.


— O tal vez podría ser otro lugar — dice Gai, tentativo, apenas logrando esconder los nervios.


Kakashi calla y parece pensarlo, también parece un tanto asustado y a Gai le duele un poco el pecho ante ese gesto.


Aun así, Gai mantiene la esperanza.


Kakashi no lo sabe, pero Gai ha estado buscando casas para poder vivir los dos. En el cajón derecho de su buró descansan un par de folletos y en círculos rojos ha marcado cada aspecto de su mutuo interés.


Llevaba demasiados años ahorrando. Un ninja de élite como él había sido bien pagado toda su vida, cada misión que exigía su presencia siempre tenía una bonificación que casi resultaba una exageración.


Gai nunca había sido un hombre de muchas necesidades ni lujos. Había guardado todo durante todos esos años. Ahora finalmente encontraba un uso para eso, ahora quería dejarlo todo atrás y comenzar de nuevo con el fruto de su esfuerzo.


Iba a comprar una casa. Ya había decidido cuál. El dinero era justo y quedaba relativamente cerca de la torre Hokage, convenientemente apartada del centro de la aldea para tranquilidad de Kakashi.


Iba a ser una sorpresa. Iba a volverse un regalo para el cumpleaños de Kakashi que estaba demasiado cerca.


Sabía que era malo y testarudo para dar los primeros pasos, así que tendría que ser él quien lo hiciera, tendría que ser él de nuevo quien los empujara a los dos afuera, y entonces...


Entonces Kakashi le había dicho que pronto. Tres días después Gai había terminado en el hospital con un cuchillo sobre su espalda.


Gai piensa ahora en esos folletos. Quiere ir ahí ahora mismo y romperlos, hacerlos añicos, destrozarlos y quemarlos para luego tirar las cenizas donde no se encuentren nunca más.


Ojalá fuera así de fácil. Ojalá pudiera arrancarse también la fantasía estúpida que haba tenido, o las ganas que todavía tenía de llevar a Kakashi a ese lugar y pedirle de rodillas que volvieran a empezar.


Sus planes y sus sueños se desbarataban como mariposas aplastadas.


Otra pajita del espantapájaros que tanto quería.


Las lágrimas cesaron finalmente y se atrevió a salir cuando terminó su ducha.


La cama estaba extendida y Lee permanecía sentado sobre una orilla.


Una cama para dos.


Gai traga y sacude la cabeza. La calma es una farsa y apenas puede moverse entre un espacio tan cargado de tensión.


Duda cuando llega a su lado, sabe que debe acostarse y no decir nada, que Lee dormirá tranquilo y al siguiente día irremediablemente  estará tranquilo y eventualmente lo olvidará.


Pero no puede hacerlo, no puede simplemente irse y hacer a Lee a un lado cuando Lee era lo último verdadero que conservaba en sus manos.


Lee ahora era toda la vida que poseía.


No era justo para él, a quien tanto le había hablado de la amistad y la sinceridad, ocultarle más cosas o simplemente negárselas por que quizá no eran de su incumbencia.


Lee confiaba en Gai. Quería que estuvieran igual.


Gai entonces se decide y se sienta a su lado. Su cabello húmedo gotea un poco sobre su nuca y la sensación sirve para provocarle un escalofrío antes de atreverse a empezar.


— Estoy seriamente lastimado — admite, Lee se encoge en su lugar y su mirada de ojos redondos miran a Gai con pena y dolor. Finalmente la lástima parece estar fuera de su sistema — Sabes lo que pasó, ¿no?


Lee asiente. Gai piensa un momento en preguntar lo que ha oído pero de inmediato se asquea y prefiere no saber lo que el pueblo dice de él.


— Nunca había sentido tanto dolor — ríe sin gracia y suspira — Así que estoy desesperado, porque creo que no sé lo que tengo que hacer.


— ¿Es irremediable? — la pregunta de Lee lo sorprende un poco y pestañea a él en confusión — Quiero decir, la situación entre ustedes dos, ¿realmente es irremediable? ¿No puede existir la posibilidad en la que pueda volver a ser todo como antes?


Gai siente un pinchazo en el corazón. No sabe a cuál "antes" se refiere Lee, y no sabe tampoco a cuál "antes" le gustaría regresar en realidad.


— No — murmura. Una amargura desconocida burbujea contra su garganta porque su lengua duda y quiere decir que sí.


— Entonces la respuesta está ahí, sensei — Lee quiere sonreír, pero permanece escalofriantemente serio — No puedes hacer nada si no hay solución.


Gai ladea la cabeza y lo mira. La imagen del niño pequeño que lloraba en sus brazos de pronto se desvaneció.


— Cuando Sakura se confesó a Naruto frente a mí, a pesar de que era mentira, fue realmente doloroso de escuchar — Lee sonríe suavemente — Y cuando Sasuke... bueno, cuando lo eligió, fue entonces que supe que no había solución.


— ¿Quieres decir que te rendiste? — Gai pregunta con extrañeza ante la idea, pero Lee niega y ríe con más fuerza.


— No, rendirse no — sus mejillas parecen más vivas y sus ojos brillantes se pierden unos momentos contra algún punto en la pared — Hablo de seguir.


Gai se siente sorprendido, una cosquilleante sensación burbujea en su pecho al mirar la expresión adulta y sabia de Lee.


— No me rendí en el amor, sino que seguí mi camino en el amor — se rasca la cabeza, nunca ha sido demasiado bueno para explicar — Hay cosas que no se pueden forzar, o perdonar, o recuperar, entonces son irremediables, no importa lo que pase no se puede cambiar.


Sus puños se aprietan, no lo dice, pero delante de ambos Neji apareció como un recuerdo vívido.


— En la vida no existen los "hubiera", tampoco algo como el pasado, y probablemente ni siquiera existe el futuro — Gai lo desconoce, una nueva sensación de respeto y admiración naciendo de él — Entonces solo nos queda seguir — los ojos de Lee se llenan de poder, de esperanza, de una fuerza que de pronto fue capaz de atravesar su corazón — De otro modo, ¿qué haría yo sino quedarme frente a la tumba de Neji todos los días?


Un doloroso punto cruje en el pecho de Gai.


Neji, Neji, Neji. Su cuerpo liviano en sus brazos. No podía borrar esa sensación escalofriante de su cadáver colgando, de lo flácido que estaba, de que al quitar las ramas de su pecho habían quedado unos espantosos agujeros y le habían restado demasiado peso.


Sintió ascos con el recuerdo. No porque la imagen del corazón de Neji asomándose de la herida mortal le resultase repugnante, sintió ascos porque el dolor era demasiado fuerte todavía, porque no lo podía olvidar, porque se seguía sintiendo arrepentido, porque cada segundo deseaba haber tomado su lugar.


— Pero no podía quedarme parado frente a su tumba para siempre, ¿verdad? — Lee suspira — No sería justo para Neji. No es lo que él querría. Entonces solo me queda seguir — se gira a Gai con aire de determinación —. No me rendí sobre Neji. Ni sobre Sakura. Simplemente seguí, tanto en la vida como en el amor — Las cejas lindas de Lee se hunden con pasión — Y son cosas demasiado diferentes, sensei. Rendirse es fácil, pero seguir... no cualquiera puede seguir.


La idea da en el clavo.


De pronto Gai es capaz de ver a Kakashi una vez más. Pero esta vez no es un recuerdo suave y cálido el que se le viene a la cabeza, es el recuerdo de Kakashi en el cenotafio, con sus manos en los pantalones, con su espalda curva y su cara triste.


El recuerdo se repite. Se repite una y otra y otra vez hasta que la imagen se traspone y se vuelve un retrato.


Kakashi es una fotografía en su cabeza ahora, de pie, sin poderse perdonar, sin poder olvidar, sin poder dejarse de culpar y odiar, sin poder avanzar.


¿Qué había hecho Gai entonces? Lo había hecho todo por hacerlo volver, por sacarlo de la oscuridad, por arrastrarlo al camino correcto, incluso había intentado entrar a Anbu. Su desesperación había sido tanta que había hablado con el Hokage para que lo hiciera maestro, y en un momento había funcionado, en un momento Kakashi había avanzado.


Luego, nuevamente estancado.


Ahora Gai lo entendía con claridad. Kakashi tenía dificultades para avanzar. A Kakashi le gustaba aferrarse a los pasados irrecuperables, vivía pensando en lo perdido y se perdía con ello el presente que se esfumaba rápidamente.


Kakashi no había tendido la fuerza de seguir.


No había podido continuar su vida, por eso se aferraba a volverlo a ver caminar, por eso se aferraba a devolverle algo que en realidad Gai ya no quería. Por eso había arruinado todo, porque Kakashi era incapaz de volver a empezar.


Kakashi no quería volver a empezar.


¿Y él? ¿Iba a rendirse o iba a continuar?


Pensó en lo que habían tenido. Tan breve como tediosamente largo. Un recuerdo de su infancia a su lado, un flash de un beso en los labios. Todo al final se revolvía y terminaba en una tumba que Kakashi había cavado con sus manos.


Y Gai no podía quedarse de pie en la tumba para siempre. No quería quedarse de pie en esa tumba para siempre. No quería convertirse en alguien incapaz de continuar.


Lee tenía razón. No cualquiera era capaz de seguir. No cualquiera tenía esa fuerza, no cualquiera podía aceptar que no se podía hacer nada y decidir sobre eso continuar.


Mira entonces a Lee con orgullo y admiración.


Ha crecido, pero incluso entonces ahora señala a un horizonte imaginario y sus ojos chispeantes parecen mirar un mar profundo y glorioso donde no lo hay.


— ¡La juventud todavía no ha acabado! — dice Lee de pronto — No puede rendirse ahora, sensei.


— No lo haré — sonríe, mira un momento la pared fría donde debería estar alucinando un atardecer. Pero ya no lo ve.


— ¡La juventud nos llama, sensei! ¡Debemos correr hacia ella y no mirar atrás! — Lee se pone de pie de un salto, animado, toda la tristeza parece desvanecerse lentamente y por unos segundos su brillo le hace sentir menos carga en los brazos que eternamente cargarán el cuerpo de Neji envuelto en su manchado manto.


— No, Lee — ha hablado sin darse cuenta y su lengua titubea antes de continuar — No más sueños de juventud.


Gai se siente tan sorprendido como Lee lo está ante sus propias palabras. El chico duda y vuelve a tomar asiento con un aire preocupado y doloroso, como si Gai de pronto hubiera anclado su ser a una tumba abierta. Pero no es así.


— Ya no quiero pensar que es la juventud la que me guía. Quiero que sea la vida — su sonrisa renace de algún lugar — El poder de la vida.


Lee cuadra los hombros de nuevo y levanta su pulgar. Gai se pregunta a veces como fue capaz de copiarse tan bien en él. Se sentía mucho más cercano a Lee de lo que alguna vez su padre lo fue con él.


— La vida todavía no ha acabado, sensei — repite Lee la idea suavemente, esta vez nombrando a la vida y no a la juventud.


— Así es Lee, porque es una dicha seguir con vida. Y mientras viva entonces puedo seguir. Entonces todos tenemos la oportunidad de seguir.


— ¡Que inspirador! — Lee comienza a llorar de la nada, Gai quiere acompañarlo pero quizá se había quedado sin lágrimas — ¡Siempre voy a admirarlo, sensei! — Gai ríe cuando Lee saca una libreta de algún lado y comienza a anotar palabras que Gai ni siquiera había alcanzado a decir.


El momento se suaviza entonces. Los problemas parecen perderse débilmente y Gai puede sentir que es capaz de cerrar por un momento la puerta del ataúd que tiene expuesto frente a sus pies.


Lee sube a la cama, sus piernas largas patean brevemente las sábanas mientras se revuelve como un niño pequeño en su lugar.


Ambos llevan pantalones cortos y camisetas, pero incluso entonces Gai sabe que ninguno de los dos es capaz de dormir sin cubrirse y que pese al calor dormirán uno sobre el otro, envueltos en una cobija pesada que arrojaran cuando entren en su sueño profundo.


A veces Lee terminaba de cabeza y le pateaba la cara, el recuerdo lo hace sentir tranquilo y a la vez emocionado, porque sabe que si lo hace, de alguna manera significa que todo está bien. Que todo está bien otra vez.


Sin embargo, no todo está bien.


Lee se acomoda entonces y tira a Gai del brazo para que se recueste.


Sabe que es un juego y que debe seguirlo, que debería ahora atacarlo y asfixiarlo con la almohada unos momentos, que tendría que revolver su cabello y robarse la cobija a su lado solo para hacerlo enfadar.


Pero Gai no lo hace, su corazón se agita y su vista se ve entretenida por los brazos de Lee, que se han vuelto anchos al igual que sus hombros y lo hacen lucir lo suficientemente grande como para considerársele un hombre. De pronto Gai quiere tocarlos, quiere recorrer con la punta de sus dedos su forma, quiere bajar por su clavícula y llegar a su pecho, y luego ir más allá sin detenerse a considerar.


Por supuesto, sabe que su deseo es incorrecto, y en un vago intento ruega a su mente frenar sus pensamientos y girar sobre sí mismo para terminar en el lado opuesto al que está. Pero la excitación flotando en su mente es demasiado grande y lo hace quedarse quieto sobre el cuerpo descubierto de Lee.


Todo se nubla entonces. El deseo carnal es un juego cruel que desde siempre ha detestado tanto como se ha vuelto su esclavo. No puede sino sentirse humillado ante la fuerza de aquel pecado que no es capaz de frenar, que no puede mantener atrás y encerrar en un cajón que nunca vuelva abrirse por la eternidad.


Lo sabe, sin embargo. Sabe que no es capaz de frenar esa sensación porque no quiere frenar esa sensación. El deseo es tan exquisito como el placer mismo, y sin restricciones deja entonces que su mirada recorra la silueta de músculos delgados que se tiende ante él con aparente pasividad.


Quiere tocarlo, quiere mover la delgada camiseta arriba y observar con lasciva su pecho joven y bien formado, quiere bajar su ropa interior y meterse a la boca su hombría, quiere besar sus muslos, quiere ahorcarlo, quiere decididamente penetrarlo.


La fantasía es demasiado poderosa y sus brazos vacilan. Sabe que si continúa no podrá resistirse más, sabe que está a nada de dejarse vencer por el deseo y que llevará sus manos al cuello delgado y fino de Lee para finalmente apretar.


No puede, sin embargo. Lee es demasiado noble y lindo, no puede decir algo tan horrible como un “¿quieres tener sexo conmigo?” solo por el hecho de probar.


La poca razón que le queda vuelve entonces y lo hace mirar a través de los ojos de su alumno. Lee ni siquiera lo sospecha, le sonríe amablemente mientras se queda quieto bajo su escudriño, bajo el velo de su asqueroso deseo pervertido.


Finalmente se aparta. Su cuerpo cae de forma pesada sobre su costado y de un movimiento tiende las sábanas sobre los dos. Lee, ajeno a sus intenciones, se mueve un poco para apagar la lámpara y se queda quieto dándole la espalda.


Gai suspira y aprieta los ojos con fuerza. Quiere caer de inmediato en la inconciencia, anhela que el cansancio lo derrumbe y que todo se sepulte rápidamente en la oscuridad.


Aquello no ocurre. La culpa es demasiado débil como para escucharla con claridad y su mente se convierte en una maraña incoherente que se desdibuja y se convierte en una nube gris.


Su corazón golpeando sus oídos cubre su razón y lo marea, lo confunde, lo hace creer que no existe el pecado, que no existe algo a que llamar inocencia, que no tiene nada malo mientras no existan protestas.


Las manos le pican. Fantasías golpean su mente y se siente envuelto en una engañosa sensación de perdición.


Algo lo golpea de pronto. El vacío abriéndose en su pecho, el vacío llorando y exigiendo contacto, porque se siente frío, porque se siente abandonado, porque de pronto parece absolutamente necesario y su piel protesta por amor.


Gai lo comprende entonces mientras cierra los ojos. Él no busca placer. El no busca sexo para complacer la carne. Cuando Gai tiene sexo lo hace para sentir amor. Para dar amor. Para sentirse amado en ese acto.


Piensa entonces que podría girar a Lee, que podría tocarlo, que podría abrazarlo y besar su nuca, acariciar su mejilla, acariciar su brazo, enlazar sus dedos, hundirse incluso en su sexo.


Desvaría. Puede sentir real la caricia, la suavidad de la mejilla contra sus labios, su cabello en sus manos, su voz suave y deliciosa.


Sí, quiere besarlo, quiere meter su lengua en su boca, quiere que lo bese con fuerza, quiere decirle que lo ama, quiere prometerle la eternidad, quiere decirle que todo está bien, que siempre ha estado bien, que lo perdona, que lo entiende, que lo extraña, que no puede sacarlo de su pensamiento, que está dispuesto a comenzar de nuevo.


Kakashi.


Gai se retuerce contra sí mismo. No se dio cuenta del momento en que sus pensamientos se movieron, en el instante en que su fantasma se coló entre sus dedos y como una aparición horrenda juntó su cuerpo de paja y lo colgó sobre él.


Que idiota, piensa Gai sobre sí mismo cuando mira sus propios deseos, cuando los escucha, cuando los ve con nitidez formándose ante sus ojos y escurriéndose en el espacio de sus dedos.


Gai no deseaba a Lee. Gai deseaba ver a Kakashi en Lee, quería encontrarlo entre su cuerpo, quería buscarlo entre sus besos, quería cerrar los ojos y sentir que lo amaba de nuevo.


La idea resulta escabrosa y horrenda. No quería tocar a Lee con las manos sucias del recuerdo de Kakashi. En realidad, no quería tocar a nadie con su recuerdo doloroso  pintado con sangre.


Sería injusto y cruel, sería infravalorar el acto, sería burlarse de sus sentimientos. De los sentimientos de los dos. No, no quería jugar a quererse con alguien más solo porque el vacío lo estaba consumiendo.


Gai sabía que de todos modos no serviría de nada. No iba a encontrar a Kakashi en nadie más. No iba a encontrar a Kakashi. No iba a encontrar a Kakashi. Kakashi se había ido. Kakashi no iba a regresar jamás.


Gai se levanta de golpe. No puede contener la histeria y corre al baño para poder tomar aire y calmarse.


Al entrar el lugar se le hace diminuto. La pintura de las paredes está inflada y diluida, la madera vieja cruje bajo su peso y una gotera suena de fondo en un extraño y constante repiqueteo.


Se siente asfixiado. Recarga las manos en el lavamanos y siente su corazón acompasarse a la diminuta gota que truena incansable desde algún lugar.


Es el final.


No sabe de dónde ha venido esa idea pero lo sabe. No tiene dudas. Es el final.


Sus piernas tiemblan con ese pensamiento y aferra los dedos a la cerámica que parece crujir un momento con su peso.


Se siente cansado. Cansado de todo. Y se da cuenta que no puede mirarse al espejo, sonreírse y confiar.


No, ya no puede. Ya no quiere. Ya no es capaz de engañarse a sí mismo como ha hecho hasta ahora. Se siente exhausto de pelear y de caminar en contra del fondo de su lógica solo para aferrarse a los eternos quizás.


Está harto. Se rinde. Así de simple.


Suspira, quiere pensar exactamente en lo que está sintiendo y mira su rostro a través de sus pestañas largas en el espejo empañado delante de él.


Seguir.


Quiere seguir.


La sensación de sentirse encerrado vuelve a golpearlo y Gai puede mirar con claridad el ataúd en el que está.


Kakashi lo puso ahí. Cavó arduamente un hoyo y luego lo arrojó. Kakashi sonríe ampliamente ante su obra. La pala llena de tierra descansa en su hombro mientras Gai, incapaz de protestar, lo mira con miedo desde el fondo de la caja de madera. Se pregunta en qué momento comenzará a echarle encima la tierra.


Pero entonces Gai no se va a quedar a esperar.


No quiere quedarse a averiguar el momento en que Kakashi se dé cuenta de que estuvo mal y se arrepienta.


¿Entonces qué iba a hacer él? A la primera oportunidad iba a correr tras Kakashi y perdonarlo. Lo sabía. Lo sabía tan bien como sin duda Kakashi lo sabía.


Ahora mira atrás y no puede ver más que el fondo de su eterno ataúd.


Había sido su prisionero toda la vida. Él mismo se había puesto las cadenas y se había arrojado a sus brazos como un pájaro enjaulado. Ahora extrañaba sus barrotes y Kakashi esperaba con paciencia para poder jalar la correa de nuevo hacia él.


Con la facilidad de un perro.


No.


Algo cruje. La sensación se vuelve palpable y Gai puede ver su propio rostro llenarse se diminutas marcas rojas.


Sabe que no hay nada. Es una visión. Pero incluso entonces se aferra a esa imagen porque es tanto falsa como decididamente cierta.


La imagen del resurgimiento, de la decisión.


Ya no quiere seguir detrás de Kakashi.


Ya no quiere pensar en él. No quiere andar un camino recogiendo migajas, no quiere vivir a medias.


No quiere perdonarlo.


No lo quiere.


Quiere olvidarlo.


La idea esta vez no parece alejada o estúpida. Se ha vuelto un anhelo desesperado, un rezo en los labios, una figura brillante que lo apunta como un sol. Es ahora su única opción.


Entonces se da cuenta que no es lo único que se ha desprendido de su rostro, que no es lo único que quiere escupir como vómito, como si fuera veneno dentro de él que lo mata rápidamente, que lo mantiene capturado en una  mentira horrorosa bajo la cubierta de su ataúd.


Juventud.


Le ha dicho a Lee que no la diga, pero lo cierto es que él mismo no quiere volver a decirla.


Que estupidez idealista. Se había dedicado a formar castillos e ilusiones con el aire como base. Ya no necesita la falsa esperanza a esas alturas. Ya no podía creer más en ellas. No existía una cosa como esa.


Gai piensa entonces en las palabras que le había dicho su padre. En morir por la juventud de la que tanto había hecho alarde.


No sabe que fue lo último que dijo Dai, o lo que sintió, o lo que vio.


Lo último que Gai recuerda de él era su espalda ancha protegiéndolo y un ataúd caoba al que Chouza no lo dejó acercarse porque no quería que fuera esa la última imagen que tuviera de su padre.


Pero Gai siempre supo que lo que había en el ataúd eran meras cenizas. Cuando Ebisu se paró del otro lado de la caja fúnebre Gai pudo ver en el reflejo de sus lentes su interior.


Solo negro. Un vistazo a un pedazo deforme de carbón.


Fingió no verlo y no dijo nada. Chouza lo rodeó por los hombros y se lo llevó. Gai nunca le dijo a nadie que había visto el cuerpo de Dai en un reflejo. Gai guardó esa imagen para sí mismo, para sus pesadillas a mitad de la noche, para proyectarse en lo que algún día iba a terminar.


Gai solía pensar en la batalla de su padre. Se lo imaginaba envuelto en el aura de su propia sangre, rugiendo, sintiendo, viviendo la vida que le había hecho falta de golpe y con toda intensidad. Lo imaginó en la cúspide de la juventud, como le había dicho, porque Dai creía que en la muerte era cuando más brillaba la juventud y la vida.


Sin embargo, cuando Gai había abierto la octava puerta no se había encontrado con la cima de la juventud. Lo único que había encontrado ahí era la muerte.


Solo muerte.


Nada más.


Se mira de nuevo. Su rostro desfigurado se cae a pedazos y se desconoce.


No más juventud. No más Kakashi.


¿Qué quedaba de Gai entonces?


La pregunta se escurre bajo su piel con el siseo venenoso de una serpiente.


Nada, quiere decir al comprender que eran esas dos cosas lo único que había sabido decir toda su vida.


Pero lo cierto es que se equivoca, que hay más, que existe un hombre debajo de esas tapaderas, que había algo que lo mantenía todo en orden y en calma, una razón aún más fuerte que todo lo que había decidido querer o creer por la fuerza.


Piensa en Dai nuevamente, y al mismo tiempo piensa en sí mismo, en la versión de él que era cuando su padre estaba vivo.


Recuerda su pelea contra aquellos tipos en el callejón. Había perdido intentando defender a su padre, luego habían hablado y llorado en el hospital. Gai le había gritado a Dai que su concepto de juventud era una estupidez, que era inútil creer en algo como eso, que las cosas que decía eran boberías, que no existía eso que Dai llamaba juventud.


No fue la primera vez que se enfrentó a Dai. Recuerda que, aun siendo un niño, había notado que la gente se burlaba de los dos, que hablaba a sus espaldas, que todo lo que decía Dai eran mentiras que lo hacían sentir mejor. Pero que definitivamente no lo hacían mejor.


Gai había querido dejar de hacer el ridículo a mitad de la calle y se había encogido ante el escudriño de las mujeres cuando lo acusaban de ser escandaloso y extraño. Dai lo había obligado a quedarse, le había dicho que tenía que agradecerles por motivarlos.


— No nos están animando, papá — le había dicho Gai, avergonzado —. Se están burlando.


Pero Dai había insistido. Gai no había tenido otra opción más que tratar de ser fuerte y motivarse a partir de la motivación de Dai.


Eso había hecho desde entonces, acatar las palabras de Dai incluso si no las entendía, incluso si no las aprobaba, incluso si no las creía.


— ¡Gracias por los ánimos! — gritaba como un estúpido porque eso era lo que Dai hubiera dicho, porque eso era lo que Dai lo obligaba a decir, porque eso era todo lo que Gai conocía.


Y aquel método había servido por mucho tiempo, una actuación impecable y tan bien elaborada que Gai había comenzado a creerlo.


Pero lo cierto es que en todos esos años no lo había hecho.


Se sintió de nuevo el chico aquel que se volvió ninja de élite con esfuerzo. Su padre seguía siendo un genin que atrapaba gatos y se sentía feliz por eso.


Gai podía admitirlo ahora. Había sentido vergüenza de su padre. Por eso se escondía de él si lo veía en la calle, por eso caminaba rápido cuando iba a su lado, temeroso de que sus compañeros lo vieran con él.


El peor momento de todos había sido cuando Dai había pedido de rodillas a otro ninja para que no lo sacaran de la misión. Había rogado y gritado en la calle que perdonarán sus faltas en una escena humillante y vergonzosa. Aún recordaba la mirada de Chouza cuando los gritos de su padre silenciaron la entrada de la aldea. Todos mostraban en sus ojos una mezcla de desprecio y pena ajena. Gai había estado temblado de ira y de vergüenza con los ruegos de Dai en una escena denigrante que había dejado en ridículo a Gai frente a su equipo.


Gai había deseado desaparecer en ese momento, quería escapar, incluso morir. No quería que lo relacionaran con Dai. No quería que Dai fuera su padre. No quería ser su hijo nunca más.


Ahora un poco de culpa acompaña esos recuerdos. Gai no quiere admitir que sintió vergüenza de Dai casi todo el tiempo que vivieron juntos, un pensamiento que terminó cuando Dai le mostró a Gai la técnica de las ocho puertas y su última lección en su propia regla. 


Pero Gai era ninja orgulloso. Se había pavoneado de su posición y en más de una ocasión volvió a sentir desprecio y pena por la incapacidad de su padre para avanzar. Después de todo Gai había sido un muchacho vanidoso en cuanto a fuerza y rango, se alegraba de su mejoría y se ufanaba de sus misiones de altos rangos. Al mismo tiempo ocultaba su decepción cuando Dai volvía a las calles a simplemente para volver atrapar gatos.


Cuando Dai murió lo hizo como un héroe. Toda la arrogancia que había sentido Gai perdió sentido y lo lamentó.


Creyó entender a su padre, y creyó entender también las palabras de Kakashi cuando le dijo que Dai era el mejor ninja que él conocía.


Sakumo había muerto. Kakashi había sufrido demasiado con eso.


Gai debía sentirse feliz por tener a Dai, por haber sido criado con tanta dedicación e ímpetu, por saber que alguien confiaba en él y lo amaba como nadie más lo iba a hacer.


Gai se permite extrañar a su padre un momento y le pide perdón en sus pensamientos. Perdón por el pasado, por todo su pasado, y perdón también por las cosas que todavía no había hecho.


Sabe que Dai lo perdona. Dai siempre, siempre, lo iba a perdonar. Gai agradecía eso. Gai lo amaba por eso.


Pero han pasado demasiados años desde que se sentó en aquella pequeña silla de plástico y miró con atención como rellenaban con tierra aquel hoyo y dejaban su cuerpo calcinado dentro. Para cuando pusieron la lápida sobre la tierra todos se habían ido.


Gai se había quedado sentado en aquella horrenda silla por horas, en soledad, con frío, sus ojos fijos en la lápida que tenía el nombre de su padre grabado como si eso le dijera algo, como si significara que realmente Dai estaba ahí.


No lo estaba. No había nadie ahí.


Cerca de la media noche había habido unos pasos detrás de él.


No había volteado, sus ojos seguían mirando atentamente las líneas que hablaban y que no decían nada, las flores que no tenían fragancia, las despedidas y las lágrimas que no habían servido de nada.


Kakashi permaneció detrás de él algunos minutos, en silencio, mirando con la misma fuerza el nombre de Dai grabado en la piedra. Eso era todo lo que había quedado de él, a eso se resumía la vida, una palabra sobre un trozo frío y distante de pedrusco. Incapaz de hablar, incapaz de amar, incapaz de volver.


— Gai, es tarde — había dicho Kakashi, su entonces diminuta mano le había dado un apretón suave en el hombro — Debes volver.


Gai había tardado en reaccionar. No recuerda ahora claramente lo que pasó. Tiene la noción de que Kakashi lo levantó por la fuerza y tiró de su brazo para sacarlo fuera del cementerio. No está seguro, solo puede pensar en los pétalos rozando la piedra en una vaga y distante caricia.


Kakashi lo había acompañado a su casa. Ahora una casa vacía. Para Gai no tenía caso volver. No tenía caso estar vivo. Dai era el único hogar que tenía y ya no le servía de nada ser fuerte, o un ninja de élite, o un ninja, o nada. ¿De qué servía cualquier cosa si no tenía con quien estar?


— Gai… entra — Gai había levantado el rostro ante esa voz. No había notado que Kakashi seguía de pie a su lado, esperando, su gesto suavemente doblado en la pena y en un rastro diminuto de preocupación.


— ¿Para qué? — había preguntado. Su tono una sombra triste de la intensidad de su voz.


Kakashi había resoplado y había tomado el brazo de Gai hasta conducirlo adentro de su propia casa.


En el interior Gai se había quedado inmóvil en el pasillo. Esperaba ver a su padre atravesar la sala, esperaba oír su voz al recibirlo, quería oler su comida, quería sentir sus manos rasposas sobre su mejilla y sus dedos en su cabello suelto. Gai quería a su padre de vuelta. Pero Dai no iba a regresar. Dai no atravesó nunca más esa puerta.


Kakashi lo había arrastrado una vez más a su habitación. Las dos camas al ras del suelo esperaban dentro. El fantasma de Dai ocupando un lugar.


Cuando había estado en la habitación se había preguntado que iba a hacer. Qué haría con tanta ropa, qué haría con sus cosas, qué haría con la casa, qué haría a partir de ese momento. Gai quería volver al cementerio y pedir que lo enterraran también.


No era fuerte. No era nada. No era nadie.


Una vez más Kakashi lo había conducido y lo había recostado en su lugar. Esa noche Kakashi se quedó a su lado. Durmió en el lugar de su padre, bajo sus sábanas, sobre su almohada, con los brazos de Gai rodeándolo y las lágrimas de Gai bañándolo.


Gai aún podía recordar las manos de Kakashi sobre su cabello, acariciando. Kakashi había llorado también aquella noche. Había llorado por Sakumo. Había llorado porque quizá no se había permitido llorar en mucho tiempo.


No necesitaba decir nada para que Gai guardara el secreto. Sabía muy bien que aquella escena Kakashi no se la hubiera permitido a cualquiera.


Lloraron uno sobre el otro, cada uno invadido por su dolor y sus miedos, aferrándose a la idea de que alguien más los comprendía, de que no estaban solos, de que se entendían.


A la mañana siguiente Kakashi se había marchado apenas al despertar.


Dai ya no estaba. Aun así Gai esperó con ansias a que entrara por el pasillo y lo saludara. Quería que siguiera atrapando gatos por la eternidad.


La realidad fue demasiado dura. Gai la tomó porque ciertamente no había tenido otra opción.


Cuando fue al armario y miró las cosas de su padre Gai supo lo que tenía que hacer.


Dai no iba a volver. No lo iba a volver a ver. Pero quizá Gai podía conservarlo, podía guardarlo, podía tomarlo sobre sí mismo y mirarlo cada vez que se asomaba al espejo en un vistazo.


Como si fuera algo físico Gai renunció a él. Su arrogancia y vanidad se hicieron una diminuta bola de papel y los arrojó al fondo del mueble.


Todas sus dudas y sus miedos los dejó tendidos en un gancho y en su lugar se vistió con un traje largo de su padre. Le quedaba algo holgado. No importaba, iba a crecer.


Gai renunció a él mismo. Gai quiso ser Dai, porque era su padre, porque era fácil, porque lo extrañaba, porque lo necesitaba, porque en el último momento lo admiraba.


Cuando volvió con su equipo Genin volvió siendo Dai. Les dio un pulgar arriba, les agradeció y les sonrió. Gai los habría mandado al demonio y quizá le hubiera escupido a Genma en la cara cuando miró su cara llena de aversión y lástima. Sí, lo hubiera hecho, pero Dai no. Y Gai había dejado su propia voluntad encerrada en un cajón.


Cuando fue tras Kakashi, apenas unos días después, este había suspirado con tranquilidad cuando Gai lo abrazó amistosamente y le dijo con una sonrisa que estaba bien.


Esa escena se había grabado en Gai. Actuar de esa manera animada de alguna manera parecía calmar a los demás. Todos asumían que estaba bien si sonreía y decía tonterías. Así que Gai se visitó con la piel de su padre todos los días, su propia mente empolvándose al fondo de un falso ataúd.


Poco tiempo después Kakashi vendió la casa donde vivía con Sakumo y compró un departamento a la mitad de la aldea. Gai lo imitó de inmediato. Vendió la pequeña propiedad y consiguió un cuarto en unos departamentos un tanto retirados del bullicio de la ciudad.


Ahora Gai se preguntaba donde estaba su propia piel. ¿Se había quedado oculta en el cajón de su antigua casa, o acaso la había llevado consigo en una maleta que olvidó detrás del sillón?


Gai sonríe apenas cuando se da cuenta que nunca se la quitó. Su ser, su propio y voluntarioso ser, descansa detrás de la piel muerta y vieja de su padre que se resquebraja finalmente entre sus dedos.


En realidad, lo sabía. Siempre lo había sabido. Y con la misma fuerza siempre había temido a su verdadero ser.


Piensa entonces en la guerra.


Había ido como guardián de Naruto en un odioso viaje en el barco para ponerlo a salvo.


En un momento, cuando Killer Bee se había llevado a Naruto junto a Yamato para entrenarlo y dominar a su bestia, Gai se había quedado con Aoba y Motoi, donde le habían contado sobre un entrenamiento especial que llevaba Naruto.


— ¡¿Qué dices?! ¡¿Naruto realizó un entrenamiento tan difícil?! — había gritado eufórico cuando Motoi le dijo que muy pocos habían logrado pasar la prueba en ese lugar — ¡No puedo ignorar a un joven que está pasando por eso en el mejor de sus tiempos! ¡Llévenme con Naruto!


Motoi había parecido sorprendido y Aoba se había disculpado con él diciendo que Gai era algo así de nacimiento.


Motoi había sido amable y los había conducido a ambos a la entrada de aquel lugar. Gai había esperado un reto de fuerza o habilidad y las ansias de enfrentarse a aquello, lo que fuera, lo habían comido todo el camino.


Sin embargo, cuando se detuvieron frente a una entrada cubierta de agua, Motoi explicó que aquel lugar era la cascada de la verdad, y que aquel que se quedaba enfrente de esta se enfrentaba a su “verdadero yo”.


— Oh… ¿en verdad lo hizo? — Gai había sentido sus piernas temblar.


— Sí, Naruto enfrentó a su verdadero yo en este lugar y lo venció — Motoi respondió amablemente.


Gai asintió y tragó con dificultad. Debajo del traje de su padre su propia piel le había ardido dolorosamente, como si hubiera sido nombrada, como si se le hubiera invitado a salir.


— ¿Qué tal si lo intentas tú también, Gai? — Aoba lo había mirado de lado y se había reído entre dientes.


— ¡No digas tonterías, lo primordial es ayudar a Naruto! ¡Vine aquí para protegerlo como su maestro! — Aoba se había reído.


Gai no tuvo que actuar en esa ocasión su efusividad. Se sintió alterado, miedoso, su ser interior le calaba en los huesos y se escurría a través de su garganta vacía.


— ¿O será que tienes miedo de conocer a tu verdadero yo? — la pregunta de Aoba había sido un reto, una suave burla, una incitación amistosa a la que Gai se veía obligado a reaccionar.


Quería decir que sí. Quería decirle que no hacía falta saltar a esa cascada para saber quién era él. Quería decirle a Aoba que llevaba el cadáver de su padre a rastras, que había encerrado su cuerpo vivo en un ataúd, que conocía muy bien a su verdadero yo.


Gai les habría dicho que eran estúpidos y se habría reído. El cadáver andante de Dai lo tomó como un reto y saltó a la pequeña isla frente a la cascada.


— ¡Ah, ja, ja, ja! ¡¿Qué?! ¡¿Qué me da miedo?! ¡No hay problema! — mentira, mentira, mentira.


Las manos le temblaban, la respiración estaba agitada. Hacía tantos años que no se veía a sí mismo, al menos no a su verdadero rostro, no su genuina expresión. Su verdadera voz había sido siempre una mancha oscura en el fondo de sus pensamientos. La negatividad que se había concentrado en ocultar.


Aoba se rió de él abiertamente.


— Tranquilo, era broma, aunque presiento que tu verdadero yo no es humano — no, quiso decirle, no lo es.


Gai tragó nuevamente. Los nervios lo recorrían por completo. No necesitaba oír nada para saber qué tipo de criatura sería, para saber que había estado conteniéndose tanto que el veneno sin lugar a dudas saldría disparado y explotaría contra él.


Finalmente algo se movió detrás de la cortina de agua. Una silueta larga, igual a él. Los hombros anchos, la espalda erguida, la arrogancia plasmada incluso en los pocos pasos que había dado en su dirección.


Luego, su voz. Su terrible voz. Una calca de su mala imitación.


La profundidad y el eco de su altivez se levantó tanto como la realidad de su declaración.


— Honestamente, ya deberías dejar de hablar de la juventud… — dijo la voz. Una punzada en Gai ante la terrible verdad que lo dejaba desnudo, que lo volvía de golpe muchos años atrás — Si un viejo como tú se extralimita, podría dañar su cuerpo — se burló aquel ser que podría haber sido una mancha que ocupaba todo su cuerpo.


Gai tembló y palideció. Toda la sangre pareció escaparse a algún lugar y quiso destrozarse a golpes para no tener que enfrentarse a su cara, para no tener que admitir que se detestaba, para no tener que ver su expresión llena de todo el egoísmo que llevaba a cuestas, de la frustración, de la desesperación.


— Entiendo que sigas esto por Lee, pero… — la figura se arrastró más. Gai lo odió profundamente por meter a Lee, por decir en voz alta lo que tan difícilmente se había obligado a ignorar.


Le temía. Se temía.


— ¿En verdad hay alguien quien desee que sigas con esa juventud forzada? — No, no, las respuestas son todas un rotundo no. Ni siquiera yo.


— ¡Muéstrate! ¡Si es que tienes algo que decirme! — gritó en contra de sus pensamientos cobardes y endebles.


La sombra se acercó más. Una diminuta y delgada cortina de agua quedando entre los dos.


— Bien… si quieres conocer a tu verdadero yo… — y entonces… entonces Kisame había salido de la cascada y había arruinado su encuentro con su “yo interior”.


Su pelea había sido buena e intensa. Gai la había agradecido. Se había desquitado con aquel hombre por toda la ira que sentía por sí mismo, por el miedo al que se había sometido al imaginar tener que enfrentarse a su versión real.


Al final, Kisame lo había impresionado.


Había muerto como hombre y no como monstruo.


Ya todos lo habían olvidado, pero Gai no había podido dejar de pensar en la cascada de la verdad.


Al mirar a Kisame en el último momento, le tuvo envidia.


Gai quería morir como él, Gai quería hacer algo crucial, algo que le librara las culpas, algo que lo hiciera ser él mismo en el último momento. Quería morir como un hombre también. Un hombre y no una mentira extraña pintada sobre un doblado trozo de papel.


Cuando había enfrentado a Madara había estado feliz. ¡Por fin! Había pensado para sí mismo. Se había arrojado, había soñado con eso por años, había sido ese el destino que desesperadamente había idolatrado.


Quiero hacerlo. Le había dicho a Lee y a Kakashi. La primera verdad en demasiados años.


Cuando abrió la última puerta pensó en su padre, en su imagen grabada en el reflejo de los lentes de Ebisu. Se preguntó vagamente si Lee sería capaz de atrapar las suficientes cenizas como para meterlas en una urna. O si dejarían la caja medio vacía. O si ni siquiera quedaría nada que levantar.


Gai se imaginó su nombre grabado en la piedra conmemorativa. ¿Kakashi le iría a llorar? Mnh, no lo sabía. Pero se aferró a pensar que lo haría. Se aferró a pensar que al menos Lee y TenTen lo harían. Ciertamente no significaba nada. Prefería no terminar en ningún lugar.


Pero luego, al final, había sentido miedo.


No quiero morir. Pensó, y era cierto.


La cara de Kisame grabada en sus ojos le causó dolor.


¿Acaso estoy muriendo como monstruo?


Sí.


Luego, oscuridad.


Otra oportunidad.


Gai, en todos esos años, no había sabido con exactitud qué hubiera salido de la cascada si Kisame no se hubiera atravesado en su camino.


Pero estando ahora de pie sus ojos miran al espejo y sabe que hubiera sido eso.


Gai entiende que habría visto a ese hombre que ahora tiene ante él.


Si, a él.


No más juventud, no más Kakashi.


Solo ese hombre.


Solo Gai.


[…]


Amor.


Está harto de esa palabra y suspira cuando sus ojos bajan y la ve repetida en toda la página.


Se rinde, no tiene caso, ni siquiera ha entendido una palabra de lo que ha leído y baja finalmente su libro contra el escritorio frente a él.


Afuera el sol brilla, los pájaros cantan, los niños juegan y la vida continúa con su ligereza particular.


Kakashi suspira y mira un momento por la ventana a sus espaldas. Quiere mirar el cielo y pensar que es demasiado grande, que las montañas son terriblemente altas, que la paz es escandalosa y seductora, que la vida nace y muere a una sorprendente y escabrosa velocidad.


Quiere pensar que él es demasiado pequeño, que su existencia no significa nada, que su cara grabada en una piedra terminará por ser destruida, olvidada, que en apenas un par de años ni siquiera tendrá alguna especie de impacto o importancia en nadie más.


Se convence unos momentos de eso. Se convence de que sus pensamientos y su dolor son insignificantes, un parpadeo apenas en el curso del universo, un instante que no tiene impacto en lo vasto de la existencia o el tiempo, que el amor es solo una palabra dibujada en algún monumento.  


Kakashi sonríe sin gracia. Solo una palabra. ¿Entonces porque dolía tanto no poder encontrarla? ¿Entonces porque era el universo el que parecía insignificante? ¿Entonces porque el sol no brillaba y el tiempo podía terminarse sin que él lo notase?


Vuelve su rostro al escritorio limpio delante de él.


La horrible soledad lo azota y se siente viajando en una nebulosa en la nada misma, mucho más allá de cualquier realidad, mucho más allá de cualquier tamaño o sentido o palabra. No se cree capaz de soportar la realidad.


Pero la soporta, aunque no sabe de dónde saca las fuerzas.


Toma aire y cuadra los hombros cuando unos pasos bastante conocidos suenan en el pasillo. Su rostro apenas se compone lo suficiente para cuando Shikamaru entra en su oficina sin tocar.


— Llegaron algunas peticiones — dice distraídamente, su vista fija en las hojas sueltas que lleva en las manos.


Kakashi no responde. Asiente y extiende la mano a Shikamaru. La pequeña pluma rueda un poco en su escritorio antes de que la tome y la deslice apresuradamente contra el papel.


No puede evitar hacer lo mismo cada vez. Siempre lee la hoja al mismo tiempo que la firma. Si no lo acepta, al terminar de firmar la destroza, pero eran tan pocos los casos que Kakashi cree que de alguna manera puede ahorrarse algún tiempo con esa pequeña acción.


Shikamaru lo mira en contemplación y nerviosismo. Espera a que termine de firmar, espera a que no los lea correctamente, espera a que pase los ojos apenas por los títulos de cada encomienda y le devuelva de inmediato los papeles para archivarlos y proceder, para no tener que retrasarse en nada, para no tener que decir nada.


Pero Kakashi se detiene en la penúltima hoja. Shikamaru chasquea abiertamente y un suspiro lleno de fastidio se escapa de su boca antes de que los ojos de Kakashi se muevan a él.


— ¿Esto qué es? — pregunta. Por supuesto, Kakashi sabe lo que es.


— Necesita tu firma — la voz de Shikamaru es neutra, apenas dirige un vistazo rápido al papel. No hay una respuesta verdadera para él.


Kakashi aprieta la hoja entre sus manos y cierra los ojos.


Detrás de sus párpados brilla el sol, unas cuantas nubes se barren con el aire y las hojas de los árboles murmuran alguna especie de dulce y melodiosa canción.


Quiere irse a ese lugar, quiere escapar a ese sitio en sus recuerdos, quiere mirar el cielo y pensar que es pequeño, y que está bien con eso. Que están bien con eso.


Una sonrisa a su lado. Una caricia sobre su mejilla. Típico de mi rival. Le diría.


Al abrir los ojos Kakashi sostiene la misma hoja entre sus manos.


“Petición de baja temporal – Maito Gai”


— Volvieron ayer — dice Shikamaru — Rock Lee dio el reporte a Shizune. Yo lo archivé.


— ¿Por qué? — cuestiona Kakashi. Sus palabras verdaderamente dirigidas al papel.


— Supusimos que era más fácil… para… usted


Kakashi no responde. La hoja de pronto le pica los dedos, la sensación le recuerda vagamente a la frialdad de la silla de ruedas y una punzada conocida se retuerce contra su cabeza.


¿Por qué? Repite para sí mismo. ¿Por qué? ¿Por qué? ¿Por qué? ¿Por qué?


Aprieta los ojos y niega. Quiere romper el papel con su firma a medias, quiere reírse, quiere que le digan que es una broma, quiere mirar a Shikamaru y que le diga que se lo ha inventado, que lo hicieron para molestarlo, que Gai no ha vuelto de su misión, que no ha hecho esa petición, que no ha solicitado algo tan disparatado, que no está planeando irse. Que no va a abandonarlo. Que no va marcharse sin antes haber hablado, sin antes haberlo arreglado.


Mueve la hoja esperando que desparezcan las letras, esperando que el nombre de pronto cambie y sea el de alguien más, deseando que su nombre se caiga a pedazos y que no sea lo que está imaginando.


Separa la última hoja. Frente a sus ojos un título similar. “Petición de baja temporal – Rock Lee”


Un nudo se forma en su garganta. Gai se quería marchar, ¿por qué Gai se querría marchar?


Por mí. Contesta su mente pero se rehúsa a creerle. ¡Gai no es el tipo de hombre que se rinde! Gai no es la clase de hombre que es capaz de odiar, de guardar ese grado de rencor, de simplemente escapar porque es más fácil. Gai siempre, siempre, era tan valiente como para afrontarse a los demás.


¿Y entonces qué era eso que tenía delante de sus ojos? ¿Qué era sino la muestra de que Gai se estaba marchando sin siquiera importarle a quién o qué dejaba atrás? Sin importarle que él estuviera detrás.


¿Y entonces qué esperas? Le dice su mente, ¿te vas a quedar sentado esperando que sea él quien pida perdón, como todas las otras veces?


Kakashi no puede decir que no. Es lo que estaba esperando, es lo que había querido creer, es lo que más deseaba, es lo único a lo que se aferraba.


Pensaba que irse de misión lo ayudaría, que se sentiría libre y vivo de nuevo, que sería capaz de perdonarlo en ese viaje, de pensar en que quizá sí había sido lo correcto.


Kakashi se lo había imaginado volviendo, se lo había imaginado sonriendo, se lo había imaginado lleno de ánimos, lleno de esa bondad y tranquilidad que solo él podía brindar. Gai siempre había sido bueno para perdonar. Kakashi estaba desesperado por que llegara ese momento, para que lo extrañara tanto como él lo extrañaba, para que lo mirara y Kakashi finalmente pudiera suspirar, para que pudiera llorar, para que pudiera ponerse de rodillas, para que Gai negara y lo levantara, para que Gai lo abrazara.


Su fantasía se quiebra y se estampa en su cara.


Los trozos punzocortantes de su imaginación se desbaratan hasta destrozarle la punta de los dedos.


No había reconciliaciones. No había perdón.


Kakashi, en su lugar, había recibido ausencia y una egoísta e inesperada petición que lo dañó.


Gai estaba escapando.


Gai no iba a regresar. Gai no quería mirar atrás.


Se siente mareado. La última vez que Gai se había dado de baja temporal había sido en su adolescencia. Era un viaje en solitario para hacerse fuerte, para recorrer parte del mundo, para enfrentarse a gente increíble y diferente, para probar, porque era un reto alocado que quería enfrentar.


Kakashi había asentido a su locura y su determinación. Él nunca se había dado de baja como ninja en la aldea, ni nunca lo haría, pero era algo común en los ninjas activos tomarse un tiempo para conocer el mundo real.


Gai se había despedido de él en ese entonces. Demasiado dramático. Había pensado Kakashi y se había burlado.


Gai se secó las lágrimas y dijo algún discurso, luego un simple “Volveré en un año” antes de darle la espalda y salir disparado en la oscuridad.


Gai había estado dado de baja como ninja un año completo. Ninguna misión asignada ni algún sueldo. Era justo, les servía como experiencia y aumentaba siempre su rango y su habilidad.


Pero Gai no había estado ciertamente fuera de la aldea todo el año.


Al término del primer mes tocaron su ventana. No se sorprendió cuando encontró a Gai tras las cortinas. No dijo nada cuando Gai lo abrazó fuertemente y luego se pasó de largo y usó su ducha.


Gai se metió en su cama y durmieron esa noche sin decir una sola palabra. Para cuando Kakashi despertó él ya no estaba.


Lo hizo al final de cada mes durante esos doce meses. La ventana siempre entreabierta el mismo día para él. Un par de sábanas extra. Una toalla limpia en el baño. Un abrazo.


Kakashi piensa ahora en cuanto tiempo planea irse, en porque quiere irse, en si alguna vez en ese tiempo va a regresar únicamente para verlo, para abrazarlo, para hablar, para regresar y no volverse a ir jamás.


Tiembla. Tiene miedo. No sabe si está llorando pero las letras se vuelven borrosas frente a sus ojos y la hoja se dobla tristemente contra sus temblorosos dedos.


— ¿Por qué? — le pregunta al nombre de Gai. Su voz una mancha grisácea y pálida, hundida en dolor.


¿Por qué me quieres abandonar? ¿Por qué no lo quieres arreglar? Le pregunta, porque sigue sin creer que alguien como él sea capaz de escapar, porque Gai se hubiera atrevido al menos a hablarle de frente, porque es imposible que Gai pueda marcharse estando enfadado con alguien más.


¿Qué pasa contigo? Gimotea contra el papel.


¿Dónde estás en realidad?


¿A dónde has ido?


[…]


Aquí .


Gai se tensa. Su visión parece un poco borrosa y parpadea. Delante, una inmaculada y conocida puerta de doble hoja espera en una inercia engañosa.


— Sensei... — la voz de Lee es un hilo, casi una molestia, lo suficientemente tensa para picarle a Gai en la nuca antes de que la escena se rompa un poco para poder mirar.


— Está bien — le responde, no quiere mirarlo pero lo hace por su bien — Me citó solo a mí. Puedes irte, Lee.


Gai sabe que no se marchará. Lee también lo sabe. La pequeña hoja con un citatorio privado con el Sexto se arruga un momento en su mano derecha.


No importa, piensa Gai antes de volver su atención a la puerta.


La mano de Lee le dedica un breve apretón en el brazo antes de dejarlo ir. Gai sabe que lo mira, que le ruega con la mirada entrar con él, que quizá incluso le lanza en sus ojos bellamente redondos un dejo de lástima.


Al otro lado del pasillo Shikamaru lo mira con la misma atención. Pero quizá la lastima de Shikamaru va dirigida a Kakashi, o a la situación.


No sabe, no le interesa, ni siquiera le dedica un saludo antes de que su mano se dirija al mango de la puerta.


Lee retrocede, su atención se va contra la ventana lejana. Los guardias Anbu están ahí. Gai puede sentirlos con la misma facilidad y quiere decirle a Lee que se marche, que no hace falta que lo proteja, que no va a pasar nada, que es una cita con el Hokage nada más.


Nada más. Se repite, pero sus manos tensas casi destruyen la manija de metal y la primera puerta de su técnica prohibida le picaba la piel con insistencia esperando a ser liberada y, quizá, atacar.


No hace falta. Su conciencia racional le dice que no la va a necesitar.


Kakashi no es rival para mí ahora.


No es rival para nadie ahora.


Shikamaru se pega a la pared cuando Gai mueve la madera finalmente. Lee toma guardia de inmediato en su espalda, como si estuviera listo a atacar, como si fuera una trampa y Gai fuese a ser atacado ahí mismo por alguna sorpresiva explosión.


No pasa nada. Pero Gai sabe que en realidad se trata de una trampa.


Gai le sonríe a Lee antes de entrar. Su mano apenas tiene la fuerza de mover la puerta y la cierra tras su espalda.


El suave clic anunciando como una diminuta campana una posible calamidad. ¿O era acaso el timbre agudo del templo en un funeral?


Adentro, Kakashi levanta la mirada.


Sus manos tiemblan contra su escritorio y se aprieta a sí mismo para ocultar su debilidad.


Frente a él Gai finalmente aparece.


Kakashi no puede evitar suspirar. Es más alto de lo que recordaba, se ve más grande, más fuerte, más joven. La emoción lo pica un instante antes de que observe que también parece más lejano, millones de veces más indiferente.


No hay saludos. Kakashi traga dolorosamente antes de decidir levantar con algo se dignidad el rostro y mirar fijamente a Gai.


Gai no lo mira, sus ojos lo atraviesan como si no estuviera presente. Su mirada es un hielo que barre la pared de la habitación y le hace un hueco.


Kakashi reconoce esa mirada. No es la primera vez que la odia. Era una calca espantosa de sus propios ojos cuando era más joven, cuando era un muchacho orgulloso y arrogante, cuando Gai le insistía y él ni siquiera se dignaba a prestar atención. Su mente siempre perdida en fantasmas que ahora ya no tienen importancia.


Sus labios tiemblan ante eso. El rostro adusto de Gai lo asusta, su quietud le resulta repugnante y por un momento quiere decirle que se marche porque no lo soporta, porque no lo reconoce, porque su quietud y mutismo es tan inquietante como la de un cadáver.


No lo hace, Kakashi no puede arruinar su última oportunidad.


Sabe que solo usando su poder como Hokage podría hacer a Gai venir a él, de otro modo se la iban a pasar escondiéndose en una tediosa persecución.


Los ojos de Minato, Hiruzen, Hashirama y Tobirama, lo miran. Quizá lo acusan, quizá es corrupción o abuso de autoridad lo que ha estado haciendo, el arma de doble filo de la que se aprovechó y le terminó por cortar la garganta en dos.


Se encoge en su fuero interno. ¿Qué podría importarle lo que dicen los muertos?


Gai permanece impasible, como una estatua, incluso su piel bronceada parece pétrea y Kakashi puede temerle con seguridad.


Gai ya no está.


El pensamiento se le escapa de forma dolorosa.


No sabe a quién tiene enfrente pero le teme. Sus dedos se aprietan entre ellos hasta que se causa dolor. Aun así, permanece igual de quieto que Gai, ni un solo atisbo de todos sus nervios y emociones se levanta. Su rostro una hoja extendida e ilegible, sin el más mínimo pliegue.


Gai no se mueve, permanece frente a la puerta sin avanzar. El protocolo era moverse hasta el escritorio de Kakashi y esperar una orden. Pero Kakashi sabe demasiado bien que está fuera ahora de sus manos, de su control, o incluso de cualquier control.


Un extraño recuerdo cruza en su cabeza. Está de pronto en la orilla del río, al lado de un gran puente que cruzaba la aldea.


El atardecer se asoma a su derecha. Gai está ahí, estando sobre el pasto, su rostro es una mezcla extraña y desconocida de rencor y dolor.


— Esa humillación... — dice, los labios le tiemblan, su rostro siempre tranquilo y confiado se desvanece y da paso a una vanidad y orgullo que Kakashi en ese entonces conocía muy bien —. La forma en la que lo hizo, Kakashi, que vergüenza — Gai bajó la mirada. Se veía impotente y furioso, sus ojos fragmentándose delante de él — Eso no es juventud. Eso no es... nada.


Kakashi lo miró. Gai en esa edad era demasiado histérico y acelerado, más de una vez Kakashi lo había visto nervioso y arrogante, ansioso, incluso despectivo con los demás, como si desde su primer suspiro hubiera sido el ninja de élite que era ahora.


— Creo que tu padre es el mejor ninja de todos — Gai lo miró con sorpresa.


Kakashi apartó la mirada y le hizo saber su dolor. "Yo perdí al mío" le dijo sin decirlo. Kakashi hubiera deseado tener a Sakumo incluso si ya no tenía nada de fuerza, incluso si era un eterno genin, incluso si dejaba de der el poderoso "colmillo blanco". En realidad, Kakashi había deseado tantas veces que nunca lo hubiera sido en realidad.


Gai bajó el rostro y asintió a las palabras de Kakashi en reflexión. Su intensidad tan común en ese entonces se apaciguó.


Al poco tiempo Dai había muerto. Kakashi jamás volvió a ver ese rostro en Gai, jamás volvió a ver la frialdad, el desprecio, la altanería, la forma despiadada de dirigirse a alguien más.


Entonces Kakashi lo mira ahora. El recuerdo le acaricia los dedos y se le escurre al fondo de la piel.


Es igual.


Igual a aquel entonces, igual a aquella vez, igual a las veces en que Gai no se dejaba decir por nadie y se iba a los golpes. La mirada fastidiosa que resaltaba antes de que fuera totalmente sustituida por una sonrisa amable y un extraño "gracias".


No puede entenderlo. La escena le hace sentir nostalgia y espera oírlo decir algo ácido, algo tremendamente loco y espontáneo, quizá incluso un poco dramático seguido de un ataque sorpresa solo para jugar.


No hay nada. No más que esa mirada.


Suspira, piensa en Dai, piensa en que Gai había estado tan decepcionado de él que había hecho esa cara. Ahora quizá estaba aún más decepcionado de Kakashi, se preguntó qué haría falta, qué tendría que decir para que Gai suspirara y bajara la guardia.


Sabía que no existía tal cosa. No había palabras mágicas. No había una forma tan fácil para que Gai volviera a sonreír y levantar su pulgar.


— Gai — lo llama, su voz rasposa sugiere el dolor de forma obvia y sus labios se aprietan debajo de su máscara.


Sus palabras, sin embargo, no tuvieron ningún efecto. Fueron silenciadas por su indiferencia, parpadearon en la inexistencia antes de hacer dudar a Kakashi si lo dijo en verdad.


Carraspea, nervioso. Se siente estúpido y furioso consigo mismo. Una parte de él se burla de sí mismo.


Dejaste pasar mucho tiempo. Le dice, tardaste demasiado en intentar arreglar las cosas, ahora es tarde.


Niega. Se rehúsa a pensar que haya comenzado una vida nueva en un par de días.


Una nueva, no, ciertamente no. Murmura su voz interna, pero, ¿qué tal una vieja? ¿Qué sí ha reanudado una vida que dejó a la mitad?


Kakashi quiere reírse de sus pensamientos.


No, Gai siempre ha sido Gai.


¿Y a quién tienes enfrente?


— ¿Necesita algo, Hokage? — la voz de Gai corta esta vez la escena.


Es duro. Su tono cruel lo hace temblar, lo hace sentirse como un desconocido.


Al mismo tiempo su timbre le calma el corazón, como si fuera una melodía suave que había estado esperando, que había necesitado, lo hace sentir tranquilo, como si estuviera en casa.


Kakashi cierra los ojos y deja que su voz acaricie su corazón. Miles de palabras dichas por Gai pasan por su cabeza. Nota entonces que han sido muchas, demasiadas, cada una, una tierna declaración de amor.


La había extrañado tanto.


Suspira. Quiere absorber aquella vibración con su piel, porque no puede imaginar no volverla a oír, al menos no dirigida a él.


Finalmente Kakashi reacciona a su pregunta. La estúpida e innecesaria formalidad le parece una burla y siente el deseo de gritarle, de decirle que es ridículo comportarse de esa manera, como si hubiera olvidado ya el sabor de su pene contra su boca.


— Sí — responde intentando imitar su aplomo. Su intento volviéndose un rotundo fracaso de inmediato —. Es sobre la solicitud.


Kakashi extiende el papel sobre el escritorio. Es una trampa, por supuesto, porque ambos saben que Gai la leyó y la firmó y sólo es un truco sucio y estúpido para que Gai se acerque y tome su debido lugar.


Gai sabe que es una trampa también. Ya es un indefenso ratón. Sin embargo, se acerca como un diminuto mamífero a un pozo envenenado de agua. Sabe que Lee está afuera escuchando y no quiere preocuparlo.


Se acerca con sus pasos firmes. Ni siquiera un poco de duda o temblor. Kakashi no puede evitar mirar abajo, a la sombra del calentador brillante que guarda una inhumana pesa.


Su pie blanco se asoma de su calzado. Los diminutos dedos le parecen como cebollas enrolladas y por un segundo quiere reír. Que infantil.


Gai llega hasta el frente de su escritorio. Apenas mira la hoja. La conoce bien. Sus ojos se detienen en la firma a medias y se pregunta qué tanto podría costarle completarlo. Se pregunta si la podrá falsificar.


Kakashi suspira. El olor a hierbas frescas acaricia sus mejillas y siente el deseo de abrazarlo, de hundirse entre sus pectorales y suspirar todo lo que es él.


No puede evitar notar una punzada en su entrepierna. No es momento. Se dice. Pero Kakashi no tiene control sobre sus deseos, sobre la emoción de su piel al sentirlo tan cerca.


Gai se queda quieto de nuevo, esperando. Su respiración grave y profunda lo hace pensar en todas las noches que lo escuchó dormir, en todas las veces que recargó su cabeza contra su pecho y se tranquilizó con el hilo de su corazón.


Piensa en su última noche juntos. Piensa en sus suspiros llenos de dolor y cansancio antes de que finalmente pudiera tomar aire y relajarse. Kakashi movió la silla de ruedas a un lado, un poco lejos de la cama pero no lo suficiente por si Gai necesitaba levantarse para ir al baño.


Le resultaba un fastidio pensar en todo lo que le costaba a Gai. Quería llevarlo él si hacía falta, pero entonces Gai lo miraba con una súplica. “Déjame hacerlo” le decía, y él se quedaba todo ese tiempo despierto mirando al techo.


Cuando volvía no ponía excusas ni se quejaba cuando Kakashi lo arropaba de regreso. Luego, un abrazo, cálido, su brazo era su almohada preferida y pegaba su oído a clavícula.


La respiración de Gai tardaba unos momentos en calmarse. A Kakashi le gustaba esperar a que Gai se durmiera. Le gustaba oír su respiración tranquila, su corazón latiendo con normalidad, su rostro en tranquilidad, sin dolor, sin preocupación.


Kakashi piensa ahora que su respiración se escucha igual a aquellas noches. Quiere pegar su oído a su pecho y sentir que está bien.


Pero Gai está tan lejos que siente que no puede verlo, no a pesar de tenerlo delante de él.


Sus labios se curvan en una mueca de dolor y frustración. Lo nota más joven, su actitud lo hace sentirse viejo y sabio, como lidiando con un muchacho.


Kakashi capta su reflejo en el vidrio de documentos a su derecha. Casi no ve nada sobre sí mismo, pero se siente inquietantemente más adulto de lo que alguna vez fue. Es ahora incluso más grande de lo que era su padre cuando se quitó la vida. Sakumo lo saludó desde el espejo antes de desaparecer.


— ¿Por qué? — cuestiona finalmente, su vista se va a Gai con gravedad —. ¿Por qué quieres la baja temporal?


Gai parece querer reírse pero no lo hace. La comisura de su boca se dobla un momento antes de ceder y reiterar su rostro serio.


— Asuntos personales — responde con malicia.


La idea se le pega en los oídos. Lo estaba excluyendo de su vida, le estaba diciendo que ya no era parte de sus asuntos, que su vida personal no le incumbía.


Se siente gravemente herido. Piensa en las veces en las que lo ayudó y lo cuido, en como corría por la casa juntando las cosas, llevándolo a rastras en la silla de ruedas, sirviendo la mesa, buscando la ropa, abriendo la puerta.


¿Y qué esperas? Le cuestiona su mente. ¿Qué te lo agradezca? No te lo pidió.


Es cierto. Kakashi se calma. No lo hizo esperando algo a cambio. Lo hizo por amor.


— Gai, no puedes simplemente pedir esto — Kakashi pierde fuerzas y su voz se tambalea.


— ¿Por qué no? — la pregunta parece retórica, un reto, incluso una amenaza. Kakashi no la puede descifrar.


Suspira. No tiene una respuesta para eso, no tiene una verdadera autoridad para negarle su derecho y Gai lo sabe a la perfección. Todo ninja es libre de dejar la aldea temporalmente si así lo quiere. Nadie lo puede obligar a quedarse. Ni siquiera el Hokage. Ni siquiera aquel que había sido su amante.


Kakashi lo mira, quiere decirle muchas cosas con sus ojos, como siempre, con esa habilidad increíble que ellos tenían, con esa capacidad de entenderse sin palabras, de leerse la mente, de preguntar y calmar con un parpadeo, de librar una guerra juntos con los ojos cerrados. Nunca habían necesitado nada más, se conocían como la palma de su mano.


Pero entonces Kakashi nota que Gai no lo está mirando. No al menos de verdad.


Sus ojos lo pasan de largo, parece observar algún punto en la pared detrás de él, como si fuera invisible, como si lo atravesara, como si ni siquiera lo notara.


Kakashi reconoce esa mirada perdida y nublosa de inmediato. Está usando esa habilidad extraordinaria que Gai había desarrollado contra su sharingan, la capacidad de luchar sin mirarlo a los ojos, la forma en la que había enfrentado a Itachi cuando fue a rescatarlo en el lago.


Kurenai y Asuma no habían podido hacer nada. Kakashi, siendo el más habilidoso, había fracasado de inmediato, ellos se habían dedicado a cerrar los ojos y temblar.


Entonces Gai había llegado. Toda la experiencia que tenía por haber crecido siendo rival de Kakashi le sirvió para pararse delante de Itachi con valor.


Kisame había querido pelear. “No lo subestimes” Le aconsejó Itachi. Ambos se marcharon de inmediato. Todos sabían que no tenía caso pelear.


Pero Kakashi recuerda eso. Cuando platicó con Gai después se lo preguntó. “¿Cómo lo enfrentaste?” Gai se rió, su pregunta era tonta considerando todos los años que Gai llevaba familiarizado con su sharingan. “No lo mires a los ojos”.


No lo mires a los ojos.


Kakashi odia ese poder ahora tanto como lo admiró alguna vez.


— Gai — dice, su voz esta vez es firme — Mírame — exige, sus puños apretándose finalmente delantede él.


Gai suspira. Parece irritado y fastidiado con su petición. No quiere mirarlo, lo sabe. Aunque Kakashi no entiende si es porque no lo soportaría o porque en realidad le produce alguna especie de asco.


Como sea, obedece, más como una acción a la que cede para no generar una discusión innecesaria que porque tuviera una autoridad real sobre él.


Sus ojos se desempañan y finalmente afinan. Sus pequeños ojos se despegan de la pared y se enfocan verdaderamente sobre el rostro de Kakashi, sobre los propios ojos de Kakashi.


Este suspira esperanzado. Quiere pensar que le dirá algo, quiere creer que su corazón se filtrara a través de su mirada y hablará por él.


Hay palabras, sí, y salen. Pero a Kakashi no le gustan. Kakashi las desconoce, les teme, lo hieren. El desprecio y el rechazo grabados en él.


— Gai, necesito que me escuches —  está desesperado, no tiene más opción que seguir hablando y esperar a que no se marche, a que decida quedarse e intentar por lo menos un momento entender lo que ha hecho.


Gai frunce suavemente. Sabe que la trampa se ha activado y que ahora es un ratón mordiendo un queso envenenado.


Kakashi no tenía nada para decirle en realidad, al menos no algo que fuera de acuerdo a su petición. Kakashi lo había obligado a ir ahí con un pretexto estúpido solo para forzar una conversación, para hablar de cosas que nada tenían que ver con ser el Hokage o con su baja temporal. Kakashi lo había arrastrado a ese lugar para ponerse a hablar de su situación, la de los dos.


Que bajo. Piensa Gai un momento ante esa idea. No le parece justo que abuse de esa manera, que lo haya acorralado para verlo, que use las instalaciones de la aldea para tratar sus asuntos privados y egoístas. Era un abuso en contra de todo lo que era correcto, era un agravio para la decisión de Gai de no verlo y de no hablar. Era una violación a tantos derechos que Gai ni siquiera los pudo contar.


Pero no dijo nada. Se quedó quieto. No quería pensar en las normas ridículas o en la corrupción o en lo estúpidamente inconsciente y egoísta que estaba siendo el Hokage.


A Gai no tenía por qué importarle.


— Lo que dije antes — suspira, sus piernas tiemblan y siente el deseo de ponerse de pie — Lo que hice antes. Me equivoqué. Fui un imbécil, lo siento — sus palabras son sinceras, tanto que se escurren de su rostro hasta hacerlo vacilar y dejar fluir su dolor.


Gai sigue mirándolo. Kakashi sabe que Gai adora ser él quien hable, que le encanta ser escuchado, que ama su propia voz. Esta vez aguarda, esta vez no hay interrupciones rápidas o inesperadas. Esta vez es Kakashi quien debe rellenar el vacío para justificar.


— Es cierto… — continúa — Fue egoísta, yo… pensé que estaba bien.


— Que esté bien no significa que sea lo correcto — las palabras de Gai saltan de la nada.


Kakashi le mira con esperanza, pero esta se ve opacada rápidamente. No hay discusión. Gai parece arrepentido de inmediato de lo que ha dicho y se muerde la lengua. Un deseo estúpido de perdón y reclamos cosquilleando sobre su garganta hasta hacerlo tragar y negar.


— Lo sé — murmura — Debí haberlo pensado mejor, pero… — ¿Pero qué? No tiene una excusa. Sí, debió haberlo pensado mejor — Lo hice por ti. Lo hice porque quería que recuperaras tu vida, no porque no creyera en ti.


— Entonces debiste seguir creyendo en mí — su tono se levanta y acaricia un momento su nivel habitual antes de desvanecerse rápidamente.  


— Ese no es el punto, Gai — Kakashi no puede seguir esperando y se pone de pie — Lo hice porque estaba preocupado, porque no merecías eso, porque no tenías por qué sufrir algo así. Lo hice porque te quería.


— ¡Si me hubieras querido no me hubieras mentido! — finalmente su voz estalla. Su mano se impacta contra el escritorio y una punzada de energía brinca en algún lugar dentro de su pecho — ¡No digas algo tan estúpido como eso! ¡Yo no te lo pedí, a nadie se lo pedí! No necesitaba tu estúpida caridad, no necesitaba tu maldita lástima. ¡No lo hiciste por mí, Kakashi! ¡Maldición! — su puño vuelve a apretarse — ¡Lo único en lo que pensabas era en ti! ¡Como siempre! ¡Tú, tú, tú, solo tú!


— ¡No es así! — ¿no es así? — ¡Estabas atrapado en un destino que no merecías! ¿Qué tendría de malo intentar ayudarte?


— ¡Ese era el maldito camino que yo elegí! ¡Hacerlo había sido mi decisión! ¡Tenía el derecho de hacerlo si quería, de sufrir, de condenarme a una maldita silla por el resto de mi vida!


— ¿Tenías el derecho de decidir quedar en silla de ruedas? — Kakashi frunce — Qué idiotez estás diciendo.


— ¡No es ninguna idiotez! — Gai respira hondo — ¡El único que puede decidir sobre mi vida soy yo! Era mi decisión, protegerlos era mi objetivo, era mi destino.


— ¡Ya basta! — Kakashi grita más de lo que quería — ¡Deja de hablar como si fueras un niño estúpido, Gai! Ya no tienes que demostrar nada a nadie, ya no tienes que ir y arriesgarte o humillarte solo para intentar probarte a ti mismo. ¡A la mierda con eso, Gai!


— ¡No! — brama en respuesta. Sus dientes apretados como un enorme perro se asomaron de sus labios — ¡Yo tenía el derecho de elegir! ¡Yo tenía el derecho de morir!


— ¿De morir? — Kakashi se tensa. Ahí estaba lo que ya sabía, la decisión implícita y silenciosa que él conocía. Gai había estado esperando morir. Gai había estado arrepentido de sobrevivir —. Entonces esa tu lógica sinsentido. ¡Es esa tu maldita lección! ¡Morir!


— ¿Y qué tendría de malo? — Gai cuadra los hombros. Internamente parece un poco sorprendido por su propia declaración — Luchaba con todas mis fuerzas, luché con todo mi espíritu y mi pasión. ¡Entonces me lo había ganado!


— ¡Te habías ganado el derecho de morir! — repite Kakashi con furia y fastidio — ¿Por eso lo hiciste? ¿Por eso te quedaste como estabas, porque creías que merecías sufrir al no haber alcanzado tu objetivo de morir? — bufó — ¿Es así como crees que funciona? ¿Es por eso que le enseñaste a Lee la forma de suicidarse? ¿Entonces estás orgulloso de la forma en la que Neji se arrojó como un estúpido a la muerte?


Gai no tiene control de sí mismo ante esa mención.


Su puño golpea a Kakashi antes de darse cuenta y lo tira al suelo bruscamente. Sus dedos apretándose contra su garganta en una técnica que en cuestión de un solo segundo podía tener un final mortal.


— ¡No tienes derecho! — grita sobre su rostro — ¡No sabes nada de él! ¡Nada en absoluto! ¡No lo conociste! ¡Neji tenía un objetivo por el cual valía la pena morir!


Kakashi reacciona a esas palabras. Son las mismas que le dijo sobre Lee, son las mismas que usó en los exámenes chuunin cuando su alumno abrió las puertas por primera vez solo para cumplir un sueño que lo había llevado a su destrucción, a su fracaso.


Kakashi revive el momento y lo odia tanto como lo odia ahora. ¡Morir! Para Kakashi no tenía sentido morir por eso. Para Kakashi no tenía sentido morir. No podían simplemente lanzarse a la primera oportunidad que tuvieran y creer que era alguna especie de privilegio terminar muerto.


Estaba harto. Harto de escuchar a todo mundo rogar por ser asesinado. Estaba harto de pasar por lo mismo, de ver a Obito ser aplastado tras sus párpados, de ver la última puerta estallar ante él.


— ¡Basta, Gai! — Kakashi no lucha, los Anbu están en la puerta y esperan ansiosamente su señal — Deja de castigarte a ti mismo, ya todo terminó… ya puedes descansar…


Gai se aparta ante eso y se levanta. Sus ojos se aprietan y niega repetidas veces antes de retroceder y pararse delante de la puerta.


— No, no se trata solo de eso, Kakashi — murmura, pero sus ojos ya no lo miran, sus ojos ahora observan la tumba abierta con el nombre de Neji arriba — No se trata solo de eso…


— ¿Y de qué se trata entonces? — Kakashi se levanta también.


— No soy como tú — Gai se gira un momento a él. Sus ojos se han vuelto indescifrables otra vez — ¿Sabes porque Obito no te mató? — Gai frunce — Podía hacerlo, te vigilaba todo el tiempo y era mucho más fuerte que tú en ese entonces. Solo le habría bastado un solo momento — Kakashi endurece la expresión ante el tema de su conversación — Porque matarte era muy fácil. Mató a Minato y Kushina, no importaba, él creía que lo merecían. Pero, tú, Kakashi, tú no merecías la muerte.


Kakashi palidece. Gai lo mira desde ese espectro irreconocible en el que se ha convertido.


— Si morías tu sufrimiento terminaría. ¡Dejarte vivo era la mejor forma que tenía para que sufrieras! Te castigarías a ti mismo como nadie más podría castigarte allá afuera — los labios de Kakashi se aprietan y ahora es él quien siente los gritos sobre la boca — Nadie te iba a castigar y condenar mejor que tú mismo. Incluso ahora quizá no mereces descansar, no mereces la paz. Por eso sigues vivo.


La piel se le eriza ante esas palabras. Kakashi retrocede un paso sin poder contenerse, sin poder creer que algo tan horrible como eso lo hubiera podido decir alguien como Gai, precisamente Gai.


— Yo no me estoy castigando, ni me estaba castigando. Yo no me estaba aferrando como un niño al pasado. Yo estaba continuando — Gai lo acusa con sus palabras. Una verdad más grande desenrollándose ante su cara — Y tú, Kakashi, tú no querías continuar.


— No fue así. Yo quería hacerlo, yo quería continuar — junto a ti.


Gai se ríe como si lo que acabara de escuchar fuera absurdo, una broma, una tontería irracional. Y quizá, en realidad, sí lo era.


— ¿Entonces por qué lo hiciste? — pregunta con un dejo de sarcasmo e ironía que hieren a Kakashi aún más.


— No sé — admite finalmente. Su voz apretada anunciando sus deseos de llorar — Fue inevitable. El cuerpo se movió solo — susurra. Las palabras de Sasuke y de Naruto repitiéndose en su cabeza.


— ¿Esa es tu explicación? — Gai vuelve a reírse, sin chiste.


— Perdóname, Gai. No sé porque pensé que funcionaría… sé que hice mal. Por favor, Gai, perdóname — suplica. Ya no tiene más opciones, no tiene explicaciones, no le queda más que tirarse y rogar —. Tal vez no lo parezca pero yo también quería continuar, yo aún quiero continuar.


Lanza su proposición, su petición, su declaración.


No puede decirlo, porque no sabe cómo decirlo, pero sabe que Gai lo ha entendido. Gai siempre había entendido el secretismo que escondía debajo de su voz.


Estoy dispuesto a regresar. Quiero regresar. No hay nada que quiera más. Vuelve a mí. Vuelve a mí y continuemos juntos. Volvamos a empezar.


Gai lo mira con extrañeza unos momentos. Sabe que ha oído sus palabras no profesadas, sabe que las entiende, sabe que las siente picándole la piel con la intensidad.


Su rostro se desdibuja y salta. Kakashi no sabe lo que ve, Gai mismo no entiende quién es.


Sus ojos brillan, y es el Gai habitual; luego vacío, es un desconocido; Sakumo se asoma unos momentos antes de desaparecer; la melancolía vuelve y se estampa en su cara, ¿dónde dejó su silla de ruedas? Tiene miedo de caer.


Kakashi suspira, quiere pensar que la razón ganará, que Gai tendrá la madurez de entender que había cometido un error, de que había fallado pero que podría ser perdonado, de quizá merecía ser perdonado.


Pero entonces la flama chispeante se apaga. La luz trémula que había nacido se sofoca y deja a los pequeños ojos de Gai en la oscuridad.


Ya no soy un ratón.


Ya no soy tu perro.


Ya no soy tu prisionero.


Ya no soy Dai.


Ya no soy Dai…


— Si no hay otra cosa que necesite, entonces me retiro, Hokage — dice Gai y se inclina suavemente en una despedida formal. 


Kakashi siente el pánico subiendo por su cuerpo. No puede creer lo que Gai ha dicho, no puede creer que simplemente pueda actuar como si no le importara, como si no significara nada.


Kakashi lo odia entonces. Quiere odiarlo y se permite odiarlo unos momentos antes de que todo su coraje se convierta en desconsuelo y desesperación.


No puede más con nada y se lanza contra él. Lo abraza, lo aprieta, pega su rostro a su cuerpo y sin poder contenerse llora como no lo había hecho en décadas, como ya no podía recordar.  


Ya nada tiene sentido, ni el orgullo, ni su discapacidad emocional, ni su seriedad, ni su talente quieto y racional. Ya no puede. No es fuerte, no quiere ser fuerte, no quiere seguir aparentando que tiene todavía tiene valor. Ahora, luego de años, Kakashi solo es un puñado de puntos débiles.


Se deshace en su cuerpo entonces. Se ha vuelto un manojo de lágrimas y ruegos inconexos. No quiere que se vaya, no quiere que lo abandone en la oscuridad, no va a soportar la oscuridad, ahora que ha probado la luz no quiere volver a las tinieblas de las que había escapado apenas.


Gai era su faro, sin él, si él se iba, entonces ya no le quedaría nada, entonces ya no habría nada con qué continuar. Entonces ya no quería continuar.


Las manos de Gai se levantan entonces, Kakashi quiere pensar que lo abrazará, que corresponderá a su desesperación, que sentirá amor, o lástima, no importaba, con que no se fuera, con que no lo abandonara…


Siente el tacto de los dedos contra sus brazos y gime suavemente ante su piel con el deseo de derrumbarse sobre él, con el sueño de que lo rodee y termine sus miedos, con el anhelo enloquecido de que lo levante otra vez, de que recoja sus huesos.


No sucede. Gai lo toma de los brazos en un movimiento brusco y lo aparta de él con tosquedad. La distancia que nace daña a Kakashi, el frío de su cuerpo resulta insoportable y mira con miedo y horror a Gai ante esa reacción.


— ¿Por qué? — gimotea, su rostro compungido en su forma más dolorosa y patética — ¿Por qué no quieres volver?


— Dijiste que querías que recuperara mi vida, ¿no? — Gai silba, su cuerpo parece una extraña calcomanía, una estampa que desentona con sus sentimientos, que no encaja en la historia, que no siente ni empatía ni amor… ni nada. — No soportabas la versión de mí que fui después de la guerra. Entonces solo he vuelto a ser el hombre que recuerdas. He vuelto a ser el Gai de antes, el que no tenía el valor para tomarte de la mano, el que dudaba si le gustabas, el que no hubiera hecho absolutamente nada, jamás, por miedo a que lo odiaras.


Las palabras lo atenazan. Son fuego que derriten sus lágrimas.


Crueldad.


Sus palabras estaban bañadas de injusticia y de crueldad.


— ¿Por qué me haces esto? — su llanto aumenta, la idea no entra en su cabeza. No tenía sentido, no tenía caso seguir aferrándose a una discusión como esa, no tenía caso considerando todo lo que había pasado, no tenía caso que Gai siguiera enojado.


Gai no responde. Es una figura de hielo, lejana, desdibujada y deformada. No lo conoce. Su figura atemporal lo hace dudar.


— ¿Por qué te haces esto? — lo acusa, apenas puede verlo entre sus lágrimas el tiempo suficiente para cuestionarse porque estaba eligiendo la infelicidad, porque estaba sacrificando su amor, el de los dos.


A menos que ya no exista ese amor. Le dice su mente, pero Kakashi desecha el pensamiento. No puede, no es posible, Gai debía estar sufriendo como él, Gai debía estar resintiendo su ausencia incluso más que él, porque Gai era un puñado de emociones, porque siempre vivía con intensidad, porque vivía al borde de la honestidad.


¿Entonces por qué? No lo sabe. No lo entiende. Los estaba castigando a los dos de forma estúpida. Los estaba condenando a los dos. ¿Tanto era su rencor que no podía aceptarlo ni siquiera porque eso podía hacerlo feliz? ¿Tanto lo había herido? ¿Tanto le había dolido?


Sí.


— Gai — Kakashi desconecta su mente. El punto de quiebre. Ya no tiene nada más que perder, ya no quiere el orgullo ni la dignidad. Ya no tiene relevancia la dignidad.


Se tira al suelo, es patético, pero también es su última oportunidad, el último intento, el acto desesperado al que estaba dispuesto a lanzarse porque no sabía qué más hacer para arreglarlo, porque no bastaba con una disculpa, porque estaba arrepentido de verdad, porque no quería dejarlo marchar.


— Gai, te amo — dice con voz firme pese a su llanto.


Kakashi espera entonces de rodillas, con el rostro hundido en la miseria, con las manos vacías, con el corazón sobre su piel, detenido en una escena que jamás se imaginó que podría estar.


Los ojos de Gai se abren ligeramente en sorpresa. Una nueva lucha aparece, una extraña cortina se cierra y otra se abre. Los colores fluyendo como un extraño arcoíris por su piel.


Kakashi cierra los ojos entre su dolorido llanto. Piensa en cuando Gai se lo dijo, piensa en sus ojos brillantes, en sus labios abriéndose para murmurarlo con amor.


Sé que no puedes decirlo de vuelta… había dicho Gai, porque lo conocía, porque era verdad, porque quizá de no haber estado en esa situación nunca lo diría.


Ahora lo dice. Se imagina que lo ha dicho aquel día, que cuando Gai lo detuvo por la muñeca y le dijo “Te amo, Kakashi” él le sonrió de vuelta y le contestó “También te amo, Gai”.


Fantasea con ese instante roto. No puede siquiera llegar a igualar en su cabeza la felicidad que Gai habría sentido al escuchar eso. Sin duda habría llorado emocionado, lo habría abrazado, le habría dicho muchas veces más que lo amaba mientras lo besaba.


Kakashi se habría reído y habría correspondido un poco avergonzado, pero feliz, sí, muy feliz. Se hubiera quedado un momento más, ¿a quién le hubiera importado o sorprendido que llegara tarde? Lo habría arrastrado de regreso a la cama.


“Lo has dicho, Kakashi” Habría susurrado Gai contra su oído “Yo pensé…” No lo dejaría terminar, disiparía sus miedos con un beso.


“¿Qué tiene de raro? ¿Por qué pareces tan sorprendido?” Y ambos habrían reído. Y él habría podido suspirar por finalmente decir la verdad, por no ser un cobarde patético que no es capaz de decir algo como eso, que niega sus sentimientos, que los admite porque le causan pavor.


Ya no hay miedos entonces. Se abrazan. Afuera continúa el mundo como si nada. Afuera ya no hay nada que los pueda frenar, jamás.


Una risa suave suena en el presente y bota a Kakashi fuera de su descolorida fantasía.


— Lo siento — murmura Gai con tranquilidad — No puedo escucharte desde aquí, parado en el pasado que tanto echabas de menos — le dice con indiferencia.


La realidad se abre ante Kakashi y se siente terriblemente avergonzado, desechado, desnudo, rechazado.


Humillado.


— Es lo que querías, ¿no? — la voz de Gai se diluye en su mente, su tono desalmado le causa una terrible conmoción — Que todo volviera a ser como antes. Bueno, aquí está.


Kakashi tiembla en su lugar. Se da cuenta entonces de todas las cosas, de que es tarde, de que él mismo se arrastró a ese lugar, de que todo es su culpa, de que está parado en el resultado de sus decisiones, en la meta sucia y egoísta de sus acciones.


Tarde. Tarde una vez más.


Baja los brazos y se hunde en su lugar. No puede hacer nada.


Gai lo pasa de largo, ni siquiera lo mira rendirse, ni siquiera lo mira cuando agacha su cabeza y se queda pegado y batido en el piso.


No hay un adiós.


No hay despedidas.


No hay palabras de amor.


Luego, todo es soledad una vez más.


[…]


Una vida nueva nace pero, ¿no es cierto que extrañamos más a los que se han ido?


 


Minato lo mira un momento. No puede sonreír tanto como Kakashi mismo no puede sonreír. Sin embargo, Minato sonríe. Kakashi prefiere no ver un gesto tan falso y aparta la mirada al suelo.


Kushina, a su lado, le palmea el hombro y gesticula a medias un abrazo. A Kakashi le importa muy poco que ella esté ahí.


Sus pies se detienen por mera inercia y Minato suspira delante de él. Nada sirve para tranquilizarlo, nada sirve para nada, nada tiene sentido ya. Quiere morir. Tanto Minato como Kakashi quieren morir.


Aguardan en silencio. Un goteo imaginario explota y Kakashi quiere taparse los oídos porque no lo soporta, porque escurre de sus dedos sin alguna especie de final. Se obliga a ignorarlo. Ya se ha lavado las manos. Ya no lo ha hecho muchas, muchas veces, en realidad.


Entonces, se abre la puerta. Un hombre aparece, ese hombre aparece. Su rostro asustado mira a Minato, por un momento pasa sobre el rostro de Kakashi pero lo ignora como si no estuviera ahí.


— ¿Dónde está? — pregunta. Kushina tiene la intención de intervenir pero Minato la frena y se pone delante de ella — ¿Dónde está mi hija? — el hombre no parece tener paciencia y los enfrenta — ¿Dónde está Rin?


Kakashi gimotea y se mira la mano.


Sí, ¿dónde está Rin?


Cuando parpadea está ahora en otro lugar.


Conoce la casa, conoce la entrada. Esta vez no escala por la ventana, simplemente camina con su cuerpo suelto hasta la puerta principal.


Minato a su izquierda, Rin y Kushina a su derecha.


Es Minato quien toca la puerta. La mujer que sale conoce a Kakashi y le sonríe antes de girarse y buscar.


— Obito… — la anciana se asoma a la calle, sus ojos se llenan de lágrimas y pesar —. Obito, ¿Obito está…?


— Lo siento — Minato se inclina hacia ella y llora. Lo lamenta, realmente lo lamenta.


La mujer solloza también. No parece realmente una sorpresa sino hasta que entre gemidos vuelve otra vez su atención a Minato y a él.


— ¿Dónde está ahora su cuerpo? — Minato duda. Kakashi baja el rostro con dolor. Rin llora y Kushina la abraza, o se abrazan, se consuelan, porque ambas lo amaban.


— No hay cuerpo.


No hay cuerpo al cual llorar.


 De nuevo, parpadea.


Esta vez está en el cementerio. El Tercero da un discurso. Kakashi apenas lo escucha sobre el sonido extraño y distorsionado de sus pensamientos, de sus recuerdos, del llanto del bebé que está plantado de forma tétrica delante del monumento.


Gira sus ojos, detrás está Itachi, a su lado derecho está Gai.


— La pérdida del cuarto Hokage es una tragedia — dice Hiruzen, su voz aburrida y formal no tiene sentido para él, no le parece importante escuchar.


— Gai, quiero irme de aquí — le murmura a su amigo, este asiente sin preguntar y se da la vuelta.


Nadie dice nada. El clan Uchiha le da una mala mirada mientras abandona el lugar.


Afuera la aldea parece tranquila, silenciosa, indiferente a la muerte de alguien o al dolor de los demás.


— Solo falto yo… — murmura Kakashi mientras sus ojos se pasean por la abandonada calle.


Gai lo mira con duda. No parece entenderlo y su inocencia le causa unos instantes desesperación.


— El siguiente en morir soy yo — aclara, porque se siente necesitado de ser escuchado, porque está desesperado y dolido, porque había perdido casi todo lo que había querido.


— ¡No digas eso, Kakashi! — Gai se altera de inmediato. Kakashi sabe lo sensible que puede ser sobre esos temas, lo mucho que le afectan — No morirás, no permitiré que mueras.


— No es como si pudieras evitarlo — Kakashi camina desolado, Gai como una pequeña plaga pegado detrás.


— Lo haré, sin duda lo haré — Gai suena convencido de sus palabras y Kakashi ríe ante la nobleza de estas, ante la inutilidad de las promesas.


— No puedes detener ese hecho, Gai. Todos se fueron, todos murieron. Entonces yo también…


— ¡No! — Gai lo sostiene por los hombros, su rostro demasiado cerca y su agarre demasiado fuerte — ¡No dejaré que mueras mientras yo esté aquí! — Dice con determinación — ¡Tomaré tu lugar si es necesario! ¡Moriré por ti!


— ¡No te atrevas a hacer algo tan estúpido como eso! — ahora es Kakashi quien lo sostiene — ¿Por qué tendrías qué hacerlo? No vale la pena si es por mí.


— ¿De qué hablas? ¡Claro que vale la pena! — Gai parece frustrado con eso, casi desesperado, como si en ese mismo momento estuviera dispuesto a saltar a su final — No importa lo que sea, me lanzaré en el camino antes de que te arrolle a ti.


— ¿Lo dices como un sacrificio o como un acto estúpido de auto desprecio? — Kakashi se burla y lo aparta.


No quiere eso, no quiere nada.


— Lo digo como un acto de amor — Kakashi finge que no ha escuchado eso y sigue su camino, sus manos guardadas en sus bolsillos.


No se lo dice, pero Kakashi espera que pueda morir pronto, Kakashi espera el momento en que alguien más tenga que decir “No hay ningún cuerpo”, así les ahorraría el funeral. Aunque, después de todo, ¿quién le iba a llorar? ¿Quién lo iba a extrañar? ¿Quién, además de Gai?


Nadie. Piensa y disminuye su velocidad para que lo alcance.


Nadie más lo iba a notar. Solo Gai.


Solo Gai.


El sonido de la televisión lo trae de vuelta.


Las voces se han alzado y alguien ríe. Kakashi mira apenas la pantalla mientras parece brevemente confundido sobre la realidad.


Se mueve sobre el sofá. Ahora su cena está fría, no tiene ganas de pararse a calentarla nuevamente y la abandona en la mesa ratona. Ahora incluso le parece un poco asquerosa.


Se recarga en el respaldo y suspira.


Escucha un momento la voz de Naruto gritando en su cabeza que quería ser Hokage mientras reía y corría.


Kakashi nunca quiso ser Hokage. Obito sí. Naruto sí. Kakashi solo había querido morir.


Pero no fue sino Kakashi quien terminó siendo Hokage de entre los tres.


Supone que es el resultado de muchas cosas, supone que al final lo ha recibido con normalidad. No lo disgusta, aunque tampoco lo ve como algo que seriamente pudiera celebrar.


La aldea lo conocía, las aldeas de todo el mundo lo conocían, la gente lo respetaba, lo saludaba, lo reconocía al pasar.


Aun así, Kakashi cree que ser Hokage no es nada especial. No da felicidad. No auténtica felicidad.


Soledad.


Esta no cambia, esta no se escapa como fantasma simplemente por alcanzar una meta, por ser reconocido, por ser fuerte, por ser valiente, por ser un héroe. La soledad no se va.


Piensa en Naruto, en que ya no está solo, en que Hinata lo acompaña, en que están juntos por fin.


Se alegra por él. Naruto lo merece más que nadie. Merece que lo amen, merece amar, merece todo el amor que siempre le hizo falta. Naruto nunca volverá a la soledad.


Kakashi ríe secamente ante los recuerdos.


Naruto se había ganado el corazón de todos con un esfuerzo más allá del humano. Su carisma volvía loco a todo mundo. Simplemente no podías negarte a amarlo, a respetarlo, a verlo como un amigo con el cual podías caminar a su lado.


Naruto le ganó a la soledad.


¿Y él? Bueno, Kakashi ciertamente no ha podido.


Ser el Hokage no lo hace diferente a antes.


Recuerda la forma en la que llegaba a casa luego de alguna misión en Anbu.


Todo era clasificado, no había hablado con nadie al respecto, la matanza había sido apresurada y entre relámpagos de su mano una fila de cadáveres había quedado tras su espalda.


El Hokage aceptó su misión con discreción. Afuera, temido por todos, ignorado por muchos otros. Las tumbas silenciosas por las que paseaba tampoco hicieron mucho. Lo contemplaron en su inercia, en su inanimada presencia.


No hay nadie quién lo espere en casa y se quita las sandalias para pasar. Enciende la televisión porque no soporta el silencio y prepara algo para comer bajo el ruido inquietante de las voces que no significan nada, que odia tanto como las necesita para conservar la calma.


Su mesa es de uno. No piensa en las personas que ha matado ese día, no le interesan, matar no significa nada para él, matar es una manera de sobrevivir, quiere creer.


Son los fantasmas quienes lo rodean. La tos de Sakumo suena en la otra habitación y Kakashi se tensa. Rin se ríe a su lado derecho, Obito lo mira parado en un rincón. Ese día Minato y Kushina están sentados en el sillón, el goteo de su sangre contra el piso lo perturba y sabe que si voltea podrá observar la ventana a través del hoyo que atraviesa sus cuerpos y le deja ver el horroroso latido de su corazón.


Pero Kakashi no voltea. Todos son falsos, todos son producto de sus arrepentimientos y su desesperación.


No hay nadie que te ame. Le dice Obito desde las sobras. Ya no hay nadie que te ame. se burla y ríe. A Kakashi no le importa porque sabe que tiene razón.


Te quedaste solo. Murmura Sakumo desde la otra habitación. ¿Fui yo?


Kakashi bufa y lo ignora. Detesta incluso ahora su forma patética de victimización.


La noche sigue ese curso. Es solo él hablando con su propia imaginación en conversaciones largas, agotadoras y sinsentido.


Está solo, deprimido, traumatizado, solitario. Kakashi siente que cada día es más incapaz de sobrellevar su vida, de enfrentar una realidad, de mantener una cotidianidad.


Quiere morirse pero le falta valor.


La oscuridad se hace gigante, como un enorme hombre que lo toma por los hombros y le susurra sobre la frente.


No importa lo que hagas, nunca podrás escapar. Nunca podrás escapar...


Kakashi mira a ese hombre en el presente.


No se ha ido. Kakashi entiende que después de todo él no ha hecho algo diferente para que eso tuviera que cambiar.


Perdió a sus amigos uno a uno, se hizo famoso por ser un asesino, el mundo lo conocía por saber copiar, por saber la manera fácil de matar. Seguía siendo el mismo hombre cobarde que no se atrevía a socializar, a incluirse, a amar, a sonreír a la vida, a disfrutar.


Era el Hokage y no era nadie.


Era el Hokage y nadie lo quería.


Era el Hokage y estaba solo al final del día.


Sabe que el puesto no compra la felicidad. Sabe que nada compra la felicidad.


Era el Hokage por su destreza en los temas del arte de la guerra. En su vida personal y sentimental era un fracasado nada más.


Kakashi se ríe de sí mismo cuando se observa analíticamente desde afuera.


Patético. Se dice. No lograste nada en todos estos años. No pudiste hacer nada. No quisiste hacer nada para que algo verdaderamente pudiera cambiar.


Sabe que Naruto está comiendo en algún lado, que Hinata lo acompaña, que Sakura y Sai están ahí también. Que todos lo aman. Que él los ama.


Piensa en Kurenai y en Asuma, en las veces que lo invitaron a comer, el mismo número de veces que él dijo que no y se marchó solo a su habitación.


Lo hizo tantas veces que ellos dejaron de invitarlo. Él solo se aisló. Él solo se apartó.


Ahora Asuma está muerto y Kurenai tiene a su hija y a Shikamaru al lado. Son una familia. Ino, Choji, Hinata, Kiba y Shino la aman también.


Kurenai no lo necesita. Kurenai no es su amiga. Perdió la oportunidad de que lo fuera en algún momento. Con ella, y con todos los demás de su edad en el pueblo.


Ahora, menos. Le tienen demasiado respeto y demasiado miedo. Cada uno forma su grupo y se marcha riendo y bromeando. Nadie lo invita porque saben que no irá. "Es muy reservado" dirán, "no tiene caso".


Piensa entonces en Gai porque no ha podido pensar en otra cosa.


Su recuerdo continúa en su cabeza, el sonido de la ventana abriéndose, el sonido de sus pasos, su molestia momentánea antes de que apareciera con una sonrisa a mitad de su sala.


A Gai no le importaba quién fuera. Kakashi podía ser un Anbu, un asesino, un héroe, el Hokage, un señor feudal, un rey, y Gai entraría sin preguntar, con naturalidad, sin tocar. De alguna manera, lo tranquilizaba pensar que así era.


Gai se acercaba a él ignorando su mirada agria. Sacaba una bolsa grande de frutas y las cortaba usando su cocina y contándole su día que a Kakashi nada le importaba, que no le había preguntado en primer lugar.


Gai lo alimentaba, lo llevaba a la ducha, luego a la cama y lo arropaba. Kakashi decía que lo odiaba. Pero no era cierto, siempre que Gai volvía a irse lloraba. Le aterraba que lo dejara solo nuevamente con sus fantasmas.


Ahora no hay absolutamente nada. Ni siquiera Gai.


Ni siquiera Gai.


No es la primera vez que Kakashi desea volver atrás y golpearse a sí mismo con todas sus fuerzas.


¡Levántate!, quiere gritarle a su figura tendida en la cama, "deja de llorar, deja de revolcarse en la miseria, deja de sentir autocompasión, no te vuelvas en tu padre"  le dice a su recuerdo, pero este permanece tirado y quieto, ceñudo, amargado, retraído, extremadamente tímido.


Si no haces algo, lo vas a perder para siempre. Si no haces algo por salir de tu soledad... ya no podrás salir jamás. Su recuerdo lo ignora, busca un libro bajo su almohada y se pone a leer. Kakashi sabe que es su forma de lidiar con los problemas, de escapar de la realidad.


No escapes. No te escondas. Ve allá afuera. Persíguelo, dile que vuelva, dile que vuelva...


Su recuerdo no hace nada. Él no hace nada.


Sus ojos miran alrededor y se da cuenta que nada ha cambiado, que no permitió los cambios.


Una mesa para uno, un diminuto televisor, una silla, una cama individual.


Nada es diferente de como era antes, de como siempre ha sido, y entonces reconoce que Gai tenía razón, había elegido ese egoísmo, se había elegido reiteradamente a sí mismo.


Ahora el presente se burla de él. Aquí está el sitio que tanto defendías, aquí está tu tan valiosa privacidad, tu añorada y falsa paz. Aquí está tu soledad.


Kakashi se da cuenta que nunca le permitió a Gai entrar. No de verdad. Se sentía demasiado huraño para dejarlo, para dejar de clavar las uñas en lo que creía suyo, en su pequeño rincón apartado que seguía usando como su escondite para huir como cobarde en lugar de enfrentar, en lugar de aceptar.


No lo había incluido en su futuro. No lo había incluido en su vida. Lo había mantenido al margen porque era demasiado paranoico como para poder abrirse y darle la oportunidad.


Ahora se había perdido esa oportunidad.


Piensa en lo que hubiera sido, piensa en la casa que hubieran tenido si no lo hubiera pensado demasiado.


Habría de todo dos cosas. La simple idea lo emociona. Cree que su casa sería un desastre de combinación. Muchos tonos de azul y verde contrapunteándose. Un feo naranja en algún lugar en la habitación.


— ¿Te gusta como se ve? — habría preguntado Gai mirando la pared color neón. Kakashi se habría reído, estaba horrible, sí, pero habría sonreído.


— Sí, claro, me encanta — Gai habría levantado el pulgar y habría llevado girasoles a la sala.


En el baño Kakashi encontraría dos toallas, dos cepillos de dientes y las fragancias perfumadas de Gai ocupando todo el estante.


— ¿Para qué tanto champú? — habría preguntado mientras movía las botellas dentro.


— ¿Cómo piensas que consigo este cabello perfecto? — puede escuchar ahora el sonido imaginario de su sonrisa brillar.


En la habitación habría un ropero grande que ocuparía toda una pared. Al centro, una cama doble. De cada lado una lámpara y un retrato con sus equipos genin y de su juventud con sus compañeros y maestros.


— Tomaremos fotos de los dos — comentaría Gai al notar su melancolía cuando mira una fotografía —. No tenemos fotos de los dos. ¡Saquemos muchas!


Kakashi ríe para esas palabras y se imagina asintiendo y recargándose en la cama.


— Pondremos una en cada habitación, ¡No! ¡Que sean dos! — casi puede mirar la mano de Gai alzarse y formar con sus dedos un par —. Colgaré una enorme en el pasillo para que sea lo primero que la gente pueda ver al entrar.


— No creo que a la gente le guste ver eso al entrar a una casa — Kakashi se recuesta en su imaginación sobre su almohada. Las sábanas huelen a él, todo en esa habitación huele a él.


— ¿Qué dices? — Gai se ríe — Pero es nuestra casa. ¡Puedo poner lo que quiera! ¡Y yo quiero que la vean!


Kakashi ríe al mismo tiempo que ríe en su sueño antes de perderlo.


Ahora no tiene modo de hacer esa fantasía realidad. Ahora se quedará para siempre en un perdido y roto deseo.


Piensa entonces en el departamento de Gai. Lo extraña, extraña sus paredes diluidas, su estancia fría, el sonido de la madera vieja, aquella incómoda silla en la que le tocaba estar.


Había sido ese lugar lo más cercano a un rincón para los dos. Se había acostumbrado a las cosas, había ordenado todo enfermizamente para su propia comodidad, había despertado en esa cama muchas mañanas, era a la puerta a la que corría al final del día, era ahí donde a cada minuto quería estar. A donde podía regresar.


Se había sentido parte de ese lugar y el destino se lo había arrebatado de las manos y lo había botado a la calle sin considerar.


Kakashi se pregunta si sigue igual. Quizá Gai, ahora que puede ponerse de pie, ha cambiado el orden de las cosas. Quizá ya ha redecorado los muebles o ha cambiado de sitio la tele y el sofá.


A Kakashi le duele la idea y se siente inquieto por ir ahí, por sentirse parte de ese lugar, por querer exigir de vuelta ese pequeño nido que había hecho su hogar.


Pero Gai tenía el derecho de correrlo y no dejarlo entrar. Era su casa después de todo. Era el departamento de soltero de Gai porque Kakashi no había tenido el valor de formalizar.


Entonces piensa en las cosas que dejó ahí. Tres uniformes, ropa interior, camisetas, unos guantes, un libro, cepillo de dientes, un par de zapatos y ropa de civil que habían ocupado alguna vez para salir.


Se pregunta si Gai ya ha sacado todas sus cosas de los cajones. ¿Qué habrá hecho con ellas? ¿Las habrá guardado en una caja y las habrá escondido? ¿Las habrá tirado? ¿Las habrá quemado? ¿O es que seguían ahí mismo, esperando en los ganchos del ropero, aguardando en el baño como si su separación fuera temporal, como si fuesen a regresar?


No sabe. Quizá incluso Gai ya no recuerda que están ahí. Quizá un día sencillamente las enrollará en papel y las arrinconará en algún lugar.


No, ahora que iba a marcharse en su baja temporal probablemente ni siquiera tenga tiempo de hacer algo con eso. Lo abandonará justo donde está como una horrible escena en pausa, cuando regresé, solo lo echará todo en una caja y lo sellará con su nombre arriba antes de mandarlo por el correo, como para disimular.


Kakashi siente el deseo de ir ahí, de entrar por la ventana, de tomar sus cosas, de despedirse de los detalles de esos cuartos, de acariciar el marco de la puerta y el borde de encaje del sofá, de oír rechinar la madera bajo sus pies una vez más.


Pero ahora no puede sino mirar con pesar todos esos detalles. Todo en sus recuerdos se vuelve opaco, empañado, melancólico, casi demasiado viejo.


El dolor de sentirse ajeno lo atenaza. No era parte de eso. No era parte de nada de eso.


Se siente de pronto impuro e inmerecedor, las cosas han cobrado un aire demasiado bendito, demasiado inmaculado. Él ahora es un monstruo ajeno que no tiene derecho de mirar ni de tocar.


Nada le pertenece. Nada es suyo, nunca fue suyo, ni siquiera Gai. Especialmente Gai.


No hay nada para él en ese lugar.


Cada cosa en su casa se burla de él. Fue esto por lo que siempre luchó, fue esa soledad a la que se aferró. ¿Y le había gustado al final? ¿Le había servido de algo? No.


Había estado peleando por las cosas equivocadas. Había hecho todo mal, le había salido todo al revés.


Gai tenía razón. Seguía suspendido en el pasado, el pasado que tanto había dicho que ansiaba, que en realidad solo lo había podido lastimar.


Ahora, nada. Está parado en el principio con las manos vacías porque no ha podido ser capaz de capturar la felicidad. La vida se le fue en eludir el brillo de las mariposas de papel, y cuando quiso hacerlo estas ya se habían marchado fuera de sus manos.


El reloj al fondo hace un sonido horrendo con cada segundo. Cada minuto que pasa lo hace sentir desesperado, como si estuviera perdiendo el tiempo, como si tuviera que estar haciendo algo para cambiar y la ansiedad lo consume. Quiere llorar porque no puede hacer nada más.


Mira la hora, son las once y media de la noche. No quiere ir a la cama. No sabiendo que cuando despertara Gai ya no iba a estar en la aldea, no al saber que no tenía idea de cuándo iba a regresar.


Shikamaru se lo había preguntado, Gai le había dicho que no sabía cuándo.


— Cuando esté listo — había murmurando al final, pero nadie lo había podido interpretar.


Había sido el propio Shikamaru quién había firmado y aprobado su baja temporal. Gai lo había mirado con la firma a medias afuera y le había dicho que si no lo aprobaba se irían de todas maneras.


— ¿Van a desertar? ¿Si no se aprueba ustedes simplemente...? — Gai había tomado su cinturón con la bandana en su mano en una obvia respuesta. Rock Lee lo había imitado sin dudar.


— Sí— había dicho.


Si no obtenía el permiso se arrancaría la banda de Konoha y se iría por la puerta sin la posibilidad de volver jamás. A Rock Lee poco le importa donde estaba mientras siguiera a Gai. Incluso había algo en sus ojos que parecía ansiar desertar y no volver jamás. Era joven e impulsivo, sin duda quería viajar y experimentar.


Shikamaru había suspirando y había firmado en nombre del Hokage. Su firma tenía el mismo valor en documentos como esos en circunstancias como esas y nadie le puso un solo pero.


Luego, la fecha de partida.


Kakashi ríe sin chiste cuando lo piensa, cuando escuchó a Gai hablar al otro lado de la puerta.


Era su última jugada, su última forma de burlarse de él, la última cosa que hacía falta para herirlo, para humillarlo, para estamparle en la cara que ya no le importaba.


— Quince de septiembre — había dicho Gai con seguridad.


La fecha de mi cumpleaños. Había pensado Kakashi con dolor. Gai se marcha el día de mi cumpleaños, precisamente en mi cumpleaños.


Por supuesto, a Kakashi nunca le había importado su cumpleaños. Lo olvidaba, lo pasaba como si fuera nada. No significaba nada, a Kakashi no le interesaba.


Pero a Gai sí, a Gai sí.


Recuerda entonces todos sus cumpleaños. Los regalos sorpresa, el pastel que llevaba siempre a la mesa, los colores innecesarios, los discursos largos, la insistencia en que salieran, en que Kakashi sonriera.


Ahora su regalo iba a ser su ausencia. Ahora no habría más extravagantes fiestas. Jamás.  


La idea lo hunde y lo deprime. Kakashi siempre había sentido un dejo de molestia y fastidio cuando Gai actuaba y montaba un espectáculo que nunca funcionaba para sorprenderlo. Creía que era demasiado infantil, lo avergonzaba un poco que lo llevara de esa manera, que le consiguiera globos o le cantara como si tuviera seis años todos los años.


Este año no. Le dice su mente. Este año eligió abandonarte. Te está regalando su ausencia y su silencio, como siempre deseaste. ¿No lo vas a disfrutar? ¿No lo vas a celebrar? Sus pensamientos son sarcásticos y ácidos. Su voz interna un regaño mezclado con un doloroso reclamo.


Habían pasado tres días desde eso. Se pregunta qué estará haciendo Gai, se pregunta si se acordará de su cumpleaños, si antes le dejará un regalo, si mirara el reloj ansiosamente como él lo hace, como lo había hecho todos los años para luego correr por las calles y abrir su ventana.


Feliz cumpleaños, Kakashi. Gritaba Gai en la madrugada. Decía que quería ser el primero en felicitar, decía que no sería digno de su rival si no lo hacía en los primeros segundos del día, porque tenía que ser especial.


Kakashi sonreía y fingía fastidio. Nunca tuvo la oportunidad de decirle que no hacía falta que corriera a la ventana a mitad de la noche para ser el primero en desearle un feliz cumpleaños.


En realidad, nadie más lo felicitaba. Nadie más lo recordaba.


Ahora quizá reciba una felicitación apresurada de Sakura. Naruto no lo recuerda, los demás son demasiado formales como para decirle algo, en la oficina Shizune sin duda se lo iba a recordar y por cortesía lo iba a felicitar.


Kakashi no quiere ninguna de esas cosas. Kakashi quiere despertar de esa pesadilla en la que está.


El tiempo finalmente se acaba. Es su cumpleaños. Sabe que Gai despertará muy temprano para irse junto al amanecer como tanto disfruta hacer.


Apaga la televisión y levanta su plato a la cocina. No tiene ganas de lavarlo y lo abandona en la inmundicia antes de volverse al baño y lavarse los dientes. Su cabello algo húmedo aun por su reciente ducha le parece un poco más gris, como color hueso en lugar de su típico blanco. Era el tono de cabello que Sakumo llevaba al morir.


Niega, al escupir el dentífrico se enrolla la toalla en la cara porque detesta mirar a su padre en el espejo antes de dormir.


Finalmente llega a su habitación. No necesita prender la luz para caminar hasta su cama y voltear las sábanas.


Sus ojos enfocan los cuadros fotográficos y suspira derrotado. Una parte de él se arrepiente de nunca haberse sacado una foto con Gai. Otra parte de él lo agradece infinitamente, de otro modo no haría otra cosa sino mirarlo y gimotear.


Desecha todos sus pensamientos y se recuesta a pesar de que sabe que no podrá descansar. El ejercicio ya no es una opción a esas alturas y se queda quieto sobre su almohada.


Se da cuenta que es viejo cuando el sueño empieza a amenazarlo. No puede creer que pueda dormir con tanta angustia pero ciertamente estaba cansado, ya no era lo mismo que cuando tenía veinte años.


Gira sobre su costado y se acomoda, algunas lágrimas brotan pero el ardor solo sirve para aumentar pesadez a sus parpados, para hacerlo sentir más fatigado de lo que ya está.


Al despertar, se dice, ya no estará.


Ya no estará…


El silencio se extiende entonces, es suave y algodonado, lo arrastra con facilidad a su pesadilla llena de cenizas amargas atoradas en el fondo de su garganta.


Luego, un toque.


Otro.


Un chirrido.


Golpe. Golpe.


Kakashi abre los ojos ante el susurro de su ventana golpeando la madera al ser forzada.


Al fondo el reloj avanza y llena con su repiqueteo la habitación antes de que el ruido de la ventana abriéndose estalle como un extraño y ahogado grito sobre la pesadumbre de la madrugada.


Reconoce entonces los sonidos, el siseo de un cuerpo deslizándose dentro, los movimientos de alguien más en la habitación, el suave timbre de su respiración.


Kakashi se gira al mismo tiempo que el sonido familiar de los pasos suena con tranquilidad y naturalidad contra su suelo de madera, un movimiento decidido y ruidoso, lejano a cualquier intento de disimular.


Sus ojos no tardan en toparse con una figura alta, con su figura alta. Kakashi no puede evitar emocionarse, no puede evitar ilusionarse y su corazón da un vuelco doloroso en su pecho.


Gai se desliza de entre las sombras con lentitud, como un ladrón, como un fantasma, como el hombre que siempre ha sido, como el chiquillo que se abría paso sin vergüenza ni miedo del otro lado de su casa.


Su silueta parece delinearse un instante con el fondo pardo de la ventana antes de que la proximidad le brinde a Kakashi una imagen clara y pueda deleitarse con su cuerpo sólido y sus rasgos que conocía con tanto detalle.


Se miran un momento. Kakashi teme a lo que ve, teme porque sospecha que está en un sueño, que se ha dormido, que ha caído en la ilusión de alguien, que su imaginación se ha vuelto demasiado grande y que pronto aquel ser desaparecerá, que sus fantasmas se burlarán y lo torturarán.


Parpadea, aprieta los puños y enfoca su atención en la realidad.


No es una ilusión.


Al lado de su cama, con su uniforme típico, con su cabello bien peinado, con su perfume a campos, está Gai.


Gai.


Kakashi se congela, un sinfín de ideas cruzan su cabeza. Quiere suplicar, quiere gritar, quiere incluso golpearlo, quiere sonreír y abrazarlo.


No sabe que esperar, no sabe si habrá más discusiones, no sabe si habrá golpes y rechazos, no comprende cuáles son sus intenciones pero es débil y en lo único que puede pensar es en arrodillarse una vez más y suplicar.


No puede, cuando hace amago de decir algo Gai ya ha sido más rápido.


Las palabras no atinan a llegar a su cabeza cuando los labios de Gai se aprietan con fuerza contra su boca y lo devora.


No hay explicaciones, no necesita explicaciones.


Se aferra a él sin pensarlo, se deja aplastar por su cuerpo, por sus manos que lo queman, que lo marcan, que lo excitan, que lo lastiman.


Gai se mueve bruscamente sobre él, como una bestia. Todo el tacto y la delicadeza que habían tenido en sus encuentros han desaparecido, se desvanecen, no parece ahora haber momentos para dudar, para meditar, para sentir dolor, para lamentarse, para quejarse.


Kakashi se siente contento con eso, con sus movimientos fluidos, con su hambre desesperada y ansiosa, con la forma en que puede recargarse en el colchón sin que sienta dolor, sin que su rostro se retuerza en sufrimiento, sin malestar, sin que dedos se aprieten la sábana con desesperación y humillación.


Llora sin poder contenerse, las emociones son demasiadas y lo sobrepasan, lo hacen sentirse afectado y atrapado entre una incontenible felicidad y una extraña sensación de tristeza y turbación. No puede creer que esté ahí, no puede con la idea de lo mucho que lo extraña y le hacía falta. Se siente de pronto golpeado fuertemente por una sensación de calma y satisfacción que la vida se le atora y se le hace un nudo en la garganta.


Un hueco enorme en el pecho de Kakashi se remueve con todo eso. El hoyo lleno de oscuridad tiene su forma y Gai se acopla. Ha entrado por el hueco que le ha dejado la vida, se ha instalado y ha hecho suya su vida. Solo él tiene la capacidad de encender su luz imaginaria y hacerlo querer avanzar.


Sorbe por la nariz y se deja caer contra las almohadas porque el llanto es demasiado fuerte, porque se siente demasiado conmovido y tocado, porque ya no tiene barreras ni escudos, porque se siente afectado y no tiene fuerzas para intentar luchar contra algo.


Se aferra a Gai con todas sus fuerzas. Lo abraza como un niño a su padre, con tanto desconsuelo que resulta en un acto desahuciado, como si se estuviera desbaratando, como si estuviera muriendo.


Su garganta desgarradoramente apretada le impide respirar y se ahoga en un mar de sus lágrimas y sus palabras. De forma suelta siente los brazos de Gai rodeándolo antes de que corresponda a su abrazo con una fuerza tan reconfortante como asfixiante.


Su mano firme contra su cabeza cuelga y lo aprieta. La calidez de su respiración golpea su piel y el rostro de Gai se encaja cómodamente en el espacio de su cuello.


Kakashi solloza en ese abrazo, en esa unión, en ese momento que se dispara en lo que él conoce como eterno.


El aliento de Gai roza su oreja y sus labios besan su hombro hasta su mejilla. Hay algo en su respiración que le dice en secreto demasiadas cosas, un punzante hilo que se aferraba como un gancho a una idea llena de pánico.


Gai se separa entonces. Sus ojos negros lo miran fijamente como dos pequeños soles oscuros. Su mirada perdida un momento entre los hilos que se desgarran de algún extraño pensamiento antes de que su rostro vuelva de nuevo a la vida con un gesto y le sonría.


Luego, abajo.


Kakashi sostiene el aliento cuando Gai mueve las manos. Es demasiado bueno haciéndolo y Kakashi queda en una desnudez total en un parpadeo.


Las manos de Gai se sienten hirvientes contra su piel, contra sus pectorales, contra el interior de sus muslos que de pronto acaricia y abre.


Los pensamientos desaparecen cuando Gai se desnuda con la misma habilidad. Kakashi mira un momento su pierna falsa antes de ignorarla.


Gai respira un momento, de rodillas frente a él. Su pecho subiendo y bajando lo encandila y sobre su piel nota algunas líneas brillantes que resaltan, las pocas cicatrices que dejó la octava puerta delineándose contra su figura tersa.


Le parece ahora algo extremadamente sexy y levanta los dedos para acariciarlas, para recorrerlas con la punta de sus yemas y luego llevar sus labios a ellas.


Gai no se lo permite. Es él quien se mueve en contra de su cuerpo y traza con la punta de la lengua la forma de su ombligo y su abdomen antes de llegar a sus piernas, las cuales muerde y aprieta.


Lo separa y se acomoda entre su ángulo. Sus besos siguen bajando hasta llegar a sus pies, los cuales también besa con el mismo deseo y placer.


Kakashi gime ante ese contacto y se retuerce contra las sábanas. La tortura es deliciosa y permite que Gai siga chupando lo que le plazca, no le interesa que duela, no le interesa que con cada contacto iba a dejarle una marca, no le importa nada pensar en que iba a dejar grabados sus dientes contra su piel.


Gai parece jugar con él como un enorme animal con una doblegada presa. La punta de sus dientes se desliza por su clavícula y más rastros de sus duros besos quedan grabados en él.


Sus manos también tocan a Gai todo lo que puede. Le clava los dedos, le aprieta los hombros y le hunde las uñas contra sus brazos, aun así sus movimientos carecen de fuerza y malicia y apenas puede hacer algo antes de que Gai lo detenga de un dominante manotazo.


A Kakashi le gusta ese dominio, la sumisión que lo envuelve no es más que un puñado desesperado de amor y una enceguecida devoción.


Ya no siente que se pertenece, ya no siente que su cuerpo sea suyo y ni siquiera se cree merecedor de una mitad. Todo, absolutamente todo, lo quiere para Gai.


Las manos de Gai han vuelto a ser rasposas y cuando sus dedos trazan un camino hasta su cuello se sienten como el desliz de una encantadora y firme lija que lo intimida.


Finalmente obtiene entonces lo que tanto había extrañado.


La mano derecha de Gai se cierra alrededor de su cuello con una exquisita y medida fuerza.


La excitación salta a su cuerpo de forma violenta e inmediata cuando su garganta se cierra contra la renovada fuerza de su mano ancha. Desde su lugar sus ojos parecen perdidos un momento en el techo antes de reparar en las curvas firmes del brazo toscamente torneado de Gai.


Las venas marcadas lo estimulan y se siente desesperado por qué siga, por qué lo domine aún más.


Gai parece tardarse un momento y suelta a Kakashi para acomodarse sobre su cuerpo.


Esta vez no hay juegos, esta vez no parece vacilar en algún sentido y las barreras y los tabús han desaparecido como si todo el miedo y la indecisión hubieran sido arrancadas también de su ser.


Kakashi sabe lo que sigue cuando Gai mueve las manos hacia el centro de sus muslos. No habían llegado tan lejos, no habían podido tener sexo real por comodidad y por estúpidos y añejados miedos.


Gai ni siquiera lo mira cuando lo invade con un dedo. Se siente demasiado seco y doloroso pero no se queja, simplemente aprieta los dientes y se tiende, quiere decirle a Gai que lo haga de una sola vez si quiere, que lo use de la forma en la que se le plazca, pero la urgencia se ve un poco minimizada por el pinchazo interior y se deja tratar en su lugar.


Gai parece saber cómo hacerlo, pero Kakashi sabe que su seguridad puede ser sobrepuesta, sabe más que nadie que no tiene experiencia y que en alguna parte tiene miedo de hacerlo mal.


Pero Gai es fuerte nuevamente. Parece lleno de esa seguridad extraña y antinatural que lo haría saltar a un precipicio sin pensárselo dos veces.


Kakashi sonríe ante eso porque la considera su mejor cualidad. Gai no piensa, Gai siente. Solo siente. Es un genio en el concepto de comunicarse con el cuerpo, de sentir con él, de no dudar, sino de hacer.


Las manos de Gai le acarician los muslos y el miembro. Todo pensamiento que intenta formarse se desvanece y se aplasta ante su gesto, ante la forma en la que lo rellena y lo toca desde adentro.


No espera demasiado. Sube unos momentos para besarlo, su aliento extremadamente cálido le llena la boca y su lengua parece inquieta y desesperada metiéndose lascivamente hasta hacerlo perder la respiración y la calma.


Gai se mueve. Sus labios marcan un camino sobre su cuello y le clava los dientes sobre el hombro suavemente antes de recargarse contra su cuerpo y levantar sus piernas sin alguna clase de tacto o piedad.


Kakashi suspira soñadoramente ante su brusquedad. Está vivo. Piensa, y ante sus ojos se vuelve el ser más valioso, la cúspide de lo que él podría considerar felicidad. Su felicidad.


Se deja encantar por su rostro demasiado masculino que lo hace lucir entre cruel e inhumano. Le resulta encantador de pronto y sube las manos para peinar el cabello de Gai hacia atrás y se aferra a su cuello para besarlo de nuevo.


Gai corresponde con demasiado ímpetu y luego lo recuesta con algo de delicadeza.


Se pega finalmente a su cuerpo. Le lleva dos movimientos estar dentro y a Kakashi le da vueltas la cabeza cuando el dolor y la incomodidad lo inundan.


Aprieta los ojos y se deja vencer hacia atrás. Las imágenes pasan rápido dentro de su mente, diluidos recuerdos sobre cosas sinsentido se enfilan en contra de sus pupilas como cadenas extrañas que hacen ruido antes de tronar contra sus oídos.


Grita con el primer movimiento. Sus ojos se abren de golpe y apenas tiene tiempo de gesticular un par de sílabas antes de que su respiración se vea cortada por la mano de Gai que ha vuelto de forma firme en su garganta.


Su cabeza se aplasta contra la almohada y el mundo le da vueltas.


El humo rojo de la última puerta llena sus párpados antes de que se desvanezca bajo un redondo y brillante sol.


Sus recuerdos viajan por su cuerpo arrastrados entre sus venas, cada uno un sentimiento extraño de pánico, un desesperado intento de olvidarlos.


Todo desfila unos momentos por su piel antes de que las manos de Gai lo atrapen en el fondo de su cuerpo. El sabor a sangre en la boca, el olor a cenizas, el olor a carne derretida, el ardor de las heridas, el frío de las lágrimas, las cicatrices que nunca, nunca, sanaban.


Ahora, no hay dolor.


Finalmente no hay dolor.


Las cosas malas se sacuden con el movimiento constante y sinuoso de su cuerpo. Cada embestida traducida en un exorcizante acto benevolente que le arrancaba de tajo cada aterradora sensación.


Kakashi prueba por primera vez la tranquilidad.


El sabor de la sangre abandona su paladar y puede respirar aire limpio. Casi había olvidado como se sentía, casi había olvidado a qué sabía la vida.


Su mano ya no tiene sangre, los fantasmas se deshacen y se marchan. Lo han perdonado. Él los ha perdonado. No existen. Carecen de relevancia y se hacen polvo blanco que se va lejos por la ventana.


Aprisionado de esa manera se siente libre. En algún punto quiere imaginar a su propia alma siendo tocada, siendo acariciada y amada.


Se ve de pronto en el patio de su casa. Es un niño de nuevo, es joven, prodigio, tiene un futuro por delante, no tiene cicatrices, nada le pesa al caminar, no lleva ninguna cadena sujeta a su pierna.


Sakumo lo toma de la mano y le habla mientras caminan por las calles hacia el parque. La gente los saluda y les sonríe. No hay preocupaciones, no hay arrepentimientos. Puede empezar de nuevo.


Puede empezar de nuevo.


Su mano se mueve sobre la cama y busca la mano libre de Gai.


Este lo atrapa antes de que pueda hacer algo y envuelve su mano, entrelaza sus dedos, acaricia sus nudillos con amor y le comparte su calor.


Kakashi llora de nuevo. El sol resplandeciente como la yema de un huevo reverbera sobre su rostro y lo enceguece. El brillo resurge y entra en su cuerpo, lo envuelve de alguna manera que, extrañamente, no duele pese a tenerla de frente. La eternidad le golpea las venas y se revuelve entre su sangre, su corazón se hace pequeño y grande en su pecho, se agita de forma ardiente y se dilata contra el ritmo de su respiración.


Cada célula de su cuerpo arde en las llamas ficticias de su acto. El fuego finalmente no es azul, tampoco rojo, sino blanco. Blanco. El sonido de un huevo rompiéndose se repite contra su cabeza. El humo del aceite salpicando parece tronar en algún lugar de su corazón.


Aprieta sus piernas alrededor de Gai, profundizando. Este se revuelve y suelta su cuello para colocar su mano a un lado de su rostro y volver a besar sus labios.


La escena se romantiza y suaviza. El placer cae en ambos y la vida se escurre entre sus manos, entre el puño que forman los dedos de ambos, entre el agarre firme que tienen sus manos fuertemente entrelazadas en una íntima unión.


Gai se inquieta en un momento. No necesita decirle que está cerca.


Su mano se mueve al centro de sus cuerpos y lo acaricia para que pueda alcanzar el éxtasis de la misma manera. Su mano toma el ritmo de las estocadas y todo se ve desvanecido bajo el pesado golpe de placer.


Cierra los ojos cuando llega. Su aliento se desborda sobre el rostro de Gai y su mano se aprieta.


Su orgasmo no se ha desvanecido del todo cuando los dedos vuelven a su garganta y lo hacen callar. Gai se concentra entonces en sus propios movimientos, en su propio placer.


Cierra los ojos y lanza hacia atrás la cabeza mostrándole a Kakashi la garganta.


La imagen es suficiente para hacer que Kakashi sienta otro hilo de excitación y placer.


El dolor ahora no significa nada y deja que Gai se deshaga dentro de él. Disfruta casi enfermizamente la forma en la que se vierte, la idea le parece erótica y se restriega contra su sexo buscando poder sentirse lleno más tiempo.


Luego, termina. Sus respiraciones llenan la habitación unos momentos y sus ojos se pierden en las gotas de sudor que resbalan del cuello de Gai hasta su pecho.


Kakashi se mueve en la cama esperando a que Gai baje a él y lo abrace, para que se recueste a su lado y duerma tranquilamente sobre su brazo, entre sus manos, al lado de sus labios.


Gai, sin embargo, lo suelta.


El frío que lo golpea lo hace temblar y se siente demasiado vacío cuando Gai se aparta de su cuerpo.


Kakashi lo mira con duda y ansiedad, extiende los brazos esperando los suyos, pero Gai se levanta de la cama de un suave salto y comienza a vestirse apresuradamente sin siquiera dirigirle la mirada.


— Gai… — lo llama, un nudo se aprieta en su garganta y mira la escena con incredulidad y negación — ¿Qué haces?


— Me voy — le responde apenas, su voz es una extraña silaba sin emoción.


— ¿Qué? — Kakashi se mueve entre la cama y se sienta — ¿A qué te refieres? ¿De qué hablas? — su voz tiembla y se quiebra, sus ojos suplicantes buscan los de Gai pero este se gira al otro lado sin darle la oportunidad — Pero, ¿y lo que acaba de pasar? Gai, nosotros…


— Es un pago, ¿sí? — Gai frena sus movimientos y lo mira. Su rostro ahora torcido en algo que Kakashi no sabe entender — Es un regalo.


— Gai, ¿de qué estás hablando? — su tono suena histérico y sus manos se mueven hacia Gai con la intención de tocarlo pero este se aparta velozmente dando algunos pasos.


— Es mi forma de darte las gracias — sonríe de forma vacía y angosta su mirada hacia él — Es la manera en la que puedo cerrar y terminar el ciclo. El vínculo.


— No — Kakashi niega — No puedes estar hablando en serio — su cuerpo tiembla y se siente expuesto, una burla, un cruel juego.


— Esto no significa que me retracto de lo que he dicho antes — Gai levanta su chaleco y se lo monta en un movimiento — Es solo… mi adiós — lo mira sobre su hombro antes de volver su vista a la pared.


Bajo la ventana hay una caja sellada. El nombre de Kakashi escrito con rotulador está escrito en un lado. Sin duda son las cosas que se había dejado en su departamento.


— No — Kakashi tiembla de miedo y de dolor — No puedes venir aquí y hacerme esto, Gai — un nuevo llanto comienza — No puedes venir y hacerme creer que todo está bien y luego…


— Ya, Kakashi — Gai lo mira con fastidio y niega lentamente — No digas nada. No hagas más drama.


Las palabras son un balde de agua fría sobre Kakashi y se congela ante el nivel de crueldad y desconocimiento que lo envuelve.


Gai le da la espalda y levanta su banda en su mano derecha. Sus pasos se mueven por la casa y se dirige con un poco de prisa hacia la puerta.


Kakashi no puede permitir nada de eso, no puede permitir que se vaya, no puede creer que se vaya, no puede entender nada.


Lo sigue entonces como un cachorro perdido, corriendo detrás de él, humillado, dolido, desesperado, completamente desnudo y con el cuerpo desbaratado.


Pero hay algo en la actitud de Gai que lo hace detenerse bruscamente en el pasillo. Mira a Gai detenido en la entrada, su cuerpo se dibuja por el brillo debajo de su puerta y Kakashi puede entonces observarlo en su esplendor.


Sorprendentemente, en sus ojos solo encuentra una especie de burla, de altanería, de mofa para con Kakashi, para con la situación. En los ojos de Gai hay maldad. En los ojos de Gai se esconde una poderosa y extraña victoria.


Te gané. Dicen sus ojos, y sus labios se curvan en una sonrisa maliciosa, venenosa, satisfecha. Cruel.


Entiende entonces Kakashi el gravísimo error que ha cometido.


No había podido traer de vuelta a Gai, no podía revivir a los muertos, no.


No le había regresado su vida, le había dado una nueva vida.


Este Gai era uno nuevo, era alguien más, era alguien nacido en el futuro.


Se había equivocado tanto, tanto. Había sido un iluso al pensar que podía regresar si lo hacía. Era un idiota por creer que Gai era capaz de volver atrás.


Pero la vida no se movía en círculos. La vida era una vertiginosa línea recta en la que se enganchaba a máxima velocidad.


Gai, el nuevo Gai, le da una última mirada, rápida, sagaz, mordaz. En una parte al fondo de sus ojos negros y angostos parpadea un segundo la esencia del Gai en silla de ruedas. Pero este muere apenas un momento después bajo la sombra de sus dientes brillantes que resplandecieron en una sonrisa sostenida.


Una falsa, provocativa y desconocida sonrisa.


— Adiós, Kakashi — dice Gai con algo que imita de forma terrible a una triste y dramática despedida.


Kakashi lo ve claramente cuando Gai abre la puerta y se desliza afuera.


Le había dado a Gai una nueva vida.


Y en esa nueva vida no había espacio para Kakashi.


Gai lo había dejado atrás.


Gai lo abandonaba en ese lugar.


La puerta hace un clic suave contra la pared.


Es el sonido de la tapa de su ataúd cerrándose sobre él. 


[...]


La muerte dura cinco minutos, pero duele para siempre.


Gai piensa que es lo mismo para todo lo demás.


La traición, el abandono, el dolor, el miedo.


Nunca se van, nunca se van de verdad.


Gai se ríe sobre esa idea y sigue su camino por las calles de Konoha. El sol ha comenzado a puntear a lo lejos y el paisaje se pinta de un suave tono amatista antes de que su vista pueda dar más allá.


Lee lo espera en la entrada y lo saluda energéticamente con una mano. Una enorme mochila cuelga de su espalda y Gai se siente orgulloso de verlo marchar.


Los pájaros pasan cruzando, los guardias le dan los buenos días mientras las nubes se hacen hermosas y bellas, arreboladas con el brillo inquietante y renovador de la mañana.


Gai no mira atrás.


Se junta con Lee y le sonríe. Su pulgar se asoma y sus palabras enérgicas comienzan a saltar.


Gai cree firmemente en que volverá. No sabe cuándo, por supuesto, la gente amaba rápido pero odiaba lento. El placer del rencor era muchísimo más largo a cualquier otro. Se quería tomar su tiempo para olvidar, para sanar, para dejar de detestar.


Sonríe para sí mismo y suspira.


No, no es que ya no lo quiera, es que ahora se quiere más a sí mismo.


Y por primera vez, se prefería a él que a todo lo demás.


Por primera vez se había elegido antes. La abnegación siendo ahora un paso atrás.


— Sensei, deberíamos correr hasta el siguiente pueblo desde aquí — dice Lee animado, sus piernas parecen tensas y ansiosas por comenzar una carrera en ese lugar.


— ¿Recuerdas donde comimos aquella vez camino al País de la Tierra? — Lee lo mira extrañado y niega.


— Lo siento, sensei, pero nunca hemos ido juntos al País de la Tierra — dice confundido y se rasca la nuca con inocencia y cuestión.


Gai reacciona entonces a sus propias palabras.


El recuerdo parece turbio y se da cuenta casi torpemente que aquello no había pasado con Lee, sino con Kakashi.


La idea de haber revuelto esa memoria lo hace sentirse sorprendido un momento. Cada gesto y cada instante al lado de quien fue su rival había sido memorizado detalladamente por su corazón y su mente. Cada encuentro había sido una biblia personal.


Gai suspira. Las páginas de esa biblia se ven ahora nublosas y faltantes, muchas cosas siendo sustituidas, siendo borradas, confusas, sin importancia, todo arrojado al mismo cajón donde las cosas carecían del valor y luego las olvidaba.


Sus ojos miran a Lee.


No es Kakashi.


No es Kakashi.


No es Kakashi.


Y, paradójicamente, la idea no lo aterra ni lo entristece.


La idea lo llena de paz, de tranquilidad,  de felicidad.


No es Kakashi.


No es Kakashi nunca más.


Sonríe y suspira.


Parece como si nunca hubiera respirado jamás.


— Entonces, Lee, es momento de partir — dice con emoción y lo mira — Si no llegamos al anochecer al siguiente pueblo, daremos tres mil sentadillas, ¿qué te parece eso?


— ¡Inmejorable! — Lee levanta el puño y festeja. Sus pies ansiosos comienzan a temblar bajo el ángulo firme de sus caderas.


— ¡Bien! ¡Entonces andemos, Lee! — Gai levanta una mano y señala la puerta con intensidad — ¡Hacia el mañana!


— ¡Sí, señor!


[...]


Camina por las calles con tranquilidad. Su novela favorita descansa en su mano derecha y entre movimientos medidos se desliza entre la multitud hasta alcanzar los campos de entrenamiento al final de la aldea.


No hay llamadas inesperadas ese día, solamente un sol renovador y jubiloso que le calienta la espalda mientras busca un lugar donde desprenderse y descansar.


De pronto, por su mirada periférica, percibe una mancha verde que se agita de los árboles y salta ante él.


Kakashi se detiene en seco y mira sorprendido y nervioso a Gai, quien le ha cerrado el camino con su cuerpo de acero y le mira con ansia y felicidad.


— Kakashi, mi eterno rival — dice con alegría. Kakashi siente que la vida le vuelve de golpe con esas palabras, como si escuchara su voz por primera vez — Es hora de un nuevo duelo entre nosotros.


Gai sonríe y sacude suavemente la cabeza en negativa cuando Kakashi trata de pensar en algo para pedir perdón, para dar o pedir una explicación.


No hace falta, parece que le dice, tranquilo.


Gai extiende su mano hacia él y Kakashi duda un momento antes de finalmente tomarla. Quiere llorar, quiere llorar de felicidad.


Entonces... entonces Kakashi despierta en su soledad.


 


Final.

Notas finales:

Perdón si me pasé con el ooc de Gai. Pero creo que considerando las cosas la posibilidad era viable. El final así tan drástico era menester.


Los diálogos de la cascada de la verdad los saqué tal cual del tomo 54 del manga. Siempre se me hizo muy curiosa esa escena, siento que había algo muy, muy oscuro en Gai.


Bueno, ¿qué quise decir con todo esto?


Es claro:


Las personas no se pueden cambiar, solo se pueden amar.


Si Kakashi no soportaba vivir con eso, entonces no merecía volver atrás.


Creía que teniendo el amor lo tendría todo. Pero no fue así.


Pero, para la suerte de todos nosotros, canónicamente Kakashi puede con eso.


(Ah, solo como aclaración de la idea del principio, no era como si después hubiera podido nacer un GaiLee. Gai solo actuó así porque estaba emocionado de descubrir que había algo más allá de Kakashi, no porque pudiera tener algo con Lee. Digamos que luego encontró a alguien que lo amó y él amó se casaron tuvieron muchos hijos y fueron felices para siempre xd


Kakashi siguió solo porque, ja, se lo merece por sorra)


En fin, eso era todo.


Lamento profundamente si alguien llegó hasta aquí.


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