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¡Es tu turno! ||Sterek|| por Dark_Ness

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    El sonido de los pasos desenfrenados que venían del bosque indicaban, con una precisión clínica, que hora del día era. Casi como un reloj, muy puntual e infalible.

    Eran pasos agigantados: cargados de adrenalina y ferocidad. Característica de un animal salvaje. Uno que no pararía, a menos que estuviera en su lugar, hasta llegar a su meta.

    El hombre miró por la ventana y observó como el ocaso bajaba lento por la montaña. Su taza de café seguía emanando vapor, y el cálido olor le golpeaba la nariz, susurrando un suave arrullo. La noche, sin embargo, no sería tan amena, al igual que lo era el café, y él lo sabía cuando observó como su manada venía siendo perseguida por muchos desconocidos más.

    Los aullidos furiosos de algunos lobos indicaban una alerta para el resto de la manada. Una ruta de escape que necesitaba ser ejecutada antes de que ellos fueran asesinados. Y Stiles, en su humilde punto en el bosque de Beacon Hills supo lo jodidos que estaban, solo que no se percató si había descubierto la amarga verdad después del primer trago de café o cuando escuchó el corrido de lobos.

    Con rapidez, pero sin querer botar su bebida, el hombre se apresuró a ir hasta la habitación que servía como un almacén de armas contra las criaturas salvajes. En sus años en la manada, después de haber dado su brazo a torcer, comprendió que tener ventajas sobre aquellos seres "invencibles" era lo que los salvaría alguna vez de un incidente. Aun cuando todos los lobos estaban en contra de la idea de que él se convirtiera en un científico que usaría a sus compañeros de equipo como conejillos de india.

    Con los gruñidos muy cercanos a su puerta, Stiles tomó un par de flechas hechas de madera del árbol serval con las puntas de plata forjadas en base de acónito, y se las equipó junto al carcaj con el arco. Después de haber sido atacado un par de veces, comprendió que Allison tenía razón, lo que lo llevó a comenzar a entrenar con algo más que su bate de aluminio e ingenio; por lo que su puntería había mejorado en un rango de 10 a 10.

    Aunque, teniendo en cuenta que con el paso de los años, las aventuras de Scott y Allison de ser embajadores con otras manadas había levantado más enemigos que aliados, tenía que tomar acción para no morir por un mordisco.

    Stiles suspiró ante la idea de la muerte y, con tres respiraciones —tal como su terapeuta le había enseñado— alejó el inicio de un pensamiento tormentoso sobre esa parte de su vida que empezaba a asimilar.

    Caminando con más calma, y dándole un largo trago a lo que quedaba de café en su taza, salió del almacén y corrió hasta la entrada. Necesitaba tener un tiro limpio, uno solo, y acabaría con los intrusos.

    Abrió la puerta, y colocándose en posición, dejó que sus compañeros lobos se dispersaran para comenzar a disparar.

— ¡Hazlo! —gritó Erika, quien venía corriendo con sangre brotando de su pelaje.

    Stiles no lo dudó ni un segundo y disparó la primera flecha.

    Tal como Allison le había enseñado, apuntó al blanco y se relajó, dejándolo fluir al igual que el agua que baja por la montaña.

    El sollozo de un lobo herido se escuchó en el aire, y pronto Stiles comenzó a lanzar más flechas.

    Los enemigos se dispersaban para hacerle difícil el tiro al hombre, por lo que los lobos de la manada de Derek se encargaron de atacar y morder a aquellos que querían aproximarse a la zona segura.

    Stiles lanzaba flechas a diestra y siniestra, hiriendo y haciendo caer a los lobos que tenía su alcance para facilitarle la tarea de caza a sus amigos.

    Solo que las flechas no eran eternas, y pronto se dio cuenta de que comenzaba a quedarse sin ellas.

    No había problema, después de todos, esos lobos morirían.

    Si no lo hacían por el veneno letal de las flechas, lo harían por causa de las feroces mordidas de sus amigos. Sin embargo, Stiles prefería que murieran lejos de la casa. Él era un hombre —sabio, según algunos— que entendía como deshacerse de los conflictos y las pruebas de un crimen. Pero siempre era mejor para él que los cuerpos estuvieran lo más lejos posible de las áreas las cuales policías podían identificar las huellas dactilares de las víctimas y enlazarlas con las de él.

— ¿En dónde están los demás? —preguntó el hombre cuando Erika se acercó a él. Ella rompió la camisa de él con la finalidad de hacerse un torniquete improvisado—. ¡Pero bueno! Sabes que dentro de la casa tengo un botiquín que... ¡Cuidado!

    Stiles desenfundó una navaja que cargaba en el cinturón y apuñaló al lobo que se lanzaba con furia sobre ella y él.

— Buenos reflejos —suspiró Erika sin aliento—. Sí que has mejorado bastante.

— ¿Qué hicieron ahora? —Él ignoró el halago de su rubia amiga mientras se quitaba el lobo de encima— ¿Y ellos que pintan aquí? ¿Por qué hay tantos?

— Haces muchas preguntas —Erika gruñó—. Derek es que sabe quienes son estos. Nosotros solo estábamos patrullando en la zona.

    Stiles observó como Scott mordía el cuello de un lobo marrón y lo lanzaba al suelo, dejándolo convulsionar hasta ir lento al camino de su deceso. Stiles, unos años atrás, se hubiera asqueado por lo que acababa de observar; más sabiendo que el causante de esa muerte era su hermano del alma, pero en esos tiempos actuales que corrían, cualquier cosa era válida para justificar y asegurar la sobrevivencia del grupo.

— ¿Y dónde está él? —Stiles preguntó ayudando a la chica a sentarse. En la distancia, veía a sus amigos peleando contra los lobos, venciendo uno a uno.

— No lo sé —Ella arrugó el rostro mientras trataba de mover su pierna. Stiles observó como los lobos retrocedían, entre cojeras y aullidos—. Se supone que él estaba detrás de nosotros, peleando contra el líder de la otra manada; pero no logro verlo.

— ¿Hay otro alfa aquí? Esto es malo —Stiles murmuró, ahora preocupado porque la noche había caído y no podía ver—. Entre los relatos de Deaton no hay mucho sobre armas contra los líderes de las manadas.

— Al diablo con él y sus cochinos libros —se quejó—. Tú ya eres un druida por si solo, ya deberías saber qué hacer.

— Por supuesto que sí. En la universidad estudié "comportamiento lupino", y en la introducción a la carrera me dieron "muerte a alfa 101".

    Erika colocó los ojos en blanco, pero logró incorporarse.

    El silencio, sin embargo, vino unos segundos después luego de que el último lobo enemigo abandonó el perímetro cercano a su morada.

    Fue entonces que él escuchó como el trote suave de sus amigos se aproximaron a su casa. Se relajó un poco.

— Entren —les dijo a todos los lobos. Ninguno de ellos chistó y caminaron dentro de la casa—. Necesito que me digan que acaba de suceder.

    Ni un lupino le respondió de inmediato, por lo que Stiles entendió que la lucha fue muy dura. Él tomó a Erika, y acomodando su brazo por los hombros de él, la ayudó a caminar dentro de la casa para resguardarla del frío y darle los primeros auxilios.

    Solo faltaba Derek.

   Pero no había rastro de él.

— Ok, miren —Stiles habló una vez entró y observó a sus amigos tirados en la sala, como si estuvieran muertos. Al menos ya no eran animales salvajes—. ¿Pueden ser tan amables de explicar qué fue lo que acaba de pasar allá afuera?

— Dame unos minutos —Isaac suspiró—. Necesito recuperar el aliento primero.

— Y por favor, trae un botiquín —pidió Scott, quien tenía un enorme mordisco en el trecho entre su cuello y su hombro. Se veía hecha mierda, en la humilde opinión del dueño de la casa—. No creo que podamos regenerarnos con facilidad sin ayuda extra.

    El hombre, cansado de las tonterías, colocó los ojos en blanco.

    Cuando regresó a la manada, no pensó que tomaría el papel de enfermera.

    Pero por desgracia, alguien tenía que serlo si no quería que el equipo muriera a manos de la incompetencia e infecciones.

    Stiles caminó hacia el baño de invitados, donde guardaba el botiquín de primeros auxilios canino para ocasiones de emergencia, y esperó que las hierbas que poseía fueran suficientes. A veces era complejo tener todo lo que se consideraba necesario para atender accidentes y sus derivados. Sus amigos no eran como la media, al igual que sus heridas; por lo que cada vez que sentía que tenía algo parecido al paracetamol para hombres lobos, surgía un nuevo desafío que no se curaba con nada. Stiles contempló al vacío mismo durante unos segundos, creyendo en lo mucho que le llegó a joder la paciencia a Deaton, y de como él no lo valoró cuando pudo.

    No es que el antiguo druida estuviera muerto, ni nada por el estilo. Pero tampoco estaba disponible para la manada por problemas internos que tuvieron lugar unos años atrás, por lo que Stiles podía considerarse el nuevo druida de la manada.

— Amigo, necesitamos ayuda —Scott gritó desde la sala—. Alguien empieza a desangrarse aquí y no sabemos como detener la hemorragia.

— Pero si Isaac estudió medicina —Stiles gritó de vuelta mientras buscaba el botiquín—. Él, como mínimo, debería tener conocimientos de que hacer en caso de emergencia.

— Estudié enfermería —corrigió Isaac, quien apenas podía aguantar el dolor agudo que una de las mordidas de esos odiosos lobos le había hecho en la pierna—; pero tuve que interrumpir mis estudios porque alguien... no supo como hacer relaciones diplomáticas.

— Para estarte desangrando por un descuido, estás hablando mucho —Scott le replicó molesto—. Amigo...

— Ya, ya —tomó aquello que había buscado—. Ya voy a salvarlos.

   Stiles regresó a la sala y comenzó a repartir algunas cosas del botiquín a aquellos lobos que se veían más cuerdos, porque tenía que curar a los que estaban muy graves.

*

   Verán, el tiempo había transcurrido muy rápido en la vida de los nuevos adultos de Beacon Hills.

   La escuela secundaria fue una etapa muy importante para cada uno de los integrantes de la manada. Pensar en que habría sido de sus vidas si no se hubieran definido como lobos era un lujo que ellos no se estaban tomando, por lo que, comprendían que agradecer y seguir adelante era sinónimo de crecer como persona. Eso les dejó entender que cada etapa, por muy relevante que fuera, debía cerrar de alguna forma; así que, cuando se graduaron y lograron conseguir sus cupos en la universidad, cada uno, muchos de ellos siguieron sus sueños y continuaron su camino.

    Derek entendió que la manada no podía plantarse en ese pequeño pueblo para siempre. Ellos no eran un Hale. Sus amigos tenían futuros, vidas, esperanzas, metas y objetivos que lograr; así que cuando el último de ellos partió, Derek les recordó que siempre tendrían una casa a la cual volver si decidían regresar a Beacon Hills.

    La ruptura de la manada era inminente.

    Pero a diferencia de las veces anteriores, donde la tensión causaba muchos roses innecesarios; este hasta pronto fue un poco más llevadero, en especial porque no existían motivos de rencor de por medio.

    El último en irse, más por aceptación de la academia que por otra cosa, fue Stiles.

   Él fue quien observó, junto a Derek, como sus amigos comenzaban a marcharse en busca de su futuro.

   Boyd, por extrañeza, fue el primero en partir. Su habitual silencio respetuoso ayudó a sorprender al equipo al anunciar que se iría a una universidad en el sur de Florida. Erika lo sabía, por supuesto, por lo que no rompió en llanto cuando escuchó la noticia; pero aun así, se podía notar su descontento desde lejos. Ella también se iría a Florida, a costa de renunciar a la universidad que le había dado un cupo, para inscribirse en un instituto cerca de donde estudiaría su novio.

    La ida de ambos no se dio al mismo tiempo.

    Pero fueron los primeros en partir.

    Después de ello, en ese verano, llegó la ruptura de Jackson y Lydia —lo que a nadie le pareció sorpresivo, ya que ellos eran el arquetipo de pareja tóxica para el grupo. Jackson solo no pudo continuar con el secretismo y terminó sincerando su mente perturbada con su novia: No podía seguir con ella porque amaba a alguien más. Lydia lo tomó bien; tanto como podría hacerlo una adolescente que atravesaba por estrés universitario. Permitió que la transición fuera fácil entre ellos, y dejó que Jackson se marchara de la casa que ella había obtenido con la finalidad de vivir con él. Eso le regaló tiempo que dedicaría a sus estudios; pero hasta una mente tan increíble como la de Lydia, no podía concentrarse en nada cuando muchos problemas le vinieron encima; por lo que ella terminó dejando el pueblo para irse a vivir a Boston. Desde entonces, nadie supo nada más de Lydia.

   Ella fue la tercera en marcharse.

    Jackson, por otro lado, se sentía libre por primera vez en mucho tiempo.

   Sin tener en la nuca el constante peso de la perfección artificial que debía sostener, se convirtió en la mejor versión de sí mismo. Fue una persona más tratable y nueva que, a ojos de todos, se volvió muy agradable de tratar. Incluso Stiles, quien tenía un prejuicio contra él, comprendió que las personas sí podían evolucionar en una diferente por completo. Esta vez, de manera positiva, y no tan sobrenatural.

    La sorpresa vino cuando Jackson comenzó a salir con Isaac.

    Para los que quedaban en Beacon Hills, fue una inmensa sorpresa enterarse de que el heredero del imperio Whittemore no continuaría con la línea de sangre de la manera tradicional. Y, aunque ellos tenían el poder del dinero a su favor, hubo algo que nunca pudieron resolver: el prejuicio de un pueblo entero. Así que, después de unos meses muy duros para los dos, y con las respuestas de sus universidades, ambos decidieron marcharse a seguir sus sueños sin la innecesaria opinión de muchos vecinos.

    Según el par, Francia les había recibido con los brazos abiertos. Incluso a Isaac, quien dejó el manto de Derek para caminar al lado de Jackson durante la nueva etapa de la vida conocida como la adultez temprana.

    Eso dejaba a solo dos pares de la manada, o lo que era, en Beacon Hills.

    Derek, Stiles, Scott y Allison.

    A él le hubiera gustado decir que quedarse al lado de su hermano del alma durante muchas etapas de su vida fue lo mejor que le había sucedido en su existencia. Dios sabe que sí. Pero, por tristeza, la historia fue otra.

    Allison Argent, la chica prodigio de los cazadores franceses, quien había conseguido mantener su legado bajo una tregua extraña con sus padres y los lobos; logró meterse en un enorme conflicto bélico con su inseparable novio alfa.

    Para ser justos, ni siquiera fue culpa de ella. Allison solo funcionaba como traductora en una especie de reunión con una manada que se desplazaba por el país en busca de un lugar en donde poder asentarse. Derek no pudo asistir esa vez, porque tenía que cumplir con alguna labor Hale en el lado humano; por lo que le dejó toda la responsabilidad a su mano derecha en términos de lobos. Igual, no era la primera vez que pasaría ese tipo de reuniones, por lo que no tenía que temer que algo peligroso sucediera.

    ¿Verdad?

    En media general, Derek no se equivocaba. Solo que una mala elección de palabras por parte de la otra manada fue lo único que se necesitó para desatar un conflicto que duraría un tiempo considerable. Uno que terminaría en sangre derramada y amenaza de toma de territorio si Derek no se presentaba a hablar en persona.

    Él lo hizo, por supuesto. Y el precio a pagar fue muy alto.

    La expulsión de Allison y Scott.

    Más por seguridad, que por una verdadera traición.

    Eso, en pocas palabras, fue el penúltimo clavo en el ataúd.

    Stiles no podía creer como Derek había aceptado ese acuerdo tan inescrupuloso contra su propia manada. Años de servicio, de ayuda, de lealtad —casi— y aventuras se habían destruido por una decisión tonta.

    Pero Derek seguía siendo el alfa, por lo que la pareja no chistó ante su orden y en pocos días abandonaron Beacon Hills en busca de refugio.

    Scott y Stiles tuvieron que separarse entre lágrimas el último día de agosto, cuando el sol comenzaba a ocultarse en las montañas.

    Derek observó todo desde la lejanía, sintiendo una profunda pena, pero con el amargo pensamiento de saber que no podía hacer nada más que desearle la buena fortuna a sus compañeros hasta que pudieran volver a encontrarse en algún momento de sus vidas.

    Eso dejó a Derek y a Stiles solos, como los únicos integrantes de la manada, hasta que recibiera la respuesta de la academia.

    El verano había concluido, dándole la bienvenida al comienzo del frío otoño. Las hojas verdes y el viento cálido comenzó a apagarse, dejándole un espacio cada vez más grande al frío castaño característico del cambio de estación. Fue una fecha un poco complicada para él, porque con la despigmentación de las hojas y la transición del verano al otoño, Stiles comprendió que la etapa nueva de su vida sería lejos de ser amable y cariñosa; no estaría con sus amigos, ni con su familia, y por descarte, tampoco se quedaría en su hogar.

    Eso le dio un poco de ansiedad, una que no era difícil de llevar la mayoría de los días, pero que un paso a la vez comenzaba a ganar fuerzas en él.

    No fue hasta una tarde de septiembre que él recibió una carta en su casa, cuando Derek había ido a visitarlo, que hizo que la cúspide de la ansiedad se coronara con un fragante ataque de pánico.

    Era una carta de la academia en Quántico, con la respuesta afirmativa de aceptación de entrenamiento. En ella se especificaba la condición que se le había establecido al chico para entrar, de que estudiaría una de las carreras protocolares si quería postularse a la capacitación profesional al cargo de FBI; y de como tendría que seguir una serie de pasos.

    Fue, en pocas palabras, una afortunada noticia, porque entrar en la academia requería mucho protocolo que él en términos generales no cumplía. Más teniendo una beca en una universidad cerca del plantel gracias a sus notas. Era, en pocas palabras, la señal que esperaba para que su vida se encaminara a lo que él quería.

    Era todo lo que él anhelaba.

    Pero entonces, ¿por qué había tanto miedo en él?

    La terapeuta le confesaría luego que lo que él sentía era normal, que se debía al choque abrupto de ambiente y de la nueva independencia.

    Pero Stiles lo tomó por otra forma.

»— Felicidades —comentó Derek con una pequeña sonrisa—. Lo lograste.

— Gracias —respondió. Sus manos temblaban mucho, por lo que era difícil para él hablar y coordinar—. Supongo que sí.

— ¿Supones? —soltó una leve risa—. No todos tienen la suerte de que la academia haga una excepción de ingreso.

— Lo sé —respondió Stiles. Estaba comenzando a sentir mucho frío—. Es solo que... no puedo creerlo. Es como... Si esto fuera un sueño para mí.

— Tienes cinco dedos —Derek señaló—. Pero entiendo lo que dices. Así que... ¿Cuándo te vas?

— No lo sé. —respondió Stiles. El temblor en sus manos causaron la caída del papel al suelo. Estaba comenzando a sudar, y sus dedos se sentían resbalosos.

— ¿Estás bien? —Derek se acercó a él cuando el olor del pánico se hizo más fuerte. El muchacho comenzaba a verse más y más pálido—. Stiles... Stiles... Oye, ¿qué ocurre? Respira.

    Stiles pasó sus manos por su rostro, tratando de calmar el ataque empezaba a formarse. Fue, en vano, por la potencia del mismo. Pronto sus piernas perdieron el sustento y cedieron, dejando que el muchacho cayera al suelo. Derek, quien quería mantener su distancia con el chico, se aproximó veloz a recogerlo antes de que algo malo sucediera. Él no sabía que se tenía que hacer en momentos de pánico, más que todo porque su respuesta hacia los problemas era diferente; pero en lo que pudo pensar, apretó al chico, tratando de darle estabilidad mientras le hablaba palabras de afirmación.

— Stiles, respira. Estoy aquí. No te voy a dejar —Derek se enrojecía al susurrar aquello. El temblor no cesaba—. Vamos, espabila. Respira profundo. No hay ninguna amenaza.

    Stiles no lo veía así. De hecho, no podía ver nada. Su ansiedad lo estaba cegando ante cualquier pensamiento racional.

    Derek comenzaba a sentirse incómodo, no tenía ni la menor idea de como calmar un ataque de pánico.

— Cuenta tus dedos —Derek comentó, pensando en si aplicar la misma lógica de los sueños podría darle estabilidad al muchacho—. Vamos, cuenta conmigo. Uno... Dos... Tres...

    Con cada número que contaba, Derek le enseñaba los dedos de su mano a Stiles. Fue un trabajo duro, porque tenía que agarrarlo con un solo brazo y mantenerlo firme, mientras trataba de llamar la atención del chico en medio de su ataque. Stiles ya no era el mismo adolescente flaco de quince años que había conocido en el bosque, por lo que no podía sostenerlo como antes. Su cuerpo voluminoso y alto le hacía difícil la tarea, pero no imposible. Tras unos segundos de repetir los números, Stiles comenzó a contar también, consiguiendo calmar de a poco su ataque.

    Derek quería darse un premio. Pero prefirió guardarse su victoria.

— Uno... Dos... —Stiles susurraba con dificultad. Estaba sudando a mares, y el frío que sentía era insoportable— Tres... Cuatro...

— Cinco —contó Derek mientras descubría su mano por completo. Luego volvió a cerrarla, para iniciar la cuenta de nuevo—. Uno... Dos...

    Y así estuvieron hasta que Stiles logró conseguir el camino a través del pánico. Pronto, su temblor incontrolable comenzaba a menguar, teniendo pequeños espasmos que a Derek se le hacían más fácil de llevar. Con calma, dirigió al muchacho hacia una silla cercana y lo sentó con cuidado. Apretó sus manos, tratando de atraer su atención. No sabía que hacer a continuación, así que trató de hacer que Stiles respirara profundo para lograr serenarse un poco,

    Eso fue muy extraño para él, porque nunca antes había estado ahí viendo como ese chico experimentaba un ataque de pánico. Se sintió tan fuera de lugar igual que un pez en la superficie. Pero incluso él sabía que su incomodidad no era el foco centrar del momento, por lo que acompañó al muchacho hasta que logró calmarse.

— ¿Stiles? —Derek llamó, observando como el chico había bajado la cabeza—. Háblame. Lo que sea.

— Lo siento —susurró, bajito—. Yo no...

— Déjalo —Derek cortó el rollo de disculpas—. No pidas perdón por algo que no controlas.

    Stiles suspiró.

— ¿Puedes decirme que pasó? —Derek preguntó unos segundos después, tratando de darle espacio a Stiles—. No estás obligado, por supuesto.

— Yo... yo...

    Derek vio como el chico levantó el rostro despacio.

    Al menos el color estaba regresándole.

— Yo no quiero irme —Stiles murmuró al final—. La carta... la aceptación. Es mucho... Es todo lo que yo deseo...

— ¿Pero?

— Yo no puedo.

— ¿Qué no puedes?

— No puedo irme —Stiles miró a Derek a los ojos—. Ya no queda nadie.

    Derek lo miró confundido.

— ¿A qué te refieres?

    Stiles no quería decirlo.

    Mentalmente, Stiles estaba en una enorme encrucijada. Para él, este plan era perfecto unos meses atrás; hacer lo que quería, disfrutar de una nueva vida y cumplir un rol importante en la sociedad que le diera valía y seguridad de su ser era todo lo que buscaba. Se sentía mal con la idea de dejar a sus amigos en un sitio que era su hogar, pero entendía que ellos no lo juzgarían, por lo que esa decisión no representaba un peso tan injustificable como para no tomarla. Hasta que todos comenzaron a irse.

    Stiles en ningún momento pensó que sus amigos se irían definitivo de la manada. Por lo que siempre creyó que Derek estaría en buenas manos —y sus amigos también—; pero la cruda verdad le había caído como un yunque.

    Nadie estaría ahí para siempre.

— No hay nada aquí. Ya no hay manada —Stiles confesó—. No existe algo por qué luchar. Pero yo no quiero irme.

    Derek lo miró confundido.

— ¿Estás frenando tus decisiones porque no hay nadie aquí? Stiles, eso es estúpido.

— No lo es —contradijo—. No podemos dejarte... la responsabilidad de todo —Stiles corrigió—, debemos estar aquí para ti. No te debemos fallar.

    Derek se sentía mucho más incómodo. Pero sobre todo, se sentía cálido por dentro.

— Estar aquí y cumplir con el deber es algo que tiene que hacer el líder —aclaró—. Todo lo que Allison y Scott hicieron durante meses fue bueno, pero no fue su deber. Era algo que yo tenía que hacer. Y que ustedes tomen su camino, construyan su futuro, es igual de importante que cumplir con su deber de proteger este lugar.

    Stiles no quería creerlo.

— La vida de ustedes es igual, o más valiosa, que la manada. No importa a donde vayan, o lo que hagan, siempre serán bienvenidos de regresar. Pero no puedes dejar de vivir tu vida por esto —Derek suspiró—. ¿Lo comprendes, verdad?

    Derek, en pocas palabras, no quería que ninguno de los demás terminara siendo lo que él fue.

    Aun si las condiciones para convertirse en un Derek eran muy, muy diferentes.

— Yo pienso...

    Derek esperó a que Stiles pudiera continuar.

    O trató.

— ¿Esto no es por la ida de Scott y Allison, verdad? —preguntó.

— No. Esto es diferente.

— Bien. Sabes que yo no quería que ellos se fueran.

   El chico asintió. Tal vez quería ver a Derek como el chico malo que hacía todo para su propio beneficio; pero Stiles no podía engañarse de esa forma, más cuando sabía que sus palabras no eran buenas para quedarse dentro de su boca por mucho tiempo.

— No quiero dejarte —Stiles confesó tras un largo momento de titubeo—. No quiero irme, no pensar en que tengo que alejarme de mi vida aquí para...

— ¿Para?

— ... No importa. No quiero irme.

    Derek suspiró.

    Esas palabras, por más feliz que fue al escucharlas, no eran las que Stiles debía decir.

— Stiles, mira a tu alrededor —Derek suspiró. Se alejó del chico hasta sentarse al otro extremo de la habitación—. ¿Puedes ver los árboles?

— No, las ventanas están cerradas.

— ... —Derek abrió una ventana— ¿Y ahora?

— ¿Cuál es tu punto?

— El mundo sigue girando. Los árboles siguen creciendo afuera, el viento sigue corriendo, el agua sigue fluyendo; y tú y yo seguimos aquí después de la partida de los chicos —señaló—. No puedes detener tu vida porque hay ausencia. Y no es porque no los quiera o nos los extrañe, porque es todo lo contrario; pero ellos están en su propio capítulo de su propia historia, y a pesar de que, físicamente, no estamos con ellos, no se detuvieron.

— Eso es un poco irónico viniendo de ti —Stiles se molestó—. No tienes derecho de decir estas cosas.

— Al contrario. Justamente porque perdí años de mi vida encerrado en mi propio hueco, es que te digo que no puedes pausar tu vida por la ausencia —Derek lo miró fijamente—. Perdí mi adolescencia entiendo que mi familia no regresaría, incluso si yo dejaba de vivir por ellos; y no quiero que tú pierdas tu juventud en algo parecido.

    Stiles suspiró. Él solamente no quería irse.

— Y... ¿Sí... tú vienes conmigo? —Stiles miró de reojo a Derek. Su cara estaba enrojeciendo.

— ¿Ir contigo a Virginia? —Derek preguntó.

— Sí. Venir conmigo, acompañarme en el proceso.

— ¿Por qué querrías eso?

— Porque no quiero que te quedes solo aquí, donde ya no hay nada para nos... para ti —Stiles corrigió a tiempo.

   Derek sonrió.

   A veces le parecía increíble los giros de la vida, de como podía regresar a un punto de inicio, incluso si caminaba y caminaba para alejarse lo más posible del punto. Derek se sentía trasladado a esa tarde en su loft, hace ya tanto tiempo, donde había escuchado a un adolescente inseguro confesar sus sentimientos. Podía sentir la misma sensación de cosquilleo en sus manos, la que se había negado a reconocer en el inicio, y con una sonrisa, entendió por fin que tenía que hacer.

   Derek se levantó de la silla y caminó hasta estar frente a Stiles. Se arrodilló frente a él, y tomando sus manos entre las suyas, formuló esa pregunta que tanto tiempo le había inquietado pensar.

— Stiles, ¿qué sientes por mí?

— Yo... —la voz del chico comenzó a tartamudear—. Yo... ¿Esto es importante?

— Responde, Stiles.

   El chico suspiró.

   Derek supuso que ya no podía ir en contra de sus pensamientos.

— Me gustas, ¿sí? —confesó—. Es absurdo, se supone que yo ya había superado esta fase de apego incómodo y había crecido como persona. Incluso aún sigo amando a Audrey, pero parece que nada es suficiente, y no puedo realmente alejarme de ti por más que quiera.

    Derek no reconocería a viva voz que las palabras de Stiles le habían dolido en el alma.

    Sin embargo, él no sabría decir si se las merecía por eventos pasados, por lo que prefirió callar.

— ¿Y por qué quieres alejarte de mí? —Derek apretó las manos de Stiles, sentía que el chico trataba de escapar.

— Porque tú no sientes lo mismo que yo, y no te obligaré a sentirlo. Entendí a la perfección la primera vez.

    Derek se levantó y se inclinó cerca de Stiles.

    A pesar de que su olfato era bastante bueno y podía percibir al chico a cuadras de distancia de donde estaba, entrar en su área personal y percibir el embriagante aroma del muchacho era algo de otro nivel. La suavidad de perfume natural, junto a las emociones casi imperceptibles, tenían un efecto adormecedor en el lado más primitivo de Derek, quien no podía dejar de mirar los hermosos y grandes ojos castaños. Entonces fue cuando se preguntó:

— ¿Cuál es tu sabor, Stiles?

   Y sin esperar una respuesta, Derek procedió.

    Lo había esperado mucho tiempo como para echarse atrás.

    Y sin darse cuenta, sus fantasías pasaron a segundo plano cuando la suavidad de la boca de Stiles le acarició suavemente entre pequeños intervalos. Eran increíbles, húmedos y perfectos. Casi como morder la fruta madura y jugosa del árbol prohibido, o equivalente a tomar directamente de manantial luego de un a época de sequía. Pronto sus manos no pudieron evitar acariciar la suave piel del rostro de Stiles, y con un sutil, pero fugaz movimiento, logró inclinar al chico hasta que su espalda se deslizó por el colchón de su cama.

— Entonces... ¿Quién no siente lo mismo aquí? —Derek susurró sobre los labios de Stiles.

   El chico, ruborizado y sin aliento, estaba sorprendido por el movimiento de su compañero. Sus manos, antes frías por la ansiedad, comenzaron a sudar. Se sentía en medio de un incendio, altamente inflamable, y con una predisposición a estallar por la intensidad de las emociones que iban y venían descontroladas a través de su sangre.

    Estar sin palabras no era algo nuevo para él, sin embargo, seguía siendo muy raro.

    Pero a diferencia de las veces donde el pánico podía gobernarlo, sus manos se movieron ágiles en el espacio y tomaron la cara cálida de Derek. Otro beso, igual de suave y entusiasta, explotó entre ellos, obligándolos a acercarse hasta que sus cuerpos se encontraran en un abrazo caluroso.

    Para ambos era una fantasía abrazarse y poder brindaré besos que tanto habían anhelado en sus más privados deseos.

— ¡Stiles, hijo, ya llegué!

    Sin embargo, la voz imponente y alegre de John Stilinski se hizo espacio entre el chasquido de sus labios, liberándolo del leve velo de lujuria que comenzaba a tejerse poco a poco. Se separaron cuando los pasos se escucharon por el pasillo, subiendo las escaleras. Ambos se miraron tímidamente antes de separarse, y tomar lugares distintos de la habitación para no levantar sospechas innecesarias.

— Oh, Derek —comentó John impresionado—. Buenas tardes, no te esperaba por aquí.

— Buenas tardes, señor Stilinski —respondió Derek educadamente—. Pasé a visitar a Stiles un rato para la noticia.

— ¿Noticia? ¿Qué noticia? —John miró a su hijo.

— Me aceptaron, papá —respondió Stiles después de recuperar un poco el aliento.

    La cara de John se iluminó en una sonrisa cargada de inmensa felicidad.

— Iré a cambiarme. Tienes que contarme absolutamente todo, Stiles.

    Y con una sonrisa, John se retiró a su habitación para darse una ducha y quitarse todo el ajetreo de la calle.

— ¿Y ahora que vamos a hacer? — Stiles miró a Derek—. Si antes no quería irme, ahora mucho menos.

— Te propongo un trato —Derek sonrió—. Puede que no te guste, pero lo haremos funcionar.»

    Stiles lo miró dubitativo. Sin embargo, logró escucharlo.

    Eso fue el cambio que necesitaban, y el impulso suficiente para que Stiles tomara la decisión que haría que su vida cambiara para mejor.

    Así fue como ese final del verano, Stiles partió a Quántico con la promesa de que Derek lo visitaría hasta que él se pudiera graduar. La cual, por supuesto, cumplió.

*

— Llegué con el botiquín —anunció Stiles mientras se abría paso en la sala—. Ahora tienen que decirme que sucedió, y en dónde está Derek.

    Scott tomó el botiquín, y con ayuda de Allison, procedió a darle los primeros auxilios a los lobos heridos, parando el sangrado de algunos de ellos.

    A pesar de que los años habían pasado sin tapujo, la dinámica casi familiar seguía manteniéndose como si todos aun estuvieran en el bachillerato. Lo cual, si Stiles podía ser honesto, era un poco estúpido; pero él era partidiario de seguir la regla más importante de la vida:

«Si algo funciona, no lo toques»

— La negociación fue mal —Scott respondió después de unos minutos—. No sé si fue una trampa, o si ellos realmente son así de imbéciles; pero pensaron que era mejor pasar por encima del líder del territorio y atacaron.

    Erika se quejó. Aún le dolía el cuerpo.

— Son imbéciles —su voz se escuchaba grave—. Alguien que no puede correr y morder al mismo tiempo no tiene la capacidad de pensar en algo inteligente.

— ¿Negociación? ¿Cuál negociación? ¿Desde cuándo estaban negociando con otra manada? —Stiles comenzó a alterarse.

    ¿Por qué él siempre era el último en enterarse de las cosas?

    En serio tendría que volver a tocar ese tema en las reuniones, porque, al parecer, no estaba haciendo ningún efecto sus palabras.

    O eso estaba pensando hasta que escuchó aquella voz que tanto le colocaba los vellos de punta.

— Está hecho. Ya ninguno de ellos volverá a joder.

    Derek apareció en la entrada de la casa de Stiles, con la cara cubierta de sangre y con la camisa rasgada. Un enorme rasguño le atravesaba el pecho de esquina a esquina. A pesar de estar cansado por la pelea, tenía una sonrisa en su boca cubierta de sangre; la cual se hizo más grande cuando enfocó a Stiles.

— Derek.

    Y el alfa sonrió una vez más al ver al hombre que estaba atendiendo a todos dentro de la casa.

 ———

Notas finales:

Es increíble las vueltas que le di a la historia hasta llegar a este punto. Sobra decir que le quedan pocos capítulos; eso y que necesito más responsabilidad. 

 


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