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Hot Aussie Boys por jotaceh

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Día 1: El mito asiático

Recuerdo que cuando vivía en el centro de Perth vi a varios asiáticos y siempre me quedaba mirando sus paquetes intentando dilucidar si era verdad aquello que todos ellos tienen el pito pequeño y aunque conocí a bastantes hombres (dejémoslo como conocer, aunque ya saben a qué me refiero), nunca me tocó uno de oriente. Lo más cerca fue un indio que compartió departamento conmigo, y estuvimos a punto de polinizar la flor, pero su olor a axila me terminó matando todas las ganas y le di dos patadas en el trasero para que se saliera de mi cama. Mínimo que se bañara antes.

Bien, les cuento esto porque a la casa que llegué a vivir en Quinns Rocks me tocó como compañero un taiwanés, un tal Johnny Liu. Aquello era un dato de un amigo que me hice en mi antiguo trabajo, me dijo que en los suburbios conocía una buena reseña de casas compartidas, que conocería a gente de todo el mundo y que lo mejor sería que es barato. Así que ante la emergencia que ya les conté, me fui directo hasta allá.

-Esta será tu pieza, hay otros cuatro inquilinos, todos hombres. Deben compartir dos baños y solo tengo una regla: nada de traer mujeres a esta casa. ¿Comprendido? -me dijo la australiana dueña de casa, que arrendaba su casa en la ciudad porque ella vivía aún más lejos del centro, en un rancho a las afueras.

-No se preocupes, si soy un hombre muy tranquilo -le respondí en inglés, intentando contener mi risa.

Por favor, si lo último que llevaría ahí es a una mujer y como la regla no decía nada de hombres, pus entonces tenía la pista lista para el desembarque de muchachos guapos que quisieran remojar el cochayuyo con un latino sin prejuicios. Porque eso es algo que no les había dicho, en el extranjero tenemos fama de ser buenos “amantes”, que todos creen que somos unos calientes de mierda que solo pensamos en sexo todo el día y que por eso somos pobres. Y ok, no encuentro fallas en su lógica.

Así me instalé en mi piecita y cuando salí, me encontré con el asiático más guapo que podrían imaginar (coreanos aparte). Era un poco más alto que yo, un tanto moreno, de ojos profundamente rasgados y un abdomen esculpido por los mismos dioses.

-Tú llevas bastante tiempo en Australia, ¿verdad? -fue lo primero que le dije al darme cuenta de que había desarrollado un cuerpo perfecto como los nacionales.

-Sí, diez años, ¿cómo lo sabes? –

-Intuición, intuición… -y comencé a mirar más abajo como me es costumbre, intentando ver si en realidad tenía el pito chico.

-¿Me estás mirando el pene? –

-¿Qué? Yo… No, ¿cómo se te ocurre? –

-Bueno, qué alivio, pensé que serías un pervertido…-sonrió nervioso.

-No te estoy viendo el pene porque no tengo rayos x, no puedo ver a través de tu pantalón. Ni que fuera robot. Hablando de eso, ¿me podrías resolver una duda? ¿Es verdad que los asiáticos tienen el pene pequeño? – como íbamos a compartir casa, decidí entablar una buena relación desde el principio. Tan solo que el taiwanés me quedó mirando espantado.

-Em yo… ¿por qué me haces esa pregunta? ¿Acaso eres homosexual? –

-Claro, si te estoy coqueteando. Si alguna noche te sientes solo, puedes tocar mi puerta sin vergüenza y pedirme una chupadita, yo no me enojaré…- porque por los vecinos se hace de todo. Si doña Florinda siempre le daba “una tacita de café” al profesor Jirafales, pues yo le doy una mamadita al chinito.

Lo malo es que el vecino se fue corriendo del lugar en ese instante, como si hubiera visto al mismísimo demonio. Maldita sea, si tampoco le estaba ofreciendo que me follara, solo era pasarle un poquito la lengua. ¡Qué hombre más pacato!

Al otro día, cuando me levanté a eso de las once de la mañana, fui directo a la cocina porque ahí parece que estaba el resto de los hombres con quienes compartiría casa.

-Vaya decepción, nada bueno…-comenté tan solo al verlos en pijama algunos, en bóxeres a otros.

-¿No te gustó la marca de pan? -me preguntó en un pésimo inglés un sujeto que se notaba a leguas que era árabe.

-No me gustaron ustedes, pensé que mis vecinos serían todos sexis como el taiwanés -le dije al árabe gordo que llegó a Australia hace poco.

Los otros dos eran un moreno de Nigeria con el pelo rapado, alto como palmera de playa, pero con el rostro tan deformado por el acné que sufrió, que más parecía una luna quemada, mientras que el otro era un indio diminuto, más pequeño que yo a los doce y con el mismo olor a axila que el que casi me como en el centro de la ciudad.

-¿Disculpa? ¿Acaso nos estás coqueteando? -preguntó el nigeriano asustado.

-Claro, si me vine a este país para probar todos los hombres que pueda. Es como Pokémon, pero con más bolas y menos monstruos - Acto seguido, la cocina quedó vacía. No tienen visión de futuro.

-¡Ni loco me dejaría follar por ustedes! ¡Imbéciles! -les grité enfadado, ¿qué se creen? ¿Qué solo por ser hombres me van a gustar?

Mi primer día allí no fue para nada prometedor, hasta que llegó la noche. Mientras veía una serie en mi celular, acostado en la cama, escuché un toqueteo en la puerta. ¿Quién sería a esta hora? Me dirigí a abrir pensando que tal vez era uno de los feos intentando convencerme de que me fuera porque no querían convivir con un maricón, pero para mi sorpresa, se trataba del taiwanés.

-¿Johnny? ¿Qué haces aquí? –

-Es que… es que… pensé en tu oferta -dijo entrecortado, y es que venía más ebrio que portero de colegio vespertino.

-¿Cuál oferta? -si me acordaba, pero quería escuchar que él lo dijera.

-Lo de… lo de la mamada…-se puso más rojo de lo que ya estaba.

No dije nada, lo tomé de la mano y lo entré a la pieza. Cerré la puerta, lo empujé a la cama, le abrí las piernas y de a poco le bajé los pantalones. Por suerte venía con buzo, así no tenía que liarme con el cinturón y el cierre, los odio.

Este paquete venía con abre fácil, así que en un instante estaba frente a la erección del chinito.

-Pues no, no era verdad el mito… es grande -le dije mirándole la carne caliente.

Johnny estaba tan ebrio, que solo me veía expectante, esperando el momento en que comenzaría con mi trabajo. No esperé más y lo llevé a mi boca, sentía que no lo había hecho en mucho tiempo, y eso que solo habían pasado cuatro días desde la última felación. En fin, le lamí de abajo hacia arriba antes de succionarlo con fuerza. Poco a poco el sabor se volvía salado y mi boca se llenaba de líquido. Lo estaba haciendo bien, porque el hombre estaba complacido, tanto que gemía como gato sobre el tejado en pleno agosto. Y cuando me proponía empezar mi super técnica de mano con chupadita de cabeza, el muy precoz se fue en mis labios.

-Estuvo muy rico, pero… pero…. No le digas de esto a nada, es… es nuestro secreto ¿de acuerdo? -decía parándose de la cama y subiéndose los pantalones. Después de eso, se marchó como un rayo y yo me quedé ahí sin saber qué pensar.

Luego, saqué mi diario de vida, ese cuadernito rosado de Hello Kitty que suelo usar para narrar mis vivencias en Australia.

Querido diario, al parecer el mito de los asiáticos es… penosamente, verdad. La tienen chica y duran menos de minuto y medio en irse. Entonces, me pregunto querido diario, ¿cómo chucha son tantos si son tan malos para el sexo?

Y eso, todo era mentira, no la tenía grande, solo tuve que mentir porque una es profesional ¿sabes? Y no puedo bajarle la moral al onvre. Doy un trabajo de calidad por, sobre todo. ¡Placer garantizado!

 

 

 

 

 

 


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