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Carpe diem por RLangdon

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Fue como si todo se desarrollara en cámara lenta. Desde su llegada, hasta la visión terrible que se le ofreció al bajar del taxi. 
 
La zona acordonada. Los paramédicos a la espera de un traslado. Las patrullas circulando en derredor. Y el sonido penetrante y extremadamente agudo de las sirenas haciendo eco a la redonda.
 
Will había trastabillado al traspasar el umbral, desafiando todo intento por frenar su posterior avance. Corrió hacia las escaleras y, el primer cuadro que se le presentó, fue el de uno de los espejos estrellados, prueba inminente de la visita del asesino.
 
Sus pies dejaron de responderle cuando notó el camino de sangre afuera del dormitorio principal. 
 
Aturdido, se cubrió los labios. Empujó la puerta y ahogó un grito cuando el cuerpo de Molly se le apareció tendido boca arriba sobre la cama. De la yema de sus dedos escurría sangre, y en sus globos oculares habían sido incrustados trozos de uno de los espejos rotos. 
 
La melena castaña se había contaminado del mismo líquido carmín que ahora cubría su expuesto abdomen. 
 
Will apenas recordaría horas más tarde el haber corrido hacia ella para tratar en vano de reanimarla, mientras sus labios proferían incesantemente una disculpa. 
 
¿Cómo había permitido que semejante cosa ocurriera? 
 
Cuando sintió los fuertes brazos rodeándole para apartarlo, se resistió, forcejeó y entonces, reaccionó.
 
—Walter— llamó, sujetando a uno de los forenses por el cuello de la gabardina. —¿En dónde está mi hijo?
 
Impaciente por no obtener respuesta inmediata, salió corriendo hacia el cuarto de Willy. Sin embargo, estaba vacío. Toda sección de la casa lo estaba. 
 
—¡Will!
 
El llamado de Jack, le forzó a salir súbitamente de su estupor. El espectro del autismo volvía a hacer de las suyas. Y para cuando Will salió del trance, le costaba articular palabras coherentes. Apenas conseguía hilar lo que pasaba por su cabeza. 
 
Empero, Jack lo comprendía. Así que lo instó a salir de la casa y sentarse en la ambulancia mientras le preparaban alguna infusión para tranquilizarlo.
 
La expresión de Jack era severa, pero Will logró calmarse lo suficiente para preguntar.
 
—¿En dónde está Willy?
 
—El...—Jack vaciló. Sacudió la cabeza y le tendió una manta. —Lo están buscando ahora mismo. El hada de los dientes debió llevarlo consigo.
 
Will sintió que sus pies se hundían en el abismo. Tartamudeó e hipó varias veces antes de que las calientes lágrimas resbalaran por su frío rostro. 
 
—Encontraremos a ese infeliz, Will —musitó Jack. —Pero necesito que no pierdas la compostura. 
 
**
 
Estaba sentado en la alfombrilla de la sala. Sólo, tiritando, y a merced de otro episodio en los que solía ausentarse de la realidad por breves instantes. Will apenas tenía una vaga noción de lo que acontecía. Sabía que, nada más llegar a su casa, había volcado los muebles en un arrebato de frustración e ira. 
 
La policía había interceptado aeropuertos y carreteras. Consultado cintas de seguridad de gasolineras en el perímetro. Todo en vano. El hada de los dientes había burlado el protocolo. Ahora mismo estaría establecido de nuevo en su hogar, y tenía a Willy consigo.
 
Era allí donde Will Graham drenaba su mente, dejándola totalmente en blanco. Y ello porque no quería imaginar lo que el asesino haría con su hijastro. 
 
No podría atraparlo si seguía rigiendose por su lado sentimental. 
 
—No tiene sentido— farfulló pausadamente al vacío de la habitación.
 
Esa no era la metodología que encaminaba las acciones del hada de los dientes. Si había asesinado a Molly sin miramiento alguno, ¿Por qué llevarse a Willy? 
 
Jack había dejado varios mensajes en su contestadora luego de asegurarse de que varias patrullas custodiarán su vivienda. En dichas misivas auditivas le comunicaba sobre la reciente desaparición del doctor Chilton. 
 
¿Cómo poner su mente a trabajar en tan desastroso estado?
 
Molly había muerto por su culpa. Willy estaba en alguna parte, pérdido y asustado. Vivo, en el mejor de los casos, y quizá Chilton estuviera con él. 
 
Poco a poco, Will se puso de pie. Si seguía postergando la visita, perdería tiempo valioso para salvar la vida del niño. 
 
Tomó su cazadora oscura del perchero y abordó uno de los vehículos de la policía. Posteriormente llamó a Jack Crawford para solicitar su ayuda.
 
Durante el trayecto, intentó disipar toda preocupación albergada, sustituyendo el desasosiego por el enojo, y anteponiendo a sus recuerdos los resultados de pesquisas anteriores en las que se había visto envuelto. 
 
Y se convenció, en medio de su tormento, de su dolor y del duelo que atravesaba tras la perdida de Molly, que la culpa recaía enteramente sobre Hannibal Lecter. Su eterno enemigo, su más preciado amigo. 
 
Era Hannibal quien buscaba atraerlo una vez más a sus redes, valiéndose de artimañas complejas y muy bien elaboradas para tirar en su dirección. 
 
Y lo estaba consiguiendo. Sólo que en esta ocasión, Will se deshizo del miedo, o por lo menos, lo enterró lo más que le fue posible. 
 
A medida que se adentraba en la sección, sentía su ritmo cardíaco acelerarse, induciendole en un estado de incomprensible adrenalina. 
 
Era el odio que sacudía el resto de sus emociones. 
 
Por un instante, se cuestionó si no sería exactamente lo que Hannibal quería. 
 
No. No iba a caer en sus manipulaciones, en sus trampas mentales. Estaba allí por una razón y era Willy. 
 
Apenas si reparó en el saludo de los vigilantes. Pasó de largo y se adentró en el corredor que daba directamente a la celda de cristal. 
 
—Doctor Lecter— hizo un esfuerzo por no sonar alterado, pero fue inútil. Su voz se había quebrado a mitad del llamado. 
 
El aludido, que yacía de pie, dándole la espalda, se giró lentamente. Su mirada analítica lo repasó detalladamente, absorbiendo cada parte de su fisonomía, y deteniéndose en sus ojos. 
 
—Will— saludó, complacido. —Que sorpresa verte tan pronto. ¿Has logrado un avance?
 
Sintiendo la garganta reseca, Will dio un paso al frente. Sabía que de no estar la vitrina de por medio, se habría liado a golpes con él.
 
—Dejese de tonterías— le espetó, reparando por vez primera en la ausencia de muebles dentro de la celda. 
 
Notó que Hannibal se daba cuenta del rumbo de su mirada y, aunque intentó desviarla, ya era tarde. 
 
—El doctor Chilton consideró prudente que mis libros fueran confiscados por un tiempo— se explicó, lacónico. —Parece que no fue de su agrado el insignificante intercambio de información que hice con el peregrino.
 
Ahí estaba. 
 
Will trató de serenarse ante tales palabras.  
 
—¿Por qué lo hizo?— aproximó su rostro todo lo que le fue posible al vidrio. Sin mudar su expresión estoica, Hannibal también se acercó. 
 
—Lo hice por ti, Will— reconoció, impasible. —Siempre ha sido por ti. 
 
Contra todo pronóstico, Will Graham titubeó. Sintió que sus gafas se empañaban irremediablemente. 
 
—No...me...mienta— pensó en Molly y en cómo la había encontrado.
 
¿Cuántas muertes más tenían que sucederse antes de que parara? 
 
¿Era la obsesión de Hannibal producto de aquel vínculo tan cercano que habían desarrollado?
 
—Si las circunstancias fueran otras— empezó a decir Hannibal, mostrándose indolente ante aquella muestra de emotividad. —Podriamos, quizá, tener una cena.— ofreció, y como si él mismo lo descartara de momento, agregó. —Me enteré de la desaparición de Frederick...Te felicito, Will. El detalle de colocar tu mano en su hombro fue tan sublime como tu maquinación al respecto de ello. Aunque he de admitir que fue osado exponerte de una manera tan vulgar e impropia. Pusiste en peligro a tus seres queridos. Recuerda el patrón, primero va por la mascota y después por la familia. 
 
Rápidamente, Will se encargó de secar el cristal de sus gafas. Recordó la advertencia de Jack cuando se encontraban en la ambulancia. No debía perder la compostura. No debía rebajarse, ni mostrarse débil. Ello le daba poder a Hannibal. Lo engrandecía en cierto modo.
 
—Perdera más que sus libros si no me provee la información que necesito.
 
Vio que Hannibal retrocedía un paso, mirándole con mayor interés que antes.
 
—¿Estás amenazándome, Will?
 
—Lo estoy poniendo sobre aviso— lo corrigió. 
 
Dando la charla por terminada, Hannibal se alejó en dirección a una de las esquinas de la celda. 
 
—Antes me preguntaste por qué lo hice—le recordó, sin virarse. —¿Quieres que te diga la razón?
 
En silencio, Will permaneció expectante.
 
—Tenía curiosidad por ver qué ocurría—fue la seca respuesta de Hannibal.
 

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