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Detrás del espejo. por RLangdon

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Mudarse y empezar de cero en otra zona de la ciudad representaba un gran cambio en sus vidas. Minato estaba al tanto de ello. Sin embargo su eterna vena optimista le había sugerido que no se preocupara tanto, que pronto se adaptarían al cambio, que conseguiría apañarselas sin ayuda de Kushina. 
 
Dos semanas y tal cosa aún no ocurría. 
 
Cuando volvió del trabajo, cerca de las once de la noche, las persianas y cortinas seguían corridas, propiciando que un aire viciado y un ambiente tétrico y apagado reinara en el interior de una vivienda que debiera resultar cálida y hogareña. Naruto se había empecinado en mantenerse aislado en aquella oscuridad como acto de rebeldía ante la decisión, prácticamente unilateral, que Minato había tomado. 
 
Su ceño se frunció al entrar a la casa y, un suspiro de profundo malestar se abrió paso entre sus labios al tropezar con una de las decenas de cajas todavía sin abrir. 
 
—Naruto— lo encontró de nuevo sentado frente al televisor, con la mirada fija en el juego que se desarrollaba en la pantalla, sosteniendo el mando y pulsando los botones a toda velocidad. Ni siquiera reparó en su llegada. 
 
Minato lo miró más de cerca y su fastidio se trocó en un enfado mucho mayor al notar las pupilas de su hijo enrojecidas por las horas que llevaba jugando. 
 
Desde que tenía uso de razón, jamás había tenido una actitud violenta con su familia. No se consideraba a sí mismo un padre modelo, tenía sus fallas como cualquier padre de familia. No obstante era amoroso, nunca alzaba la mano a su mujer o gritaba a su hijo. Pero tampoco se había enfrentado, hasta entonces, al desafío de tener que criar a su retoño solo. Naruto estaba próximo a cumplir sus dieciséis años y le parecía ridículo su actual comportamiento. 
 
—Ya es suficiente— conteniendo apenas el enojo, fue a desenchufar el cable del televisor. Naruto le desafió entonces con la mirada. 
 
No abrazo, no saludo, no preguntas sobre qué tal le había ido en el empleo. Minato llevaba una semana acudiendo por las tardes para reunir el dinero suficiente para la matrícula de Naruto. Tenía que empezar en un nuevo instituto. Era duro y lo sabía, pero aquello no justificaba la actual holgazanería del menor.
 
—No has desempacado todas tus cosas, no limpias, no estudias— numeró con el cable enrollado en los dedos—. Estás todo el día sentado en el sofá jugando videojuegos mientras yo me parto la espalda ganando algo de dinero para subsistir, cosa que ni siquiera agradeces. 
 
Naruto se levantó de a poco del sofá, sintiendo la rigidez tirante a causa del calambre por haber estado tanto tiempo en esa posición. Hizo una mueca de desagrado, separó los labios para hablar, pero detuvo a tiempo la retahíla de quejas al recordar que había hecho un voto de silencio como medida de rebelión ante los actos egoístas de su padre. 
 
¿Qué se creía, que estaba feliz porque lo había alejado de sus amistades de toda la vida? 
 
¿Acaso debía celebrar el que su madre estuviera muriendo en el hospital? 
 
Difícilmente se mordió la lengua para reprimir a tiempo las palabras. Se cruzó de brazos, cerró los ojos y alzó el mentón, como todo un crío malcriado, como el niñato desobediente que su padre tanto aborrecía. 
 
No le dirigiría ni una palabra. No se lo merecía. 
 
—Limpia tu cuarto y deshaz tu equipaje— las siguientes ordenes Minato procuró hacerlas en tono comprensivo, paternal. Quiso acercarse a abrazar a su hijo, pero Naruto huyó el contacto y subió corriendo a encerrarse en su habitación.
 
Con los hombros tensos, Minato exhaló y se dirigió a la cocina. Sobre la barra desayunadora empezaban a acumularse los platos de varios días. No había nada nutritivo en la nevera porque llegaba demasiado tarde del trabajo y no le daba tiempo a comprar víveres. Se fijó entonces en que Naruto solo había estado comiendo pizza congelada y potes de sopa instantánea desde que se mudaron. 
 
Tomó el delantal de la silla y se lo anudó para empezar a recoger un poco. 
 
Debía ser tolerante, paciente. Naruto estaba en plena adolescencia y había que tener en cuenta los problemas que les aquejaban a ambos desde hace tiempo. 
 
Una vez más, Minato decidió que lo dejaría pasar. El caos pronto pasaría, la tormenta cesaría y el orden se restablecerá en su familia. Sólo había que seguir siendo optimista. 
 
Tristemente sonrió al ver el retrato de su esposa junto al lavamanos.
 

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