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He reencarnado siendo carne de cañón por fuyumi chan

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El hecho de no recordar cuándo le había revelado mi nombre a Dean me consumía por dentro. ¿Fue en la taberna, quizás? Mi memoria era borrosa, ya que esa noche estaba ebrio. Lo que sí recordaba era que Dean había coqueteado conmigo, algo fuera de lo común. Mi “gay radar” me decía que algo estaba pasando, pero no estaba seguro.


Dean, según la novela que conocía, era heterosexual hasta la médula, por lo que era imposible que coqueteara con alguien como yo. A pesar de tener un rostro hermoso que me enfurecía cada vez que lo veía reflejado en los arroyos, siempre seguía pareciendo un hombre. Mis delicadas facciones, mis labios rojos y carnosos, mis ojos violeta y mi hermoso cabello negro, todas esas características no cambiaban el hecho de que yo estaba lejos del concepto de mujer.

Si tuviera que describirme con una sola palabra, sería “lindo”, como un conejito. Pero este rostro, en lugar de seducir, solo me había traído problemas. Los idiotas que me acosaban por mi apariencia delicada eran una constante molestia. Sin embargo, decidí pasar aquello por alto. No es que fuera tan importante que Dean supiera mi nombre, quizás se lo había dicho en la taberna y no lo recordaba. Así que decidí tranquilizarme, acomodé mis escasas pertenencias en una de las literas comunes y luego salí a entrenar con los demás.

Durante el entrenamiento, los comentarios y burlas sobre mi apariencia no se hicieron esperar. Algunos de los soldados más rudos se mofaban de mi aspecto delicado.

— ¡Mira a esta belleza! ¿Cómo esperas sobrevivir con ese cuerpo tan delicado? El burdel está al otro lado de la ciudad, lindura — se burlaba uno de los hombres cuando me tiro al suelo con el mínimo esfuerzo en los entrenamientos.

— ¡Quizás pretende ser carne fresca para el enemigo con su rostro bonito! — respondía otro, provocando risas entre los presentes que nos rodeaban en los enfrentamientos en pareja. Pero entonces antes que aquellos patanes siguieran molestándome, Dean intervino. Con una mirada severa y palabras tajantes, reprendió a los soldados por su comportamiento irrespetuoso.

— ¡Basta! Todos estamos aquí para entrenar, no para molestarnos entre nosotros. Si no pueden respetar a sus compañeros, no tienen lugar en este ejército. Aquí todos somos iguales y moriremos por igual. Los conflictos internos no deben existir, ya tenemos suficientes con nuestros enemigos — dijo Dean con firmeza. Su intervención me sorprendió. No entendía por qué el autor seguía haciendo ver al tipo como un psicópata, pero Dean era más un ángel que un demonio.

— G-gracias — tartamudeé, sonrojándome y él acariciando mi mejilla respondió con un débil “de nada”. Después de eso, nada más importó, ni siquiera la despectiva mirada de mis compañeros, quienes seguramente estaban pensando que Dean me protegía porque era algún tipo de muñeco sexual para él. Pero no era así, Dean era todo un caballero. A partir de ese momento, los demás soldados se mostraron más respetuosos, por temor a Dean. Sin embargo, mi estúpido enamoramiento y la distracción que Dean me causaba hicieron que olvidara por completo el futuro ataque de las quimeras esa misma noche.


**********************


Me incorporé en la cama, sobresaltada. Algo malo estaba ocurriendo. Un grito de dolor proveniente del pasillo confirmó mis temores. Acompañado por mis compañeros de habitación, me levanté. La atmósfera en la habitación estaba cargada miedo.

— ¿Qué demonios fue ese grito? — sollozó un tipo a mi lado. — Deberíamos huir… Ese grito no presagia nada bueno — comenté, pero varios hombres me miraron con desprecio. — ¿Huir? Seguro es solo otra prueba de los comandantes — cuestionó un chico rubio de ojos negros, su nombre era Barcker uno de los mayores admiradores de Dean, si no fuera por mi presencia. — Por favor, está claro que están ocurriendo cosas malas. Dudo que sea una simple prueba — repliqué justo en el momento en que más gritos y un estruendo resonaron.

Fue entonces cuando la tranquilidad se rompió. La pared lateral estalló, revelando una horrenda quimera. La bestia, un cruce grotesco entre un lobo con alas y tentáculos puntiagudos, emergió de la oscuridad. Con un movimiento rápido y letal, utilizó esos tentáculos para matar a varios de nuestros compañeros al azar.

El pánico se apoderó del dormitorio. La mayoría de los hombres salieron corriendo, pero unos pocos, incluyéndome a mí, decidimos quedarnos y luchar. Tenía a Barcker como compañía, un espadachín de aura excepcional, y estaba seguro de que sobreviviríamos gracias a él. No quería morir nuevamente, y mucho menos de manera estúpida. La base de entrenamiento era la parte más segura de la ciudad, era el único lugar donde los monstruos mas débiles decidieron atacar.

Sabía que en el exterior las cosas eran aún peores. Según la novela, la ciudad de Noctur había sido invadida por una legión de caídos, cadáveres de dioses alados. Estos seres, parecidos a los ángeles bastardos que me habían maldecido, estaban muertos y estaban siendo controlados por el Rey Siniestro. Este necromante de gran poder se había corrompido y buscaba exterminar a toda la humanidad para acelerar el proceso de divinidad.


Según la lógica retorcida del Rey Siniestro, cuando la humanidad desapareciera, las otras razas estarían a las puertas de obtener la divinidad que se les había negado por la existencia de los humanos y sus débiles formas. Cómo este demente pensaba que tal cosa era posible, se escapa de toda lógica. El Rey Siniestro estaba esquizofrénico, eso era seguro.

Así que aquí estaba, enfrentándome a una quimera en el dormitorio, o más bien, esperando que Barcker la matara. Sabía que si intentaba ayudar, solo sería un obstáculo. Mi cuerpo, débil por naturaleza, no resistiría ni un solo golpe del monstruo. Si me hacía el “valiente”, terminaría muriendo al instante. Ya había experimentado la muerte tres veces esa semana y no tenía ninguna intención de repetir la experiencia. Mientras Barcker esquivaba y golpeaba a la quimera con sus puños, otros chicos del dormitorio habían tomado partes de madera de las camas como armas improvisadas. Intentaban apuñalar a la criatura mientras estaba distraída con Barcker. Sin embargo, la piel de la quimera era impenetrable. No importaba cuánto mana infundieran en sus armas, nadie podía hacerle daño. Aquel monstruo parecía invencible

Por mi parte, armado solo con un palo, fingía ayudar. No me juzguen ni me consideren un cobarde, no poseía poderes útiles para ayudar y, además, mi fuerza física no aportaría nada significativo. Mi única ventaja radicaba en el conocimiento del futuro y la anatomía de todos los monstruos de la novela, pues había leído todos los bestiarios. Sabía que las quimeras tenían un punto débil. Sin embargo, el problema residía en cómo transmitir esa información a los demás chicos. Estaba consciente de que desconfiarían de mí, ya que era conocido como el juguete sexual de nuestro comandante Dean.

—Creo que está herido en la base de sus tentáculos —sugerí con inocencia. Sin embargo, tal como sospechaba, mi comentario se perdió en el estruendo de la batalla y nadie pareció escucharme. Más bien, todos prefirieron ignorarme, hasta que un individuo expresó su total desagrado hacia mi opinión.


—¿Qué demonios vas a saber tú, pequeña ramera? Mejor ya muérete y deja de ser una carga —gritó un soldado insolente, provocando que mi boca se abriera con indignación. ¿Cómo se atrevía a llamarme ramera, cuando era virgen, incluso en mi vida anterior? Aquello era completamente inadmisible.


Sin embargo, el karma llegó pronto cuando una roca que salió de quién sabe dónde le hizo explotar la cabeza, asustando a todos. Seguramente había otra criatura por ahí. Por mi parte, me regodeé en la muerte de aquel idiota. Pueden culparme, morir 220 veces te deja insensibilizado a muchas cosas y en mi humilde opinión aquel idiota se lo merecía.

En un instante, Dean irrumpió en la escena como un príncipe de brillante armadura. Su entrada fue tan dramática como la luz de la luna que se filtraba por la pared rota, haciendo que su espada resplandeciera. Con un grito de guerra que resonó en todo el dormitorio, se lanzó al ataque. Su espada se movía como un rayo, golpeando a la quimera una y otra vez. Destrozó los tentáculos de la bestia como si fueran de mantequilla y, finalmente, apuñaló a la bestia justo en la base de los tentáculos. La quimera emitió un gruñido lastimero, su primera señal de debilidad.

—¡El comandante Dean ha venido a salvarnos! —gritó alguien en la distancia, su voz llena de alivio y admiración.


—¡Gracias a Dios, pensé que iba a morir! —sollozó un chico a mi lado, su estaba rostro pálido por el miedo.


Sin embargo, Barcker, quien estaba luchando ferozmente contra la criatura, gritó: —¡No se distraigan, continúen atacándola!


Los demás chicos, acatando la orden, se armaron de valor. Al ver que la invencible bestia no era inmortal y tenía un punto débil, se unieron al ataque, golpeando a la quimera con todo lo que tenían, también en su punto débil. La batalla fue intensa, pero finalmente, lograron derrotar a la quimera. Con un último rugido, la quimera cayó al suelo, derrotada. Todos estaban exhaustos, pero aliviados. Habían sobrevivido a otro día en este mundo cruel.


Y yo, bueno, yo simplemente observaba desde un rincón, agradecido de estar vivo. Sin embargo, para mi mala suerte, la pared a mi espalda colapsó y mi cuerpo fue atravesado por los tentáculos de otra quimera que atravesó la pared.

—Mierda… no otra vez —grité enfurecido, maldiciendo a los dioses en mi mente. ¿Por qué aquellos bastardos tenían que darme un cuerpo tan débil que ni siquiera se pudiera proteger? Con un grito enfurecido de mi parte, todo se volvió negro. La oscuridad me envolvió, y sentí como si estuviera flotando en un vacío sin fin. El dolor se desvaneció, reemplazado por una sensación de nada.

Desperté en un lugar desconocido, la niebla de la confusión nublaba mi mente. Una voz suave y seductora resonó en la oscuridad, como un faro en la tormenta.

—Mi hermosa mascota, tan delicada y preciosa… Tus habilidades son, sin duda, las mejores. Verdaderamente excepcionales, superiores a las de ese estorbo que se hace llamar “Santa”— susurró la voz, acariciando mis sentidos. Yo solo pude gemir de dolor, mi voz apenas un hilo —A-a-agua… — murmuré, aún conmocionado por mi muerte, sin entender qué estaba pasando o dónde estaba. Todo era borroso e ilógico, como si estuviera atrapado en un sueño del que no podía despertar.

—Todo lo que desees, mi preciosa mascota. Mientras esté a tu lado, ningún imbécil podrá dañarte, eres mio. Espero que te encante mi regalo, hermoso — volvió a repetir la voz seductora. Sentí unos labios unirse a los míos y me dieron de beber agua. Después de algunos minutos y tras salir de mi embotamiento post-muerte, lo que vi frente a mis ojos me dejó atónito.

—¡Comandante Dean! —exclamé, encontrándome de repente en los brazos del hombre por el cual era un desvergonzado simp. Su presencia era tan abrumadora como siempre.

—Qué bueno que ya despertaste, mi linda mascota —susurró él, su voz suave y seductora me dejó desconcertado.

—¿Mascota? —repetí, incrédulo ante sus palabras. La idea de ser considerado una “mascota” era extraña, pero de alguna manera, no me desagradaba del todo.

—Sí, mascota. Desde ahora serás mi amante, mi lindo Erin. Posees habilidades simplemente increíbles, por eso los dioses me bendijeron contigo —expresó él. Su rostro parecía hundido en la locura, una perversa sonrisa se reflejaba en aquel rostro que, aunque daba miedo, era simplemente guapo.

—Hazme lo que quieras, mi señor —grité imprudentemente, dejando ver mi vergonzoso lado fan girl. Después de todo, aquello era un sueño, ¿cómo mi encantador Dean podría ser tan patán y lunático? Sin embargo, contra todo pronóstico, las cosas solo empeoraron.

—Tan encantador — expresó él, dándome un apasionado beso que me dejó aturdido. Dean arrancó la escasa ropa que me cubría como una bestia hambrienta. — Este es el mejor sueño erótico que he tenido — sollocé de felicidad, hasta que divisé un plato con vísceras. Aquello parecía un cerebro aplastado y unos globos oculares me observaban fijamente. Emití un grito aterrorizado mientras Dean se detenía ante mi ansiedad.

—¿Qué es eso...? —sollocé, señalando la bandeja con un dedo tembloroso.

—Oh, eso —respondió él, su sonrisa maníaca iluminando su rostro.—Estos son los restos del insensato que se atrevió a llamar a mi mascota “ramera”. ¿Cómo se atrevió ese bastardo a tal acción? Lo maté y te lo traje como presente. ¿No te gusta? —añadió, su aura rosada brillando intensamente en la penumbra. Su comportamiento era el de un gato que trae presas a su dueño, una analogía que me dejó en estado de shock al darme cuenta de que todo era muy real y no era para nada un sueño.

Desde ese instante, mi percepción del entorno se agudizó. Observé que mi tobillo estaba sujeto por una cadena de oro, y alrededor de mi cuello reposaba un collar también de oro, con incrustaciones de piedras preciosas. Para colmo, mi atuendo consistía en ropa transparente que no dejaba nada a la imaginación, especialmente porque se encontraba en jirones. Al contemplar mi estado, mi boca se abrió de asombro.

—¿Qué demonios es esto? Pero si eres heterosexual —acusé, aunque en primer lugar nunca había querido decir eso. Sin embargo, era lo único en lo que mi mente confundida podía pensar.

—¿Heterosexual? —replicó él con ironía, como si estuviera adivinando mis expresiones, pero esperando perversamente que me tomara la molestia de explicarlo.

—Me refiero a que pensé que te gustaban las mujeres… —dije, para luego lamentar mis palabras. Me golpeé las mejillas, decidido a hablar de lo importante, el elefante en la habitación. —¿Qué demonios hago aquí y por qué estoy atado? —exclamé, alterado.


—No es obvio —expresó él, como si sus acciones no fueran nada fuera de lo común.— Eres mi nueva esposa y además… posees habilidades extremadamente poderosas y útiles. ¿Estarías dispuesto a compartirlo? —dijo él mientras besaba mi mano, dejándome atónito.


—¿Qué poderes? —cuestioné, sin entender aún sus acciones.

—El poder de regeneración, la vista del futuro, los conocimientos secretos y el poder de regresar de la muerte, todo eso… es mío porque tú eres mío, mi linda esposa —soltó él, dejándome completamente helado. El autor no mentía, aquel tipo era un completo lunático.

—Eso no es un poder, es una maldición —expresé, pero el bastardo cambió su modo de ataque.

—Seguro que no quieres compartirlo con tu futuro esposo, mi hermosa mascota —sollozó él, desabotonando su camisa y dejando ver su escultural abdomen. Tras aquello, sufrí un derrame nasal.


—Es tan lindo —susurré, completamente absorto y con ganas de amasar su abdomen. Dean sabía que era débil y un completo simp, y el muy bastardo se estaba aprovechando de eso. Sabía que debía resistirme a su seducción, pero me resultaba imposible. Aquel loco era mi debilidad. Sin embargo, a pesar de sus provocaciones, logré resistir la tentación. —Yo no sé nada de eso, ¿podrías soltarme, por favor? —sollozé, sin embargo, él simplemente tuvo la audacia de reírse.


—¿Qué parte de “mío” no has entendido, mascota? —expresó él con una aura rosa, dándome cuenta de que estaba acorralado. —Pero… pero, estás comprometido —intenté argumentar, intentando alejarme de la cosa que más admiraba de aquel hombre, su obsesión y devoción hacia su amada. —Ah sí, es verdad, pero ¿qué importa eso? Puedo deshacerme de esa inútil, tú eres más eficiente que esa astilla en el culo—expresó él, dejándome aún más sorprendido. —¿De qué te sorprendes? Tú lo sabes todo, no te hagas el desentendido conmigo, lo he visto en tus recuerdos… además, tienes un poder tan impresionante. Solo fui capaz de usarlo unos minutos, pero es la cosa más magnífica. Por primera vez en mi vida me sentí vivo y pude utilizar todos los poderes que esta débil carne me impedía usar —expresó él. Sin embargo, a pesar de que debería estar asustado, estaba totalmente emocionado. Dean obsesionado era tan atractivo; cuando decía “mío”, mi corazón parecía querer explotar. Pero aquello era dañino para la salud; además, el loco me tenía prácticamente secuestrado y esclavizado. Aquello era indigno y nada sano.


—¿Cómo puedes hablar así de tu prometida? Le prometiste la luna y el corazón de todos sus enemigos, le juraste amor eterno —repliqué, y él, con una sonrisa deslumbrante y rosas rodeándolo, respondió sin una pizca de culpabilidad, como si estuviera hablando de un mueble viejo. —Eso es cosa del pasado, quiero construir un nuevo futuro contigo. Te daré todo, mi adorado compañero, el sol, la luna, te inundaré con tanto amor que no tendrás ojos para otros imbéciles.—contraatacó, dejándome mudo con su descaro e hipocresía, soltando en tan poco tiempo.

—Eres un loco —grité histérico, pero él solo sonrió amorosamente, acelerando mi corazón. ¿Por qué aquel hombre tenía que ser tan perfecto? —Gracias por el cumplido, amorcito —respondió él, su tono burlón y su sonrisa amplia solo sirvieron para aumentar mi frustración.


—¡Basta ya, te estás pasando! —exclamé, intentando recuperar algo de control sobre la situación. —No puedes simplemente decidir estas cosas por mí. Tengo derechos, y esos derechos no incluyen la obligación de ser tu “mascota” —dije, poniendo énfasis en la última palabra. Su sonrisa se desvaneció un poco, pero aún había un brillo travieso en sus ojos.


—Entonces, ¿por qué me salvaste ese día? Podrías haberme dejado perder un ojo, pero te sacrificaste por mí sin importarte nada. Un acto tan noble y desinteresado… ¿Cómo no ibas a captar mi atención? Eres como una gema preciosa y me encanta coleccionar tesoros. Ahora que me provocaste asume la responsabilidad por haberme robado el corazón —expresó él con un dramatismo teatral y una cursilería desbordante. A pesar de saber que todo aquello era una manipulación barata, estaba totalmente conmovido. Aquel hombre era demasiado atractivo para mi salud mental. Su carisma y encanto eran irresistibles, incluso cuando sabía que no debía caer en su trampa.

—Me niego, no quiero ser nada tuyo, lunático —grité, aunque mi voz estaba flaqueando.


—Esa mentira que acaba de escapar de tus labios es una cosa terrible, pero solo porque eres lindo te lo perdono, esposo mío —fue todo lo que dijo antes de desaparecer por la puerta después de darme un tierno beso en la frente. Sin embargo, Dean no se fue por mucho tiempo. Pronto regresó a la habitación, acompañado de lo que parecía ser un sacerdote.

—Quiero que rompas mi vínculo con aquella mujer y me cases con mi nueva esposa —declaró él. —¿Qué? ¿Espera… qué? —exclamé, incrédulo ante cómo las cosas habían acelerado hasta este punto.


—Mi señor, pero usted sabe que si rompe el vínculo, perderá un brazo —expresó el sacerdote, temblando de miedo.

—No importa, solo hazlo maldita sea —respondió Dean con seriedad. Desgarró su manga y mostró el círculo mágico de unión, un pacto que había hecho con profundo amor con Elena, la protagonista femenina. El tipo sin duda estaba fuera de sus cabales. El sacerdote comenzó el ritual, llenando el brazo de Dean con runas extrañas y entonando un cántico. Dean gruñó de dolor, y solo pude percibir una risa maniática mientras su brazo se desgarraba, la carne desprendiéndose de los músculos y los huesos pareciendo fundirse. El círculo mágico en su brazo brilló intensamente, y justo antes de que se transfiriera a otra parte de su cuerpo, Dean agarró una espada afilada y se cortó el brazo. La sangre salpicó en todas direcciones, haciéndome sentir náuseas. No cabía duda de que aquel hombre estaba completamente fuera de sí.

—Ahora, sacerdote, úneme a mi hermosa mascota —exigió, señalándome. El sacerdote, a toda prisa y sin dejar de temblar, comenzó a recitar más cánticos, formando runas de unión en el aire. Estas se llenaron de brillo y se dirigieron flotando hasta mi brazo. Esa parte de mi cuerpo ardió y emití un grito de dolor. Otra marca se dirigió a Dean y un símbolo extraño se marcó en nuestras carnes. Dean, al ver terminado aquel ritual, rió como un loco y acariciando mi mejilla me miró con amor, ignorando al sacerdote. —Ahora eres mío… —susurró con abnegado amor. En ese instante, una luz rodeó su muñón. Un brazo de luz se formó y venas y carne se fueron formando a una velocidad alarmante hasta dejar nada más que un brazo completamente sano. Aquello era como si Dean jamás se lo hubiera cortado para empezar.


—¿Por qué diablos eso no funciona así conmigo? — cuestioné, enfurecido al ver cómo mi maldición en el cuerpo de Dean se había convertido en un superpoder. Pero lo que realmente me indignaba era el descubrimiento de que me había casado sin mi consentimiento. Con desdén, observé la sonrisa complaciente en el rostro de quien ahora era mi esposo por la fuerza. —Qué… el cuerpo de mi esposa es demasiado débil, pero los dioses te bendijeron conmigo para compensar esa debilidad, hermoso —elogió él, con completa arrogancia, pero aun asi no puede evitar sonrojarme.


—¡Eres un mentiroso! —gruñí, la frustración claramente evidente en mi voz. —Sé que no sientes nada por mí, simplemente te importo por mi maldición —expresé, intentando mantener la compostura.


—Eso no es cierto —respondió él con una seductora sonrisa, destinada a seducirme. — — Soy un semidragón, y los dragones amamos todas las cosas hermosas que forman parte de nuestro tesoro. Tú, hermoso, eres parte de él — Su afirmación fue dicha con tal confianza y amor que casi parecía creérsela. No es que realmente lo hiciera; simplemente, el tipo estaba tan desequilibrado que parecía no tener ninguna comprensión del concepto de amor.


—¡No soy un objeto, idiota! —exclamé, lanzándole una almohada con todas mis fuerzas en un acto de desafío. Me envolví en la sábana más mullida que pude encontrar, como si pudiera protegerme de su mirada. A pesar de su atractivo innegable y de mi conocida debilidad por sus encantos, había una línea que no podía permitir que cruzara: no toleraría ser tratado como un mero objeto o una mascota. Sin embargo, la dura realidad era que ya estaba atado a ese lunático y, por mucho que lo detestara, no había nada que pudiera hacer para cambiarlo.


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