No lo comprendo, no puedo entender cómo mi vida llegó a esto, jamás pensé dirigirme al altar con una persona que no amo. Así es, ya te diste cuenta de mi problema, el día de hoy me caso, en unas cuantas horas uniré mi vida a la de un hombre que prácticamente es un extraño para mí.
Esta mañana me han levantado temprano para alistarme, me he bañado con agua perfumada, ahora huelo a rosas; mi madre y mi hermano me ayudan aponerme el traje blanco, dicen que se me ve hermoso porque mis ojos dorados resaltan en el color tan claro; mamá peina con paciencia y amor mis cabellos largos y rubios hasta atarlos en una trenza; Al mi hermano menor, me arregló la corbata mientras me miraba con algo de tristeza y me hablaba.
-Hermano, ¿estas seguro de esto?
-La decisión está tomada Al, ya no puedo echarme para atrás.
-¡Pero tiene que haber otra salida! ¡No quiero que te cases con ese tipo asqueroso!
-No hay otra salida, si no lo hago ustedes se quedarán en la calle.
-Lo siento mucho Edward, por mi culpa está pasándote todo esto hijo. -Mi madre estaba a punto de llorar, a pesar de estar cubiertos por su largo cabello castaño sus hermosos ojos verdes estaban brillantes por las lágrimas que se esforzaba por retener.
-No tienes la culpa de nada mamá, el único responsable es aquel bastardo -Mi voz salió fría, debería haber furia en ella, pero no. La abracé con cariño demostrándole con esto que no la odiaba por el error que había cometido, alguien en la puerta rompió el conmovedor momento.
Ahí estaba el causante de todo, por su culpa estábamos casi en bancarrota, por sus despilfarros nuestra pequeña hacienda, lo único que dejó mi padre para mi madre se ahogaba en deudas, todo por culpa de mi padrastro. Estaba ahí, con su traje negro, el cabello largo y negro recogido en una cola de caballo, sus ojos amarillentos enfocados en mí, dedicándome un gesto de prepotencia, esa mirada remarcándome que él había ganado. De repente rompió el silencio con su voz burlona e irritante.
-Ya era hora, está bien que el de blanco tiene que llegar después que el de negro, pero tú te pasas.
-No exagere, aun es temprano -No era necesario que me recordara las tradiciones en los matrimonio. Haré una pequeña pausa en mi relato, después de todo la gente que no es del pueblo no conoce nuestras costumbres; la iglesia dice que cuando el matrimonio es entre dos hombres el que permanece virgen es el que tiene que vestirse de blanco, además es el que se encarga de las labores del hogar propias de la mujer, normalmente el que va con el traje blanco es mucho menor que el que va de negro, casi siempre son jóvenes de quince o dieciséis años, como yo. Terminada la explicación volveré con mi historia.
El despreciable hombre me volvió a hablar, se notaba algo extraño en él, estaba contento.
-Como sea mocoso, ya es hora, la calandria está afuera esperándote -Me hablaba con desprecio, aunque no evitaba mostrar el gusto que le daba mi boda. Así era Kimbly.
Yo no respondí, mi madre me puso en las manos un ramo de rosas blancas, el que tendría que ofrecer al templo al terminar la ceremonia, después besó mi frente y salió de la habitación, mi hermano me abrazó con fuerza diciéndome con tristeza que lo sentía, siguió a mi madre no sin antes mandarle una mirada asesina a aquel desgraciado.
Kimbly me ofreció su brazo, yo lo acepté porque no tuve elección, como mi padrastro él debía entregarme frente al altar al que sería mi futuro esposo; iría en la calandria conmigo.
El camino se hizo en silencio. Al llegar todos estaban ya dentro, tan solo esperaban que yo llegara, entramos con lentitud mientras tocaban aquella nefasta melodía: la marcha nupcial.