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Sentimientos ocultos, pasiones prohibidas por makino tsukushi

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Notas del capitulo: Gracias Khira ^^, siempre me olvido de ponerlo, gracias por tu enorme ayuda. Besotes. Y perdon a todos por la enorme demora.
Capitulo 23. Como niños


Consultó por quinta vez el reloj sólo para comprobar que habían pasado dos minutos desde la última vez que posara sus ojos sobre las manecillas. Hundió las manos en los bolsillos de su abrigo y paseó la mirada por los transeúntes. La peatonal estaba repleta. Los escaparates mostraban mercadería variada para todos los gustos. Bares y restaurantes ofrecían todo tipo de comidas rápidas, típicas o extranjeras. El sol besaba la ciudad y un aire cálido y agradable hacía del sábado un día hermoso. El fin de semana se evidenciaba en la cantidad de gente que poblaba las calles: niños con sus padres, grupos de amigos, parejas de enamorados, agolpados en la entrada de los cines, comiendo en algún lugar o simplemente mirando las ofertas que exhibían las vidrieras de los locales.
Elías miró insistentemente a ambos lados; Joshua ya se había retrasado. Nervioso, apretó los puños ocultos dentro de su abrigo. Tenía la vaga sensación de que el empresario se estaba retrasando a propósito. Emitió un bufido molesto y sacudió levemente la cabeza buscando disipar las dudas; sólo habían pasado cinco minutos desde la hora acordada, no tenía por qué alarmarse tanto. La traicionera incertidumbre jugaba peligrosamente con sus nervios; en varias oportunidades se vio tentado a buscar en su celular el número del empresario y llamarlo sólo para insultarlo por la demora, por atreverse a despertar en él aquella actitud tan infantil y molesta que lo dominaba cada vez más.
La mano en su bolsillo derecho chocó con el frío aparato. Cerró sus largos dedos alrededor del teléfono y apretó con furia durante unos interminables segundos para finalmente soltarlo. Cinco minutos, si en cinco minutos Joshua no aparecía, se iría. No estaba dispuesto a soportar aquel trato.
Cerró con fuerza los ojos y los volvió a abrir con rapidez. Pero ¿qué estaba pensando? Era una persona adulta, no podía estar especulando con esas estupideces. Parecía una colegiala que asistía a su primera cita y no era la primera vez que salía con Joshua a solas, pero el hecho de haber sido él quien diera el primer paso para que aquella reunión se concretara lo tenía más nervioso que de costumbre. Suspiró con fuerza. Estaba dispuesto a demostrarle a Joshua que después de todo lo ocurrido quería arriesgarse a tener una relación en serio. Deseaba conocer los secretos más íntimos del empresario y refugiarse en él cada vez que la tristeza o la alegría lo embargaban, ser su paño de lágrimas y su sostén. Sin prejuicios, sin miedos, quería ser auténtico, sólo para él.
Una sombra que le tapó la luz diurna hizo que volviera su mirada al frente.
—Buenos días —Joshua consultó el reloj en su muñeca—, disculpame, es que no traje mi auto y el taxi se demoró.
Como un autentico dios mitológico, Joshua posó casualmente su mano derecha sobre su cadera, la expresión de sus ojos denotaba incomodidad y preocupación por la posible reacción del muchacho ante su demora.
Elías había preparado una larga lista de reproches que murieron en la puerta de sus labios cuando la figura perfecta y orgullosa del empresario se materializó ante sus orbes marrones. Su silencio no tenía nada que ver con el enojo. Su incapacidad momentánea para el habla estaba fuertemente ligada al impacto que provocaba aquel hombre en su interior cada vez que tenía el descaro de pararse frente a su campo visual. Joshua vestía una camisa negra sin corbata y unos jeans oscuros, y su cabello estaba húmedo, como si recién se hubiera bañado. El aroma a perfume llegó a su nariz como un bálsamo erótico y seductor matando todas sus quejas. Hermoso, sencillamente hermoso. La expresión de sus ojos verdes se tornó alarmada y Elías no reaccionó sino hasta que se percató que Joshua volvía a consultar su reloj con incomodidad. El muchacho parpadeó varias veces antes de recuperar su seguridad y para alivio de Joshua decidió romper el silencio.
—No hay problema —musitó logrando desviar la vista.
—Entonces —Joshua se acercó hasta él—, ¿nos vamos?
Elías asintió mecánicamente con la cabeza.


Una sonrisa enigmática e infantil se discernió en los labios del muchacho cuando Joshua preguntó hacia dónde se dirigían.
—Secreto —fue la única palabra que pronunció sin tener la más mínima intención de saciar la curiosidad del empresario.
Joshua no insistió en preguntar, simplemente quería disfrutar de aquel momento que por tantas noches había soñado. Y allí estaba, aguardando en la estación subterránea, dejándose conducir ciegamente a donde el muchacho lo deseara. Deleitándose con cada segundo que pasaba a su lado, como un idiota enamorado.
El subte de la línea A entró en la plataforma de la estación. Los coches de madera, famosos por ser los más antiguos de la ciudad, abrieron sus puertas para permitir la entrada y salida de los pasajeros. Joshua siguió al muchacho al interior de uno de los vagones y segundos después el vehículo se puso en marcha.
A través del cristal de la ventanilla se veía el túnel casi a oscuras. Las vías del subte se perdían en un monótono, infinito y sombrío camino acompañadas por un característico e inconfundible traqueteo. Los asientos de madera y la luz parpadeante y suave le daban al transporte un aire antiguo. Las estaciones a tono con la situación conservaban el diseño original como perdidas en un pasado lejano.
Aquel transporte tan particular tenía un extraño atractivo que hipnotizaba al muchacho. Los ojos marrones de Elías miraban con atención el repetitivo paisaje que se dibujaba a través de la ventanilla. Joshua vagó sus ojos por el resto de la gente. Con disimulo se acercó al muchacho.
—Parece que te gusta el paisaje —le susurró al oído.
Elías apartó los ojos de su objeto de atención para mirar al empresario.
—Es tonto ¿no? Pero siempre sentí una fascinación por los túneles del subte. —Y haciendo gala de sus conocimientos agregó—: ¿Sabías que estos vagones son los mismos que recorrieron la ciudad cuando el subte fue inaugurado en el año 1913?
Joshua miró con curiosidad el rostro de su amante y después vagó sus ojos por el destartalado transporte. Las paredes de madera y la luz tenue no le provocaban ninguna emoción y no entendía como algo tan común y cotidiano pudiera llamar tanto la atención del muchacho. Sus ojos volvieron a encontrarse con la mirada de Elías. Un brillo casi aniñado iluminaba los orbes marrones del muchacho.
—Cuando era chico, viajábamos con mi papá en este subte —musitó Elías con aire pensativo—, y siempre terminábamos comiendo en el mismo lugar —agregó volviendo nuevamente su vista a la ventanilla—. Extraño aquellas épocas.
Sólo la certeza de que se encontraban en un lugar público impidió que Joshua abrazara al muchacho. Con disimuló atrapó los dedos de Elías sobre la superficie del asiento y esbozó una pequeña sonrisa.
—Yo estoy acá —musitó—, para lo que necesites.
No se sintió con la capacidad de contestar, simplemente permitió que la mano cálida de Joshua envolviera la suya en forma reconfortante y se hubiera quedado ahí, pero el viaje había llegado a su fin.
Cuando subieron a la superficie, una ancha avenida les dio la bienvenida. Elías caminó junto al empresario guiándolo por una calle lateral y menos transitada.
Detuvo su andar en las puertas de un modesto bar. Sólo un par de mesas esparcidas en la calle y otro tanto dentro del local. Un mozo entrado en años y con algo de sobre peso caminaba entre las mesas anotando pedidos en una libreta mientras que otro hacía equilibrio con una bandeja hasta llegar a la mesa en donde una joven pareja lo aguardaba. Sencillo, con algunos viejos cuadros sobre la pared rosada, el lugar tenía un aire acogedor y familiar. Una dulce y enigmática sonrisa se percibió en los labios del muchacho antes de entrar al lugar.
—Quería mostrarte un poco de lo que fui —musitó antes de abrir la puerta.
Joshua lo siguió en silencio. La certeza de que Elías lo había llevado a un lugar que había significado mucho en su pasado le provocaba una mezcla de indescriptibles sentimientos. Sintió que Elías de alguna manera le estaba abriendo las puertas de su alma y de su corazón.
—Acá venía a comer con mi papá —confesó con una sonrisa el muchacho.
Joshua lo miró directamente a los ojos deseando agradecerle, queriéndole decir lo mucho que lo amaba y jurarle que haría todo lo posible para que la relación que acababa de comenzar durara para siempre, pero sus labios se separaron apenas temblando con un nerviosismo irreal y su voz apenas pudo oírse.
—Gracias —logró articular simplemente provocando que los ojos del muchacho lo miraran sorprendidos.


Marco tomó un abrigo y salió de su casa. Caminó con paso lento hasta detenerse en la parada del colectivo. En el lugar una mujer con un niño en brazos aguardaba el arribo del transporte público. Buscó en el bolsillo del pantalón el teléfono celular. Entre sus contactos encontró el número de Elías, su dedo pulgar tembló sobre la tecla de llamada sin llegar a presionarla. Desde que su amigo había comenzado la relación con aquel hombre insoportable, encontrarlo era un verdadero milagro. Una triste sonrisa se dibujó en sus labios; no era justo molestarlo en esos momentos con sus problemas. Emitiendo un bufido volvió a meter el aparato en el bolsillo.
El colectivo llegó y la mujer con el niño subieron al vehículo, Marco amagó a seguirla pero se detuvo en la puerta e hizo una señal negativa al chofer quien de inmediato reanudó la marcha dejando al muchacho en la parada. Sólo unos segundos después Marco giró sobre su eje y encaminó sus pasos hacia una enorme plaza que se encontraba a escasas cuadras de allí. Al llegar a ella, atravesó despreocupado una feria modesta en donde unos puestos callejeros exhibían libros de los más selectos y destacados escritores. El muchacho caminó esquivando a vendedores deseosos de mostrarle sus mercaderías literarias para adentrarse en la plaza. Un lago artificial, en donde varias familias de patos habían encontrado su hogar, y unas viejas estatuas eran el atractivo principal del lugar. El muchacho tomó asiento en una banca al costado del lago, sacó unos anteojos de sol de su mochila y se recostó sobre el asiento buscando que el cálido sol del mediodía bronceara su piel.
La cita con el doctor el día anterior había sido crucial. Irremediablemente se iba a tener que someter a una operación. El médico le había dicho con una sonrisa tranquilizadora que la operación era sencilla, un día de internación como mucho, un par de pequeñas cicatrices en el estómago y luego una dieta moderada para ver cómo respondía su organismo. Si todo iba bien de a poco podría volver a alimentarse con lo que deseara. Era fácil decirlo pero el miedo estaba allí, clavado en su alma. Estaba harto de comer sólo comida dietética y de que su madre lo vigilara cual niño pequeño para cerciorarse de que no comiera cosas indebidas. Sabía que su enfermedad no era grave si se cuidaba como era debido, pero los nervios lo estaban matando.
Sacó un cuaderno con apuntes de la facultad de la mochila, pero luego de echarle una breve ojeada volvió a guardarlo, no estaba con ánimos como para estudiar; en esos momentos su concentración se reducía a cero. Vagó su vista por el lugar. Los árboles, la gente, los patos y el lago no fueron suficientes para llamar su atención. No se sentía cómodo en ningún lugar. Lo único que a veces lograba distraerlo era bailar en el pub en donde trabajaba su padre. El baile se había convertido en una vía de escape; cuando bailaba se olvidaba de todo, la música lo transportaba lejos donde los problemas eran cosas insignificantes, pero cuando ésta dejaba de sonar todo volvía a ser como antes. Cada vez con más fuerza crecía en él el deseo de mudarse, de independizarse de la casa paterna, no por causa de sus padres, para nada, la relación con ellos era excelente y los amaba, pero quería su espacio, intentar salir adelante solo. Mas la enfermedad había retrasado sus planes y ahora la operación se cernía como una amenaza en su vida.
Suspiró con fuerza y se puso de pie. Como le había dicho el doctor la enfermedad que tenía no era grave. Sólo unas pequeñas cicatrices en el estómago y todo estaría solucionado, tenía que dejar de pensar y sacar conclusiones anticipadas. Saldría bien de aquella operación y después empezaría a buscar un departamento para poder mudarse.


Joshua no podía salir de su asombro y no llegaba a comprender los planes y los motivos por el cual el muchacho lo había conducido hasta allí. El sol del atardecer se cernía sobre la cuidad y en aquel pequeño parque, un viejo carrusel giraba con aire cansado transportando niños en su interior. Elías observaba aquel infantil cuadro con fascinación. El empresario aguardó en un respetuoso silencio. Se acomodó en el banco de madera y sin poder soportar la incomodidad de aquel extraño mutismo giró la cabeza a ambos lados y cuando estuvo seguro de que nadie los observaba se inclinó hasta el muchacho para que sólo él lo oyera.
—Es muy linda la calesita, pero… —murmuró—, ¿estamos acá por alguna razón en especial?
Elías sonrió mas no respondió, con aire misterioso posó sus ojos marrones en los niños que jugaban en el carrusel. Una música infantil acompañaba cada vuelta que el artefacto daba y los caballos de madera subían y bajaban a un ritmo lento y desigual llevando a los más pequeños a un viaje imaginario. Los padres saludaban a los viajeros parados a un costado del carrusel como si el viaje durara meses y no minutos. Joshua por un momento pudo sentir en su interior la alegría de esos niños que disfrutaban de un juego tan sencillo.
La calesita disminuyó la velocidad justo cuando la tercera canción empezó a sonar. A un costado del artefacto nuevos pequeños tripulantes aguardaban acompañados de sus padres el momento de poder montar en el carrusel. Junto a Elías pasó un niño que con entusiasmo tiraba insistentemente de la ropa de su padre como si temiera perder el viaje en aquel particular vehículo. El cabello rizado del pequeño y la forma en que el hombre sonreía al ver a su hijo montar en el caballo le trajo a Elías recuerdos de su infancia. Por un momento se vio a sí mismo reflejado en las facciones de aquel niño.
—Ayer tuve un sueño —musitó rompiendo el silencio y sobresaltando un poco al empresario.
La expectación se apoderó de Joshua quien, al sentir que estaba a punto de escuchar una confesión importante, dudó si era conveniente emitir una palabra en aquel momento. Aguardó atento, pero finalmente al cabo de unos breves minutos rompió el silencio.
—¿Y qué fue lo que soñaste? —inquirió en bajo tono—. ¿Soñaste conmigo? —bromeó.
—No —negó el muchacho moviendo suavemente la cabeza y dibujando una sonrisa en sus labios—, y tampoco estabas en el sueño. —Hizo una pausa sólo para peinarse el cabello con los dedos y suspirar—. Soñé con un niño, el niño que fui.
—¿El niño? —preguntó Joshua extrañado, no entendiendo bien hasta dónde quería llegar el muchacho.
Elías giró un poco para enfrentarlo con la mirada.
—Me soñé a mi mismo cuando era chico. Un chiquito que estaba lleno de sueños, de ilusiones —suspiró—. Soñaba con muchas cosas en esa época, quería ser astronauta, bombero, médico y no me acuerdo qué más —sonrió—. A medida que fui creciendo mis sueños fueron cambiando y aquel bombero, aquel médico, aquel astronauta se convirtieron en un diseñador gráfico. —En este punto no pudo evitar que la tristeza se reflejara en sus ojos, tomó aire antes de continuar—: Diseñador grafico que murió el mismo día en el que murió mi papá. Ni siquiera había nacido y ya se había muerto —musitó en bajo tono—. A partir de ahí fui y quise ser lo que lo demás querían que fuera. Sepulté para siempre mis sueños e intenté sacar a mi familia adelante.
Joshua contuvo las ganas de estrecharlo entre sus brazos en ese preciso momento. El perfil de Elías se le antojó triste y melancólico. Sabía perfectamente lo que significaba perder a un ser querido y, aunque las circunstancias eran diferentes, comprendía el sacrificio que significaba hacerse cargo de la familia. A pesar de que sólo eran Lorena y él, tuvo que hacerse fuerte por los dos para sacar la empresa adelante y ayudar a su hermana. «Yo estoy acá —deseó decirle—, y no te voy a abandonar». Abrió apenas los labios pero no emitió ninguna palabra, la voz del muchacho, aunque baja, detuvo su intención.
—¿Sabés qué fue lo que me dijo ese niño en el sueño? —Joshua negó lentamente con la cabeza—: Gracias por venir, estaba perdido.
Joshua no pudo comprender aquellas palabras pero en el fondo de su alma supo que eran importantes. Se quedó quieto incluso cuando el muchacho se acercó disimuladamente a él y apoyó la cabeza sobre su hombro. Su autocontrol amenazaba con jugarle una mala pasada. Contuvo la respiración y cerró los ojos. Con gentileza levantó una de sus manos y rozó apenas el hombro del muchacho. Era lo único que podía hacer en ese momento para calmar esas ansias locas que tenía de abrazarlo.
—Joshua —musitó Elías con apenas voz—. Muchas veces, cuando las cosas parecían ir de mal en peor, sentí ganas de volver a ser aquel chico de seis años cuyo único problema era terminar la tarea del colegio para poder mirar los dibujitos animados o jugar a la pelota con mis vecinos. Ahora que pasó el tiempo, sé que es muy difícil tomar decisiones, asumir responsabilidades y levantarse cada vez que las circunstancias te tiran el ánimo por el piso. Muchas veces sentí ganas de irme lejos y desaparecer para no hacerme cargo de mis responsabilidades. A veces se me hace muy pesada la carga —susurró—. Demasiado pesada —recalcó—. Pero no puedo volver el tiempo atrás y mucho menos olvidarme de mis obligaciones. —Se encogió de hombros resignado y suspiró largamente antes de continuar—. Comprendí que hay cosas por las que vale la pena seguir adelante y hay personas con las que te podés sentir protegido y te podés permitir volver a ser chico sólo por un momento. —Su cabeza tembló apenas sobre el hombro de empresario pero no se movió—. Gracias, Joshua, por haber encontrado ese niño. Sacaste esos sueños que se esconden en lo más profundo y me devolviste la ilusión, la espontaneidad de decir lo que siento y lo que quiero. Muchas gracias.
Con la escasa intimidad que les permitía aquel transitado lugar, Joshua se permitió rozar con la punta de los dedos la tela que cubría el hombro del muchacho. En aquella simple situación, envuelto por una atmósfera cálida y acogedora, Joshua cerró los ojos y aspiró lentamente el perfume de aquel hombre. Su corazón latía a un ritmo acompasado y la paz del momento le invadió los sentidos hasta la última fibra de su piel. Lo amaba, se había enamorado de él desde el mismo momento en que su mirada lo discerniera en el interior de aquel baño. Deseaba hacerle el amor con el cuerpo y con el alma, anhelaba compartir momentos simples junto a él, y su corazón saltaba de dicha al sentirlo ahí, tan cerca.
—Joshua. —Su nombre pronunciado por aquellos labios le provocaron un delicioso escalofrío.
—¿Sí? —articuló con apenas voz.
—Joshua —volvió a pronunciar su nombre—, prometeme que vas a cuidar a este niño que tan estúpidamente tardó en darse cuenta de lo que sentía.
El silencio reinó. Ambos permanecieron callados. Joshua sintió que el mundo a su alrededor dejaba de existir y que sólo él y Elías estaban allí. Con una súplica inocente el muchacho dejó expuesto todos sus miedos y sus deseos poniendo en sus manos la decisión final. La cabeza de Elías se movió apenas sobre el hombro del empresario como si exigiera una pronta respuesta al pedido realizado.
Los ojos de Joshua se perdieron en el remolino castaño que formaba el cabello del muchacho. Las yemas de sus dedos se crisparon sobre la tela de la camisa de Elías con disimulada posesión. Se permitió esbozar una sonrisa cariñosa. Nuevamente evitó abrazarlo, no por falta de ganas sino por el pudor que el muchacho pudiera sentir al estar en un lugar demasiado expuesto.
—Mirame. por favor —se oyó murmurar, Elías levantó lentamente la cabeza y cuando sus miradas se encontraron moduló cuidadosamente las palabras para estar seguro que el otro lo oyera—: Te lo prometo.
El semblante de Elías se iluminó con inocente gesto y sus labios se curvaron apenas en una suave sonrisa. Su mirada, aquella mirada café que tanto lo había retado en el pasado, le devolvió un brillo hermoso imposible de describir con palabras, el color cubrió sus mejillas dándole un aspecto infantil e ingenuo y, avergonzado, cortó el contacto visual con el empresario para desviar la mirada hacia los niños que jugaban en el carrusel.
—Gracias —fue lo único que murmuró.
El empleado del lugar, un hombre entrado en años con el cabello blanco y su barba descolorida, agitaba incesantemente la sortija cada vez que algún retoño pasaba a su lado. Los pequeños hacían malabares intentando atrapar entre sus dedos el trofeo buscando ganarse una vuelta más en el carrusel. Una sonrisa se dibujó en los labios del muchacho como si se le acabara de ocurrir una idea para la más descabellada travesura. Sin quitar la vista del carrusel decidió hacer partícipe de sus pensamientos al empresario.
—Joshua. —El aludido giró para mirarlo y Elías ensanchó su sonrisa antes de agregar—: Te invito a dar una vuelta —señaló con la cabeza en dirección al juego.
El empresario miró alternativamente al muchacho y al carrusel sin comprender.
—¿Qué? —inquirió desconcertado.
—Una vuelta en calesita —concluyó Elías con una sonrisa.
—Estamos demasiado grandes para esas cosas. —Joshua no sabía si era una broma o si el muchacho realmente hablaba en serio.
—Todos tenemos un niño adentro, no está mal sacarlo a pasear de vez en cuando. —Y acompañando sus palabras se puso de pie e hizo un mudo gesto con la cabeza para que el empresario lo acompañara.
—¿Qué? —Joshua lo miró como a un bicho raro—. ¿Estás loco?
—Muy loco y todo es tu culpa.
Sin ninguna contemplación, Elías lo tomó del brazo y prácticamente lo arrastró hasta la boletería. Joshua no salía de su asombro pero no opuso resistencia cuando Elías lo condujo hasta el carrusel y se montó en él.


El parloteo de un grupo de jóvenes que ocupaban una de las mesas del pub llamó la atención del muchacho. Distraídamente peinó sus hebras oscuras con los dedos y dejó escapar un pequeño suspiro. Marco tomó asiento junto a la barra y atisbó con cuidado el resto del lugar. Dos chicas conversaban en el lado opuesto y una pareja de enamorados se regalaban caricias y besos en un rincón oscuro. Karina, después de haber bailado junto a él como todos los fines de semanas, había desaparecido detrás de las huellas de su novio y él comenzaba a sentirse algo inquieto. El ambiente estaba viciado a alcohol, la música se escuchaba fuerte y como nunca Marco sintió que le faltaba el aire y que quería estar en cualquier otro lugar menos ahí. Era uno de esos días tan particulares en los que deseaba estar un rato con sus amigos o simplemente estar acompañado por alguien, pero la realidad le mostraba otra cosa, su único amigo estaba disfrutando de su recientemente asumida orientación sexual, su padre estaba demasiado ocupado en supervisar al resto de los empleados como para prestarle algo de atención y su última pareja estable había durado apenas seis meses y de eso ya habían pasado dos años. Por un breve segundo tuvo el egoísta deseo de que Elías mandara a la mierda al maldito y engreído empresario y se reuniera con él. Una leve carcajada se coló por entre sus blancos dientes, ese sí que era un pensamiento egoísta de su parte, después de todo a Elías le había costado horrores decidirse, era justo que se tomara el tiempo necesario para afianzar su relación.
Buscó en su teléfono celular algún nombre, ninguno en particular, sólo a alguien a quien llamar. El nombre de Fátima le hizo detener la búsqueda, sonrió con suavidad; Fátima era una mujer hermosa, y con unos cuantos años más que él. La había conocido en aquel mismo pub y habían terminado en la cama esa misma noche. La relación que mantenían era puramente sexual, ninguno de los dos quería otra cosa, sólo amigos sexuales. Pero en varias ocasiones el sexo había pasado a segundo plano y una amistad había nacido entre ellos. Fátima había demostrado ser la más paciente de las oyentes y una muy buena consejera a la hora de opinar sobre algún problema. Era una mujer fabulosa. Dudó por un momento antes de oprimir el botón de llamada. El timbre sonó tres veces antes de que saltara la contestadora, Marco cortó sin dejar un mensaje y se arrepintió. Nuevamente se decidió a repetir la llamada pero antes de que pudiera cumplir su cometido un movimiento en la entrada del pub llamó su atención. Mecánicamente guardó el teléfono en el bolsillo de su abrigo.
El hombre que acababa de ingresar al lugar le distrajo de sus pensamientos. No se sorprendió al verlo nuevamente aparecer por allí con ese aire tan autosuficiente y orgulloso y tampoco sintió, como otras veces, molestia porque las rueda del destino los volvía a poner en el mismo camino; simplemente sintió que, de alguna manera, en ese preciso momento compartía algo en común con ese altanero hombre. Alejandro Spenser tomó asiento en una mesa lo suficientemente alejada del resto y con esa particular elegancia que tanto le caracterizaba tomó el menú y empezó a buscar en él. Era un hombre extraño. El muchacho se tomó la atrevida libertad de observarlo con cuidado: la camisa blanca impecable hacía juego con la corbata celeste y el traje oscuro que tan maravillosamente lucía, su cabello dorado estaba prolijamente peinado y sus gestos masculinos y cuidados llamaban la atención a más de una mujer. Nadie en su sano juicio podía adivinar que el remilgado millonario era gay. Pero no era ese aspecto externo y artificial lo que llamó poderosamente la atención del muchacho. Bajo esa fachada de autosuficiencia y altanería, Marco podía apostar que se ocultaba otra persona diferente. Era tan antipático y amargado, todo lo opuesto a él. Sin embargo eso no le importó en aquel momento. Por un impulso totalmente ajeno a su persona, Marco rodeó la barra, tomó una botella de cerveza y dos vasos.
—Ponelo en mi cuenta —dijo en voz baja cuando pasó junto a su padre.
Sus pasos firmes y seguros lo llevaron hasta aquella mesa alejada que ocupaba Spenser. Se detuvo junto a ella y sólo abrió la boca cuando Alejandro levantó la vista para mirarlo.
—No esperaba volver a verte por acá. —Apoyó la botella de cerveza en el centro de la mesa y sin esperar invitación tomó asiento en la silla vacía.
Alejandro lo observó con aire irritado. Indiferente, se aflojó el nudo de la corbata.
—No recuerdo haberte invitado a la mesa —musitó desinteresado—, y tampoco pedí cerveza —agregó al ver cómo el muchacho destapaba la botella y servía un poco del liquido en los dos recipientes.
Como si no le estuvieran hablando a él, Marco depositó uno de los vasos junto a Alejandro Spenser y bebió del otro. Le importaba muy poco que aquel hombre lo tratara de aquella manera tan altanera.
—Yo invito —dijo simplemente, dejando su vaso sobre la mesa—. Tregua. —Levantó las manos en son de paz—. Sólo quiero beber un poco, y no me gusta hacerlo solo.
Los labios de Alejandro se curvaron en un rictus de fastidio.
—Buscate otro amigo —soltó.
—No te estoy pidiendo que cojamos, por ahora me siguen gustando las mujeres —dijo con tranquilidad el muchacho—, sólo es una botella de cerveza. No te comportés como un marica estrecho y no te preocupes que tu culo no me atrae en lo mas mínimo. Simplemente estoy buscando un compañero de copas y no encontré a nadie mejor por acá.
Marco sonrió con tranquilidad, se llevó el vaso hasta los labios y bebió hasta el final. Alejandro lo fulminó con la mirada como si tuviera ganas de estrangularlo ahí mismo. Internamente contó hasta diez y rogó porque su paciencia no llegara al límite.
—Mi amigo está muy ocupado en sus cosas —siguió Marco como si nada—, y no puede acompañarme ahora. No puedo molestarlo
—Me importan muy poco tus problemas. —Sacó un paquete de cigarrillos del bolsillo de su saco y con sus labios extrajo uno del interior—. No me interesa.
—¿Siempre sos así de simpático? —preguntó con ironía—. ¿Siempre con cara culo?
—Es la única cara que tengo —retrucó.
—¿Intentaste sonreír? De vez en cuando hace bien. —Tomó entre sus dedos el vaso vacío y comenzó a juguetear con él—. Siempre tan amargado y antipático, ahora entiendo por qué ese Leonardo te dejó, con ese carácter de mierda no hay quien te aguante.
Alejandro frunció el ceño irritado, no sabía por qué estúpida razón se había acercado hasta ese pub habiendo tantos otros bares. Y tampoco tenía por qué soportar que lo prejuzgara por una relación de la cual nada sabía. Molesto, se puso de pie con la clara intención de retirarse, mas no pudo cumplir con su intención. Marco en un acto totalmente reflejo e involuntario estiró la mano para atrapar entre sus dedos la blanca piel de Spenser. Este simple acto sorprendió de tal manera a Alejandro, hasta el punto de inmovilizarlo.
—No te enojes —musitó Marco, y su voz sonaba realmente sincera y arrepentida—, sólo fue un comentario, no quería molestarte. Quedate un rato —pidió—, no tenés nada que hacer y yo tampoco, al menos ayudame a terminar la cerveza. —Con un gesto cansado señaló la botella sobre la mesa—. De verdad no me gusta tomar solo.
No fue el pedido que aquella voz baja pero firme formuló, tampoco la inadecuada e irreverente forma en la que aquellos dedos apresaban los suyos lo que lo detuvo y lo obligó con fuerza a quedarse en el lugar. Fueron aquellas oscuras pupilas que lo miraban con opaco brillo, con un mudo y suplicante pedido las que lo forzaron a tomar nuevamente asiento.
Ocultando su desconcierto bajo una máscara de frialdad, tomó el vaso de cerveza que el muchacho había puesto frente a él y bebió. Marco dejó escapar un soplido de sus labios y tomando la botella vertió parte de la bebida en su vaso y otro tanto en el de Alejandro. Spenser aplastó el cigarrillo a medio terminar en el cenicero y miró incómodo al muchacho ¿Qué se suponía que debía hacer si ni siquiera sentía simpatía por ese idiota? Marco jugueteó con su vaso y clavó la vista en el humo que se desprendía del cigarrillo apagado.
—Tendrías que dejar esa porquería —señaló con el dedo el cenicero—, es un vicio estúpido.
Alejandro no retrucó, como muchos fumadores él pensaba lo mismo que el muchacho pero últimamente la ansiedad le había traído de vuelta esa adicción. Más adelante buscaría nuevamente alejar aquel tonto vicio pero por el momento el cigarrillo actuaba como un extraño calmante a la hora de ahogar sus penas.
—¿Cómo está tu salud? —se permitió preguntarle al muchacho obligado por la cortesía.
Marco se enderezó como si le hubieran pegado una cachetada antes de responder.
—No muy bien. —Al notar la mirada interrogante de Alejandro agregó—: Me van a operar, sólo tengo que esperar para que me den la fecha de la operación. Ayer me enteré de eso.
—Siendo una enfermedad de poco riesgo no tendría que preocuparte tanto —dijo cortésmente
—Supongo. —Se encogió de hombros quitándole importancia y volvió a beber de su vaso.
Alejandro lo observó en silencio. Era insoportable, irritable y a menudo su impertinencia lo sacaba de quicio, pero en aquel preciso momento para su sorpresa empezó a sentirse relajado con su compañía.


El taxi los dejó justo en la entrada principal de la morada. Joshua buscó en el bolsillo del su abrigo y extrajo las llaves. Abrió primero la reja y después se encaminó a la entrada seguido por el muchacho. Un fuerte maullido los recibió cuando la puerta fue abierta.
—Tomas. —Elías se arrodilló junto al felino y acarició sus orejas recibiendo un placentero ronroneo como respuesta.
—Te está pidiendo que le des comida. —Miró con desaprobación al minino—. No te da vergüenza recibir así a las visitas, glotón.
El animal refregó su peludo cuerpo contra las piernas del muchacho sin importarle si parecía un pordiosero ante los ojos del extraño.
—Seguro no comió nada —comentó Elías compadeciéndose del animal.
—Este gato come más que vos y yo juntos
El felino se sentó sobre sus patas traseras y clavó sus cristalinos ojos en el dueño de la casa buscando conmoverlo. El corazón duro de Joshua se ablandó como si fuese un cubo de hielo que se derrite a al calor de los rayos del sol y emitiendo un fuerte gruñido levantó al animal del piso.
—Odio cuando hace eso —farfulló encaminándose hasta la cocina—, bola de pelos manipuladora. —Antes de perderse tras la puerta giró para mirar al muchacho—. Ahora vuelvo, esperame acá.
Los muebles antiguos que adornaban la sala le daban un aire sofisticado a la enorme casa. Un cuadro en donde un grupo de caballos salvajes galopaba en un hermoso campo colgaba en la pared, las cortinas moradas vestían las ventanas y un aroma a lavanda se sentía en el aire. Pero Elías no logró centrar su atención en ningunos de los objetos que se hallaban a su alrededor. La fineza y la elegancia del lugar eran visiblemente afectadas por la demora desmedida que estaba teniendo Joshua. El incesante tic tac que como monótona melodía dejaba escapar el viejo reloj de pared que había en el salón penetraba en sus nervios como un molesto mosquito. Sí, se estaba comportando como un niño caprichoso, pero sinceramente a esas alturas poco le importaba. Decidido, dio ligeras zancadas hasta la puerta de la cocina recuperando su aparente autocontrol justo antes de abrirla. Joshua se encontraba de cuclillas junto al gato y sin levantar la mirada sonrió.
—Ya te estabas demorando —musitó por casualidad mientras acariciaba la cabeza del felino—. Ya estaba por ir a buscarte. —Se puso de pie y enfrentó su mirada a la del muchacho.
Elías recibió el desafío y recuperando el control sobre sí mismo sacó a relucir su porte altanero y orgulloso. Con seguridad se apoyó en el marco de la puerta y cruzando los brazos sobre su pecho dibujó una sonrisa perezosa en sus labios.
—Me voy a mi casa —declaró con tranquilidad—. ¿Me podés alcanzar con tu auto? Si no te molesta, claro.
Joshua asintió levemente con la cabeza mientras con un andar felino se iba aproximando.
—Te llevo —musitó cuando estuvo junto al muchacho, con determinada posesión lo tomó de la cintura para acercarlo—, mañana por la mañana, hoy dormís acá.
—No recuerdo haber dicho eso.
—No lo dijiste, yo te lo ordeno.
—Obligame.
—No me tientes.
De pronto el recuerdo de que en toda la jornada no había tenido la oportunidad de besar sus labios se le hizo presente al muchacho. El empresario consciente a la vez del mismo detalle atrapó la boca de Elías en un dulce beso que fue tornándose ardiente y más acorde a la necesidad que ambos guarecían.
—Quiero mostrarte algo —logró susurrar Joshua sobre los labios ávidos del muchacho—, mejor que sea ahora porque no creo que después podamos concentrarnos en otra cosa —musitó haciendo que el muchacho se sonrojara.
Con un aire misterioso condujo a Elías por el living de la casa hasta las escaleras que conducían a las habitaciones. Joshua se detuvo en una de las puertas ubicada del lado opuesto a su alcoba.
—Pasá —se hizo a un lado para que el muchacho ingresara primero.
Era un lugar acogedor. Las cortinas eran blancas, el empapelado de la pared de un color crema, a los costados habían bibliotecas repletas de libros, un escritorio con un cómodo sillón de cuero en uno de los extremos y en una de las esquinas, como desentonando con el resto del mobiliario, una sábana blanca tapaba una silueta de lo que parecía ser un piano de cola.
—Me contaste un poco de tu vida y de lo que te gusta, me parece justo que yo haga lo mismo —comentó Joshua parándose a su lado—. Esta habitación está llena de recuerdos. Mis papás fueron la pareja mas enamorada que conocí. Siempre juntos, casi nunca discutían —sonrió con melancolía—, siempre me apoyaron en todo, aunque yo era y soy demasiado caprichoso cuando quiero algo —sus ojos se clavaron en el muchacho—, pero nunca me reprocharon nada ni a mí ni a Lorena. En esta habitación guardo algunos recuerdos de ellos. Algunos libros, fotografías, muchas cosas.
Elías caminó en silencio por la habitación. Cada rincón estaba plagado de recuerdos. Tanto en la biblioteca como en el escritorio se podían distinguir varios portarretratos con diferentes etapas de la vida del empresario. En su adolescencia junto a su hermana y sus padres, junto a su madre, una hermosa y elegante mujer de la cual había heredado sus ojos y su sonrisa, junto a Gabriel en alguna playa. Se sintió profano al estar pisando un terreno tan íntimo y privado que no sabía si merecía o no. De alguna manera Joshua le estaba mostrando su pasado, se estaba abriendo a él como nunca antes lo había hecho desde que se conocían. Temeroso, caminó hasta una de las bibliotecas. Entre libros y fotografías familiares una en particular llamó su atención: Joshua se mostraba en la foto como si hubiera sido captado por la lente por casualidad, una deslumbrante sonrisa se lucía en sus labios y el tradicional traje había sido reemplazado por una remera deportiva. De pronto un recuerdo vino a la mente del muchacho y una pícara sonrisa se anticipó a sus actos. Tomó el portarretratos y tal como lo había hecho Joshua en el pasado, lo giró entre sus dedos y buscó el dispositivo para liberar a la fotografía de su encierro.
—¿Qué hacés? —inquirió Joshua extrañado.
—Cobrarme una deuda que tenés conmigo —dijo simplemente quitando la foto para después guardarla en el bolsillo de su pantalón y dejar el portarretratos vacío en el lugar—. Estamos a mano —concluyó con una sonrisa.
Joshua no refutó pero con tranquilidad se fue acercando al muchacho.
—Sos muy vengativo —susurró cuando estuvo junto a él.
Elías desvió la mirada.
—¿Y ese piano? —inquirió curioso.
—Era de mi mamá —susurró rozando el cuello del muchacho con sus labios.
—Es una pena que ahora nadie pueda tocarlo…
—Yo lo toco —dijo sin darle importancia mientras se concentraba en repartir pequeños besos en la piel de Elías—, a veces.
—¿Sí? —Se alejó unos centímetros para mirarlo con verdadera incredulidad—. ¿De verdad?
Elías estaba verdaderamente sorprendido. De todas las cualidades que tenía el empresario nunca creyó que la música fuera una de ellas. Joshua le sostuvo la mirada y un leve e infantil enojo ante la incredulidad del muchacho se denotó en su semblante.
—¿No me creés? —Elías meneó apenas la cabeza y sin querer mostró lo que pensaba.
—No te veo perfil de pianista —susurró divertido más por hacer una broma que por otra cosa, pero para el empresario fue suficiente y enderezándose cual alto era aceptó el desafío. Tocado, herido en su orgullo, se alejó del muchacho.
—Me vas a pagar con creces este improvisado concierto.
Y sin agregar más, se acercó hasta el instrumento, quitó la sábana blanca y se sentó en el banco frente al piano. Levantó la tapa que cubría teclas y apoyó sus dedos sin llegar a emitir ninguna melodía. Elías, picado de curiosidad, se colocó a un costado y expectante esperó a que los dedos largos del empresario besaran el instrumento arrancando de él una armoniosa sinfonía.
La música inundó sus sentidos seduciéndolo, hipnotizándolo. Cerró los ojos y se dejó conducir por imágenes que aquellas notas le transmitían. Era hermosa.
—Mi mamá —susurró Joshua mientras seguía tocando—, además de ser una excelente diseñadora era pianista. Nunca ejerció la profesión, sólo tocaba por placer, pero para mí era una de las mejores.
Volvió a quedar en silencio y siguió tocando. La melodía, suave, serena, tenía un aire de melancolía.
Elías se sintió desarmado, su corazón se rindió ante tan bella música y un sentimiento cálido amenazó con arrancarle un par de lágrimas de sus ojos. Joshua le estaba mostrando una parte de su vida demasiado íntima, demasiado personal.
—¿Cómo se llama? —preguntó cuando Joshua terminó de tocar.
—Hechizo —susurró—. La compuso mi mamá para mi papá. Siempre decía que él era el único hombre que la había hechizado hasta el punto de casarse.
—Justo para vos —musitó Elías bajito.
—¿Qué…?
—El único hombre que logró hechizarme hasta arrastrarme a la locura —sus ojos marrones y seductores atraparon la mirada del empresario invitándolo, atrayéndolo—, te viene como anillo al dedo.
Joshua cerró con delicadeza la tapa del piano y se puso de pie. Como si fuese un gesto cotidiano, con total naturalidad, se tomó el tiempo suficiente para pararse frente al muchacho.
—No conocía esa faceta seductora tuya —susurró muy cerca de sus labios.
—Tengo un maestro experto.
El tiempo pareció detenerse en la habitación en donde sólo la agitada respiración y el anhelo de dos cuerpos que no llegaban a rozarse, inundaban el recinto volviéndolo cálido y eróticamente insoportable.
Joshua guió sus músculos ordenándole con inusitada lentitud cada movimiento queriendo grabar en su memoria cada pequeño e insignificante instante. Las yemas de sus dedos rozaron los labios hambrientos del muchacho, arrancando de ellos un suave suspiro. Los segundos pasaron en una desesperante lentitud como una erótica tortura que culminó en el mismo instante en el que los labios del empresario rozaron los de Elías. La mecha se encendió y el fuego empezó a arder. El muchacho buscó la humedad que la lengua del empresario le regalaba, adentrándose en una lucha encarnizada que lo dejaba sin reparación. Las manos de Joshua urgidas e irreverentes viajaron por su cintura hasta alcanzar sus muslos para luego volver a subir hasta donde la tela gruesa del pantalón cubría la excitada virilidad del muchacho. Un gemido se escapó de los labios de Elías que respondiendo a los ataques del empresario acercó provocativamente su cuerpo al de Joshua rozando con indecente intención la tela que cobijaba la piel caliente del empresario.
El deseo corrompía el aire y ninguno de los dos fue capaz de contenerse. Gemidos y jadeos, el sonido de dos bocas hambrientas envueltas en una lucha incesante de pasión ardiente.
—Dios —articuló Joshua sobre los labios de su amante—, vamos a mi cuarto, antes de que te haga el amor encima del piano…
Elías se enderezó algo nervioso y se acomodó la ropa.
—Vamos.
Aquella simple palabra provocó una mezcla confusa de placer y pasión en el empresario. Sin emitir palabra, tomó la mano del muchacho y con paso firme se encaminó a su habitación.
La alcoba estaba en penumbras. Sólo la luz que se filtraba por la ventana dejaba distinguir la forma etérea de las cosas. Elías apenas alcanzó a poner un pie en la habitación cuando los brazos fuertes de Joshua aprisionaron su cintura con necesidad urgente y sus labios lo atacaron con certera puntería de francotirador. Estaba sin aliento, mas la necesidad apremiante que sentía el muchacho era igual o mayor que la del empresario y aunque muriera por falta de oxigeno no iba a detenerse. Con una danza torpe y desigual fueron acortando camino hasta llegar al lecho.
—Con vos se me hace imposible ir despacio —Joshua lo empujó con delicadeza haciéndolo caer en la cama—, por más que quiera no puedo hacerlo.
Los dedos ansiosos, nerviosos, desabrocharon con desesperante torpeza los botones de la camisa del muchacho. Elías tenía el mismo inconveniente con la camisa de Joshua, de pronto parecía que sus dedos se habían acalambrado y no podía coordinar bien sus movimientos. Joshua fue un poco más rápido y entre besos y lametones logró despojarlo de la camisa desviando así su atención al cierre del pantalón. Elías tardó un poco más pero finalmente consiguió su objetivo despojando al empresario de su oscura camisa.
La seguridad parecía haber vuelto a las manos del Joshua ya que tardó sólo unos segundos en desnudarlo completamente.
—No puedo ir despacio —musitó febril sobre la boca del muchacho.
Devoró el cuello pálido con sus labios, marcó territorio con su lengua hasta apoderarse de la sensible tetilla, primero una y después otra. Los dedos de Elías se crispaban nerviosos entre las oscuras hebras de cabello aprisionando con desesperación la cabeza del empresario.
—No te pedí que lo hicieras… —jadeó al sentir cómo la lengua experta del empresario recorría su cuerpo despertando en cada centímetro de su piel fuego.
Joshua se detuvo en el hueco del ombligo y hundió su lengua en él para continuar luego su camino más allá.
El gemido fue claro y sin pudor, Elías no pudo reprimirlo cuando sintió que los dedos finos de Joshua tocaron su sexo. Se sintió desfallecer y su respiración se detuvo cuando el aliento del empresario envolvió su pene…
—No hagás eso… —protestó con poca fuerza.
Joshua no le hizo caso y sólo se detuvo minutos después por miedo a que el muchacho alcanzara el clímax demasiado pronto.
Se incorporó en el lecho sin dejar de mirar a Elías directamente a los ojos.
—Te deseo.
Aquellas dos palabras recorrieron la columna vertebral del muchacho desde la punta de los pies hasta la nuca.
—Acá estoy —respondió con apenas voz y mirándolo directamente a los ojos—, te deseo, Joshua.
No necesitó escuchar más, con rapidez bajó de la cama sólo un instante para quitarse el pantalón y la ropa interior. Tanteó el cajón de la mesa de noche para sacar de ella preservativos y lubricante.
Las palabras sobraban cuando Joshua se acostó nuevamente en el lecho. La necesidad de tocarse, acariciarse, besarse, inundó la habitación convirtiendo todo en desesperados y urgentes gemidos. Los labios de Joshua castigaron los del muchacho mordiéndolos, chupándolos y saboreándolos. Sentir aquel cuerpo bronceado y bien formado acorralándolo entre las sábanas provocó en Elías una oleada interminable de jadeos que se elevó al sentir como su sexo era atrapado con autoridad. Las caricias de Joshua iban a matarlo de placer.
Le era completamente imposible aminorar el paso. Su deseo era enloquecedor y la dolorosa excitación pedía a gritos ser atendida. A tientas buscó el pomo de lubricante entre las sábanas y con torpeza esparció una generosa cantidad sobre sus dedos.
Elías emitió un quejido de protesta cuando el empresario se incorporó apenas sobre la cama. Verlo así arrodillado sobre el lecho reavivó su deseo. Quería amarlo, quería rogarle que le hiciera el amor cuanto antes, mas no se movió, febril y expectante aguardó.
Los dedos de Joshua volvieron a invadirlo como aquella primera vez, provocándole una ligera y placentera molestia.
El empresario deslizó urgido el preservativo por su endurecido miembro y tomó las caderas del muchacho con decisión. Elías buscó sus ojos. Quería mirarlo, aquellos ojos habían sido su perdición.
—Joshua —alentó elevando sus caderas
Fue suficiente para el empresario. No dijo nada, con urgencia buscando calmar su excitación y tratando en vano de ocultar su desesperación se sumergió en el cuerpo del muchacho con una certera estocada. Elías ahogó un pequeño gemido.
Joshua se quedó quieto sólo un momento para acercarse al rostro del muchacho y atrapar sus labios. Hundiendo su lengua en aquella enloquecedora cavidad comenzó a moverse a un ritmo lento pausado arrancando los jadeos de súplica de su amante.
En aquel lenguaje que sólo los amantes conocen, se amaron con salvajismo, se entregaron sin pudor alcanzando casi al mismo tiempo el clímax sellando el momento con un ardiente broche.
Joshua cayó exhausto sobre Elías y con la escasa fuerza que le quedaba depositó un suave beso sobre los labios rojos del muchacho.
—Mi amor —susurró—, por fin te tengo.
Elías lo abrazó con fuerza reforzando las palabras del empresario, lo tenía, siempre lo había tenido, lo supo en ese mismo momento. Su corazón hacía mucho que le pertenecía a ese hombre.


Elías se acurrucó como un gato mimoso entre los brazos de Joshua. Lentamente abrió sus ojos. Joshua dormía a su lado y de sus labios se escapaban pequeños y apenas perceptibles ronquidos. Con suavidad, temiendo despertarlo, elevó los dedos hasta su rostro y rozó apenas su piel. Lo amaba y en esos momentos se sentía con las fuerzas suficientes como para enfrentar cualquier obstáculo.
Aún no había hablado con su familia sobre ello. Suspiró y volvió a acurrucarse junto al empresario. Joshua se movió dormido y apoyó el brazo en su cintura como si temiera que en cualquier momento se le escapara. “Te lo prometo”, le había dicho cuando le pidió que cuidara de él, y su alma sintió la sinceridad en sus palabras. Lo había encontrado, había encontrado en Joshua ese sostén que por tanto tiempo había estado buscando e iba a corresponderle de la misma manera.
Sus labios se movieron y su voz fue apenas un murmullo y tampoco fue escuchada por la persona que dormía a su lado, aun así no se negó las ganas de pronunciar tan sencillas palabras.
—Por vos voy a arriesgarme.
Su mano buscó la de Joshua que descansaba al costado de su cintura y con cuidado de no despertarlo cerró sus dedos sobre ella. Minutos después el sueño volvió a apoderarse de él.


Continuará…
Notas finales: Esta vez si las hice esperar mucho, les pido disculpas. Tuve unos meses muy agobiantes, entre el trabajo y el estudio nada podía hacer. No tenía tiempo de nada. Trate de hacer el cap. un más largo un poco para resarcir mi falta y otro poco porque no quería ahorrar palabras para expresar lo que los personajes sentían.
Bueno ya que tengo un poco de espacio para escribir, quería contarles un poco de cómo surgió esta novela. ¿Por dónde empezar? La verdad es que la idea en general la había escrito hace mucho tiempo, y hay personajes muchos de ellos que no estaban contemplados en la historia original: un ejemplo de ello es Marco y Gabriel, ninguno de los dos estaba en el boceto original, pero al releerlo me di cuenta que está muy vacio que todo era un ida y vuelta y que parecía más un drama, así que como todos saben los amigos siempre son los que nos dan ese toque de alegría y nos apoyan en todo, y los que nos aliento en la vida. Y creo que no me equivoco cuando digo que fue acertada meter a estos dos en la novela ^^.
El boceto original está lleno de errores, falto de descripción y toda la acción iba muy rápido, la historia era muy pobre, no digo que en este haya mejorado bastante XD, pero es increíble como gracias a los ánimos y los apoyos que recibí, logre hacer de ese cuento corto una novela^^, se los debo a ustedes.
Que mas puedo decir, siempre me preguntan cuantos capítulos van a ser, la verdad que a estas alturas da nostalgia terminarla, pero bueno, van a ser entre 27 a 30 capítulos mas o menos, depende de lo que vaya saliendo, pero no más que eso.
Marco y Ale No lo sé, mas adelante les digo XD. ¿Les gustaría algo de ellos?
Por último, quiero mostrarles algo que me regalaron, esto de escribir me ha traído muchas cosas realmente hermosas y el cariño y el apoyo de ustedes es lo mejor ^^, quería compartir con ustedes un poema que me regalo Gambit. Visto desde la visión de Joshua, espero que lo disfruten tanto como lo disfrute yo. Gracias Gambit mi bello por este regalo tan bonito:

El amor no tiene precio

No consigo sacarte de mi mente desde que te vi
Tu sonrisa me atrapo sin dejarme resistir
Te investigue porque a mi lado te quería tener
Era un placer carnal que no podía controlar
Por lo que te quise contratar para tenerte junto a mí
Pero tú te resistías y locuras cometí
Presionándote, deseándote, acosándote
Y jugando sucio para tenerte al fin
A mis pies te tenía para hacerte mío
Pero tu corazón orgulloso
Siempre rechazando al hombre que te quería poseer.

Y tu cercanía me hizo cambiar
Ya no era aquel ser frío y calculador
Ahora recuperaba el corazón
Que me arrebataron en el pasado
De a poco la herida sanaba
Y aunque te negabas a estar junto a mí
Siempre con un no para hacerme sufrir
Teniéndote tan cerca y a la vez tan lejos
Te ayude desde al anonimato
Porque los tuyos ahora eran míos
Eran esa familia que me arrebataron
Y de a poco el juego se volvía mas arriesgado
Porque me enamoraba de ti
Sabiendo que podrías dañar mi corazón
Pero por tu amor cambiaria todo mi poder
Y eso no lo lograbas comprender.

En este tiempo hice lo imposible
Te quise conquistar de a poco enamorar
Mis besos te deje y caricias te entregue
Y tú te negaste haciéndome perder
A lo que me marche con el orgullo que quedaba
Era mejor así no podía sufrir mas
Tu cercanía me mataba al saber que me despreciabas
Tu soledad me torturaba
El viento me devolvía esos recuerdos
Y ese aroma de ti que ya estaba en mí
Y cuando menos lo pensé
Cuando no tenía razón de vivir
Apareciste frente a mí
Para hacerme saber que me querías como yo a ti
Y siempre junto estaremos
Ya que somos como un rompecabezas
Separados sufrimos incompletos
Y juntos felices siempre estamos


Por último siempre me olvido pero que ingrata que soy KHIRA, muchas gracias como siempre por tu gran ayuda, mucho animo linda ^^, de verdad.
Besos gente, Makino Tsukushi.

Mis paginas:
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Mi mail: makino-tsukushi@hotmail.com

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