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Sentimientos ocultos, pasiones prohibidas por makino tsukushi

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Notas del capitulo:

Simplemente disculpas por mi larga ausencia.  Editado dia 26/07/10 Solamente para avisarles que no abandone la historia, estoy esperando que me manden en capitulo corregido les pido disculpas, un beso, Makino Tsukushi.

Capítulo 24. Me perteneces


Después te tanto tiempo no creyó que volvería a pisar el suelo de aquel lugar. El pabellón 3 de la Ciudad Universitaria estaba repleto de gente. Maquetas en miniaturas que representaban proyectos de futuros edificios, carpetas enormes con diseños originales en su interior, y vestuarios que iban desde el más extravagante al más elegante vistiendo maniquíes eran trasportados por alumnos desprolijos, agobiados y desesperados por las fechas inminentes de los exámenes. El pabellón era sede de seis carreras de diseño, entre los que se encontraba diseño gráfico, y aquel cuadro se repetía cada año cuando los exámenes y entregas finales estaban en puerta.
Elías sintió que su corazón le daba un vuelco. Después de su abandono obligatorio, el volver a ese lugar le provocaba emoción. Tenía la oportunidad de intentar cumplir su sueño y no lo desperdiciaría. Podía decir que su vida se estaba encaminando y ése era un punto importante para que su mundo fuera casi perfecto.
Suspiró. Su alegría no podía ser completa: el último encuentro que había tenido con Joshua lo había dejado nervioso y ni siquiera el hecho de retomar sus estudios lograba distraerlo. Tres días, hacía tres días que no lo veía y se sentía bastante intranquilo. Joshua había viajado por negocios y no lo vería por lo menos durante una semana o tal vez dos, dependiendo de cómo se desarrollara la situación. En los casi cinco meses de relación o, mejor dicho, cuatro meses y medio si la cuenta no le fallaba, se había acostumbrado de manera increíblemente posesiva a la presencia del empresario. Trataba de disimular por miedo a verse infantil, pero cada vez que lo tenía cerca el deseo egoísta de tenerlo sólo para él lo embargaba. Por otro lado, la difícil situación que se había generado con su familia no dejaba de preocuparle, todavía no había juntado el valor suficiente como para enfrentar a su madre y tenía la leve sensación de que la mujer sospechaba algo. Cada vez hacía más y más preguntas y aunque él tenía la edad suficiente como para tomar decisiones y no consultar, se sentía en falta con ella.
Aún le remordía la conciencia el recuerdo de la conversación que había tenido con Joshua un día antes de su partida.
—Dejame que te acompañe —había dicho Joshua refiriéndose a su madre—, entre los dos podemos hablar con ella…
—No —cortó—, es algo que tengo que hacer yo.
—Pero te puedo ayudar…
—No conoces a mi mamá…
—Me gustaría ayudarte.
—No entendés —se exasperó—. Amo a mi familia. Mi mamá es una gran mujer, pero es muy anticuada. No soportaría su rechazo. Pero tampoco se me ocurre una manera coherente para decírselo; cuando quiere mi mamá puede ser una mujer estricta y de pensamientos cerrados.
La mirada de Joshua lo desconcertó. Desilusión, enojo, dolor, no podía descifrar a ciencia cierta lo que esos ojos verdes le decían. Sin embargo, cuando volvió a hablar, nada de eso se reflejaba en la voz del empresario.
—Está bien, yo te apoyo, acordate de que siempre voy a estar a tu lado cuando me necesites. —Y con suavidad había besado sus labios sellando sus palabras.
Todo parecía en paz entre ambos. Pero aquella mañana, antes de partir a su viaje de negocios, Joshua apenas había pronunciado palabra.
Otro suspiro lastimero se filtró de sus labios. ¿Por qué se le hacía tan difícil enfrentar a su madre? El apoyo y la comprensión de Joshua lo ayudaban a sobrellevar la situación, y muchas veces temía que el empresario terminara por cansarse y se alejara. Jamás creyó que iba a serle tan complicado, cada vez que creía haber juntado el valor suficiente, la simple presencia de la mujer frente a él regalándole una sonrisa maternal, provocaba que su lengua se paralizara y las palabras no encontraban voz que las ayudara a materializarse. La cobardía se había instalado en su carácter y ahora más que nunca luchaba por desterrarla.
Un nuevo suspiro se filtró entre sus dientes y no fue capaz de discernir que alguien se le acercaba sino hasta que tuvo a la persona a casi un metro de distancia.
—No hay mucha gente —la voz de Marco le hizo dar un pequeño brinco en el lugar.
El muchacho se detuvo junto a él y miró con aire crítico a su alrededor. Delante de ellos una fila formada por una veintena de jóvenes aguardaban a que la ventanilla de inscripción se abriera. Marco consultó su reloj pulsera y volvió a emitir un resoplido de molestia.
—Pero igual no me gusta esperar —rezongó—. ¿Por qué carajo no abren la ventanilla y empiezan de una vez?
—Todavía faltan veinte minutos —afirmó Elías, y Marco emitió un gruñido a modo de respuesta.
—Sí, qué bueno. Ya me estoy cansando de esperar.
—¿Cómo te fue en el parcial el otro día? —preguntó de pronto tratando de distraer a Marco y recordando que su amigo había tenido un examen dos días atrás y que torpemente se había olvidado preguntar el resultado.
Marco se encogió de hombros quitándole importancia.
—Me saque diez.
No le sorprendió, Marco podía ser muchas cosas, pero tenía una inteligencia envidiable. Su promedio era uno de los más altos de la clase. En sus épocas de secundaria jamás había logrado igualarlo. Tenía una facilidad increíble para estudiar y a pesar de su personalidad extrovertida y desinteresada siempre se había destacado como el más listo de la clase.
—Supongo que aprobaste todas las materias que estabas cursando —afirmó más que preguntó, recordando que su amigo había tomado cuatro materias ese cuatrimestre.
—Suponés bien —respondió Marco sin prestarle mayor importancia.
Se quedaron en silencio, cada uno inmerso en su propio pensamiento. Marco volvió a consultar su reloj pulsera y emitió otra media docena de bufidos y Elías intentó relajar su mente no centrándose en ningún tema en particular.
Junto a ellos pasó apresurada una muchacha que aferraba con fuerzas entre sus brazos un maniquí en donde un vestido color rojo se destacaba a través del nylon transparente que lo protegía. Justo antes de que se perdiera de vista, un muchacho de aspecto extravagante, vestido de un negro intenso y con los cabellos cubiertos con una gorra deportiva, se cruzó en su camino. La muchacha dejó con cuidado el maniquí en el suelo y de inmediato se lanzó a sus brazos. La manera tan desvergonzada en la que la muchacha se prendió de los labios del muchacho y la pronta respuesta que obtuvo de éste llamó la atención de Elías. Una amarga sonrisa se cruzó por su rostro al darse cuenta de que no todos tenían la libertad de expresar tan libremente los sentimientos que tenían por la persona amada, algunos se veían obligados a ocultarlo.
—¿Y entonces? —Nuevamente Marco volvió a sacarlo de sus cavilaciones. Al girar, se percató que su amigo también tenía la vista puesta en la pareja—. ¿Ya hablaste con tu mamá de ese asunto? —Y acompañando la pregunta desvió sus ojos oscuros para enfrentarlos a los de Elías.
No necesitó aclarar el tema al que se estaba refiriendo. Era como si Marco le hubiera leído la mente. Lo conocía demasiado bien.
—No pude —confesó luego de un tenso silencio con tono derrotado—, cada vez que lo intento…
No terminó la frase. No era capaz de encontrar excusa para su cobardía.
Marco desvió la mirada a la fila de jóvenes que estaban delante y Elías creyó que daría el tema por concluido, por eso, se sorprendió cuando minutos después su amigo volvió a hablar.
—Hay que tener coraje para enfrentarse a tu vieja —murmuró el muchacho—, pero lo tenés que hacer.
Elías asintió levemente con la cabeza, y antes que pudiera agregar algo, la ventanilla se abrió y la fila comenzó a avanzar.



La titilante luz del semáforo cambió de color dándole el paso. Hundió el pie en el acelerador y volvió a reanudar la marcha. Eran las nueve y media de la noche, o al menos así lo indicaba el reloj que había en el vehículo. Hacía apenas un par de horas que había vuelto de su viaje pero la inquietud no le permitía tomarse el descanso que su cuerpo le estaba reclamando.
Joshua no podía más con su ansiedad. Sacó por centésima vez el celular de su bolsillo y lo volvió a dejar en su lugar sin haber realizado ninguna llamada. Había resuelto los problemas que tenía en Córdoba a la velocidad de un rayo y su viaje se había acortado milagrosamente. Tenía planeado regresar la próxima semana pero ya no soportaba más, todas las noches sus sueños rondaban alrededor de Elías, y el acuciante deseo de estar a su lado se hacía patente con el pasar de las horas.
Comprendía el miedo del muchacho de enfrentarse a su familia, y le pareció que como su pareja tenía que apoyarlo en esos momentos. No había sido fácil que aceptara comenzar una relación con él y como era lógico tenía que darle tiempo para que lo admitiera en su vida y en su familia.
—Su familia —repitió para sí en voz baja.
¿Qué sucedería si su madre no aceptaba la relación? ¿Qué pasaría? A veces tenía miedo de que el hipotético rechazo de la mujer orillara a Elías a terminar con él. No era justo que sintiera ese tipo de desconfianza, pero: ¿era totalmente culpable de pensar así cuando muchas veces el muchacho se había mostrado preocupado y tan interesado por el qué dirán?
Si de algo estaba seguro era de que Elías había heredado aquel carácter conservador de su madre y eso había sido un gran obstáculo que a fuerza de perseverancia había logrado derrumbar. Le había llevado tiempo aceptar la atracción que sentían y aún le parecía un sueño verlo dormido a su lado. Pero todavía no había logrado superar del todo sus prejuicios. El tiempo que pasaban juntos era repartido de manera estricta siempre con el debido cuidado de que su familia no sospechara nada. Trataba de quedarse lo menos posible en su casa y le había hecho jurar hasta el cansancio que nunca lo llamaría por teléfono. Se manejarían con mensajes de texto que eran, según él, lo más discreto. Ningún movimiento en falso que pudiera poner en alerta a su madre.
—Sé que no es justo lo que te pido —le había susurrado al oído—, pero dame tiempo.
Lo entendía, claro que lo entendía. Como su pareja tenía la obligación de apoyarlo, de estar a su lado y de ser paciente. Aunque el miedo de creer que Elías lo abandonaría, la inestable personalidad del muchacho, y las idas y vueltas que habían tenido en la relación no hacían más que alimentar la duda. La importancia que tenía para el muchacho su familia, lo hacía sentir en inferioridad de condiciones.
No era que deseara que lo presentara abiertamente como su pareja y que su madre lo aceptara de buena gana, pero a veces deseaba que no tuvieran que ocultarse tanto. Al mismo tiempo, y como una contradictoria pulla que atormentaba su ser, no sabía si el hecho iba a ser o no beneficioso. Si entre el amor su madre y el de él, Elías se decidía por el de su madre, él no sería capaz de soportarlo. Elías había plantado raíces en su alma y le iba a ser prácticamente imposible soportar algo así.
—La puta madre, no hago más que contradecirme. —Golpeó insistentemente el volante en la punta de sus dedos—. Tengo que dejar de pensar en pelotudeces.
Tarde o temprano las cosas terminarían por salir a la luz y estaría allí junto a él para apoyarlo.
Estacionó el auto a un costado de la calle y otra vez se reprochó internamente sus actos. No tenía derecho de presentarse en ese lugar de aquella manera y a una fiesta a la que no había sido invitado, pero la forma tan fría en la que se habían despedido la última vez que se habían visto, le roía la conciencia.
El cumpleaños del idiota y engreído Marco Ayala, el cual lamentablemente era el mejor amigo de su pareja, se llevaría a cabo en un pub de San Telmo, Elías se lo había comentado vagamente y a duras penas recordó la fecha y el lugar exacto en donde se llevaría se celebraría el evento. Semanas atrás, él había tenido la oportunidad de conocer el recinto y había sido testigo del talento extraordinario que tenía Marco para bailar tango, aunque claro, nunca se le ocurriría hacerle saber su opinión, de su boca jamás saldría ningún halago para un ser tan insoportable.
No tenía derecho, de eso estaba seguro, pero la pasión le ganó la pulseada al sentido común, y sin meditarlo se apeó del vehículo.
La entrada estaba cerrada. Se detuvo junto a la puerta no animándose a entrar. Un cartel pendía de ella en donde las palabras “hoy el local permanecerá cerrado” se podían leer con claridad. Lo perturbó la posibilidad de que la fiesta no se llevara a cabo allí, o peor aún, que no le permitieran la entrada al lugar por no llevarse bien con el festejado. Pero estando allí no le pareció lógico echarse para atrás. Sin dudar estiró la mano y giró la perilla para internarse en el lugar.
Había gente, no mucha, pero quizás algo más de veinte o treinta personas. Las mesas y las sillas habían sido corridas a los costados dejando en el centro un espacio libre para que aquel que lo deseara pudiera bailar. Nadie reparó en su llegada, y esto le dio oportunidad para observar. Pudo divisar a Marco conversando alegremente con una muchacha y junto a la pareja un grupo de jóvenes que reían animadamente, a tres parejas bailando en el centro del salón, y a un hombre regordete sirviendo tragos en la barra el cual si la memoria no le fallaba era el padre de Marco.
No pudo hallar al muchacho entre la gente por mas que lo buscó por un par de largos minutos. La duda lo invadió por un instante y a punto estuvo de retirarse del lugar. Pero sus ojos verdes lo encontraron…
Vio al muchacho sentado en relajada pose en una mesa apartada, sus cabellos castaños caían en forma desordenada sobre su pálido rostro y una sonrisa seductora adornaba sus rojos labios. Sonrió. Las ansias volvieron a hacerlo su presa. Dio un paso, luego otro, pero el tercero fue interrumpido por una situación de la cual hasta el momento no se había percatado… Sus ojos se abrieron mostrando desconcierto y sus labios dibujaron un rictus nervioso. Junto al muchacho había una jovencita de cabello dorado y de sonrisa contagiosa. De una manera que a Joshua le pareció descarada y provocativa, la muchacha se inclinó para acercar sus labios al oído de Elías y después de susurrarle algo ambos rieron. ¿Quién era ella? Trastabilló y dio un paso hacia atrás al tiempo que intentaba que a sus pulmones llegara algo de aire. Debía calmarse. Seguramente se trataba de una amiga del muchacho, una amiga que tenía la costumbre de hablar de manera bastante íntima con sus amigos. Juntó valor y le ordenó a su cuerpo que se pusiera en marcha. No tenía por qué estar tan inseguro.
«Es hetero —pensó para su interior—, no es raro que todavía le sigan atrayendo las mujeres, pero ahora está conmigo».
A medida que se acercaba su cuerpo se le antojaba pesado y el aire que respiraba se hacía espeso, a cada paso que daba el cuadro se le hacía más inverosímil.
Se paró a poca distancia del muchacho y se aclaró la garganta, que en ese instante parecía reseca.
—Hola —logró articular.
Elías se giró sobresaltado y un gesto de sorpresa cruzó por su rostro. Atontado miró a la muchacha y luego nuevamente a Joshua.
—¿Joshua? —inquirió con asombro—. ¿Qué haces acá? Creí que estabas de viaje…
No contestó. Posó sus ojos en la joven y luego en el muchacho. No quería separar sus labios para emitir alguna palabra, temía cometer alguna imprudencia, temía que sus sentimientos le jugaran una mala pasada y por primera vez agradeció al cielo que el insoportable Marco eligiera justo ese momento para hacer su aparición.
—¡Qué sorpresa! —Una sonrisa cínica se dibujó en los labios del festejado—. No recuerdo haberte invitado a mi cumpleaños.
—Yo lo invité —interrumpió Elías incómodo.
—No te preocupes. —Joshua inclinó levemente la cabeza dirigiéndose a Marco—. No me voy a quedar mucho tiempo.
—Qué lástima, justo que se estaba empezando a poner bueno. —Marco sonrió burlonamente—. Aunque no me agrades mucho, no tengo problema en que te quedes. —Tomando el papel de anfitrión se paró entre su amigo y la muchacha para agregar de cara al empresario—: Dejame presentarte; ella es Diana, mi prima, Diana, él es Joshua Reisig, es “amiguito” —recalcó especialmente esta última palabra— de Elías.
La muchacha sonrió y se acercó a saludarlo. Elías por su parte bajó la cabeza avergonzado y el empresario pudo atisbar que miraba a su amigo con desaprobación. No supo si reír o enojarse por la situación.
Joshua dudó si había hecho bien en asistir a la fiesta, estaba incómodo, los celos amenazaban por desbordar sus nervios en cualquier momento y la única realidad era que tenía unos deseos enormes de sacar a rastras al muchacho de allí, golpear al festejado, y decirle a esa muchacha que dejara de coquetear con “su” novio.
Pero no hizo nada. Permaneció quieto tragándose los malos pensamientos y las dudas. Los celos no tenían que afectarlo, era lo suficientemente maduro como para dejarse influenciar por algo así. El cansancio por el viaje le estaba afectando con demasía y su auto control se estaba viendo fuertemente perturbado por ello.


La música sonaba y un grupo de invitados bailaba en el centro de la improvisada pista. Joshua, incómodo por la situación, miró con disimulo pero sin perder ningún detalle a las tres personas que se encontraban con él. Elías estaba sentado en frente suyo y a sus costados se encontraban Marco y su prima, la cual parecía muy interesada en tener toda la atención del muchacho para ella, o al menos es lo que le parecía. Apretó con más fuerza de la debida el vaso con jugo de naranja que tenía entre sus dedos y se lo llevó a los labios bebiendo más de la mitad del líquido. Era preferible que se quedara callado. ¡No! Era mejor que se marchara, estaba demasiado cansado y peligrosamente susceptible, cualquier pequeña chispa amenazaría con encender la pólvora que tan cuidadosamente había estado cuidando para que no explotara. Tenía que irse. Consultó su reloj y volvió a mirar al resto. Lo correcto era que se retirara, que dejara de actuar como un niño.
—Me gusta ese tema —dijo de pronto la muchacha cuando una canción en inglés muy movediza empezó a sonar—. ¿Bailamos? —inquirió dirigiéndose a Elías.
Los músculos de Joshua que se negaban a ponerse de pie, se tensaron al escuchar la propuesta de la muchacha. Sintió el impulso, el deseo irrefrenable de salir del lugar y llevarse a Elías con él. Quiso gritarle a aquella mujer que no deseaba verse obligado a mirar como bailaba con su novio frente a sus propias narices.
El muchacho, tomado totalmente por sorpresa no respondió, su mirada buscó la de Joshua como solicitando una aprobación; sólo encontraron dos frías e indiferentes esmeraldas. Desconcertado, volvió a mirar a la muchacha. ¿Celos? No, imposible, Joshua no podría estar celosos, ¿o sí?
No lograba dejar de mirarlos, quería hacerlo pero sus ojos se negaban a obedecerle. Vio como Elías tomaba la mano de la muchacha y se perdía en la pista volviendo apenas la mirada.
La pista estaba llena, sin embargo, Joshua fue terriblemente consciente de dónde se encontraba su pareja. Para él, era como si en el lugar sólo estuvieran ellos dos. Como una broma de mal gusto, como una larga y agónica tortura que se empecinaba en poner a prueba su autocontrol. La muchacha se movía sensual frente a Elías. «Lo está seduciendo», pensó para sí. Irritado, apretó los puños a su costado, no podía estar teniendo esas clases de pensamientos, no podía estar teniendo ese deseo irrefrenable de caminar hasta donde se encontraba el muchacho y sacarlo a rastras de allí para dejarle bien en claro que él le pertenecía, que no podía pensar ni mirar a otra persona, que no tenía derecho de bailar con nadie, y que no podía estar provocando en él esos sentimientos tan pueriles. Apretó con fuerzas los puños cuando divisó a la muchacha acercándose peligrosamente a Elías y susurrarle algo al oído. Fue suficiente. Ya no pudo evitar que sus sentimientos se exteriorizaran. Le fue imposible contenerse. Se puso de pie. Sintió que sus piernas tomaban vida, dio un paso adelante y luego otro. Era una locura, pero ya no podía detenerse. Ya no.
—¿A dónde vas, Joshua? —Una mano lo tomó por el brazo y cortó el hechizo en el que se había inmerso. Giró el rostro con brusquedad y se chocó con los ojos oscuros de Marco—. No parecés muy contento.
El empresario no respondió, su mirada se posó en los dedos de Marco que aún sostenían su brazo y con un brusco gesto se liberó del agarre. Marco no se molestó por su actitud. Cruzó los brazos frente a su pecho, observó con verdadero interés al empresario y luego se acercó lo suficiente para que pudiera escucharlo.
—Mirá allá. —Con disimulo apuntó su dedo índice a un lugar del pub y Joshua siguió la dirección a regañadientes—. Es la mamá de Elías y sus hermanos. ¿Imaginate lo que pasaría si se te ocurre armar una escena en estos momentos?
—Yo no voy a armar ninguna escena —se defendió incómodo.
El muchacho se permitió esbozar una sonrisa de incredulidad.
—Te cuento un secreto —prosiguió con naturalidad—. Mi prima Diana siempre estuvo enamorada de Elías. —Y poniendo énfasis a sus palabras señaló a la pareja.
El efecto fue el planeado. Aunque correcto y altanero, la manera con la que Joshua giró para mirarlos le aseguró que había pegado en el blanco.
—Siempre creí que algún día llegarían a algo, pero con lo ocupada que fue la vida de Elías en estos años no pudo ser. Pero estoy seguro de que a Elías no le desagrada Diana, casi podría asegurar que si estuviera libre la elegiría sin dudarlo. —Clavó sus negras orbes en el rostro del empresario—. Es una pena, creo que ya es algo imposible —dijo con tranquilidad.
Joshua levantó altaneramente la mirada y frunció los labios en un rictus de desagrado.
—Lamento que para vos no sea la persona adecuada para Elías. Pero él me aceptó, y con eso me basta.
—¿Sí? —Marco dudó sinceramente de las palabras del empresario—. Es lógico que mi parecer te importe una mierda, pero dejame darte dos consejos. —Dibujó una complaciente sonrisa en sus labios—. Primero, no lo presiones. No todos tienen la mente tan abierta como para asumir su sexualidad y su madre no creo que sea la persona más abierta del mundo. Segundo, aprende a controlarte, los celos te están matando, si no confiás en él, la relación no va a ningún lado.
No respondió. Apretando con fuerza los puños giró sobre sus talones y se encaminó hasta el pasillo que daba a los sanitarios. No estaba interesado en recibir los sermones de ese idiota y tampoco estaba en condiciones de escuchar tantas verdades de sus labios.
Tenía que calmarse, tenía que dejar de pensar en tonterías. Se acercó hasta la pileta y, sosteniéndose con fuerza de ésta, tomó una larga bocanada de aire y escrutó con detenimiento la imagen que el espejo le devolvía. Las ojeras por el viaje dibujaban su rostro dándole un aspecto desordenado, las mechas oscuras de sus cabellos se negaban a permanecer prolijas en su lugar y el nudo de la corbata estaba torcido. Su cuerpo le pedía a gritos descanso. Tapó su rostro con una de sus manos y emitió un largo y lastimero suspiro.
—¿Estás bien? —sintió que preguntaban a su espalda.
No fue la pregunta lo que lo sobresaltó hasta hacerlo girar sobre su eje sino la voz de quien la había emitido. Elías estaba parado junto a la puerta y lo miraba con preocupación. Compuso el gesto e inconscientemente se arregló el desorden de sus cabellos.
—Estoy bien —dijo tajante—, pero parece que vos no estás muy cómodo con que haya venido.
—Creí que no ibas a venir, me dijiste que no volvías hasta la próxima semana.
—Regresé antes —cortó.
—Me di cuenta —respondió Elías, incómodo por el tono que estaba usando el empresario—. ¿Pasa algo? ¿Estás enojado por algo?
¿Enojado por algo? ¿Cómo tenía el descaro y la desfachatez de preguntar algo así? ¿Cómo se animaba a enfrentarlo después de haber bailado con aquella muchacha? ¿No era correcto que lo presentara ante su familia como su pareja pero sí lo era el hecho de que se mostrara tan simpático con aquella muchacha? ¿…sa era la razón? ¿Guardar las apariencias frente a los demás? La rabia y la impotencia subieron por sus venas calentándole el corazón e hirviéndole la sangre. ¿Por qué no podía ser él lo suficientemente bueno para Elías? ¿Por qué los celos lo hacían tener ganas de gritarle a todos que Elías era suyo y de nadie más? No podía permitir que el muchacho lo hiciera sentir de esa manera, Elías tenía que pagar por ello, no era justo que su mente se hubiera convertido en un torbellino de sentimientos incoherentes.
—¿Tu mamá y tus hermanos están acá verdad? —inquirió de pronto y Elías asintió levemente con la cabeza—. ¿Es por eso que te molesta tanto que haya venido? ¿Es por eso que me ignorás? ¿Por qué tu mamá esta acá?
Elías abrió los labios intentado replicar. La mirada de Joshua desafiante lo inhibía, le reprochaba cosas que no llegaba a entender, lo hacía sentir culpable de cosas que no sabía a ciencia cierta de qué se trataba. Con dificultad desvió la mirada para poder recuperar el habla.
—Deja de decir pelotudeces —farfulló intentando mantener la calma—, mi mamá ya te conoce y mis hermanos también…
—Tu mamá conoce a tu jefe no a tu pareja —cortó enojado.
—Joshua…
—Claro, por eso tenés que guardar las apariencias, y te vas con esa chica, así tu mamá no sospecha. Porque tenés miedo de confesarle que estás conmigo, un hombre.
—¿Pero qué mierda te pasa? —explotó el muchacho—. ¿A qué viene todo esto? Te dije muchas veces que me des un poco de tiempo, que no era fácil para mí…
Joshua cortó su discurso. En dos zancadas estuvo junto al muchacho quien en esos momentos lo vio muchos más alto de lo que en realidad era.
—Vamos afuera y presentame como lo que soy —lo increpó arrinconándolo contra la puerta.
—Joshua, por favor.
—Decile a tu mamá que me amas, decile que te amo, decicelo.
La suplica desarmó al muchacho y la sensualidad con la que Joshua había pronunciado las palabras encendió sus mejillas. El aliento del empresario rozó sus labios y lentamente, preso de una sed insostenible, Elías acortó la distancia saciándose con el dulce sabor que la boca del otro le regalaba. Su lengua luchó furiosa con su igual y con fuerza se aferró al cuello de aquel hombre que tanto lo enloquecía.
—Joshua —susurró sobre los labios del empresario.
—Vamos a mi casa —suplicó más que pidió Joshua, aferrando con fuerza la cintura del muchacho.
—No…
—Por favor.
—No —volvió a negar con suavidad el muchacho—. Es el cumpleaños de Marco, no lo puedo dejar así.
Fue como si el hechizo se rompiera. Joshua se alejó de él de forma mecánica. El muchacho lo miró desconcertado preguntándose nuevamente qué había hecho mal como para que reaccionara de esa manera
—¿Qué…?
—Me importa una mierda ese idiota —soltó enojado Joshua.
—Es mi mejor amigo —se defendió.
—¿Y yo qué soy? ¿Tanto miedo tenés de que tu familia descubra que sos puto?
Elías levantó la cabeza con altanería y lo fulminó con la mirada. Fuera lo que fuera que le sucediera a Joshua, en ese momento él no tenía deseos ni ganas de pelear. Respiró profundamente e intentó recuperar la calma.
—No me voy a ir, el que seas mi pareja no quiere decir que seas mi dueño. ¿Por qué no podés entenderme? —musitó cansinamente.
Sin esperar respuesta giró sobre sus talones y salió del baño. Joshua se quedó quieto en el lugar y no fue capaz de reaccionar hasta que pasaron un par de minutos.


—Elías, hijo. —Rita le señaló al muchacho una de las sillas para que se sentara—. Me voy a casa, voy a pedir un taxi, no puedo tomar un colectivo con tus hermanos así.
Elías sonrió y miró a los pequeños que se habían quedado dormidos utilizando como cama un cómodo sillón del sector vip del pub.
—Va a ser lo mejor. ¿Necesitas plata? —Buscó en el bolsillo su billetera y extrajo un par de billetes de su interior.
—No te preocupes, tengo plata.
El muchacho no insistió; volvió a poner el dinero en la billetera y la guardó en su pantalón. Disimuladamente buscó al empresario entre la gente, no lo había seguido cuando salió del baño, ¿se habría marchado?
—Elías. —La voz de su madre sonó preocupada, desvió la mirada y se topó con los ojos de la mujer—. ¿Qué te pasa?
—¿Qué?
—Últimamente estás actuando muy raro, salís hasta tarde, a veces no venís a dormir, y me da la sensación de que tenés algo que querés contarme pero que no te atrevés. Ya sé que estás grande como para darme explicaciones, pero me estás preocupando. ¿Te pasa algo?
Miró el rostro de su madre. Los ojos color café de la mujer le regalaban dulzura y lo invitaban a confesarse. Los labios rojos de su progenitora se curvaron en una suave sonrisa y Elías sintió ganas de sincerarse, de confesar sus sentimientos y de encontrar por parte de su madre esa aprobación, esa comprensión que tanto necesitaba. Quería dejar de ocultarse de su familia.
—Hay algo que me gustaría decirte. —Escuchó su propia voz que escapaba de sus labios y de inmediato se arrepintió de haber hablado—. Pero no creo que sea este el momento adecuado.
—Vamos —alentó ella con suavidad—, lo que sea yo te voy a apoyar.
¿De verdad lo apoyaría? ¿De verdad aceptaría su decisión? Buscó en los ojos de su madre algún resquicio que le ayudara a seguir adelante, que le alentara a confiar en la mujer que le había dado la vida. Algo que le dijera que, a pesar de todo, las cosas iban a estar bien. Buscó en su mente el discurso tantas veces ensayado pero jamás pronunciado para confesarse, trató de bucear en su memoria y encontrar las palabras justas.
No pudo hablar. Las palabras no acudieron a su boca y la mirada dulce de su madre se le antojó llena de reproches e incomprensión. La garganta de pronto se le secó, y fue terriblemente consciente de que se encontraban en el medio de una fiesta de cumpleaños, el bullicio inundó sus oídos con furia. La cobardía se apoderó de él dejándolo sin habla y su madre expectante comprendió luego de varios minutos que su hijo no hablaría.
—¿Tan grave es lo que tenés que decirme que no tenés el valor suficiente como para hablar? —Elías bajó los parpados cubriendo parcialmente sus orbes marrones. No quería mirarla a los ojos—. ¿Estás enamorado? ¿Es eso? —El color cubrió las mejillas del muchacho y con rapidez volvió a mirar a la mujer, ¿se habría dado cuenta de lo que pasaba? ¿Tan fácil podía leer en él como para adivinar su estado de ánimo?—. ¿Quién es la afortunada? —inquirió segura y feliz al presentir que había dado en el blanco—. Te advierto que no voy a permitir que cualquier mujer se lleve a mi hijo, antes va a tener que obtener mi aprobación.
La pregunta formulada en broma sepultó definitivamente el casi inexistente coraje que había juntado el muchacho. Debía suponerlo, su madre jamás imaginaría que su perfecto hijo se había enamorado de un hombre.
—No… —balbuceó.
—No tengas vergüenza…
No escuchó lo que la mujer decía. Era como si de repente todo se hubiera hundido en un profundo silencio, en un abismo de profundo silencio. Ya no le prestaba atención a su madre. Sólo fue consciente de la presencia de Joshua que con pasos firmes y seguros se acercaba hasta donde ellos se encontraban.
¿Seguiría enojado?
Se sintió desfallecer. Temía que el empresario, preso de un ataque de furia, decidiera romper el silencio y terminara por confesar lo que a él tanto le estaba costando. Con la mirada buscó los ojos de Joshua suplicándole, rogándole. No era el momento adecuado ni el lugar, pero no estaba seguro de que Joshua pensara igual.
Con una serenidad y frialdad que crispaban dolorosamente los nervios de Elías, el empresario se detuvo junto a la mesa y le regaló una amable sonrisa a la mujer.
—Buenas noches, señora —saludó Joshua con cordial voz—, qué gusto volver a verla.
—Joshua, ¿verdad? —El empresario asintió levemente—. Qué sorpresa, no sabía que fuera amigo de Marco también.
—Sólo vine por un rato —sonrió evitando hacer algún comentario acerca de la verdadera relación que lo unía a Marco—, en realidad ya me iba, acabo de llegar de un viaje y estoy muy cansado, pero quería aprovechar para saludarla.
—Yo también estaba por irme, mis dos hijos se durmieron y ya es muy tarde. —Se giró hacia su hijo mayor quien lucía en su rostro una expresión de incomodidad—. Elías, si querés, quedate, yo voy llamar a un taxi…
—Si quiere la puedo alcanzar hasta su casa —ofreció Joshua.
Elías palideció aún más.
—No es necesario… —se apresuró a farfullar incómodo.
—Insisto, no es ninguna molestia para mí.
El empresario lo desafió con la mirada, esas orbes esmeraldas amenazaban con ponerlo en evidencia si no seguía al pie de la letra todos sus caprichos. Sabiéndose claramente en desventaja, miró a su madre que luchaba por despertar a los niños y volvió a mirar al empresario.
—Está bien —dijo derrotado—, pero yo también voy con ustedes.


El viaje transcurrió en un extraño ambiente. Elías seguía con los nervios de punta y Joshua conservaba una calma aparente. Los niños, más dormidos que despiertos, apenas prestaron atención a los adultos y somnolientos se habían apeado del vehículo cuando llegaron a destino. La señora Rita, intentando devolver la atención de Joshua insistió hasta el cansancio en que el empresario ingresara a la casa a tomar una taza de café, invitación que fue rechazada por éste alegando cansancio.
—Entonces —dijo rendida—, queda pendiente la invitación para otro día.
Joshua asintió con amabilidad y se despidió de la mujer con una cortés inclinación de la cabeza.
—Mamá. —Elías detuvo a su madre antes de que entrara a la casa—. Yo me regreso al pub, quiero estar un rato más con Marco. —La mujer asintió cansinamente y saludó a su hijo con un beso para luego desaparecer detrás de la puerta, recién allí Elías se enfrentó a la mirada del empresario—. ¿Te molestaría alcanzarme al pub?
Era una excusa tonta, pero necesitaba estar a solas con él.
Se quedaron en silencio parados junto a la entrada de la casa. Joshua observándolo en un mutismo tenso y Elías devolviéndole la mirada con igual emoción.
Necesitaba una explicación, necesitaba escuchar el porqué de aquel comportamiento tan extraño. Quería saber qué era lo que le molestaba tanto y si estaba en sus manos enmendar cualquier error que pudiera haber cometido. Sin necesidad de romper el silencio que los envolvía y sin esperar que el empresario aceptara o no llevarlo al pub, el muchacho cortó el contacto visual que los unía, dirigió sus pasos hasta el automóvil, se acomodó en el asiento del acompañante y aguardó.
Joshua tardó sólo unos segundo en seguirlo. El orgullo lo dominaba y su enojo seguía latente. Preso de ese sentimiento, no estaba dispuesto a romper el silencio que se había instalado entre ambos desde hacía algunas horas. Mecánicamente se colocó el cinturón de seguridad y girando la llave en el contacto puso el vehículo en marcha. No iba a hablar, no quería que en sus palabras se notara la ofuscación que sentía.
—Cambié de opinión —dijo de pronto Elías cuando Joshua detuvo el auto en un semáforo en rojo—, llevame a tu casa. —Y cuando el empresario lo miró de reojo agregó—: Quiero que hablemos.
Hermético, como si fuera un niño que está haciendo un berrinche, Joshua sólo asintió levemente con la cabeza.
Tardaron pocos minutos en llegar. Joshua descendió primero y el muchacho lo siguió. La casa estaba a oscuras y ni siquiera el gato, que tantas veces se había aparecido para darles la bienvenida, se acercó a la entrada cuando el empresario oprimió el interruptor y la luz bañó el recibidor de la casa.
Elías cerró la puerta tras de sí, se apoyó en ella y clavó sus ojos marrones en el empresario. Joshua por su parte se detuvo a dos metros del muchacho y lo enfrentó con la mirada. El silencio se hizo tenso e incómodo. Era como si dos luchadores se estuvieran estudiando antes de enfrentar sus fuerzas a los puños. ¿Cómo mierda habían llegado a eso?
—¿Qué te pasa? —inquirió Elías derrotado—. ¿Por qué tengo la sensación de que algo te molesta? —Joshua no parecía tener intenciones de responder—. Si es por lo de mi mamá… —comenzó y no fue capaz de terminar la frase, en lugar de eso, inspiró hondo y agregó—: Perdoname, intento, te juro que intento hablar con ella, pero siempre me termino echando para atrás. Sé que no es justo, pero te pido un poco de paciencia.
«No es ésa la razón por la que estoy así —quiso decir Joshua—, puedo esperar a que encuentres el momento adecuado para hablar, pero no soporto verte con otra persona», pensó pero no dijo nada. Sus argumentos eran infantiles, lo sabía.
—¿Joshua? —inquirió el muchacho de manera suplicante.
—No es por eso —cortó tajante.
—¿Entonces…?
Con pasos firmes acortó las distancias hasta arrinconarlo. Acercó su rostro al del muchacho hasta casi rozar sus labios pero sin llegar a hacerlo.
—No me pasa nada —aseguró entre dientes.
—¿No? —inquirió Elías con incredulidad—. Para no estar enojado lo disimulás bastante mal…
Joshua se alejó un par de pasos. Respiró honda y pausadamente antes de continuar.
—No te voy negar que me desespera tener que estar ocultándonos y que me gustaría que pudiéramos tener más libertad, pero si no soy capaz de acompañarte en esto no me lo perdonaría…
—¿Y? —alentó Elías cuando volvió a quedarse callado—. ¿Qué más? —insistió—. Sé que hay algo más. Hay algo que te molesta y que no me querés decir.
Joshua lo miró a los ojos. Quiso decirle que no le hiciera caso, que seguramente el cansancio le estaba haciendo actuar de manera estúpida y que no quería que siguieran peleando, pero la imagen de aquella jovencita y la simpatía que parecía despertar en el muchacho no le permitieron hacerlo, en lugar de ello, giró sobre su eje tratando de mantener la calma volvió a suspirar de manera exagerada y nuevamente volteó para enfrentarse a Elías
—Lo que no puedo soportar —comenzó y sin darse cuanta apretó los puños a los costados—, es ver como tratás de guardar las apariencias solamente porque hay personas delante…
—¿A qué te referís? —inquirió desconcertado. Joshua no contestó, de nuevo giró sobre su eje, se alejó un par de pasos para luego volver a enfrentarlo. Parecía un león enjaulado a punto de saltar sobre su presa. Elías lo miró expectante y al percatarse de que el empresario no tenía la más mínima intención de decir nada continuó—: No creo haber hecho nada malo…
—¿Era necesario —cortó esta vez Joshua con los labios apretados— que te pusieras tan cariñoso con la prima de ese idiota?
El muchacho se enderezó como si de pronto le hubieran pegado una cachetada.
—¿Diana? —Abrió y cerró apenas los labios antes de balbucear con incredulidad—. ¿Estás celoso?
—No estoy celoso —negó enojado—. Está enamorada de vos, el idiota de tu amigo me lo dijo: “mi prima está enamorada de él —comenzó imitando sarcásticamente la voz de Marco—, siempre creí que terminarían juntos”. Claro que aparecí yo y le arruiné los planes.
Elías abrió grandes los ojos no dando crédito a lo que escuchaban sus oídos. No supo si reír o llorar, lo que sí hizo fue tomar una nota mental de matar a Marco ni bien se lo cruzara.
—Te estás comportando como un nene —balbuceó.
Quizás porque no esperaba una reacción así por parte del empresario no fue capaz de anticipar sus movimientos cuando súbitamente Joshua acortó las distancias y lo arrinconó. Sorprendido y sin entender lo que estaba pasando se dejó dominar por su amante quien a pesar de tener casi la misma altura que él parecía haberse agrandado de repente.
—Si no querés que me comporte como un nene, vos no te comportés así y no me hagás quedar como un idiota.
—Te dejé en claro lo que sentía por vos —murmuró a la defensiva—; no veo por qué todo este escándalo. Me costó mucho, no soy gay…
—Para no ser gay —lo cortó de pronto escupiendo con bronca sus palabras—, lo estás disimulando bastante mal. Yo diría que te calentás bastante fácil cuando te toco.
No lo dejó replicar; antes de que el muchacho dijera nada inclinó su cabeza y lo besó. Atrapó sus labios con los suyos con furia y salvajismo con la clara intención de doblegarlo, de castigarlo.
Elías apenas fue capaz de responderle y Joshua muy a su pesar estaba consiguiendo que su cuerpo cediera. Pero no quería seguir con toda esa estupidez. Ofuscado, molesto por el comportamiento del empresario, juntó fuerzas y de un firme y certero movimiento empujó a Joshua logrando así sacárselo de encima. No conforme con eso, levantó la mano dispuesto a cobrarse la ofensa pero Joshua fue lo suficientemente rápido como para lograr apartarse a tiempo.
Enfurecido, se señaló el pecho con el dedo índice y con la mirada echando fuego lo enfrentó.
—A este marica mal disimulado le molesta mucho que no confies en él —gritó—. Y, contrario a lo que creés, no me calienta ni me excita que seas tan pelotudo.
Giró sobre sus talones y abrió la puerta de entrada. Joshua logró alcanzarlo justo cuando se disponía a cruzar el umbral de la puerta.
—¿A dónde vas? —lo espetó enojado.
—¡Me voy a cogerme a Diana! —gritó furioso—. Si como vos decís está enamorada de mí no va tener problemas en hacerlo ya que mi pareja no está interesado en tener nada conmigo esta noche.
Joshua no se iba a dejar vencer, con fuerza lo sujetó de uno de los brazos y alejó de la entrada para luego cerrar la puerta con violencia.
—No te vas a ir, todavía no terminamos de hablar.
—Yo sí terminé de hablar —enfatizó desligándose de su agarre—, y sinceramente Joshua no me interesa hablar con vos en estas condiciones. Ahora si me permitís, vuelvo al cumpleaños de Marco.
Pero el empresario no estaba dispuesto a ceder, con autoridad lo arrinconó en la puerta de entrada.
—No te atrevas a engañarme —amenazó con voz tensa—, porque no sé de lo que sería capaz.
Sus manos como dos grilletes apresaron las muñecas del muchacho sujetándolas al costado de la cabeza y sus piernas se enredaron con las de su oponente bloqueando al máximo cualquier movimiento. Sus labios buscaron a su igual y fue su lengua la que como una espada justiciera se sumergió en la boca contraria obligándola a subordinarse ante su poder. Castigando la insolencia del muchacho, Joshua lo besó con furia, lo aprisionó, lo estrujó contra la puerta de entrada. Sus manos firmes y seguras recorrieron el cuerpo de su amante. Elías apenas fue capaz de resistirse y a punto estuvo de ceder. Mas no se permitió hacerlo. No en esta ocasión. No podía permitir que aquella situación pasara por alto. Juntó fuerzas y, muy a su pesar, logró sacarse a Joshua de encima.
—No —negó con vehemencia—, si no vas a confiar en mí, no me interesa seguir con esto.
El ruido de la puerta retumbó en sus oídos y sólo consiguió que sus músculos respondieran a sus deseos después de varios minutos, pero el muchacho hacía rato que se había marchado.


El celular volvió a sonar por centésima vez y Elías sin siquiera abrirlo supo de quién era el mensaje de texto. Todavía estaba demasiado enojado como para firmar una tregua. Y podía saber de memoria lo que decía ese mensaje, ése y los muchos otros que a lo largo de la mañana le habían llegado al aparato. Todavía no quería perdonarlo. Consultó el reloj en su mesa de noche: las once de la mañana. Aquel día tenía franco en su nuevo trabajo, su madre hacía un par de minutos que se había retirado con sus hermanos y conociendo el temperamento del empresario supuso que se presentaría en su casa en cualquier momento. No quería cruzarse con él.
Se vistió con rapidez y sin tener idea de a dónde dirigirse, salió de su casa. Necesitaba pensar las cosas con claridad.
Tendría que habérselo imaginado, Joshua siempre fue obsesivo y un poco caprichoso y no era extraño que los celos acompañaran estas dos facetas que tenía el empresario. No le molestaba, incluso le causaba un poco de gracia y hasta ternura el saberlo, pero le dolía la falta de confianza que había demostrado el empresario para con él. No le había mentido cuando le decía que nunca lo engañaría mientras estuvieran juntos, sería como traicionarse a sí mismo. Desde el mismo momento en que había decidido seguir los impulsos de su corazón y aceptar sus sentimientos por Joshua, tuvo en claro que iba en serio. Lo amaba, y no estaba en su persona serle infiel.


No había podido dormir. Por más que el cansancio por el viaje era real, la discusión que había tenido con el muchacho le había rondado por la cabeza durante toda la noche obligándolo a mantenerse en vela. Su comportamiento había sido infantil. No era posible que después de tanto luchar la relación se terminara por una pelea tan tonta. Ya había perdido la cuenta de cuántos mensajes de texto le había mandado.
—Qué estúpido soy.
Se recostó en el sillón y miró la puerta de entrada de su oficina. No estaba con ánimos como para trabajar esa mañana. Solamente deseaba que Elías se dignara a responder su llamada. Después de que abandonara su casa estuvo a punto de seguirlo, pero no lo hizo. Decidió esperar a que se calmaran los ánimos. Ahora que lo volvía a pensar no sabía si la decisión fue acertada o no. Apretó con fuerza los puños, abrió el teléfono celular y, haciendo caso omiso al pedido del muchacho de que nunca lo llamara, marcó el número el cual sabía de memoria y esperó a que lo atendieran. Lanzó una maldición al escuchar del otro lado a la operadora de voz monótona que le informaba que el número marcado se encontraba apagado. Molesto con Elías, pero aún más consigo mismo, se puso de pie y comenzó a pasearse por la oficina. Una vez más, marcaría el número, una vez más, y si Elías no respondía a su llamada lo iría a buscar y aclararía las cosas, y no le importaba si la madre del muchacho estaba presente cuando esto sucediera. Volvió a tomar asiento.
La puerta se abrió sobresaltándolo y distrayéndolo de sus pensamientos. Sus músculos se tensaron y su corazón rebotó fuerte en su pecho cuando sus ojos volvieron a encontrarse con esas orbes ambarinas. Elías cerró la puerta tras de sí y caminó un par de pasos hasta quedar en el centro mismo de la oficina. Algo incómodo rehuyó de la mirada del muchacho.
Se sentía un estúpido parado ahí cuando se había jurado que no lo buscaría. Era un idiota. Había salido de su casa con la intención de despistar la atención del empresario para que no pudiera dar con él, pero se descubrió a si mismo encaminándose hasta el imponente edificio de la J&E y manifestó, muy a su pesar, que ardía en deseos por volver a verlo. Quería asegurarle de que no lo engañaría jamás, que no le mentía cuando le decía que se había enamorado, y que si alguna vez se diera cuenta de que ese amor se había terminado, antes de engañarlo se alejaría.
Lo miró en silencio. Buscó en aquel bello rostro que lo había enamorado rastros del enojo anterior. Quiso encontrar un nuevo reproche y una nueva escena de celos, pero lo que encontró fue diferente. Joshua permaneció quieto sin moverse pero Elías pudo discernir en sus ojos arrepentimiento. Juntando fuerzas, cubrió su rostro con una máscara de indiferencia y se decidió a actuar con la mayor frialdad posible. Por más que se hundiera en deseos de fundirse entre sus brazos, en ese momento decidió mantenerse firme en su postura y mostrarle a empresario hasta que punto le afectaba su manera de actuar.
—Hablemos, Joshua —articuló con suave voz.
La seguridad o quizás la autoridad con la que las palabras habían sido pronunciadas provocaron una extraña sensación en el empresario. ¿Y si Elías quería dejarlo?
Observó con aire crítico al empresario. Sus ojos parecían estar reprochándole algo y Joshua, sintiéndose en falta no fue capaz de romper el silencio. Con gesto cansino se puso de pie, rodeó el escritorio y se paró a poca distancia del muchacho. La cabeza algo gacha y las manos en los bolsillos delanteros del pantalón le daban un aspecto vulnerable, tanto que Elías dudó ser lo suficientemente fuerte como para no rendirse a los encantos del empresario.
—Sé que estas enojado —comenzó el empresario—, y que actué como un nene caprichoso. —Levantó los ojos y lo enfrentó—. Pero vos sos mío, no quiero verte con nadie más.
Acompañando sus palabras se acercó al muchacho y se detuvo a escasos centímetros de él. Levantó la mano queriendo rozar su rostro pero no se atrevió a terminar la acción. Su mano se detuvo a la mitad del camino y volvió a caer al costado de su cuerpo.
—Y no quiero que me dejes. Si viniste a terminar conmigo andate, si vos no querés seguir conmigo no me importa, en todo caso voy a tener que obligarte —sentenció desviando la mirada hacia algún punto de la habitación.
Los labios de Elías se curvaron en una suave sonrisa que Joshua no alcanzó a discernir. Era increíble la facilidad que tenía el empresario para tirar abajo su mal armada postura que intentaba y no lograba mostrarse frío. Quería hacerle sentir toda la angustia que él había sentido, hacerle notar lo mal que se había comportado. Pero se supo vencido. Ya no era necesario que siguieran con esa pelea estúpida.
—¿Sabés una cosa? —comenzó con tono tranquilo—. Me doy cuenta de que muchas cosas que se dan por sentado no se dicen, y también me doy cuenta de que tengo una enorme necesidad de oírlas en voz alta, por más que las sepa. —Joshua lo miró sin entender una sola palabra—. Tardé mucho en reconocer lo que sentía y tengo grabados en mi memoria muchas cosas que nos pasaron desde que nos conocimos hasta llegar a este momento, pero hay una en particular que hasta ayer no me había dado cuenta de lo mucho que añoraba volver a vivir.
Joshua no habló. Siendo consciente de que por el momento no estaba en condiciones de exponer su parecer, dejó que el muchacho hablara. Aunque no supiera a ciencia cierta hacia dónde se dirigía Elías con esa conversación.
—Te puede parecer tonto, cursi o infantil —susurró mirándolo a los ojos—, pero me di cuenta de que de vez en cuando es bueno repetirle al otro lo que siente, y me di cuenta de que hace mucho no me decías lo que sentís por mí.
—¿Qué…?
—Sos celoso, egoísta, caprichoso y muy posesivo, me molesta un poco eso pero supongo que eso es algo con lo que voy a tener que convivir, porque así lo decidí, eso es lo que quiero y porque me siento bien cada vez que decís que me amas, y hace mucho que no lo hacías. Me di cuenta ayer, cuando en el medio de toda esa escena de celos volviste a decirlo.
Joshua lo observó en silencio. Se suponía que estaban peleados, se suponía que Elías estaba enojado, y se suponía que él había actuado de forma infantil, pero el muchacho parecía no pensar lo mismo.
—Es tonto pero de vez en cuando me gustaría escucharte decir cuánto me querés.
El empresario dibujó una sonrisa y se acercó al muchacho.
—Se suponía que estabas enojado.
—Estoy enojado. Todavía no te perdono la escenita de ayer ni la desconfianza. Me duele que pienses que puedo llegar a estar con otra persona, el día que eso suceda primero me aseguro de terminar la relación.
No mentía, lo supo en su interior al mirar los ojos del muchacho. Se sintió más estúpido por haber dejado que sus emociones se salieran de control.
—¿Qué puedo hacer para que me perdones? —musitó acercando su rostro al del muchacho, sinceramente arrepentido.
—Confiar en mí.
Las palabras de Elías sonaron en su mente y se sintió tonto. La realidad no era que no confiara en él sino que no soportaba verlo con otra persona. Tanteando un poco el terreno acercó su rostro y rozó con sus labios los del muchacho.
—Perdoname —susurró Joshua sobre sus labios—, por las dudas, por los celos y por amarte como un estúpido.
Elías se alejó apenas y mantuvo su expresión sería.
—Todavía no tengo ganas —musitó y se prendió del cuello del empresario y con autoridad ahondó el beso.
Respirando con dificultad Joshua se logró liberarse muy a su pesar.
—Para estar todavía enojado lo disimulas muy mal.
—Todavía estoy enojado y tengo derecho a demostrarlo de la manera que se me antoje.
—Entonces dejame pedirte perdón sobre la alfombra —susurró húmedamente al oído del muchacho.
Elías soltó una sonora carcajada al comprender el sentido de las palabras del empresario y sabiendo que Joshua era completamente capaz de cumplir con su palabra se alejó de él.
—En el piso es incómodo y tu secretaria esta acá al lado. Mejor me voy antes de que intentés hacer una locura y yo me vea arrastrada por ella.
—Paula puede ser sorda cuando quiere —musitó tomándolo del brazo y acercándolo hasta él.
—¿Cómo sabés? —inquirió con un gesto de extrañeza en su rostro—. ¿Ya lo probaste con otra persona?
—No. Pero sería interesante que lo probáramos ahora.
Elías se deshizo de su agarre con agilidad y se apresuró a alcanzar la puerta antes de que Joshua volviera a atacarlo.
—Me voy, te veo a la noche. —Giró la perilla y antes de salir volteó para volver a mirar al empresario—. ¡Ah! Me olvidaba, sos muy lindo cuando te ponés celoso.
La sonrisa en los labios de Joshua prosiguió hasta minutos después cuando el muchacho abandonó la habitación. Recién allí en soledad, se percató de algo muy importante y que hasta el momento se le había pasado por alto. Sin detenerse en meditaciones alcanzó la puerta rogando porque el muchacho no se hubiera retirado aún. Se apresuró aún mas, al ver al muchacho ingresar en el elevador.
—Cancela todas mis citas Paula —dijo apresurado cuando pasó junto a la mujer para meterse en el aparato segundos antes de que se cerraran las puertas.
—¿Qué hacés? —le reprochó Elías enojado al ver como las puertas del elevador casi se quedan con parte de su camisa—. Es peligroso que te subas así al ascensor, te podés lastimar.
—Me acordé de algo —articuló agitado.
—¿Qué?
—Las alfombras pueden ser incómodas pero la cama no, tengo un hermoso departamento en el noveno piso. Vamos allá —musitó oprimiendo el número nueve en el panel de control para luego acercarse con sensual paso y susurrarle al oído—: Quiero hacerte el amor ahora.
—Qué pelotudo —musitó Elías pero no fue capaz de resistirse cuando Joshua se apoderó de sus labios.
El aparato se puso en marcha.
Sediento y hambriento al mismo tiempo el empresario saboreó cada beso que el muchacho le daba temiendo no ser capaz de mantener la cordura hasta que el elevador llegara a destino. El cuerpo de Elías rozaba el suyo y comprendió que al igual que él, su amante apenas era capaz de contenerse. Los dedos temblorosos del muchacho se abocaron en desabrochar torpemente los botones de su camisa.
—¿El ascensor te parece más cómodo que la alfombra de la oficina? —jadeó entrecortado y divertido.
—No, sólo estoy adelantando el trabajo.
La carcajada de Joshua fue interrumpida por el ruido que hizo el elevador al detenerse en el noveno piso.
—Vamos —musitó tomando al muchacho de la mano.
El enojo quedó en el olvido. La pasión ganó terreno y apenas la puerta se cerró guareciéndolos en el departamento, ninguno de los dos fue capaz de disimular el deseo, la necesidad y la urgencia grande que tenían de tocarse, de besarse y de hacer el amor.


Milagrosamente había terminado antes con sus asuntos pendientes y había vuelto a casa antes de lo previsto. Sus dos hijos menores aún estaban en la escuela y Elías se había ido a algún lugar seguramente tratando de aprovechar al máximo su día libre. Dirigiéndose a la cocina, la señora Rita dejó dos bolsas cargadas de comida sobre la mesa y volvió al living. Como muchas otras veces, se puso a mirar a su alrededor. La casa estaba tan vacía cuando sus hijos no estaban. Después de que su marido muriera sólo sus hijos habían logrado sacarla de aquella depresión, por ellos había decidido levantarse y salir delante, y de los tres, Elías siendo el mayor había tomado la enorme responsabilidad de sacar la familia adelante a pesar de ser tan joven. Sonrió. Estaba muy orgullosa de él y a la vez se sentía culpable por haber permitido que su hijo cargara con esa mochila tan grande. Le hubiera gustado que las cosas sucedieran de otra manera, pero su enfermedad tiró todos sus planes a la basura. Ahora las cosas parecían estar encaminándose.
Inmersa en sus pensamientos recorrió la casa evocando viejos recuerdos en cada rincón que se paraba. El cuarto de los niños, su dormitorio, el cuarto de Elías. No solía entrar en el cuarto de su hijo, sólo lo hacía cuando era necesario, Elías era bastante ordenado y no tenía necesidad de realizar la limpieza como en el cuarto de los más pequeños, pero en esa oportunidad se permitió el atrevimiento de violar la intimidad de su hijo.
Se encaminó luego hasta el lecho sentándose a un costado de la mesa de luz. Un portarretratos vacío llamó su atención, trató de hacer memoria para recordar qué fotografía era la que este guarecía. Se encogió de hombros, seguramente Elías había decidido cambiarla por otra.
Más por un acto reflejo que por sincera curiosidad abrió el cajón de la mesa de noche. Un par de papeles, un libro y una lapicera no fueron suficientes para atraer la atención de la mujer como lo hizo una fotografía que cayó al piso cuando tomó el libro entre sus dedos. ¿Qué hacía su hijo con una fotografía de aquel hombre? No tenía idea que la amistad entre ellos siguiera a pesar de ya no trabajar juntos. Volvió a guardar el libro y la fotografía en su lugar y se puso de pie. Consultó su reloj y se apresuró a abandonar el cuarto. Había prometido a los más pequeños preparar unas galletas de chocolate y si no se apuraba no llegaría a cumplir su promesa.


Detuvo el vehículo frente a la casa del muchacho y giró el rostro para mirarlo de frente.
—Te paso a buscar a la noche.
Elías miró de reojo la entrada de su morada, a los transeúntes que pasaban por allí y después se volvió a enfrentar al empresario para afirmar lentamente con la cabeza.
—A las nueve de la noche.
—Está bien, nos vemos a esa hora.
El muchacho giró para apearse del vehículo y antes de que sus dedos rozaran la manija de la puerta la mano firme del empresario lo obligó a mantenerse en el lugar.
—¿No pensaras irte sin saludarme? ¿No?
Fue lo único que escuchó Elías antes de que los labios de Joshua se apoderaran de los suyos. Intentó luchar, no quería que nadie los viera y el estar al frente de su casa lo ponía nervioso. Aun así no fue capaz de rechazar aquellos labios que con experto fuego lograban doblegarlo con increíble facilidad. Se permitió ese leve momento de rebeldía y bajando la guardia respondió con igual pasión al beso de su amante.
—Te amo, voy a tratar de recordártelo de vez en cuando —musitó Joshua alejándose y enderezándose nuevamente en el asiento del conductor.
—Hasta la noche —logró articular el muchacho antes de descender del coche.
No fue hasta que vio desaparecer el vehículo de su campo visual que se decidió a ingresar a la casa. Distraído como estaba en rozar con la punta de los dedos sus propios labios buscando y saboreando el sabor de Joshua no se percató de la presencia de alguien cuando ingresó al living.
—Elías…
El muchacho levantó la vista para toparse con la mirada ambarina de su progenitora. La vio extraña, un brillo raro inundaba sus ojos y el muchacho no supo describir qué era. No reaccionó, y no se movió del lugar cuando la mujer se paró frente a él y tampoco intentó detenerla. No pudo discernir la mano de su madre que cortaba el aire hasta cruzarle la cara de un cachetazo, pero sí pudo sentir sus mejillas ardiendo por el dolor y las palabras, aquellas duras palabras que escuchó a continuación que se quedarían grabadas en él por mucho tiempo.
—Acabo de verte ahí afuera —gritó—. ¿Cómo pudiste hacerme esto? ¡Vos no sos mi hijo!


Continuará…
Notas finales:

Bueno no hay mucho que decir, creo que nunca podemos prever la reacción del otro y la madre de Elías no es la excepción. Pero bueno aun falta saber como termina esto, así que no se desesperen que de alguna manera voy a solucionar esto. Muchas gracias como siempre por leer, comentar y criticar. Besos, Makino Tsukushi.


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