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Sentimientos ocultos, pasiones prohibidas por makino tsukushi

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Notas del capitulo:

Sencillamente: mis mas sinceras disculpas por esta larga ausencia. 

 

Capítulo 27. Sacrificio

 

 

Joshua miró de frente a Rita. Intuía que la conversación que estaba a punto de mantener no sería en buenos términos, pero no claudicaría. Tal vez, podría atisbar alguna pequeña abertura en la infranqueable coraza que aquella mujer había construido a su alrededor y así intentar convencerla de que lo que sentía por Elías era verdadero. Que el sentimiento que ambos tenían era real. No deseaba volver a ver al muchacho llorar por la tozudez de su madre, no quería que se viera obligado a elegir entre él y su familia, pero también se supo egoísta e incapaz de ceder un ápice del terreno ganado aun sabiendo el dolor que guarecía el alma de su amado. El silencio se le antojó eterno e incómodo. La mujer se tomó el tiempo suficiente para observarlo con descarada altanería, elevando su rostro en fría pose como meditando las palabras que estaba a punto de pronunciar. Su voz sonó cortante y fría cuando finalmente sus finos labios dejaron escapar una directa y desafiante frase.

—Quiero que se aleje de mi hijo.

Joshua la observó con detenimiento. Aquella mujer, a pesar de su sencillez, era atractiva. Sus cabellos eran tan castaños como los de Elías, sólo se diferenciaba por algunas blancas canas que empezaban a distinguirse al costado de sus pequeñas orejas. El orgullo y la altanería le recordaron lo mucho que le había costado ganarse los sentimientos del muchacho y pudo concluir, sin temor a equivocarse, de quien había heredado Elías aquel aspecto tan exasperante de su personalidad. No iba a ser fácil convencerla.

—Eso no va a poder ser —musitó con calma, y modulando las palabras agregó—: porque yo amo a Elías…

—¡Eso no es amor! —gritó Rita interrumpiéndolo. Joshua la miró en silencio mientras la mujer apretaba con fuerza sus puños y trataba de respirar con normalidad—. No puede haber amor entre ustedes. Usted, que es un hombre rico y sin problemas, seguramente le divierte esta situación. Puede probar que con toda la plata que tiene puede tener lo que quiera, pero se equivoca con Elías. Él era un buen chico, hasta que apareció usted y no sé qué le hizo…

—Señora —cortó Joshua con autoridad y frío tono—, Elías ya no es un chico, es un hombre y es completamente capaz de tomar sus decisiones. Si él está conmigo es porque así lo quiere. ¿Por qué no lo acepta? ¿Tanto asco le da que su hijo este conmigo? ¿Ese es el amor que le tiene? Debería aceptarlo y tratar de comprenderlo…

—¿Con qué derecho se atreve a dudar del cariño que tengo por mi hijo…?

—Me atrevo porque por su actitud Elías está sufriendo —interrumpió de manera tajante—. Sé que no es fácil aceptar esta situación, pero llegar al extremo de echar a su hijo de su casa no se me hace muy cariñoso.

La mujer se enderezó en el asiento como si hubiera recibido una tremenda cachetada. Las palabras del empresario la incomodaban. Desde hacia días que sentía que el comportamiento que estaba teniendo con su hijo era duro. En varias ocasiones se había sorprendido tomando el tubo del teléfono y marcando el número celular del muchacho para luego cortar con rapidez antes de apretar la tecla para que la llamada se realizase. La imagen de aquel beso entre ese hombre y Elías volvía una y otra vez a su mente, clavándose en su pecho como una mortal daga, y la rabia de saber que el empresario lo había alejado de su lado se hacía cada vez más fuerte.

—Antes de que usted llegara mi hijo no era así —musitó con furia—. Se preocupaba por la familia, trabajaba…

—¿No le parece un poco egoísta de su parte? —inquirió con tranquilidad Joshua, deteniendo el balbuceo de la mujer, quien dibujó una mueca de sorpresa en su bello rostro—. ¿No le parece que Elías ya hizo y hace suficiente por usted y su familia? A pesar de cómo se comportó, él sigue preocupado por su bienestar. Señora, se lo vuelvo a repetir, Elías ya está grande y tiene la edad suficiente como para tomar sus propias decisiones. Yo lo amo y él siente lo mismo por mí, sé que no es fácil, pero me gustaría que lo entendiera —suspiró con aire rendido—. Toda esta situación nos está lastimando a todos.

Rita se irguió cual alta era sosteniéndole la mirada. Era cierto, aquella situación los estaba lastimando, estaba separándola de su hijo, y mientras más pasaba el tiempo más sentía que la solución estaba lejos. No podía aceptar aquella realidad. Se negaba a creer que los sentimientos de su hijo hacia aquel hombre fueran verdaderos. Quizás el lujo, tal vez lo deslumbró con promesas, con detalles, no lo sabía. De lo que estaba segura era de que Elías había cambiado mucho, ya no reconocía a su propio hijo. Aquel hombre, que tan elegantemente la enfrentaba con la mirada, era el único culpable.

—Nunca lo voy aceptar —anunció de manera fría y calmada—. Y va a ser mejor que deje a mi hijo en paz, porque sino usted va a ser el culpable de que no vuelva a ver a su familia. Ni a sus hermanos, ni a mí —aclaró con furia para luego ponerse de pie.

Joshua la observó mientras giraba y salía de la habitación. El empresario se quedó mirando la entrada del despacho mientras trataba de calmarse. Cansado, apoyó los codos en el escritorio y suspiró con fuerza mientras ocultaba el rostro entre sus dedos.  Comprendió muy a su pesar que iba a ser demasiado difícil convencer a Rita del amor que sentía por su hijo, y decidió no comentarle nada a Elías de lo ocurrido. El muchacho ya tenía suficientes problemas y él se sentía demasiado culpable, no valía la pena echarle más leña al fuego.

 

 

Marco miró a través de la ventana de la habitación a ninguna parte en particular. El olor del lugar no hacía más que recordarle en donde se encontraba. Es una operación sencilla, había dicho el cirujano, pero aun así no hacía más que replantearse cosas de su vida como si de un condenado a muerte se tratara. Tenía muchos planes, muchos proyectos, y comparándose con Elías se había percatado de que su vida había sido de lo más monótona e insignificante. No se quejaba, no, para nada. Siendo abandonado con tan sólo días de vida se sentía afortunado por haber encontrado a unos padres adoptivos como los que le había tocado en suerte. En lo profesional estaba a un paso de recibirse, y en lo sentimental estaba abierto a nuevas experiencias. Pero tenía miedo. Sentía ganas de hacer muchas cosas, quería independizarse, dedicarse de lleno a ejercer su profesión ni bien sus estudios terminaran y, quizás, buscar en serio alguien que le hiciera compañía y que tal vez llegara a ocupar un lugar en su corazón. Era una operación sencilla, pero conocía muchos casos que de una operación sencilla habían pasado a una muerte segura. No era común en él la autocompasión, pero en ese momento no pudo evitarlo. Siempre dispuesto a mostrar su mejor sonrisa, a ser el oído del que necesitaba ser escuchado, a ocultar sus tristezas ante los demás. Odiaba sentirse vulnerable, odiaba tener miedo, pero en aquel punto era lo que sentía. 

—Mejor dejo de pensar en tonterías —musitó.

—¿Ahora hablás solo?

La voz a su espalda lo sobresaltó haciéndolo girar para toparse con la ambarina mirada de Elías que lo observaba desde la puerta de entrada. En sus cavilaciones, no se había percatado de su presencia.

—No te escuché llegar.

Elías asintió con la cabeza y en silencio entró en la habitación. Caminó hasta donde su amigo se encontraba y, al igual que Marco, contempló a través del cristal de la ventana. El sol calentaba tibiamente la ciudad regalando una agradable temperatura.

—¿Cómo estás?

Marco sonrió. Tenía muchas respuestas para esa pregunta y ninguna a la vez. Asustado, ansioso, indiferente, no sabía bien. Quería escapar, quería que la operación pasara rápido y, a la vez, deseaba que el tiempo detuviera su incansable andar.

—Terriblemente asustado —musitó con sinceridad—. Tengo miedo.

—Todo va a salir bien…

—Elías —lo interrumpió de pronto—, estuve pensando mucho, y siento que no supe ser un buen amigo para vos.

Aquellas palabras dejaron momentáneamente sin habla a Elías. Para él, Marco había sido un apoyo muy importante en su vida.

—Que boludeces estás diciendo…

Marco levantó una de sus manos para que dejara de hablar.

—Siempre me sentí un poco culpable por haber colaborado indirectamente en que tu relación con Joshua terminara como terminó.

—Marco…

—Tendría que haberte insistido para que trabajaras en el bar en donde trabaja mi papá…

Elías recordó que su amigo le había sugerido que si hablaba con su padre seguramente le conseguiría en puesto en el pub, pero el temor a que Joshua hiciera algo en contra de Ricardo le impidió aceptar la propuesta.

—En ese momento Joshua estaba obsesionado y si aceptaba tu propuesta seguro que tu papá también se quedaba sin trabajo. Te lo dije un montón de veces, no tenés que sentirte culpable por ello, nadie me obligó a nada. Cuando decidí aceptar a Joshua en mi vida sabía a qué me enfrentaba, vos solamente estuviste ahí cuando más te necesitaba y eso es lo que más aprecio.

Marco dibujó una tibia sonrisa en su rostro. Eso no lo hacia sentir menos culpable.

—Pero tendría que haberte insistido, solamente necesitabas plata para salir de las deudas y mi papá podía ayudarte, y capaz en este momento no estarías de pareja con ese idiota o, quien sabe, capaz se le ocurría una manera mejor de acercarse a vos en lugar de manipularte. No sé, siento que te fallé, tendría que haber sido más…

—No me fallaste, nunca lo hiciste —lo acalló con sinceridad—. Sé que todo esto empezó como algo estúpido, como un juego caprichoso de un tipo que por alguna razón se obsesionó conmigo. Pero todo es distinto ahora. Cuesta creer que a pesar de todo logré mirar más allá de sus caprichos y reconocer que mis sentimientos hacia él habían cambiado completamente. Nunca creí que me enamoraría de un hombre y menos de uno como Joshua, si te digo la verdad, tiene muchos defectos y una odiosa costumbre de conseguir siempre lo que quiere.

Marco miró el perfil de su amigo. Había cambiado mucho en esos últimos meses. Sabía que los sentimientos que el muchacho guardaba por el empresario eran sinceros y también sabía lo mucho que sufría por el rechazo de su madre a su relación amorosa. Tendría que ser una de las personas más felices en ese momento: había retomado sus estudios, tenía un trabajo en donde la paga era muy buena y estaba visiblemente enamorado; pero la actitud de su madre no hacía más que empañar la situación. No podía negar que le había sorprendido mucho que su amigo decidiera poner su relación por encima de su familia, en otros tiempos no hubiera dudado en elegir a su madre y sus hermanos sobre cualquier cosa, pero ahora Joshua Reisig se había convertido en su centro.

—Cuando me pongo a pensar en el porqué terminé cediendo a sus sentimientos —dijo después de un breve silencio—, son muchas las respuestas que vienen a mi cabeza. Hace tiempo que no tenía una relación sentimental con nadie, mi vida transcurría en un pequeño círculo entre mi familia, mi trabajo y la obligación de hacerme cargo de todo como el mayor de los hermanos. Lo que alguna vez había ambicionado se había quedado en el camino y sobre mí llevaba una carga muy pesada. Claro que podía haber decidido borrarme de mis obligaciones y dejar a la buena de Dios a mi mamá y a mis hermanos, pero no soy así, no va conmigo.

—Sos estúpidamente responsable y sentimental —reconoció Marco con una suave sonrisa.

—No puedo evitar ser así —sonrió para luego continuar—: cuando conocí a Joshua se me hizo una persona egoísta, manipuladora y egocéntrica, pero a medida que el tiempo fue pasando, me di cuenta de otra cosa: inconscientemente yo siempre andaba buscando a alguien en quien apoyarme, sé que te tengo a vos que sos mi amigo, a mi mamá y a mis hermanos, pero yo necesitaba algo más, y no fue hasta que lo conocí que me di cuenta que el apoyo que él me daba era lo que estaba buscando. Y decidí arriesgarme, sabiendo que mi mamá se pondría en contra, que le costaría mucho asumir que su hijo mayor se había enamorado de un hombre —miró a los ojos a su amigo antes de seguir—:  pero sentí que era hora de empezar a pensar en mí, sé que es egoísta, pero no estoy dejando de lado a mi familia. A pesar de que mi mamá se niegue voy a seguir ayudándola pero también quiero ocuparme de mí, de mi futuro, de las cosas que amo, de vivir libremente esta relación por el tiempo que dure, porque por primera vez en mucho tiempo busco mi propio beneficio y no el beneficio de otros.

—Sabes que a mí no me gusta tu noviecito, pero igual te apoyo…

—Novio —sonrió—, que raro suena eso —dijo para sí para luego volver a dirigirse a su amigo—. Vos siempre me apoyaste, eso que te quede muy en claro, si ahora estoy con Joshua es por mi propia voluntad, y te doy gracias por haber colaborado. Ahora es mejor que estés tranquilo, no quiero que me hables como si estuvieras despidiéndote de mí. Todo va a salir bien y cuando te den el alta, podemos ir a comer un asado completo de esos que te dejan bien lleno, porque estoy seguro que todo va a salir bien.

—Muy bien, pero el asado lo invitas vos.

—Es un trato entonces.

—Elías —la voz de su amigo sonó ausente, lejana. Cuando levantó sus ojos se percató que la vista de Marco estaba nuevamente perdida en el paisaje que se dibujaba a través del cristal de la ventana—, sigo teniendo miedo, mucho miedo. Si no despierto…

—No digas eso…

—Si muero —volvió a cortar el muchacho—, quiero darte las gracias por haber sido mi amigo y quiero que le digas a mis papás que estoy orgulloso de tenerlos como padres.

—Marco…

—Gracias a vos por aceptarme y gracias a ellos por impedir que mi vida terminara en un orfanato.

Elías no lo pensó. De un solo movimiento tiró con fuerza de su amigo y lo envolvió entre sus brazos dándole un fuerte abrazo. No supo cuanto tiempo pasó pero al separarse del muchacho pudo percibir un ligero temblor que emanaba de su cuerpo de su amigo y no pudo evitar sorprenderse al ver lágrimas rodar por el moreno rostro de Marco, facción que pocas veces se permitía mostrar ante nadie. Elías no emitió opinión alguna, sólo atinó a tirar nuevamente de él y a abrazarlo con fuerzas permitiendo que se desahogara y conteniendo en vano, las lágrimas que se escapaban de su mirada ambarina.

 

 

El tiempo parecía pasar con inusitada lentitud y no hacía más que acrecentar el nerviosismo que inundaba el ambiente. La sala de espera estaba en silencio. La madre de Marco sostenía con fuerza un rosario moviendo apenas los labios en una angustiante plegaria. Su marido estaba sentado junto a ella y le rodeaba los hombros con uno de sus brazos.

Elías sintió un nudo en el estomago. Imágenes de su infancia desfilaron por su mente. Marco era su mejor amigo y por primera vez en mucho tiempo tomaba plena consciencia de que podía perderlo. Sonrió levemente intentando ocultar el nerviosismo que sentía. Todavía recordaba aquella mañana en el jardín de infantes cuando se cruzaron por primera vez. Los nervios del primer día de clases, la timidez y la novedad de relacionarse con personitas de su misma edad.

—Hola.

Elías levantó la cabeza y miró al niño de su misma altura que al igual que él parecía tener serios problemas para entablar una conversación. Era el primer recreo y la mayoría de los pequeños habían armado grupitos para jugar con autitos, muñecas, correr de un lado a otro ganándose la reprimenda de las maestras o simplemente intercambiar figuritas de algún superhéroe o dibujo animado de moda. Elías, completamente cohibido, se había quedado parado a un costado del patio de juegos observando a los demás niños. Se sorprendió al ver que aquel pequeño le hablaba. Sus ojos negros como la noche y su rostro manchado de chocolate le obsequiaron con una tímida sonrisa.

—¿Querés jugar a la pelota conmigo? —invitó Marco igual de tímido.

—No tenemos pelota —respondió Elías bajito. Pero el otro niño lejos de desilusionarse amplió la sonrisa y sacó de su bolsillo una bola de papel que apenas si cabía en su pequeña mano.

—Sí tenemos. —Elías le devolvió la sonrisa—. ¡Vos atajás y yo pateo! —gritó entusiasmado mientras corría hasta una esquina alejada del patio seguido de cerca por su nuevo amigo.

Muchas cosas habían vivido juntos desde aquel inocente encuentro. La escuela primaria, después la secundaria, el viaje de egresados, el primer amor.

—Ya me di cuenta de que te gusta Camila —dijo con aire burlón Elías cuando su amigo se distrajo mirando a una de sus compañeras de curso.

—Sí, me encanta —musitó para que el profesor de matemáticas no los escuchara—; y también me gustan sus… —con sus manos hizo un gesto sobre su pecho simulando tener grandes tetas.

A Elías se le escapó una carcajada que casi logra que el profesor los descubriera.

Tantos años de amistad, tantas cosas vividas. De pronto fue consciente de lo mucho que significaba Marco para él. Aquel lazo que los había unido desde niños se había hecho demasiado fuerte y se dio cuenta lo mucho que le dolería perderlo. Apretó con fuerza la mano contra el pecho y cerró los ojos sintiendo deseos de llorar, mas logró contenerse. En aquel momento tenía que ser fuerte y tener fe. Marco, como muchas otras veces, saldría victorioso de aquella lucha.

La puerta del quirófano se abrió. El médico salió con aire cansado y miró a los presentes haciendo una pausa innecesaria y torturadora. Los padres de Marco se pusieron de pie de un salto.

—¿Cómo está mi hijo? —inquirió la mujer angustiada.

El tiempo que demoró en responder el profesional de la medicina fue exageradamente teatral y desesperante. O quizás la espera reflejó una demora que no era tal.

—No se preocupe señora, la operación salió bien.

Elías soltó un suspiro. Sin darse cuenta había contenido involuntariamente la respiración a la espera de la respuesta del galeno. Se dejó caer en la silla y ocultando su rostro entre sus manos limpió con disimulo una lágrima que traicioneramente se había escapado de sus ojos. Marco estaba fuera de peligro.

—Gracias a Dios —murmuró.

—¿Puedo entrar a verlo? —suplicó la madre del muchacho entre lágrimas de emoción.

—Todavía no despierta de la anestesia pero en unos minutos lo trasladaremos a su habitación para que lo puedan ver.

La puerta volvió a abrirse y esta vez dos enfermeros empujaban la camilla en donde Marco yacía inconsciente.

Elías observó a su amigo y sintió que al fin podía estar tranquilo. Marco era fuerte, eso siempre lo supo, pero aquellas horas que duró la operación se supo angustiado y con miedo a perderlo. Se quedó quieto en el lugar, mientras observaba como su amigo era trasladado a su habitación seguido de cerca por sus padres.

 

 

Gabriel se sobresaltó cuando sintió la puerta del baño abrirse. Giró con brusquedad para chocar de frente con el rostro de Lorena. Hermosa, como la primera vez que la vio aquel día en que se conocieron. Hermosa, como cuando se negaba a aceptar su amor y también como cuando por fin le dio el sí. La observó en silencio. Su rostro sin maquillaje realzaba aquella oscura mirada que no hacía más que hipnotizarlo, su semblante era inexpresivo. Nada podía leer en aquellas facciones, eso lo puso nervioso. La decisión la había tomado desde hacía mucho tiempo y no la cambiaría fuera cual fuera el resultado. Para él, que Lorena le diera un hijo era el regalo más grande que podía recibir, de eso estaba completamente seguro.

La muchacha caminó hasta él y estiró su mano cerrada para abrirla antes sus ojos. Gabriel miró sus largos dedos en silencio, pero no se movió. En lugar de eso, se enfrentó con la mirada de la mujer.

—No entiendo mi amor —musitó nervioso volviendo a mirar la mano que Lorena le extendía para después mirarla a los ojos—, no sé cómo se interpretar estas cosas —agregó mientras finalmente tomaba el test de embarazo entre sus dedos.

Lorena no le respondió. En lugar de eso se acercó hasta él y se colgó de su cuello para después darle un largo y apasionado beso. Luego se alejó apenas para poder observarlo. ¿En qué momento aquel hombre se había convertido en algo tan importante para ella? Herida, después de un fracaso amoroso, creyó erróneamente que no volvería a involucrar su corazón tan fácilmente, pero se había equivocado. A fuerza de paciencia y perseverancia, Gabriel había logrado abrirse camino y de a poco, se fue metiendo bajo su piel reavivando aquel fuego interno y una pasión que no creía poseer. Todo había sucedido tan rápido y a la vez con tanta naturalidad que no supo decir a ciencia cierta en qué preciso momento se había enamorado de aquel hombre. Levantó una de sus manos y acarició despacio las finas hebras rubias de su amado, admiró en silencio su rostro con la barba de dos días y sus ojos del color del mar. ¿En qué momento había comenzado a mirar al mejor amigo de su hermano como a un hombre? No lo sabía, pero sí estaba completamente segura de que lo amaba y ese sentimiento inundaba de calidez su corazón.

Sonrió y rozó con un casto beso los labios de Gabriel. La mirada que él le devolvió dibujaba desconcierto, a través de la tela de su camisa la muchacha pudo sentir unos latidos acompasados y su boca tembló apenas como queriendo emitir una pregunta. Sin embargo no lo hizo. Aguardó paciente, observándola, admirándola sin atreverse a apresurar la situación. Lorena suspiró con suavidad y se puso de puntillas para acercar su rostro al del Gabriel.

—Es negativo  —le susurró al oído—, no estoy embarazada.

Gabriel se alejó un poco para mirarla y después le dio un suave beso en la frente. No sabía cómo tomar aquella noticia ¿Era buena o mala? Finalmente decidió que tenía que tomarla como lo que era: una falsa alarma, en todo caso ya habría tiempo para pensar en hijos más adelante.

—Quiero que sepas que si el resultado hubiera sido positivo me hubiera hecho responsable. Porque te amo y un hijo tuyo me haría el hombre más feliz…

—Ya lo sé —cortó Lorena—, estoy completamente segura de eso.

Y volvió a fundir sus labios con los de su amado con un anhelante beso. Gabriel respondió con igual pasión y tuvo hacer uso de toda su fuerza de voluntad para separarse de ella.

—De todos modos mi propuesta sigue en pie —susurró sobre los labios de la muchacha.

—Gabriel…

—¿Por qué no? —la interrumpió—. Sé que es muy poco tiempo para casarnos, pero sí podríamos comprometernos y hacer una gran fiesta para gritarle a todo el mundo lo mucho que te amo.

Lorena ahogó una carcajada y le dio un sonoro beso en la mejilla.

—Acepto —fue lo único que musito antes de volver a fundirse en los brazos de su amado.

 

 

Rita ingresó a la sala del hospital y miró con disimulo a los costados antes de acercarse a Graciela. El semblante de su amiga era otro. La angustia y la desesperación habían sido reemplazadas por la calma y la serenidad y sólo un par de ojeras surcaban su rostro delatando todo lo que había sufrido.

—Elías no está, así que podés entrar tranquila —dijo a modo de saludo cuando Rita se acercó y se sentó a su lado.

—Ya sé —musitó ofendida—, lo vi cuando se iba hace minutos.

Graciela sonrió. Estaba exhausta, hacía días que no dormía bien, pero la felicidad de saber que Marco estaba fuera de peligro curaba cualquier cansancio. Observó en silencio a Rita, últimamente la tensión y el mal humor eran estados habituales en ella. Aunque Rita era demasiado cerrada y le costaba contarle sus problemas, Graciela podía comprender por lo que estaba pasando. Su profesión de psicóloga le permitía ver las cosas de manera más frívola y, a pesar de que sabía lo duro que podía llegar a ser el darse cuenta que tu hijo es gay, le costaba comprender como Rita podía ser tan tozuda hasta el punto de ignorar completamente a Elías.

—Tenés que dejar de actuar como una nena de secundaria, Elías no merece que lo tratés así.

—Graciela por favor, no digas nada.

Suspiró y se reclinó en el asiento mientras cerraba por un breve instante sus ojos. A veces tenía la sensación de estar hablando con una pared.

—Está bien, como quieras —musitó tranquila—, no voy a hablar del asunto. Mejor te voy a contar una historia que creo que te la conté muchas veces, pero me gusta recordarla de vez en cuando. Ya sabés a que me estoy refiriendo —la miró a los ojos—: de la vez que conocí a Marco.

Sabía esa historia, Graciela se la había contado tantas veces que ya había perdido la cuenta. La amistad entre ambas había empezado casi al mismo tiempo que nació la amistad entre Marco y Elías y la confianza que surgió entre ellas alentó a Graciela para que abriera su corazón. Los costosos y dolorosos tratamientos, las frustraciones, la negación a aceptar la realidad y finalmente, la adopción como única salida a su doloroso problema.

Siendo madre de tres hijos y sabiendo lo que significaba llevarlos nueve meses en el vientre, parirlos, criarlos y verlos crecer sanos a una velocidad vertiginosa, Rita pudo suponer todo el sufrimiento por el cual había pasado su amiga al no poder gozar de la misma bendición.

—Como vos sabes yo no puedo tener hijos —musitó Graciela mirando a algún punto del piso—. Lo intenté de muchas formas, pero no pude —sonrió melancólica—. Llegué a sugerirle a mi marido que nos separáramos, ya que no quería que por mi culpa él se privara de la posibilidad de ser padre. —Suspiró—. Pero él me ama, tanto como yo lo amo a él, y se negó rotundamente a la separación. En lugar de eso me gritó enojado que en el mundo hay un montón de chicos abandonados y que la adopción era lo mejor que podíamos hacer. Yo no estaba segura de querer hacerlo, sabía muy bien que eso significaba trámites y más trámites, meses, quizás años de espera, y no sabía si iba a poder soportar tanto.

Rita la miraba en silencio. Siempre que escuchaba a Graciela narrar su historia se sentía afortunada de tener a sus hijos y admiraba a su amiga por su fortaleza.

—Cuando pasé junto a Marco, él me tocó la mano y cuando lo miré me sonrió y siguió corriendo escapándose de una de las niñeras. Tenía casi un año y lo habían abandonado cuando tenía días de nacido. Parecía tan feliz y lleno de vida que no podíamos comprender como alguien se había animado a abandonarlo. Con mi marido nos quedamos fascinados. —Los recuerdos de aquellos momentos iluminaron su rostro con alegría—. Recuerdo que Ricardo agarró una pelota que había cerca y se acercó hasta Marco para llamar su atención. Fue increíble, la conexión que hubo entre ellos fue como si se conocieran de toda la vida. Supimos que él iba a ser nuestro hijo.

Se quedó en silencio. Rita la imitó. Marco era su vida y estaba orgullosa de él. Desde el primer momento habían acordado con Ricardo que apoyarían a su hijo en cualquier decisión que tomara, estaba plenamente segura de que si Marco estuviera pasando por la misma situación que Elías, ella habría actuado de manera diferente, porque lo único que le importaba era la felicidad de su hijo. No dudaba que Rita sintiera lo mismo con respeto a Elías, no dudaba que Rita quisiera por sobre todo la felicidad de su hijo, pero el temor y la sorpresa a algo nuevo e inesperado la hacían actuar con dureza sin darse cuenta de lo mucho que sus actos lastimaban.

—Creo que Elías no merece que lo tratés así —sentenció finalmente.

—Graciela…

—Te entiendo —cortó con tono conciliador—. Como psicóloga sé que es difícil aceptar una situación así. Uno cría a los hijos pensando que en el futuro terminen sus estudios, se conviertan en profesionales y después se casen y tengan hijos, y claro, también por sobre todas las cosas queremos que sean felices. Pero cuando esto no pasa o, mejor dicho, cuando pasa algo totalmente diferente a nuestras expectativas, no sabemos cómo actuar.

—Lo de Elías es distinto, nunca pensé que…

—Es complicado, lo sé, no todos los días un hijo viene de frente y nos confiesa que es gay. —Rita se removió incomoda en el asiento—. Sé que no te gusta escucharlo, pero es la verdad. Te hablo como madre, no como psicóloga. ¿Cómo pensás que se siente Elías por tu actitud?

Rita no respondió enseguida. El rostro triste de su hijo se le vino a la mente, pidiéndole, suplicándole que tratara de entenderlo.

—Es que Elías nunca fue así —musitó a la defensiva—, siempre fue un chico bueno, nunca nos trajo problemas a su padre ni a mí, siempre se esforzó en los estudios, me ayudó con sus hermanos y después cuando mi marido murió y yo me enfermé él se puso a trabajar; por más que yo no estuve de acuerdo con eso, él no me escuchó, decía que era su obligación como hermano mayor. Siempre me sentí culpable por eso. Yo no quería que mi hijo se tomara tantas responsabilidades. Siempre pensó en todos antes que en él —concluyó en un susurro.

Era injusta, lo sabía, pero se negaba a reconocerlo abiertamente. Hacerlo significaría aceptar que aquel hombre formara parte de la vida de su hijo y por lo mismo de su propia vida. No podía, todavía no estaba preparada.

—¿Y eso te parece bien? —inquirió Graciela de pronto arrancándola de sus cavilaciones—. ¿Te parece bien que Elías no piense en él y se ocupe sólo de su familia? —Rita no respondió—. ¿Te parece bien que después de todo lo que hizo tu hijo por ustedes ahora no lo aceptes? Elías es tu hijo, no tu marido.

—Es que no puedo…

—Después de todo lo que hizo, después de todo lo que dejó de lado, y después de lo buen hijo que fue, borrás todo el amor que tenés por un error que cometió según vos. Elías era el hijo perfecto hasta que se enamoró. Dejó de lado su vida y su futuro por vos y por sus hermanos, nunca te provocó ningún problema, su único error fue enamorarse de un hombre. ¿Te parece justo? No te digo que sea fácil de aceptar, pero creo que tu hijo merece una oportunidad. No vas a recibir a su pareja con los brazos abiertos, incluso puede ser que nunca lo llegues aceptar, pero creo que tenés que intentar entenderlo —dijo con total convicción—. Eso es lo que pienso y eso es lo que dijimos con Ricardo cuando tuvimos a Marco con nosotros, no me importa qué decisión tome, si es lo que lo hace feliz yo voy a intentar apoyarlo por más que no esté de acuerdo. No es fácil, y va a llevar tiempo, pero creo que Elías merece esa oportunidad.

Rita la miró en silencio. Un nudo en la garganta y un dolor en el corazón que no era provocado por su enfermedad sino por la simple convicción de saber que Graciela tenía razón hicieron que un par de lágrimas rodaran por sus mejillas. Amaba a su hijo pero no podía comprenderlo, y se sentía mal por ello. Los tiempos habían cambiado, la sociedad cada vez se escandalizaba menos ante las relaciones homosexuales y a ella no era algo que la molestara, pero el darse cuenta de que su hijo era gay era diferente. Nada en el mundo la había preparado para esa situación y eso la asustaba. ¿Cómo tenía que actuar? ¿Cómo podía lograr que su estúpido prejuicio se esfumara? No lo sabía.

—¿Mamá?

Ambas voltearon. Elías las observaba desde la puerta de entrada de la sala. Estaba más delgado que la última vez que lo viera y se le antojó más alto, como si hubiera crecido desde la última vez que lo viera. No importaba, para ella Elías iba a seguir siendo su pequeño. Como cuando lo tuvo por primara vez en sus brazos, o cuando por las noches se metía en su cama temblando de miedo en una noche de tormenta; para ella, Elías seguiría siendo ese niño que había colmado su vida de bendiciones y del cual a pesar de todo no podía dejar de sentir orgullo.

Rita se puso de pie lentamente. No deseaba perderlo, quizás Graciela tenía razón, tenía que intentar entenderlo, aunque aquello le resultara sumamente complicado. Quería abrazarlo, quería olvidar todos aquellos días de inútil sufrimiento y confesarle lo mucho que lo amaba.

Elías se mantuvo quieto en el lugar, no se atrevía a moverse, aunque ardía de deseos de abrazar a aquella mujer que le había dado la vida no quiso hacerlo por miedo a que el clima se rompiera. Pudo percibir que una mueca cercana a la sonrisa se dibujaba en el semblante de su madre y al ver que se movía con la intención de acercársele decidió imitarla y dio un paso vacilante hacia ella…

Mas todo terminó de pronto. Rita detuvo de golpe su andar provocando que Elías la imitara desconcertado. Se quedó quieta en el lugar  mirando a algún punto en la espalda de su hijo, el cual giró la cabeza interrogante descubriendo finalmente la razón de su extraña actitud. Por la puerta de entrada apareció la figura firme y serena de Joshua. El empresario abrió la boca con la intención de decir algo pero sus palabras murieron antes de nacer al observar el tenso clima que se respiraba a su alrededor. Su mirada se cruzó con la de la mujer y de pronto fue capaz de percibir toda la tristeza y el dolor que de ella emanaba. Dio un paso atrás desconcertado y por un breve momento se sintió dolorosamente culpable de la situación, del sufrimiento y de la triste realidad que irradiaba aquella relación entre madre e hijo.

Rita no lo soportó. Irguió su pose recuperando su orgullo y dignidad, besó a Graciela en la mejilla y salió de la sala sin decir palabra.

 

 

Debido a la excelente evolución que había tenido la salud de Marco, el médico decidió darle el alta al día siguiente para que siguiera recuperándose en casa. Las cicatrices de la operación eran apenas visibles y, aunque el dolor no era intenso, Marco decidió darle tiempo a su cuerpo y se autoimpuso un reposo obligatorio en su habitación acompañado por una pequeña montaña de libros a su alrededor, la televisión y una docena de dvd’s de dibujos animados que se encargarían de matar su aburrimiento. Graciela se había convertido en una dulce y a la vez sobreprotectora mamá controlando al máximo las comidas de su hijo y su padre se acercaba por las tardes antes de partir al trabajo para comentar el resultado de algún partido de futbol.

Elías, por su parte, después de lo ocurrido con su madre, repartía su tiempo entre las visitas a Marco y las infructuosas llamadas al celular de ella, que siempre estaba apagado, y al teléfono de la casa, en el cual siempre le atendía la contestadora automática. Habían pasado apenas cuatro días desde que Marco saliera del hospital y Elías, cansado de la actitud esquiva de la mujer, decidió tragarse su orgullo e ir a buscarla.

Se levantó más temprano de lo habitual y antes de salir del lecho rozó la frente del empresario con sus labios y sonrió a ver que Joshua se movía apenas para seguir sumido en el sueño. Para no despertarlo caminó con sigilo, tomó su ropa y se metió en el cuarto de baño donde se vistió con rapidez. No quería ser interrogado y tampoco quería informarle a Joshua sobre su intención de encontrarse con su madre, prefería hablar con él más tarde, si es que finalmente conseguía que la mujer volviera a dirigirle la palabra.

Salió de la habitación, bajó las escaleras hasta el living para luego salir de la morada e internarse en las calles de la ciudad.

El viaje hasta la casa duró apenas quince minutos. El colectivo estaba repleto de gente que se dirigía a sus obligaciones laborales y de un par de adolecentes con guardapolvo blanco que se encaminaban a alguna escuela de enseñanza pública. Cuando Elías bajó del transporte pudo sentir que el sol radiante de la mañana besaba su piel y al consultar la hora apresuró el paso ya que pasaban veinte minutos de las seis y no estaba seguro de a qué hora su madre partía con sus hermanos camino a la escuela. Transitó las cuatro cuadras que separaban de la vivienda con rapidez.

Se detuvo frente a la fachada de la que había sido la casa de su infancia y se tomó un par de minutos para observarla con detenimiento. Aquel lugar le había brindado tantos años de felicidad, tantos momentos de tristeza.

Se acercó a la puerta de entrada y dudó por un momento antes de tocar el timbre. Respiró con fuerza para infundirse valor, aquella situación lo estaba agotando, pero decidió no darse por vencido, al fin de cuenta era su familia, y si se rendía, jamás podría conseguir que Rita cambiara de opinión con respeto a su relación con Joshua.

El enorme ventanal al costado de la puerta principal estaba cerrado y por un momento la fachada de aquel viejo caserón se le antojó solitario y deshabitado. Aguardó un tiempo prudencial antes de volver a llamar a la puerta.

Hacía tiempo que había empezado a sentirse un extraño en aquella casa. Hacía tiempo que se había percatado de que su lugar ya no se encontraba ahí. Aunque era plenamente consciente de que una parte importante de su ser seguiría atado a esa morada hasta el fin de sus días, sabía que en su presente ya no volvería a vivir bajo ese techo. Sin proponérselo, había aceptado convivir con Joshua y debía reconocer que se sentía cómodo con su nueva situación.  

Pasaron varios minutos y nadie se había acercado a atender la puerta. Suspiró cansado y luego volvió a llamar. ¿Sería posible que su madre y los niños ya se hubieran marchado? Consultó su reloj y volvió a tocar el timbre. Nadie se asomó.

—Disculpe. —Escuchó una voz a su espalda y volteó para toparse de frente con un hombre mayor y regordete que lo miraba con aire interrogante—. ¿Esta es la casa que se va a poner en alquiler?

—¿Qué?

El muchacho lo observó perplejo. El desconocido le dedicó una cálida sonrisa antes de volver a hablar.

—Esta casa —dijo con tono amable y haciendo un gesto con la cabeza señaló la entrada del lugar—. La dueña se acercó hace dos días a la inmobiliaria donde trabajo diciendo que tenía la intención de poner en alquiler la casa, no pude venir antes, pero quedé en pasar hoy para ponernos de acuerdo. Es que la mujer parecía dudosa, y no estaba segura de si quería o no alquilar el lugar, por eso decidí venir.

Elías lo miró de arriba abajo horrorizado y sin dar crédito a lo que oídos estaban escuchando.

—Creo que se equivoca —balbuceó—, la casa no se va a poner en alquiler.

—Sí. —El hombre consultó entre sus papeles—. La señora Rita Galende —Elías asintió al escuchar el apellido de soltera de su madre— se acercó hace dos días a la inmobiliaria, no estaba del todo segura pero quedamos en vernos hoy, a menos que se haya arrepentido —dijo rascándose la cabeza con aire pensativo—. Todavía no nos confirmó nada, por eso me acerqué a ver si podía ver por dentro el lugar.

—Mi casa no está en alquiler —dijo con tono tajante.

El hombre retrocedió sorprendido ante la vehemencia de las palabras del muchacho. Aunque era cierto que la mujer todavía no había confirmado nada, por iniciativa de los dueños de la inmobiliaria lo habían enviado hasta allí para consultar la decisión que había tomado la dueña de la casa. Quizás, después de todo, la mujer se había echado para atrás. Volvió a rascarse la cabeza contrariado al darse cuenta de que todo aquello le había hecho perder su valioso tiempo. Se encogió de hombros, no era la primera ni la última vez que le pasaba algo así.

¿Qué estaba pasando? La mente de Elías intentaba poner orden a sus pensamientos ¿Cómo que quería alquilar la casa? ¿Dónde estaba su madre? Tenía un mal presentimiento. ¿Era posible que su madre llegara a tanto? ¿Era posible que su madre hubiera huido de él? Nervioso, buscó su teléfono celular y marcó el número de Rita. La tercera vez que sonó, la voz monótona de la operadora le indicó que el teléfono móvil estaba apagado o fuera del área de servicio.

—¿Le pasa algo? —inquirió el hombre al ver su pálido semblante.

El muchacho no respondió. En lugar de eso, giró sobre sus talones y casi corriendo se alejó de ahí.

No podía ser, aquello no estaba ocurriendo. Su madre no lo había abandonado así. Tenía que haber en un error. Quizás sólo se había tomado unos días de descanso y decidió viajar a algún lugar, pero ¿a dónde? ¿Y por qué quería poner la casa en alquiler? No le había dicho nada, no le había llamado, no había dejado nada dicho a la madre de Marco siendo ellas tan amigas, y tampoco respondía el teléfono y a los mensajes de texto que le había enviado. ¿Por qué estaba haciéndole eso? ¿Por qué?

 

 

Su comportamiento era digno de una jovencita de secundaria, la cual, al ver que su capricho no iba a ser posible, hacía todo lo que estaba a su alcance para lastimar a su ser querido como una forma de devolver la ofensa.

Miró a través de la ventana del sencillo hotel con vista al mar.

No podía evitar actuar así, estaba herida. Elías, su niño, no se merecía ese trato, pero necesitaba pensar, necesitaba tratar de asimilar o intentar al menos aceptar la decisión de su hijo. Graciela se lo había dicho y a pesar de percatarse de que las palabras de la psicóloga eran sabias, necesitaba tiempo. Por esa razón había decidido alejarse y hasta se le había ocurrido poner la casa en alquiler para así obtener algo de dinero pero desechó rápidamente esa idea. Su verdadera intención era tomar distancia, aunque tan sólo fuera por unos días. Quizás así dejarían de hacerse daño, quizás así dejarían de sufrir. Pero se sentía culpable, infantil, incapaz de abrir su corazón para comprender a su hijo. Sabía que lo que estaba haciendo lo lastimaría y tal vez, inconscientemente, eso era lo que estaba deseando: herirlo como él la estaba hiriendo a ella con su loco comportamiento.

Una gruesa lágrima recorrió su mejilla. Afligida, miró a sus dos hijos más pequeños para cerciorarse de que no la vieran llorar. Los niños estaban atentos a las caricaturas de la televisión y poco y nada se habían percatado del estado de ánimo de la mujer. Sonrió. Los había arrastrado con ella a aquel viaje y los niños habían estado felices al escuchar la promesa de que pasarían unos días en la playa sin ir al colegio. Poco entendían del por qué el mayor de sus hermanos ya no vivía con ellos y a menudo preguntaban por él. Sacó el teléfono móvil de su bolsillo y lo encendió. De inmediato el aparato emitió varias veces el sonido característico de un mensaje recibido y la pantalla se iluminó confirmándole las veces que el muchacho había intentado ponerse en contacto con ella. Sonrió con tristeza. Amaba a su hijo y eso jamás cambiaria, pero se le estaba haciendo bastante pesado aceptar tan inverosímil realidad. En momentos como ese deseaba tener la fortaleza y sabiduría de Graciela para actuar con la mayor sensatez posible. En momentos como ese deseaba tener a su lado a José, él había sido su sostén, su amor y su fortaleza y cuando murió había sentido que el mundo se le venía abajo. Lo extrañaba tanto…

—¿Qué hubieras hecho vos en mi lugar? —preguntó en voz baja deseando que sus palabras llegaran al lugar en el mas allá en donde descansaba el hombre que había sido el amor de su vida—. ¿Qué hubieras hecho?

Dos gruesas lágrimas rodaron por sus mejillas. Se tapó la boca para ahogar el sollozo y así evitar que los niños la escucharan.

—En estos momentos no sabés lo mucho que me hacés falta —musitó y, dejando de luchar, permitió que las lágrimas lavaran su alma.

 

 

—Se fue —fue la escueta frase que emitió Elías cuando el empresario lo encontró sentado en penumbras en el living de su casa.

Joshua lo miró sin comprender. El semblante del muchacho se le antojó pálido y triste. Su mirada perdida le indicaba que había estado llorando, y entre sus dedos apretaba el teléfono celular como si aguardara que en cualquier momento empezara a sonar. Algo malo había pasado. En silencio salvó la distancia que los separaba.  

—¿Quién se fue? —inquirió con cautela tomando asiento a su lado y apoyando la mano en su pierna. Elías temblaba.

El muchacho tardó en responder y cuando lo hizo su voz sonaba angustiada.

—Mi mamá se fue con mis hermanos. Estuve tratando de comunicarme con ella —musitó y al hacerlo le mostró el teléfono celular que tenía entre sus mandos—. No responde.

—Seguramente salió a algún lugar —musitó tratando de tranquilizarlo—, y se olvidó de llevar el celular…

—Quiere poner la casa en alquiler —cortó—. Ni siquiera a Graciela que es su amiga le dijo a donde se iba. Se fue —sentenció con voz quebrada.

Una lágrima traicionera salió de su mirada ambarina y con brusquedad se la secó con el dorso de la mano. Era consciente de que la situación con su madre no estaba bien, pero nunca creyó que llegara a tanto. Era injusta. Lo juzgaba por sus sentimientos y quería chantajearlo golpeándolo en donde más le dolía. ¿Por qué simplemente no podía tan siguiera intentar comprenderlo? ¿Tan poco valor tenía sus sentimientos a los ojos de su madre?

—Seguro hay una explicación para todo —intentó alentarlo Joshua.

—¡No! —gritó—. No, no y no. Ella se fue porque no es capaz de aceptarme, no quiere que esté con vos. Quiere obligarme a elegir, y hace todo esto para lastimarme, porque sabe que me duele. Pero no es capaz de comprenderme, no es capaz de escucharme, lo único que quiere es…

No terminó la frase, en lugar de eso, se tiró a los brazos de Joshua y se abrazó a él con fuerza. Necesitaba sentir el cuerpo del empresario junto al suyo, necesitaba saber que no se había equivocado. Joshua no se contuvo, en aquellos momentos no le importaba exteriorizar sus sentimientos. Quería demostrarle a Elías lo mucho que lo amaba y que podía contar con él como su sostén en cualquier situación.

—Perdoname —musitó Elías.

—No tenés que pedirme perdón —dijo estrechándolo con fuerza—. Para eso estoy —susurró—, a tu lado para lo que necesites, nunca lo olvides.

Estuvieron así abrazados minutos, quizás horas. El calor de aquellos brazos reconfortaba el dolor que su madre le estaba causando. Estaba cansado y herido. Sentía deseos de huir lejos donde nadie los conociera y  así poder vivir sus sentimientos con total libertad.

—Intentá llamarla de vuelta —alentó el empresario—, quizás ahora puedas comunicarte.

El muchacho asintió y deshaciéndose de su abrazo buscó el teléfono y marcó el número de Rita. El aparato temblaba en los dedos de Elías quien con cada timbrado sentía que su angustia iba en aumento. La desolación que surcaba su rostro desapareció cuando luego del quinto timbrazo su llamada fue atendida al otro lado de la línea.

—¿Mamá? ¿Dónde estás?  —inquirió desesperado.

Joshua lo observó en silencio. De pronto su rostro se había iluminado devolviéndole algo de paz y el empresario no pudo dejar de notarlo. Se limitó a estudiarlo con detenimiento. Su mirada era triste y su aspecto en general era de cansancio. No había sido fácil para el muchacho aceptarlo en su vida y se sentía feliz de haberlo logrado, pero también comprendía que la situación con su familia estaba acabando con sus nervios. Eso no dejaba de incordiarle. No deseaba seguir siendo el causante de tanto sufrimiento y aquella convicción le dolió más de lo que hubiera querido.

Elías cortó la comunicación y suspiró, la calma había vuelto a su semblante. 

—No quiere decirme dónde está —musitó en tono cansino—, y tampoco quiere decirme cuando vuelve. Dice que está muy herida.

—Por lo menos sabes que está bien —dijo conciliador—. Ya no te preocupes y dormí un rato. Te hace falta.

Elías asintió.

 

 

El muchacho dormía a su lado. Su respiración era serena y calma. Joshua en cambio no podía conciliar el sueño. Consultó el reloj sobre la mesa de noche. Ya había pasado media hora de las diez de la noche. Sus pensamientos le impedían descansar y un sentimiento de culpa insistía con carcomerle el alma. Con cuidado se levantó del lecho. Elías se volteó para ponerse boca arriba, pero no se despertó. Despacio, cuidándose de no hacer ningún ruido, tomó el teléfono móvil que el muchacho había dejado sobre la mesa de noche, y salió de la habitación.

Por un momento dudó sobre lo que estaba a punto de hacer, pero cuando la imagen triste del muchacho volvió a su mente, juntó valor y se decidió. Buscó en el celular la lista de llamadas recientes y marcó el teléfono de Rita.

—Señora —musitó con miedo de que Elías pudiera escucharlo—, soy Joshua, le pido por favor que no me corte y me escuche.

 

 

El sol de la mañana filtraba los rayos a través de la cortina de la habitación. Afuera la ciudad comenzaba a despertar y Elías dormía boca arriba junto al empresario. El sonido del teléfono celular lo despertó. Saltó de la cama y  adormilado, tomó el aparato antes de que timbrara por tercera vez.

—¿Mamá? —casi gritó de alegría despertándose completamente al escuchar la voz al otro lado de la línea.

Joshua se levantó del lecho con sigilo. En silencio buscó su ropa para comenzar a vestirse. No estaba concentrado en lo que decía el muchacho, simplemente estaba observando su rostro. Se veía alegre, tranquilo y le dolió darse cuenta de que hacía mucho que no veía esa expresión en su rostro. La última vez que lo había visto así, ¿cuándo había sido? No recordaba, quizás fuera antes de que empezaran su relación o cuando apenas había comenzado su juego del gato y el ratón para persuadirlo, manipulándolo para que se acostara con él. ¿De verdad le estaba haciendo tanto daño? ¿Rita tenía razón?

Mientras terminaba de vestirse llegó a la conclusión de que las cosas no podían seguir así. De hecho no había podido dormir en toda la noche dándole vueltas al asunto. Había sido egoísta desde el principio, había logrado su objetivo y en el fondo de su alma se negaba rotundamente a ceder un ápice de terreno ganado, pero ¿cuál era el precio que tenía que pagar por sus caprichos? Acostumbrado a tener siempre lo que quería, tuvo que luchar contra el carácter orgulloso del muchacho y caer rendido e idiotamente enamorado para conseguir que Elías cediera a sus sentimientos. Sin darse cuenta había quedado atrapado en las redes que el muchacho había tejido a su alrededor y se supo incapaz de escapar. Después de todo lo que habían vivido juntos y, consciente del dolor de su amado, fue doloroso reconocer que haría cualquier cosa por borrar la tristeza de aquel bello rostro. Cualquier cosa, incluso alejarse de él.

—Me pidió que fuera a casa —dijo el muchacho cuando cortó la comunicación—, quiere que hablemos.

—Me alegro —sonrió Joshua.

—Voy a verla hoy.

Joshua terminó de anudarse la corbata y se acercó al muchacho.

—Seguro que las cosas se van a arreglar. —Se agachó y rozó sus labios con un beso—. Seguro que sí. —Se irguió cual alto era—. Me voy a la oficina.

Y sin agregar palabra salió de la habitación.

 

 

—No quiero que hablemos de ese hombre  —fue lo que dijo su madre cuando le abrió la puerta de la casa—. Pasemos el día en familia, como antes.

La sonrisa de Elías se desvaneció y al ver a sus hermanos aparecer por detrás de la mujer decidió firmar una tregua. Asintió levemente con la cabeza e ingresó a la casa.

Su madre preparó fideos con abundante salsa y carne para el almuerzo y sus hermanos insistieron en  que jugara con ellos a las escondidas. No pudo resistirse, a pesar de todo, disfrutó de los momentos junto a los niños y aguantó los monosílabos con los cuales respondía su madre a cada pregunta que le realizaba. Pero por ahora era lo que tenía y podía tomarlo como un pequeño avance.

El tiempo pasó rápido, la noche cayó sobre la ciudad sorprendiendo al muchacho.

—Quedate a cenar y a dormir —invitó su madre con aire indiferente.

Sus hermanos acompañaron la invitación de la mujer, dando pequeños saltos a su alrededor y Elías finalmente aceptó. Estaba cansado, así que cuando el reloj marcó las diez de la noche se despidió de los niños y de su madre y Rita aprovecho la ocasión para persuadir a los más pequeños de acostarse también.

Su habitación le resultó extraña. Hacía tiempo que no entraba en ella y a pesar de que nada había cambiado de lugar le resultó ajeno.

Se acercó al ropero y buscó una remera vieja y un pantalón deportivo muy gastado y se cambió para dormir. Se sentó en el lecho y decidió llamar al empresario. El aparato sonó tres veces antes de que saltara la contestadora indicándole que estaba apagado. Extrañado, se encogió de hombros restándole importancia y le escribió un rápido mensaje de texto antes de taparse con las sábanas y caer en un profundo sueño.

 

 

Por la mañana Rita le insistió en que se quedara a desayunar y para su sorpresa permitió que  la acompañara a llevar a sus hermanos a la escuela. Como aquel día Gabriel no lo requería en el trabajo decidió disfrutar del momento. Se despidió de sus hermanos con el juramento de que pasaría con ellos el fin de semana y cuando se quedó a solas con su madre, Rita le pidió con un tono melancólico que la acompañara al cementerio.

Hacía mucho tiempo que no iban juntos a visitar la tumba de su padre, fue por eso que el muchacho no dudó en aceptar la invitación.

Las flores marchitas fueron reemplazadas por un ramo de crisantemos blancos y otro de rosas amarillas. Rita se arrodilló ante la tumba y no pudo evitar que un par de gruesas lágrimas rodaran por sus mejillas. El muchacho la observó perplejo, y por un breve momento no fue capaz de moverse del lugar. La muerte de su padre había dejado muy herida a toda la familia y en especial a su madre. El que había sido su compañero, el padre de sus hijos, había partido de este mundo dejándola sola, enferma y con la responsabilidad de sacar adelante a una familia. Lentamente se dejó caer al costado de su madre y tomándola de los hombros la abrazó con fuerza.  

—Estoy intentando, Elías —musitó sobresaltando al muchacho—, pero no puedo y quizás nunca lo haga.

El muchacho la apretó con fuerza.

—Voy a ser paciente —susurró.

Compartieron una oración en memoria de su padre y se despidieron en la entrada del cementerio.

Cuando volvió a la casa de Joshua, este ya no estaba. Era cerca del mediodía y de seguro el empresario se encontraba en la oficina. Aun así, el muchacho decidió pasar por la casa y descansar un poco. Rosa, la anciana que ayudaba al empresario con la limpieza de la casa, lo recibió en su lugar algo sorprendida.

—Joshua no está —anunció a modo de saludo.

—Lo sé, a esta hora todavía está en la oficina.

La mujer no dejaba de observarlo con aire incómodo y Elías percibió cierto nerviosismo en ella. Tomás eligió justo ese momento para hacer su triunfal aparición y con un fuerte maullido se acercó al muchacho y descaradamente frotó su cuerpo contra las piernas de este mendigando por un poco de comida. Acostumbrado a aquellos actos de manipulación felina, Elías cedió a los caprichos del animal y se dirigió hacia la cocina seguido por un coro de maullidos que llegaron a su fin cuando el plato de comida se vio llena de alimento balanceado. Recién ahí, Tomas dejó de prestarle atención al muchacho y se concentró en saciar su apetito.

Un ruido a su espalda sobresaltó a Elías y al girar se topó de frente con la anciana que realizaba la limpieza. No se había dado cuenta de que lo había seguido. Se puso de pie algo perplejo y miró a la mujer interrogante. Rosa vaciló por un momento antes de meter una de sus manos en el delantal que usaba para que no se le ensuciara la ropa y sacar un sobre para luego extendérselo al muchacho. Elías tomó el sobre sin entender.

—Joshua no está en la oficina —dijo al cabo de un rato—, se fue de viaje hoy muy temprano, dijo que no sabía cuando volvía.

—¿De viaje?

—Me dejó las llaves y me encargó que le dijera que la casa está a su disposición y que podía quedarse el tiempo que quisiera.

Sus dedos temblaron al tomar el papel.

Un presentimiento angustiante se apoderó de su corazón. Tuvo miedo. Reprimió el deseo inconmensurable de hacer una pelota con la carta y arrojarla lejos mas fue incapaz de realizar dicho acto. Suspiró con fuerza y se armó de valor: con los dedos temblorosos abrió el sobre y desdobló el papel para encontrarse con la pulcra caligrafía del empresario. La carta era corta, pero a la vez dolorosamente clara y no dejaba lugar a ninguna duda. Su instinto no lo había engañado. Aquellas palabras escritas fueron suficientes para destrozarlo por completo:

No quiero seguir siendo un obstáculo en tu vida, es mejor que nos separemos.

Gracias y perdóname.

Estrujó el papel entre sus dedos temblorosos. Sus ojos se habían nublado por las lágrimas que amenazan con desbordarse y en un acto totalmente reflejo logró acercarse a una de las sillas de la cocina y desplomarse pesadamente en ella.

Rosa lo observó con aire compasivo sin saber qué hacer. Aquella mañana cuando Joshua se había despedido de ella había percibido la misma mirada triste que ahora veía en aquel muchacho. Algo realmente grave tenía que haber pasado para que decidiera alejarse de ahí.

Las palabras volcadas en aquel papel no dejaban de dar vuelta en la cabeza de Elías y la realidad cayó sobre él como un balde de agua helada. Se había ido, lo había dejado.

—Cobarde —musitó herido, y cerró los ojos con fuerza logrando apenas detener la catarata de lágrimas que le escocían sus ojos.

 

 

Continuará…

 

 

 

Notas finales:

Nuevamente quiero expresar mis disculpas por esta prolongada ausencia. Ya en la recta final, cuando queda tan poco por contar me está costando mucho exteriorizar lo que divaga por mi mente. Sé que no hay ninguna excusa validad para esto, simplemente mi falta de inspiración, el darme cuenta de que el final está cerca y  que al mirar atrás tomo consciencia de que estoy a punto de terminar nada más y nada menos que una novela algo que en toda mi vida jamás creí que iba a realizar. Lo que empezó como un simple pasatiempo, terminó por salirse de mis manos y fue acogida por ustedes con una aceptación que excedió ampliamente todas mis expectativas y a estas alturas lo último que quiero es abandonarlas. Simplemente gracias.

Con respeto al capítulo varios puntos:

1.  Sé que muchos y muchas van a querer asesinar a Rita, pero en su defensa sólo puedo argumentar que no es nada fácil aceptar una situación así. Su educación es muy anticuada, a pesar de amar a su hijo, le cuesta aceptar la realidad. Por tal motivo, quise poner a un personaje totalmente antagónico como lo es la madre de Marco, para que de a poco la hiciera entrar en razón. Rita no odia a su hijo, simplemente está confundida.

2.  Los miedos de Marco a la operación, me permitieron mostrar una faceta de él totalmente diferente a la que mostro hasta ahora, y de paso mostrarles a ustedes algo de la infancia de estos dos amigos y de la profunda amistad que los une.

3. Lorena y Gabriel: sinceramente le estuve dando muchas vueltas a la idea de si la iba a embarazar o no, y finalmente decidí que no, porque como dije en alguna ocasión (si no es así lo digo ahora) me gusta meterme en los personajes y creo que la relación entre ambos recién empieza y por el momento prefiero que se disfruten el uno al otro. Por otro lado, esto me permitió mostrar el amor que tiene Gabriel por Lorena, y de la misma manera, demostrar al personaje de Lorena que Gabriel no es igual que su anterior pareja.

4. Si ya sé, me van a querer matar por el final, pero creo que era necesario.

5. Ahora les dejo una pregunta muy importante: ¿realmente creen que Joshua va a cumplir con su promesa y se va a alejar de Elías…? XD, es decir, ¿Por cuánto tiempo lo va a soportar?

Besos, besos, y miles de besos. Sinceramente estoy muy agradecida por lo bien que me tratan y espero no demorar tanto esta vez, Makino. 


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