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Sentimientos ocultos, pasiones prohibidas por makino tsukushi

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Notas del capitulo:  

Hola aca estoy de vuelta ^^, no me voy a cansar de agradecer a todos aquellos que se tomaron el tiempo de leerme, de verdad me pone inmensamente feliz todo lo que me escriben. Bueno vasta de preámbulos acá les dejo el capitulo 4.

 

Capítulo 4. Un buen día 

 

 

Incorporarse al trabajo luego de una larga ausencia era el mejor remedio que podía encontrar para curar su mal de amores. Los tres meses que estuvo exiliada en Río de Janeiro sólo le habían servido para darse cuenta de lo mucho que extrañaba su viejo taller. Aunque aquel prolongado descanso le vino bien para sanar viejas heridas y poner en orden sus ideas y sentimientos, tuvo que reconocer que allí, entre numerosas y coloridas telas, se sentía como pez en el agua. El inconfundible ruido de la máquina de coser, los numerosos bocetos pegados por toda la pared y los diferentes maniquíes luciendo finísimos modelos creados por ella, conformaban una auténtica obra de arte para sus cincos sentidos.

     Las musas parecían acompañar su entusiasmo. En sólo cuatro horas había logrado ponerse de acuerdo con su siempre compañero y fiel asistente Pier, armando lo que sería el desfile de la nueva temporada. Dibujó al menos cinco modelos nuevos destinados a sumarse a la colección y supervisó el trabajo de las costureras, cuidando cada uno de los detalles para que todo saliera perfecto.

     -Las playas brasileñas hicieron un milagro en vos. Te ves mucho más enchufada con el trabajo, cariño -comentó Pier con sincera admiración.

     -Gracias -sonrió-, la verdad es que extrañaba el trabajo. -Dejó los bocetos sobre la mesa de dibujo y tomó su cartera del perchero-. Pero también necesitaba tomarme un descanso, después de tantos problemas me vino bien el viaje.

     -No te preocupes cariño, seguramente vas a encontrar a un tipo mejor que ése con el que estabas saliendo.

     -En estos momentos eso es lo que menos me importa -sonrió segura-, sólo quiero tener tiempo para mí, no tengo ánimos como para preocuparme por problemas amorosos.

     -Ya vas a encontrar a alguien -aseguró el asistente-. Te lo digo yo, que pensaba lo mismo que vos hasta que encontré a Verónica.  -Sonrió al recordar a su esposa-. Y llevo cinco años de feliz matrimonio.

     -Gracias por tus palabras, Pier -dijo con sinceridad-. ¿Venís a comer conmigo? -preguntó acercándose a la puerta.

     -No. Quedé en buscar a Verónica por su trabajo para comer con ella.

     -Está bien -dijo saliendo del taller-, nos vemos después.

      Ya dentro del ascensor oprimió el número cuatro en el panel de control y de inmediato el aparato se puso en marcha. Seguramente su hermano aún se encontraba concentrado en el trabajo y le haría bien salir a almorzar. El ascensor se abrió y la elegante sala le dio la bienvenida.

            -Paula, ¿cómo estas? Tanto tiempo. -Se acercó y le dio un afectuoso abrazo a la hermosa secretaria.

            -¿Cómo te fue en tu viaje?

            -Bien, pero la verdad extrañaba un poco todo esto.

            -Bueno, entonces bienvenida. -Sonrió mientras volvía tomar su lugar detrás de escritorio.

            -Gracias -dijo, y le devolvió la sonrisa para luego mirar a la puerta de la presidencia y preguntar-: ¿Mi hermano todavía esta trabajando?

            -No, hace veinte minutos que se fue a almorzar.

            -Qué lastima, yo venía con la intención de almorzar con él.

            -Si no te molesta, yo podría reemplazar a tu hermano.

     La masculina voz le sonó gratamente familiar. Una pequeña sonrisa se dibujó en sus labios cuando al girar su rostro se topó con unos ojos azules que tanto conocía.

            -Acepto, sólo si vos pagás la cuenta.

            -Vos y tu hermano son terriblemente parecidos -sonrió Gabriel, y acercándose a ella le dio un gentil beso en la mejilla-. Los dos son muy tacaños.

            -Voy a tomar eso como un sí -dijo divertida.

     Gabriel dibujó una falsa cara de sufrimiento al tiempo que se dirigía a los ascensores junto a la joven.

 

 

Giró la llave y de inmediato el auto se puso en marcha.

      Entre la gran cantidad de vehículos manejó tranquilo y tomó una de las calles que cortaban la gran avenida, alejándose del caos vehicular. Oprimió el botón del reproductor de CD  y se dejó seducir por la cálida voz Emma Shapplin.

      No había dormido bien.                

      Durante toda la noche no había podido dejar de pensar en lo extraño que había resultado su comportamiento en esas últimas semanas. Le costaba reconocerse a sí mismo cada vez que se miraba al espejo.

      En honor a la verdad, últimamente ningún amante lograba satisfacerlo demasiado. Sus relaciones se estaban volviendo cada vez más y más vacías. Hacía bastante que había decidido por propia voluntad no entablar una relación amorosa que fuera más allá de las sábanas. Nada serio, sólo amantes ocasionales, y ninguno había durado más de una semana. La última relación que había entablado de manera seria había terminado muy mal y las heridas de guerra todavía se hacían presentes de vez en cuando en sus noches de soledad. No quería volver a pasar por lo mismo y al mismo tiempo necesitaba tener a alguien a su lado. La soledad lo estaba consumiendo de una manera que lo asustaba. Ésa era, quizás, la respuesta lógica a su inusual comportamiento.

      ¿Qué podía hacer?

      La idea de pagarle a alguien por un poco de placer jamás se le había cruzado por la cabeza. "Sos tan miserable que necesitas comprar con dinero lo que no podes obtener por otros medios". Las palabras hirientes de Elías lo perseguían como una cruel realidad. Por más que el muchacho tuviera toda la razón en sus dichos, a lo largo de toda su vida había aprendido que las personas que se le acercaban lo hacían más por bolsillo que por su persona. Y aunque en esta ocasión él mismo había planteado las reglas del juego desde el principio, no pudo evitar sentir una punzada de esperanza al creer que tal vez esta relación fuera diferente.

            -No sé por qué pienso eso -susurró-. La única diferencia es que esta vez voy a pagar por los servicios, y no hay peligro de que se mezclen los sentimientos. -Sonrió-. Eso si Elías acepta.

     Lo hecho, hecho estaba, y por más que quisiera no podía bajo ninguna circunstancia dar marcha atrás. La atracción que sentía por Elías era verdadera, y aunque en ese momento cualquier posible acercamiento entre ambos resultara poco más que una mera ilusión, buscaría la manera de hacer caer al muchacho entre sus redes. Pero, ¿por qué esa obsesión? ¿Por qué seguía insistiendo en algo que sabía estaba condenado al fracaso desde el principio? ¿Por qué tenía la ilusión que a pesar de todo la posible relación podía llegar a resultar? Quizás si Elías hubiera aceptado el trato desde el principio, sin poner ninguna objeción a sus deseos, las cosas hubieran resultado de manera diferente. Últimamente se estaba convirtiendo en un amante del masoquismo, en un ser que recibe humillaciones sin inmutarse en lo mas mínimo, en un pobre miserable que mendiga y ruega un poco de atención de un ingrato individuo que no hace más que despreciarlo.

            -Me gusta -susurró recordando los cálidos labios del muchacho sobre los suyos.

     No tenía en claro si sería una semana, un mes, un año o más, pero de lo que sí no le quedaba ninguna duda, era que quería a Elías en su cama y no iba parar hasta conseguirlo. De alguna manera iba a lograr que el muchacho cediera a sus caprichos.

     Detuvo el auto al costado del camino y apagó el motor. Una leve sonrisa se dibujó en su rostro al ver la entrada de la pizzería frente a él.

            -Si sigo así voy directo al loquero -susurró mientras se bajaba del automóvil-. Me gustan los desafíos.

 

 

Aún faltaban veinte minutos para que su turno comenzara. Dentro del pequeño cuarto que los empleados usaban para cambiarse, Elías ocupó una vieja banca de madera y trató de poner en orden sus ideas antes de aventurarse a comenzar una nueva jornada laboral. Había pasado prácticamente toda la noche en vela. Buscó en lo profundo de su ser algún motivo o plan válido que le permitiera de manera milagrosa deshacerse de aquel molesto individuo, pero a menos que decidiera irse del país o, peor aún, convertirse en un criminal, no logró encontrar una técnica coherente para solucionar su inconveniente.

     Aún no se había puesto a pensar que haría cuando volviera a tener en frente al joven empresario, y, apostaba su vida, a que Joshua Reisig no tardaría en volver a cruzarse por su camino.

     La charla que había tenido con Marco el día anterior le había servido como un pequeño consuelo a su tortuoso problema, pero las horas habían pasado y con ellas volvía a hacerse presente, como una rutinaria pesadilla, la incómoda realidad que lejos estaba de solucionarse.

            -¿Por qué mierda no me deja en paz? -susurró molesto y consciente de que después de lo ocurrido el día anterior difícilmente conseguiría controlar toda la rabia que dominaba en su corazón-. No puedo permitir que ese idiota logre agotar mi paciencia, y menos en este lugar. De los dos yo sería el más afectado. Ese idiota tiene más plata de la que podría llegar a gastar, y en cambio yo, si me echan de acá, estaría en graves problemas. -Apretó los puños conteniendo la furia-. Mierda, ese hijo de puta...

     "Tenés una oportunidad de oro para aprovechar". Las palabras de Marco hacían eco en su cabeza como una molesta broma de mal gusto. Siempre se había considerado un hombre de bien, y por más que estuviera en un alto estado de indigencia, jamás se le hubiera cruzado por la cabeza venderse a sí mismo para enmendar su falta de dinero. Por suerte su situación no había llegado todavía a niveles tan exasperantes. Con lo poco que ganaba aún podía humildemente mantener a su familia.

     "¿O es que acaso tu familia no lo vale?". La manera acertadamente burlona, con la cual el empresario le había formulado la pregunta, le había dolido en lo más profundo. Había jurado frente a la tumba de su padre proteger y ayudar a su familia sobre cualquier cosa. Y hasta ahora, y sacrificando de alguna manera su crecimiento a nivel personal, había logrado cumplir su promesa, y sin la necesidad de recurrir a métodos tan bajos y denigrantes.

            -Yo no me vendo -musitó-, y aunque Marco piense que es una buena oportunidad, antes prefiero estar muerto que dejar que ese tipo me vuelva a poner una sola mano encima. Mi familia vale mucho más que eso.

     Suspiró. Consultó su reloj pulsera, y poniéndose de pie se dispuso a comenzar con su trabajo.

     El ruido de copas, cubiertos y voces se hizo presente cuando abrió la puerta. Sus compañeros descansaban a un costado de la barra aguardando la llegada de algún nuevo cliente. El dueño seguía con la misma y monótona pose de todos los días: miraba aburrido el televisor mientras manipulaba el control remoto buscando algún programa que llamara su tan esquiva atención.

     Elías se acomodó el delantal alrededor de la cintura y se aproximó a la barra. Se acercó a los otros dos mozos dispuesto a esperar, ya que al parecer no había mucha gente en el lugar. El dueño al percatarse de su presencia dejó de lado su aburrida tarea y se acercó a él. Inclinándose por encima del mostrador, le hizo señas para que se acercara, como si tuviera que comunicarle algo que le era sumamente importante.

            -Hay un cliente que llegó hace media hora -susurró-. Últimamente viene muy seguido a comer acá, y por lo que pude notar es un hombre de mucho dinero, y lo que es importante -sonrió-, gasta una buena cantidad de plata cuando viene. Se sentó en la mesa diez, junto a la ventana, le mandé a Alberto para que lo atendiera pero no quiso, me dijo que quería que lo atendieras vos. -Ese hombre lo miró con aprobación-. Parece que se quedó muy satisfecho con tu trabajo.

     Elías no tuvo que mirar a la mesa para darse cuenta de qué cliente se trataba. Armándose de valor giró lentamente la cabeza para comprobar con sus propios ojos lo que su cabeza se estaba imaginando.

     Lucía una camisa blanca sin corbata, y sus pantalones negros hacían juego con el saco, que había dejado colgado de manera casual en el respaldo de la silla. Sobre la mesa, el empresario tenía abierta una agenda personal en cuyas páginas había concentrado su atención. De vez en cuando hacía una anotación sobre la hoja para luego mirar con ojo crítico el resultado. Parecía no haberse dado cuenta de que Elías estaba a pocos metros de él.

      A simple vista nadie en su sano juicio sería capaz de asegurar que el prestigioso dueño de J&E era gay. Sus gestos eran muy varoniles. Su pose elegante y refinada, su forma de vestir y hasta su forma de hablar no dejaban ver en lo más mínimo sus posibles orientaciones sexuales.

     Una hermosa morena sentada a dos mesas de distancia del empresario, lanzaba efusivas y seductoras miradas hacia él, tratando de llamar su atención. Joshua parecía no darse cuenta de ello y toda su atención seguía enfocada en su dichosa agenda. Elías tuvo ganas de reír a carcajadas por lo ridículo que le resultaba esa situación. Se imaginó a sí mismo acercándose a la morena y rompiendo su bonita fantasía diciéndole la verdad sobre los gustos sexuales del empresario.

            -Mejor que siga fantaseando -susurró divertido-, porque no creo que pase de ahí.

     Con aparente calma comenzó a caminar hasta la mesa, tratando en vano de retrasar en lo más posible el encuentro con el joven presidente. Rezó internamente para que un milagro impidiera aquel inevitable choque; para que algún insólito acontecimiento le diera el don de la teletransportación, o para que un sorpresivo golpe borrara de la cabeza del empresario cualquier posible atracción que sintiera por él. Sonrió. Nada de lo que su desesperada mente pensara tenía la más mínima posibilidad de cumplirse. Era tortuosamente inevitable que se volviera a enfrentar a Joshua Reisig. Pero la pregunta era: ¿se sentía capaz de soportar uno más de sus acosos sin inmutarse? ¿Tenía la suficiente fuerza de voluntad como para no ceder a sus provocaciones? No lo sabía. Tenía miedo de ceder y golpearle, descargando así la furia que había acumulado desde el día en que lo vio por primera vez. Suspiró profundamente, y armándose de valor recorrió la distancia que le restaba para ponerse al frente del empresario.

            -¿Qué se va a servir? -preguntó componiendo en su rostro una expresión de aparente calma y seguridad.

     Joshua dejó el bolígrafo entre las hojas y cerró su agenda. Con un movimiento casual levantó sin prisas la cabeza para posar sus verdes ojos en la fría mirada de Elías. Una sonrisa se dibujó en sus labios. Con elegancia se reclinó en el asiento antes de comenzar a hablar.

            -Pensé que hoy no vendrías -dijo a modo de saludo.

            -Acabo de empezar mi turno -habló con falsa cortesía-, pero no creo que eso te importe -sentenció-. Si todavía no decidiste que vas a pedir te dejo para que lo sigas pensando.

            -Voy a pensar que querés huir de mí. -Sonrió divertido-. ¿Tan mal te caigo?

            -Estoy acá para trabajar, no para hacer sociales. -Se acercó a la mesa y susurró-: Si querés un compañero de cama creo que aquella señorita de allá -señaló con disimulo a la hermosa morena que no dejaba de mirar hacia su mesa- esta más que interesada en vos.

     Joshua miró con sorna a la morena que aprovechó para sonreírle de forma seductora. El empresario le dedicó una amable sonrisa para luego volver su atención al muchacho.

            -Te agradezco que te preocupes por mis necesidades de alcoba. -Bajó el tono de voz para agregar-: Pero yo ya elegí un candidato.

            -Me importan poco tus elecciones -dijo algo furioso-. Si todavía no elegiste qué vas a pedir...

            -Me pasé toda la noche recordando el beso que te di -susurró-, y estoy convencido de que no te desagradó tanto como querés hacerme creer. -Bajó más el tono de voz-. Yo diría que te agradó.

            -No, la piña que te di fue lo que en verdad me agradó -sentenció furioso.

            -No trates de negar lo evidente. -Sonrió al tiempo que tomaba la carta del menú-. Quiero unos spaguettis con salsa y un jugo de naranja.

     Elías no contestó; se limitó sólo a tomar nota del pedido, rogando que su frágil paciencia no se viera afectada al menos en lo que duraba el almuerzo del empresario. Sin decir una palabra dio media vuelta y se alejó.

      En el mostrador sus compañeros charlaban entre sí y ninguno le prestó la más mínima atención. El dueño en cambio le dedicó una sonrisa de sincera aprobación cuando le entregó el pedido de la mesa diez.

            -Te felicito Elías, estás haciendo muy bien tu trabajo.

     Elías aceptó el cumplido y le devolvió una sonrisa que más bien parecía forzada. Mientras esperaba que el cocinero terminara de preparar su orden, el muchacho aprovechó la oportunidad para refugiarse en el baño de los empleados. Allí, envuelto en un tranquilo silencio, contó lentamente hasta diez, rogando que ese simple acto lograra aplacar un poco toda la rabia que sentía.

            -Por favor Dios, no permitas que me gane la rabia -susurró.

 

 

Joshua se acomodó en la silla y se dispuso a esperar su almuerzo. Se sentía extrañamente satisfecho a pesar de todo. Poner en apuros al muchacho le resultaba agradablemente placentero.

            -No se por qué hago estas cosas -musitó-. No sé por qué insisto en volver a verlo.

     Levantó sus verdes ojos y su mirada se volvió a cruzar con la hermosa morena. Le sonrió. La mujer devolvió el gesto al tiempo que le hacía señas al mozo para que le acercara la cuenta. El joven mozo se apresuró a obedecerla, y en pocos minutos la mujer se ponía de pie. Con un andar extremadamente sensual y elegante se acercó hasta Joshua y le extendió un trozo de papel.

            -Sólo por si no tenés a nadie que te acompañe esta noche. -Sonrió el ver que Joshua tomaba el papel y lo guardaba dentro del bolsillo del pantalón-. Mi nombre es Desire, espero tu llamada.

            -Me halagas con tu ofrecimiento. -Sonrió sincero-. Prometo llamarte.

      La mujer se inclinó y le dio un fugaz beso en los labios.

            -Voy a estar esperando -prometió, para luego alejarse con su andar sensual; Joshua sólo sonrió al ver como se alejaba.

     Al costado del mostrador, oculto entre dos mozos que charlaban animosamente, Elías observó cada detalle de aquella escena mientras acomodaba los platos en la bandeja. Por alguna razón sintió que una rabia desconocida se apoderaba de su corazón. No sabía a qué se debía, y dudaba mucho que esta vez pudiera contenerse. Con decisión tomó la bandeja repleta de comida y con pasos firmes se acercó a la mesa que ocupaba el empresario.

            -Tu pedido -dijo fríamente mientras acomodaba el jugo de naranja en la mesa.

     Joshua, quien aún tenía la vista perdida en la puerta de entrada, giró lentamente la cabeza para observar mejor los movimientos del muchacho.

            -Te ves particularmente hermoso hoy. -Sonrió seductor-. Y deseable.

     Elías lo ignoró olímpicamente y continuó con su trabajo. Acomodó los cubiertos, una bandeja con pan, y por último colocó frente a Joshua un plato de humeantes y apetitosos fideos con salsa.

            -Que lo disfrutes. -Apenas logró girar su cuerpo para alejarse cuando sintió que el empresario lo detenía tomando con firmeza su mano derecha.

            -Espera un momento -solicitó el empresario con un susurro.

            -Soltame -dijo el muchacho impaciente.

            -Sabés -comenzó Joshua ignorando su pedido-, soñé con vos anoche.

            -Me importa una mierda con quien soñaste -dijo entre dientes para luego volver a repetir-: Soltame.

            -Puede ser que hasta ahora no logre llamar de ninguna manera tu atención y mucho menos convencerte de que seas mi amante -susurró, y tiró de él para poder tenerlo más cerca-, pero muero de ganas por hacerte el amor y oírte gemir entre mis brazos -concluyó seductor.

    Elías no se dejó intimidar. Su paciencia se había fugado por algún lugar, y la furia que había permanecido latente durante tanto tiempo se hizo presente en ese mismo instante.

            -¡Sacate la calentura con otro! -estalló furioso, y de un fuerte tirón se soltó del agarre.

     Lo siguiente que pasó fue como una pesadilla. Poseído por una furia que le fue imposible contener, tomó el plato de fideos y lo tiró completo sobre la negra cabellera del empresario. Joshua, tomado completamente por sorpresa, saltó del asiento ahogando un pequeño grito al sentir que la salsa corría por su cabeza e iba a parar a su ropa traspasándola y quemándole la piel.

            -A ver si con eso se te pasa la calentura, idiota -dijo furioso, sintiendo que esta vez le había dado su merecido a ese insoportable individuo.

     Los pocos clientes que había en el lugar miraban entre divertidos y horrorizados la escena. El resto de los mozos no tardó en acercarse para ver lo que sucedía, y con ellos el dueño del local que, al contrario que sus otros empleados, había visto perfectamente todo el episodio, y se acercaba con cara de verdadero espanto.

            -¡Elías! -gritó el dueño de Venecia, y fue como un balde de agua fría para el muchacho. Su rostro palideció hasta quedar blanco como un papel, y por primera vez se dio cuenta de lo que realmente acababa de hacer y de las consecuencias que podía llegar a tener su pequeño ataque de furia-. ¿Qué hiciste?

     Por toda respuesta el muchacho miró horrorizado a su jefe y no fue capaz de articular una sola palabra que pudiera llegar a explicar el porqué de sus actos.

            -Lo siento mucho, señor -dijo el hombre dirigiéndose a Joshua-. No va volver a pasar, se lo aseguro. Alberto. -El dueño de Venecia llamó al mozo, que observaba todo desde un costado-. Decile al cocinero que prepare una nueva orden para el señor, y vos José acompáñalo a mi baño privado para que se limpie la ropa.

     Joshua siguió al empleado, pero antes de retirarse le dedicó una última mirada al muchacho, y Elías hubiera jurado que una sonrisa de triunfo se cruzó por el rostro del empresario.

            -Elías, acompañame a la oficina ahora -ordenó el dueño con furia contenida.

     El cuarto, al que su jefe llamaba oficina, tenía una vieja mesa de madera una silla y un estante repleto de papeles y cuadernos con la contabilidad del local. Elías permaneció parado frente al escritorio, y su jefe, luego de cerrar la puerta con un sonoro portazo, se sentó en la única silla que había. En su rostro se dibujó un gesto de verdadero enfado.

            -¿Se puede saber qué mierda te pasa? -preguntó entre dientes, pero sin levantar el tono de voz-. Si tenés alguna explicación válida para lo que acabas de hacer quiero que me la digas ahora mismo -sentenció enojado.

     Elías no respondió. Nada, absolutamente nada de lo que dijera, podría salvarlo de lo que sería un despido seguro. Bajó la cabeza avergonzado, no sólo por lo ocurrido, sino porque gracias a eso ahora se encontraba en un verdadero problema.

            -Ése era un cliente muy importante y ahora seguro que no va a querer volver más -aseguró el dueño-; además el resto de los clientes pudo ver tu estúpido comportamiento y creo que más de uno lo pensará dos veces antes de regresar.

     El muchacho levantó la cabeza y miró al dueño con auténtico arrepentimiento.

            -Lo siento mucho, de verdad, prometo que no va a volver a suceder. No sé lo que me pasó. Le pido por favor que me perdone.

     El hombre le miró largamente. Elías pensó que las siguientes palabras de su jefe iban a ser para comunicarle su despido, pero se equivocó. Cambiando su expresión de enojo por otra más relajada, el dueño de la pizzería Venecia se reclinó sobre el asiento y suspiró profundamente.

            -Creo que hoy no estás en condiciones para seguir trabajando -dijo al cabo de un rato-. Tomate el resto del día para descansar, mañana te quiero temprano. Vas a hacer doble turno par recuperar el tiempo que perdiste hoy.

     Elías, no pudiendo creer que por una vez la suerte le sonreía, asintió rápidamente con la cabeza al tiempo que giraba para salir del lugar.

            -Muchas gracias. Y de nuevo discúlpeme por lo sucedido -agregó, y luego salió de la oficina.

 

 

La imagen que el espejo le devolvía de sí mismo era realmente patética. Entre sus oscuros cabellos sobresalían restos de fideos mezclados con una roja salsa de tomate, y la blanca camisa lucía en las mismas condiciones que su cabeza. A pesar de eso, Joshua se sentía realmente satisfecho. Abrió el grifo y dejó correr el agua entre sus manos.

     Un descabellado plan comenzaba a tejerse dentro de su cabeza. Sonrió. Con decisión agachó la cabeza sobre la pileta y dejó que el agua limpiara los restos de comida, para luego secarse con una pequeña toalla que colgaba en el perchero.

            -Te atrapé, Elías -susurró seguro mientras observaba su aspecto en el espejo-. Te tengo justo donde quería -sonrió al tiempo que abría la puerta del baño.

            -¿Necesita que lo ayude en algo, señor? -preguntó el mozo que lo había guiado hasta el baño.

            -Me gustaría hablar con el dueño si es tan amable -pidió el empresario.

            -Voy a buscar a mi jefe. -El mozo se apresuró a cumplir su pedido.

     El dueño tardó sólo dos minutos en hacer su aparición; con cortesía invitó al empresario a pasar a su oficina mientras le decía al mozo que trajera otra silla. Joshua no habló y esperó pacientemente hasta que el mozo volviera.

            -Por supuesto que se le esta preparando nuevamente el menú -comenzó Manuel cuando finalmente los dos estuvieron sentados y a solas dentro del despacho-, y ésta va a cuenta de la casa...

            -No se preocupe por eso -dijo Joshua con amabilidad-, por esta vez voy a tener que rechazar su ofrecimiento ya que no me queda tiempo para almorzar.

            -Me siento muy avergonzado por lo ocurrido. -Manuel habló con sinceridad-. Si usted no desea volver al lugar lo entenderé...

            -¿Qué paso con el mozo? -interrumpió-. ¿Piensa ponerle alguna sanción?

            -Lo mandé a su casa, es un chico que tiene muchos problemas, pero hasta ahora trabajó muy bien. Creo que le voy a descontar un día de trabajo como castigo.

            -Me parece razonable -dijo el empresario-. Aunque yo también me siento un poco culpable por lo ocurrido.

            -No, de ninguna manera. Yo vi con mis propios ojos el mal comportamiento de mi empleado.

     Joshua meditó por última vez. No sabía con exactitud las consecuencias que podía llegar a tener su plan. Tal vez lo único que finalmente conseguiría sería alejar definitivamente a Elías de él, o quizás su profundo deseo finalmente se cumpliría, y conseguiría que el muchacho por fin le prestara un poco de su tan esquiva atención.

            -Sé la complicada situación por la que está atravesando Elías y su familia en este momento. Conozco todo de él -aseguró.

            -Me sorprende -dijo el hombre alzando una de sus cejas-, no sabía que usted y Elías se conocieran.

            -Como ya le dije sé todo sobre él. También investigué un poco sobre este negocio.

            -No entiendo lo que me quiere decir -dijo Manuel, sinceramente perplejo.

            -Tengo entendido que no tiene todos los papeles del local en orden. Los impuestos no están al día y la habilitación deja mucho que desear -dijo con tranquilidad-. Yo diría sin miedo a equivocarme que si cae un inspector por acá seguramente terminarían por clausurar la pizzería.

     La expresión de Manuel se tornó seria. Si estaba nervioso, no se notó, pues cuando finalmente volvió a hablar lo hizo de forma tranquila y seria.

            -¿Qué es lo que quiere, señor? ¿A dónde quiere llegar con todo este tema?

            -Tranquilo. -Sonrió-. No es mi intención denunciarlo ni nada por el estilo. -Sacó del bolsillo del pantalón una tarjeta y se la entregó-. Soy Joshua Reisig, dueño de la cadena J&E, seguro que oyó hablar de ella. -El hombre asintió con la cabeza-. Y hay un favor que me gustaría pedirle. Por supuesto que a cambio le ofrezco la tranquilidad de que nadie le molestará en su negocio, y sobre todo puedo hacer que le habiliten el local de manera correcta.

            -Le escucho, señor Joshua, ¿cuál es el favor que desea que le haga? -dijo algo molesto al sentirse acorralado.

            Joshua se acomodó en el asiento y con tranquilidad comenzó a exponer su solicitud.

 

 

No pudo evitar que una sonrisa divertida se dibujara en sus rojos labios. El recuerdo del terrible aspecto en el que había quedado el empresario se hacía presente en su mente y un inevitable ataque de risa se apodero de él.

            -De todas las personas del mundo es el único que logró el milagro de sacarme de quicio hasta este punto -aseguró sin dejar de sonreír-. Se lo merece, espero que haya entendido el mensaje.

     Se recostó en la cama.

     Su habitación se hallaba en penumbras y decidió aprovechar la ausencia del resto de la familia para tomar una pequeña siesta.

            -Hoy fue un buen día para mí -susurró.

     Aquel pequeño ataque de furia le había servido como una reparadora catarsis. Sintiendo su corazón en paz y gratamente liberado, Elías se dejó vencer por el sueño sin saber que quizás al día siguiente la suerte le volvería a ser esquiva.

 

 

Continuará...  

     
Notas finales:  

Quiero dedicar este capitulo a mi hermana menor Romina, mi  compañera que siempre me apoya en todas mis locuras, gracias hermosa te quiero un montón.

Y bueno aprovecho para comentarles (hacer propaganda XD) de otro fic que escribí, es una historia cortita se llama "Ángel rubio" si tienen ganas pasen y lean acá les dejo el link:

http://www.amor-yaoi.com/fanfic/viewstory.php?sid=26652&index=1

Una cosa mas este capitulo se iba a llamar "Un mal día" pero mi linda Khira me dijo ¿Por qué se llama así si en realidad tendría que llamarse "Un buen día"? XD bueno la verdad es que es un tema largo de explicar pero finalmente le termine haciendo caso a mi beta, que de esto sabe mas que yo y finalmente le cambie el titulo ( Khira gracias por los consejos)

Como siempre cualquier comentario bueno o malo será bien recibido, y como dicen por hay, si les gusto recomiéndenlo si no les gusto recomiéndenlo igual para que otro se aburra como ustedes XD. Besos Makino Tsukushi


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