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Sentimientos ocultos, pasiones prohibidas por makino tsukushi

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Notas del capitulo:  

Bueno ante las reiteradas amenazas recibidas hacia mi persona ^^¡, decidí actualizar mi fic, a decir verdad tenía pensado actualizar recién después de febrero, debido a los incontables problemas que ha tenido la pagina en estos días, y que según vi por allí recién se estarían solucionando al principio de febrero, con los tan pedidos moderadores que tanto le hacen falta a la pagina, pero ante algunos pedido me decidí a subirlo antes.

Antes de que empiecen a leer y sobre a todo a aquellos que tan humildemente se molestan en dejarme algún comentario, les recomiendo que antes lo copien en el Word o en algún bloc de notas por que me ha pasado de escribir review kilometricos y a la hora de subirlo me daba error la pagina y después te da pereza escribirla de nuevo T.T.

Por ultimo les cuento que este capitulo es muy importante tanto para la historia como para mi en lo personal, espero sinceramente que lo disfruten.

 

 
     

Capítulo 6. Acorralado

 

 

Habían pasado casi dos meses desde la última vez que vio al empresario. Eso significaba, para él, un enorme alivio. Aunque no todo a lo largo de ese tiempo había sido bueno. Incapaz de comunicarle a su familia el hecho de que se había quedado sin trabajo, salía todos los días en busca de uno. En las horas en las que supuestamente tenía que estar trabajando en la pizzería, se la pasaba deambulando por la ciudad, yendo de una entrevista a otra, con la esperanza de que su situación cambiara. Pero el dinero se le estaba acabando y el escenario estaba muy lejos de mejorar. No podía pretender que su madre cargara con toda la responsabilidad.

Muy a su pesar las cosas estaban cada vez peor.

 

 

Nadie sería capaz de decir por qué los seres humanos son a veces amantes, sin quererlo, del sufrimiento. ¿Por qué, cada vez que una relación amorosa se termina, tienden a volver una y otra vez a aquellos sitios que les traen recuerdos?

Después de haber pasado horas en el gimnasio y de haberse untado el cuerpo con una crema en cuyas publicidades prometía una milagrosa e instantánea reducción de la grasa sobrante, Lorena comenzó a sentirse patética almorzando en soledad en aquel restaurante. Era una tortura para su alma. Innumerables veces había pisado el suelo de ese lugar con su antiguo amante y ahora los recuerdos no dejaban de perseguirla.

¿Por qué insistía en seguir torturándose? ¿Por qué se negaba a olvidar? Quizás porque la traición le había dolido en lo más profundo, o quizás porque la mujer que la había traicionado era, en aquellos tiempos, su mejor amiga.

Tenía que reconocer que su ex amiga era muy hermosa; su cuerpo era el de una modelo, con curvas no muy exageradas, y su carrera de diseñadora estaba en ascenso. Entendía perfectamente por qué su amante había decidido cambiarla por su antigua amiga.

-En cambio yo soy un desastre -susurró al tiempo que observaba su figura.

Con delicadeza le hizo señas al mozo para que le acercara la cuenta, y mientras esperaba marcó un número en su teléfono celular.

-Joshua -dijo con voz triste cuando éste atendió su llamada-, ¿podés venir a buscarme? Estoy en el restaurante Rotari.

El mozo llegó minutos después de que cortara la comunicación con la cuenta y luego de cobrarle se retiró.

Quizás Joshua no era el más indicado para hacerle compañía en aquel momento de cursi melancolía; últimamente su hermano actuaba de manera muy extraña, y eso le preocupaba. Tristeza, desolación, desánimo, eran sinónimos perfectos para describir el semblante del joven. Cada vez que se aventuraba a preguntarle la razón de su estado emocional, el empresario daba una esquiva excusa sobre exceso de trabajo, falta de sueño o cosas por el estilo, pero Lorena sospechaba que algo más estaba pasando, y eso le inquietaba. La última vez que lo había visto así fue después de su fallido intento de boda. Aunque recordaba que aquella vez fue mucho peor y hasta tuvo miedo de que  tomara la errónea decisión de quitarse la vida. Por suerte comprobó que su hermano no era tan débil como para llegar a ese punto.

-Acá estoy. -Joshua se paró junto a la mesa e invitó a su hermana a ponerse de pie. El edificio principal de la J&E estaba sólo a quince cuadras de allí y el empresario había tardado sólo diez minutos en llegar-. ¿Estás bien?

-Sí, sólo me sentí un poco triste.

-Tenés que dejar de torturarte -susurró mientras la conducía a la salida-, no te hace bien venir acá.

-A pesar de todo -aseguró triste-, me gusta este lugar y no quiero dejar de venir sólo por cosas del pasado.

-Sos una cabeza dura -sonrió, y tratando de animar un poco a la joven agregó-: ¿Qué te parece si nos fugamos del trabajo y nos vamos por ahí?

-Me parece una propuesta interesante -aceptó la joven, mientras subía al automóvil.

Ninguno de los dos estaba con ánimos para conversar. Mientras el vehículo se abría paso entre el tránsito, un tranquilo silencio se hizo entre ambos.

Últimamente Joshua también estaba cayendo muy a menudo en la melancolía. Sentía una tristeza y desolación que iba creciendo cada vez más en su interior. Pero, ¿a qué se debía su estado de ánimo? Quizás al sentimiento de culpa que lo carcomía por dentro. Desde aquel día en el que Elías se había presentado en su oficina hecho una furia, no lo había vuelto a ver. No obstante, se encargó de seguir los pasos del muchacho y de averiguar cómo estaba. Javier seguía haciendo muy bien su trabajo de investigador privado y lo mantuvo al tanto de todos los movimientos de la familia Caztizaga. Cuando supo que Elías no había conseguido aún un trabajo, se sintió en la obligación de enmendar su daño y ofrecerle algún puesto en la empresa, pero dudaba mucho que el muchacho aceptara su oferta. Eso lo tenía realmente preocupado. ¿O no? A menudo tenía la vaga ilusión de que Elías finalmente aceptaba su propuesta y se convertía en su amante. Pero esa posibilidad parecía estar bastante lejos de cumplirse. Sin embargo aún tenía un as bajo la manga y estaba dispuesto a utilizarlo si era necesario. Todavía podía escuchar en su cabeza aquella amenaza que saliera de sus labios antes de que el muchacho se retirara de su despacho. "Acordate, si no aceptas mi propuesta me voy a encargar de que no encuentres ningún trabajo", y tal parece que el destino estaba a su favor.

Después de un corto viaje detuvo su auto al costado de la acera. La tranquilidad de los bosques de Palermo en un día laboral conseguiría, tal vez, despejar de su mente sus tortuosos pensamientos.

-¿Qué te parece si compramos unos helados y nos tiramos en el pasto?

-Sólo a vos se te ocurre tomar helado con este frío -sonrió la joven, para luego agregar-: Acepto tu invitación.

 

 

Después de haber merodeado por la ciudad durante horas, Elías decidió volver a su casa.

Consultó la hora en su reloj. Aún faltaba un poco para las dos de la tarde y seguramente su mamá ya se encontraba en el domicilio.

Al abrir la puerta, un extraño e inusual silencio lo recibió.

-Que raro que mamá todavía no llegó -susurró mientras dejaba su abrigo sobre el sillón del living-. Tal vez se quedó haciendo horas extras.

Al parecer se encontraba solo.

El estómago le hizo ruido reclamándole una urgente atención. Desde que había salido de su casa, temprano por la mañana, no había probado bocado. Indudablemente algo habría en la heladera que le ayudaría a calmar su apetito. Se dirigió a la cocina.

La sangre se le congeló, y por un momento creyó que las piernas lo traicionaban. Su madre yacía inconciente en el suelo de la habitación.

-¡Mamá! -ahogó un grito de desesperación y se acercó a la mujer.

Con delicadeza sostuvo la cabeza de su madre. Un espantoso escalofrío lo recorrió de pies a cabeza. La mujer apenas respiraba.

No sabía, no entendía qué había pasado. Dominado por el pánico y la desesperación, marcó el número de emergencias y en medio de una crisis de histérico llanto solicitó ayuda.

La ambulancia tardó poco tiempo en llegar, pero a él se le hizo una eternidad. El médico lo apartó del lugar y sin perder tiempo comenzó las tareas de reanimación.

En cada descarga eléctrica que su madre recibía, Elías sentía que la perdía un poco más. Uno de los enfermeros que venía junto con el médico trató de calmarlo, pero fue en vano, el muchacho estaba al borde de un ataque de nervios, y lloraba desconsolado temiendo que lo peor pudiera llegar a pasar.

-Traigan una camilla -dijo el médico después de unos eternos segundos-, hay que llevarla al hospital, aún está muy débil. -Y dirigiéndose por primera vez al joven agregó-: Sufrió un infarto, pero no te preocupes, va estar bien -aseguró, pero Elías lejos de calmarse se preocupó aún más-. Va tener que estar en observación, por eso es necesario que la llevemos.

Dos enfermeros más entraron y con delicadeza colocaron a la mujer en una camilla.

Elías subió al vehículo junto con su madre.

   

 

Las horas pasaron, los doctores iban y venían y Elías aguardaba tenso en la sala de espera.

-Elías. -Marco llegó lo más pronto que pudo. Con preocupación se acercó a su amigo-. ¿Cómo esta? ¿Te dijeron algo?

-Le están haciendo unos estudios. Según el médico se encuentra mejor -dijo desolado-, pero todavía no me dejan verla. Gracias por venir, y dale las gracias a tu mamá por haberme ayudado con mis hermanos.

-No es nada. Ya sabes que a mi mamá le gustan los nenes, y además soy tu amigo, tengo que estar con vos en estos casos -aseguró gentil.

Un doctor algo mayor y de aspecto serio salió de la habitación.

-Familiares de la señora Rita Gale de Caztizaga  -llamó mirando a su alrededor.

-Acá. -Elías se acercó al médico temiendo una mala noticia.

-¿Sos el hijo? -preguntó el hombre, y Elías asintió con la cabeza-.Tu mamá ya está mejor, está consciente. Llegaste a tiempo, si hubieras tardado un poco más, seguro que pasaba lo peor. Que bueno que no fue así. -Elías sintió como que un gran peso se le quitaba de encima-. Igualmente vamos a tener que realizarle una operación, su corazón está muy crecido y si sigue así no va a resistir mucho. Hay que intervenir para reducirlo.

-¿Puedo pasar a verla? -suplicó.

-Sí.

Su madre se veía algo pálida. El suero colgaba junto a su cama llegando a su cuerpo a través de un pequeño tubo. Respiraba con un poco de dificultad.

-Elías -susurró apenas-, hijo.

-Me pegaste un gran susto -dijo a punto de llorar-, pensé que... -no se atrevió a terminar la frase, no quería ni siquiera pensar en lo cerca que estuvo de perderla.

-No sé lo que pasó, sólo recuerdo que sentí un fuerte dolor en el pecho y después todo se volvió negro. -Esbozó una débil sonrisa-. Perdoná por preocuparte.

-Lo importante es que te pongas bien. Ahora te van a tener que operar.

-Sí, me dijo el doctor. ¿Y tus hermanos? -preguntó cambiando de tema-, ¿dónde están?

-En la casa de Marco, su mamá los está cuidando.

-En que problema te metí, hijo -se disculpó la mujer.

Elías miró en silencio a la mujer que le había dado la vida. En ese mismo momento recordó aquella vez en la que había perdido a su padre.

-No me dejes todavía, aún no -suplicó mientras se acercaba a ella y la abrazaba con cariño.

-Mi amor, mi niño -con ternura besó la cabellera de su hijo y en vano trató de evitar que las lágrimas se hicieran presentes.

Estando en los cálidos brazos de su madre, Elías se sintió desamparado. Las cosas lejos de mejorar empeoraban cada día más. Su falta de trabajo, el dinero cada vez más escaso y la enfermedad de su mamá eran problemas que necesitaban una pronta solución. La promesa hecha a su padre en su lecho de muerte se había convertido en un juramento que le estaba costando cumplir. ¿Qué podía hacer? Ahora estando su madre internada le iba a resultar más difícil salir a buscar empleo. Se sentía acorralado, incapaz de cumplir con su obligación.

"Todo por culpa de ese idiota", pensó furioso sin poder contener las lágrimas.

-Vos siempre preocupándote por nosotros -susurró su madre-. Perdoname.

Elías levantó la vista y miró a su madre directamente a los ojos. En ese mismo momento se dio cuenta que haría cualquier cosa por su familia, y en especial, por esa mujer que significaba tanto para él. Cualquier cosa, incluso aceptar algo que fuera en contra de sus propios principios.

 

 

Durante dos días seguidos no se movió del lado de su madre. Sus hermanos iban también todos los días aunque en el horario de visita y acompañados por la madre de su amigo. Al tercer día de vigilia, Marco lo convenció a duras penas para que fuera a descansar un poco a su casa ya que la operación no se realizaría hasta el día siguiente.

-Todo va a salir bien, amigo -lo alentó Marco cuando se sentaron en el living de su casa.

Elías no dijo nada, sólo se mantuvo en silencio, perdido en sus pensamientos.

-Al menos en el trabajo te dieron los días libres y con eso no vas a tener problemas.

-Ya no tengo trabajo -dijo con la mirada ausente.

-¿Qué? -exclamó su amigo, sorprendido.

-Hace casi dos meses que me despidieron de la pizzería.

-No me habías dicho nada, ¿Qué paso?

-Sos el primero que lo sabe -susurró-. No quise contarle a nadie porque tenía la esperanza de conseguir otro empleo durante este tiempo. Pero no fue así.

-Pero, ¿por qué te echaron? -inquirió Marco.

-Me hicieron echar -corrigió, y al ver que su amigo lo miraba sin entender agregó-: ¿Te acordás de ese tipo que quería que fuera su amante?

-Sí.

-Bueno, un día me sacó de mis casillas y le tiré un plato completo de fideos en la cabeza -contó serio-. Como resultado el dueño me echó al otro día.

-Pero que hijo de puta -dijo enojado.

-Me insistió para que aceptara su propuesta. A toda costa quería que fuera su amante.

-Si que lo tenés muerto de amor al millonario.

-Gracias a él ahora me encuentro en un verdadero problema -aseguró melancólico-, sin trabajo, con mi mamá internada y la plata que tenía ahorrada ya se me está acabando. No creo que me pueda ir mucho peor.

-Si necesitás plata yo te puedo prestar -ofreció Marco.

Durante esos últimos días de angustia Elías había tenido tiempo para reflexionar y una idea irracional se había cruzado por su cabeza. Luego de meditar por largo tiempo había llegado a la simple conclusión de que su familia era lo que más le importaba y estaba dispuesto a sacrificar hasta su propio orgullo con tal de sacarla adelante.

-Estuve pensando mucho durante estos días -comenzó a decir al cabo de un rato-. Ese tipo, además de dejarme sin trabajo, se encargó también de que no consiguiera ningún otro. Me juró que haría todo lo posible para que en ningún lugar me contrataran, y por lo que veo lo consiguió.

-No puedo creer que te haya echo eso -dijo enfadado su amigo.

-Por eso decidí... -No pudo seguir, de repente un par de gruesas lágrimas se escaparon de sus ojos; con brusquedad se secó el rostro con el dorso de la mano-. Creo que tenés razón...

-¿De qué? -preguntó Marco en voz baja.

-Ya que por culpa de ese tipo estoy pasando por todo esto -comenzó a decir-, creo que él va a tener la responsabilidad de solucionar mis problemas.

Marco lo miró serio, y en ese mismo momento supo a qué se estaba refiriendo su amigo.

-Voy a aceptar su propuesta, voy a ser su amante -susurró-. No tengo otra salida.

-¿Estás completamente seguro de lo que vas a hacer? -preguntó Marco preocupado-. ¿Seguro que no existe otra solución?

-¿Cual? -preguntó desesperado-. Si ese tipo me tiene acorralado -aseguró sin poder contener las lágrimas.

-Pero vos no sos gay -susurró su amigo.

-Vos mismo me dijiste que podía aprovechar la situación -arguyó contrariado.

-Estaba bromeando -musitó-. No quiero que te humilles así, no te lo merecés.

-No veo otra solución -dijo rompiendo en llanto. Marco se acercó y lo abrazó fuertemente.

-No te preocupes, yo voy a estar con vos en todo -lo consoló-. Si esa es tu decisión yo voy a estar a tu lado -dijo acariciando esperanzado la espalda de su amigo.

 

 

Joshua observó en silencio a la mujer que yacía junto a él en el lecho. Era la segunda vez que la tenía como compañera de cama y debía reconocer que ambos encuentros le habían resultado sumamente placenteros.

-¿Qué hora es? -preguntó la morena adormilada abriendo apenas los ojos-. Me quedé dormida.

-Las 9:30 -sonrió el empresario-. Aún es temprano.

-Igual ya es hora de que me vaya -dijo con pena -, aunque me encantaría pasar toda la noche con vos -sonrió seductora-. Sos el amante perfecto.

Joshua le devolvió la sonrisa al tiempo que imitaba a la joven y comenzaba a vestirse. Después de varios meses sin sexo, Desiré, aquella hermosa morena que había conocido en la pizzería "Venecia", había logrado aplacar un poco su apetito carnal. Aunque cada vez que la tenía en sus brazos no era a ella a quien le hacía el amor de esa forma salvaje y apasionada. Los ojos marrones y desafiantes de Elías se hacían presentes en ese instante.

Durante esos últimos días Javier lo había mantenido informado de todos los movimientos del muchacho. Por suerte se había enterado de que la madre de Elías ya estaba fuera de peligro. Hubiera deseado en ese momento poder estar al lado del joven,  pero dudaba que éste le permitiera ayudarlo. Pero por otro lado se había encargado de que el mejor cirujano del país se hiciera cargo de la operación y que la madre del muchacho recibiera la mejor de las atenciones.

Tratar de mantenerse lejos de Elías le estaba resultando demasiado difícil. En la medida que pasaban los días, su deseo de verlo se hacía cada vez más grande, y dudaba que pudiera contenerse por mucho tiempo.

 

 

Aparentemente su madre ya estaba fuera de peligro. Aun así los médicos sugirieron que debía quedarse por un tiempo considerable internada para seguir de cerca su evolución.

Ésta sin duda había sido una gran noticia para Elías, sin embargo sentía dentro de sí una enorme angustia que le era imposible de describir.

Aquel día había ido al hospital por la mañana y al caer la tarde sus hermanos junto a la madre de Marco llegaron para reemplazarlo. Aliviado y sabiendo que su madre se encontraba mucho mejor de salud, salió del hospital y tomó un colectivo. El viaje de pocos minutos lo acercó al tranquilo y triste lugar en donde las almas mortales descansaban. Compró un modesto ramo de flores antes de entrar al cementerio.

A medida que se iba acercando a la tumba de su padre los hermosos recuerdos de su infancia se hicieron presentes. Su padre, un hombre honesto y trabajador, solía pasarse horas enteras jugando a las cartas con él en su tiempo libre. Una sonrisa triste se dibujó en sus labios. Su madre siempre se enojaba cuando los veía de holgazanes, pero su padre no le prestaba mucha atención.

"Mujeres, no le hagas caso, ya se le va pasar" solía decir el hombre sonriendo.

Caminó entre las numerosas tumbas llegando al fin a su destino. Se agachó, tomó el ramo de flores secas olvidadas en la tumba y lo cambió por las que había comprado en la entrada.

-¿Cómo estás, papá? -susurró triste-. No podés imaginar lo mucho que me haces falta.

Se arrodilló frente a la tumba y dejó que las lágrimas salieran de su interior.

-Perdoname -musitó entre lágrimas-, sé que te estoy decepcionando, sé que no estoy cumpliendo lo que te prometí -dijo recordando aquel fatídico día en el que su padre muriera.

El cáncer había avanzado demasiado; aun así, Elías tenía la vaga esperanza de que un milagro salvara la vida de su padre.

"Quiero que me prometas",  le había dicho, "que vas cuidar de tu madre y de tus hermanos cuando yo no esté", y entre lágrimas él había jurado que así sería. Esa había sido las últimas palabras que había escuchado de boca de su padre. Minutos después murió, en sus brazos. Era algo que jamás olvidaría.

-Perdoname, perdoname, perdoname -repitió una y otra vez-, pero ya no sé qué hacer -sollozó-. Sé que vas a sentir mucha vergüenza de mí, y que no tengo derecho de venir hasta acá, pero no tengo otra salida, no la hay. Tengo asco de mí mismo, siento vergüenza de mirar a mamá a los ojos. Sé que me va odiar si se entera de lo que estoy por hacer, sé que me vas a odiar. Perdón.

Estuvo un largo rato llorando junto a la tumba.

Unas nubes grises en el cielo presagiaban una inminente tormenta. Elías no se movió. Trató de que sus lágrimas limpiaran la tristeza y el asco que sentía por sí mismo, y rogó que el alma de su padre lo comprendiera.

-Me gustaría que estuvieras acá conmigo -dijo poniéndose de pie y limpiándose el rostro con la mano-, pero ya no estás.

Unas pequeñas gotas de lluvia comenzaron a caer. Elías miró por última vez la tumba.

-Te amo papá, espero que me entiendas y me perdones.

 

 

Cuando salió del cementerio la lluvia se hizo más copiosa. A su lado pasaron varios transeúntes buscando algún refugio contra el aguacero que iba empeorando cada vez más. Elías en cambio no se inmutó. Rogó que el agua lavara su alma y le sacara aquella horrible sensación que tenía dentro.

Pasó junto a una iglesia, y el simple hecho de ver un edificio religioso lo hizo sentir aún más miserable. Se había criado en una familia católica, y aunque tenía que reconocer que no era el perfecto cristiano, sabía que lo que estaba por hacer no iba ser bien visto por los ojos de ningún creyente. Con pasos indecisos entró al lugar. La imagen de la virgen de Lujan expuesta a un costado del altar llamó su atención. En silencio le rezó una pequeña plegaria, rogando con todas sus fuerzas que un milagro le impidiera realizar aquel descabellado acto.

-Los milagros siempre son ajenos -susurró, recordando aquellos casos que viera por televisión en el que alguien se había salvado inexplicablemente de una muerte segura, o cosas por el estilo. Siempre las cosas buenas le ocurrían a otro, nunca a él-, no creo que en este caso pase lo contrario.

En silencio se hizo la señal de la cruz y salió del santuario. Aunque fuera el mayor de los pecadores, su familia valía el sacrificio.

 

 

Bajó del transporte público varias cuadras antes de llegar al edificio, tratando de retrasar  lo más posible su destino. La lluvia aún caía furiosa sobre la ciudad. No le importó. Su ropa estaba completamente empapada y en su alma un sentimiento de resignación e impotencia se hizo presente.

Caminó lento, muy lento, entre la lluvia. A cada paso que daba la fachada de aquel imponente edificio iba apareciendo ante sus ojos. No supo cómo, ni por qué, pero mucho antes de lo que hubiera deseado se encontró al frente de la gran puerta de vidrio.

El guardia de seguridad lo miró con sorna cuando lo vio entrar. Elías no pareció percatarse del gesto, con pasos lentos de acercó a la recepción.

-Buenas tardes -saludó a la recepcionista.

-Buenas tardes -respondió la joven, mirándolo con desconfianza. Elías no se sorprendió, su aspecto era realmente patético y desaliñado-, ¿en qué puedo ayudarlo?

Por un breve instante la posibilidad de salir corriendo del lugar se le hizo terriblemente tentadora, sus piernas se habían convertido en  gelatina y tuvo la horrible sensación de que en cualquier momento se desplomaría en el lugar. Tardó un buen rato en contestarle a la muchacha, ya que hasta el último momento había guardado una pequeña esperanza de que algún milagro pudiera cambiar su situación. Miró a sus costados. Ningún ángel salvador lo ayudaría en ese momento, todo, absolutamente todo, parecía perfectamente predestinado. Era inevitable.

-Necesito hablar con Joshua Reisig, por favor -susurró tan bajo que la joven tuvo que acercarse más a él por encima de su escritorio para poder escucharlo mejor.

-Lo siento -dijo acomodándose nuevamente es su asiento-, tiene que solicitar una cita antes.

-Lo sé -sacó una tarjeta muy mojada del bolsillo y se la pasó a la joven-. Él me dejó esta tarjeta y dijo que podía venir a verlo en cualquier momento. Mi nombre es Elías Castizaga.

La joven tomó la tarjeta, que al estar bastante mojada apenas se podía leer. Consultó una de las agendas sobre su escritorio y luego de un rato levantó la vista algo contrariada.

-Tal parece que el señor Reisig dejó órdenes explícitas de que si usted se acercaba lo dejara pasar tenga o no cita y sea la hora que sea -dijo algo sorprendida, y levantando una de sus manos señaló los ascensores-. Suba hasta el cuarto piso y hable con la secretaria del señor, seguro le dará una cita con él.

El maldito estaba completamente seguro de que él volvería a buscarlo. Eso lo hizo sentir aún más desdichado. La secretaria al igual que la recepcionista lo miró con desconfianza.

-Quisiera hablar con el señor Joshua Reisig -susurró-, mi nombre es Elías Castizaga.

De la misma manera en que lo había echo la recepcionista, la secretaria buscó en su agenda y con idéntica sorpresa comentó:

-Dejó órdenes de que si usted venía le dejara pasar -le dedicó una sonrisa forzada-. El señor no se encuentra, pero vuelve en media hora, si desea esperarlo en su despacho -ofreció indicándole la puerta a su costado-, puedo ofrecerle un café caliente, y una toalla para que se seque, está empapado -concluyó.

-Le agradezco el ofrecimiento -dijo en voz baja-, pero no necesito nada, lo voy a esperar en el despacho.

La secretaria asintió y el muchacho se metió dentro de la habitación.

Cuando estuvo dentro, meditó por última vez la posibilidad de salir corriendo del lugar. Estaba a tiempo. Todavía no había hecho nada que pudiera llegar a lamentar. Todavía podía buscar una salida más razonable a su problema. Dudó, por un momento, antes de tomar asiento. El rostro de su madre y de sus hermanos, le impidieron salir de allí. No podía. Tenía que cumplir con la promesa que le había echo a su padre. Desconsolado se dejó caer en el asiento.

No pudo evitar llorar ni sentirse terriblemente vacío. A lo largo de toda su vida los fracasos le habían ganado la partida a los éxitos, y aquel último paso que estaba a punto de dar era la coronación a su larga lista de fiascos. Siempre se había considerado un hombre de bien, siempre creyó que tarde o temprano su suerte cambiaría, pero muy a su pesar había comprobado que aquel quimérico cambio nunca llegaría.

La puerta se abrió despacio a su espalda y un leve escalofrío recorrió todo su cuerpo. Con nerviosismo sintió que se acercaban hasta él.

-Me dijeron que me estabas buscando -la odiosa voz a su espalda le dijo que el empresario había llegado-. ¿Qué necesitás?

La pregunta de Joshua aunque casual sonó a chiste. Por última vez ahogó el deseo de salir corriendo del lugar. Ya le era imposible echarse para atrás. Se quedó en silencio, no sabía cómo empezar.

-¿Cómo estas? -preguntó Joshua después de un par de minutos.

El empresario se sentó presidiendo el escritorio, y por primera vez ambas miradas se encontraron. Odiaba que el empresario lo viera así de vulnerable, odiaba sentirse derrotado por aquel ser tan ruin y despreciable, y jamás le perdonaría todas las humillaciones por las que había pasado por su causa.

-¿Siempre disfrutás humillando a la gente? -preguntó desolado-. Te divierte acorralarme hasta dejarme sin alternativa.

Joshua observó en silencio el semblante del muchacho. Se sintió culpable. Él lo había orillado y acorralado de tal forma dejándolo en esa situación. Pudo sentir, con toda seguridad, un odio mudo que salía a través de los ojos marrones de Elías.

Tristeza, desolación, odio, y todo gracias a él.

-Te felicito, Joshua Reisig -dijo secamente-, lograste sacar provecho de todas mis miserias en beneficio de tus intereses -para completar su patético humillante cuadro un par de traicioneras lágrimas rodaron rápido por sus mejillas, con brusquedad se las secó rogando que el empresario no se hubiera dado cuenta de ello.

-¿Qué querés decir? -preguntó algo contrariado.

-Quiero decir que ganaste -susurró, y animándose a mirarlo a los ojos agregó muy a su pesar-: Acepto tu propuesta.

Joshua lo miró, mas no se atrevió a decir una sola palabra.

 

 

Continuará...

Notas finales:

Como dije al principio, este capitulo es sumamente importante para mi, todos aquellos que han perdido a alguien lo comprenderán. El escribir y dibujar son dos cosas que me ayudan a salir adelante.

No quiero rogar para que me dejen algún comentario, solo decirles a aquellos que tengan la intención de hacerlo que me digan si este capitulo ha logrado tener toda la tensión sentimental que a mi, en lo personal, me provocó.

No molesto más, mando un beso grande a todos los que leyeron mi fic, y decirles como siempre que cualquier comentario bueno o malo que me ayude a mejorar será muy bien recibido


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