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Deseos prohibidos por ladykuran

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Los pensamientos de Zero rondaban alrededor de lo dicho por Kuran aquella noche. Buscaba la forma de resolver el “inconveniente” pero, como bien lo había dicho el purasangre, las tabletas eran una solución provisoria. Yuuki no podía seguir siendo la víctima de sus ataques, había otra manera y precisamente a ello le temía. Finalmente la sed pudo, su instinto dominaba ahora su razón y sólo un plan quedaba en mente. Sabía que lo estaba deseando, sabía que lo estaba esperando. Se dirigió al edificio del dormitorio de la Luna.
La bruma escondía su presencia furtiva en el territorio enemigo. El silencio lo acompañaba. La luna brillaba intensamente y un rayo de su luz penetraba a través de la ventana del dormitorio del presidente Kuran para morir en el suelo del frío mármol.
Las pesadas cortinas de su cama lo aislaban de esa luz y de todo a su alrededor, era casi como un sarcófago pero más acogedor, más suave al tacto y más moderno.
Sábanas de puro satén lo envolvían en su suavidad. Las mantas de hilo puro le proporcionaban abrigo a su cuerpo frío y etéreo.
Kaname descansaba allí como un príncipe, frágil pero imponente a la vez. Esa imagen capturó la atención del guardián que se había colado por la ventana y ahora lo observaba en su magnitud y soledad. Los cabellos castaños se esparcían sobre su rostro pálido y delicado. Sus finas y arqueadas pestañas que siempre resguardaban esa mirada gélida del vampiro ahora parecían custodios de Morfeo. Los finos rasgos de ese rostro demostraban una noble cuna, la más pura belleza de entre su estirpe, la reina de las flores, la orquídea más llamativa y cautivante.

Por entre las sábanas moradas se dejaba entrever una parte del torso desnudo del joven. La piel más blanca que la más elegante porcelana. Un embriagador aroma a rosas inundaba el lugar. Su presencia era imponente, aún en sueños.
Perplejo ante tal cuadro, Zero se sentía impedido de quitar los ojos de tan preciada vista. Sólo oía su propia respiración y el palpitar de su corazón. Era esta noche o nunca, antes de arrepentirse; antes que entrara la luz del alba y delatara su escape o antes que los demás nobles reconocieran su presencia y su vida dejara de existir allí mismo. Todo por ese preciado líquido. “Qué bajo has caído” era todo lo que podía razonar.
Un paso más y ya estaba allí, de pie junto a la cama. La inercia lo había arrastrado hasta allí pero no se percató de ello hasta que estuvo frente al purasangre. Tan angelical rostro no parecía esconder naturaleza, era por ello que debía escoger cuidadosamente las palabras; podrían ser las últimas que pronunciara. Bello pero mortal.

En esos pensamientos divagaba su mente cuando se encontró a sí mismo acariciando un mechón de pelo que caía sobre la frente del descendiente Kuran. No sabía que lo había llevado a realizar aquella acción suicida, como tampoco encontraba explicación lógica a esa compulsión extraña de capturar esa belleza etérea en una memoria que durase para siempre. Al rozar su frente con su mano, se encontró con aquellos ojos que lo observaron taciturnamente. Lo había despertado de su apacible sueño. Sin embargo, no había enojo ni rechazo en esa mirada, sino tristeza y soledad; sentimientos aquellos que Zero conocía perfectamente.
Kaname tomó aquella mano y la estrechó aún más contra su sien, como intentando contener la pesadumbres de sus párpados, tratando de alivianar el peso de su alma. Sus pestañas se mecieron al compás de un suspiro.

El prefecto atinó a retraerse, pero le fue imposible. ¿Acaso el vampiro aún estaba adormilado y había confundido su presencia con la de alguien más? Sus labios parecían moverse, musitaban algo… era… ¿¡su… nombre!? Por un momento contuvo la respiración. Si no se equivocaba, si de verdad era su nombre….volvió a oír aquella voz repetir lo mismo, esta vez en un tono más audible, seguido de un “estás aquí”.
Zero liberó su brazo de aquel tibio contacto y retrocedió unos pasos.

-no debí venir. Lo… lamento.

El joven durmiente sonrió a ver el rostro de Zero avergonzado por su propia indiscreción, eso le resultó divertido. Las mejillas arreboladas y el sudor en la frente lo delataban.
-ya…ya estás aquí.- el joven que yacía en su cama se incorporó- tarde para arrepentimientos.

Su mirada lo atraía a su presencia. Estiró su mano, en señal de que se adelantase. Zero se arrimó nuevamente, incorporándose a su lado.

-después de todo pudiste comprender que en el fondo, tú y yo somos iguales, Kiryuu kun.
Su interlocutor atinó a contestar, seguramente con otra excusa. Kuran lo interrumpió.

-no necesitas decirme a qué has venido. Lo veo en tu rostro.

Zero frunció el ceño. Sus cabellos plateados se mecieron cuando movió la cabeza con algo de rencor.

-me has ganado, ¿estás feliz ahora?

Kaname volvió a sonreírle, aunque había un dejo de melancolía en aquel gesto.

-eres igual a un niño. Sólo prométeme que no defraudarás a Yuuki.

-nunca lo sabrá

Sus ojos lo increpaban con la fuerza de mil hombres a continuar con aquel pacto implícito. El purasangre era quien ahora lucía como un indefenso corderito. La llamada de su instinto se dejó ver en aquel fulgor rojo furioso. Se acercó más a esa piel inmaculada y saboreó aquel espacio en su cuello. Su sabor era exquisito. La sed lo dominó por completo y hundió sus colmillos en él mientras apretaba con fuerza los hombros de su “víctima”.
¿Quién era ahora el monstruo, el corrupto, el abominable? Los papeles se invertían. Un indefenso vampiro purasangre era ahora la presa de un casi nivel E, descendiente de una estirpe de cazadores. Irónico.




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