La culpa es de uno
Quizá fue una hecatombe de esperanzas
Un derrumbe de algún modo previsto
Ah pero mi tristeza sólo tuvo un sentido
Todas mis instituciones se asomaron
Para verme sufrir
Y por cierto me vieron
Hasta aquí había hecho y rehecho
Mis trayectos contigo
Hasta aquí había apostado
A intentar la verdad
Pero vos encontraste la manera
Una manera tierna
Y a la vez implacable
De desahuciar mi amor
Con un solo pronóstico lo quitaste
De los suburbios de tu vida posible
Lo envolviste en nostalgias
Lo cargaste por cuadras y cuadras
Y despacito
Sin que el aire nocturno lo advirtiera
Ahí nomás lo dejaste
A solas con su suerte
Que no es mucha
Creo que tenés razón
La culpa es de uno cuando no enamora
Y no de los pretextos
Ni del tiempo
Hace mucho muchísimo
Que yo no me enfrentaba
Como anoche al espejo
Y fue implacable como vos
Mas no fue tierno
Ahora estoy solo
Francamente
Solo
Siempre cuesta un poquito
Empezar a sentirse desgraciado
Antes de regresar
A mis lóbregos cuarteles de invierno
Con los ojos bien secos
Por si acaso
Miro cómo te vas adentrando en la niebla
Y empiezo a recordarte.
Mario Benedetti
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Llegado el viernes Ishida siguió su rutina diaria. Se despertó temprano, se bañó, vistió, desayunó, lavó sus dientes y tomó sus cosas para dirigirse a la escuela.
En el camino dejó que su mente se desviara a pensar en lo ocurrido apenas unas horas antes. La forma en que se había comportado le hacía sentir avergonzado, esos sentimientos que salieron a flote no le parecían adecuados para alguien como él. Se había enamorado de Ichigo, pero no había tenido ni idea de cómo acercarse a él de una manera diferente a la simple amistad, no sabía nada acerca de relaciones amorosas porque ni su abuelo y, mucho menos, su padre le habían ayudado en ese aspecto. Por otra parte, Inoue le parecía una chica maravillosa, que además de belleza tenía un gran corazón; no quería ni podía competir con ella. Tal vez tendría que dejar de pensar en eso, ya se le pasaría ¿por qué tanto drama? Había muchas personas por conocer para enamorarse, otras oportunidades por venir. Al menos eso esperaba.
Cuando menos se dio cuenta estaba frente a la puerta de la escuela. Le dio un poco de miedo preguntarse cómo había llegado, pues tan absorto estaba en sus pensamientos que ni siquiera se acordaba de si se había fijado al cruzar la calle.
Al entrar al salón vio a Inoue que, después de saludarlo alegremente, se dirigió hacia él. Sin más preámbulos le preguntó:
-Ishida-kun, ¿trajiste el material del taller de costura?
Esa era una pregunta cuya respuesta era demasiado obvia.
-Claro, Inoue-san
-… te podría…preguntar algo- titubeo ella
-Si, claro
Se quedó un momento en silencio, pensando en las palabras que pronunciaría:
-…em…¿qué..qué piensas de Kurosaki-kun?
Ishida la notó nerviosa e indecisa. No pudo descifrar la intención detrás de aquella pregunta, así que pensó muy bien la respuesta:
-Pues yo pienso que él … es un buen compañero
Pudo notar en el rostro de su amiga, que necesitaba de una respuesta un poco más elaborada. Por lo que buscó una respuesta más satisfactoria:
- Si no fuera porque es un shinigami y, por lo tanto, enemigo natural de los quincys, lo consideraría un gran amigo.
Inoue ante la respuesta dada se limitó a sonreír, para luego dirigirse de regreso a su lugar.
Ishida trató de pensar en el significado oculto detrás de la pregunta. ¿Acaso ella sospechaba de sus sentimientos hacia Ichigo? En ese momento, la entrada de Kurosaki al salón le hizo desviar su atención, por lo que decidió dejar de pensar en el asunto y se concentró en las mil tácticas preparadas para ignorar a la nueva parejita.
Las horas transcurrieron lentamente, las clases se le hicieron más pesadas. Pedía al cielo que ya llegara la hora del taller de costura, cuando su cerebro le hizo darse cuenta de cierta situación: Él e Inoue llevaban el mismo taller. Sí Kurosaki y ella eran ahora novios, se quedarían de ver después de clases y, probablemente, la esperaría afuera del taller. Tendría que verlos juntos. Se había preparado para ello, sin embargo, esa idea derrumbaba su confianza.
La hora libre la pasó en la biblioteca, junto los grandiosos libros de Dumas que le hacían olvidar al mundo exterior. Pero al regresar a las clases su mente volvió a la realidad, y tuvo que pensar en una solución. Lo único que se le ocurrió, que no fuera delirante, era faltar a la clase. Solo sería por una vez, además, nunca había faltado y a la profesora no le molestaría. No estaba huyendo, más bien trataba de verlo como una manera de ganar tiempo y adaptarse a la nueva situación.
Al terminar la clase tomó sus cosas y se encaminó rápidamente a la salida, intentando pasar desapercibido por sus demás compañeros, lo cual no le resulto muy difícil. En la salida se aseguró de que realmente nadie de su salón le había visto, para enfocarse luego en llegar lo más pronto a su casa.