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Falling por Khira

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Falling

 

Por Khira

 

Capítulo 3. Visita

 

Pasaron casi cinco minutos antes de que un taxi se detuviera en la parada donde esperaba Rukawa. El moreno se subió en la parte de atrás del vehículo y le dio la dirección de su casa al taxista. En cuanto el taxi se puso de nuevo en marcha se acomodó en el asiento y se dispuso a contemplar la belleza nocturna de la que desde hacía varios años era su ciudad, ahora sede de la primera fase de uno de los grupos del mundial de baloncesto.

 

La misma ciudad en la que nueve años atrás, había jugado su primer campeonato nacional juvenil...

 

Cuando se enteró de que la selección Japonesa se hospedaría en Hiroshima durante esa primera fase, y sabiendo de sobras que Hanamichi Sakuragi estaba convocado para el mundial, nunca se imaginó el tener la mala suerte de encontrárselo cara a cara: el disimular la sorpresa que eso le había producido había sido una de las mejores actuaciones de su vida. Si hubiera sabido que ese tal Furuta también era miembro del equipo o el nombre del hotel exacto donde se alojaba la selección, no se le habría pasado por la cabeza la idea de acudir a esa cita.

 

Pero ahora ya era demasiado tarde: Sakuragi le había visto, y tal como esperaba, le habría atosigado a preguntas si no se hubiera marchado, o mejor dicho, escapado. Sin embargo, aunque la selección japonesa fuera eliminada en la primera fase, el pelirrojo estaría unas tres semanas como mínimo en la ciudad, tiempo de sobra si quería encontrarle. Rogó porque no fuera así. Aunque teniendo en cuenta lo fácilmente que le había dejado irse del bar, a lo mejor al pelirrojo no le importaba tanto como creía...

 

Tan absorto estaba Rukawa en esos pensamientos que no se percató de las miradas del taxista por el retrovisor central al vehículo que les seguía.

 

El taxi se detuvo justo enfrente de la dirección que Rukawa había ordenado. El chico de ojos azules pagó el viaje con uno de los billetes de cinco mil yens con que le había pagado Furuta y se bajó. Tampoco se dio cuenta esa vez de otro taxi que se detenía a varios metros de donde lo había hecho el suyo.

 

El edificio era un típico bloque del centro de la ciudad, muy alto, con mucha fachada pero pocas ventanas. El portal estaba oscuro pero no se molestó en encender las luces de la escalera. Subió en el ascensor y un minuto después ya estaba por fin en su piso, que estaba en la quinta planta.

 

Entonces sí encendió las luces, se descalzó y se dirigió directamente al baño, donde se lavó las manos y refrescó la cara, y luego a su habitación. Se quitó la camisa manga larga negra que portaba y la sustituyó por la camiseta de algodón blanca de manga corta que usaba para dormir. También se quitó los vaqueros, y tal cual en calzoncillos se dirigió a la cocina con la intención de servirse un vaso de leche fresquito. Tenía bastante calor, pero a esas horas ya no le valía la pena encender el aire acondicionado.

 

El inesperado sonido del timbre le dio tal susto que dejó caer el vaso de cristal al suelo y este se rompió en añicos.

 

- Mierda... - exclamó en voz baja al ver el desastre.

 

Con cuidado de no cortarse, pues sólo llevaba un fino calcetín de algodón, retiró con el pie los trozos de cristal hacia un lado para poder pasar, con la intención de recogerlos luego. Se agachó para recoger el trozo más grande y tirarlo a la basura, con la mala suerte que se cortó un dedo.

 

- Joder...

 

El timbre volvió a sonar y Rukawa no tuvo más remedio que acudir a abrir con el dedo índice en la boca. No tenía ni idea de quien podía ser; después de Furuta no había quedado con nadie más, y mucho menos en su casa, donde no le gustaba recibir clientes.

 

El pequeño misterio quedó resuelto en el momento en que miró por la mirilla y vio a un pelirrojo de más de dos metros esperando tras su puerta blindada.

 

"¿Qué coño hace aquí...?", se preguntó desesperado.

 

Mientras en el vestíbulo Sakuragi le había oído acercarse a la puerta y no dudó un momento en hablar con él a través de ella.

 

- Rukawa, ábreme - le dijo - Sé que estás ahí.

 

- ...

 

- Rukawa...

 

- ¿Cómo has averiguado dónde vivo? - se oyó por fin la voz del zorro tras la puerta.

 

- Te he seguido con otro taxi...

 

- ... - Rukawa sintió una extraña mezcla entre alivio y enfado - ¿Y cómo has acertado el piso? Espero que no hayas ido tocando el timbre de todos mis vecinos hasta acertar...

 

- Me he quedado en la calle mientras subías para ver en que piso se encendía primero una luz.

 

- Muy astuto - reconoció Rukawa.

 

- Lo sé, soy un genio - sonrió Sakuragi - ¿Me vas a abrir la puerta de una vez...?

 

- Un momento...

 

Después de un par de minutos, tiempo en el que Rukawa volvió a su dormitorio para ponerse otra vez los pantalones vaqueros, abrió la puerta de su piso.

 

- ¿Qué haces aquí? - le espetó nada más hacerlo.

 

- Todavía tenemos mucho de que hablar - dijo Sakuragi. Hizo ademán de entrar, pero Rukawa no se movió del sitio, bloqueándole el paso.

 

- Pues a mí no me apetece, ¿entiendes?

 

- De acuerdo - concedió inesperadamente el pelirrojo - ¿Pero al menos me invitarás a pasar para tomar algo?

 

Rukawa le miró con los ojos entrecerrados. Era evidente que era una excusa para entrar y hablar, pues apenas hacía veinte minutos que habían bebido en el bar, pero precisamente por eso y porque había invitado Sakuragi ahora él no podía negarse. Sin decir nada se apartó de la puerta, permitiendo así que el pelirrojo entrara.

 

Nada más entrar y descalzarse Sakuragi miró curioso el piso. Era pequeño, pero no tanto como cabía esperarse por la zona donde estaba y lo que podía permitirse pagar la clase media japonesa en aquellos tiempos. Era de estilo occidental; desde el recibidor se accedía directamente al salón comedor, con cocina americana, y a la izquierda había una puerta que Sakuragi supuso era la de la única habitación, con baño en suite. Teniendo en cuenta que todavía no había visto ni la habitación ni el baño, pero podía imaginarse sus dimensiones, le calculó unos cuarenta o cincuenta metros cuadrados.

 

Además el piso estaba bastante elegantemente decorado, lo que le hizo suponer también que Rukawa no vivía allí de alquiler. Una de dos, o ahora sí que el zorro tenía bastante dinero, o se había hipotecado para toda la vida para pagarlo.

 

Una vez inspeccionado visualmente el salón, Sakuragi se giró hacia Rukawa, quien estaba tras la barra de la cocina.

 

- Tienes un piso muy bonito - comentó - Lástima que huela tanto a tabaco... - añadió un poco más bajo.

 

- Gracias... - murmuró Rukawa ignorando el último comentario, mientras sacaba dos vasos más de la alacena que había sobre el fregadero - ¿Qué quieres beber?

 

- Un poco de agua, gracias.

 

Rukawa abrió la nevera y sacó una botella de agua, con la que llenó uno de los vasos. El otro lo llenó con el cartón de leche que ya tenía sobre la encimera de la barra.

 

- Aquí la tienes - le dijo a Sakuragi señalándole su vaso.

 

El pelirrojo se acercó a la barra, por el lado contrario al que estaba Rukawa. Cogió el vaso y lo acercó a sus labios para beber un par de sorbos: lo cierto era que no tenía mucha sed. El zorro hizo lo mismo con el suyo y entonces Sakuragi se fijó que tenía el dedo índice de la mano derecha manchado con sangre.

 

- ¿Y eso? - preguntó dejando otra vez el vaso sobre la encimera, señalando el corte con la mirada.

 

- Nada - respondió Rukawa - Un corte tonto.

 

- Déjame verlo.

 

Sakuragi volteó la barra de la cocina para llegar hasta él y entonces vio el estropicio que había en el suelo.

 

- ¿Qué ha pasado? - preguntó sorprendido.

 

- Una caída tonta.

 

- ...

 

Con cuidado de no pisar ningún trozo de cristal, Sakuragi se acercó a Rukawa y le cogió la mano derecha entre las suyas.

 

- No es nada - dijo observando el pequeño corte más de cerca.

 

- Ya te lo he dicho yo - murmuró Rukawa.

 

- Aún así, es mejor lavar la herida con agua. Ven, pon el dedo bajo el grifo.

 

El moreno obedeció, y Sakuragi abrió el grifo del agua fría, sin soltar la mano de Rukawa en ningún momento. Ese gesto ocasionó que de pronto se encontraran ambos pegados frente al fregadero, tan juntitos que Sakuragi se dio cuenta de que podía oler la fresca colonia del zorro. Y olía muy bien...

 

Buscó la mirada de Rukawa, pero el chico de ojos azules tenía esta fija en el chorro de agua que le estaba lavando la herida. Sakuragi pensó que los años no parecían haber pasado para él, pues tenía el mismo rostro de porcelana que a los dieciocho. El pelo largo tapándole la nuca también le hacía parecer más joven de lo que era. Sin embargo su mirada, sobretodo por sus visibles ojeras, parecía muy cansada.

 

Luego desvió la vista un poco más abajo, en concreto se detuvo en los labios. Esos labios que sólo había probado una vez, hacía tantos años... y sin embargo recordaba perfectamente su sabor dulce y afrutado... Que no daría por probarlos otra vez...

 

Se acercó un poco más...

 

- Sé aguantarme solo el dedo bajo el grifo - dijo Rukawa de repente, rompiendo el instante de ensoñación del pelirrojo.

 

- De acuerdo... - musitó decepcionado, soltándole. Entonces tuvo una idea que le permitiría cotillear un poco más el piso - Voy a buscarte una tirita. ¿Están en el baño?

 

- No hace falta - dijo Rukawa alarmado.

 

- Claro que sí - insistió, más ahora que había visto la expresión de su ex-compañero. Y sin que Rukawa pudiera impedírselo, ya había desaparecido por la puerta que había a la izquierda del salón.

 

Tal y como suponía, la puerta daba directamente al único dormitorio de la vivienda. Este contaba con una cama doble, con la cabecera de hierro forjado y sábanas negras, y una mesilla de noche en el lado derecho, en la cual había una lamparita y un reloj despertador. También contaba con un gran armario empotrado, un perchero, y una cómoda en la misma pared donde estaba la ventana. La habitación parecía impecablemente ordenada, a excepción de una camisa negra tirada sobre la cama y que se confundía con las mismas sábanas.

 

La puerta del baño estaba integrada en el armario empotrado, de manera que a primera vista parecía parte de este. Sakuragi entró y también se encontró con que estaba todo perfectamente ordenado. Ni un solo peine, botella de champú o cepillo de dientes estaba fuera de su lugar.

 

El pelirrojo se acercó al espejo del lavabo, que en realidad era un armario romi de dos puertas. Abrió las dos a la vez. Efectivamente allí estaba el botiquín con las tiritas, además de una caja de condones que le alivió mucho ver allí, dada la situación. Pero había muchas otras cosas más...

 

Se quedó mirando asombrado la cantidad de medicamentos que había allí escondidos. Aspirinas, analgésicos, paracetamol y codeína, somníferos... y más cajas de medicamentos que no reconoció. Un auténtico "arsenal".

 

- ¿Se puede saber qué haces?

 

La voz de Rukawa a sus espaldas le dio un buen susto, pero se repuso en seguida. Se dio la vuelta y encaró al zorro, quien parecía bastante enfadado.

 

- ¿Y todo esto? - preguntó el pelirrojo señalando el interior del romi.

 

- Mi botiquín - contestó simplemente.

 

- ¿Todavía te duele...?

 

Un pequeño silencio precedió a la respuesta de Rukawa.

 

- Tanto que a veces no me deja dormir.

 

Sakuragi le miró preocupado. Quiso decir algo pero Rukawa se le adelantó.

 

- Deberías irte - gruñó.

 

- ... - el pelirrojo abrió la boca, sorprendido - Pero si todavía no hemos hablado... - se quejó.

 

- Ahora ya sabes donde vivo, ¿no? Pues ven otro día, hoy ya es tarde y quiero intentar dormir - se dio la vuelta y empezó a caminar hacia la habitación para luego ir al salón; Sakuragi se apresuró a seguirle - Eso sí, avísame antes.

 

- No tengo tu teléfono - replicó.

 

- Está en el periódico.

 

- Ya... - recordó dolido el pelirrojo - Satoshi, ¿no? - susurró apenado.

 

- Exacto.

 

- Muy bien, como quieras...

 

Para entonces ya habían llegado a la puerta principal. Rukawa la abrió y se quedó mirando a Sakuragi.

 

- ¿No quieres que te ayude a recoger eso? - preguntó Sakuragi refiriéndose a los cristales de la cocina. Quería quedarse como fuera y ya no sabía como hacerlo.

 

- No, gracias.

 

- Al final no te he puesto la tirita....

 

- Ya me la pondré yo - definitivamente Rukawa quería que se marchara cuanto antes.

 

- Está bien... - murmuró - Pues... supongo que ya nos veremos.

 

- Adiós.

 

- Adiós...

 

Apenas había puesto los dos pies en el vestíbulo Rukawa le cerró la puerta en las narices. Sakuragi se quedó allí plantado varios minutos, hasta que comprendió que le habían echado como a un perro y que esta vez no conseguiría volver a entrar.

 

Suspiró. Al menos el zorro tenía razón, ahora sabía donde estaba su madriguera, y lo más importante, le había dado permiso para visitarle otra vez. Sin embargo no estaba en Japón para hacer visitas, estaba convocado para jugar el mundial, y al día siguiente empezaban los entrenamientos intensivos, así que lo tendría difícil para volver allí, al menos hasta que acabara la primera fase del mundial. Siendo realistas, lo más probable era que fueran eliminados entonces. De hecho, si se habían clasificado para los mundiales era porque eran los anfitriones...

 

Pero se trataba de Kaede Rukawa. No importaba si tenía que sacar el tiempo de debajo de las piedras, ahora que le había encontrado, ya no lo dejaría escapar...

 

xXx

 

Eran la tres de la mañana y Rukawa todavía no había conseguido conciliar el sueño. Esta vez intuía que aparte del dolor y del horario irregular de su "trabajo", el insomnio tenía que ver con la visita de Sakuragi. Cansado de dar vueltas en la cama como una noria, Rukawa se levantó y entró en el baño a tientas. Abrió el armario del lavabo y escogió entre las tantas cajas de medicamentos algo que le ayudara a conciliar el sueño.

 

Quien lo iba a decir, que él, el bello durmiente, como le llamaban algunas chicas en el instituto, ahora necesitara de pastillas para dormir...

 

Sin embargo al final optó por no tomárselas. No le valía la pena, ya que al día siguiente no tenía que levantarse temprano, ni siquiera tenía concertada alguna cita para la tarde. Cerró las puertas del romi y se quedó mirando su imagen en el reflejo unos minutos.

 

"¿Por qué? ¿Por qué después de tanto tiempo la primera persona conocida que tenía que encontrarme ha sido Sakuragi?", se preguntó mientras observaba su rostro pálido y ojeroso, "¿Y por qué coño le he invitado a volver?"

 

En el fondo, muy en el fondo, sabía la respuesta a la segunda pregunta, pero no quería reconocerlo, porque sabía que no era posible. De nuevo en el dormitorio, Rukawa sacó el mechero y el paquete de tabaco del bolsillo de los vaqueros que tenía colgando en la percha, y se encendió un cigarrillo. Esta vez, en lugar de fumar en la cama, se apoyó en el alféizar de la ventana, que tenía abierta por el calor, para exhalar el humo hacia la calle.

 

Sakuragi tenía razón, la casa apestaba a tabaco...

 

Continuará...


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