III. ¿Cuándo aprenderás?
Esta noche me acordé de tí
mientras vagaba ebria y errabunda;
desorientada y deslumbrada por el
resplandor ambarino de las farolas de
esta ciudad que nunca duerme.
Condenada a pasar noche tras noche
perpetuamente sumida en un estado
antinatural e insano de ininterrumpida
y artificiosa vigilia.
El sopor capcioso que me brinda
el alcohol nunca me ha dado resultado
cuando se trata de aplacar las imágenes
de nuestros recuerdos compartidos;
de los tortuosos secretos confesados
con la voz quebrada y áspera,
con las mejillas cuartedas por una
miríada de rutilantes lágrimas,
alumbradas ambas tan sólo por la
vacilante llama de una pequeña vela.
Una llama solitaria como único testigo
de nuestro romance condenado,
de nuestro anhelo destructivo.
De nuestro amor mal entendido.
¿Cuándo aprenderás que no se
puede poseer a nadie, niña querida?
Y con el despuntar del alba,
todo se habrá acabado.
Y el fuego que hoy nos abrasa,
mañana se habrá extinguido.
Mañana se habrá apagado.
Y ya nada tendrá sentido.
Tan sólo nos quedarán
los rescoldos calcinados...
las cenizas de un afecto
vilipendiado por el destino.
IV. Abschied
Rebuscando entre los cajones
de mis recuerdos,
cayeron a mis pies sin quererlo
los jirones de tu
alma oscura y quebradiza.
Recogiendo los fragmentos
irisados de ese afecto
que nos profesamos,
no pude evitar que las lágrimas
resbalaran por mis mejillas.
Ardientes y gélidas,
cuartearon también mi propia alma.
Acuosas y resbaladizas,
anegaron con ríos de plata
la palidez espectral de esa piel
que tantas veces saboreaste;
la blancura nívea de mi piel,
que con tus dedos ágiles y nerviosos
tantas veces acariciaste.
Y te sigo añorando en la distancia
pertinaz y estúpidamente,
porque desde aquel desgraciado día
en el que el vínculo que nos unía
se rompió para siempre,
supe con claridad meridiana
que ya nunca jamás volverías.
Que lo pasado había pasado...
Y que estabas fuera del alcance
del cerco conciliador de mis brazos.
Si pudiéramos volver atrás,
no dudaría en volver a quererte;
no me arrepentiría ni de una sola
lágrima derramada o secreto vedado
susurrado al oído cálidamente.
Ni siquiera de las caricias furtivas e inocentes
que llevaban impreso el sello de la
mutua y agridulce veneración.
De lo único de lo que me arrepiento sinceramente
es de no haberte dicho jamás adiós.
V. Tsuki ni Inoru
Es tarde, criatura,
demasiado tarde quizás
para permanecer
desvelada ahora;
mientras la Luna empieza
ya a declinar en el cielo.
Y por alguna extraña razón
que se me escapa
de entre los dedos,
lo cierto es que no he podido
dejar de pensar en
tu dulce mirada,
ni en el sabor de tus besos.
Según veo,
hay cosas que nunca cambian
por mucho que pase el tiempo.
VI. La Naturaleza del Amor
Me has hecho reír como nadie.
Me has hecho llorar como nadie.
Asida de tu mano esbocé la más tierna de las sonrisas,
sollocé con el desamparo del más amargo de los llantos.
Escalé con ahínco las más recónditas y escarpadas cimas
tanto de la candorosa alegría como del dolor nefando.
La tibieza de mis lágrimas marchitas engendró después
el limo necesario para sembrar otros tantos miles de albricias que,
con el paso ineluctable de los años, se trocaron de nuevo en
desabrida congoja, y más tarde, en esperanzada desesperación.
Me hiciste llorar tantas lágrimas como Nunca Jamás derramara
y me hiciste reír con una dicha sincera que nunca antes imaginara.
Me enseñaste, en definitiva, la auténtica e inapelable,
encarnizada, cruenta, sublime, infinita, críptica, inconmensurable
Naturaleza del Amor.