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No te mueras sin decirme a dónde vas. por Ciel Phantom

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Notas del capitulo:

en primer lugar muchisimas gracias a los que se han tomado el tiempo para dejar comentario y incentivar este reto.

Esperando que este capitulo sea de su agrado. los dejo para que pasen a leer.

 

Prue, primita, espero que seas buena con migo.

Atte: Ciel Phantomhive

 

 

La culpa.

 

 

 

—Sebastian. Sebastian —.

 

Una irritante voz se colaba por sus oídos, sin duda se trataba de una mujer. Escuchaba mucho ajetreo a su alrededor, quería gritar que se callaran de una buena vez, o por lo menos hacer aspavientos con las manos haber si comprendían que lo que deseaba era un poco de paz.

 

Un aroma penetrante se coló por sus fosas nasales, sus ojos se abrieron de golpe, ¿Qué era ese asqueroso olor?

 

—Papá, ya viene—.

 

Esa frase tenía muchas formas de interpretarse. Las conexiones de su cerebro parecieron embonar en un solo instante, su cuerpo se propulsó fuera de la cama, sin pensarlo se encontró a sí mismo corriendo de un lado a otro de la habitación, una maleta que contenía quién sabe qué tantas cosas fue llevada a su hombro, mientras con la vista buscaba las llaves del auto.

 

—Elizabeth, vamos—.

 

—Pero la que…

 

—Que no llegamos, debemos…

 

Se quedó en seco, todo estaba listo, todo menos su señora  esposa, quien de forma casi insonora trataba de soportar las contracciones. Lanzó las cosas que cargaba sobre su hija quien aguantó el peso dejando salir un pequeño gemido, con cuidado condujo a Rachel hasta el automóvil.

 

El trayecto fue rápido, sin contratiempos, los dolores de parto estaban muy  lejos de estar cerca de la dilatación adecuada.

 

Llegados al hospital, los camilleros de la sala de urgencia esperaban a la señora Michaelis, el médico encargado solo miró al hombre y a la chiquilla con una sonrisa en los labios asegurándoles que estaba en buenas manos, que no tenían de que preocuparse, es más, si lo deseaban podían irse tranquilamente para regresar hasta las ocho de la mañana, hora en que se permitían las visitas. Padre e hija se retiraron para volver en la mañana.

 

Pensando con detenimiento las cosas, el embarazo de Rachel fue fugaz, ella no demostró ninguno de los síntomas propios de la gestación, si no fuera porque su abdomen crecía, juraría que la rubia no estaba embarazada. Algo bueno de esa situación fue la suspensión total de ese sueño extraño, hasta la sensación de incertidumbre se esfumó, o más bien fue remplazada por la ansiedad e impaciencia.  Era como si al término de esos nueve meses de espera supiera que llegaría un premio. Vale, no era un premio pero si algo increíblemente necesario. Se asemejaba a contener la respiración, justo cuando el aire demanda por entrar.

 

El  reloj marcaba exactamente la una de la madrugada, el auto de Sebastian se aparcaba frente a la gran residencia. Elizabeth entró a la casa casi arrastrando los pies, su padre la seguía casi en las mismas condiciones, aunque la mente del hombre estaba más alerta que en cualquier situación que pudiese recordar. Le extrañaba que su actitud de los últimos meses hubiera cambiado de forma total.

 

Rachel era su esposa sí, una esposa la cual él no eligió, que aceptó por el hecho de no dar la contra a su padre, que respetaba tanto como a cualquier otra mujer que conociera. El dilema en si era que nunca demostró cariño por ella, es más, si tuviera que responder a si Elizabeth era su hija, podría apostar a que la respuesta sería negativa, pero como no estaba interesado en saber los secretos escabrosos de su pareja, ni le importaba siquiera lo suficiente para indagar, pues lo dejánba pasar. Ahora, con este nuevo bebé en camino, sentía una gran gama de emociones que le desbordaban, envolviéndolo en confusión y anhelo desmedido.

 

Una parte suya le susurraba quedito al oído — “ese bebe no es tuyo” —. Sebastian sabía que era cierto, entonces ¿Por qué ese deseo tan desesperado por ver al crío? ¡Ah! Porque ese era otro asunto aparte, él estaba seguro de que el neonato era un varón.

 

Ya recostado en su cama… —he intentado conciliar el sueño — murmuró lo único de lo que estaba seguro.

 

—Su nombre será, “Ciel”—. Por fin se durmió.

Despertó a las seis de la mañana, muy por el contrario de lo que cualquiera pensaría se encontraba rebosante de energía. Con el esmero que dedicaría a su apariencia en caso de conocer a Dios, Sebastian Michaelis se propuso firmemente que  debía lucir deslumbrante. Una vez que estuvo listo se dispuso a llamar a Elizabeth, quien muy seguramente apenas estaría despertando, lo que le daba un margen de quince minutos para poder preparar un desayuno ligero.

 

La chiquilla rubia de ojos verdes llego al comedor justo cuando en la mesa se colocaba un vaso de zumo de naranja. Terminados los alimentos, se encaminaron al hospital.

 

La sala de espera era un bullidero de murmullos y conversaciones, los altavoces de vez en cuando lograban opacar todos esos balbuceos. Una enfermera se colocó delante de la puerta que tenía el cartel de “Maternidad”, con lista en mano comenzó a recitar los nombres de las pacientes, así como el numero de habitación, antes de marcharse dejó muy claro que solo se le permitiría el paso a un familiar.

 

Sebastian miró a Elizabeth y ésta comprendió lo que su padre le pedía. Sin más preámbulos se encaminó a su destino.

 

Parado frente a la puerta del cuarto número veintiséis Michaelis creía que se le doblaban las piernas, sus manos sudaban y su respiración se aceleraba. Tocó con la mayor delicadeza que su estado emocional le permitió, Rachel desde adentro concedió rápidamente el permiso. No perdió tiempo sus ojos carmín se fijaron en su esposa y luego en el bultito que sostenía. 

 

— ¿Es él?, ¿Ya ha abierto los ojos? — entonaba impaciente.

 

La rubia contestó con un — sí —,  y  un —no —, en el mismo orden de las preguntas. Ella observó el anhelo escrito en las facciones de su marido y le tendió al recién nacido para que lo cargara. El contador casi corrió hasta donde se encontraba su esposa; con la delicadeza que usaría para una figura de cristal cortado, tomó al niño, su carita arrugada era de un color rosa suave, sus manitas tan frágiles se movían de un lado a otro, la boca se abría y cerraba dejando ver muy de vez en cuando esa encía sin ningún diente, pero lo que sin duda llamó su atención fue esa cabecita de la que ya asomaban unos cuantos  cabellos de color azulino. Quería ver el color de sus ojos, necesitaba confirmar aquello que su corazón comprobó de solo tenerlo entre sus brazos. Y su deseo se cumplió, los párpados se abrieron lentamente, los irises rojos chocaron por primera vez contra unos de color gris, aunque mirándolos de cerca estos eran de un suave color azul que denotaba se tornaría más oscuro con el paso de los días.

 

—My lord —. El bebé le sonrió.

 

Ni él supo que fue lo que lo impulso a soltar aquella frase. Rachel por su parte frunció el seño, esa oración la recordaba perfectamente, y para ser sincero, la detestaba.

 

Con pesar, tuvo que soltar su preciado infante. La enfermera que acudiera a recoger al párvulo rió divertida por la cara de decepción que puso el hombre cuando le comunicó que no podría llevárselos hasta el día siguiente.

 

Un día, solo era un día lo que lo separaban de esa criaturita.

 

****

 

Rachel caminaba despacio, ayudada por Elizabeth, unos pasos atrás las seguía Sebastian con su pequeño en brazos.

 

—Verá, que he dispuesto todo para que esté cómodo—. Platicaba cual si el mocillo pudiese responderle. —Su habitación es la mejor de toda la casa y —...

 

—Rachel, ¡qué gusto en volver a verte! ¿Me recuerdas? — preguntó el hombre joven con alegría hipócrita, ella estaba pálida como una hoja de papel. Sebastian al igual que Elizabeth, solo observaban.

 

—Vincent —.

 

— ¡Ah! Ya sabía yo que no podrías haberme olvidado —. Sonrió complacido. — “Ahora. Creo que tú tienes algo que me pertenece” —. Ella dio un paso atrás.  — Rachel no lo hagas más complicado ¿Dónde está mi hijo? —.

 

Sebastian dio un pequeño brinco en su lugar, su mente gritaba; ­— “¡Huye! No dejes que nos lo quiten. No permitas que se lo lleven” —, sus pies estaban firmemente clavados en el suelo.

 

—Disculpe el numerito, ehmm... si no me equivoco se llama, ¿Michaelis? —. Le extendió la mano en forma de saludo, —“Mi nombre es Vincent, Vincent Phantomhive” —. La mano del corredor nunca llegó.

 

Lo analizó de pies a cabeza, sin duda era un hombre atractivo y vestido con ese traje Armandi que denotaba su esbelta figura, lo hacía ver imponente. Las manos blancas de Vincent se movieron en dirección a la preciada carga de Sebastian, el otro solo le lanzó una mirada de advertencia.

 

—¡¡Oh!! Señor Michaelis, creo que hace falta una buena explicación,  “Verá, yo, soy el padre de ese niño”—.

 

Quiso gritarle que ya lo sabía, que no le importaba, que lo único que deseaba era verlo desaparecer por el mismo lugar por el cual entró, mientras  el otro continuó con su discurso importándole muy poco esa cara de enfado que Sebastian le estaba regalando.

 

— ¡Ésta mujer!, “su mujer”—. Puntualizó con algo de desprecio, — Me engañó —. Esperando  por la reacción, sin obtener alguna. —“Yo la conocí hace cerca de un año, mantuvimos relaciones íntimas por casi cuatro meces, tras los cuales se marchó sin decirme nada, muy preocupado por ella, la busqué por cielo, mar y tierra, fue hasta hace solo dos semanas  que uno de mis investigadores dio con ella, luego me enteré del embarazo. No hay que ser un genio para sumar dos más dos”­—.

 

—Que tuviera sexo con ella, no le garantiza que este sea su hijo —. El pelinegro intentó que su voz sonara lo más firme posible, sus brazos por instinto apretaron mas al bebito, Vincent soltó una carcajada del todo burlona.

 

— “¿Quieres una prueba de paternidad, Michaelis? Te aseguro que por mí no hay inconveniente, es mas aprovechando que estamos en un hospital podemos pedirla ahora mismo”—. Sebastian se tensó por completo, ese hombre lo estaba desafiando. —“Pero te pondré muy en claro una cosa, no pienso perder mi tiempo, si voy a someterme a esa ridícula prueba querré una compensación si el resultado es que yo soy el padre”—.

 

—Creo prudente recordarle señor Phantomhive que sin importar como hayan sido las cosas, las madres tienen prioridad de conservar al hijo, independientemente de quién sea el padre —. Dio un paso de lado, listo para irse.

 

— ¡Oh! Me sorprende, sin duda está bien documentado, sin embargo dentro de esa ley, también hay una cláusula que designa como tutor legal al padre si la madre no cuenta con los recursos necesarios para el sustento y manutención del niño—.

 

—Como puede ver, Rachel no entra en ese apartado, vive conmigo, y no le falta nada—.

 

—Buen argumento, pero inválido me temo, ya que yo no la estoy acusando de falta económica, sino de faltas morales, tal y como yo lo veo en todo este tiempo en que he estado rastreándola, he tenido la desventura de enterarme de varios amoríos y extorciones, así que le recomiendo que deje por la paz este tema, no va a ganar nada Michaelis, muy por el contrario su reputación se iría por el desagüe. Ella no lo vale. Entrégueme al niño, si vamos a juicio no solo ganaré, sino que además los hundiré, evíteme eso, usted es  una víctima de toda esta pantomima. Sabe que lo que digo es verdad. “¡Entrégueme a mi hijo!” —.

 

Sebastian apretó los dientes, casi rechinándolos de la impotencia, le dedicó la mirada más fría que jamás olvidará  Vincent, pero antes de cederlo murmuró algo al oído del infante.

 

 —“My lord, no se preocupe, voy a arreglar esto. ¡Lo prometo!”—. Con todo el coraje que sus entrañas pudieron desprender, entregó al bebé.

 

“Sebastian, no me dejes.”

 

Sebastian dio un salto, debió ser su imaginación, había escuchado la voz de… ¡No, era imposible! Miró en dirección a Vincent, éste  le dedicó una sonrisa socarrona, luego hizo una seña de cortesía agradeciendo su cooperación y se marchó.

 

— ¡No, Sebastian! ¿Por qué lo haces? ¡¡ No dejes que se lleve a mi hijo!! —Rachel, gritaba histérica aferrándose al brazo del pelinegro.

 

—“¡Eres una tonta!” —. Por primera vez desde que la rubia lo conocía, observó odio en los ojos de su esposo — ¿Es que acaso no sabes quién es ese hombre? —. Su silencio fue la mejor respuesta. —El es Vincente Phantomhive, dueño de la Firma de abogados Phantom al igual que del Consorcio Phantom, ese hombre puede aplastarnos con solo una palabra.

 

— ¿Y por eso dejas que se lleve a mi hijo? Eres un cobarde —. Dijo ella golpeando el pecho del pelinegro.

 

— ¡Basta! — Estaba a su límite, y lo que menos deseaba en ese momento era escuchar los reclamos de aquella mujer tan inútil y desvergonzada —“No creas que me da gusto dejar que ese sujeto se lleve a mi Ciel,  es más, si pudiera, bien las abría cambiado a ambas por ese niño” —. No le amedrento ver el rostro de dolor que pusieron las dos rubias, no lo conmovían, lo poco de humano que tenía le fue arrebatado junto al tibio cuerpo de ese chiquillo.  Dio media vuelta, tenía que concentrarse, debía aclararse a sí mismo muchas cosas, entenderse, y sobre todo, encontrar quién era en realidad. — “¡Ah! Y no vuelvan a mi casa. El papeleo para el divorcio lo mandaré a la casa de tus padres ¡no te preocupes!, si firmas sin darme lata, no diré el motivo de mi disgusto ¿Entendido?” — se sentía un demonio encerrado en el cuerpo de un  humano.

 

 

****

 

La mansión de Vincent Phantomhive era imponente, la reja de color azul cobalto se abrió dejando libre el paso a  la gran limusina que trasportaba al dueño del Consorcio Phantom y a su pequeño retoño. El bebito se removía algo inquieto entre sus brazos y aun así le parecía que era todo un pastelito, esos mechones de cabello de color azulino denotaban su parentesco, haciéndolo sentir ternura con solo tocar la suave piel láctea del infante. Cuando la limosina se detuvo depositó con cuidado al niño sobre su hombro para descender del vehículo y caminar a la casa. Una joven lo esperaba en el umbral de la puerta, ella apenas lo vio corrió a su encuentro.

 

—“Hermano, ¿cómo te fue? ¿Te lo entregó?” —dijo la chica mientras intentaba de forma graciosa curiosear entre las mantitas que su mayor sostenía con tanto esmero.

 

— ¡Prue, te presento a tu sobrino “Ciel Phantomhive”, el heredero a mi reino empresarial! —. Vincent sonrió feliz al momento de retirar parte de la mantita de la carita del chiquillo.

 

 

— ¡Bienvenido a casa, Cueur! —. Dijo al tiempo en que depositaba un tierno beso en la pequeña frente — “Eres una monada, sí no hay duda, eres un Phantomhive” —. Lo tomó entre sus brazos. — ¡De ahora en adelante yo cuidaré de ti  “Mi Cueur”! —.

 

Ambos hermanos entraron  a la casa con una sonrisa en sus rostros, ese chiquillo se convertiría en la luz de sus vidas, de eso estaban seguros.

 

 

Continuara…

 

 

Se escribe COEUR, y se pronuncia CUORE, significa Corazón en francés.

 

 

 

 

 

 

 

 

Notas finales:

gracias por leer y aun mas por sus comentariios, para las que temian insesto, creo que con esto queda del todo despejadas sus dudas.

hasta el proximo cap.

 

Atte: Ciel Phantomhive


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