Capítulo 1
El detonante.
"Pasos y jadeos eran los que se escuchaban en eco por toda la oscura y abandonada calle. Era de noche, no veía mucho, tan sólo el delicado rayo de luz de luna que sería la fuente de su salvación."
Zapatos de tacón se escuchaba desde afuera de su oficina, suspiro, aquel irritante sonido lo había sacado de su concentración. Suspiró por segunda vez y se reclinó en su asiento, esperando a que la dueña de esos tacones hiciera aparición. Dentro de unos cinco segundos, escuchó tres veces el golpe a la puerta.
-Adelante...-dijo con desgane.
La mujer no se hizo esperar y apareció con su corto traje de ejecutiva, aunque sólo era una simple secretaria.
-Señor Uchiha, les traigo los resultados del experimento número 501-decía mientras se acercaba al hombre; al estar cerca de él le entregó una delgada carpeta.
-¿Hay otras noticias?-preguntó el joven, mientras tomada la carpeta en sus manos.
-Ninguna, señor. Por cierto, el profesor Johan, espera su aviso para comenzar con la vacuna.
-Bien, puedes retirarte-ordenó sin quitar la vista de las hojas.
La mujer de tacones, hizo una leve reverencia y salió de la oficina con un suave "con su permiso". Una vez visto la carpeta la cerró con cuidado y apoyó sus codos en su escritorio, pensativo. Si se lograba este experimento al fin descubrirían la vacuna para poder regresar de la muerte, sabía que se escucha tonto e imposible, pero estaban en el año 2020, tenía la esperanza de que la tecnología de ahora lo ayudara. Sería la máxima meta que llegaría el ser humano a descubrir, y él estaba a punto de hacerlo. En su reloj digital de último modelo ya daban las 11:30 de la noche, desde hace cuatro horas que debió de haberse ido a casa, pero se había empeñado tanto en su trabajo que le había olvidado el tiempo, de todas maneras, de qué se preocupaba si él vivía solo, bueno... no totalmente solo, ya que había alguien que lo esperaba y ese era Max, su fiel perro. Se escucharon sus últimos pasos en el pasillo y se apagaron las luces del lugar, sin embargo, minutos después se encendieron de nuevo dejando a la vista a un hombre de bata blanca, que daba a vuelta hacia la puerta de la cual tenía en letras de metal la palabra: "Laboratorio".
Al entrar se topó con una persona detrás de una vitrina, vestido igual que él. Al parecer aún no tenía planeado abandonar el lugar. Las computadoras seguían encendidas haciendo extraños trabajos, en las pantallas aparecían diferentes gráficas de colores e información.
-¿Estamos listos?-preguntó el recién llegado de edad adulta.
La otra persona de cabello rojizo se dio la vuelta y desvió la mirada del monitor hacia el viejo.
-Sí, señor, pero ¿no cree que es peligroso, aún?-comentó con nerviosismo para después rodar sus ojos cafés hacia la misteriosa vitrina.
El viejo rió sonoramente, se acercó a un interruptor y lo activó, dándole la oportunidad al pelirrojo de ver lo que se encontraba ahí dentro de esa delgada vitrina. Sus ojos cafés parpadearon del nerviosismo al poder ver un cuerpo recostado en una camilla con cables y maquinas a su alrededor, con apariencia horrible que a millones de kilómetros podrías apreciar que el hombre se encontraba muerto, estaba lleno de lastimadas, tanto graves como leves y su ropa estaba rasgada, ropa de la cual aún se podía distinguir que pertenecía al ejército, además de que en su historial médico lo afirmaba diciendo que había servido al Ejercito de las Fuerzas Armadas, de ahí su condición tan terrible.
-Mi querido amigo, cuando yo te devuelva a la vida seré tan famoso que solo yo tendré el crédito...-susurró el más grande al muerto que desde la vitrina, aún sabiendo que nadie lo escuchaba y mucho menos el cadáver. Con una sonrisa de lado se dio la vuelta, miró al joven que estaba enfrente suyo y con voz clara y fuerte ordenó-. Actívalo.
Aquella orden sacó al joven de sus pensamientos para después con inseguridad escribir algunas cosas en el teclado de la computadora, apretar el teclado "Enter" y hacer sonar una extraña alarma. Afuera de la vitrina no se podía ver lo que sucedía a dentro; uno de los cables conectados al cadáver contenía una extraña sustancia de color verde que con rapidez se introducía en el inmóvil cuerpo de aquel ex cadete.
Sus ojos brillaron de la felicidad, el cuerpo que anteriormente se encontraba inmóvil y sin alma, al fin daba señales de vida. No podía controlar la emoción, sus manos estaban fuertemente apretadas y de su boca se escapan gemidos de emoción.
-Tiene el ritmo cardiaco muy acelerado-comentó sorprendido el más joven de los dos sin despegar la vista del monitor.
-No te detengas, prosigue hasta que se le haya injertado toda la vacuna-comentó con enojo al ver que su ayudante quería detener el experimento.
Se mordió el labio inferior, algo malo pasaría, lo presentía pero al parecer su superior no lo captaba. La alarma dejó de sonar poco a poco, dando la señal de que ya se le había inyectado toda la vacuna, ahora el silencio inundaba el laboratorio, sin embargo, eso era lo que menos les interesaba a los dos, ya que la atención estaba totalmente posada en el pecho del ahora muerto viviente, que subía, bajaba, inhalaba y exhalaba el aire con pesadez y dificultad.
-Y ahora...
-Abre la puerta-ordenó el viejo, interrumpiendo a su ayudante.
-¡Pero, señor! ¿No cree que es muy peligroso?-gritó sorprendido al ver que el mayor pretendía salir con el cadáver.
-Tonterías dices, abre la puerta ahora-hizo caso omiso.
Los nudillos de sus manos se pusieron blancos por la fuerza que hacían en forma de puño; no le quería hacer caso, pero tenía que hacerlo. Como si contrabajo moviera la mano, activó el botón y la puerta de cristal que obstruía el paso, se abrió y dejó entrar al viejo a quien no le importó lo más mínimo dejar ver su emoción. Con rapidez disimulada, se acercó apreciando el cuerpo vivo de aquel hombre, el sonido constante de una de las maquinas afirmaba su respiración pausada; ya podía sentir el dinero rebosando en sus bolsillos, este muerto le daría la fortuna de su vida, y solamente sería para él y de nadie más.
-¡Señor!
El grito del más joven lo hizo voltear con enojo.
-¡¿Y ahora, qué?!-preguntó sin ocultar su furia.
El pelirrojo abrió los ojos cuando vio el cadáver levantarse. Retrocedió con terror, y alzó un brazo con un visible temblor. El viejo levantó una ceja al no entender la reacción de su aprendiz, pero al sentir una mandíbula incrustarse en su yugular, sus ojos se le abrieron como dos platos, y su propia mandíbula se dejó caer acompañado de un grito de dolor gutural. Forcejeó tratando de quitar la cabeza de su cuello con sus dos manos, sin embargo, los dientes estaban fuertemente incrustados en su cuello, podía sentir los gruesos hilos de sangre escurrirse por su bata que dentro de unos cuantos minutos se tiñó de rojo.
No podía creer lo que veía, lo único que podía hacer era quedarse parado sin hacer nada, siempre se había considerado un cobarde, pero jamás lo había puesto a prueba. Su cuerpo temblaba del terror, al ver como aquel monstruo devoraba vivo a su maestro de toda su vida, sabía que algo malo iba a pasar, pero jamás en la vida se había imaginado algo como aquello. Sus ojos se bajaron al mismo tiempo que el cuerpo de su ahora muerto maestro caía sin fuerza alguna al suelo, salpicando parte del piso con la sangre que aún emanaba de la herida. Con temor pasó su mirada a la blanca de aquel asesino, no sabía exactamente si lo estaba viendo, sus ojos estaban completamente blancos, lo único que no podía dejar de ver era esa boca podrida de la cual estaba manchada de la sangre de su maestro que escurría de su mentón para pasar al cuello y del cuellos al suelo, acompañándolo con una extraña sustancia pegajosa transparente, supuso que era la saliva. Respingó del terror al ver que avanzaba hacia él con dificultad, parecía que se retorcía. Quería escapar pero sus piernas no lo obedecían, lo único que logró fue agarrarse de una mesa llena de instrumentos, quedando acorralado entre la mesa y lo que sería próximamente su asesino.
Cerró los ojos con terror, y no los abrió hasta que sintió un extraño olor asqueroso y putrefacto estrellarse contra su cara, estaba a punto de abrir los ojos, sin embargo algo dentro suyo le gritó un "no" al escuchar un pesado gemido muy cerca para su gusto. Con sus manos palpó la mesa con instrumentos, y como si Dios se hubiera apiadado de él, encontró un bisturí el cual lo tomó sin dudar. No sabía muy bien de donde había sacado el valor de poder clavárselo en el estómago, pero le alegró haberlo hecho. Con confianza, abrió los ojos, más no le dio ni oportunidad de gritar cuando cinco dedos traspasaron su piel al mismo tiempo que se incrustaban en su estómago para luego dar paso a esa asquerosa mandíbula que de un zarpazo le arrancó una gran trozo de piel.