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Run por Lenore Pendragon

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Notas del capitulo:

Aquí está el final alternativo que escribí. Pasen, lean y luego díganme qué les parece.

Even if you cannot hear my voice,

I'll be right beside you, dear.

Dino escuchó el sonido de las campanas colarse por el balcón abierto, acompañado del graznido ocasional de alguna gaviota. El viento, salado y fresco, sacudió las cortinas y revolvió el cabello de Hibari, que se encontraba recostado boca abajo y con el rostro ligeramente ladeado hacia Dino; desnudo y medio cubierto con la sábana blanca. El décimo Cavallone localizó la mano del guardián de la nube bajo la almohada y la sostuvo firmemente, acariciándole el dorso con el pulgar.

-Despierta-susurró, inclinándose para besarlo. Kyoya parpadeó una par de veces antes de decidirse a abrir los ojos por completo y despertar-. Vamos a desayunar.

-Haneuma- pronunció Hibari, incorporándose. Se inclinó hacia el mayor, devolviéndole el beso-, me gusta este lugar.

-Sicilia es preciosa.

Escucharon el silbato de un barco que pasaba a lo lejos, acompañado del rumor de las olas. Ambos se levantaron de la cama, Hibari con la intención de ducharse y Dino dispuesto a preparar el desayuno. Un rato después, se encontraban en la mesa de la cocina, sentados uno frente al otro, separados por un jarrón lleno de rosas blancas medio marchitas mezcladas con claveles rosas.

-¿Qué tal si salimos?-ofreció Dino, dando el último trago a la taza de café- Podríamos ir a la playa, o simplemente dar la vuelta por la Piazza. No es época de turistas, y en esta zona casi no hay gente.

La ventaja de ser mafioso era que uno se podía permitir una bonita casa en una zona residencial junto al mar. Aunque, para poder comprarse una playa completa, Dino todavía tenía mucho camino que recorrer.

Kyoya, de un sorprendente buen humor, accedió. Terminaron el desayuno, y mientras Dino tomaba una ducha rápida, Hibari limpió la mesa y acomodó los trastes en el fregadero. No le gustaba el desorden. Abrió después las ventas, dejando que el viento salado penetrara en la cocina y la sala. Se dejó caer en un sillón cercano a la puerta de cristal que daba al patio, y por la que se podía ver, además del patio, las no tan lejanas olas, rompiendo contra la orilla y llevándose consigo la arena.

-Es un jardín bonito, además de que tiene una vista maravillosa-comentó Dino, una vez bajó el último escalón y se recargó contra la pared-. Romario contrató a alguien para que lo cuidara. La verdad es que yo no entiendo ni jota de flores- rió.

-Haneuma- Kyoya señaló al patio con el índice izquierdo, dejando que al mismo tiempo la luz bailara en la gema naranja del anillo que llevaba en el anular-, las flores azules… Se llamanNomeolvides-. El menor se puso de pie, acomodándose la camisa blanca y se sacudió el pantalón-. Va a llover, por cierto.

-Eso parece- concedió el rubio, observando los grises nubarrones acercándose lentamente- . Llevemos un paraguas-. Pensó en llevar también un suéter, pero si llovía, la prenda sólo les aumentaría el bochorno de la humedad en un clima cálido.

Dino tomó sus llaves de la pieza de madera que había junto a la puerta, y le ofreció la mano libre a Kyoya, quien lo ignoró. Cavallone sonrió, abriendo entonces la puerta para permitirle el paso. Cerraron la puerta tras de sí, comenzando a recorrer la calle, rumbo a la Piazza.

-¿Hay algo que quieras? No sé, un gelato, algo de beber, una camisa, lasagna...- divagó el potro salvaje, una vez llegaron al centro del lugar.

Continuaron caminando, a pesar de que Hibari no había respondido nada. Dino lo acercaba a los diferentes escaparates, comentando todo lo que veía. Un momento estaban frente a una joyería, observando esclavas de oro, cuando de pronto frente a ellos estaba la vitrina de la tienda de mascotas.

-¿Te gustaría una mascota, Kyoya?

-Un gato, quizá-. El menor puso una mano contra el cristal, a la altura donde se encontraban un pequeño grupo de felinos.

-¿Y si se intentara comer a Hibird?-el aludido cerro la mano, formando un puño y se alejó de la tienda. Dino caminó tras él, intentando contener una sonrisa.-Kyoya, era una broma, no te enojes-. Tomó su mano, evitando que avanzara más-. Nunca dejaría que le pasara nada a Hibird. Ni a ti.

-Haneuma, hace calor- contestó el otro, cambiando el tema.

-Espérame frente a la fontana, Kyoya. Ya vuelvo.

Dino recorrió la Piazza, intentando localizar el puesto de gelato junto al que habían pasado al llegar. Decidió que él tenía ganas de un gelato de mango, mientras que Kyoya seguro preferiría uno de limón. ¿O tal vez de fresa? Se decidió por el segundo. El capo caminó entonces hacia la fuente donde había pedido al guardián que le esperara. Tarareó distraídamente una canción mientras recorría los metros que le separaban de su amante, quien se encontraba de pie frente a la fuente, observando el agua fluir en la estructura de piedra.

-Kyoya- le llamó, aun estando a varios metros de distancia. El Vongola se dio la vuelta, juntando las manos a la altura del pecho. Dino observó su rostro ligeramente congestionado y se quedó estático unos segundos-. Kyoya, ¿Qué pasa?

Detrás de Hibari, el agua de la fuente brincaba alegremente, aislando el ruido. Observó cómo el pelinegro articulaba palabras sin llegar a producir sonidos. El rubio intentó andar de nuevo, pero las piernas no le respondían. Al décimo Cavallone le pareció que el ruido proveniente de la fuente aumentaba a cada segundo, hasta que la ropa mojada que se pegaba a su cuerpo le hizo notar que el sonido en aumento provenía de las gotas de agua al chocar contra el piso. Llovía. Escuchó entonces un "Te quiero" susurrado por Kyoya y arrastrado por una ráfaga de aire salado, que le dio de lleno en el rostro y en el pecho, provocándole ganas de llorar.

Dino Cavallone despertó en su cama, pronunciando desesperadamente el nombre del fallecido guardián. Pensó que, de manera curiosa, el "Kyoya" le sabía a sal y se dio cuenta entonces de que estaba llorando. Se talló los ojos, intentando detener las lágrimas.

-Cazzo.

Varios minutos pasaron indiferentes al hombre que se encontraba en la cama, debatiéndose contra sí mismo y las terribles ganas de no levantarse nunca. Pero no podía quedarse por más tiempo entre las sábanas. Al menos no ese día. Una ducha rápida, un desayuno que no se terminó mientras fingía poner atención al noticiero y pronto estuvo listo para salir. Condujo varios kilómetros por un camino dolorosamente conocido y que apenas había cambiado en los últimos cinco años. Se detuvo frente a la florería que visitaba en ese día exacto, a comprar, como siempre, dos ramos de flores antes de continuar su camino. Después de esa parada, la distancia con su destino se reducía considerablemente rápido. Estacionó el auto lo más cerca que pudo, y se adentró en el lugar llevando uno de los ramos consigo. Se arregló el traje y acomodó su corbata antes de llegar a él. Comenzó entonces a hablarle a la piedra que tenía enfrente, relatándole lo que había pasado durante el año, desde la última vez que había ido a verlo. La Famiglia Vongola estaba bien, Tsuna se las había arreglado para mantener las cosas en orden. A veces, los visitaba y se quedaba algunas semanas en la mansión Vongola. Que por cierto, Romario y los otros Vongola le mandaban saludos. Se quedó en silencio unos momentos antes de continuar con su charla.

-Es que te quiero. Te quise tanto y de una forma tan irracional que aún no puedo explicarme. A veces, y aunque seguramente te burlaras de mí, Kyoya, me parece verte entre la gente. Y me dan ganas de gritar y destrozar todo, porque sé que no eres tú. Porque tan sólo es mi subconsciente, que me hace verte en todos lados. Ni siquiera después de cinco años has dejado de morderme hasta la muerte, Kyoya. De manera metafórica, claro está- aclaró Dino para sí mismo, sonriendo tristemente. Pasó la mano por la fría superficie de la lápida, llevándose algo de polvo-. Ojalá siguieras aquí.

Se puso de pie, tomando el jarrón polvoriento para deshacerse de las violáceas flores de Romero, marchitas desde hacía mucho tiempo. Alguien le había dicho alguna vez que esas flores significaban fidelidad. Las reemplazó por frescas rosas blancas, que de cierta forma iluminaron el lugar. Arrodillándose, encendió una varita de incienso e intentó rezar. Las palabras tenían un sabor extraño en su boca. Hacía demasiado tiempo se le había olvidado la forma en que Hibari le había enseñado a elevar sus plegarias, y no le apetecía dirigirse al Dios en el que había dejado de creer hacía cinco años. Cuídenlos, fue lo único que pudo pensar. Tomó una de las rosas y la colocó en la diminuta tumba que se encontraba a un lado. Hibird no había durado mucho después de la muerte de su amo.

-Tampoco me he olvidado de ti, amiguito- sonrió, mientras se ponía de pie-. Nos vemos. Espérame, Kyoya.

Mientras caminaba entre las tumbas ajenas a él, con rumbo hacia la entrada del cementerio, tarareó el himno de Namimori. Llegó a su auto y entró en éste, revisando de reojo que el otro ramo de flores, que había acomodado en el asiento trasero, continuara bien. Condujo por la ciudad, haciendo paradas ocasionales para comer, cenar y estirar las piernas. No quería regresar a casa aún. Recorrió varios centros comerciales, comprando alguna que otra cosa curiosa en las diferentes tiendas. Cuando por fin se decidió a volver, ya había anochecido.

Dino Cavallone estacionó su auto dentro del garaje, dejando todas las compras en la cajuela. Únicamente, y con sumo cuidado, sacó el ramo de flores. Las colocó sobre la mesa mientras buscaba el florero más bello que tenía, para luego acomodarlas cuidadosamente dentro de éste. Llenó el contenedor con agua fría y lo colocó justo al centro del comedor. Después, y con un cigarrillo en los labios, se recargó contra la puerta de vidrio que daba al patio, observando las estrellas del Triángulo de Verano

-Haneuma, las flores azules… Se llaman Nomeolvides.

Notas finales:

Pues no, por más que intenté imaginarme un final feliz, no pude. Espero que este final sea de su agrado, y que le guste a Omore, quien me pidió que escribiera esto :) Nos leemos después, gentecita.

   

 


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