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Rotten por Destroy_Rei

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Notas del capitulo:

:( Hola

 

 

-       por los que van quedando – un chico de cabello decolorado alzó su cerveza.

 

Todos asintieron y chocaron las botellas en un mutismo extraño, el aire se sentía pesado aunque ese día nublado la brisa fuera helada, casi húmeda. Minho se llevó la Heineken a los labios y dio un largo trago saboreando la cebada, abrazó la tabla contra su pecho, las piernas largas colgaban a un lado de la rampla. El resto de los chicos bebía cabizbajos, uno de ellos graffiteaba con aerosoles rojo y verde el nombre en grande de  MinSu, el chico que se suicidó  hace un par de días.

 

Se había arrojado contra un bus que venía a toda velocidad, la gente dijo que le observaron mirar tentativamente la carretera durante horas y en un estado extraño: a veces lloraba silencioso, y otras se reía, también silencioso. Ninguno de sus amigos, reunidos en torno a su rampla favorita, entendían por qué lo había hecho, se veía como un chico normal –dentro de la anormalidad de todos, claro- a quién le gustaba mucho la cerveza. No era nadie especialmente depresivo ni emocional, a ellos no les cabía en la cabeza que se hubiera matado, pero a la vez, no se creían capaces de cuestionar la resolución de las autoridades, porque algo en ellos les decía que estaban en lo correcto. Minsu se había suicidado, se había aventado contra un bus hasta reventar.

 

-       ¿Por qué lo habrá hecho? – inquirió Minho mirando con nostalgia las copas de los árboles desnudos que se mecían suavemente.

-       ¿Por qué no habría de hacerlo? – le respondió en una pregunta un chico más robusto, de cabello tomado en una coleta – si yo tuviera los cojones, lo habría hecho hace rato.

-       ¿por qué una persona querría morir? No lo entiendo… - hizo una mueca de falsa molestia, bebiendo ahora como si no hubiera mañana.

-       Elegir cuando quieres morir es un placer que unos pocos se dan – sonrió el de cabello decolorado, acariciando las ruedas gastadas de su tabla.

 

Minho no podía entenderlo, naturalmente él siempre se sintió muy apegado a la vida, aún cuando las situaciones no fueran las mejores. Quizá estuviera ligado a esa obsesión por ganar todo, tal vez había algo que quería ganar en la vida. Se quedó mustio, contemplando extrañado cómo todos hablaban de cuan felices les haría morir, si realmente les gustaba tanto la idea, ¿Por qué simplemente no iban y lo hacían? Dejó la cerveza vacía y abrió otra, empinándola al instante, aferrándose con más fuerza a la madera pintada entre sus brazos.

 

-       Oye – uno de los chicos le dio un codazo, hablando con picardía – vino a verte tu princesa.

 

Frunció el seño, apartando la bebida de sus labios, mirando extrañado al delgado muchacho que se acercaba, con gafas oscuras y anchas, vistiendo tan extravagante como siempre. No había hablado con Kibum desde aquella vez por teléfono, no tenía intención de doblegar su mano ante el mayor, de decirle ‘si bebé hermoso, tienes la razón absoluta respecto a todo, te amo, vamos a follar’, así que mantuvo su posición, sin volver a dirigirle la palabra y si las cosas terminaban ahí bien, tenía todo el dinero que quería apoyando a modelos desnudos frente a la cámara, no necesitaba de los ‘regalitos’ estúpidos del artista, aunque no podía negar que lo extrañaba, que extrañaba sus besos y sus caricias y… ay, no quería pensar en las cosas buenas.

 

-       ¿Podemos hablar? – quedaron frente a frente, Kim ya no tenía el cabello de varios colores, ahora lucía un rubio simple pero no discreto. Tenía esta estampa como si su mamá le hubiese enviado a pedir disculpas y no lo hiciera por iniciativa propia.

-        No tengo nada que hablar contigo – le espetó, volviendo a llevarse el alcohol a la boca, obviándolo completamente ante las risas burlonas de sus amigos. Touchè. Seguro que el de mirada felina estaba estupefacto, casi quería abrir los ojos para gozar su expresión furiosa.

-       Oh si, tenemos mucho que hablar – habló molestó, agarrándole el brazo, obligándolo a ponerse en pie. Minho lo siguió en un suspiro, apartándose del grupo, sin soltar la Heineken.

 

Dos semanas completas sin saber del uno ni del otro, la vida del alto skater hasta ahora estaba tranquila, no es que su madre estuviera mejor, seguía llegando ebria y sin dinero ni ropa interior, pero por lo menos se había quitado de la cabeza al par de idiotas que no le dejaban en paz. No se había vuelto a encontrar con Jonghyun, ni con Kibum, quién ahora le reclamaba con sus orbes castañas, cruzándose de brazos, apoyado en el tronco grueso de un roble viejo. Choi no podía negar que en esos días muchas veces pensó en ir a su departamento, estrellarlo contra la pared y hacerle el amor hasta dejarlo sin respiración, pero no podía, no por su orgullo ni esas mierdas, más por respeto a si mismo y a su madre. Además no lo necesitaba, el trabajo iba bien, muy bien, extrañamente estaba recibiendo muchas solicitudes, parecía que algunas de sus sesiones había llamado la atención. La vida le sonreía, quizá podría apartarse de esa mugre y enviar a su madre a rehabilitación si todo seguía bien.

 

-       retira tus palabras y todo vuelve a estar bien – exigió el más bajo duramente, sin quebrantar su estampa firme.

-       ¿Qué? – preguntó el menor completamente descolocado.

-       Eso, retira eso de que no quieres hablar conmigo – hizo una mueca extraña – y sobre todo, esa asquerosa comparativa entre yo y la puta de tu madre.

-       No puedo creerlo – soltó una risotada grave - ¿Crees que hablándome en ese tono vas a conseguir algo? Eres un estúpido Kibum

-       ¿Qué has dicho? – apretó los puños, hinchando el pecho a la defensiva

-       Que eres un estúpido, el peor de todos, ¿Cómo pude enamorarme de una mierda como tú? – estaba fuera de sus cabales, agarró la tabla y el iPod de su bolsillo, lanzándolos furioso contra los Creepers relucientes del mayor – Esto se acabó, no quiero tener nada que ver contigo.

-       ¿Quién te crees para decirme eso? – Kibum quería echarse a llorar, pero no podía, no podía…

-       No me creo nadie, no soy nadie, y tú tampoco lo eres para venir a hablar de mi madre, como si tú alguna vez hubieras tenido una… - rió con burla, el mayor lucía muy extraño – no puedo estar con alguien que no me respeta, yo de verdad estuve enamorado de ti todo este tiempo, a mi no me interesaba que tu fueras un artista o toda esa mierda, nunca me preocupó tu pasado, jamás hable cosas de tu familia. Yo te amaba porque eres hermoso, porque tienes la sonrisa más preciosa… Dios, yo te amaba Kibum – Key respiró hondo, controlándose – pero esto no tiene sentido – el alto dio un paso atrás, su corazón palpitaba desesperado, se sentía como en una película – tu y yo no tenemos sentido, lo que estamos sintiendo no lo tiene, nada de lo que respecta a nosotros en realidad. Así que cortemos.

-       No quiero – habló apretando los labios, como un niñito berrinchudo

-       No se trata ya más de lo que quieres – suspiró derrotado, volviendo a tomar un trago de cerveza – yo ya tomé mi decisión, no hay nada que puedas hacer, se acabó, fin.

 

El mayor no sabia qué hacer.  En un milisegundo un millón de cosas pasaron por su cabeza. Golpearle, abrazarle, decir ‘Bien’, llorar descontroladamente, gritar, sonreír falsamente, correr lejos, muy lejos. Pero en realidad se quedó ahí, petrificado, sin decidir qué hacer, con su cerebro lentamente traduciendo ese ‘Se acabó, fin’ tan confiadamente pronunciado. No, Minho estaba mal, eso no podía ser. Volvió a mirarle, pasmado, el menor parecía muy seguro. Mierda. Kibum bajó la vista, con los labios a medio cerrar y los ojos bien abiertos. No podía asimilarlo. Su mente no lo permitía, ¿Cómo…? ¿Cuándo…? ¿Por qué…? Recordó la primera vez que lo vio, ahí delante suyo, bronceado, sonriendo avergonzado, infinito, hermoso. Casi podía sentir la oleada de calor, el ‘Dios, por favor, quiero que follemos’ que se escribió en su mente mientras las mejillas propias se llenaban de un tono carmín profundo y lo más hondo de su alma se sentía derretir. Rememoró la primera vez que vio su cuerpo desnudo, largo, masculino, fuerte, delgado, perfecto. La sensación deliciosa de esos pezones oscuros entre sus dedos. La primera vez que se besaron, tan desordenado, tan pasional. No. Pensó que no, no podía terminar.

 

Minho le observaba en silencio, como si llevara años esperando su turno frente a la ventanilla del correo. Estaba esperando que respondiera algo, cualquier cosa, aunque su corazón palpitaba acelerado esperando una disculpa, un ‘lo siento’, para él sonreír y volver a besarlo, aunque sabía que no podía dejar las cosas así. Estaba esperando mucho de la reacción del más bajo, sintió como si hubieran mil años hasta que el rubio levantó la mirada felina preciosa, cerró esos dulces labios acorazonados, dio media vuelta, y se alejó altanero, caminando con tranquilidad, la cabeza bien erguida. El menor sonrió con tristeza

 

Y se acabó.

 

Fin.

 

 

 

Jonghyun encendió un cigarro y sonrió, le había llegado un puñado de números a su cuenta bancaría. Había vendido su primera canción.

 

Jinki llenó de botellas la mesa y algunos bocadillos básicos como patatas fritas, se sentaron a celebrar juntos, como un par de idiotas, cantando, gritando y abrazándose como locos. Era una letra simple sobre amor tortuoso, con metáforas preciosas que camuflaban sexo desesperado y agresivo, Jonghyun se sentía muy satisfecho con su trabajo, le hubiera gustado  haber celebrado con quién debía hacerlo, pero su jodida inspiración estaba completamente desaparecida. Lo fue a buscar a El reventado, pero no apareció nunca, y ni modo que fuera preguntarle a Kibum, al final no había tenido la suerte de pillarlo en ningún lado y tampoco tenía muchas referencias para hacerlo. Se resigno, decepcionado, y llamó a su hyung favorito, brindaron como cien veces, y se quedaron toda la noche bailando y cantando karaoke.

 

-       es una letra muy buena – sonrió el mayor, casi acostado sobre la mesa.

-       ¿te gustó? – inquirió correspondiendo la sonrisa, dejando una botella vacía en el suelo.

-       Es como si pudiera vivirlo, eso me asusta – rió a ojos cerrados, tan característico en él - ¿Pensabas en él?

-       Más bien – se relamió ante el recuerdo – es una transcripción de algo que hice con él

-       ¿y su novio?

-       ¿Qué hay con él?

-       No te metas en problemas Jonghyun…

-       Su novio es quién debería preocuparse realmente – sonrió más amplio – él es el problema la verdad.

 

Jonghyun decidió que amaba a Minho, que no lo dejaría ir, que incluso las cosas iban más allá, mucho más allá de lo sexual, incluso, si el menor terminaba por esas cosas imposibilitado de tener sexo – oh por favor no – a él le daría igual. No podía explicarlo, pero la sola idea de saber de él le ponía feliz, con eso se daba por satisfecho. Se maldecía una y mil veces por haberse dormido al instante luego de la última vez, y por no haber despertado antes de que lo hiciera Choi para contemplar su hermoso rostro dormido. Pero eran cosas que no podía admitir, no, debía mantener su rudeza intacta. Nunca había estado tan emocionado por alguien, y extrañamente no se sentía patético, se sentía simplemente fascinado por el más joven.

 

-       Brindemos por él – alzó una botella de tequila, el mayor entre risas tomó una de vodka – por el idiota que me causa todas estas porquerías.

 

Los vidrios chocaron, Jonghyun se sentía en una nube de sonrisas.

 

 

 

 

Los labios gruesos soltaron primero un suspiro bien profundo y luego una sonrisa casi de saludo. Se sentó de rodillas junto a la tumba, y cuidadosamente empezó la labor de cada año. Quitó las flores secas, desenrolló las nuevas (girasoles bien grandes, de esas que la abuela amaba), limpió el masetero, lo lleno de agua nueva y lo decoró con simpleza. Hacía frío, debían ser casi las siete de la tarde. Limpió el mármol con cuidado, repasando los hangul tallados firmemente y los dibujos cristianos, luego enceró suavemente, no perdiendo detalle, y cuando estaba apunto de acabar su labor, escuchó unos pasos y un jadeo sorprendido a su espalda. Sonrió con tristeza. Probablemente Kibum creyó que lo olvidaría.

 

-       ¿Qué haces acá? – su voz temblaba, volteó el rostro y le contempló sin expresión alguna. Venía completamente de negro, con esas gafas oscuras enormes y girasoles entre sus brazos delgados.

-       Vine a visitarle – dijo con simpleza, contemplando la tumba gris, fría.

-       No quiero que vengas más – ordenó el mayor, amenazadoramente.

-       ¿Por qué debería dejar de hacerlo? – Se levantó enfrentándole, su tono burlón no estaba simpatizando en el más bajo.

 

Una cachetada cruzó el rostro hasta ese momento sonriente del alto, las lágrimas trazaban las mejillas delgadas de Kibum y sus pómulos altos, tenía los ojos nublados de llanto, tenía rabia, no podía contener las emociones. Minho lo abrazó contra su pecho, con la piel en que el otro le había golpeado ardiendo. Kim era un niño, aunque tuviera esa imagen superficial, él no era eso, estaba lleno de inseguridades, de tiernos defectos. El alto lo alejó suavemente, borrando las lágrimas con sus pulgares, viéndolo temblar y sollozar débilmente a ojos cerrados. Era lo de cada año cuando se juntaban en el aniversario de muerte de la abuela de Kibum, el mayor lloraba contra su cuerpo, abrazándole, aunque en esta oportunidad era diferente, porque no habían llegado juntos, porque el de ojos felinos jamás había llorado a gritos. Le olía verlo así, demasiado para su gusto, no supo en qué momento empezó a besarlo, aún cuando las manos orgullosas del mayor le intentarán apartar a empujones, sabía que lo necesitaba, esa boca que amaba estaba moviéndose contra la suya. Volvió a apartarse. Los ojos cristalinos lo miraban con tristeza. Aún estaba enamorado de Kibum.

 

-       será mejor que me vaya – dijo sin aliento.

 

Se agachó a agarrar las flores, las entregó en las manos de Kim y tuvo la intención de irse, pero el ahora rubio lo impidió, cogiéndolo de la mano, atrayéndolo hacia si. Volvieron a besarse, ahora con suavidad, uno de esos besos que tanto amaba Minho, que tanto le ponían, saboreando cada cosa, pasando sus manos por la cintura, delineándola con fuerza, pegándolo completamente a su cuerpo. El mayor jadeó, aferrándose al cuello largo, sin abrir los ojos, sintiéndose tan completo, tan bien. Choi no quería pensar, tomaron el primer taxi y entre besos fueron al departamento del mas bajo, un transcurso eterno, el menor no quería pensar. Volvieron a la cama de siempre, Kim se desvestía con dificultad, la boca del alto era exigente, estaban saboreando coda pedacito de piel, recordando su sabor, jugando con los pezones pequeños que tanto amaba, dejándolo sobre sus piernas, maravillándose con la anatomía delgada y blanquecina. Key le cogió por el cuello y lo besó desesperado, arrancándole la camiseta, mandando a volar los botones, bajando al cinturón, desabrochándole con una avidez sorprendente solo posible gracias a la experiencia.

 

Minho no podía despedirse sin una última probada. No, no podía.

Notas finales:

Chao ):


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