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Neverland por Jahee

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Notas del capitulo:

Agradecimiento especial a PruePhantomhive por editarme y brindarme sus consejos. Muchas gracias, linda! :D

XIII

 

Hombre de familia

 

 

Despertó en una habitación diferente: el techo blanco y alto, los rayos de sol entrando a raudales por un enorme ventanal y la cama suave, gloriosamente tibia.  El clima era muy diferente a Londres, donde tanta lluvia y vientos helados pasaban factura también a su ánimo. Allí, lejos de la capital, de sus responsabilidades, del trabajo, y, más reciente, nido de mil confusiones, podía descasar la mente y amilanar el conflicto que le gobernaba.

Observó la lámpara de techo, abstraído en sus pensamientos, sin mover un músculo, hasta que sintió el peso de un brazo sobre su pecho. Giró la cabeza, observando una melena oscura desparramada en la almohada, y el rostro pacífico de una mujer que dormía. Ladeó una sonrisa, encontrándola bella aún, pero se vio a sí mismo con ropa, al igual que ella, y pensó, con melancolía, que el tiempo sí los había cambiado un poco. Antes, la ropa les estorbaba. Sedientos de sus cuerpos,  deseosos de besos y caricias, trataban de compensar en unas cuantas horas todo el periodo de ausencia. Él intentaba redimirse haciéndole sentir especial y única. Pero hacía tiempo desde aquello.

—Dime que has venido para quedarte. Que ya no volverás a esa ciudad que me hiciste detestar.

Su voz emergió cálida, abrió los ojos con lentitud. Ojos grises, impresionantes; los mismos que una vez contempló en su juventud y lo enamoraron, irremediablemente. Ella le había enseñado a confiar de nuevo, a bajar la guardia. A odiar en menor intensidad regalándole una preciosa niñita que alivió su dolor y calmó sus penas.

—Nina, no me lo pongas más complicado. Todavía no puedo quedarme.

Ella escondió el rostro en el hueco del cuello, inhaló con fuerza la fragancia de allí, y lo besó.

—Dos años, han sido dos años. Lejos de Lena y de mí, ¿acaso no nos extrañas tanto como nosotras a ti?

Grozny se apartó de su lado, visiblemente incómodo.

—Sabes que sí. No pasa un minuto en el que no tenga a nuestra hija en la cabeza. No sabes las ganas que he tenido de mandar todo al carajo sólo para volver y verla aunque sea por un momento. Pero mi trabajo es peligroso, Nina, cada vez que vengo aquí, las estoy poniendo en riesgo.

Nina supo que estaba siendo sincero, tan sincero que la eximió de su discurso con pasmosa soltura, sin percatarse de ello. No le demostró el dolor que le carcomió las entrañas. Aborrecía el trabajo de su esposo como pocas cosas odiaba en la vida, no obstante, el sentimiento era vago y fútil, comparado con la chocante idea  de que él, lejos y solitario, pudiese buscar el calor de otra mujer.

—Ya. Creo que fue un error hacerte venir por cosas insignificantes. Lo siento — no fue un reproche, pero sí se abrió la herida.

—No digas eso. La salud de Lena es lo más importante, no voy a irme hasta que se restablezca —Grozny se levantó de la cama, caminó descalzo al clóset y cambió su camisa por una oscura y de vestir.

Suspiró, la morena también se puso de pie.

—Ella está bien. Sólo fue el susto de la caída, tú mismo escuchaste al doctor, la contusión sangró pero no presentó conmoción.

Grozny bufó, desdeñoso.

—Le quedará una cicatriz en la frente, Nina — protestó, viéndole de soslayo. 

—Apenas un par de puntadas. Lena lo ha tomado con mejor humor que tú, dice que se parecerá más a ti.

Grozny bajó la cabeza, con expresión inescrutable.

—Es una niña, no sabe lo que dice —Nina se aproximó en pasos cadenciosos y lo abrazó por detrás. Era una mujer alta, tan alta como Grozny, así que su boca le quedó a la altura de la nuca.

—Te he extrañado. Siempre, te tengo dentro de mi cabeza, preguntándome qué estarás haciendo, si estás bien, queriendo verte. ¿Y tú, sigues pensando en mí?

Lo atacó un fiero aguijonazo en el pecho. Como si Nina le removiera una herida profunda, con saña. Sintió sus suaves manos acariciándole el pecho, bajando por su tórax hasta el vientre, esperando una respuesta.

Grozny se volvió: enredó la breve cintura con sus brazos y la besó en los labios. Fue el impacto al darse cuenta que era el primer beso que compartían desde su regreso, lo que provocó que abriera los ojos, topándose con el rostro entregado de su esposa. Era un hombre miserable, que irrespetaba a la única persona que había creído en él.

—Te amo, Nina. No dudes de mí. —Susurró sobre sus labios. Los ojos de ella brillaron, y un par de lágrimas escaparon de aquellos pozos místicos. Lo arrastró hacia la cama.

—Quiero un bebé, mi amor. Lena también desea un hermano. Creo que es lo que nos hace falta para darle una nueva dirección a nuestras vidas. Un bebé siempre cambia las cosas. Nos unirá más.

Nina no sólo removió la herida, sino que encajó las uñas en la carne sanguinolenta. Así lo percibió Grozny. Fue tanto su rechazo a esa idea, que no evitó retroceder un paso, un paso que Nina sufrió como el más vil de los desprecios.

—No son tiempos de bebés, Nina —cortó.

Parpadeó confusa, pero no desistió en su tarea de convencimiento: atrapó una de las manos de Grozny y la llevó a su estómago liso.

— ¿No te gustaría sentirlo aquí dentro? Quizá sería un varoncito; llevaría tu nombre. ¿No recuerdas lo lindo que fue el embarazo de Lena? Tú querías sobarme el vientre en todo momento y tenías la mejor sonrisa cuando sentías sus pataditas.

Pasó saliva, tratando de ser paciente. Retiró su mano y se masajeó los ojos en un intento por adquirir una buena dosis.

—Ahora no, no es el momento.

— ¡¿Y cuándo lo será?! ¿Cuando ya no pueda tener hijos? Por Dios, que ya no soy ninguna jovencita.

—Entonces Lena y tú serán suficientes para mí —adujo, tomando con prisas un pantalón que yacía en el banco piecero.

— ¿Y qué hay de mis deseos? ¿De lo que yo quiero? ¿Eso no cuenta para ti? —Al verse ignorada, atravesada por la frialdad que ingenuamente pensaba haber derretido con su amor, fue ahogada por sus temores, y los exteriorizó, sin pretenderlo—. ¿Sabes qué pienso? Pienso que en Londres llevas otra vida; quizá otra mujer, y otro hijo, ¿por qué no? Eso justificaría tu nulo deseo por ser padre de nuevo.

Grozny rió. Terminó de vestirse mientras seguía riendo. Era cruel y lo sabía, porque daba a entender que se burlaba de Nina cuando sólo lo hacía de sí mismo. No había hijo ni mujer, en cambio sí un jovencito. Andrei, con su personalidad cínica, con su pasión al bailar, y su belleza juvenil, había resultado ser un  cambio refrescante en todo sentido.

—No hay tal, Nina —aseguró.   

—Desde hace semanas no has vuelto a hablar. ¡Yo tengo que buscarte! ¡Ni siquiera llamas para preguntar por tu hija! ¡¿Crees que ella no se da cuenta?! ¡¿Crees que no sufre por tu abandono y tu reciente indiferencia?!

Se sulfuró, se empinó como un gigante encolerizado. 

—¡Basta con eso, demonios! Es mi trabajo, lo sabes, lo sabías antes de casarnos y no te importó. No busques otras razones porque no existen. ¡¿Piensas que me sobra el tiempo para perderlo entre mujeres, en llevar otra vida?! ¡No sabes lo que dices, yo me juego el pellejo, cada día! ¡Trato con monstruos que se piensan dioses! En todo instante estoy trabajando, Nina, para volver a casa pronto, para estar con ustedes y disfrutar de Lena, no voy por ahí, enredándome con amantes.

El rostro ovalado de Andrei, blanco, con diminutas pecas en la nariz, y sus ojos marrón oscuro, casi negros, apareció en su mente torciendo una mueca burlona. Salió de la habitación dando un portazo. No, tampoco allí podría encontrar la paz, de hecho, se sentía peor enfrentando a Nina con alegatos morales hipócritas.

Entró al cuarto de Lena: ella ya estaba despierta, recargada en pomposos almohadones, jugaba nerviosamente con sus manos. Era el vivo retrato de Dina, tan parecidas hasta en personalidad, que lo único que se le ocurría pensar era que Dios había escogido aquella manera para reconciliarse con él. Grozny la amaba con locura.

—¿Cómo amaneciste, además de preciosa y resplandeciente? —Su voz se suavizó. Le sonrió, como sólo a ella podía sonreírle.

Lena rió tímida. Vio a su padre acercándose y tomar asiento al filo del colchón. La reconfortaron sus caricias, su toque cálido y bonachón.

—Estoy bien, papi. Ya no me duele la cabeza.

Grozny tocó con infinita delicadeza los alrededores de la herida.

—No quiero que vuelvas a patinar, Lena. No en la calle. Pudo resultar en algo peor —Ordenó. Lena sabía que no podía oponerse a ese tono demandante de voz. Asintió sin remedio — ¿Quieres salir a distraerte? —La sorprendió para bien.

— ¿No vas a irte? —Exclamó, dichosa.

—No. Hoy no, voy a pasar todo el día contigo. ¿Te gusta la idea?

Afirmó con la cabeza furiosamente, y una gran sonrisa dibujada en su rostro infantil. Grozny podría contemplarla todo el día y no se cansaría. Le pertenecía a ella, sólo a Lena.

Salieron sin Nina, a la que pareció, no agradarle mucho la idea, pero aun así no dijo ni una sola palabra al respecto. Desayunaron en una cafetería a las orillas de la playa de Longsands, disfrutando de la hermosa vista. Lena se entretuvo bebiendo de su chocolate caliente, admirando que a pesar de la fresca ventisca, los jóvenes se bañaban en las aguas de aquel mar perfecto para el surf. Grozny se dio cuenta que en los ojos de su pequeña hija se reflejaba una gran ilusión cuando veía pasar a la gente con sus perros, recorriendo las arenas doradas.

—¿Te agradaría tener un cachorro? —Le preguntó. 

Encogió sus hombros y soltó un singular lamento.

—A mamá no le gustan. Dice que es alérgica. ¿Es cierto eso?

Grozny evaluó su tierno aspecto, a través de sus bellos ojos, en ocasiones podía aseverar que era Dina quien le miraba.  

—Es mentira, a tu madre le dan miedo los perros desde que uno la mordió en la pierna. Pero si prometes que te harás responsable y lo cuidarás bien, no veo por qué ella se siga oponiendo.

La carita se le iluminó.

—Sí. Sí. Seré muy responsable, lo prometo. Lo bañaré, le limpiaré y lo llevaré con el veterinario por sus vacunas y todo eso.

Lo dijo a una velocidad impresionante, con las mejillas sonrojadas y las facciones ansiosas. Grozny se colmó de ternura y accedió a sus deseos. La llevó a un albergue de adopción y rescate animal; ahí pasaron horas escogiendo al nuevo integrante de la familia bajo la asesoría de uno de los veterinarios. Lena se había encaprichado con un perro adulto que les había ladrado de principio a fin, mostrando los colmillos cada vez con mayor fiereza. Quizá la niña había heredado el carácter temerario de su padre. Sea como fuere, Grozny la convenció de buscar otras opciones.

Optaron por un perrito de extraordinaria energía, que seguramente dejaría exhausta a Lena.

Grozny observó la hora y supo que era tiempo de volver. Cuando llegaron a casa, la niña seguía sin borrar la sonrisa del rostro; con el perrito en brazos, aseguraba tener el nombre perfecto.

—Filip te está esperando en el estudio —anunció Nina, mirando con una ceja alzada, el cachorro de Lena—Gracias por tomarme en cuenta. Ambos. —Lena clavó la mirada en el piso, apretando al animal contra sí, como si temiera que se lo arrebataran.

—Un niño debe crecer con un perro. Además, Lena prometió que se haría responsable. ¿No es así, cariño?  

—Sí, mami. No te dará problemas —prometió con firmeza. Nina rodó los ojos.

—Supongo que no tengo opción, a menos que me gane tu odio para toda la vida —rumió, —bueno, adelante.

Lena corrió directo a su habitación, dejando a sus padres a mitad del vestíbulo, inmersos en una tensa atmósfera.

—Sabes cómo ganártela, ¿no es cierto? Sólo está así de feliz cuando estás aquí. Me estoy poniendo celosa —susurró, riendo por debajo. Grozny la conocía lo suficiente para saber que estaba inquieta, amén de arrepentida. 

—¿Tiene Filip mucho tiempo esperando? —Decidió que no eran momentos para tontear. Los prominentes pómulos de Nina enrojecieron. Grozny pensó lo adorable que se veía, frenó con demasiada facilidad sus deseos por abrazarla y decirle que todo ya se encontraba en el olvido.  

—No. No demasiado —Se escuchó insegura, era obvio que no deseaba hablar de Filip, sino de ellos, de lo que habían dejado pendiente —Espera… —lo frenó —lo siento, en verdad, por lo de ésta mañana; siento ser tan patética. Tú tienes demasiados problemas en el trabajo y yo no quiero darte más. Es inmaduro de mi parte y completamente innecesario. Te conozco y confío en ti. Ya habrá tiempo para nosotros, lo sé. Y presiento que será muy pronto.

Grozny besó su frente, cerró los ojos un instante, relajado. Y luego, besó su boca, apenas un roce.

—No tienes por qué disculparte, Nina. Sabes que no puedo enojarme contigo, comprendo por lo que estás pasando. Lena y tú están prácticamente solas. ¿Crees que no he sentido tus mismos temores? A veces, también me invade la inseguridad.

Nina le dedicó la más hermosa de sus sonrisas; volvió a sentirse ligera, con las preocupaciones abandonando su cuerpo.

—Te amo. Soportaremos esto —declaró, dando un apretón de manos—.Ahora ve con Filip, mientras preparo la comida.

Se despidieron con un beso corto. Grozny lanzó una larga exhalación y se encaminó al estudio. Allí le esperaba un hombre maduro, de gesto severo. Vestía un elegante traje azul marino que ensalzaba su porte seguro y arrogante. Le miró desde el sillón donde reposaba: sus ojos almendrados se relajaron al segundo. 

—Siento la tardanza, Filip —disculpándose, aproximó su figura hasta estrechar sus manos en un saludo protocolar. El hombre negó, restando importancia.

—No tengo prisa por regresar, no como tú deberías tenerla—Agregó, en son de advertencia.

Grozny supuso que serían malas noticias. Se dejó caer en una silla, con los brazos distendidos.

—He recibido tus reportes periódicamente, pero no comprendí cierta parte del último. De hecho, me confundió por completo. Ya hablaremos de ello, claro. Primero hay cosas más urgentes —buscó algo entre su saco, Grozny creyó que sería algún papel importante, pero sólo extrajo una cigarrera plateada— ¿No hay inconveniente si fumo aquí, verdad? —Entrecerró los ojos. Siempre preguntaba lo mismo, aunque ya conociere la respuesta.

Filip sonrió entre dientes. Prendió uno. Grozny rechazó su ofrecimiento, cerca de su familia, prefería mantener a raya cualquier tipo de vicio.

—¿Hay algún problema con Korsakov? —Reclamó saber; su actitud había cambiado tan sólo atravesó la puerta del estudio: la expresión cruda, insondable, las defensas hasta el tope y su mente encauzada.

—Sí. Con ambos, padre e hijo. La reciente visita de León a Moscú no nos trajo buenos dividendos.

—Lo mencioné en mi reporte —interrumpió, avispado.

Filip lo examinó con una sonrisilla cínica en los labios.

—Mírate, Grozny. Tan a la defensiva, no olvides del lado que estás parado.

—Ese nombre, no lo menciones en mi casa —Advirtió, sintiendo cómo los músculos se le endurecían.

—Perdona, hombre. Ya son dos años, uno se acostumbra —inhaló una larga bocanada de humo, y, lentamente, lo soltó. Parecía que disfrutaba sacando de sus cabales al checheno—Nosotros no somos hombres de hogar, te lo he dicho tantas veces. No puedes hacer lo que haces y luego refugiarte aquí, como si fueses otro hombre.

—¿Y a ti que te importa? Cumplo con mi trabajo. Eso es lo único que debes considerar.

El hombre mayor se acomodó en el asiento, despegó la espalda del respaldo para encararle con el mentón alzado y hablar enérgico. 

—Lo digo por Nina. Le tengo mucho aprecio y conozco a tu hija desde que estaba en el vientre. No me gusta el riesgo al que las expones. Te relacionas con Vor V Zakone, tienes amenazado al hijo de El Intocable con sabrá Dios qué poderosas artimañas. Me preocupo por las dos inocentes, no hay pecado en ello, ¿o sí?

 —Guárdate tus preocupaciones, Filip. Sé lo que hago, también sé cómo proteger a mi familia.

—Sí, bueno. Sólo me cuesta un poco comprenderte. Eres uno de los favoritos de la FSB, ¿lo haces por reconocimiento? ¿Por dinero? ¿Por ambas? Tu familia es más preciosa. Voy a decirte algo que tú conoces a la perfección: cuando mientan tu nombre lanzan flores al aire, pero sólo porque ahora les sirves. Luego, pasas a ser uno más a la lista, muchas veces, incluso, hasta un estorbo —Apagó el cigarro a medio acabar, como claro ejemplo de lo que podría ocurrirle.

— ¿Lo dices por experiencia propia? —Ironizó.

Filip estrujó sus manos sobre las rodillas, sus ojos se entornaron y volvieron a abrirse, ora intoxicados por la amargura del recuerdo. 

—Éste trabajo, destrozó mi familia. Literal. Fue una cobarde emboscada, en la que sobreviví por los pelos, pero mi mujer y mi hijo, no. La KGB, en ese entonces, me concedió un bonito funeral, un cheque miserable y una condecoración. No tengo nada que reprocharles, ellos hicieron lo correcto, ¿no? Yo escogí eso. La KGB por encima de todo.

Grozny conocía su historia, como todas las divisiones de la FSB. Se descubrió contrito, no había sido su intención hacerle memorar desdichados acontecimientos. 

—Aprecio tu preocupación, pero historias, en especial las tragedias, no tienen por qué repetirse. Lo tengo bajo mi control, amigo.

—Oh, y yo espero que no, que la tragedia no te alcance. Pero no puedo evitar el verme años atrás, ahí sentado como tú. Con la misma seguridad, pensando de igual manera. Es el sentimiento más traicionero. Control, dices, como si sólo dependiera de ti, pero es fuego en las manos. Dale una granada a un niño, él tendrá más control del que tú crees tener. Los pequeños detalles, esos que vienen en su forma más insignificante, soslayables, o en un estado muy frágil, son esos, los que después lamentamos. No puedes tener cien ojos en la espalda. Debes escoger, escoge muy bien.

El checheno cabeceó, en desacuerdo.

—Regularmente, Filip, no se elige entre el deber y la familia, pues se tiene que encontrar una manera de equilibrarlos. Eso intento hacer.

—Sólo cuando el deber es ordinario. Si fueras un médico, un aburrido contador. Pero sabes bien lo que eres y a lo que te enfrentas.

—Y será lo último que afronte, al menos de estas proporciones, me refiero. Sokolov me ha prometido la Academia de Inteligencia de la SVR.

Filip lo meditó en silencio, sabía lo que la Academia conllevaba: entrenamiento a grupos de élite, adiestramientos, jugar al Señor Miyagi. Se trataba de un trabajo sedentario, y sin riesgo. 

—Suena como un dulce después de la inyección.

No quiso arruinar su sonrisa esperanzadora revelándole que él también deseó algo similar y que lo obtuvo después de mucha insistencia por parte de su familia.  Pero había regresado, como un perro que vuelve a su vómito, pues los hombres que han probado la sangre, que han andado entre dos mundos, burlando a la Muerte, ya no consienten una vida pacífica. Filip se inclinó hacia el trabajo que le despertaba aquellas emociones y terminó pagándolo caro.

—Sólo quiero una vida tranquila, al lado de mi hija y Nina.

—Por supuesto y yo deseo contribuir a ella. ¿Sabes que Mikheil Arveladze está en Londres?

Grozny arrugó la frente pálida, marcando con mayor hondura las líneas de expresión que allí residían.  

—El Príncipe… —Musitó, aturdido.

—Sí. Y todos sabemos la buena amistad que hay entre él y tu querido León. Quizá el viejo Korsakov influyó en su visita o quizá fue León el que solicitó ayuda. O ambas, ¿quién sabe? Ninguna nos favorece.

Pasó su mano por la cara, en un gesto agobiado.

—Necesito reunirme con León. ¿Cómo te has enterado?

—Es confiable, si es lo que necesitas saber. Ten cuidado donde pisas, Arveladze es un carnicero. Y la mina de oro que ha resultado ser León puede convertirse en una trampa y atraparte allí dentro. 

Grozny farfulló, malhumorado de repente, aunque a justa proporción. 

—Tengo la impresión que ni siquiera a León le ha caído bien ésta visita inoportuna —refutó, ganándose la mirada incrédula de su compañero.  

— ¿Y por qué sería así? Es un Vor, un amigo y aliado. Parece ayuda por donde le veas.

Grozny se irguió, con un aire enigmático que evidenció igualmente en palabras:

—Tengo poderosas razones para creerlo, Filip. Debo marcharme, ¿no tienes nada más para mí?

El mayor refunfuñó algo incomprensible, nada satisfecho con las medias respuestas de Grozny. Pensando que si fuera el jefe y no un simple enlace, le obligaría a desembuchar cualquier pormenor hasta saciar su curiosidad, que era vasta y exigente. Sólo le restó asentir, desganado.

—¿Cuándo te he fallado, eh? Ya lo mencioné al principio: estoy francamente intrigado. Éste hombre que me pediste investigar, no le hallé relación con los Vory. Tampoco pertenece a ninguna banda criminal. Sólo un antecedente cuando era menor de edad: estuvo un año en la correccional por incendiar un restaurante de Kiev. Fuera de eso, el tipo está limpio. ¿Por qué te interesa, éste… Vladimir Fesenko?

El iris del checheno se expandió, tornando sus ojos oscuros y cuando habló, su voz brotó gélida.

—El tipo conduce un BMW, utiliza trajes de diseñador y engarza rubíes a armas blancas. Es ucraniano y fanfarrón a más no poder. ¿Necesito decirte lo que eso significa? Esconde cosas y yo sólo necesito cualquier pretexto para refundirlo en un pozo negro y que no vea más la luz.

Filip identificó el retintín castigador tan intrínseco en Grozny. Si hablaba así, era porque el tipo debía merecerlo. En muchos años, Filip había conocido pocos hombres honestos y justos como el checheno.   

—Tendrás tus razones, aunque supongo, muy ajenas a nuestro principal objetivo. Aun así, indagaré con esmero y te avisaré sobre ello —concluyó.

—Lo agradecería, Filip —dijo, complacido.

 

 

2

 

 

Soñó con un invierno perenne, con una cuna y un llanto atroz; deliró a Vladimir con  pistola en mano, dictando la más triste sentencia. Y se vio a sí mismo en un cuarto ajeno, postrado a una cama, con las piernas vendadas. No pudo descansar más. Despertó y pasó la noche en vela, sudando frío y sintiéndose infeliz. La mañana no tardó en llegar, inclemente y gris. No ayudó a mejorar su humor. Pensó que Grozny tampoco aparecería ese día, quizá decidiendo tomar sus vacaciones apartado de él. Ese pensamiento estimuló en él un coraje cegador: mientras aquél la pasaba bien con su radiante familia, él tuvo que enfrentar solo a Vladimir. Y no es que comenzara con inútiles reproches, el problema era que Grozny le dio a entender que lo apoyaría; ahora ya no estás solo, Andrei. Le había dicho, firme. Pero las promesas de los hombres mueren con facilidad. Son frágiles y baladís.

Las lágrimas inundaron sus ojos y Andrei supo que no debía alimentar más aquella incipiente depresión, posiblemente efecto secundario de la droga que ingirió. Decidió mantenerse en actividad. Se levantó de la cama, inapetente, pero apenas apoyó los pies sobre la superficie alfombrada, una punzante molestia en la rodilla le obligó a volver al colchón. Gruñó, fastidiado. Además de los bonitos moretones que a esas alturas ya debían sombrear su piel, gracias a los golpes de Vladimir, debía también, soportar esa nueva lesión. Se deshizo de su pantalón para observar la rodilla derecha: apenas una leve hinchazón. La movió con suavidad, el dolor resultó tolerable. Andrei reconoció la distensión, pues había sido muy común en su profesión anterior. Dañó su músculo por actividad física excesiva, y, aunque le hubiese gustado culpar a Vladimir, era más seguro que la haya sufrido al bailar.

Un par de días en reposo, algunos analgésicos y un vendado serían suficientes medidas para sanar. Pensó que podría sacar provecho de su estado, quizá para dar lástima a Karol y arrancarle información valiosa. Sonrió, mientras seguía examinando su rodilla, acarició con calma tres finas cicatrices, tersas y prácticamente invisibles que se escondían entre las sombras de la articulación. Esas sutiles marcas habían sido el resultado de una operación hacía seis años, cuando una temida lesión estuvo a punto de sacarlo de competencia, para siempre.

Fue una cirugía costosa que Vladimir auspició sin el menor reparo. A Andrei le costaba entender cómo funcionaba el cerebro del moreno. ¿Por qué había dilapidado tanto dinero en una operación y luego, en una larga rehabilitación que no ayudaba a sus propósitos? Tal vez, nunca podría saberlo, mucho menos comprenderlo.

Pasó el resto del día en cama, con la pierna apoyada en un par de cojines, amarrada a una bolsa de hielo provisional. Cuando se cansó de ver televisión, cogió sus libros de inglés y estudió por largas horas, hasta que el hambre lo distrajo. Renqueando caminó a la cocina y preparó una sencilla ensalada de atún. La devoró en unos cuantos minutos.

El silencio en el departamento era oprimente, Andrei comenzó a desesperarse, hizo el plato a un lado y se dirigió hacia la recámara de Grozny. Solitaria y bien ordenada, la contempló. Entró y husmeó con toda tranquilidad: la cama tendida, el amplio closet organizado por colores que se degradaban del azul claro al negro, y dos hileras de zapatos relucientes, casi nuevos.

Andrei abrió la portátil que yacía en un sencillo escritorio, estaba encendida, pero tenía contraseña. Intentó desbloquearla con los nombres de Nina y Lena, con insultos en ruso, con números al azar, pero fue inútil. La cerró, bufando. Luego, avanzó al baño. Decorado con la misma austeridad, aburrido como las paredes pintadas de grisáceo. Al menos poseía una amplia tina de baño. Justo lo que necesitaba. Abrió los grifos y se desnudó sin pensarlo mucho.

Moderó la temperatura del agua y se introdujo con mucho cuidado. Lavó su cuerpo y el cabello antes de relajarse allí dentro, medio adormecido por el vapor que emergía y se estancaba a su alrededor. Pasó bastante tiempo sumergido en el agua, que se tornó fría, intuyó también que su piel debía estar arrugada. Tomó una gran bocanada de aire y zabulló su cabeza, completamente recostado boca arriba. Abrió los ojos bajo el agua, los oídos se le taparon y todo pareció ir en cámara lenta.

Entonces, una cabeza deformada se asomó a la bañera y Andrei tragó agua, antes de incorporarse con brusquedad. Era Grozny, lo reconoció mientras tosía, con la vista empañada. El dolor en su músculo atrofiado aumentó por la posición que el precipitado movimiento le provocó.       

— ¿Qué demonios haces aquí? —Así lo saludaba: la voz dura, el aspecto ceñudo.   

Andrei reguló su respiración y le acusó con la mirada. Volvió a recargarse; alzó descaradamente la pierna lesionada y dejó caer todo el peso de la extremidad sobre su talón, en el filo de la tina. Un agradable cosquilleo aplacó sus dolencias.   

—Disculpa irrumpir en tu propio servicio, pero el mío no tiene tinaja. Me lastimé bailando, no puedo estar de pie por mucho rato. —Encogió los hombros, una vez explicada su situación —Te juro que entré directo aquí, no curioseé ni nada. —Aseguró; ni la más leve gesticulación expuso lo contrario—Y tampoco es que hubiese demasiado qué explorar… —dijo, en un murmullo altanero, como si pretendiera que Grozny no lo escuchara, pero el eco era delator y estaban muy cercanos: un paso adelante y el moreno podría observar lo que el agua resguardaba. Y vaya que se le antojaba.

—Si tuviera algo qué esconder, no lo ocultaría aquí, sin ninguna protección. Bajo tu mirada quisquillosa y con todo el tiempo del mundo para escudriñar. 

No confiaba en él. No se tragaba su cara sufrida, ni el brillo inocente que en sus ojos predominaba cuando él así lo quería. Era eso, lo que más atraía a Andrei, además de la misteriosa cicatriz. No lo tomó como afrenta, sino como un reto.            

—Al único que escudriño es a Karol. Y eso porque tú me lo has ordenado, sin dejarme opciones. —Se defendió con voz neutral—Ahora, aprovechando que ya estás aquí, ¿puedes ayudarme a salir? —Sonrió. Ni siquiera se molestó en camuflar la sonrisa depredadora.

Grozny tenía la mirada clavada en los ojos de Andrei, excluyendo el parpadeo, temiendo que al hacerlo, su mirada traicionera buscara otros enfoques más interesantes… dudó, por un efímero segundo. La imagen de Nina derritiéndose bajo el calor que la visión de Andrei, húmedo y expuesto, le incitaba.

Tuvo que repasar en su mente lo que Andrei significaba: era un joven bello, sí, pero varón, con un pasado tormentoso y un futuro incierto, tendiente al caos. Era un maricón que bailaba con poca ropa por dinero; era su empleado. Y Grozny… tenía una familia que atesoraba; una profesión compleja que precisaba de su absoluta concentración. Andrei y Grozny: una ecuación destinada al fracaso.

¿Y por qué entonces, todo su razonamiento anterior importaba nada cuando Andrei insistía en mirarle de aquella forma?      

—Creo que encontrarás la manera de hacerlo tú mismo —respondió el checheno, con su habitual frialdad y un extra de rigor. Cerró la puerta después de salir.

Andrei libró una risilla mordaz.

—imbécil… —lo insultó, con suavidad. Semejantes actitudes sólo le demostraban que Grozny estaba en la cuerda floja, a punto de ceder. Ceder a sus territorios.

Y como bien dijo aquel, halló la manera de arreglárselas, aunque le costó más de lo que pensó. Se enredó una toalla en las caderas y salió con las prendas sucias en la mano. El mayor se cambiaba de ropas, con el pecho al descubierto, buscaba algo informal para descansar. Ambos se observaron; el deseo en menor medida pero allí presente. Andrei ya lo había sentido en sus ojos, allá dentro, conteniéndose, por eso huyó, por ello, se negó a auxiliarle.

Se quedó en una pieza, perdiéndose en el torso fuerte, robusto y velludo. Era diferente a lo que esperaba, tan diferente que le gustó. Se acercó cojeando y pensó, socarrón, lo poco sensual que debía lucir andando así.

—Mierda, Andrei —, ¿ahora qué sucedió? —El deseo desapareció de su semblante. Olvidó su búsqueda y le alcanzó en un par de zancadas. Miró con desaprobación las magulladuras que resplandecían sobre la piel pálida.

—Nada. Un pequeño recuerdo de Vladimir —torció los labios, esquivo. No quería recordarle, no cuando estaba con Grozny.

Vislumbró de cerca su prominente cicatriz y las palabras de Fesenko hicieron mella en su corazón, provocándole escalofríos.

—Ya cruzó los límites, Andrei. No debiste salir, debiste quedarte aquí hasta que regresara.

—No me dijiste nada. Sólo desapareces sin avisar. ¿Qué querías que hiciera? Tenía que ir a trabajar.

Pensó en el espectáculo que había montado y en las posibles reacciones de Grozny al enterarse. Ninguna ventajosa para él. Prometió no drogarse en mucho tiempo.

—Te llamé cuando vi a Vladimir. Pero tu celular estaba apagado…

Sí. Era un reproche, un amargo reproche. Grozny le ofreció su brazo, para ayudarle a caminar. Y quizá, como un remoto modo de disculpa. Andrei aceptó por instinto, impregnándose con su calor.

—Estaba fuera de la ciudad. La próxima vez te avisaré. Es obvio que la falta de comunicación sólo trae problemas.

Lo condujo hasta su habitación. Andrei estaba boquiabierto, mirándole repetidamente de reojo; la imprevista amabilidad le produjo desconfianza. Era triste pero cierto, uno de los tantos reflejos de su jodida vida. Su confianza estaba fragmentada en miles de pedazos. Grozny le depositó en la cama y buscó unos calzoncillos limpios, además de una playera.

—Llamaré a un médico mientras te cambias. No es normal que no puedas caminar decentemente.

—No es necesario —susurró, atiborrado de un agradable calor en el pecho—: es una distensión en la rodilla, no es la primera vez que me pasa, en el ballet son muy comunes. Con el adecuado reposo en unos días se desinflamará, quizá sólo te molestaría con algún analgésico, yo solía tomar Ibuprofeno.

Pensó que iba a insistir, a Andrei le hubiese gustado que lo hiciera. En cambio, Grozny asintió, escueto de emociones.

—Bien. Te lo traeré, ¿algo en especial para cenar?

—Sí. Pizza y una maldita Coca-Cola gigante.

Grozny rió, sincero. Andrei pestañeó, orgulloso por ser la causa. Le sujetó la mano antes que se marchara, notó que todavía llevaba la sortija de bodas, pasó saliva con dificultad, allí se iba toda su rabia, directo al estómago.

—Gracias, Grozny —y era en realidad, un agradecimiento genuino.

La intensidad de su mirada le abrasó por dentro; el checheno afianzó el tímido contacto, acarició sus dedos antes de soltarlo.

—Roman, mi nombre es Roman, así puedes llamarme cuando estemos aquí, solos, Andrei…

 

 

 

 

 

Notas finales:

En el prólogo hay una cita de Nietzsche. Al principio me preguntaban si era dirigida a Andrei, pero depués de lo que ha mostrado, siguen pensando lo mismo? Me ha entrado la curiosidad...

Bueno, espero hayan disfrutado del capítulo. Sus comentarios ya están respondidos :D

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